viernes, 17 de diciembre de 2010

Diez coplas




Me piden les dé posada
tan dulcemente los dos.
¡Qué pena si no he querido
ver esta noche nacido
en mi rancho al Niño Dios!

* * *

Ay, mi señor san José…,
¡qué largo es este camino
que nos lleva hasta Belén
con paso de peregrino!

* * *

Señora Virgen María,
en noche fría y de luna,
la Luz que nos trajo el día
ya está sonriendo en la cuna.

* * *

¡Qué burro soy!, dijo el burro.
¡Qué torpe soy!, dijo el buey.
¡Y mírenos de custodia
del pequeño Niño Rey…!


* * *

Y baja la majadita
con sus pastores,
lanita tibia del cerro,
cantos y arrope.

* * *

Melchor cabalga soñando.
Gaspar mira las estrellas.
Y Baltasar va cantando
coplas de una noche buena.

* * *

Tres Reyes por el desierto,
y una estrella que los trae
con oro, luz en silencio,
callado aroma de incienso
y mirra en la flor del aire.

* * *

No ha de ser tan poderoso
el rey Herodes,
si tanto le teme a un Niño
pequeño y pobre.

* * *

Ya un ángel baja del cielo,
ya se inclina ante un portal,
ya canta su Gloria al Niño
que ha de librarnos del mal.

* * *

Vaya esta coplita
que canta mi voz,
porque ya ha nacido
nuestro Niño Dios.
Niña es esta copla
al Niño Jesús,
para que ilumine
la noche sin luz.







http://es.scribd.com/doc/119022688/Coplas


Estas Coplas fueron editadas digitalmente por su autor, un servidor, en el año 2013 y están a disposición de los lectores interesados.



domingo, 28 de noviembre de 2010

Ocho coplas




Sopla el aire y el rescoldo
revive y le nacen llagas.
Crece el fuego con el viento.
y más rápido se apaga.

* * *

Se lo ve tan negro y frío,
como sin vida al carbón.
Pero unas chispas le alcanzan
para dar luz y calor.

* * *

Con hojitas de laurel,
aunque sea verde la rama,
aroma lindo el humito,
crepita lindo la llama.

* * *

Si topa con hombre manso
no se confunda en la traza:
gris y quieta es la ceniza
y abajo tiene su brasa.

* * *

Cuando relumbra en la noche
el fogón trae consuelo.
Si oscura viene la vida,
el amor es como el fuego.

* * *

Prende bien la leña seca,
da más luz, calienta más.
Cuando es verde la madera
sólo hay humo y lagrimear.

* * *

Si solito por la sierra
ve a lo lejos un humito,
el corazón se contenta
y ya no está tan solito.

* * *

Con el agua se da vida,
con la tierra se alimenta,
con el aire se respira,
con el fuego se calienta.






Estas Coplas fueron editadas digitalmente por su autor, un servidor, en el año 2013 y están a disposición de los lectores interesados.
 

jueves, 25 de noviembre de 2010

Nueve coplas

Para D. C. A.


Los lagares son oscuros,
allí el vino duerme y crece.
Y en el silencio madura
la voz que después florece.

* * *

Baja el agua por la cuesta,
viene abriendo las quebradas.
Con la pena baja el llanto
abriendo surcos al alma.

* * *

Cuando el camino da vuelta,
¿quién nos dice adónde va?
Y sin embargo camina
aquel que quiere llegar.

* * *

La nube que cubre el cielo
y no deja ver el sol
va a llover un agua buena
que hará más verde el verdor.

* * *

Como silbando unas coplas
canta el pájaro en la tarde
dolores que nadie ha visto
y dichas que nadie sabe.

* * *

La noche se lleva el sol,
lo trae al amanecer.
También es feliz la ausencia
si se espera ver volver.

* * *

No sufre el que tiene poco
sino el que más necesita.
Con agua y migas apenas
va feliz la torcacita.

* * *

Siempre la senda a la ida
es más larga que a la vuelta.
Pero el ir es la mañana
y el volver, la tarde lenta.
Porque se va en esperanza
y se vuelve en experiencia.

* * *

Para las noches sin luna
tengo una copla estrellera.
Si la canto, me ilumina.
Y, si la callo, me quema.





http://es.scribd.com/doc/119022688/Coplas



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martes, 19 de octubre de 2010

Lugones



Señor, es la mañana junto al río. Febrero…
Mis manos se nublaron, mi corazón se inclina.
Son sangre en flor los ceibos; por el aire trasmina
como un dulzor el barro. Un zorzal lastimero
un ronco De profundis entre los sauces trina
y parece una Salve el canto del hornero.
Señor, estoy cansado y me siento extranjero
y me aprieta esta pena y duele la Argentina...
Llevo el amor ajado y el corazón herido
de una tristeza antigua que me sigue y me llaga
la luz. Silencio en todo. Estoy quieto, voy ciego...
Febrero y este frío..., la vida se me apaga...
Señor, no hay tiempo... Nada... Sólo queda un latido...
Un último latido, Señor, para este ruego...



lunes, 18 de octubre de 2010

Mientras (II)

Esta mañana, mate y tabaco a mano, estaba oyendo músicas de Atahualpa Yupanqui.

Porque si usted viera, paisano, lo que es entrarle en seco a La vida es sueño, y al alba...

Ayudan las milongas y vidalas, créame.

Y entre aquellas músicas estaba ésta, que me distrajo de la Polonia de Segismundo y me lo figuró a Lugones, vaya a saber uno por qué, aunque no tanto.

Entonces, y mientras, que le quede dedicada.

Mientras

¿Para qué busca uno un recreo de las cosas que se le hacen graves?

Mejor sería no, a veces. Apechugue con Lugones, hombre. Siga embromando al prójimo argentino con cosas de poesía. Diga de una vez lo que piensa del asunto y aguante la silbatina y las pedorretas ilustradas de aqueos y troyanos...

No.

Un recreo.

Y entonces va uno a Simone Weil y a los pensamientos que como aforismos largos tiene en La gravedad y la gracia. A mí me gustan y siempre me sirven y muchas veces me son un refrigerio. Siquiera para discutir con ella, como casi siempre. Después de todo, combate por combate, es un combate leal.

Fíjese.

En el capítulo Desaparición, trae cosas como éstas que copio.
Todas las cosas que veo, oigo, respiro, toco, como, todos los seres que encuentro, privo a todo eso del contacto con Dios, y privo a Dios del contacto con todo eso, en la medida en que algo en mí dice “yo”.

Puedo hacer algo por todo eso y por Dios, a saber: retirarme, respetar su encuentro.

El cumplimiento estricto del deber simplemente humano es una condición para que pueda retirarme. Él emplea poco a poco las cuerdas que me retienen en mi lugar y me lo impiden.



No puedo concebir la necesidad de que Dios me ame, cuando siento con mucha claridad que, aun en los seres humanos, el afecto por mí no puede ser más que un error. Pero concibo sin dificultad que ame esta perspectiva de la creación que sólo puede tener desde el punto en que estoy. Hago de pantalla. Debo retirarme para que él pueda verla.

Debo retirarme para que Dios pueda entrar en contacto con los seres que el azar pone en mi camino y que él ama. Mi presencia es indiscreta como si me encontrara entre dos amantes o dos amigos. No soy la joven que espera a su novio, sino el tercero inoportuno que está con los novios y debe irse para que puedan estar verdaderamente juntos.

Si sólo supiera desaparecer habría unión de amor perfecto entre Dios y la tierra por donde camino, el mar que escucho.



Et la mort, à mes yeux ravissant la clarté,
Rend au jour, qu'ils souillaient, toute sa pureté. *


Que yo desaparezca a fin de que las cosas se conviertan, desde el momento en que no son vistas por mí, en belleza perfecta.



No deseo que ese mundo creado ya no me sea sensible, sino que ya no me sea sensible a mí. A mí, él no puede decirme su secreto, que es demasiado alto. Que yo parta, y el creador y la criatura cambiarán sus secretos.

Ver un paisaje tal como es cuando yo no estoy...

Cuando estoy en alguna parte mancho el silencio del cielo y de la tierra con mi respiración y los latidos de mi corazón.

¿Ve? Al final, prefiero discutir con los argentinos y su (nuestra) tan frecuentemente ingeniosa, brillante y hasta profunda, liviandad pomposa para con las cosas altas.

Refrigerio, puede ser.

Ni recreo ni nada.

Por ejemplo.

"Un sólo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo" que dice San Juan de la Cruz en sus Dichos de luz y amor (34): ¿eso cabe o no cabe en este capitulito de Weil? ¿Y de qué manera, si cabe?



