jueves, 23 de julio de 2015

Amor a ciegas (II)


Un inciso para un inciso, antes de seguir pensando en el asunto.

Dice Castellani, refiriéndose a san Agustín: Hay un hecho en su vida que lastima nuestra sensibilidad romántica...

Y más adelante apenas: Agustino cuenta lamentando con grandes ponderaciones el robo de unas peras que hizo cuando era arrapiezo; y cuenta con aparente indiferencia o almenos seca brevedad este hecho que lastima nuestra sensibilidad romántica...

Y voy a por esa cuestión breve de nuestra sensibilidad romántica.

Y alguito más. El propio Castellani dice en el segundo párrafo que cito: aparente indiferencia o almenos seca brevedad.

Y resulta que no es lo mismo que sea una cosa o la otra, aunque en apariencia la brevedad dé para ambas cosas. En cuanto a seca tiene sus bemoles también y creo que en el mismo sentido.

No es lo mismo que nuestra sensibilidad (por románttica o por la razón que fuere) se lastime por la brevedad a que se lastime por indiferencia. Bien es cierto que esa brevedad puede sonarle a uno, si es de hoy, como indiferencia. Y eso es más bien la cuestión de no entender el corazón de un hombre antiguo. Ahora, será breve, es verdad. Pero no seca, entiendo yo: no seca.

El propio Agustín lamenta en un grado mayor -no menor, mayor...- el dolor agudo y agudísimo de su situación tanto emocional como espiritual en ocasión del apartamiento de esa mujer. Y más: la paradoja de que diga con una compunción que sí es impresionante: Pero no por eso sanaba aquella herida mía que se había hecho al arrancarme de la primera mujer, sino que después de un ardor y dolor agudísimos comenzaba a corromperse, doliendo tanto más desesperadamente cuanto más se iba enfriando.

Una fuerte conmoción, se diría, que va por un camino, mientras el apetito de la carne -la mera carne, dijéramos- va por otro. Me parece claro que una cosa es que necesite una mujer en la cama, por necesidad de sus pulsiones y de dizque su fogosidad y su falta de castidad y otra cosa es que lleve el corazón herido de nostalgia doblemente doliente por una a la que amó y parece que -con alguien en la cama o no- todavía ama, aunque de otro modo ahora, a estar por las líneas que no cita Castellani, pero que siguen a su cita.

Creo que se entiende mal la cuestión del amor de san Agustín por esa mujer innominada. Creo que hay un símbolo fuerte en ella y en la, qué diré, púdica mención de apenas su persona, sin su nombre. Está bien, digo, que no sepamos su nombre, porque más allá de que sea ella ella misma, ella es otra cosa, aun para el propio Agustín. Y me da que él lo sabía. De no, no se entiende bien el homenaje que el Agustín cristiano le rinde a esa mujer sin nombre, alabando su abnegación, su entrega, su piedad, su desinterés, su fidelidad. Y no sólo con él, que eso sería casi romanticismo. Fidelidad con Alguien que no es él y a quien, por él, hace votos. No hay cama allí, no hay mera pulsión. No hay romanticismo en ese recuerdo dolorido. Creo, más bien, que hay reverencia.

San Agustín se topó allí con un signo. Y calló. No habló secamente. Habló poco. Pero no lo pasó por alto.

Diría que aquella mujer hizo las veces de signo. Oscuro si se quiere, pero no fallido.

Tal vez estamos mirando una historia de amor romántico y por eso nos lastima, si estamos enfermos de ese romanticismo. Si viéramos esa historia como otro tipo de historia de amor, tal vez nos heriría menos. O nada.

La medida de esa historia de amor la da ella. No él. Porque él, Agustín, por entonces, está in itinere. Ella, nos lo dice el propio Agustín, de algún modo parece haber llegado. Se la ve como el obstáculo y tal vez debería vérsela de un modo paradojal como el camino.

Y me parece que el propio Agustín vio que la dirección del amor era ésa, precisamente.

Hacia un Amado que, finalmente, no era ella -ni él mismo, claro...- sino Uno más antiguo y más nuevo.