sábado, 30 de abril de 2022

De la antigua flor nueva


Sé de un romance viejo, florecido
siempre. Su aroma perfumaba el mundo
de un corazón cerril, dueño errabundo
de un jardín descuidado y mal querido.

Raíz antigua, late en lo profundo
y resiste las zarpas del olvido:
silenciosa, amorosa, sin quejido,
raíz de un fuego mágico y fecundo.

Del tallo fuerte que se eleva al vuelo,
de entre las hojas verdes en la brisa,
como si fuera la primera flor

sin vestido de flor, sólo de cielo;
sin palabras, no más que la sonrisa;
sin tiempo, sin espacio. Sólo amor.



  

jueves, 28 de abril de 2022

De la mujer amada


Lo sabe el fuego que no tiene llama
y arde sin tiempo y sin dolor nos quema.
El fuego, que nos marca con su emblema,
nos traspasa y abrasa y amalgama.

El fuego, que en su luz clama y proclama
que no hay mirada que no sea un poema
y que cada caricia es la suprema
y fina encarnación de quien nos ama.

Yo sé que la mujer amada existe.
Lo sé porque conozco su presencia
y, en su presencia, me he sentido un hombre.

Y quema esa verdad. Pero no es triste.
Y es feliz ver que el mundo se silencia
porque ella, amada, pronunció mi nombre.



miércoles, 27 de abril de 2022

De mis caminos y tus ojos


Tus ojos y mis pasos. El camino
tiene una misteriosa y mansa lumbre
que dice, con su clara mansedumbre,
que en el principio estaba mi destino.  

Tiene aroma a jazmín la certidumbre.
Tiene un perfume que conozco, el sino.
Tiene una voz que ya cantó ese trino.
Tiene el mismo dulzor su dulcedumbre.

Tus ojos y mis pasos. Voy volviendo
y adelante me esperan y sonriendo
los mismos pasos que en el tiempo di.

Mis pasos y tus ojos. Voy llegando
a tu mirada, que me está nombrando
sin tiempo, desde el tiempo que no fui. 




martes, 26 de abril de 2022

Del tiempo que no pasa


Cuando miramos, vimos la distancia.
Ayer o medio siglo. Es el instante.
Y aquella calle vuelve a ser fragante
y nos hiere de nuevo su fragancia.

Cuando miramos, vimos adelante
eso que fue. Y la misma resonancia
de la voz. Y la tímida elegancia.
Y aquel silencio antiguo y anhelante.

Cuando el tiempo no pasa, no pasamos.
Somos nosotros, a través del tiempo
inmóvil, en la misma partitura.

Ahora que lo vimos, nos miramos:
las mismas notas pero en otro tempo,
el mismo corazón y otra figura.





lunes, 25 de abril de 2022

De la noche que ríe

 

La luna ríe estrellas cuando miras
y la noche enmudece de juiciosa
para oírte cantar a cada cosa
que respira tu amor cuando respiras.

Todo reposa en ti, todo reposa:
zorzales tientan silbos en sus liras,
enamorados de la luz que inspiras
con la voz de tu noche luminosa.

Serenidad azul, tinta en tu vino
de alegre oscuridad, dulce y morada,
sonrisa que se estrella sobre el lecho.

Canto de advenimiento de un destino
que deshace el otoño en luz alada
y ríe entre las fibras de mi pecho. 




domingo, 24 de abril de 2022

De la lluvia en tus manos


Por ti, bajo la nube nombradora,
está cantando el aire. Y me gobiernas
a manantiales de tus manos tiernas,
en tu lluvia de abril, ya vencedora.

Ya vencedora, sí, ya vencedora
en ráfagas de luz, lloviznas tiernas
que me dices cantando. Y me gobiernas
con tu boca en jazmín y nombradora.

Son tus manos el viento, el viento... El viento
en esta inmensidad de llano, pura...
Lluvia de viento que mis ojos gozan.