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* Estos versos que cita están en la Fedra, de Jean Racine (V, 7) y son las últimas palabras que Fedra dirige a Teseo antes de morir. En mi edición dice dérobant, no ravissant como cita Weil. Son casi sinónimos, claro.

Esos versos dicen, según la traducción de Emecé:

Y la muerte, quitando a mis ojos la claridad
Devuelve al día que ellos manchaban toda su pureza.
Arrebatando por quitando y mancillaban por manchaban, me parecería mejor.

Por otra parte, en pasajes de este tipo, la crítica ve en ocasiones trazas de jansenismo. Tal vez. No desentona con el talante de Weil, jansenismo más o menos, y esa tensión -¿casi inhumana?- entre amor y desapego, que en no pocas ocasiones tiene reflejos extravagantes en ella.

domingo, 17 de octubre de 2010

Asunto con espinas (III)

Lugones publicó en 1912 El libro fiel. Allí está este poema.

Historia de mi muerte

Soñé la muerte y era muy sencillo:
Una hebra de seda me envolvía,
y a cada beso tuyo
con una vuelta menos me ceñía.
Y cada beso tuyo
era un día.
Y el tiempo que mediaba entre dos besos
una noche. La muerte es muy sencilla.

Y poco a poco fue desenvolviéndose
la hebra fatal. Ya no la retenía
sino por un sólo cabo entre los dedos...
Cuando de pronto te pusiste fría,
y ya no me besaste...
Y solté el cabo, y se me fue la vida.
En 1922, publicó Las horas doradas, de donde está tomado éste otro.

Últimas rosas

Yo quisiera morir como las rosas
en la blancura del deshojamiento.
Irme suave y cordial, callado y lento
en la quietud conforme de las cosas.
Prolongar por las calles arenosas
del jardín, ya macilento,
la blandura de mi deshojamiento
en la melancolía de las rosas.

Los argentinos, y usted perdone, no vamos a entender la patria hasta que no nos enfrentemos a la poesía, y a los poetas. Creo más: sin ellos, no habrá patria. Al menos no una digna de ese nombre.

Y no lo digo por estos dos poemas que traigo ahora, que son, en todo caso, parejos con el hilo de lo que venía diciendo y es por eso que los dejo acá.

Pero, como quiera verlo, mejor vayamos sabiendo de una vez algo de la poesía y de la patria, si es que alcanza el tiempo para las dos cosas: entender a los poetas y a la poesía, y tener una patria.

Y le digo más: estoy seguro de que, pese a quien le pesare, y puestos a hablar de Lugones, en un sentido alto no habrá patria sin Lugones.

Y sin la muerte de Lugones. Y vamos a tener que enfrentarnos a eso. Y ver qué nos hacemos con eso.

Mejor nos vayamos haciendo a la idea, me parece.


Yo mismo, fíjese, estoy demorando releer el librito del padre Castellani sobre Lugones. Y no por ancho, porque son nada más que unas 130 páginas.

Asunto con espinas (II)

Fue en 1993, en el número 3 de la revista entusiasta que menté varias veces en esta bitácora. Me lo recordaba anoche tarde un inspirador de aquellas páginas.

Apareció allí este poema que su autor, José Manuel González, dedicó en epígrafe Para don Bruno. Me sigue pareciendo lo que entonces: austero, viril, bien dicho, benevolente.
18-2-1938

No tengo que decir nada de nada,
ni el alba huele a nada ni a nadie espero,
ni nadie nunca subirá la calle,
ni importa nada que ya no la suban.
No importan los jardines humildosos
de los barrios. Ni las guitarras silentes.
He jugado las cartas que la vida me dio,
la carta de la vida serena allá en los pueblos
con sus calles de tierra, sus tunales pencosos.
Con sus mujeres fuertes y su sol encelado.
Luego llegó a mis manos la carta del poeta
rojo, del desmandado gritador de palabras,
Luego la de los versos color verde verlaine.
Después, otra vez, siempre, la carta de la tierra,
aún llevo aquí en el fin de mis pensados días,
el feudal gusto recio que me dejó en la sangre
la grasa del cordero y el vino familiar.
Y luego los caminos, caminos y caminos,
buscando la alegría del oler y el tocar:
nombré príncipes búlgaros, nietos de la Odisea,
miré casas normandas que venteaban el mar.
Me hice griego de mieles y de filosofías
y romano de fierro, de código y de mármol.
Y, aquí, otra vez, la tierra: paisanajes rientes,
pelajes, vidalitas, guaycurúes, arreos,
delfinas, lapachales, rastrilladas, jagüeles.
Después, después los días terribles en su paso,
el cuerpo que se alenta, los ojos que se enturbian
y la tierra aquí al frente, este Delta tremendo
que se crece pudriendo y vuelve a florecer.
Silencio, ahora, silencio, extranjero el alcohol,
miro por la ventana lo que sé es lo final,
duele el pecho, las manos, pienso en una mujer
adolescente, tibia, pura carne sin alma.
Y vuelvo a decir tierra, devastada, vencida.
Lodo en el agua mansa, y en la tierra nativa
y lodo el corazón que no es fiel a la que ama
y regusta la fiebre de la que no ama nada.
Lodo, Delta final, enlodada la sangre
regreso al lodo padre. Yo, Leopoldo Lugones.



sábado, 16 de octubre de 2010

Asunto con espinas

Lugones encarnó en grado heroico las cualidades de nuestra literatura, buenas y malas. Por un lado el goce verbal, la música instintiva, la facultad de comprender y reproducir cualquier artificio; por el otro, cierta indiferencia esencial, la posibilidad de encarar un tema desde diversos ángulos, de usarlo para la exaltación o para la burla (…) Lugones está, por así decirlo, un poco lejos de su obra; ésta no es casi nunca la inmediata voz de su intimidad sino un objeto elaborado por él. En lugar de la inocente expresión tenemos un sistema de habilidades, un juego de destrezas retóricas. Raras veces un sentimiento fue el punto de partida de su labor; tenía la costumbre de imponerse temas ocasionales y resolverlos mediante recursos técnicos (…) Acaso cabe adivinar o entrever, o simplemente imaginar la historia, la historia de un hombre que, sin saberlo, se negó a la pasión y laboriosamente erigió altos e ilustres edificios hasta que el frío y la soledad lo alcanzaron. Entonces, aquel hombre, señor de todas las palabras y de todas las pompas de la palabra, sintió en la entraña que la realidad no es verbal y puede ser incomunicable y atroz, y fue, callado y solo, a buscar, en el crepúsculo de una isla, la muerte.

Esto está al final de un librito de 100 páginas sobre Leopoldo Lugones, que Emecé le publicó a Borges en 1998.

Y esto que sigue es un poema que Ignacio Braulio Anzoátegui, bajo el título Leopoldo Lugones, publicó en Azul y Blanco, exactamente 30 años antes, en 1968.
Se quitó los anteojos y de un trago
empinó la cicuta.
Con un vago
secreto se nos iba, roto el dolor y la cabeza
hirsuta
a medio descansar sobre la mesa.

Se nos iba la Patria. Los antiguos laureles
que él cantara
yacían en el cesto de papeles
y él moría y moría
cara a cara
con la derrota que le consumía.
Los enteros
varones,
los de la lanza de los entreveros,
lagrimeaban entre cuatro velones
el dolor de que eternamente fuera
el caballo del comisario
el que ganara siempre la carrera
sin otro comentario.

El pulso
desvaído,
se nos iba la Patria. Ya el convulso
corazón se nos iba
sin voz y sin latido,
sin un ¡Muera! siquiera y sin un ¡Viva!

Porque ya todo aquello,
todo aquello que él era se lo llevó la Muerte,
las manos aferradas a su cuello:
toda la Patria mustia,
fuerte ya, sí, para llorarle fuerte
bajo las campanadas de la angustia.

Y en estas cosas ando por razones que son en parte del oficio.

No me decido entre lo que voy leyendo –y que me he obligado a leer en parte por asuntos del oficio- sobre Lugones. Y me quedan papeles por ver, bastante.

Más allá de todo, es un asunto éste que se lleva como espina, creo.

Pero.

Por lo pronto, y mientras tanto, me pregunto si no acierta Anzoátegui más y mejor que Borges, al menos en el tono con el que se puede –y se debe- hablar de un asunto con espinas.

Decir lo que hay que decir, sin más. Y no decir lo que no hay que decir, sin más.

