martes, 26 de febrero de 2008

El nombre

El nombre, brasa enante, va en la historia.
Y al viento de la historia asido y suelto,
un tiempo da su llama en la memoria
y al fin olvido, ya en cenizas vuelto.
El nombre quiebra el día y amanece
en bordonas de luz. Llega la tarde.
Y no prospera al aire. Se entumece
el rescoldo aterido en el que arde
el nombre. El humo siembra en su destello;
y al son del timbre que es del nombre suena
y umbrío pena silencioso, un trino
que tiembla. Todo duerme en noche llena
en su cielo de mar, ancho, alto y bello.
Y va el nombre, evanesce peregrino.

viernes, 22 de febrero de 2008

Eclipse

Entró a lo blanco en ti, silente, al sesgo,
y apenas sombra fue, y apenas sombra
de esta tierra en la luna que te nombra.
Y con el sesgo impune llega el riesgo
para tu luna llena que quería
lucir de sol, fragante de blancura,
a cielo pleno alzarse en la figura
de un círculo de luz como de día.
Y todo y tanto fue terreno, en rojo
en ti la tierra que te oculta el fuego,
que opaca te volviste y para el ojo
apenas gris de arcilla, haciendo juego
con la arcilla que te cubrió a su antojo,
para librarte a tu blancura luego.


domingo, 17 de febrero de 2008

El mar

¿Hasta dónde de todo llega el mar?

¿Por qué estas horas tantas de mirar la infinita
y rítmica mixtura de cielo y mar en todo,
agua inmensa de todo
en su cadencia?

¿Hasta dónde se aplaca la voz
–mi voz- que desafía
la espuma y el sonoro resplandor de la espuma?

¿Qué dice el mar?
¿No sufre? ¿Habla solo?
¿Sonríe en esas frías espumas volanderas?

El mar, el inconstante repetido.

¿Qué son estos rumores de un ejército líquido,
que marchan a mi vera,
frente a mí,
que desfilan o cargan
con las olas caladas
en las bocas sin fuego de fusiles de espuma,
sin descanso,
y que cantan, susurran:
broncos de sal y piedras;
¿y ese aroma picante que repica?;
¿y ese sabor batiente sobre la piel del mundo?

¿A dónde va la sal que quema el aire
de murmullos de sal,
de tempestades ciegas y dolientes
que surcan lomos de ondas poderosas de sal,
de estos estruendos sordos,
potentes de silbidos en el viento de sal
que incinera de dudas en arpegios de sal,
en las voces de sal
-las ignoradas voces que he ignorado-,
y que arde en sal preguntas olvidadas
y en sal preguntas nuevas,
tan viejas como el mar salado y más antiguas,
y que todo lo quema,
todo lo enciende en llamas de salitre
del día hasta la noche, y cada tarde?

¿Quién sabe? No lo sé.

Yo no lo sé. Lo ignoro.

No sé de qué rincones de este mundo,
gobernado de tentáculos vaivenes
viene el mundo meteco
del agua, el sol,
la sal -sabiduría-,
sonoro, aullante,
rústico antiguo, inmemorial,
augusto prepotente;
no sé de dónde viene
en viento a remolinos de ráfagas de arena,
armado para costas y escolleras de amores,
armado dulcemente para quillas de hierro,
y para el débil acero de mi pecho
incólumes rompientes,
quietas rocas virtuosas…

Espero, mientras tanto.

Con el ceño del mar frente a mi ceño propio;
la nostalgia del mar frente a mi furia;
busco romper a golpes de ceguera
la bruma de este mar de claridades;
la tristeza del mar ante mis ojos
sin lágrimas de sal sin sal ni olvido.

Pero un día,
(algún día,
de la arena de todos estos días
que trashuman clepsidras tumultuosas
de valvas, caracolas,
debajo de mis pies
y van, volviendo
vuelven a mí y se van
y van tan insistentes,
y van,
y vienen otra vez,
sibilantes fulgores,
ante mi vista opaca de memorias,
sin nombres,
tan silenciosamente mansos,
tan sin duelos:
un día…)
veré lo que hay oculto detrás del horizonte vertical de la espuma,
honduras de misterios salados y sabrosos,
hechura de misterios, humedales
que rondan playas secas en rondas de agua en ristre
presa de tiempo y sal
siempre quemante,
como un bautismo ardiente de albricias y dolores,
tan nuevos como llantos arcanos redimidos
y antiguas alegrías hechas nuevas,
tan feliz como un paso entre los mares del mundo,
con las aguas abiertas a un silencio gozoso,
todo luz,
todo amor,
como nunca he probado,
como no supe nunca.

Y eso lo sé. Lo espero.

Mientras, sufro este mar;
mientras, lo miro
quieto y atento; atado a un mástil que no sé
y oigo sus ayes.

Un día no habrá mar
y esta memoria
de este mundo extranjero, vacilante,
-recuerdo en estos labios, en los ojos,
en la música acorde de esta fuerza que aturde
y en mis manos saladas, rotas, secas-
será lo que ya era antes que todo fuera
y lo veré de nuevo.

Y sabré lo que fue.

Y al fin veré –eso espero- lo que he visto.