domingo, 28 de septiembre de 2014

Pelargir, Pelennor, Morannon



Son tres batallas en los últimos días de la Guerra del Anillo y están en la tercera parte de El Señor de los Anillos.

Ocurren el 13, 14-15 y 25 de marzo de 3019 en la Tercera Edad. Dos en tierras de Gondor y la última ante la puerta negra de Mordor.

No me haga caso si no quiere, pero le recomendaría releer esos tres episodios.

Pero no así nomás, no narrativamente.

Hay que poner especial atención a los emblemas: tanto en el marco de las acciones, como marco emblemático, como en los personajes que allí obran, también ellos vistos como emblemas personales.

Así visto, las circunstancias y los personajes resultan typos de unos antitypos que venimos a ser nosostros en nuestras circunstancias, casas más casas menos, precisamente porque el marco y los personajes son emblemáticos y no históricos o ficticios. Y ni siquiera proféticos.

¿No? Quién sabe. ¿Podría saber Tolkien que al dibujar ese imaginario (horribile dictu) estaba dibujando asuntos reales que podían ocurrir realmente tiempo después? Quién sabe.

Como fuere, creo que conviene leerlo con esa clave de lectura (horribile dictu, también) y ver muy especialmente un asunto, que es lo que quiero decir ahora.

En esos tres episodios hay la crema y nata de ambos bandos en acción. Los personajes más significativos están allí, cada cual con su carácter propio, con lo que son y con lo que han llegado a ser; y allí despliegan la naturaleza significativa que Tolkien les ha dado. Y hay que mirar principalmente eso en este ejercicio que propongo. Los personajes como emblemas, pero ya vueltos personas con su talante personal, sus circunstancias, su modos de ver lo que que ocurre, sus temores y consuelos, sus amores u odios, sus incomprensiones o certezas, su fuerza, sus debilidades, sus caídas, sus conversiones, sus fatalismos, sus esperanzas, su comprensión de la última razón de lo que están viviendo o su incomprensión. Y así.

Muy bien.

Si quiere, hágame caso y léalo así.

Pero al leerlo de ese modo haga algo más: elija un personaje.

O mejor dicho, búsquese allí. Vea quién es, sinceramente quién está siendo, vea a quién elige y por qué. No elija quién querría ser, sino quién es.

Quién es hoy usted aquí, de ellos allí y entonces.





viernes, 26 de septiembre de 2014

La pena de sentido


La pena de sentido
es la pena más honda.
Y de todas las penas de sentido,
la pena del oído.

La vista se consuela
repasando, reiluminando sus estampas,
en el sueño y la vela.
El tacto no te sabe,
el gusto no te supo,
el olfato te ignora, flor cerrada.
Pero el oído
entre la orquesta toda alada
busca el hilo sutil de tu sonido.
No importa la palabra, el pensamiento,
el halago, el deshielo de la esfinge.
Lo que busca el oído,
lo que la pena finge
es la miel del acento,
la insinuación del cante
-tu dulcísima isa
disimulada en brisa-
y el violín y la viola de Violante.

El arroyo que fluye,
el bosque que se queja,
y el mar soñando que en tu voz se aleja
y el flautar de la aurora que no huye.
Es la sal, la alegría
mojada en no sé qué melancolía,
la clara certidumbre
de que la luna tañerá su lumbre
mezclando risa en lloro
y plata de teclado en arpa de oro.

Y no puedo, no puedo
corporeizar la más mínima onda
de tu suave orear desvanecido.
Por eso es más que todas honda
entre todas las penas de sentido
la enamorada pena de mi oído.


Está en las Canciones a Violante, de Gerardo Diego, en una edición primera de 1959 que me regalaron.

Para los que saben, no hay ni que decirlo; pero no es la única gema de ese libro, tan breve como intenso.





Algo sobre octubre


Una de las cosas más impresionantes de este mundo bajo la luna es el tiempo. Y no estoy hablando del tiempo de los filósofos, menos del tiempo de los físicos, aunque sé que en una y otra vereda hay enormidades y honduras que también son de paladear y de asombrar.

Tampoco hablo del tiempo del mundo celeste, de lo que entra y sale del tiempo yendo y viniendo del Cielo a los hombres. Es más hondo, inconmensurablemente, sí. Y sin eso no se entiende nada. Sin la eternidad, quiero decir, no hay modo de entender ni el tiempo ni lo que vive en él.

Con todo y eso, está ese tiempo tan físico como interior, tan de todos como propio (imposible de otro modo), siempre en un cruce inevitable entre lo propio y lo de todos, y siempre difícil de desentrañar y de distinguir.


Los meses, los días, los años, las horas. No son seres espirituales (¿no?). Ni siquiera seres vivos.

No tienen intenciones, no tienen propósitos, ni recuerdos, ni olvidos. Ni amores ni alegrías, ni rencores, ni penas. Y al no tenerlos, no podrían darlos.

Son del tiempo. Son tiempo.

Y sin embargo.

Aquí estoy a la vista de las vísperas. Porque allí está octubre. Mi octubre, se entiende.

Con los años, octubre terminó guardando lo dulce y lo agrio en partes iguales. Y no hay modo de volver a él cada año sin la sensación extraña de que las hebras de una cosa y de la otra, así tramadas, también vuelven dulce lo agrio y agrio lo dulce. ¿Eso lo hará octubre?

¿Dónde se enhebran las hebras?

Están en el aire de octubre, se dice el corazón. Imposible, se argumenta a sí mismo. ¿Cómo no lo verían los demás hombres? Entonces sólo está en tu corazón, dice el corazón. Difícil un poco es eso, se replica, porque es octubre, y no otro tiempo, el que se ha guardado esas felicidades y esas congojas y aunque haya por allí de ambas cosas en esto y en aquello, el corazón mira las fechas y los días y hasta las horas. Y el mes, claro. Y las fechas y los días vienen a él con su equipaje.

El corazón mira lo que lleva él mismo, dice el corazón. No sólo, se contesta. Porque está lo que hay en octubre y está él en octubre. Y entonces ríe o se lamenta. Y ambas cosas. Y siempre las mismas cada vez, cada mismo día de cada tiempo igual.

Pero, ¿son siempre las mismas, siempre serán las mismas cosas cada vez? Quién sabe.

Tal vez, sé que eso ocurre, un día lo agrio y amargo descubra un dulzor antiguo que se nos hace nuevo y la inversa, también.

Tal vez llegue otro día, otro mes, otro octubre, y aquello que hablaba un idioma cambie los sonidos y los sentidos y resulte otro y descubramos que el idioma nuevo no era nuevo y que el idioma viejo no era ningún idioma.


Mientras eso no pase, pronto llega octubre.

Mi octubre, se entiende. El agridulce.




jueves, 25 de septiembre de 2014

Pobre gaita (II) (con canción)




Y así son las cosas, creo, si no me equivoqué mucho.

No puedo decirme que esa historia que conté me sea feliz, porque sé que no lo es.

Tan tramada de pequeñas hebras dolorosas que parece que no se notaran, pero que así con cuentagotas nos hacen los días, sin que nos demos cuenta. Hasta que un día nos damos cuenta, si tenemos suerte. Y lo que era nada, se vuelve signo y los signos se nos van poblando de sentido, como si se encendieran las cosas y nos hablaran en un idioma que ahora podemos entender.

Porque claro que vivimos en un mundo lleno de signos. Y eso es todo un consuelo después de todo.


Al fin, si tuviera que decirlo de otro modo, no tengo otro modo de decirlo que con estos pocos versos.


Pobre gaita

Tenías en la voz esa distancia
de ningún lado, de ninguna parte,
sin tiempo, sin sabor, tampoco el arte
de decir con donaire y con fragancia.
Sin sangre, sin dolor, sin la prestancia
de la gente de a pie, la del descarte,
la que lleva con garbo el estandarte
de ser cualquiera y ser con elegancia.
Una pena de mares nos separa:
yo no sé dónde éstas, ni sé si vives
o eres la voz de nada, apenas clara.
Pena de que no encantes ni cautives
tengo en el alma y esa cosa rara
de tus galaicos sones leitmotives.






Pobre gaita



Es una historia, nada más.

Y las hay mejores, ya lo sé; pero es la que hay. Y es la que puedo contar hoy, siendo las cosas tal como son hoy.

Pero mejor empecemos por el principio.

Aunque, en verdad, no sé bien dónde principia esta historia.


*   *   *


Hay algo peor que tener que bajar a la ciudad: ir en auto. Y muy temprano, peor.