Parece, creo, que por alguna razón eso lo hace mejor la poesía que el fraseo; como creo que juzga con más acuidad el poeta que hay en Anzoátegui que el hombre de letras que hay en Borges.

Y no digo que Borges no acierte en las descripciones y en varios juicios literarios.

Pero el hombre real, el Lugones hombre (que era esencialmente poeta, hombre de letras, como Anzoátegui y Borges) es otra cosa.

Y eso lo ve el que puede, no cualquiera.

Pasa tan a menudo que se vea y se entienda tan poco al hombre real y se manipule hasta con maestría el ícono, el emblema. Y así resulte que se hable de Lugones como si hubiera sido un poeta.

En esas cosas ando ahora, mientras toda suerte de asuntos perentorios reclaman con urgencia opiniones y juicios urgentes, si fuera verdad que uno tiene que andar terciando en esas cosas.

Por eso.

Si son asuntos de veras perentorios, podrán esperar.

Además, no vaya a ser cosa que termine pasando que hable el que escribe porque escribe. Y no el hombre.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Silencio

...y estar callado, dentro del verso, estar callado.

Arte poética.

Siete poemas

Leopoldo Panero



Panales de zumbidos, los arrullos
del viento entre las hojas, las canciones
del agua entre la piedra, los murmullos
de la noche, la música y los sones
de la guerra, el amor; y los crujidos
de la tierra, gorjeos y rumores;
y del cielo en su furia, los tronidos;
de muertes y dolor, los estertores...
Nada es silencio y tan silencio. Nada.
Todo suena en el mundo. Todo suena.
Todo pronuncia y dice. Todo estalla.
Todo, menos la voz esperanzada
que en tu nombre silencia toda pena
y que en tu nombre calla.



Vida

Y el niño extiende lontananzas,
para que no le falte cielo.

Del niño y un pájaro.

Odas para el hombre y la mujer

Leopoldo Marechal



No mires a la muerte cara a cara
como si fuera tu mansión futura:
la muerte es el pasado,
me decías
ya feliz en tu huerto de manzanas.
No llames a la muerte, ni en su nombre
te vistas con ropajes duraderos:
la muerte es el instante,
me explicabas
junto a un arroyo melodioso y manso.
No vayas a la muerte, si ella pasa
descúbrete cortés, no la desdigas:
tiene aires de umbral, de surco fértil,
déjala andar sus pasos indecisos:
vendrás por ella al fin,
me entusiasmabas
ya joven para siempre y sin tristeza.



martes, 12 de octubre de 2010

Fuego

Todo mi corazón, ascua de hombre...

Las manos ciegas.

Escrito a cada instante
Leopoldo Panero



Se encrespa una tormenta, celosa del rugido
que mis dos corazones hacen con su latido.
Mansamente, le digo que mis dos corazones
me laten como un trueno. Se niega a mis razones.
Le explico que aguijones de rayos y centellas
punzan mis corazones con las formas más bellas.
Argumento sereno que el sonido violento
de mis dos corazones hace silbar al viento.
No hay modo de aplacarla. Ya tormenta y su furia,
se vuelve en huracanes que reclaman la injuria.
Entonces, y a su turno, mi corazón en fuego
incendia el aire a voces, de luz y gozo, ciego.
Atónita y sumisa, y en calma silenciosa,
la tormenta que amaina y se aquieta juiciosa.



Tiempo

...somos como la cama de un enfermo
que está viendo una estrella de costado.


Imagen.

El cascabel del halcón
Enrique Banchs



La aguja del reloj, que muerde el día,
de bocado en bocado me concluye.
Quiere tomar mi vida en alimento
y crónica repite: el tiempo huye.
No le sigo las horas. Mi alegría
pasó de lado a lado en un segundo,
y el tiempo se resigna fugitivo
y cela eternidades por el mundo.
Voraz de vida, amor y de contento,
de olvido y paz famélico, y esquivo,
el tiempo no se aquieta ni apresura.
Pero tú estás; y mientras tanto vivo
casi nada en la tierra, sí en el viento
o en la luz ya infinita de tu altura.



Vino




Ya hay mostos siderales de una viña estrellera
que demoran un vino que beberé contigo
y, ávido de ese tiempo, apenas si consigo
por acequias de lunas dejar pasar la espera.
Los parrales maduros vendimiarás conmigo.
Brotarán de tus manos, hilera por hilera,
racimos sin agraces, que en esa viña entera
guardan el vino añejo que beberé contigo.
Lo beberé contigo, contigo y conversando
del tiempo que este vino ya lleva madurando.
Y beberemos juntos y en todo compañeros.
Ya viene por las eras. Ya llega, va llegando
el mosto de uvas tintas que estamos esperando.
Y beberemos juntos y en todo compañeros.



Sombra

¡Oh límite en penumbra, casi el alma!

Canción de la belleza mejor.

Escrito a cada instante
Leopoldo Panero




Llagas con resplandor y me reclamas
a un alto llano en flor, feliz y urgido
de belleza feroz, con el bramido
del oro como luz de las retamas.
Y mientras bramo yo, tú por mí bramas
tan silenciosamente en el sonido
de las aves y el agua y el rendido
corazón todo amor con que me llamas.
En tu aire vas al hondo firmamento.
No hay llanto: no te alcanza ni te nombra.
No hay lágrimas ni quejas a tu altura.
Libre en tu ingravidez, que me conjura
y apenas tiñe el suelo de mi sombra,
me apartas y de todo en un momento.



lunes, 11 de octubre de 2010

Verano

...recuerdo los antiguos horizontes
del verano recién amanecido.


Soneto N° 15.
Augusto Falciola




Era el día del sol osado y frío
en la plena estación de los colores,
madura de trigales y de estío,
dorada de silencio y ruiseñores.
Era la tarde de un sabor umbrío
y bandadas de abrazos amadores;
la tarde de los ojos como ríos
por unos ojos breves como flores.
Era el día sin luz más luminoso,
de un cansado descanso sin reposo
en una tumultuosa soledad.
La tarde azul más gris que el mundo ha dado,
la del único olvido recordado.
Y ya de una existencia sin edad.



Palomar

...noche en el ancla, frío en la paloma...

Soneto N° 5.
Augusto Falciola




Por la noche sin luna de tu pelo
y los ojos de mar que te iluminan,
palomas, que a mi mano peregrinan,
de tu risa a tu voz están al vuelo.
Ya nacen a mi vera, a ti me inclinan
y navegan por mí. Van rumbo al cielo.
Ya en la nave sin ancla y sin desvelo
palomas timoneles me culminan.
Me abrigo en palomares y a su abrigo
conquisto soledades y, conmigo,
te busco por murmullos que dejaste.
Y en cada arrullo, cada tarde, siento
mi sangre de torcaz que vuela al viento
y el tibio palomar que me labraste.



Velo



Esta argucia de luz de la mañana
disimula vestigios de misterio
de una belleza indócil, dolorosa,
que al corazón feliz traspasa y siembra.
Y arguye con la voz de los zorzales,
que reverberan sibilinamente
su inocencia de amor, mientras tiritan
de aromas y entre flores conmovidos.
Aquiescentes, mis manos y mis ojos
hacen que ignoran, vagan su derrota
sin más puerto que el día agazapado.
Ya en las venas de todo va una sangre
que restaña las ruinas de este mundo
y silenciosamente te celebra.



Azahar

¡Cómo el limón reluce
encima de mi frente y la descansa!


El silbo de afirmación en la aldea.
Miguel Hernández



Embiste como un toro el limonero;
resopla por la tierra los azahares
y en su furia frutal clava certero
la gloria de su verde en los ijares
del día que se muere. El aire entero
pierde su luz en cítricos pesares
por su herida fragante: ya el venero
mana del limonero y sus ollares.
La tarde yace dulce anochecida.
En su cortijo quieto duerme el toro
que sueña en oro el fruto que lo espera.
Un ácido fulgor, que es su tesoro,
duerme en la savia que no está dormida
y que preñó de azahar la primavera.



domingo, 10 de octubre de 2010

Sierra


...el amoroso silbo vulnerado.

El silbo vulnerado, 10
Miguel Hernández




Por el aire, y en andas de resinas,
de tomillo y lavanda, verdemente,
en majadas de aromas me conminas
a respirar la noche de repente.
Y en tu sed hasta el agua te reclinas,
y sólo con mirarla, ya la fuente
llena de luz remonta las colinas,
surgente de tus ojos y sonriente.
Van en tu nombre, hincados como dardos,
los clamores de hinojos y de cardos,
flechas de miel que dejas por la sierra.
Y rugen a tu voz, como leopardos,
torcazas blancas, ruiseñores pardos,
heraldos de un amor que va a la guerra.



