lunes, 30 de enero de 2023

Cita de amor




Élida, mi madre, tiene 93 años. Mingo, mi padre, si todavía caminara por este valle, tendría 101.

Hace 42 años que no se ven. 

Ella, hace 42 años que anda queriendo verlo. 

Él, la espera hace 42 años.

Se citaron en el Cielo. 

Una cita que nadie más que los que de veras se aman con buen amor pueden prometerse.

Dice Gonzalo –buen médico, buena persona, buen cristiano– que, Dios queriendo (y ha de querer), pronto se verán. 

Cuestión de días, si acaso.

Élida estará feliz. 

Mingo no quiero ni pensar cuánto. 



Elegía C


Otras mujeres vienen a buscarme;
me ofrecen vino, duros girasoles,
vientres de menta, músculos de harina,
bocas de fiebre púrpura. Se acercan
como resortes blancos, como flejes
de acero perfumado. Son hermosas.
Tienen los ojos niquelados. Visten
géneros nuevos; hablan con voz curva
y queman cigarrillos africanos
fundando un ecuador de luz caliente,
haciendo que las cosas resplandezcan
entre vagos vapores y gomeros.
Vienen otras mujeres. Sus corpiños
son de pulpa agresiva. De sus piernas
desciende un bosque medular, compacto;
sus manos se conjugan en el aire;
ocultan en el sexo rojos tigres,
acróbatas de aliento estremecido.
Y ríen ondulando entre mis huesos,
al pie de mi garganta, en las arrugas
que me talló un ciprés, siendo muchacho.
Quieren que me divierta seriamente,
que me acueste detrás de la tristeza,
que me desnude arriba de los muertos;
que me escape de pronto a cualquier parte
despeñándome al lado de sus muslos,
en torno a sus cinturas de magnolia;
que les amarre el oro de la nuca
con mis dientes de lobo encanecido.
Quieren que me separe de tu sombra,
que me vaya de ti; que te destruya
como a un enebro en medio de la zarza.
No pueden concebir mi disciplina;
no entienden mi lugar. Soy el poeta,
el hombre de pupilas forestales,
el cavador de peces, el sombrío
curtidor de crepúsculos, el hosco
cantor de tu memoria. Vienen, vienen
sobre zapatos de metal astuto,
cautelosas de amor. Por sus collares
corren formas eléctricas, sonidos,
compromisos ocultos, reprimidas
escobas de ansiedad. Vienen a verme.
Me tocan con hirvientes abanicos,
hacen pausas de piel, me compran nubes,
pantalones de gin. Me ofrecen viajes
donde la muerte no figura nunca,
donde el espacio y la razón se ignoran,
donde no existen hijos, donde nada
ha sido consignado. Las escucho
a estas mujeres breves. Y las dejo
para quedarme cerca de tu hiedra
que Aldebarán conserva inalterable.

Roberto Themis Speroni



domingo, 29 de enero de 2023

Traspasaré tu cárcel emboscada


Traspasaré tu cárcel emboscada.
Desgarraré la piel de tu vestido.
Derramaré tu cántaro escondido
en los pliegues rebeldes de tu almohada.
Te encontraré en tu hoguera más cerrada.
Arrojaré la paz de mi latido,
y agrandaré mi vértigo prendido
con la tea rapaz de tu mirada.
Será constelación de bestia en celo
bajo el cordaje hirviente que en tu pelo
revolcará galopes colosales.
Y arrasaremos sábanas de arenas,
pampas de calenturas en cadenas
cuando bramen de amor tus manantiales.

Eduardo Carroll

(de Bocetos de pasión y pampa, 1.)


viernes, 27 de enero de 2023

Dos heridas


Encuentro

Estuvimos paseando a través de los campos
en un vagón al amanecer.
Una herida rosa roja en la oscuridad.

Y de pronto una liebre atravesó la carretera.
Uno de nosotros la señaló con la mano.
Eso fue hace tiempos. Hoy ninguno de ellos está vivo,
Ni la liebre, ni el hombre que hizo el ademán.

¿Oh, amor mío, dónde están ellos, a dónde han ido?
El destello de una mano, la línea de un movimiento,
el susurro de los guijarros.
Pregunto no con tristeza, sino con asombro.


Dedicatoria

Vosotros, a quienes no pude salvar,
escuchadme.
Intentad entender estas simples palabras, ya que de otras me avergonzaría.
Os juro que en ellas no hay hechicería.
Os hablo en silencio como una nube, como un árbol.

Aquello que me fortaleció a mí, para vosotros fue mortal.
Confundisteis el adiós a una época, con el advenimiento de una nueva
-Odio confabulado de belleza lírica.
Fuerza ciega de forma completa.

He aquí un valle polaco de ríos anémicos. Y un inmenso puente
perdiéndose en la niebla. He aquí una ciudad vencida,
y el viento arroja alaridos de gaviotas sobre vuestra tumba
mientras os hablo.

¿Qué clase de poesía es aquella que no salva
naciones o pueblos?
Una conspiración de mentiras oficiales.
Una tonadilla de borrachos cuyas gargantas serán cortadas de inmediato,
una conferencia para señoritas.
He deseado la buena poesía sin saberlo,
he descubierto, ya tarde, su saludable objetivo.
En ella, y sólo en ella, encuentro salvación.

Se solía esparcir mijo o alpiste sobre las tumbas
para alimentar a los muertos que volvían disfrazados de pájaros.
Aquí os dejo este libro, vosotros quienes alguna vez vivisteis,

para que nunca más volváis. 

Czesław Miłosz



jueves, 26 de enero de 2023

Sabes tanto de mí


Sabes tanto de mí, que yo mismo quisiera
repetir con tus labios mi propia poesía,
elegir un pasaje de mi vida primera:
un cometa en la playa, peinado por Sofía.

No tengo que esperar ni que decirte espera
a ver en la memoria de la melancolía,
los pinares de Ibiza, la escondida trinchera,
el lento amanecer sin que llegara el día.

Y luego amor, y luego, ver que la vida avanza
plena de abiertos años y plena de colores,
sin final, no cerrada al sol por ningún muro.

Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza,
que los años en mí no son hojas, son flores,
que nunca soy pasado, sino siempre futuro.

Rafael Alberti 



miércoles, 25 de enero de 2023

Amor eterno


Deja caer las rosas y los días
una vez más, segura de mi huerto.
Aún hay rosas en él, y ellas, por cierto,
mejor perfuman cuando son tardías.

Al deshojarse en tus melancolías,
cuando parezca más desnudo y yerto,
ha de guardarse bajo su oro muerto
las violetas más nobles y sombrías.

No temas al otoño, si ha venido.
Aunque caiga la flor, queda la rama.
La rama queda para hacer el nido.

Y como ahora al florecer se inflama,
leño seco, a tus plantas encendido,
ardientes rosas te echará en la llama.