Llevo en mis ojos besos y tu viento;
cada caricia de tu lluvia pura;
cielo en tus manos que mis manos gozan.

  


sábado, 23 de abril de 2022

(Tarde...)




Precisamente: es tarde.

Por eso mismo, es el momento adecuado.


Me cae bien llegar tarde, donde nunca pasa nada (se queja Juanito Serrat de eso mismo en su carta cantada hace 40 años y se equivoca; pero es porque, seguramente, no habría probado por esos años el sabor frutal de una calle por la que ya no pasa nadie, de una plaza vacía al amanecer, de una playa hueca al atardecer...)

¿Tarde pero seguro, como dice el dicho? En absoluto. No hay nada seguro en ese mundo. 

Tardi perché mi piace tardi. Perché ora che è tardi è quando è...

En los últimos 10 años, dicen los lenguaraces de las redes, el interés de las gentes por facebook ha caído un 90% y pese a los esfuerzos de Marquitos (meta y meta esfuerzos...), no levanta. Claro que además ha perdido algo que le interesa mucho (además del poder): unas cuantas monedas de dizque 11 cifras...


Ahora es cuando, entonces. Cuando la calle se vacía y hay solamente hojas de fresnos y tilos en las veredas; cuando en la plaza quedan bancos, grava, árboles, sin más; cuando la playa ya no es un balneario y es casi solamente arena, y sonido de viento y mar y gaviotas.

Ahora es cuando.


¿Y para qué?

No sé del todo eso. Alguna idea me hago, en borrador.

Pero, si me dura el interés, ya veré qué destino darle a la la cuenta de facebook que inauguré hace unos días.

Y espero que sea algo que me valga la pena de hacerlo.

Veré. Veremos...



jueves, 21 de abril de 2022

De la tierra sin sal


Con tu nombre grabado en mi bandera
ando este llano azul, siembra de lino,
con un ángel custodio del destino
de tu nombre de sol y gracia entera.

A esta tierra sin sal voy campesino
y eres la tierra toda y sin frontera;
silencio y surco que germina espera
como una viña se destina al vino.

Con mis manos abriendo los terrones
llego donando vientos de simiente,
mientras el ave en alas me corteja.

Y me alza a ti y en tus constelaciones
me abrazo a tu raíz, toda creciente,
talle que luce y en mi amor se espeja.



 

miércoles, 20 de abril de 2022

Donde hubo fuego


οὐδεὶς ἐραστὴς ὅστις οὐκ ἀεὶ φιλεῖ.

En el capítulo XXI del libro II de la Retórica, Aristóteles se ocupa, entre otras cosas, del uso de las máximas y las sentencias en los discursos. Las clasifica y entre las cuatro clases está la de las evidentes por sí mismas. Y la que está al comienzo es una de ellas.

Ese texto procede de Las Troyanas, de Eurípides (distinto allí: οὐκ ἔστ᾽ ἐραστὴς ὅστις οὐκ ἀεὶ φιλεῖ, es el verso 1051), y de un diálogo entre Menelao y Hécuba, la mujer de Príamo, el rey de Troya, que será llevada como esclava a Grecia, junto con otras mujeres troyanas sorteadas entre los griegos vencedores, porque en el sorteo quedó para Odiseo.

Ella es la que habla y una traducción sensata de las palabras de Hécuba sería: No es amante el que no ama siempre. Y, según Aristóteles, la máxima no necesita explicación porque es de las que se entienden nomás decirlas.

Y ya que me ocupé de las cenizas, es justo que ahora me ocupe del fuego.

Amor es fuego. Y el fuego es signo del amor. En principio, por dos razones: el fuego es calor y luz, luz y calor. Como el amor. Que es vida. Y la muerte, se sabe, es fría y oscura.

El amor, así tan seriamente entendido, es en sí mismo fuego que no se apaga. Si es amor, claro. Una chispa, como la pasión por durable que sea, se apaga. Pero es porque no es fuego. No es amor.