Siembra

...que de un puro relámpago me siembra.
Imagen de tu huella.
Miguel Hernández




Velaste con los ojos veladores,
urdiendo paz y arrullos cada día.
Y almácigos de gozos nombradores
fuiste carpiendo a golpes de alegría.
Por esta tierra seca sin colores,
entre las piedras que hace poco había,
viene un rumor de verdes y de flores
que madura a tu voz y en sinfonía.
Surcos de luz abre tu paso ahora,
tan bellamente vas en tu simiente
que esparce corazón y me enamora.
Cosecharás un corazón que siente
y esta sangre de ti conquistadora
un manantial será y tan bellamente.


viernes, 8 de octubre de 2010

Aria

Para B., que sabe.


En la rama imposible de su altura,
solo de luz y de dulzura solo,
se mece el trazo gris de su figura
y canta un triste rítmico el chingolo.

La tarde liba trinos por la altura
y a solas queda con la noche. Sólo
suena un son invisible y se figura
uno un tenor y el aria de un chingolo.

Ya pasó la torcaza, ya en la altura
del sauce fue buscando la figura
del canto quieto que adivina solo.

La noche tiembla estrellas en su altura
y envuelve en plumas pardas la figura
punzante, triste y dulce del chingolo.



martes, 5 de octubre de 2010

Libertad condicional (II)

Mi pueblo, en primavera, huele a primavera de jazmines.

A la nochecita, por ejemplo, camina uno por las calles tibias y lo asaltan por los flancos oleadas de jazmines y unos aromas verdes y azules, blancos y morados, que no sabe uno de qué lugar vienen agazapados, haciendo una alegría del aire que sabe, qué le puedo decir…, a libertad condicional.

En el día, en cambio, y una vez que estalla de pronto la primavera, como suele pasar en los últimos años, los colores son decenas de verdes, sarpullidos con la paleta de un Gauguin furioso en los cerezos y manzanos, en los ciruelos y en las enredaderas anaranjadas, blancas, celestes, rojas.

Y está la gloria del ciprés calvo, eso va sin decirlo.

Ahora bien.

¿Qué hace caminando las calles de noche?, preguntará el amable lector.

Verá usted: se vuelve de unas ocupaciones, nada extraordinario, en primer lugar; pero, principalmente, disfruta uno más que nada de los problemas del transporte automotor. Y se pasa así tiempos y tiempo en las paradas de colectivos, y se toma lo que puede, que lo deja donde sea.

De este modo, desde donde haya quedado, camina uno las calles del pueblo, al caer la noche, con grande beneficio para sus cavilaciones, que empiezan en las horas de esperar quien lo lleve y lo traiga y que siguen bullentes y tibias aún en las horas de homo viator por entre los jazmines acechantes.

Entendido.

Pero, ¿qué materia le da pasto a uno para las tantas cavilaciones ésas?

Créame: ordenar papeles en la cueva, por ejemplo esta vez. Grande y grave asunto, viera usted.

Si usted supiera la cantidad de papeles que ha deglutido la cueva. La ve uno así, despojada y silenciosa, apartada y enjuta, que no dice pío ni nada.

Y, sin embargo.

Sorprendente.

Pasa uno el día ordenando y acomodando tantas cosas y así, como ya le dije, de pronto, como si lo estuvieran esperando a uno, es una sinfonía de no le puedo decir cuántas vidas que uno ha sido, de tiempos que ha tenido y lleva en uno, sin saber cómo ni dónde.

Sorprendente.

Y ser uno el mismo y otro, como soñaría Borges. Y ser uno, al cabo.

Y ver cuántas capas de uno es uno. Y cuántas ha olvidado, y cuántas reposan silenciosas, y cuántas han quedado en el aire como una flecha inmóvil de repente en pleno vuelo.

Sorprendente.

Y que todo eso y junto sea una sola vida de hombre: dinámica, aunque quieta; pujante, aunque dormida; silenciosa, aunque rumorosa. Y dolorosa en esto y aquello, aunque feliz.

Viera usted las cosas que guarda y sabe la cueva de mí. Los entresijos que guarda, los rincones míos que madura en la penumbra fresca, quién sabe con cuál propósito.

Como si uno hubiera sabido al dejar al descuido un papel en la nada de un estante, al ponerlo sin pensar entre las hojas de un libro. Como si uno ya lo hubiera sabido. Dibujos, escritos (¡…música, sí…!), lecturas de otra vida, hasta plumas que ahora no escriben ni un trazo pero que fueron la mano del alma tantas veces. Notas al margen de páginas de olvido, que necesitarían una nota al margen de la nota al margen para recordar por qué importaba aquello entonces. Errores que ha cometido, aciertos que ha perpetrado, palabras que ha dicho y suenan para quién sabe quién quién sabe dónde.

¡Qué felicidad es eso!

Como si en vez de los jazmines, se agazaparan las vidas que uno ha sido (y que uno es, mi amigo, y que uno es…) y estallaran. Como si les hubiera llegado una primavera de pronto y las pusiera en libertad (condicional, claro: siempre es condicional mientras estamos en este valle…)


Ahora ya es la noche.

En la cueva, todo alrededor, mudos y ciegos, inertes, los quintales de papeles, las miríadas de cosas y recuerdos de aquello y esto otro.

Yo sé que fingen la indiferencia de los objetos.

Pero no me engañan.

Apenas una primera mirada que hoy tuve que darles, sin propósito de hacer un inventario que sí debo hacer dentro de no mucho tiempo; apenas me acerqué a ellos y pasé mi mano (y mis ojos, y el corazón que recuerda de repente…) por carpetas de decenios, por lomos de centurias, por superficies de tiempos y más tiempo.

Apenas eso y nada más eso, y ya se pusieron a contarme quién fui, quiénes fui…, a borbotones, a tragos, como si hubieran estado esperando al ojo que volvía a verlos (y a la mano y al corazón que sabe…) para salir a gozar de una súbita libertad; condicional, claro.


Ahora ya es la noche y, mientras completo la bitácora, la mayoría de ellos están a mis espaldas.

Y están a mis espaldas en el doble sentido, quiero decir.

Pero no vaya a creer que pesan. Al menos, no tanto, ni todavía.

Por ahora sorprenden y son como la felicidad de un alumbramiento.

Ahora recuerdo que hicieron que recordara; y recuerdo eso.

Mañana, acaso se disuelva un poco la impresión de estos brotes de vida que estallaron en un casual acomodo de papeles (¿habrá sido casual…?)

Y entonces, tal vez, la cueva vuelva a su silencio.

Y mis vidas con ella.


Quién sabe.

Libertad condicional

Apenas algo de orden en los papeles puede hacer maravillas, yo sé por qué se lo digo.

Una mañana entre carpetas polvorientas, libros que esperan su segunda oportunidad, viejos escritos (que mira uno ya piadosamente...)

¡Y no va uno y, a la vuelta de un libro caído detrás de unos estantes abarrotados, se encuentra de manos a boca con jirones de su vida pasada, disfrazada de disco de música de Éire, saliendo al galope al aire de la mañana y tendiéndole a uno los brazos; como si a la vida de uno metamorfoseada en disco de música de Éire, que se angostaba en unas mazmorras de papel polvorosas y oscuras, condenada a prisión perpetua, de pronto y sin decir agua va le abren los grilletes y le dicen que se ganó una libertad condicional…!

Algunas de estas músicas, que hoy encontré para mi gozo, me acompañaron mucho tiempo. A estas tres, como a las otras del volumen, las creía perdidas. Llegan en buena hora, como la libertad condicional para el condenado.

Aquí dejo, condicionalmente libres, a Paul Brady cantando Arthur McBride y a Davy Spillane y Donal Lunny haciendo, respectivamente, Midnight Walker y Declan.







No sé si el amable lector llegará a entender mi alegría.


Yo, sí.

lunes, 4 de octubre de 2010

Cancioneto

Y entonces, Castellani dice que va una Canción y resulta que es un soneto hecho y derecho.

Y, para colmo, de lo mejor que hay en los agregados líricos de esa segunda edición de Las Muertes del Padre Metri, que estaba viendo.


Canción del cansancio de vivir
Alma, un poquito más. Esta subida
sube un instante, y dejará de serlo.
Después hay otra. Sí. ¿Por qué temerlo?
Así, pobre alma mía ensombrecida.