Entonces, mejor el tren.

Pero allí ya tenemos un principio. Hace varios meses que trabajan en estaciones nuevas, andenes más altos, arreglos, pinturas, propagandas políticas y cemento, hierros y caños y carteles socialistas, cenefas de madera y consignas por los altavoces. Y trenes nuevos, chinos, que necesitan andenes más altos y así.

Primero fue que se inauguraba todo en julio, después agosto y al fin, septiembre. Antes, unos tinglados a la intemperie que hicieron las precarias veces de andenes para que los trenes se lucieran andando.

Ahora era ir a la ciudad comm'il faut, a todo nuevo. ¿Llevar lectura? Quién sabe. Mejor no. Música. Tenía que oír de nuevo la guitarra de Carlos Roldán y unos auriculares bien podían hacer el trabajo. Mientras, nada impide mirar todo lo que se pueda, todo lo que se vea, a esas horas hay que ir de pie entre ruinas...

Ver a las gentes. A qué altura de la historia estamos. Qué hacen. Qué ya no hacen mientras casi todos atienden sus electrónicas (¿yo era uno de ellos?) y apenas si hablaban entre sí, cosa que es nueva. Así que poco para oír en estos tiempos.

No importa, me dije. Sonaba espléndida la guitarra, nítida, mientras esperaba en los andenes nuevos, mirando todo para ver qué era estar a nuevo. Llegó la formación. A horario. Sereno el andar.

Un rumor, apenas, no lo distinguí al principio. Pero unos cinco minutos después volvió con más fuerza.

Los auriculares, como guardias severos a la puerta de las voces, no dejaban pasar casi nada que no fuera la guitarra. Casi.

Me los saqué. Alcancé a oír unas palabras en inglés neutro, ni metálicas ni cálidas, por los parlantes del vagón; pronunciaban el nombre de la siguiente estación.

Incómodo por la interferencia, en cuanto estábamos llegando a la siguiente estación, ya oí que una mujer española nos avisaba que llegábamos a tal y tal (pronunciaba como una vecina de otro lugar un nombre de otro lugar) y que si íbamos a bajar nos preparáramos y que tuviéramos cuidado. Y lo mismo después en la voz de una mujer (¿sería su melliza nacida en otro lugar?) que modulaba su inglés de aeropuerto, sin acento. Y al salir de la estación, otra vez: cuál es la siguiente estación, bilingüe claro.

Y aquí hay otro principio posible para la historia.

Se me cruzaron de pronto las imágenes de la madre de todos los excluídos de la patria grande recibiendo canchera los vagones que llegan, inaugurando desafiante las estaciones que empiezan a cambiar, poniendo en marcha, canchera otra vez y desafiante además, los trenes chinos nuevos, nacionales y populares.

Y, entonces, la voz de la pobre gaita en los altavoces y de su melliza de quién sabe dónde en su inglés de aeropuerto.

Primero se me dio por mirar otra vez a las gentes del vagón que ya eran más que antes. Su traza y su raza, sensiblemente latinoamericana más ahora que antes. Y sus cachivaches de consumo masivo (a no menos de pesos 1.500 por artefacto...), sus miradas perdidas por las ventanillas, sus miradas perdidas en las pantallitas, sus miradas perdidas.

La guitarra de Carlos Roldán apenas si podía con la voz de la pobre gaita, que ahora se colaba e invadía en cada entrada y salida de andén los acordes, sin que ni él ni yo pudiéramos apartarla.

¿Por qué se me fue la imaginación a la escultura de Cristóbal Colón atado y amorzado en alguna plaza fría del invierno no tan frío de una ciudad como sin raíces, capital de un país patotero y emancipado en las palabras y los gestos, y en nada más que en las palabras y los gestos, de cosas de las que no debería emanciparse ningún bien nacido?

Sería la voz de la pobre gaita, creo. Pobre gaita.

Pero. Tanto discurso relatado, tanto relato discurseado, tango gesto y alharaca, tanta sonrisita sobradora de boca ladeada repartida por el mundo, tan argentina la pose y tan desagradable, tan canchera, y todo para zaherir a los colonizadores y humillar a los invasores y para lamerle las llagas a los desclasados y para levantarlos en armas de odio y desprecio y ampliarles los derecchos y ampliarles los torcidos para que mastiquen la arena de la diversidad cultural un 12 de octubre...

Y todo eso para terminar poniendo a una pobre gaita a decirles a los nativos, a los indianos, y pronunciando a la gallega (como si fuera una receta de un pulpo a la gallega), las estaciones: William Morris, Hurlingham, El Palomar, Caseros, Santos Lugares... y La Paternal y Chacarita y Palermo y así...

Pobre pueblo nuestro.

Pero Carlos Roldán insistía, desde Wilde de Avellaneda, y desgranaba acordes de antigua música argentina y amablemente me limpió la mirada. Y el oído.

Hasta que.

Hasta que.

Y allí podría haber todavía un principio más para esta historia.

Estaba la pobre gaita. Pobre gaita.

A ver, a ver....

¿Quién sería? ¿Dónde estaba? ¿Quién le escribió en un papel (¿fue por correo electrónico?) los nombres de pueblitos perdidos de un país lejano? ¿Sería de unos entre 40 ó 50 años como parecía? ¿Sería esposa y madre? ¿Viuda? ¿Soltera? ¿Solterona? ¿Divorciada? ¿Estaría enamorada? ¿Viviría en un pisito módico en Madrid? ¿En los altos de una casita a las afueras de León? ¿Valladolid? ¿Era de Huelva y se mudó a Bilbao? ¿Por qué aunque ya la oía con cierta fijeza no pude sacarle la tonada? ¿Por qué tan neutra, tan nada, tan nadie? ¿Para qué, si aquí, entre los indianos, igual era lo otro per diametrum y nadie la oía y los que acaso la oyeran sólo sabrían que era la gaita del parlante? ¿Quién sabría aquí si pronunciaba Villa del Parque a la catalana o a la andaluza o a la navarra o a la gallega (como un pulpo a la gallega o una corvina a la vasca o un gazpacho andalú...)?

Digo yo: ¿y si no existe? ¿Y si no existiera la pobre gaita? ¿Sería una pasión inútil mi pena gaita por la pobre gaita? ¿Existirá de veras? ¿Será alguien? ¿Alguien de carne y hueso, aunque no tuviera alma ni sangre? ¿Serán nada más que unos bytes esas neutralidades de voz, sintetizadas en algún programa chino, manejado por una chinita con barbijo, esclava en alguna planta colectiva en un barrio de nombre imposible en Xuanhuei o Zhaotong o en cualquiera otra ciudad de la provincia de Yunnan...?

Pobre gaita.

Estuve hablando con ella todo el viaje. Ella ni me oía y sin duda no me prestaba nada de atención. Le pregunté todas esas cosas y más. Ni contestó siquiera. Los indianos ni la oían, tampoco ellos. Los indianos ni se daban cuenta de que el truculento colonizador les hablaba como un gran hermano gaita desde los altavoces de los nuevos vagones chinos, nacionales y populares. Estaban sumidos en otros bytes.

Pobre pueblo nuestro.

Pobre pueblo mío.

Pobre gaita.


El tren llegaba al fin a la ciudad.

La pobre gaita me decía, neutra, nada, sin sangre, que habíamos llegado a Retiro, pronunciado a la gallega (como un pulpo a la gallega...)




Ex clavitud (II): Centellea


Un clavo saca otro clavo.


Decía mi abuelo, que él sí usaba la frase y era carpintero por gusto: "mejor es una tenaza..."


Y se reía con una risa que centelleaba.

Y yo no entendía de qué se reía con su risa de centella.


Y tenía razón en reírse, veo ahora.




miércoles, 24 de septiembre de 2014

Romance de la malquerida


Corrió la voz una vez
y, así como van las voces,
ya murmuran en la aldea
viejos, mozas, labradores:
Esa muchacha morena,
con ojos negros que esconden
quién sabe qué, nadie sabe...
qué moza con pretensiones,
la que pasa y no saluda
y a todos les dice nones,
anda bebiendo los vientos
por un mozo y, en las noches,
canta unos cantos de luna

que sólo dicen adioses.

Por toda compaña tiene
la sombra niña del roble
(en el huerto de la moza
crece como ella y es joven...),
que tinta en sangre y estrellas
y con lágrimas salobres,
llora, toda pena y duelo,
y hasta sus ramas encoge
ocultando su corteza,
porque no vean que llore.