Leopoldo Lugones



sábado, 21 de enero de 2023

Esfinge

Dice Plotino, comentando esa odisea del alma: “Si es dado mirar las bellezas terrenales, no es útil correr tras ellas, sino aprender que son imágenes, vestigios y sombras (de la Hermosura Primera). Si corriéramos tras las imágenes por tomarlas como realidad, seríamos como aquel hombre (Narciso) que, deseando alcanzar su imagen retratada en el agua, se hundió en ella y pereció”. El alma busca su destino, y en la imagen se pierde. Y el alma debe perderse: tal es, Elbiamante, su vocación gloriosa. Pero no se debe perder en una imagen de su destino, sino en su destino verdadero y final. Por eso la leyenda de Narciso tiene una segunda versión que te daré más adelante y a su hora.

¿Será que las imágenes del mundo nos tienden un lazo maligno? De ningún modo, puesto que ya consideramos la belleza de la criatura como el esplendor de una verdad cuyo dominio implica un bien. Y volverás a preguntarme: ¿qué verdad y qué bien nos propone la criatura? Elbiamor, los maestros antiguos enseñaban que no es dado al hombre conocer en este mundo a la Divinidad, como no sea en enigmas y a través de un velo. Y tal es el saber que nos propone la natura creada, la cual, según dice Jámblico, expresa lo invisible con formas visibles y en modo simbólico. Dionisio enseña que el alma, por su moción directa, se vuelve a las cosas exteriores “y las utiliza como símbolos compuestos y numerosos, a fin de remontarse por ellas a la contemplación de la Unidad”. Y San Pablo afirma de algunos hombres que su incredulidad es inexcusable, puesto que “las cosas de El invisibles se ven desde la creación del mundo, considerándolas por las obras creadas: aún Su virtud eterna y Su divinidad”.

De todo lo cual se infiere que las criaturas nos proponen una meditación amorosa y no un amor. ¿Una meditación amorosa de qué? De las imágenes y símbolos a que fielmente se reducen todas las criaturas, si las miramos en sus caras inteligibles. ¿Y cuál es el objeto de tal meditación? El de ir conociendo lo invisible por lo visible; el de ir atisbando el rostro de la Divinidad a través de las imágenes y símbolos que la revelan y esconden a la vez; el de remontarse a la contemplación de la Unidad creadora y eterna, por la escala de lo múltiple, creado y perecedero. Entenderás ahora, Elbiamor, que las criaturas nos incitan a un comienzo de viaje y no a un final de viaje; y que la Creación nos propone la verdad en enigmas, como la Esfinge que mató Edipo cerca de Tebas. ¿Otro mito? me dirás. Y aleccionador en su fábula, como todos los mitos, porque la Creación es también una esfinge. Ahora bien, la Esfinge, monstruo poliforme, detiene a los viajeros y les plantea un enigma: si los viajeros no lo resuelven, la Esfinge, según el mito, los despedaza y los devora.

Tal hace la Creación: despedaza y devora luego a los andantes que no resuelven su enigma: los despedaza en la multiplicidad de sus amores; y los devora, porque amar es incorporarse a la forma de lo que se ama. Pero el héroe tebano mató a la Esfinge. ¿Cómo? Resolviendo su enigma. ¿Será necesario imitar a Edipo? “A fuerza de amar las cosas creadas—dijo Agustín—, el hombre se hace esclavo de las cosas, y esa esclavitud le impide juzgarlas.” Y con esta cita doy fin a mi descenso. Porque no bien el hombre requiera la vara de los jueces, empezará el ascenso del alma por la belleza.


(Leopoldo Marechal, Descenso y Ascenso del Alma por la Belleza, VI, La Esfinge.)


El texto está tomado de la edición definitiva (1965) que publicó Vórtice en 2016, en una edición valiosa que contiene además otras obras de Marechal referidas a la Belleza, el Arte y el Artífice.



Sláinte!


Mujer, 
ellos brindan con un licor de recuerdos 
y beben, 
en su parting glass...,
el antídoto del olvido o la nostalgia.

Abrazan la partida, amiga mía.

Se abrazan al partir
cuando se parten porque parten.

Nosotros, amiga, Sláinte!

Bebemos al llegarnos,
uno a otro,
una pócima más fuerte,
que destiló el amor
en las manos enlazadas 
y en los labios de la bienvenida.

Sláinte!, mujer, Sláinte!

Nuestra copa
siempre será la primera.

Sláinte!, amiga mía. 

Sláinte!


 

viernes, 20 de enero de 2023

Silencio


Lo espero.
Y lo sé.

Llegará ese día.

No habrá otra voz, sino la tuya.

Nadie más detrás de las paredes 
o los árboles, 
llamándome con una voz muda,
mirándome con ojos ciegos,
invisibles.

Sólo tu mirada me mirará,
sólo tu voz me nombrará.

Gozaré el silencio del mundo
para que sólo tu silencio hable
y sólo yo lo oiga.

No habrá más.
Y no querré otra cosa.


 

Mar

 

De tu mar no sabía. 

Porque tu mar es otro.

Es la sencillez del mar
en la soledad del mar,
con el sol del mar
en la sal del mar,
bajo el cielo del mar.

Tu mar es otro mar.

Porque es solo mar solo.

Y es el silencio del día
y el tumulto del mar
y el viento en el aire.

Y una figura azul, que gobierna acantilados
y espuma, a la vez.

Y una mirada.

Y una flor en el pelo.


 

 

Camino


No sabíamos.
¿Por qué sabríamos?

Un camino es como el tiempo.

¿Qué habrá adelante?
¿Cómo llegar adonde vamos?

Por eso fuimos.

A ver lo que queríamos ver.
A estar donde queríamos estar.

A llegar. 

Adonde queríamos llegar.


jueves, 19 de enero de 2023

Dolor


Estaba en un rincón, sola,
junto a nosotros.

Las palmas de la mujer 
dormían sobre la mesa, quietas.
Y ausentes.

Ella te miró.
Se inclinó para hablarte.

"Si no quiero estar aquí, 
¿por qué estoy aquí...?
Y si quiero estar aquí,
¿por qué no estoy aquí...?", te dijo.

Y volvió a mirarse las manos finas y largas, 
las palmas quietas sobre su mesa.
Su mirada perdida.

Me miraste.

Tu comprensión dolía.


Tiempo


El hombre con su bastón en la mano
dijo, sin pensar: "así son las cosas..."

Lo dejamos atrás. 

Caminamos después.
El arroyo iba a nuestro paso
y nuestro paso era de agua, 
fluyente, liviano.

Mirabas la arena del camino angosto,
taciturna y feliz, 
ensimismada.

"Así son las cosas...", repetiste.

No hablabas conmigo.

El arroyo llegó al mar.
Nosotros llegamos con el arroyo.

"Nuestro tiempo es como el mar...", dijiste.

"Y así son las cosas...", murmuraste. 


 

Soledad


Oigo hablar de la soledad.

Hay una playa sola.
Solitarias lomas eternas.
El mar está solo.
Sola es la noche.

Y tantas soledades.


No existe la soledad.

Existiría.

Si no existieras. 



Paz


Alguien sembró silencio allí.

Y germinó en silbos de viento 
y murmullos de mar.

Alguien dejó olvidada por allí la música.

Y creció a su aire en trinos de la mañana, 
en arrullos de la tarde.


Busqué la paz de la primavera.