Así, pobre alma débil, es la vida.
¡No te puedes quejar de no saberlo!
¡Tiempo no te faltó de conocerlo,
con tanto golpe y tanta sacudida!

Pues la filosofía y sus razones
calmar intentan tu dolor en vano,
y el que dan los amigos corazones

es consuelo falaz; al fin, humano.
Y vas cieguita y dando tropezones,
sin que nadie te lleve de la mano...

Futuro perfecto (XVI)

Y revolviendo un poco más, me lo encontré a Jaime Dávalos diciendo sus versos y cantando.

Y me parece que tengo que mandar al futuro perfecto lo que, oyéndolo otra vez después de tanto, me pareció ahora que estaba mejor dicho.

Aquí quedan entonces, mientras queden, los versos de Dávalos para la Vidala del nombrador, La nochera, Las golondrinas, El jangadero y los que llamó Temor del simado, en ese orden.









Futuro perfecto (XV)

Felizmente, y revolviendo un poco, encontré algunas músicas más de Cecilia Bartoli que, efectivamente, son de las cosas que uno querría conservar en cualquier futuro perfecto.

Por ejemplo, aquella melodía anónima que decía entonces, hace unos años, o la belleza leve de una cuarteta de Caldara, que la acompaña sin pesar.





O esta versión de Antonio Cesti .

domingo, 3 de octubre de 2010

Domingo

Más de la mitad de mi vida la he pasado sin mi padre.

Hoy, por ejemplo, debería recordar que hace una punta de años soy huérfano.

Pero.

Creo que, si me dejaran pedir cosas difíciles, le pediría a Dios que mis hijos pudieran sentir, con el tiempo, la silenciosa y nítida mano de su padre en su vida, como siento la mano del mío en tantas cosas, y en casi todas las cosas de mi vida.

Al cabo, es para mí una alegría humana –tan humana como la nostalgia– haber tenido un padre sin estridencias, un padre como una garúa tenue y caladora; como minimalista en su paternidad, como si hubiera pasado de intento sin querer dejar rastros y huellas estridentes.

Pero, y a lo largo del ya largo camino del tiempo, también me es feliz saber de cierto que no quiere uno ir por otra vereda que la que él pareciera casi no haber querido trazar.

Porque su yugo fue suave.

Y, si me dejaran pedir, aunque esto ya es muy mucho más difícil, pediría para mí siquiera algo de lo que puedo decir de él: fue un hombre bueno y sabio.

Dios me lo guarde.

sábado, 2 de octubre de 2010

Aspirante

También está en la segunda edición de Las muertes del Padre Metri. No la vi en otra parte, pero…, alguien con más memoria que un servidor podrá seguirle la traza.

Si digo que este verso no me gusta y que aquella rima es forzada, no digo nada.

Por eso.

Digo que el poema me gusta por lo que tiene de dinámico y vivo. Un viejo tópico, como la Danza con la Muerte, me parece que viene aquí nervioso, punzante y casi jocoso, sin perder gravedad.

Y para que no sea un discursito piadosón, viene bien también que haya puesto aspirante en el título. Hay que leerlo con cuidado, me parece, para que se entienda lo que supone de pulseada espiritual con el apetito desordenado de martirio, grave mal siempre.

Canción del Aspirante
al martirio


En la mitad de la vida
tan-tan, una campanada:
–¿Quién es? –Soy tu prometida
la Muerte... –¡Oh, pálida Amada!...

¿Tan pronto? ¡No tengo nada!
¡No me gusta de ese modo!
–Ajuar, arras y arracada,
la novia corre con todo.

–Soñé un dios de pedrería,
y salí estatua de lodo…
–¡Entrégate! La hora es mía,
y es el último acomodo.

–Con el Placer, la Alegría
ganar quise negociante.
¡Perdí!... y con la sangre mía
merco el Gozo fulgurante.

–Dios Padre quiera los huamos
de tu limo hacer diamante.
–Madre del Valle, los ramos
mirra y azahar fragante.–

La luna por los retamos
vierte su livor cruel.
Yo y la Muerte nos besamos.
Y la luna era de miel.
Será por algo de lo que decía que esta Canción me sugiere, o por el tono, pero se me vino a la mollera aquella otra Oración de San Bernardo por la castidad, que puso en el Libro de las Oraciones, que como pasa a menudo con Castellani, encara para soneto y termina… como quiere. O como puede.

O jocunda virginitas, quanta
mihi dedisti quando me occidisti.


Primavera de fresas y cerezos
y azul mirado en arboral trasluz,
humus vital que cambio por los tiesos
sílex del monte en que murió Jesús.

Los cálidos jugosos embelesos
humanos, cambio por granito y luz
del sol, los duros devorantes besos
dame, y antojos de morir en cruz.

Señor, de tus dulzuras
no sé; si existen, dalas a las puras
monjitas y leprosos, dame a mí…

en cumbres rudas de nevado campo
del acero el honor, del arma el lampo,
la gloria antigua de morir en campo
y de morir, si puede ser, por Ti.


viernes, 1 de octubre de 2010

Futuro perfecto (XIV)

No vaya a creer que falta tanto.

Me parece que, con un poco más de esfuerzo, el futuro perfecto puede quedar listo en cualquier momento.

Paciencia, entonces.

Y para eso, tal vez, unos tanguitos no vengan nada mal.



Futuro perfecto (XIII)

Como decía, Lope de Vega hizo esta suerte de villancico y Amancio Prada le puso esta música.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Canción de silencio

En la cordillera, tuve algo de tiempo para unas charlas que se me hicieron de lo más sabrosas. Muchas fueron a propósito de viejos asuntos urgentes. Como el de la belleza, por ejemplo.

También se coló Leonardo Castellani en las pláticas y cosas de decir que hubo en esos días. Hubo que levantar una vez más la bandera de su poesía maltrecha, pese al diktat del insigne tucumano que, estoy seguro, me amonestaba cordialmente desde el cielo de los poetas, negándole la entrada en verso..., porque en prosa dice el tucumano que es buen poeta.

Ya en la pampa, me quedé repasando algunas páginas del buen cura, para hacerle toda la justicia perfecta que un mortal podría hacer. Volví a leer su poesía y otras líneas.

¡Qué cosa difícil es! ¡Cómo no se deja enlazar el hombre! Uno quiere hacer el bien y él dale que sí y dale que no, y se resiste y contradice y, al fin, lo que es más desalentador, parece empeñado en darle la razón al insigne...

Pero me pasó que encontré unos versos que había olvidado por completo.

Hace varios años, conseguí la segunda edición de Las muertes del Padre Metri. Es de 1942 la primera y se llamaba Las 9 muertes del Padre Metri. Ésta que tengo entre manos es la de 1952 (hay una tercera de 1978) y tiene una cantidad de agregados. Calculo, por los tópicos de algunos textos, que volcó allí lo que destiló en los años que van de la primera a la segunda y que son los más duros de su vida. En poemas agregados, por caso.

Allí estaban entonces estas décimas.

ver

Canción de silencio (*)

Mi mal tomó condición
de desesperado asedio:
si lo callo, no hay remedio;
si lo cuento, no hay perdón.
A callar, pues, corazón,
y que la fe lo digiera,
pues la pena echada fuera
se pudre, y echada al centro,
limpia el corazón adentro
como una fiera salmuera.

Sé generoso de todo,
menos del propio dolor;
Déso hay que ser guardador
y avaro en supremo modo.
Movido, se vuelve lodo;
quieto, se vuelve argentino.
Es tu tesoro divino,
que nadie puede robar,
pues cuando está quieto el mar,
lo visten de azul marino.

Te has quejado demasiado
y a muchos; y tu castigo
ha sido el tedioso amigo
y el consolador frustrado.
¡Ay, tengo sed!... y te han dado
vinagre, y jamás dan más.
El vino sólo obtendrás
de Dios, cuando Dios te encuentre
solo, y digiera tu vientre
las dos onzas de aguarrás.

Antes de ser aceptada,
la muerte es muerte, después
no sé lo que pasa; no es
ya muerte, es vida pasada.
Todo lo pasado es nada;
la sangre es nuevo bautismo.
Si te parece un abismo
tu mal, no lo dejes que hable:
del dolor, lo insoportable
es lo que pone uno mismo.

Dolor que ya reverencio,
envuélveme como una
tumba que fuera una cuna
en sudario de silencio.
Que me valga San Crescencio,
santo de mi natalicio.
Yo ordenaré mi estropicio
como un buen rompecabezas:
he visto brotar cerezas
de un montón de desperdicio.