Por las mañanas del día
con el sol que luce bronces,
o por la tarde entre cabras
que tiran todas al monte,
va la moza suspirando,
y dicen que es por el hombre
que nadie sabe quién es
pero la mata de amores.

¡Cuántas flores amarillas
y verbenas a montones
teje mirando el arroyo,
mientras suspira canciones
que dicen que no la quiere
el dolor de sus pasiones!

Por las calles de la villa,
trenzados en los balcones
de hierro negro y roído
con rejas como prisiones,
de tanto en tanto aparecen,
como si fueran reproches,
unos lacitos de mimbre
con bellotas de su roble
que la moza va colgando
cuando duermen soñadores
los ojos de todas partes
envueltos en camisones.

Y ella camina en lo oscuro
y recita maldiciones
como súplicas de besos
que se dan en los rincones
oscuros de cada calle
las amadas y amadores.

En los huertos y en la sierra
ya maduran los limones,
y después llega el otoño
poniendo todo de cobre;
y vuelve la primavera,
baja el agua, crecen trojes;
y llega al fin un verano
herido de trigo y soles.

Pero la moza camina
las nieves y los ardores
siempre sola, el paso triste,
con ojos como carbones
apagados de tan negros
y fríos de estar sin hombre.




Ex clavitud


Un clavo saca otro clavo.

De mozo nunca me gustó la frase. Ni la usaba.

Pero hay que ver también que, siendo jóvenes -y por serlo-, entendemos poco y mal esa equivalencia aparente entre un clavo y otro.

Si, tantos años ha, alguien me hubiera dicho que, un día, las cosas y la vida me descubrirían y podría saborear el arcano feliz de esa misma frase, no se lo habría creído y hasta lo habría mirado con fastidio y hasta con cierto desprecio.


Y habría hecho muy mal.


Porque la frase lleva una verdad feliz.

Un clavo saca otro clavo.





martes, 23 de septiembre de 2014

Azul de lluvia




Hace unos cuantos años, íbamos con un buen amigo trepando por las montañas del sur y nos pilló un tormentón, bajando.

Apenas pudimos hacer algunos kilómetros y tuvimos que refugiarnos en un campo, porque ya habíamos alcanzado los bosques de abajo.

Llegamos a una matera, había gente y pedimos posada. Un fuego rodeado de piedras casi en medio del tinglado y unos tres o cuatro peones sentados alrededor. Olores de campo y de cosas de campo, olores de montaña, la madera aromada, la piedra, el agua.

En una especie de cabecera, en un banquito de ordeñe, estaba sentado el patrón, presidiendo la juntada sin alarde, un enorme belga criollo y jocundo. Hospitalarios, nos ayudaron a poner a secar nuestras cosas y equipos y ropas, nos hicieron un hueco junto al fuego e hicieron correr el mate, como si fuéramos de toda la vida. Tratábamos de entrar en calor y estábamos mudos. Ellos conversaban y bromeaban de cosas de sus faenas y trabajaban cueros, trenzaban tientos, arreglaban frenos o riendas, componían máquinas, según el caso. Afuera, la puerta de la matera mostraba un valle cada vez más neblinoso y frío.

Pasaron las horas y oscureció y más frío hacía. Todavía no estábamos del todo secos y nos acopiaron unos troncos más: "para la noche... pasen la noche y mañana ven...", dijo el belga, "hay algo de comer en la casa, si quieren, buscan y se lo traen pa'cá... y hay un poco de vino, no sé si toman..."

Nos miramos con mi compadre y sonreímos. Dormimos apenas con unos pellones, casi sobre las piedras. El fuego era fuerte, pero igual nos hizo frío esa noche. Todo lo nuestro estaba tan seco a la mañana como entumecidos nosotros. El mate ayudó y después el café que nos convidaron y el pan casero y así.



*   *   *


Los martes son días que me reservo para cosas para hacer, sin salir del corral, ocuparme en esto y aquello. A veces, el jardín y las plantas; a veces, arreglos de cosas rotas, que no andan, o que querría que anduvieran. A veces, orden interno. A veces, nada y pensar en lo que voy a hacer el martes que esté por venir.

Hoy era el jardín, aunque sabía que amenazaba lluvia. Pero era el plan. La mañana se complicó y hacia mediodía sopló un viento frío y amenazante que avisaba en llovizna fina que en cualquier momento llovería. Y llovió, desparejo y frío.

Me acorraló y ya no había modo de andar afuera. Miraba el jardín. Porque era lo único que me quedaba por hacer, si no le iba a hacer nada. Él estaba contento, yo sumaba un renglón al martes que viene.

Me quedé un rato viendo llover y tomando mate. Y de pronto vino la matera aquella del sur y se me plantó adelante, con su aire frío y todo aquel verde penetrante y como salvaje de aquellos campos entre montañas.

En los dos últimos años, dejé crecer un yuyo que viene alto, tiene hojas oscuras y una flor azul que es la causa de su sobrevida. Y de mi alegría. Mi madre se queja: cómo hacés venir 'esos' yuyos... Pero el año pasado se llevó un par y los puso en su casa, por allí, entre sus plantas. Porque me gusta la flor..., me dijo al descuido, como si nunca los hubiera condenado a muerte.

Ahora, allí estaba ella, recién nacida. La flor (no mi madre...)

Feliz de la vida con esta poca de agüita.

Y la miraba yo y ella ni me miraba (la flor, no mi madre...) y más me traía aquellos días de hace tanto. Porque también allá había unas florcitas azules en un mallín que se veía desde la matera, que eran un contento.


Y pasó la tarde.



Nosotros, fin de la noche


Ho perso il sonno
Oscillo
al canto d’una strada
come una lucciola
Mi morirà
questa notte?


Giuseppe Ungaretti, Giugno



¿Qué nosotros duerme en esta cornisa del tiempo?

La noche ya casi ha enterrado a todos sus vivos.

Ahora, vagamente libre,
ronda por los funerales del invierno
buscando semillas secas en huellas borradas.

Luciérnagas de olvido
apagaron sus candelas de recuerdos y memorias
y se disuelven en la niebla.

¿Qué nosotros despertará cuando una calandria diga que la noche pasó
y dejó su estruendo de horas heridas?

¿Qué nosotros levantará la bandera del día de los que aman
y repican a gozo sus cantos de amor y de guerra,
cuando el incendio ya no levante el humo de las tristezas?


No hay nosotros.

¿Habrá nosotros?

No ahora. 


No nosotros.

 

Estoy yo, la mitad de nosotros.

(Yo, apenas. Y apenas a la sombra de jilgueros y silencios.
Entre almácigos de noches nuevas,
sembrando días y tardes en los surcos abatidos de la tierra arrasada,
podando el corazón de las flores,
librando las notas mudas de todos los vientos....)


No hay nosotros.


Pero habrá.



lunes, 22 de septiembre de 2014

Se equivocó la paloma (II): animales bíblicos


Lo primero es lo primero. Dice Castellani que ésta es una parábola zoológica y en cierto sentido lo es, porque acumula bichos, sin duda.

Jesús, efectivamente, nombra en esa pequeña parábola o comparanza cuatro animales. De modo que hay que ir primero a los animales.

Allí hay ovejas, lobos, serpientes y palomas.

El texto griego de san Mateo dice:
Ἰδοὺ ἐγὼ ἀποστέλλω ὑμᾶς ὡς πρόβατα ἐν μέσῳ λύκων· γίνεσθε οὖν φρόνιμοι ὡς οἱ ὄφεις καὶ ἀκέραιοι ὡς αἱ περιστεραί. 
προσέχετε δὲ ἀπὸ τῶν ἀνθρώπων·
Y la Vulgata:
ecce ego mitto vos sicut oves in medio luporum estote ergo prudentes sicut serpentes et simplices sicut columbae,
cavete autem ab hominibus...

Los nombres de los cuatro animales que se mencionan allí son más bien généricos: πρόβατον (oveja), λύκος (lobo), ὄφις (serpiente) y περιστερά (paloma), de modo que parecería que por ese lado no se llega muy lejos.

Aunque...

Por lo pronto, para un pueblo de pastores y que nació de un pastor, como Abraham (era algo más que pastor, pero pastor era), las ovejas y los lobos no son extraños. Tampoco las serpientes y las palomas, unas porque abundan en el desierto y en tierras áridas; las otras porque está en todas partes. Es claro que el que oía entendía fácilmente: ni lobos ni serpientes son simpáticos, oveja y palomas sí lo son.