Y allí estabas.

Sembrada de silencio, florecida de música.



miércoles, 18 de enero de 2023

Celos


No hubo otra noche igual.

La luna recitaba versos de Panero;
contestabas con Pearce y con Rosales.

La luna,
ceñuda y redonda ante el mar en tempesta,
cantó Siehst du das Meer.

Contestaste con una milonga surera,
triste y sencilla.

La luna, de pronto, enmudeció, confundida.

Contestaste con una mirada tierna.

No quise mirar la luna.
Ni mirarte.

Iba murmurando palabras de amor, 
caminando por la playa,
plateado, salino.
Lejos.

Y me moría de celos.


 

Hierba


Lecho de hierbas suave,
frescura quieta 
de la mañana sur de un aire de tormenta. 

Lecho del peregrino.

Reposo del amante sobre la hierba suave, 
silencio de la amada.

Flores de hierbas niñas que te visten:
bermellón del día, 
azul del mar que truena,
blancas en tu vestido.

Mínimas en el silencio de tus manos,
brillantes en tu sonrisa de nácar.

Lecho del peregrino, reposo del amante:
sobre la verde hierba fresca,
el amor es la lluvia. 



Fidelidad


Hay una paloma torcaza
en un cedro.

Y te miro en ella:
su mansedumbre se te parece.

Tiene tu mismo aire,
tu mismo tornasol,
tu misma ternura elegante.

¿Por qué te creo cuando te oigo
decir "siempre..."?

¿Por qué no dudo cuando te oigo
decir "todo..."?

¿Por qué siempre es verdad 
cuando te oigo decir "único..."?

Eres la paloma verdadera.

Tu vuelo hacia mí no finge altura.

Tu solo nido, siempre, en todo, es mi pecho.


 

Palabra


¿De dónde vienen las palabras del poeta?

Se dijo que la palabra poética aparece "ya vestida para salir", aunque el poeta puede, a partir de ella, cambiar de rumbo, retocar, pulir.

Un sonetista finísimo como el argentino Augusto Falciola, se tomaba el trabajo de hacer listas de sinónimos junto a los versos de cada cuarteto o terceto, y lo hacía con palabras que le eran significativas y a las que les buscaba el molde exacto de lo que quería decir, pero, además, de lo que mejor expresara la idea. Y mejor quiere decir más bellamente también. Vi sus cuadernos. Eran un verdadero viaje a la palabra exacta. Pero es un caso excepcional y peculiar. Cada artífice tiene un paisaje sonoro y conceptual. No todos los jardines se acomodan con las mismas plantas, flores o árboles.

Pero eso viene después. La primera palabra surge del mismo manantial de donde surge la metáfora, la imagen, la idea. Es de una espontaneidad espeluznante que, si no le fuera habitual, hasta el mismo poeta se sorprendería más.

Tiene alguna relación no lejana con el trazo del dibujante, el trazo primero, espontáneo. No es la mano, no en primer lugar, ni principalmente. Es lo que surge de aquel lugar recóndito de donde viene la inspiración, o lo que tenemos por tal cosa.

La palabra está en la génesis misma de la imagen de la metáfora. El pensamiento puro, la pura intuición sin mediación lingüística es posible, per se. Pero no lo es para el hombre tal y como es en realidad. Pensamos con palabras y hasta conocemos con palabras. Claro que la palabra tiene naturaleza distinta en el entendimiento inmaterial y en la voz. Y aun hay grados diversos en cada uno de esos ámbitos, de mayor o menor aproximación a la cosa nombrada. En el caso del poeta, la visión en la metáfora superpone de tal modo lo figurado y lo real que en un sólo trazo ve ambas cosas y la vía por la cual una refiere a la otra, casi sin tiempo, casi misma e inmediatamente, sin duración, casi. Ese poder de sugestión de una cosa respecto de otra es una de las razones por las cuales resulta mágica la poesía.

De la poesía de un poeta sólo tenemos noticia porque se ha encarnado en palabras que significan la realidad interior del conocimiento intuitivo del artífice y la realidad de las cosas nombradas, a la vez. Que la realidad sea indefinidamente nombrable es consecuencia de la poliédrica naturaleza de las cosas, que todo eso pueda verlo el poeta de un trazo es lo que está en la raíz de su don.

Cuando se dice que el poeta le dice a los hombres los nombres de las cosas, no se está diciendo que la suya sea una tarea enciclopédica, de diccionario de la realidad. Es la relación de su entendimiento con la naturaleza de las cosas lo que permite poner en palabras lo que el mundo, diría Romano Guardini, tiene de "verbal". Su origen como algo dicho es la condición de posibilidad de que sea nombrado. Y más: la configuración interior de la realidad misma, en sus raíces hondas, su trabazón existencial producto de su origen homogéneo es lo que permite en definitiva la metáfora.

Sin embargo, como toda cosa alta y nobilísima, la acción de la palabra poética tiene de peligrosa su misma naturaleza y acción. Esa magia de conocer los nombres de las cosas desde dentro de las cosas mismas y la luz que la palabra poética pone en los senderos que unen realidades disímiles pero que relacionan eficazmente una cosa con otra. Un tramado de aire que de pronto se alza ante nosotros como un mundo completamente virtual y a la vez tan consistente como lo que nos muestran los sentidos, con más el entendimiento de sus relaciones, raíces y floraciones. Ciertamente que ese atractivo viene de la evocación que pone en presencia sin presencia las cosas que nombra. Y eso mismo, tan alto y hondo, es a la vez sumamente peligroso. Para quien está frente a ello, tanto como para el propio artífice.

Es de una potencia enorme entrar al entendimiento y al corazón de los hombres sólo con aire modulado y obrar dentro de ellos la configuración de su mundo interior, la propia percepción del mundo exterior y hasta su imaginación y su misma conducta moral y espiritual. 

Demasiado poder. Está del lado del poeta la responsabilidad de su arte y de los efectos de su arte. Tanto respecto de lo que ilumina u obscurece de las cosas en sí mismas, de las cuales es un vocero privilegiado, como respecto de la luz o las tinieblas que siembra en los hombres que lo oyen. 



martes, 17 de enero de 2023

Trébol


Vimos tres cielos.

Hubo tu cielo de plata,
orlado del fuego de la tarde
en los bordes de nubes;
y tu cintura de lino.

Tu cielo de gabán marinero de azul negro,
con tachas y botones dorados
de estrellas infinitas sobre ese mar de acero azul.
(Cuando dijiste riendo: "Mi Capitán a bordo...")

Y mi cielo de hierro y luz,
al final de la noche,
de pie, en la orilla, solo.

Tres cielos tuvimos.

Y era uno solo.

Como un trébol.



Fiesta


Nos basta lo que llevamos,
no tendremos más.

Hay un árbol.

Tu mano corta un pan de maíz,
(¿lo conseguiste en este páramo?)
Sirvo el vino en mi copa de madera,
de ella beberemos.

Hay un árbol.

No tendremos más,
nos basta.



Ave


Encontramos el nido entre las piedras.

Vi tus manos de algodón.
Vi tu mirada de algodón.
Vi tu sonrisa de algodón.