Y si tienes que dejar
l’última esperanza a un lado,
es fácil morir callado
cuando es inútil hablar…
Es más fácil expresar
el sér en un comedido
gesto de león herido
que se tumba con desdén,
que andar a explicarse a quien
nos odia y nos ha perdido.


Y claro: lo de siempre.

Hay momentos difíciles de salvar y otros condensados y felices que, admito, no son ni todos ni la mayoría. Pero suele ser que cubren la nube de sus faltas líricas la potencia de lo que dice y el acierto de síntesis, urdido más allá de la técnica, por cierto.

Si fuera que Dios le diera más acierto en la herramienta...



_______________
(*) En la edición de 1978, el título es Canción del silencio. Si fue él quien lo cambió, no hizo bien, me parece: es mejor el viejo.

Actualizo la entrada porque, siempre atento y de memoria envidiable, Hernán me apunta que con el nombre algo mejor de Las décimas del silencio, la canción está en El Libro de las oraciones, página 393. Es cierto que para entonces, Castellani le había cambiado el final y no creo que para mejor:

Y si tienes que dejar
la última esperanza a un lado
es fácil morir callado
cuando es inútil hablar…
Es más fácil expresar
su ser en un comedido
gesto de león herido
que se tumba con desdén
que andar y explicarse a quien
nos odia y nos ha... fundido.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

No más, nomás

...tejedor de humo, desde mi niñez…

Adán Buenosayres, V, III



No más, nomás le dice Adán un día
al alma que ha tejido al literato
que teje penas, trama la alegría
con hebras de palabras, insensato.
No más, nomás repite y le porfía
Adán al alma que llamó a recato.
Y deja todo y busca en otra vía
un Guía sin doblez y sin ornato.
No más alivio falso a falsa pena.
No más vida sin vida que fenece.
No más el corazón en lo que falla.
No más, nomás suspira y se serena.
No más, nomás lo piensa y amanece.
No más, nomás lo dice y todo calla.


lunes, 27 de septiembre de 2010

Futuro perfecto (XII)

Andando por la provincia de Buenos Aires, en aquel invierno, recuerdo bien haber oído una milonga de Omar Moreno Palacios, que sonaba sin sonar.

Futuro perfecto (XI)

Hablaba por aquella época de un disco que habían grabado en una presentación de Atahualpa Yupanqui.

Y de la glosa a La Humilde, chacarera de Cachilo Díaz, glosa que vale lo que la música, diría.



Y de las zambas del viento que menta allí Yupanqui, porque no se les conoce el autor o son demasiados. Como ésta.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Futuro perfecto (X)

No es la versión que cité, y ahora se me figura que hace milenios. Pero se le parece mucho.



Es bastante vieja, por lo que vi. Tal vez la cante aquí Bobby Clancy, joven, claro.

Es verdad que, quien haya sido el intérprete, no dijo al final I rest..., como en aquella versión decía el Chieftain.

Pero no le hace.

Si vamos al caso, ¿quién podría decirlo así como así, hoy por hoy?


¿I rest...?

No, mi amigo: no se haga ilusiones.

Eso será cuando sea, que no es ahora.

Nada de la última copa: cuando sea la del estribo, ya se dará cuenta.

Y yo también.

Nada termina antes de que termine, se lo garanto.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Futuro perfecto (IX)

Conviene oír a la Bartoli, en aquella joya de Antonio Vivaldi, que mencioné alguna vez.



Había más cosas allí y en otros lugares de esta bitácora sobre ella, tal vez las encuentre y pueda traerlas, porque son de las que uno quiere conservar. Cosas del futuro perfecto, con suerte.

Algunas, veo, ya no están a la mano. O desaparecieron de la cueva o tal vez las he perdido o prestado, sin acordarme ahora a quién, algo habitual (de ida y de vuelta, no se crea...)

Ahora, mientras con una mano preparo unos papeles para llevar a la cordillera y con otra termino de corregir unos trabajuchos de clases, con la otra revuelvo cajas de discos y archivos y con la otra le sigo el rastro a un ensayo de C. S. Lewis. Porque en algún lugar le he oído decir algo acerca del efecto lacerante y desgastante para el espíritu de la repetición y de la posibilidad de la repetición mecánica. Y hablaba también de la música.

Pero, aunque pudiera tener cuatro manos, apenas tiene uno media cabeza. Y no se puede todo.

Hay millaje por delante para pensar en eso.

Futuro Perfecto (VIII)

Como digo, de todo se puede elegir algo.

De la cosecha 1956, por ejemplo.

Esta Última curda vale porque viene con Piazzola incorporado.




Pero, si es un sermón de vino..., tiene que ser ésta.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Futuro perfecto (VII)

No, señor: no es a todo o nada.

Si no puede ser todo, al menos, y por ahora, vale la pena una parte.

Y la que más me guste, y como más me guste.

¿Por qué no?


Futuro perfecto (VI)

¡Eso habrían de envidiarle
los otros, si lo supieran!

Y es verdad lo que dice la copla.

Entonces, es cosa de oír.


Futuro perfecto (V)

Acá llega en tropel un contingente hispánico y le doy paso, qué otra cosa se puede hacer.

Son el hijo de Cádiz, Camarón de la Isla, otra vez el gallego Amancio Prada con aquel soneto de Luis López Álvarez y la elegante catalana Marina Rossell.







miércoles, 22 de septiembre de 2010

Futuro perfecto (IV)

Nada es tan perfecto como uno querría.

Por ejemplo.

Para poder oír una buena versión de este tango tan bisogno de Homero Manzi, algo hay que resignar.

Pero creo que, con todo y eso, este tango se canta así, como lo canta ya casi al final de sus días Roberto Goyeneche.

Futuro Perfecto (III)

Es cierto que dije que Gardel y esas guitarras tienen algo que no tienen otros, pero, pasados los años, me cae muy bien la versión de Edmundo Rivero de este tango terrible.



Mauseolo

Discretamente furiosa, se me alzó en armas doña María de Zayas.

Por cierto que uno anda en cosas de aquí para allá, con un pie en el estribo y otro en el aire y sin tiempo para atender la ventanilla de reclamos de proveedores.

Pero una dama es una dama. Así que nada de despacharla así nomás.

Viene entonces y me reprocha con acritud: que ella no escribió eso, que ella escribió mauseolo que sí rima con Apolo, y que era verba usada entonces y que otros además de ella la usaron, y que después de todo es admitida por la Academia, y eso en mis días que no en los suyos, porque la señora Academia es más joven que la señora de Zayas, para que lo vaya usted sabiendo, cosa que ella, la señora de Zayas, tiene a grande honra, pese a ser mujer, tan pintiparada y coqueta como se la ve. Y me dice que me la tome con los eruditos que citan mal las fuentes o con los copistas que copian mal las copias o con quien me diere en gana: mas no con ella. Y me manda que en desagravio copie aquí la misma estrofa y ponga mauseolo en vez de mausoleo, que es como debe ser.

Y, verá usted, con buen talante y firmeza, le he dicho que no, que después de todo debe uno hacerse respetar, qué tanto. Y que si escribió mauseolo y no mausoleo bien está y así se quede, como si dijera que la estrofa suya de ella decía cuando la pergeñó:
Si mi llanto a mi pluma no estorbara
¡oh, Fénix de la Patria!, ¡oh, nuevo Apolo!,
de mi lira te hiciera un mauseolo,
que tu inmortalidad aposentara.
Y le he dicho además sin titubear que si los eruditos copiaron mal, mal está, y que ellos se las arreglen y pidan perdón donde estuvieren ahora, por atender mal su oficio. Y le he dejado claro asaz que en la falla de los copistas y eruditos nada hay que manche su honra lírica, que no está ni estuvo jamás en discusión.

Mientras tanto, y por debajo de un pañuelito primorosamente bordado que había junto a su copa, con un vino de Rioja que ella bebía con una severidad exquisita, le deslicé unas rimas que escribía mientras hablaba, para cuando se le pase el furor, que no fue poco aunque bien disimulado, y que dicen:

No disputes con mujer
que siempre armará jaleo
y tendrás las de perder.

Y menos disputes sólo
por esa voz mausoleo
que dizque fue mauseolo.

Hazla sentir bienvenida
y que no quiera guerrear.
Sólo dile: sí, querida...




Mausolo


Si mi llanto a mi pluma no estorbara
¡oh, Fénix de la Patria!, ¡oh, nuevo Apolo!,
de mi lira te hiciera un mausoleo,
que tu inmortalidad aposentara.

Así vemos que dice -y también en más de una edición (y alguna es edición crítica y erudita)-, el soneto de María de Zayas que puse días atrás.