En las Escrituras hay diversidad de nombres distintos para algunos de estos animales, no entraremos en demasiado detalle sobre eso ahora, aunque las distinciones son de lo más interesantes e instructivas, no por zoología precisamente.

Como fuere, creo que hay que decir al respecto al menos tres cosas.

1. De las aves que se mencionan en las Escrituras, la más nombrada es, precisamente, la paloma, más de 50 veces dicen. Incluso en sus dos versiones, tanto la tórtola como la paloma a secas, aunque los judíos las asociaban, igual que nosotros. Serpientes hay en las Escrituras de unas 10 clases y otras tantas voces las designan, incluyendo algunas que parecen mitológicas, como las aladas o los basiliscos o dragones.

2. De los cuatro animales mencionados en la parábola, solamente el lobo no tiene ninguna relación con el nombre y la persona de Jesús.

a. La oveja, y en particular el Cordero, le es propio. No hay que olvidar que entre los judíos el cordero es el animal sacrificial por excelencia, cuyo holocausto es el sacrificio mayor.

b. La paloma está con Él desde el principio: sus padres ofrecieron por Él en el Templo dos pichones de  paloma. Así lo mandaba el Levítico (5, 7) para aquellos que siendo pobres no podían ofrecer un cordero por el primogénito. De las dos palomas, una se daba por el perdón de los pecados y otra para el holocausto. Y así lo hicieron. Por cierto que es el Espíritu Santo en forma de una paloma lo que aparece sobre Él en su bautismo. Una tradición medieval antiquísima, ponía a la paloma como casa de la Eucaristía.

c. No hay duda de que la serpiente (en cualquiera de sus versiones) está asociada directamente al Demonio y al Enemigo, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Pero, y por extraño que nos pudiere parecer (se le ha escapado a Castellani), hay al menos un pasaje claro en el que se asocia a Jesús con una serpiente. ¿Quién lo dice? Él mismo, según el evangelio de san Juan (3, 13-15):
Nadie ha subido al cielo,
sino el que descendió del cielo,
el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él
tengan Vida eterna.
Se está refiriendo al pasaje narrado en el capítulo 21 del libro de los Números, sobre la serpiente de bronce de Moisés:
Los israelitas partieron del monte Hor por el camino del Mar Rojo, para bordear el territorio de Edom.
Pero en el camino, el pueblo perdió la paciencia
y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: "¿Por qué nos hicieron salir de Egipto para hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos hartos de esta comida miserable!"
Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas.
El pueblo acudió a Moisés y le dijo: "Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes". Moisés intercedió por el pueblo,
y el Señor le dijo: "Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un asta. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará curado".
Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba curado.
La palabra que usa el texto hebreo para serpiente en este caso es sârâf que tiene, para nosotros, curiosas asociaciones con los Serafines.
(Del hebreo, serâfîm, "seres ardientes [elevados"; plural de sârâf [del verbo sâraf , "arder"], "serpiente", "serafín", "resplandeciente"). Seres celestiales que el profeta Isaías vio en visión delante del trono de Dios (Is. 6, 2-6). Cada uno tenía 6 alas: con un par se cubrían al rostro, con otro los pies, y usaban el tercer par para volar. Oyó que los serafines cantaban: "Santo, santo, santo, Yahavé de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria" (v. 3). Cuando confesó su pecado, uno de los serafines tomó un carbón ardiente del altar y con él tocó los labios del profeta para indicar de ese modo la purificación de su iniquidad (vs. 5-7). La Biblia no ofrece más información acerca de la identidad de estos seres. El adjetivo sârâf aparece como "ardientes" en Números 21, 6 ss., donde se describen las serpientes que invadieron el campamento de los israelitas en el desierto. En el v. 8 la "serpiente" que hizo Moisés se llama sârâf, la misma palabra que en Isaías. 14, 29 y 30, 6 se traduce por "serpiente voladora" o "que vuela". Puesto que la raíz verbal hebrea srf se refiere a algo que arde (Ex. 32, 20; Lv. 13, 55; 1 R. 13, 2), parecería que cuando la palabra se aplica a una serpiente no se refiere a su forma sino a su ardiente mordedura o a la inflamación que produce, o quizás a su brillantez. Por eso, cuando se la usa para calificar a los seres celestiales que se encuentran delante del trono de Dios, tal vez denote el resplandor que irradian. En Isaías. 6 la palabra "serafín" puede estar asociada al hecho de que fue un sârâf el instrumento para administrar la purificación simbólica por medio del fuego (vs. 6, 7). Las palabras y las actividades de los serafines del capítulo 6 ponen en evidencia que se trata de seres inteligentes que honran a Dios y le sirven.
En este punto, como complemento, conviene mirar con atención la suerte que corrió esa famosa serpiente de bronce de Moisés entre los judíos, es decir, simbólicamente, entre los hombres. Y conviene ver, por ejemplo, qué hizo con ella el rey Ezequías (y de paso, qué hizo su hijo Manasés...), todo lo cual está dicho en los capítulos 18 y 21 del segundo libro de los Reyes.

 3. Me parece que habrá quienes se pongan incómodos con la cuestión de las ovejas y las palomas. Podrá parecer pusilánime esa versión del cristianismo. Y habrá quienes preferirían que en vez de tanta oveja hubiera halcones y palomas. Y estar del lado de los halcones. Pero el caso es que halcones no hay allí en la parábola. Y la serpiente que hay tampoco sería de mucho consuelo para un falconófilo.



Pero, alto aquí.

Ya veremos que se ve cuando vea mejor, porque esta pesquisa cansa los ojos, no crea.

Y aunque es tan sabrosa como interesante, creo que se necesita más aliento del que un servidor tiene. Además, hay que ver y pensar.



Me voy a dar una vuelta por allí y volveré al asunto más tarde.




domingo, 21 de septiembre de 2014

Primavera sur

Estimados, mañana, cuando sean las 23 horas y 29 minutos, aquí en el sur será el equinoccio de primavera.

En el polo sur, comenzará una especie de día de 6 meses que sigue a una noche de algo similar. Y en el norte, a la inversa. En marzo, ocurrirá al revés y más exactamente el día 20 a las 19 y 45 de nuestro mundo pampa.

A esa hora que dije, mañana, el sol cruzará el ecuador celeste como si dijéramos de norte a sur, por el Punto de Libra, que ya no es Libra sino Virgo porque ahora ésa es la constelación de referencia por el movimiento de los astros. En este equinoccio, los días iguales van a hacia la noche más corta.

En marzo, por su parte, el sol cruza de sur a norte, cortando el ecuador celeste de la Tierra en el punto de Aries, que ya no es Aries sino Piscis, por la misma razón.  Y en ese equinoccio, los días iguales declinan hasta la noche más larga.

Algo en cielo dice eso y no seré yo quien lo dude ni lo menosprecie. Más bien al revés: me quedo pasmado con esos movimientos de las cosas en el cielo de los hombres y los ángeles, donde las esferas bailan una música terrible.


Mientras tanto, aquí, bajo la esfera de la Luna, ahora, al sur de este mundo azul, la primavera ya empezó y es algo distinto.

Y todos saben qué es.

Y nadie sabe qué es.




5 o'clock... mate



No se fíe mucho de lo que digo, pero, hasta donde sé y vi, los ingleses y los chilenos tienen comidas o bebidas con nombre de horas.

(Seguro habrá otros. Por ejemplo, dicen que también los vascos con su hamaiketako -precisamente, la de las once-, aunque eso sólo lo sé de leídas.)

Los ingleses con su tea time, que se hace tópico como el 5 o'clock tea, que no es a las 5 de nada, sino más bien a las 4 de la tarde o incluso al atardecer y en ese caso cerca del té-cena, que llaman algunos por acá.

Cualquiera diría que la más simpática es la de los chilenos: las once (también, la once u once, derecho viejo...)

Se dice tomar once y no es a las once de ninguna hora del día, sino más bien a la tarde. Pero también se lo usa a veces como tentempié, o como una mezcla de viandas que se podría comer a cualquier hora. La botana de los mexicanos, podría decirse, o el picar algo de nosotros de acá, aunque allá suena más nutrido.

Es gracioso lo que dicen por ahí de su etimología.
El origen del término es discutido. Lo más probable es que sea la traducción literal de una comida tomada a media mañana conocida en inglés como elevenses ("onces"), interpretación que recoge la Real Academia Española.