Di un paso atrás.

Inclinada sobre el nido,
un halo de madre te cubría los hombros.

Sentí celos del ave.

Por el sendero de arena,
caminé mirando el sol sobre el mar
mientras te rodeaba el aire y el silencio.

Y sentí tu brazo de algodón en mi espalda.

 


lunes, 16 de enero de 2023

Serenata


La ventana blanca que da al este
espera cada noche
ver todas las estrellas del universo.

Y las ve cada noche.

Y me ve cada noche.

Tu voz, única voz, 
canta estrellas desde la ventana blanca
que mira el este y el mar.

Para mí.

Único oyente.

Y tu canción, mujer, es toda la luz que hay.
Y me ilumina, único oyente iluminado, 
en medio de la noche.

Desde entonces, cada vez que veo estrellas,
sé que estás cantándome.
 
Ya tu canción se hizo mía. 

Y tu voz, amiga mía, canta para mí.



 

Laguna

 

Un siempreverde. Y otro más. Y otro.
Y el arroyo casi morado.
Y la laguna.

Es el lugar perfecto.

¿Qué hora es... en Orihuela?,
dijiste con El rayo tendido hacia mi pecho.

Una cara de pena fingida, una súplica silenciosa. 

Abrí al azar,
buscando mi destino y tu presente.

Y leí, en voz baja:

Pero al mirarte y verte la sonrisa
que te produjo el limonado hecho,
a mi voraz malicia tan ajena,

se me durmió la sangre en la camisa,
y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena.


Mirabas el mar, al oeste.

Y extendiste, sin mirarme, la mano sobre la arena tibia.
Buscaste mi mano suavemente.

Y te vi llorar una lágrima lenta,
toda de gozo.



Temporal


Amar nos guarece 
de las ráfagas de lluvia 
y del viento 
que taja con su arena estéril
la piel ardida y salada.

Amar nos lleva a su refugio,
nos arropa con misterios,
y nos ofrece un té
que aroman las únicas hierbas
que no dañan. 

Amar es ver el mundo afuera, 
detrás de una ventana,
convulso, vacío, falso.

En esta paz,
el cielo está muy cerca
y es sereno y verdadero,
como tu mirada.


domingo, 15 de enero de 2023

Acantilado


Llevé mi botella de whisky hasta el borde del mundo.
Y cubrí mi cabeza, resguardé mis ojos
y abrigué el cuerpo, que el viento hería.

Lejos, abajo, levantabas las manos hacia lo alto.

Acantilado, sonreía viéndote abrazar el aire.

A mis espaldas,
los gritos de las aves precavidas
protegían sus nidos.

Estuve en alerta sobre las piedras y las matas.

Quería saltar hasta tus pies
y volverte acantilada a ti también,
junto a mí.

Y que brindáramos juntos,
y que cantáramos a dos voces,
hasta que el viento y el mar nos acallaran.   



Concierto


Oíamos un concierto en una caracola:
sala inmensa, veteada, ocre, fresca;
el sol hacía su incendio ritual sobre una infinita línea azul.

Tendidos sobre un mar de piedras color hierro,
nuestras manos aferraban nácar y sal.

¡Hondura y eco de violines!
¡La suave gaita detrás, en coro de espuma!
¡Tronidos de tambores de guerra 
de nuestras miradas en concierto!

La noche custodió el paño del cielo:
el telón de esa noche que venía sobre nosotros,
ahora tendidos sobre un mar de piedras grises
Huérfanos de todo, felices de música muda. 
.


Sláinte!

 

Cielo de piedra gris...

Era verde el corazón de la mañana,
como el verde rumor
de música verde que hay en tu sangre.

Y estaba lejos la noche.

¡Sláinte, amiga! Sláinte!

Cielo de piedra gris
era el sur de ese cielo sobre el mundo.

Luto azul de golondrinas felices sobre el agua azul.

¡Sláinte, amiga mía!

¡A la salud de los días y las tardes bajo el cielo de piedra gris!
¡A la salud del fuego y de tus ojos!

Sláinte! ¡Para siempre!

¡Sláinte, amiga, corazón de la mañana!


sábado, 14 de enero de 2023


Un escritor siempre le habla a alguien.

Todo escritor habla con alguien, siempre. No de alguien siempre. Con alguien, a alguien. Siempre.

Todo escritor tiene un .

De hecho, en realidad, aunque en otro sentido, todo hombre tiene un . Y, es claro, el escritor es un hombre.

El arte poético –es decir, literario–, a diferencia de cualquier otro arte, modela una materia que se identifica con el propio artífice, de un modo como no lo hace ninguna otra materia en otras artes: la palabra.

El hombre está, por naturaleza, vocado por y a un Tú. La palabra es el signo eminente que muestra su vocación hacia un Tú. La vocación íntima de su naturaleza y la vocación de su existencia. Y el poeta lo está muy especialmente porque es la substancia del arte que profesa.

¿Quién es el de un escritor o de un poeta?

No importa de qué esté hablando, todo poeta le habla a alguien. ¿A sí mismo? En ocasiones parece que ese soliloquio desdobla a la persona y uno mismo es el interlocutor de uno mismo. Pero, aun así, ese no es el Tú. En todo caso, como dice Machado: Quien habla solo espera hablar a Dios un día.

Y por cierto que, para todo hombre, el interlocutor epónimo y por antonomasia es Él. Y el poeta es un hombre.

Fuera de Dios, entonces, ¿quién es el ?

Padres, hermanos, hijos, amigos, gobernantes, compatriotas, enemigos. Todos ellos, circunstancialmente, pueden ser aquellos de quienes y, eventualmente, con quienes habla el poeta.

Los casos más antiguos –y frecuentes– son los que tienen por a una persona amada. Porque el amor es el sentimiento humano referencial más poderoso. Natural y sobrenaturalmente. Y el odio, como contraparte. No la indiferencia, porque la indiferencia desconoce, ignora al Tú.

¿Una persona amada como Tú del poeta es alguien determinado? En términos corrientes parecería que sí. Sin embargo, mirando con más atención, no.

Sólo en algunos y pocos y señalados casos esto es así. Es más universal la referencia. Y hasta puede ser una referencia hecha de notas que no se encarnan particularmente en una sola persona determinada.

En las primeras capas, las menos hondas, las más históricas en la vida de un artífice, puede parecer que esa asociación con alguien determinado es más segura. Aun para el propio escritor. Sin embargo, el primero –y a veces el único– en advertir que el a quien y con quien habla no es una persona determinada, es el propio autor.

Una persona determinada existente –que pudo haber sido existencialmente amada por mucho y largo tiempo, o desde siempre o por unos meses, tanto da– un día ya no es la persona determinada en presencia y existencialmente. Hay otra persona en su lugar, tan o más o menos amada existencialmente.

Pero el poeta sigue teniendo un con quien y a quien hablarle. Posiblemente, integrado con notas fragmentarias de personas determinadas, que pueden ser incluso notas de otras personas que no sean la que al presente le es la persona determinada, aquella a la que le habla o con quien quiere hablar, inmediatamente. Y eso ocurre en razón de la vocación universal de la obra de arte, que se distancia de lo particular, espontáneamente, y lo retiene sólo bajo especie de universalidad, ya sea de un asunto o de una persona.