No seré yo quien vaya a disputarle a esta señora su lira, eso sí que no...

Pero que no rima, no rima; y digan que es licencia, si quieren, pero no digan que es rima.

Salvo que.

Mausoleo es el nombre que por antonomasia se le da a las tumbas y cenotafios. Con el tiempo, viene a ser una de las llamadas siete maravillas del mundo. Y eso por el que está en Halicarnaso, capital del reino de Caria, del cual reino era sátrapa Mausolo, bajo el gobierno del rey persa Artajerjes II, allá por el siglo IV antes de Cristo.

Fue Artimisia, su hermana y esposa (así como se lo digo...), quien por amor a él mandó a construir a su muerte ese monumento funerario que, por el nombre de su inquilino Mausolo, pasó a llamarse, precisamente mausoleo.

Detalles al margen: entonces sí, doña María.

Porque si por mausoleo debería yo entender mausolo, en una sinécdoque abarrocada, rara y extravagante, aunque queda forzadillo el ritmo del endecasílabo, creo que se lo dejo pasar.

Si no, nones.

Usted verá cómo lo resuelve, doña...

Una copla




Y aquí se acaban las coplas,
de la última a la primera.
Coplas que siembra el invierno
y dan flor en primavera.






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Esta y otras Coplas fueron editadas digitalmente por su autor, un servidor, en el año 2013 y están a disposición de los lectores interesados.


martes, 21 de septiembre de 2010

Tres coplas

Pobrecito don maicito,
también tiene su desdicha,
lo llevan para el molino
lo muelen y lo hacen chicha.



Copla popular




No cura penas el vino,
las adormece.
Se duerme machado el hombre.
La pena crece.

* * *

Del sol vienen esos rayos
que nos dan luz y calor;
y de la uva este vino
que me alegra el corazón.

* * *

- Fresca y graciosa esa boca,
como agüita pa’ beber...
- ¡Qué pena me da, mocito...!:
Se va a quedar con la sed...






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Futuro perfecto (II)

Ya estaba la letra de esta historia alpina de la regina y el capitano.

Y, como corresponde a los antiguos usos de esta bitácora, faltaba la música.




Ahora (y mientras la música no falte...) la música no falta.

Dos coplas

Con el número dos nace la pena.

Leopoldo Marechal



Una copla anda pidiendo
que alguien la quiera cantar.
Una copla no hace daño,
si es una copla nomás.

Pero otra copla ha venido
diciendo que es copla buena.
Yo sé que una copla es gozo
y sé que dos se hacen pena.




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Cuatro coplas

Pa' las cuestas arriba
quiero a mi mulo;
que las cuestas abajo...
yo me las subo.



Copla popular



Cuando al mundo llega el hombre
lo saluda con un llanto.
¿Será que este mundo es triste?
¿O no será para tanto?

* * *

Aunque cerrada, la noche
se hace luz al aclarar.
No ha de haber suerte tan negra
que no se llegue a blanquear.

* * *

Pa' cuando llega el verano
el piquillín ya está oscuro,
y por más que tenga espinas
está sabroso y maduro.

* * *

Hay que ser como aceituna
cuando llega el sufrimiento:
se machuca por afuera
y lo duro sigue adentro.





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Futuro perfecto

Me va pareciendo que, como siga encontrándome con huecos en la bitácora, más tarde o más temprano va a quedar tersa.

Lo menos simpático de este asunto, diría yo, es que mire las fechas y, de buenas a primeras, caiga en la cuenta de cuánto tiempo hace ya que anda uno fatigando a los lectores pacientes con esto y aquello.

En este caso de ahora, dejé aquí no hace mucho la música que Amancio Prada le había puesto a unos versos del segrer gallego Bernal de Bonaval.

Pero resulta que, en el descuido, deje sin voz a Prada cantando los versos de don Juan del Encina que allá mismo había puesto.

Y eso no está bien.




Tal vez, el día que parezca tersa y sin huecos (¿será eso así alguna vez…?) vendrá el tiempo de finir.

Mientras tanto, como hoy ya es aquel mañana, y se ve que por entonces dejé para mañana lo de aquel hoy, habrá que apechugar y hacer lo que no se hizo.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Una de dos (II)

Muy alabada en sus días del siglo XVII, y con vida que se pierde en el misterio, sin embargo, allí está María de Zayas Sotomayor, que navega sola en el tomazo de los imperiales y con un solo soneto, que ni título le han puesto, supongo que por errata.

A la muerte de Lope de Vega, en 1635, esta mujer tan talentosa como llena de un fuego avasallador y agridulce (como su homenajeado Lope, digámoslo…), le escribió este Epigrama:
Si mi llanto a mi pluma no estorbara
¡oh, Fénix de la Patria!, ¡oh, nuevo Apolo!,
de mi lira te hiciera un mausoleo,
que tu inmortalidad aposentara.
Mejor que yo ninguno te alabara,
que como tú del uno al otro polo
el único naciste, el sol y el sólo,
sólo mi amor por solo te igualara.
¿Mas, cómo cantaré cuando te lloro
sin esperanza de ningún consuelo
o ya ternura sea, o ya decoro?:
pues pierden hoy, porque te gane el cielo,
Mantua su prenda, España su tesoro,
su Dios las Musas y su vega el suelo.
Diga lo que quiera. Pero no diga que no es una mujer la que escribió este soneto. Y esa mujer.

Un segundo asunto fueron los versos de Gabriel Bocángel y Unzueta, quien aporta a los imperiales al menos dos sonetos sobre un mismo tema, de los cuales tomo uno que se me hace de mejor factura, en lo que coinciden otros mejores que yo o de veras peritos.

El asunto es raro y bien curioso, como se le ve la traza en el título.

Y está además el ademán imperdible, tan hispánico, de saludar el gesto, claro que sí:
A un soldado de quien se refiere que,
matándole en un hecho de armas,
se quedó un rato de pie después de muerto


Tu obstinado cadáver nos advierte
que hay vida muerta, pero no vencida,
pues sólo tu valor, sólo en tu vida,
algo miró después de sí la muerte.
Fuerte es la Parca, pero tú más fuerte;
no se debió a su golpe tu caída;
tú contra ti la ayudas ya rendida,
que ¿quién pudiera sino tú, vencerte?
tú dividiste el trance indivisible
de morir y postrarte tan altivo,
que en el daño común no hallas ejemplo.
¿Cuánto más que inmortal y que invencible
contemplaré que fuiste cuando vivo,
si el cadáver intrépido contemplo?
Pues, estamos de acuerdo: bien por él.

Pero.

No me iré del tomazo si no me acompaña hasta la puerta Francisco de Quevedo. Y que sea con esta...
Advertencia a España de que así como se ha hecho
señora de muchos, así será de tantos enemigos
envidiada y perseguida, y necesita de continua
prevención por esta causa


Un godo, que una cueva en la montaña
guardó, pudo cobrar las dos Castillas:
del Betis y Genil las dos orillas,
los herederos de tan grande hazaña.
A Navarra te dio justicia y maña,
y un casamiento, en Aragón, las sillas
con que a Sicilia y Nápoles humillas,
a quien Milán espléndida acompaña.
Muerte infeliz en Portugal arbola
tus castillos. Colón pasó los godos
al ignorado cerco de esta bola,
y es más fácil, ¡oh, España!, en muchos modos,
que lo que a todos les quitaste sola,
te puedan a ti sola quitar todos.



Una de dos

Las lecturas de los imperiales se me van terminando.

La cosecha no irá a los trojes, me parece: son algunas pocas cosas para ir comiendo en breve. Lástima: siendo lo que son 800 páginas de versos...

Dos o tres sonetos, si acaso, porque alguna que otra cosa me parece que vale la pena de ellos.

Me quedan, claro, aquellos prólogos que decía de Rosales y Vivanco.

Y hay también una Selva militar y política del conde Bernardino de Rebolledo, por años embajador que fuera de Felipe IV en Dinamarca, donde dicen que escribió casi toda su obra, conceptista a lo Quevedo; parece prometer. En cuatro partes en verso, va tratando de los ángeles a la política, en sentencias que suenan con miga. Veremos.

Pero no por ahora, que hay mucho que hacer y mucho que no hacer, y no está este eón del mundo para zonceras de muchas líricas, qué tanto...

Total que, al final del tomazo, por fin, un para mí desconocido –y se lo ve bien barroco- Francisco de la Torre Setil aparece componiendo entre otras cosas dos como décimas octosílabas.