Sin embargo, y según lo que posiblemente sea una etimología popular chilena, esta palabra provendría de la costumbre de los trabajadores de las salitreras que acompañaban la merienda con un trago de aguardiente, a finales del siglo XIX. Debido a la existencia de restricciones para beber alcohol, llamaban once a tal comida por la cantidad de letras (11) que posee la palabra aguardiente. Una variación de esta teoría señala que, durante la Colonia, los hombres que querían tomar aguardiente se referían a esta bebida como "11", para que las mujeres no se dieran cuenta. Otra versión cuenta que un club de reunión de damas, formado por un total de once personas, se juntaba a mitad de tarde para compartir té y galletas.


Mirá.

¿Y?

Y nada. Eso es todo.



Yo estaba tomando mate. También a la 5, claro.


Y me acordé de eso.

¿Por qué? ¿Tá mal?




Elogio, con E de Enrique


A Banchs, ya en su cielo de poesía


Enrique, de tu voz la luz asoma
como una barca que en el mar titila:
tu voz de halcón, que endulza en la pupila
el aire en el que arrulla la paloma.
Enrique, en los lagares de tu idioma
hay un mosto de amor que se destila
con tu mirada frágil y tranquila,
y que en tus versos se nos vuelve aroma.
En esta urna duermen las cenizas
del cascabel que tañes con tu mano,
y son un fuego que callado atizas.
Que este elogio a tu canto glorifique
ese misterio del callar temprano
que nos dejaste en tu silencio, Enrique.



sábado, 20 de septiembre de 2014

Alegrías impacientes




Hay como mil especies de impacientes. Sí: mil.

¿Tantas?

Así es. Y viera cuánto son bonitas algunas impacientes...

¿Y por qué impacientes?

Ah..., ésa es pregunta para los que saben por qué, pero no espere grandes revelaciones.


El asunto ahora es otro.

Hablo con mi madre. Por casi todo comentario, me dice: "Conté las alegrías que tengo: son nueve..."

Un tema antiguo entre nosotros y que tiene ramificaciones y discusiones varias.

¿Cuántos colores de Alegrías del hogar hay?

"Son nueve distintas...", confirmó y repasó los colores y describió las hojas y hasta me recordó en qué lugar estaba cada una.


Impatiens walleriana, así dijo que se llamaría la Alegría del hogar, allá por mediados del XIX, el señor Joseph Dalton Hooker. Y así quedó. Es una de las casi 1000 especies del género Impatiens que describió Linneo un siglo antes. Y las llamó así porque vio que, apenas con tocar las vainas con semillas de las plantas de este género (que con vainas o sin ellas todas están llenas de flores cualquiera sea la especie), explotan y las esparcen todo alrededor.


Mi madre no sabe nada de todo eso.

Cultiva con alegría sus Alegrías, tiene paciencia para verlas crecer, las cuida (porque son sutiles las Alegrías, son delicadas...), y las transplanta, y hace nuevas. Y espera que florezcan.

Y, al final, cuenta con paciencia los colores distintos de las Alegrías impacientes.




Días de hierro


Corazón, mira el aire: son días rojos.

Como un roble en otoño.
Como una mañana de tormenta.
 
Como el hierro que arde en silencio
y que cuenta las horas
en las fraguas oscuras de mi sangre.

Son días de hierro.

Pero somos el hierro.

Y llevamos el fuego que nos arde
en entrañas de hierro.

Fragua y martillo somos.
Forja que truena un día sin tiempo, eso somos.
 

Yunque de amores,
golpe de gozos:

en nuestras entrañas vivas de hierro vivo.


Eso somos.

En estos días de hierro.





Roble





Emociona saber que son míos. Y ya es todo un regalo verlos así, en la mañana, juntos pero libres, serenos al sol fresco, fuertes como un roble.


Dos robles no los da cualquiera.

Dos robles son un regalo invaluable.



viernes, 19 de septiembre de 2014

Septiembre

Es inútil, ni lo intente: arruinar septiembre no se puede. Ni aunque quiera.

Y mire que hay quienes querrían. Y quienes lo intentan, sabiendo que tocan cosas que no tienen repuesto, queriendo o por torpeza.

Pero igual es inútil. No se puede arruinar septiembre.

En la madrugada, una niebla densa había bajado por todas partes y jugando de rama en rama, bromistas, en medio de la cerrazón, como ecos, ya cantaban los pájaros, nítidos. El aire era fresco como un alarde invernal, inútil también. Septiembre es más fuerte que eso, se ve.

Todo aromado el aire entre la niebla: jazmines, la Eugenia, los azahares del limón, las salvias florecidas, lavanda, menta, los mismos pastos. Como espectros coloridos y felices, las azaleas, las alegrías, los lirios de agua, las achiras, vagan en flor entre el gris blanco de la madrugada, como niños.

Estaba en pie a esas horas, aprovechando tiempos. Iba de camino a ocuparme de la paloma esa de la parábola, en lo que vengo pensando (no, cumpa, no: ni me olvidé, ni me hago el distraído, no...)

Pero, no había modo de cruzar hasta la cueva sin quedarse al sereno. En septiembre. Me refugié apenas bajo el tala, mate en mano, adivinando cosas detrás de la niebla, como en una catedral de niebla, lucida, florida, lista para una boda, con el coro probando y sacando sus voces antes de que el mundo se llene de invitados o de intrusos.

Y pensé en primaveras de otras partes. La misma primavera de Palestina, la de Jesús, la de cuando fue anunciado y concebido, la de cuando bajaba a Jerusalén para la Pascua, la de cuando en su propia Pascua epónima fue sacrificado, la de su Resurrección.  O la primavera aquella, famosa y misteriosa: la de la higuera que reverdece.

Ya lo sé: no sería septiembre, a veces ni siquiera abril que es el emblema boreal de la estación. Pero era tiempo de primavera lo mismo. Era septiembre, a casi todo efecto.

Sin duda que otoño y primavera, al menos en este sur del mundo, son las estaciones por antonomasia. Tal vez, allá lo sean. Y tal vez allí ocurra como ocurre en estas partes, mudando los nombres.

Marzo, por ejemplo, es el equivalente a septiembre. Pero no es lo mismo, no. Ni modo.

Septiembre, todavía invierno, es ya primavera y mucho más que eso, que es lo que en la primavera queda dicho y representado. Es invierno casi todo el mes, sí. Y más cuando el equinoccio se atrasa, como en este año. Pero es septiembre y es indestructible.

Marzo, en cambio, no llega a ser otoño. Es un verano que languidece, una torridez sin destino. Más ha sido así todavía, en los ultimos años, en los que algunas estaciones se han diluído, empastado. También marzo es verano casi todo el mes, también a veces se atrasa el solsticio en él. Pero no es otoño.


El día empezó.

Septiembre estaba en funciones, vigoroso, ágil.

Un aire vivaz, fresco, ahora todo iluminado, la noche lejos, quién sabe dónde, la niebla ida.

Y el mundo, aquí, otra vez septiembre.





jueves, 18 de septiembre de 2014

Cenizas de zorzal


Epitafio

La vida estaba entera
en el pan y en la sal
que compartimos.


Elegía

Mueres con el invierno.
En las cenizas,
raíces de manzano en flor.


Dirge

En tu primavera de luna,
nueva de luna nueva.
¿por qué esta sombra de azahares
te acompaña?


Cenizas de zorzal

La noche se lamenta, oscura.
Vela muda su duelo y tus cenizas,
que no cantarán.


Philomelos


Dimmi, dove è ora la mattina?
Dove si trova il tuo canto,
sospeso dal cuore fragile?



Había un zorzal


Había un zorzal. Cantaba en mi ventana.
Su canto era la luz y me decía
que con su voz paría la mañana,
aunque fuera de noche y no de día.
Había un zorzal. Y la esperanza mía,
en liturgia feliz y cotidiana,
en medio de la noche amanecía
con cada nota límpida y temprana.
Había un zorzal. Y aunque su voz humana
mi misma voz a veces parecía,
su voz no era mi voz. Yo lo sabía.
Había un zorzal. No está. Su voz cercana
ni siquiera resuena ya lejana.
Había un zorzal. Había un zorzal. Había.



martes, 16 de septiembre de 2014

Se equivocó la paloma (*)


Este Padre (lo dicen en Roma)
Es piadoso a la par que prudente
Es prudente como una paloma
Y es piadoso como una serpiente.


Estos versos (de los que hay otras versiones en otras partes y cuya inspiración viene del texto del evangelio) son más o menos conocidos y están en Las Parábolas de Cristo, de Leonardo Castellani.