Ese diálogo continuo con un Tú constante se ve fácilmente en la obra de muchos autores. Al cotejar su vida contemporánea a su obra, habitualmente la obra no registra los cambios existenciales de su vida. Tal vez sí aparezcan circunstancias, hechos, paisajes, personajes "nuevos". En cuanto a la obra, son en substancia un modelo, un antitypo que sustenta el typo que el poeta plasma en su obra. Tomar un poema cualquiera de cualquier poeta y ver en él a quién está dirigido, aun de quién está hablando, si no es imposible es altamente improbable.

¿Siempre es Beatrice? Pues, sí y no. Y en rigor no siempre hemos sabido cuándo no es Beatrice y sí otra persona circunstancial o más duradera. Pero siempre hay un Tú trascendiendo las circunstancias existenciales, incluso los amores reales.

Entiendo, siguiendo con este ejemplo amatorio, que habrá habido, en la vida de esos poetas, mujeres que han imaginado ser ese . O habrán, tal vez, aspirado a ello si acaso eso les importaba. Y, en cierto sentido, celebro que ahora no puedan enterarse de que, aun aquellas que existencialmente pudieron haber sido muy amadas, en orden a la obra han sido el motivo acaso, pero de algo distinto de ellas mismas y en ocasiones mucho mayor que ellas mismas.

Y esto está en la naturaleza del arte de la palabra y, por cierto, en la del artífice en cuanto poeta.



viernes, 13 de enero de 2023

Eternidad


Un escritor busca la eternidad.

Los hay que se entusiasman con la eternidad flaca y a plazo fijo de la fama bajo la luna. A veces se hacen adictos a ese licor.

Pero un escritor busca la eternidad. Porque es lo que lo deslumbra, lo que vislumbra. No su eternidad. La eternidad.

Cada obra vive en un sin tiempo propio, fuera del tiempo. Y el escritor vive allí mientras escribe, aun los adictos al licor de la fama. 

Es muy difícil el tiempo una vez que sale de la obra. Cada minuto en la obra, con la obra, es un instante suspendido. Fuera de ella, los minutos tienen 60 segundos. Es la sensación subjetiva del escritor. Porque así es el tiempo de la obra, suspendida en una eternidad, en el infinito de lo posible que se dispara en todas direcciones.

Quienes conocen el experimento mental de Schrödinger y su gato en una caja, pueden pensar que la obra de arte es, por fin, una especie de verificación del multiverso. Y se equivocan. No se trata de una indeterminación. Es lo opuesto: una especie de laberinto guiado misteriosamente. Caminando por él, el escritor va encontrando lo que ya existe de un modo intencional en su interior. Lo encuentra, es decir: lo inventa. Y de pronto aparece siendo y a la vez saliendo como de la nada. 

Es un tramo conmovedor de la experiencia de esa eternidad. Es lo que hace que un escritor crea que ha creado. Pero si es honesto, si lo piensa bien, cuela esa tentación y sólo queda la mano del orfebre, del artesano que siente haber encontrado la imagen dentro del bloque blanco impoluto en el que plasmará la obra, como el escultor desbasta la piedra hasta que encuentra el rostro y la figura como ya presente allí adentro. 

Ve las cosas venir de lo eterno, trascendiendo la materia y su propia inspiración. De esa experiencia viene también la noción de lo inspirado: el aire que viene de afuera, preñado por la impronta divina que se le concede desde la eternidad y la divinidad: las Musas, los dioses.

Pero a lo eterno va también, atraído, deslumbrado: a la fuente que mana desde dentro de sí y de la obra misma, hacia algo distinto de sí y distinto aun de la obra misma. Algo que luce fuera del tiempo y que por un prodigio que no conoce, lo absorbe hacia fuera del tiempo y lo devuelve bajo la forma de obra consumada.

Dos cosas podrían ocurrir. La soberbia y la humildad. Y aunque nadie supiera jamás cuál de las dos cosas ha ocurrido en él, él sí lo sabe. 

Porque puede buscarse la eternidad como los Titanes buscan el Cielo para apoderarse de él. O puede el escritor zambullirse en la eternidad que busca, abandonarse, desasirse y ver obrar la obra como un flujo de luz deslumbradora que toma la apariencia de un rayo que lo atraviesa y que al atravesarlo recoge su impronta y la plasma.

Y allí es cuando sabe que su obra es él en su obra, sin él. Lo que también tiene un misterioso sabor de eternidad para la creatura.



jueves, 12 de enero de 2023

Estaciones intermedias



Escribir, en cierto sentido, es como encarar un viaje, como viajar.

Uno tiene adónde ir y lo sabe, tiene cómo llegar y lo sabe. Y quiere ir y quiere llegar y lo sabe . Lo que no sabe es lo que habrá de ocurrir y qué forma tomará el viaje, durante y al final. 

Por ejemplo, como en los viajes, hay estaciones intermedias. Por una u otra razón, hay que detenerse aquí o allí. Tal vez, bajarse en una de esas estaciones intermedias y llegar a un lugar sorprendente, tal vez bizarro, algo anodino o que nos llama la atención. O que nos atrapa, simplemente. Un lugar adonde nos quedamos sine die, sin plazos

Uno tiene adónde ir y lo sabe, tiene cómo llegar y lo sabe. Y quiere ir y llegar. Sí, es verdad. Pero en esa especie tan peculiar de viaje, en un determinado momento todo eso puede esperar. O, diciéndolo mejor: resulta que, bien mirado, eso es parte del viaje.

Una historia que empecé a componer recientemente, una serie en ensayo que venía desarrollando. Dos asuntos que cumplen las consignas y los requisitos del viaje. La historia, creo, tiene su interés; está hecha con materiales genuinos y hebras de hechos reales aunque, por virtud de lo simbólico y metafórico, puestos en un ámbito y en un marco distintos. Una serie que urga en un asunto que me interesa exponer y que he estado pensando durante decenios. 

En una estación intermedia, ambas cosas –y un servidor– se detienen. También ellas bajan del vehículo, encuentran un lugar a la sombra, buscan algo para tomar o comer. Encuentran a alguien y hasta lo incorporan al viaje. O sencillamente miran el derredor. Y esperan. Es parte del viaje.

Ni ellas ni un servidor tienen apuro. La historia ya es, no cambiará en substancia por detenerse en una estación intermedia. El ensayo sabe adónde va y por dónde llegará. No le importa demasiado cuándo seguirá, cuándo llegará. 



lunes, 9 de enero de 2023

Hijo de mar

 

Lo sabes. Te diré: "no habrá otro día..."
Y todo el tiempo junto irá detrás.
Solo un instante habrá, todo un instante
que vendrá con el viento. Y seré polvo.

Y no seré memoria. Habrá unos ojos
azules, como el mar que lo ha engrendado
con mi propia raíz en tus entrañas.
Será tu primavera de mi fruto.  

Y en cada primavera volveré
cuando veas sus pasos en la arena,
jugando con la espuma blanca y fría.