La una tiene gracia y está bien dicha.
A Cristo y a la Cruz

Son Cristo y Cruz que consuela,
él la víctima, ella el voto;
ella nave y él piloto;
ella el árbol y él la vela;
él los cortes, ella tela;
ella la vara, él la flor;
ella el cayado, él pastor;
ella el cetro, él noble rey;
ella la tabla, él la ley,
ella flecha, y él amor.
La otra tiene una arista por allí que habría que ver (no porque sea nueva, claro...), y es cuando compara el oficio del teólogo al del político. Dicho sea de paso, no dice nada que no haya dicho Michael Al Pacino Corleone en El Padrino, parte tercera: "...que nadie sepa jamás lo que estás pensando...":
Mal su ciencia desempeña...

Mal su ciencia desempeña
el teólogo profundo
que debe ser luz del mundo
si enseñando, no se enseña;
y al revés, no ha de dar seña
jamás de su oculto intento
el que es político atento:
que en las máquinas que obra
le derribará la obra
quien le toque el pensamiento.



Soneto neto

No todo es del todo fatiga en la lectura de los heroicos imperiales.

No todo, pero la mayor parte, déjeme decirle; y no se amosque, muchacho: que versos son versos y poesía es otra cosa.

Y de tanto en vez, muy de tanto en vez, un refrigerio.

No es tan raro en este caso.

Porque empieza bien el hombre que tiene por nombre un endecasílabo: Cosme Gómez Tejada de los Reyes, que hasta ganas le dan a uno de aprovecharlo en una rima...
Tu nombre se destaca entre los bueyes,
Cosme Gómez Tejada de los Reyes.

Autor de prosas más que de líricas, hombre de la primera mitad del siglo XVII, enemigo acre de los culteranos, parece ser que fue un conceptista exquisito y erudito.

Aquí se lo ve ingenioso, diría yo, aunque no falto de cierta gravedad sentenciosa y contenida. Y apenas distraído en su artificio de rimas, que es lo que tiene de gracioso este soneto, a mi sabor.
¡Oh vana, oh loca, oh atrevida vida
del hombre ciego que en prestado estado
vive muriendo desterrado, errado,
su gloria luego que es venida, ida!;
el alma noble aunque oprimida mida
con sus obras aquel sagrado grado,
que hará dichoso el desdichado hado,
y a Dios, que su impiedad no impida, pida:
Si al que navega tan estrecho trecho,
mar, cuyo viento desengaña, engaña,
y juzga que su puerto es tierra, yerra:
Pague a la muerte sin despecho pecho,
que nunca al justo su guadaña daña,
pues quien del Cielo le destierra es tierra.



D'ä mæ riva

Doble el olvido.

Nunca puse la traducción... Al italiano, claro. Ni puse algo del genovés. Y era una promesa.


ver
Dalla mia riva

Dalla mia riva
solo il tuo fazzoletto chiaro.
Dalla mia riva...
Nella mia vita
il tuo sorriso amaro.
Nella mia vita.

Mi perdonerai il magone
ma ti penso contro il sole
e so bene stai guardando il mare
un po' più largo del dolore

E son qui affacciato
a questo baule da marinaio;
e son qui a guardare
tre camicie di velluto,
due coperte e il mandolino,
e un calamaio di legno duro,
e in una berretta nera
la tua foto da ragazza
per poter baciare ancora Genova
sulla tua bocca in naftalina.


Ahora, sí.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Seis coplas

Pa’ la muerte no hay remedio
ni menos pa’ la vejez;
pa’ l’ amor no digo nada...
Pudiera ser que tal vez...


Copla popular



Andan diciendo en el pago
que una moza enamorada
puso una cinta en mi puerta.
Pero yo no he visto nada.

* * *

Misterios tiene la vida,
misterios hay en el mundo;
pero misterio tan grande
como el amor, no hay ninguno.

* * *

Ay, florcita de romero
te dije un día
que no le digas a nadie
que la quería.

* * *

Puede el hombre muchas cosas
pero una sólo Dios:
crear por amor dos seres
y hacer uno de los dos.

* * *

Al pie de una sierra vive
la dueña de un corazón:
voy a ver si no es el mío,
que lo he perdío.

* * *

Hice promesa a una moza:
que de amor me iba a morir.
¡Qué triste andará la prenda
si se la llego a cumplir!






http://es.scribd.com/doc/119022688/Coplas

Estas Coplas fueron editadas digitalmente por su autor, un servidor, en el año 2013 y están a disposición de los lectores interesados.


sábado, 18 de septiembre de 2010

Bastardo



Ésta es la Fantasía número 10 de Alonso Mudarra, obra ya muy socorrida que el español compuso antes de 1546, que es cuando la publicó en un famoso libro para vihuela. Se llama en realidad Fantasía que contrahaze el arpa en la manera de Ludovico.

¿Y qué hace aquí?

Un homenaje sencillo a mi señor Don Juan; porque sí, porque siempre lo merece y porque, después de todo, la Fantasía y él nacieron juntos.

Y todo gracias a que, en estos días, van y vienen libros de toda suerte de gentes que por una razón u otra tienen que desprenderse dellos. Y un servidor aprovecha, claro que sí.

Muy variadas son las cosas que consigo y algunas me resultan bien raras.

Así, al atardecer de hoy día, después de la fatiga y mordiendo mis manos el polvo de la ricerca, abrí un tomazo que me traje de una de las últimas partidas de caza: Poesía Heroica del Imperio. Una antología de 1943 (el tomo II, en realidad) que viene con unos prólogos de Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco, unas 70 páginas enormes, que me reservo para leer paladeando cuando me sea propicio el tiempo y la vista, que no es hoy, ni por ahora.

Pero no vaya a creer que mi natural se solaza en esas cosas.

De veras que a veces pienso: ¿quién quiere tanto un imperio si el cosmos le pertenece?

Y por más que Don Juan es un ejemplo elegante de eso mismo, en seguida mudo de línea y enmudezco, porque sé que, pese a su enormidad, el argumento dizque minimalista de fondo que eso supone, le deja escozor en la piel a más de uno. Y no tengo ganas de andar molestando con esas cosas a los buenos parroquianos, aunque piense -como pienso- que el escándalo en esos casos corre por cuenta del que tropieza.

Con algo de culposa displicencia y bastante curiosidad, le entro al tomo heroico. Por momentos la empresa lírica se vuelve épica, veramente. Y no importan las firmas impresionantes de aquellos siglos del siglo de oro que hay al pie de las versadas.

Lo dicho: no es mi natural.

Hasta que.

¿Le habrán dedicado unas rigas a mi buen Don Juan?, me pregunto.

Y busco. Y encuentro al menos uno: este soneto de Lope de Vega que mi ignorancia no conocía y debería conocer.
A Don Juan de Austria
Nací en la Alta Alemania, al mundo espanto,
gloria a Felipe, a Carlos esperanza;
viví en España, humilde entre labranza,
que rayo de tal sol encubrió tanto.
Para bañar al moro en sangre y llanto
tomé en Granada la primera lanza,
y en cuanto la memoria humana alcanza,
la victoria mayor gané en Lepanto.
Rompí a Túnez; vencí, volviendo a Flandes,
mil guerras, mil rebeldes, mil engaños,
y tuve de ser mártir santo celo.
No quise a Irlanda con promesas grandes;
muero en Brujas, viví treinta y tres años,
fui César de la Fe, triunfé en el Cielo.


Y que sea el bastardo más glorioso de la imperial España gloriosa de aquellos siglos gloriosos.

Y que la gloria de aquellos siglos sea para un bastardo...

¡Ah, señor Don Juan!

¿Lo sabrían? ¿Lo habrán sabido? ¿Habrán aprendido algo de eso?





viernes, 17 de septiembre de 2010

Cinco coplas

¿Qué querís que te traiga
de la otra banda?
Una paloma negra
con alas blancas.


Copla popular



Mañana, dice, mañana...
el que no quiere querer.
Y nunca le llega el tiempo
y hoy y mañana es ayer.

* * *

Palomita blanca
del peregrino,
llevale una copla
para el camino.

* * *

Imita el canto de todos
la calandria cantadora.
Llora unas penas ajenas
y sin amor se enamora.

* * *

Palomita negra
que vas al vuelo,
llevate mi copla
para tu cielo.

* * *

Que suene dulce tu canto
como el dolor del zorzal.
El crespín llora cantando,
es la forma de llorar.




http://es.scribd.com/doc/119022688/Coplas

Estas Coplas fueron editadas digitalmente por su autor, un servidor, en el año 2013 y están a disposición de los lectores interesados.