Aparecen en medio del comentario a un pasaje del evangelio de san Mateo (X, 16) que dice: "He aquí que os envío como ovejas en medio de lobos. Sed pues prudentes como serpientes y simples como palomas. Y tened cuidado con los hombres".

En la edición vieja (Itinerarium, 1960), la Parábola de la paloma y la sierpe (44-45) está en las páginas 183-188. En la edición de Jauja (1994), en las páginas 174-178. Y en esta edición digital, entre las páginas 115 y 118.




Por lo pronto, y antes de hacer alguna consideración sobre el asunto, creo que conviene leer o releer estas páginas.

Y más diré: creo que es realmente útil y conveniente la lectura atenta del comentario tanto para palomas como para serpientes.

Y aun para palomas reptantes tanto como para serpientes palominas.

En cualquier caso, lo que sí le pido, cumpa, es que no se me apure con las conclusiones demasiado oportunas o partisanas. No haga como quienes leen no primero sino solamente lo que les interesa o lo que les viene bien para su pequeña fiesta privada o lo que les duele más.


Entonces, primero miramos. Y, a la vuelta (de un servidor), vemos.


__________________________

(*) Es así, nomás. Mientras estamos en este valle, las cosas están un poco enredadas y se cruzan unas con otras. Hablaba de palomas hace unos días por muy distintas razones (¿sí? no sé, no sé...) y me vinieron a buscar estos versos; y así como llegaron los versos, llegó el comentario de Castellani a esta parábola que digo; y con el comentario, esta entrada y lo que venga. Queda usted notificado, compadre.





Nota breve y amable a la entrada anterior sobre el despecho hispano y la hispana pena, que en algo confirma la pena hispana que me da (aplicable sólo a lector de mala leche y corazón yermo, y espero no tener que decir nada más sobre el asunto)




Hay que joderse: el buen Dios permite que nos llegue de tanto en tanto algún que otro lector que no diré que es idiota, pero que seguramente es sin gracia (esto es, tan infeliz como desgraciado), y creo que lo hace sabiamente y más que nada para ayudarnos a cumplir la penitencia muy merecida por nuestros muchos pecados.

Sursum corda!

Y amén.






Despecho hispano, hispana pena


Lo confieso, mi estimadísimo: más que ninguna otra, una de las cosas que me aleja de España, de tanto en tanto, es el fingido amor impostado de algunas gentes por las cosas peninsulares. Fingido y utilitario, con impostación devota, y con devoción ideológica.

Y tanto así que algunas veces están a punto de hacérmela odiosa. A España, digo.

La amaran sin más y estaría bien. Pero se ve que España no les es suficiente y la necesitan para algo más y por algo más que por ser. Por ser España, con lo que ser España es.

Me da fastidio. Y pena. Pena hispana. Y mire quién se lo dice, mi amigo: hasta donde sé, tendré a España en cosas del alma, acaso, porque en la sangre, nones. Por ningún lado.

(Y quién sabe si no será por eso mismo que no necesito usarla para que parezca que la quiero...)

*   *   *

El caso es que en estos días me llegó, entre otras cosas que me llegaron de allí, un envío curioso que realmente me conmovió. Alguien circuló un pastiche cuyo núcleo duro es un artículo de Arturo Pérez Reverte, que después (ordenando el desorden del envío) vi que era asunto de algunos años ya: La carga de los tres reyes.

Y pastiche digo porque, puesto a ver, vi que el artículo mondo no venía, sino con agregados furiosos y despechados de algún quidam que hizo pie en Pérez Reverte y desde allí dio su salto mortal, con dolor de España, al parecer.

Mire, vea: no soy tan tonto: muchas cosas dicen hoy los españoles sobre estos asuntos y más, que no me cuadran ni me gustan. Ni me gustan las razones por las que las dicen. Y no solamente los españoles que aman en tiempos revueltos, o los del bando simétrico opuesto, que con modositos gorgoritos derechosos hacen pininos para ser sin estar y estar sin ser. Hasta algunas cosas dichas en estas muestras no me gustan.

Dicho esto -y acúseme de sentimental, si quiere-, digo que la furia de este buen hombre anónimo me pareció de lo más hispana, y en eso mismo conmovedora, como me pareció en su estilo corajuda la página de Pérez Reverte. Y por eso traigo esto ahora. Aunque no deja de parecer algo penoso que así y ésas sean las voces y que los propios lamentos, aunque sinceros, terminen siendo la cifra misma de lo que España muestra ya no ser.

Así las cosas, le dejo el asunto en sus manos y ya verá usted qué se hace con él.

Lo leí, creo que lo entendí. No tengo más que hacer.


*   *   *


(Esta primera parte y una última, que indico más abajo, no pertenecen al artículo de Pérez Reverte y las agregó un difusor anónimo, pero la copio porque hace al asunto, y le da clima a la cuestión...)

Los americanos tienen El Álamo, Gettysburg.
Los franceses, Alesia.
Los judíos, Masada.
Los griegos, el Paso de las Termopilas.
Los alemanes, los bosques de Teutoburgo.
Los ingleses, Trafalgar.
Los portugueses, Aljubarrota.
Los rusos, Stalingrado.

Hasta los zulúes tienen algo... Insaldwana.

Y los españoles, debido a los traidores por un lado y los cobardes por otro, no tenemos...

Las Navas de Tolosa, por insidiosa
La Batalla del Ebro, por fascista
Lepanto, por intolerante
Tenochtitlán, por genocida
Bailén, por retrógrado
Amberes, Breda, Northlinghen, por no herir sensibilidades
Villaviciosa, por no plural

¿Sigo?

Y un montón de ineptos, embusteros, interesados, desgraciados, chusma, incultos, maricomplejines,... traidores y cobardes (insisto) que han dirigido, dirigen y dirigirán las mentes... de los que se dejen, de esta gran nación que es España.

Cuando paso cerca de Despeñaperros (sitio donde se despeñaron miles de perros invasores e impositores de sus ideas (políticas, religiosas, filosóficas, ... ....), siempre salgo despotricando que no haya nada allí para conmemorar algo tan importante, tan épico, tan cristiano.

He estado en Normandía, y estuvimos cuatro días viendo museos, cementerios, edificios históricos de la batalla de Normandía, en Estados Unidos de cualquier escaramuza sin importancia hacen un centro histórico con museo incluido, y aquí tenemos el 800 aniversario de lo que considero la batalla más importante de la historia de Europa (o sea del mundo) y no hacemos nada.


La carga de los tres reyes

Por Arturo Pérez Reverte


Ya ni siquiera se estudia en los colegios, creo. Moros y cristianos degollándose, nada menos. Carnicería sangrienta. Ese medioevo fascista, etcétera. Pero es posible que, gracias a aquello, mi hija no lleve hoy velo cuando sale a la calle. Ocurrió hace casi ocho siglos justos, cuando tres reyes españoles dieron, hombro con hombro, una carga de caballería que cambió la historia de Europa. El próximo 16 de julio se cumple el 798 aniversario de aquel lunes del año 1212 en que el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir, un ultrarradical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma, fue destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros. Tras proclamar la yihad -seguro que el término les suena- contra los infieles, Al Nasir había cruzado con su ejército el estrecho de Gibraltar, resuelto a reconquistar para el Islam la España cristiana e invadir una Europa -también esto les suena, imagino- debilitada e indecisa.

Los paró un rey castellano, Alfonso VIII. Consciente de que en España al enemigo pocas veces lo tienes enfrente, hizo que el papa de Roma proclamase aquello cruzada contra los sarracenos, para evitar que, mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León, adversarios suyos, le jugaran la del chino, atacándolo por la espalda. Resumiendo mucho la cosa, diremos que Alfonso de Castilla consiguió reunir en el campo de batalla a unos 27.000 hombres, entre los que se contaban algunos voluntarios extranjeros, sobre todo franceses, y los duros monjes soldados de las órdenes militares españolas. Núcleo principal eran las milicias concejiles castellanas -tropas populares, para entendernos- y 8.500 catalanes y aragoneses traídos por el rey Pedro II de Aragón; que, como gentil caballero que era, acudió a socorrer a su vecino y colega. A última hora, a regañadientes y por no quedar mal, Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida peña de doscientos jinetes -Alfonso IX de León se quedó en casa-. Por su parte, Al Nasir alineó casi 60.000 guerreros entre soldados norteafricanos, tropas andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios fanáticos de poco valor militar y escasa disciplina: chusma a la que el rey moro, resuelto a facilitar su viaje al anhelado paraíso de las huríes, colocó en primera fila para que se comiera el primer marrón, haciendo allí de carne de lanza.