Y oirás en su voz mi voz que dice
que soy en él; y, en él, que soy contigo.
Y, sola, me darás tu risa clara. 


 

Miel de luna


Un enjambre de estrellas, colmenares
de luz por todo el campo de este cielo
en esta noche clara. Y es la luna
un panal de zumbidos amorosos
sobre la piel: dulzuras como rayos
que nos arden, oleajes de un mar vivo
iluminado en miel. Esta es la noche...
La única en el tiempo que tenemos,
separada de todos los minutos.
Nos punza el corazón como un instante
y nos quita el aliento; ella respira
en esta habitación, que es este páramo
de playa sola, un mudo continente:
el universo que nació contigo.



sábado, 7 de enero de 2023

Bodas de noche

 

El mar que ha visto amar a los mortales
en milenios de sal y entre las guerras,
hoy silencia el latido, se estremece,
y se acuna en la luna que lo cubre.
Tu susurro esponsal me da mil nombres. 
Y la noche, que aquieta los abrazos
y se enlaza recóndita en la piel,
deslumbra amor en tu mirada clara.   
Nos mece un viento sur, silbo apacible, 
que una vez y otra vez en los rescoldos
vuelve llama un furor de brasa ardida.
Si el alba llega, luz de epitalamio,
verá las huellas nítidas de un tiempo
todo de amor transido en estas bodas.


 

Del amor navegado


¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa!

Del Amor navegante.
Leopoldo Marechal


Mar que canta la gloria de este día,
viento que trajo el gozo navegante.
Costa de miel que ya abrazó al amante
con la amada, a la luz de su alegría.
Se recortó su vela por levante,
sol que la entibia en la mañana fría.
Clara en la claridad, se revestía
toda de cielo en el azul radiante.
Proa que hiende dulce y ha surcado
su distancia en amor y en luna llena,
llega nupcial ante un altar de arena.
Trae rosas de espuma. Enamorado,
vibra de sal su voz y de azucena
en el puerto feliz que lo ha esperado.


 

viernes, 6 de enero de 2023

De si toda obra es biográfica (III)



Y tengo que repetirlo: hasta donde sé, sólo la deliberada intención del autor puede hacer, en sentido estricto, que una obra sea, en su caso, autobiográfica. Fuera de eso, la presencia en una obra de elementos tomados de sus experiencias vitales es, me atrevo a decirlo, lo opuesto a lo autobiográfico. 

Hay varios modos en que la vida esté presente en la obra. Con la salvedad insalvable de que "siempre" hay algo del autor en la obra. Y no puede ser de otra manera, simplemente porque nadie da lo que no tiene, como gustan decir los abogados desde la vieja Roma a hoy. Y lo que tiene el artífice se sintetiza en ese lugar interior al que van a dar todas (sí, todas...) sus vivencias y experiencias: sensibles, emocionales, intelectuales y espirituales, hasta los sueños y otras mociones que hasta pueden ser sobrenaturales. Allí, recóndita, vive lo que llamamos inspiración, a falta de un nombre mejor que designe y connote lo que allí ocurre realmente. Porque lo que "se nos ocurre" en el arte no viene de afuera, sino de una consonancia de lo de afuera con algo que ya está en el hombre; con lo que procede de afuera y, acumulado con un sinfin de otras vivencias y percepciones relacionadas directa o indirectamente, alcanza a intuir cuando ve y que suscita algo consonante en su espíritu. Algo que, como dije antes, está, en su operación, más allá de nuestro alcance racional, salvo que lo veamos expresado en un concepto, idea o imagen, una vez que "se encarna" y surge.

Y algo más que habrá que ampliar más adelante: eso que surge, precisamente, surge ya "vestido para salir", aunque en sus rudimentos, pero habitualmente bastante más que en forma rudimentaria. Una vuelta y otra vuelta y otra más sobre esa primera encarnación, eso ya es trabajo racional, sometido en parte a las reglas del arte o a las elecciones del artífice. Pero, en una medida definitoria, poseer el hábito del arte significa esa compleja operación del espíritu que compone materia y forma de un solo trazo intuitivo en primera instancia. El resto, el "saber hacer" que dicen los filósofos es ese hábito del intelecto práctico que llamamos techné o arte, es, ahora más bien extrínsecamente, el caudal de reglas y señales que el artífice aplica al momento de elaborar aquella idea inicial hasta completar la obra, que resulta de esas aplicaciones, pero en segunda instancia.

Porque la primera instancia formal de la obra transcurre de modo inmanente en el espíritu, aunque ya llamada a surgir fuera de él.

Otra vez más: sólo la deliberada intención del autor puede hacer, en sentido estricto, que una obra sea, en su caso, autobiográfica. Y nunca completamente, aun más allá de la intención del artífice. Fuera de esa intención, lo biográfico nunca es determinante. Y aun en el caso de la intención deliberada, la obra misma –y hasta el artífice, sin saberlo del todo– trasciende lo particular.

Y la razón es que la obra de arte adquiere, por sí misma, un carácter universal que es lo opuesto por el diámetro a lo autobiográfico, como repetí más arriba.

Es ella misma, en primer término. Y nunca el autor en ella. Es la universalidad de una experiencia y de una vivencia humanas. Y será en todo caso un defecto en el arte del artífice el que quien percibe la obra se quede sin esa cuota de universalidad suficiente que le atañe y lo incluye como hombre.

Que el autor de la imagen de la espada en la piedra haya estado días antes intentanto sacar un clavo descomunalmente pertinaz, es una vivencia que no agrega mucho a la comprensión del signo literario que su inspiración iluminó. Porque la experiencia particular del clavo incluye el símbolo, ella misma, más allá de la situación particular en la que el autor realizó un esfuerzo físico singular, y más allá de que al lograr su tarea, de carpintero o albañil, haya sentido la sensación subjetiva de la proeza, si acaso también sobrenatural, la de un elegido para una tarea imposible en términos humanos.

La universalidad de la obra de arte se traga las experiencias particulares, determinadas por un tiempo y un espacio y una situación particulares.

Negar la presencia de esas vivencias en la obra y aun en la génesis de partes o de toda la obra, si se prefiere, sería negar la realidad. Pero tampoco responde a la realidad ni artística ni humana negar la cualidad universal en la que esas experiencias van a ser sumidas, excepto cuando se trate del relato de la vida propia con intención deliberadamente autobiográfica, como una crónica de hechos u opiniones personales. Aunque ni siquiera allí, en tanto obra de arte, puede escapar la obra a su pretensión naturalmente universal.

Entiéndase otra vez: el autor está siempre en su obra de un modo u otro. Pero, insisto, juzgar o interpretar esa obra a partir de las experiencias vitales del autor es un abuso y como todo abuso, indebido. Y, en primer lugar, no para con el aurtífice sino para con la obra misma.