La escabechina, muy propia de aquel tiempo feroz, hizo época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades, intentando alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir, que sentado sobre un escudo leía el Corán, o hacía el paripé de leerlo -imagino que tendría otras cosas en la cabeza-, había plantado su famosa tienda roja. La vanguardia cristiana, mandada por el vasco Diego López de Haro, con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias como la de Madrid fueron casi aniquiladas tras luchar igual que leones de la Metro Goldwyn Mayer. Atacó entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares como núcleo duro, sin lograr romper tampoco la resistencia moruna. La situación empezaba a ser crítica para los nuestros -porque sintiéndolo mucho, señor presidente, allí los cristianos eran los nuestros-; que, imposibilitados de maniobrar, ya no peleaban por la victoria, sino por la vida. Junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían como gato panza arriba. Fue entonces cuando Alfonso VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó saliva y volviéndose al arzobispo Jiménez de Rada gritó: «Aquí, señor obispo, morimos todos». Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con vergüenza torera y un par de huevos, ondearon sus pendones y fueron a la carga espada en mano. El resto es Historia: tres reyes españoles cabalgando juntos por las lomas de Las Navas, con la exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para dejarles paso. Y el combate final en torno al palenque, con la huida de Al Nasir, el degüello y la victoria.

¿Imaginan la película? ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos? Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura porque aquí no habría despelote ni mariconeo, sino gente real que por amar a su tierra luchaban a morir.

(Esta línea que dejo subrayada, y también esto que sigue más abajo, estaba agregado al envío original por el difusor anónimo, casi confundiendo lo propio con lo de Pérez Reverte. Casi. Más clima, claro, y por eso lo dejo.)


¡Ojo! ¡Importante!

Tardamos 8 SIGLOS, o sea, ¡¡800 AÑOS!! en echarles de la península, nuestra tierra! Fue por nuestra desunión, porque España la formaban distintos reinos y no uno solo. Combatíamos entre nosotros -como ahora con las 17 autonomías innecesarias- y no tuvimos un solo Rey, una sola nación, un único mando militar para expulsarles, de eso se aprovecharon durante ¡8 siglos! y ellos, los de la media luna sí que lo recuerdan, por eso se aprovechan, de nuestra actual desunión, para una segunda invasión silenciosa... bajo la permisividad de políticos de bajo perfil, acomplejados, miedosos de llamar las cosas por su nombre..., nada que ver con aquellos valerosos guerreros cristianos que combatieron y derramaron su sangre ¡para.... nada!

Ellos recuerdan nuestra desunión, la misma que tenemos ahora y que muchos políticos fomentan. Y ellos lo saben... y de paso, se frotan las manos, se ríen y se aprovechan para su segunda invasión...

Nosotros hemos olvidado la historia, pero ellos no.... mal asunto.

Durante mucho tiempo fui todo lo que pude... ahora soy todo lo que quiero.






lunes, 15 de septiembre de 2014

Mudanza


Desde ninguna parte a ningún lado,
desde nunca a jamás, de nadie a nada:
no hay tiempo, ni futuro ni pasado
ni presente o mudanza esperanzada
para quien lleva con su pie cansado
nada en los ojos y, en el pecho, nada.

Sólo va por el día trajinado,
sólo llega al final de la jornada,
sólo encuentra el reposo que ha buscado,
quien lleva el corazón enamorado
y ese amor hecho luz en la mirada.



sábado, 13 de septiembre de 2014

Novia del limonero


Y voy por el jardín. Miro la Eugenia
y veo que, gentil, al Limonero
le ha cedido en el aire el aire entero,
aunque tierna lo abraza. Sin la venia
de los azahares, con los que congenia,
la luz perfuma igual que su ladero:
el mismo blanco que el limón austero,
pero tan femenina, que se ingenia
para dorar la tarde dulcemente,
mientras, ya en flor, de su verdor sonriente
sangra otra luz cuando el limón no mira.
Y así, celosa y fiel, como una amada,
junto al limón me luce enamorada
y hasta parece que por él respira.



viernes, 12 de septiembre de 2014

Vida, obra y fama. Y paloma.


Estaba jugando en el puerto, interminablemente. Corría sobre el cemento y los empedrados, caía y volvía a levantarse, esquivaba a las gentes: paseantes, corredores corrientes, aburridos dependientes de oficinas en vacíos tiempos libres, almorzantes, jóvenes, ancianos, turistas, nativos.

Unos remeros lo saludaron, un guardia que desconfiaba de la tribu que lo rodeaba lo vigilaba a la distancia; unos estudiantes se pararon a preguntarle cosas y se reían de su facha y de las respuestas.

Es claro: un pequeñín de apenas unos dos años, criado medio a campo, no sabe del protocolo citadino. Por lo pronto, en la ciudad sólo se corre por una vida sana. O por el colectivo. Pavadas del asfalto.

Hasta que descubrió las palomas que picoteaban voraces tal vez migajas de sandwiches o quién sabe qué restos de ensalmos de soja y semillas de chía y cosas así.


Las palomas lo descubrieron también ellas. Para su mal de ellas, claro. Y ya no pudieron seguir en su faena hasta que el niño desapareció, bastante después. Qué son, preguntó una vez. Palomas, se le dijo. Cuántas paomas..., que era lo que quería decir, porque sabe qué son las palomas, pero no sabe por qué allí y entonces ese innúmero regimiento, esos escuadrones de colúmbidas.

Paomas, paomas..., proclamaba feliz como un cruzado en Tierra Santa y se lanzaba en una carga de infantería chueca a enfrentar a las hordas aladas. Y cuando echaban a volar los bichos aterrados y cuando intentaban volver a por las migas y cuando se hartaban y daban un vuelo corto hasta un mar más calmo y hasta que él los descubría en su estratagema pueril (la de ellas, se entiende) y hasta que se apartaba de todos y se aventuraba más allá del desierto de cemento casi hasta los bordes de la tierra firme buscando víctimas sobrevivientes...

Pero también buscó respuestas, urgente y preciso.

- Tata, qué son...
- Son palomas, Pipo.
- Ah, paomas, paomas...
- Sí.
- Tata, qué hacen as paomas, volan as paomas...


Y el brujo de la tribu contestó, condescendiente. Y el ariete de las aves, antes de que el hombre terminara de hablar, salió disparado hacia ellas.


Pero el hombre se quedó pensando en lo que hacen las palomas.


No se lo dijo, claro. ¿Cómo decirle al cruzado de manos enmeladas y boca enchocolatada que las palomas tienen un secreto designio? ¿Cómo explicarle que no importa qué, que de nada sirve una vida así o asá, ni esta obra magna ni aquella fama inarrugable? ¿Cómo se le dice a un niño que las palomas tienen el designio secreto de juzgar las estaturas y los corazones, las vidas, las obras y la fama, que se plasman en piedra cuando es menester (y hasta cuando no lo es...)?

Allí se quedó el brujo de la tribu. Sentado en un horriblemente estilizado banco de cemento, frente a las aguas marrones y silentes, oía los gritos de guerra del gurí y veía a las palomas sojuzgadas.

Por una vez, pensó, también en esto hay cierta justicia poética.

He allí un niño sin casi tiempo ni historia, sin vida vivida casi, sin obras seguramente dignas de una escultura, sin fama histórica para los siglos, fama bien o mal habida. Un recién hombre.

Y él, precisamente él, es el enviado de los dioses como flagelo de palomas.

Ellas, que son el flagelo de los seres de piedra, seres que han sido otrora de carne y sangre y aliento de vida. Ellas, que cuando apenas queda la memoria de nuestros pasos sobre este mundo bajo la esfera de la Luna, vuelcan sobre nuestras figuras su juicio líquido, manchando nuestros bronces y mármoles y cualquiera otra materia de gloria visible que recubre nuestra vida, nuestra obra y nuestra fama.


, pensó: las palomas merecen ciertamente que un niño las juzgue.


Bien hecho, Pipo, se dijo.





jueves, 11 de septiembre de 2014

El agua eres


El agua eres, como el agua mansa,
como un río del tiempo, la clepsidra,
el curso de los mares y la lluvia,
la inmensidad del mundo gota a gota.
Eres el agua en todo: la vertiente,
el manantial, la fuente, los arroyos,
la hondura de los lagos, la frescura,
la líquida inocencia en transparencia.
El agua de las lágrimas. El agua
del canto, los torrentes, la cascada,
la llovizna del día, el mar del cielo.
La humedad de la noche entre mis manos.
La niebla y el rocío: eso eres.
Y el agua, siempre el agua. El agua. El agua.




lunes, 8 de septiembre de 2014

Lamento por Leonor

Es verdad que no toda Leonor es Leonor de Aquitania (aunque, si un nombre es un destino...)

Mucho se dijo de esta mujer. Y de todo un poco.

La Leonor de Aquitania que pinta Joaquín Dicenta en su obra, por ejemplo, no es necesaria ni exactamente la Leonor histórica, indómita, fiera política, apasionada, arrogante: la esposa infiel de Luis VII de Francia; la amante de Raimundo de Poitiers, su pariente; la mujer peleadora de Enrique II de Inglaterra (hay que reconocer que Enrique tampoco le fue muy fiel a Leonor); y como esposa suya de él, por eso mismo madre del corazón de león Ricardo y del sin tierra Juan, su hermano.

En la espléndida película El león en invierno (volví a ella hace unos días), Katherine Hepburn, adorablemente, hace una Leonor terrible junto a un terrible Enrique (Peter O'Toole) y a unos terribles hijos que ni le cuento. No me olvido nunca de ninguna de ambas, ni de esa Leonor ni de esa Katherine...


Ya anciana y todavía terrible, Leonor le eligió a Castilla como reina a su nieta, la famosa doña Blanca (la que al pasar menciona Quevedo en unos conocidos versetes chuscos sobre el dinero, pero que fue bastante más que eso: la madre de san Luis IX, entre otras cosas.) Pero no es lo único que hicieron por España ella y su descendencia.

Qué decir: si grande quiere decir terrible, Leonor era grande. Tal vez haya sido una mujer funesta, como algunos sostienen. A mí no me lo parece del todo. Un talante difícil y de turbión, eso sí. ¿Se habrá ganado su fama? Quién sabe. Inadvertida no pasó y tal vez, como pasa tantas veces en la historia, su papel la desluce pero era necesario para algo.

Es verdad también que hoy por hoy no se ven mujeres de esa estatura. Y tal vez eso bastaría para tomar partido por ella. Hay que admitir también que, por eso mismo y obligado a elegir, uno está tentado de preferir a esta Leonor, con todo y eso, antes que a muchas de las cualesquiera otras de las que vagan por las costas de este mundo sublunar.

En 1932, el primer Premio Lope de Vega de teatro se lo dio el ayuntamiento de su ciudad natal a Joaquín Dicenta (h) por su obra, precisamente, Leonor de Aquitania, que ya mencioné.

En el acto primero, están estos sentidos y prolijos versos que, recitándolos, hizo famosos Nati Mistral.
¡Qué doloroso es amar...
y no poderlo decir!

Si es doloroso saber,
que va marchando la vida
como una mujer querida,
que jamás ha de volver.
Si es doloroso ignorar
dónde vamos al morir,
¡más doloroso es amar...
y no poderlo decir!

Triste es ver que la mirada
hacia el sol levanta el ciego
y el sol la envuelve en su fuego
y el ciego no siente nada.
Ver su mirada tranquila,
a la luz indiferente
y saber que, eternamente,
la noche va en su pupila
bajo el dosel de su frente.

Pero si es triste mirar
y la luz no percibir,
¡más doloroso es amar...
y no poderlo decir!

Conocer que caminamos
bajo la fuerza del sino;
recorrer nuestro camino
y no saber dónde vamos.
Ser un triste peregrino
de la vida, en los senderos
no podernos detener,
por ir siempre prisioneros
del amor o del deber.

Mas si es triste caminar

y no poder descansar
mas que al tiempo de morir,
¡más doloroso es amar...
y no poderlo decir!

Vivir como yo soñando,
con cosas que nunca vi;
y seguir, seguir andando,
sin saber por qué motivo
ni hasta cuándo.
Tener fantasía y vuelo,
que pongan al cielo escalas,
y ver que nos faltan alas
que nos remonten al cielo.

Mas si es triste no gozar
lo que podemos soñar,
no hay más amargo dolor
que ver el alma morir,
prisionera de un amor,
y no poderlo decir.




sábado, 6 de septiembre de 2014

Soledades del lobo


En la sierra y por el bosque,
dice a los niños el viejo,
anda un lobo solitario
de pelo gris casi negro,
patas largas y un hocico
con unos colmillos fieros
que, de verlos, si los vieran,
se quedarían de hielo.
Y un andar como de gato
y unos ojos como fuego
y un aullido que cautiva
pero cala hasta los huesos.
Será que será dañino,
pero es más lo que da miedo.
Nunca lo verán al alba,
pocas veces bajo el cielo
que el sol ilumina: el día
pasa escondido y avieso
y, antes que llegue la noche,
cuando apenas gime el cierzo,
ya sale no sé de dónde
y anda solo y en silencio,
entre las zarzas y moras,
entre las hayas y abetos,
rondando quién sabe qué,
tan cuidadoso y atento.
Jamás va por los caminos,
jamás sus garras ha puesto
sobre sendas y veredas:
siempre anda por lo secreto.
No se le sabe manada,
ni siquiera compañero.

Si vieran, como yo he visto,
la piel de ese lobo artero,
que luce tal que se siente
como de seda en los dedos,

que hasta manso se diría,
que se diría hasta bueno...
¿Y alguna vez en la vida,
pregunta un niño moreno,
ese lobo que tú dices
se ha comido algún cordero?
El viejo calla y lo mira,
y está mirando a lo lejos
cosas que sabe de lobos
que corren como recuerdos.
Pues, la verdad, poco dicen
los que saben de estos cuentos,
pero andan diciendo algunos
que son como yo más viejos,
que este lobo es solitario
pues nunca pudo con ellos.




jueves, 4 de septiembre de 2014

Corona de novia


Me corteja tu blanco y es tan puro
que, a mis años, me animo y me sonrojo
y quedo en flor por ti y, aunque despojo,
voy en tu blanco ya menos oscuro.
Verde es tu edad que llega y te conjuro
a que brotes el aire y, a mi antojo,
siembres el tiempo, que me niebla el ojo,
de amores sin pasado y sin futuro.
Que tu frescura pase por mi puerta,
que tu verdor estalle en la ventana
que para verte dejo siempre abierta.
Que nazca con la luz, cada mañana,
tu aroma, que acaricia y me despierta,
y me seas más nítida y cercana.
 


martes, 2 de septiembre de 2014

1989, otro

Hace unos días, hablé de 1989 por asuntos de música, de buena música.

Y como pasa cuando uno va hacia atrás, aunque sea inadvertidamente (y sobre todo cuando hay mucho más atrás que adelante), me quedé pensando de veras qué era lo que hacía hace 25 años.

No es cuestión de aburrir con detalles de historias y asuntos que más bien sólo le interesan a quien los vivió o los hizo.

Así que elegí una sola cosa.

Solsticio

Fue la noche primera del solsticio.
Íbamos cada cual distintamente
puestos en orden decididamente
desordenado, de camino al juicio.

Todos fuera de fila pero en quicio.
Todos a la comida de los duendes,
bosque por medio del sauzal de Flandes;
todos trotando por el precipicio.

Llegamos. Coronamos a los robles
de guirnaldas de luces transparentes
y buscamos las hierbas diferentes
que hacen las pócimas de amores nobles.

Bebimos. La enramada sobre el lago
se encendió y relumbraron los tapices
que hicimos la brigada de aprendices
para sorpresa del ilustre Mago.

Bebimos otra vez. Bebió a la par
el Gran Mago del Bosque de Sauzales.

Y en la Cascada de los Abedules
entre vastos Bonetes blanco-azules
brilló su barba, levantó su mano;
enardeció los ojos, limpió males,
y nos citó a una fiesta en año impar.



Está en el N° 1 de El Druida, una entusiasta revista de letras que hacíamos por entonces y a la que yo me agregué tarde. Sin embargo, ése fue el primer poema de ese volumen y con él se abrió la publicación.

No sé bien si ahora sé, después de 25 años, por qué están esos versos allí, aunque me quedan algunos años para no andar sacando conclusiones apuradas. Pero ciertamente que no lo sabía entonces, en absoluto.

¡Y cuántas cosas dije en esos versos, que entonces no sabía!

Un viejo amigo siempre repetía: "no hay que hacer balances...."

Y, por mi parte, muchas veces he repetido aquello de Chesterton: "Un día, cuando esto termine, sabremos por qué empezó..."

Y eso podría querer decir, entonces, que muy probablemente aún hay cosas en esos versos que todavía no sé, después de 25 años.