Bien dice la preceptiva tradicional en estas materias que, así como en lo moral el obrar tiene como fin el bien de quien obra, así en el arte el fin del hacer es el bien de la obra misma y su perfección, la posible en los términos de este mundo para un hombre, que es quien la hace. Entendiendo bien esta claúsula, que a alguno podrá parecerle seca o estatutaria, lo que hay que entender es el sentido de que haya obras de arte. En la medida que se entienda que se trata de lograr la expresión del artífice en primer lugar, no hay modo de sortear lo biográfico en todo o en parte. Pero que el hombre sea siempre, como ya he dicho, el mediador en la obra y para la obra, no quiere decir que la finalidad se agote de modo inmanente o circular en él mismo, haciendo volver a él el pathos que la obra produce y su misma justificación en cierto sentido autónoma en cuanto universal. La realización de la obra lleva su sello y su impronta. La obra se le atribuye pero tiene una vida propia.

Si no resultara en algo impresionante, y con una analogía sui generis, se diría que la relación entre un progenitor y el hombre por él concebido es la que más se parece en términos formales a la de un artífice y su obra. Especialmenete en el hecho de que, aun siendo la causa próxima de su generación –y de allí que el su de la expresión su hijo tenga validez– no es su en el sentido de que sea sin más una parte que le pertenezca o lo integre como progenitor. Y, más bien, habría que decir que en modo alguno: la persona concebida es propia de sí en un sentido moral, intelectual y espiritual que importa sobremanera. En definitiva, paternidad y filiación pertenecen a la categoría de relación.


Pero queda algo por decir y esto ya vino largo por hoy.



jueves, 5 de enero de 2023

Diciembre


Llegar y ver un cielo de tormenta
y ver la luz que va tiñiendo el mar.
Llegar por un camino hecho de polvo
hasta un remoto azul y acantilado.
Llegar al viento sur y estarse quieto
y ver ondear un verde sobre arena.
Llegar hasta la noche en soledad
bajo un campo de estrellas que te guardan.
Y llegar en diciembre y al asombro
de tu amparo y tu voz. Y al fuego vivo
que abrasa la madera, el corazón,
la mirada, las manos, toda piel...
Y al silencio amoroso de tu alma,
que sembraste en diciembre para mí.


 

La espera

 

Parece eternidad. Es sólo tiempo
ignorando las horas, alejando
la misma lejanía, un infinito
mar de médanos grises sobre el mundo...
Es la noche del antes de un combate,
la soledad en una cumbre sola
cuando todo ya ha sido. Es la inquietud
del agua en el desierto. Eso es la espera.
Después, hay los caminos, la distancia
como un imán al hierro del deseo,
que devora los ojos anhelantes
de mirar tu atalaya y verte clara, 
transparentes tu blusa y tu sonrisa,
erguida como un guardia de tu reino.


 

miércoles, 4 de enero de 2023

Ahora


El mar no me gustaba. Nunca tuvo
la fuerza de la cumbre, ni las tardes
de trigos, alazanes, manzanillas;
la soledad del monte, el son del río.
El mar –artificial– era una idea;
una excusa de mar, un subterfugio
de vidas que las olas han disuelto:
el abrazo del mar es el naufragio.
Miro, en la costa, el sol de tu figura:  
veo un vestido que se espuma, blanco,
y tu paso de arena. Huelo el viento.
Oigo tu voz, pero no sé qué dice:
es algo de mi amor o de tu mar,
que ahora para mí es la misma cosa.   


De si toda obra es biográfica (II)




¿Qué hay que entender por obra biográfica? O, dicho de otro modo, ¿cuánta vida de un artífice hay en una obra? O también, ¿inevitablemente un autor "copia" o destila su vida, en todo o en parte, en su obra?

O, más ajustadamente al asunto, ¿en qué sentido y en qué proporción la obra está hecha de tal manera de la vida de su artífice que, sin conocer la vida, se pierde, en todo o en parte importante, el entendimiento de la obra?

Parece que, sin conocer la vida de un autor, el entendimiento de su obra estará herido más o menos gravemente de incomprensión. Parece que, conociendo su vida, el lector (me ciño a la literatura) entiende mejor la obra con esos datos y esas referencias externas (¿ajenas?) a la obra.

Hasta donde sé, sólo la deliberada intención del autor puede hacer, en sentido estricto, que una obra sea, en su caso, autobiográfica. No importa el género o la especie que haya elegido como molde, qué modo se adecua mejor al pathos y a la finalidad de lo que dirá. Aun eso es parte del mismo impulso compositivo, está en la génesis misma del dictum, allí donde la obra nace, en un sitio del espíritu que gobierna la concepción artística y su plasmación, bastante lejos todavía de las "decisiones" artísticas racionales que toma un artífice al componer.

He visto que habitualmente se hace un confuso amasijo conceptual al referirse a lo biográfico o autobiográfico en una obra.

Toda obra (insisto: toda obra), procede de una síntesis que se da en el espíritu del artífice. La imaginación (con su fama de inspiradora u ocurrente) también "trabaja" para el espíritu en ese caso. Ella por sí misma no concibe la obra. Aporta lo que estrictamente puede aportar. También allí imaginación es un término que se embarra con imprecisiones. La imaginación es en puridad un sentido interno y ella como los restantes ocho (otros tres internos y los cinco sentidos externos) son siervos del espíritu que los impulsa y gobierna, además de sintetizar la información contenida en lo sensible, sensible que es lo que a los sentidos les es pertinente.

Por otra parte, ¿qué hay en una obra humana –artística o no– que no sea humano? Y sé que con esto tenso la cuestión. Pero solamente para poner de manifiesto que el hombre es el gran mediador de sus obras, siempre. Si, asumiendo esto, quiere llevarse el sentido de lo biográfico en una obra hasta el extremo de que siempre es biográfica porque el hombre no puede sino dejar su huella en lo que concibe y obra, se está cometiendo un abuso. Y un abuso dañino, en particular con la obra misma. Y esto procede del mal entendimiento del término biográfico. Porque no toda expresión de la experiencia vital de un hombre es biografía o autobiografía. Y hasta diría que, en lo que a la obra literaria respecta, son las menos las veces en que hay un impulso biográfico actuando específicamente.

Si lo que se quiere decir es que conociendo su vida se entiende mejor su obra, esto ya no significa derechamente que la obra de un artífice sea biográfica. Pero hay algo mucho más importante: tampoco es verdad que los hechos de la vida de un autor iluminen formalmente el sentido de una obra. Si acaso, en algo, aportan información material. Pero, en principio, habitualmente no aportan la información formal, que es la que de veras importa porque es la que constituye lo obrado.

Lo repito: hasta donde sé, sólo la deliberada intención del autor puede hacer, en sentido estricto, que una obra sea, en su caso, autobiográfica. Fuera de eso, la presencia en una obra de elementos tomados de sus experiencias vitales es, me atrevo a decirlo, lo opuesto a lo autobiográfico. 

Y, para fundar esta última proposición, un servidor deberá apelar a lo que conoce por sí y no por otros.



martes, 3 de enero de 2023

Rescatado


Era sombra y venía de las sombras.
Tramaba las heridas sonriendo.
Secaba sementeras y jardines
y hacía de los sueños pesadillas.

Encadenándome a su celda sola,
me gravaba su imagen como un loco
en el muro estragado de mis manos
con que abrazaba el aire en el vacío.

Pero una noche, más oscura que otras,
por una hendija rara de su voz,
vi y oí que la sombra evanescía.

Después, un día, junto a un mar de lino,
que amaneció su azul cuando llegaste,
supe que había sido rescatado. 



De si toda obra es biográfica (I)




Entre otros grandes escritores, Lewis y Tolkien eran severamente reacios a que la biografía de un autor fuera piedra de toque para no sólo interpretar sino hasta para leer sus obras. Y más que reacio, Tolkien era contrario a la idea de que los datos fueran las hebras con las que en el fondo se tejía el tejido artístico de un autor.

Por su parte, en sentido opuesto, está por ejemplo una sentencia famosa de Stefan Zweig que decía que la obra de Dostoievsky le debía tanto a su enfermedad, como las obras de Honorato de Balzac se debían a su buena salud.

En mi opinión, los críticos y académicos, que no sean a la vez autores de obras del arte –tal vez por esa carencia o por petulancia o por taras del oficio–, frecuentemente ignoran (en ambos sentidos de la palabra) o sencillamente desconocen lo que interviene en la concepción, elaboración y aparición de una obra artística, particularmente, en lo que a las obras literarias se refiere. No conozco muchos que no apliquen reduccionismos en sus trabajos de interpretación y análisis y, en no pocas ocasiones, sesgados por influjo de psicologismos, ideologismos o prejuicios partisanos y cosas así. Y esto nubla considerablemente el entendimiento de las relaciones complejísimas entre la vida y la obra de cualquier autor.

Escribo desde niño. Recuerdo que tenía 8 años cuando escribí mi primer texto "literario", reconocido por otros como tal. Pero empecé a publicar con cierta continuidad lo que escribía, bastante tarde. Y, recuerdo bien, en buena medida a contrapelo de mi voluntad. Desde que me decidí a dar a conocer mis obras líricas, especialmente, una y otra vez ha habido quienes me preguntan o conjeturan (hay atrevidos que discuten, también) acerca de los orígenes, motivos y significados de mis páginas. Y esas inquisiciones, cuando no me hacen algo de gracia, me fastidian habitualmente.

Tengo mis propias concepciones acerca de las obras literarias y de su inspiración y elaboración. La mayoría de esas ideas no coinciden con la preceptiva al uso. Tal vez porque esas concepciones no proceden tanto de fuentes librescas sino que vienen casi todas ellas de una reflexión personal sobre la experiencia propia acerca de la génesis y del tránsito interior y exterior de lo que terminará siendo una obra literaria. Y como nada de lo humano me es ajeno, porque soy humano, siempre creí que en esa experiencia personal hay notas universales que permiten extender a la actividad en sí lo que uno advierte en uno mismo y sobre lo cual reflexiona.

Apenas recuerdo haber satisfecho una o dos veces a los eventuales  investigadores, intérpretes suspicaces o simples curiosos, interesados o impertinentes. Y eso sólo respecto de algunos pocos textos que, de hecho y bien mirados, están exentos de misterios, incluso a los ojos de los lectores más perspicaces. En esos casos, los asuntos mayormente se explicaban por sí mismos y aparecían completamente ajenos al autor. Aparecían, sí. Es decir, en apariencia.

Haber leído hace poco unos comentarios sobre páginas de un servidor me lleva a hablar de estos asuntos, que habitualmente no trato y, en general como ya dije, no me entusiasma tratar. En mi experiencia, estas cuestiones despiertan, en lectores y en investigadores y críticos casi por igual, una curiosidad habitualmente insana, que se parece más al gossip que al apetito por alguna verdad verdaderamente significativa detrás de un texto de algún autor. 

Será por eso mismo (y por algunos otros argumentos que debería exponer) que creo que, aunque camine algunos pasos por este camino, no iré muy lejos en este tema.



lunes, 2 de enero de 2023

Cita


El aire claro y tibio que el viento desordena.
Hay un turbión de polvo erguido y a lo lejos.
Veo cristales de plata y pedruzcos bermejos
que incrustaron las olas que atacaron la arena.

El mar en su esmeralda inquieta da reflejos
del cielo de la tarde, que va enhebrando venas
de nubes meláncolicas y lilas como penas,
escritas en renglones de algodón desparejos.

Ya estoy sobre la loma. Te veo en el camino.
Surca el campo sin surcos tu vestido de lino.
Y una flor en tu pelo: tu señal amorosa.

La risa de los niños desde el pecho nos crece.
La tarde se retira. La alegría amanece.
Y la noche que llega se silencia celosa.



 

En presencia




Vuelvo una y otra vez a esa mínima cabaña de madera sobre el acantilado de mar, en la soledad del mundo y de la noche. Vuelvo a esa luna rosada y cremosa. A esas luces tenues de un interior acogedor y hospitalario.  A una risa, a una voz dulce, serena y grave. Al viento que hace silbar en las lomas las matas duras de pastos verdegrises. Vuelvo al rugido de un mar solitario y espumoso. Siento la sal.

Creo que no he salido de aquel lugar.

Creo que los recuerdos –la palabra misma lo dice– hacen que toda felicidad sea siempre en presente.

La misma memoria tiene su Leteo y su Eunoe, de algún modo. Y nos deja olvidar y hacer desparecer. Y nos permite recordar y poner en el presente, en el sin tiempo, una felicidad.

Y, en el presente, queda la presencia.



domingo, 1 de enero de 2023

Palomas al sur


Noche de luna con tu sola estrella
recostada en el mar. Junto a tu orilla,
duerme en su soledad, sueña la villa.
Y yo te sueño cada vez más bella.
Morena fue la luz de tu mejilla.
Puerto de amor sin sombra. Clara huella
al prado dulce en que mi amor resuella,
era para sembrar en maravilla.
En luna llena iré sobre las lomas.
Haremos el camino acantilado.
Toda la paz al sur, tu mar sureño.
Y tendrás en tus manos las palomas
que vuelan por mi pecho enamorado
y velan en silencio por mi sueño. 

   

ÉClaire


Relámpago de mar, advenimiento
de la luz de tus ojos en la altura,
acantilada en la mañana pura
y en mi refugio de este mar violento. 

Clara en el llano mar y su lisura,
toda en su resplandor, oleaje lento,
compás amado de mi mismo acento,
cimbro en el aire azul de tu cintura.

Clara es la noche y en la sal del mundo
la voz pervive y me amanece. Clara
es esta inmensidad de lo profundo.

Clara es la risa fresca de la espuma.
Pluma de cielo es su caricia. Clara
es esta claridad con que perfuma.




En tus manos


Había dolor y hiel. Los abrazaste.
Yo estaba entre tus manos como un niño
que juega con arena y con tus manos.
Y mirabas el mar y me mirabas.
Y fue en tus ojos que miré mis ojos. 
Y se hizo nuevo el mar. Y una flor nueva
posó en tu pelo un bálsamo de aromas
y en tu piel perfumó la noche, el alba.
Y abrazaste la sal de mi costado,
besaste con tu boca mis oleajes
hasta incendiar estrellas en mi pecho.
Ahora, en cada costa que bramando
acaricia mi pie, desnudo en todo,
siento que somos nuevos en el mundo.