No puede haber amante, que ame con verdadero amor, que no ame siempre. Y más aún, como indicio indirecto de que esto es así: mientras ama, no concibe que ese amor termine alguna vez. Porque es de la naturaleza del amor esa pulsión a la eternidad. Sin esa nota, ese amor puede ser puesto en cuestión con toda razón. Y debe serlo.

Que llamemos amor a cualquier cosa, es otra cosa. 

En cierta ocasión, Chesterton se preguntó por qué se obliga a los amantes a prometer amor para siempre en su boda, que es cuando su amor no tiene dudas de que nunca terminará. La pregunta tiene algo de retórica, porque él mismo contesta que es el momento apropiado para prometer lo que un día (vaivenes y desavenencias de la vida mudable en este valle mediante) deberá reafirmar, recordando esa promesa hecha "innecesariamente". No está a prueba la promesa, tanto como la verdad de ese amor prometido. Porque la sensación subjetiva de amor eterno en quien dice amar, no es necesariamente signo de que ese amor es verdadero, aunque lo crea el que dice amar.

El amor es propio de la eternidad. Es intercambiable con ella, en sí mismo considerado (no necesariamente quoad nos, desde la orilla imperfecta y falible de nuestro tránsito bajo la luna); y de ese intercambio esencial, entre eternidad y amor, mana la sensación inequívoca del amante de que su amor será efectivamente más fuerte que la muerte. Un fuego inextinguible. Y eso ocurre –hay que decirlo– aun en los amores rengos de este mundo, al decir de C. S. Lewis, por ejemplo.

Esto quiere decir que ese apetito de la naturaleza de fundirse con su bien y con su término, aspira a lo eterno, porque quien ama, aspira a amar siempre, porque no puede concebir desprenderse del bien que en esos términos es su bien. De ese amor, que es fuego, le vienen la luz y el calor. La vida no sobrevive sin ambas cosas. Y el que ama, tampoco.

El amor es el modo de vida y de sobrevida de los seres espirituales. Y los hombres somos seres espirituales. Entendemos el bien y lo buscamos. El bien no sólo entendido moralmente sino como culmen de lo que somos, realización completa de lo que somos. 

Cada amante ama a su amado como a su bien. Y ama el bien de su bien, si se me perdona decirlo así. No puede sino eso. Y no puede hacerlo sino siempre, si el amado es su bien.

Hay, y se entiende creo, un valor simbólico en los amores humanos, que son análogos por naturaleza, como el ser lo es en las creaturas. Pero ese simbolismo y esa analogía no significa de ningún modo que esos amores humanos no sean reales, del mismo modo en que el ser de las creaturas es real.

¿Y las cenizas?

Eso, las cenizas. Esas cenizas que se usan en el dicho para representar una rémora amorosa en el corazón de quien dice haber amado o dice haber sido amado (que no es lo mismo que haber amado o haberlo sido...)

Pues, qué decir. 

Ya está dicho: es infeliz usar las cenizas como emblema o figura de un amor que ha sobrevivido. Posiblemente, las cenizas puedan ser otras muchas cosas, restos, tal vez escombros, quizá mojones de una senda que va a una ciudad abandonada. 

Tal vez, el refrán no debería decir: Donde hubo fuego, cenizas quedan.

Tal vez sería más verdad decir, como dice Eurípides, que no es amante quien no ama siempre: Donde hubo fuego, fuego queda.

Pero, claro, tal vez, entre los hombres y en este eón, sólo pueda decirse algo así de grandes y verdaderos amores, casi divinos.

Para el resto, habrá que hablar de cenizas, nomás.



martes, 19 de abril de 2022

Cenizas quedan


¿Estará bien: donde hubo fuego, cenizas quedan? 

No sé. Las cenizas se pavonean un poco allí, a mi entender.

Porque el asunto no son las cenizas. El asunto es el fuego. Porque sin fuego, no es un refrán, es una verdad de Pero Grullo. Algo ardió, se consumió y quedaron cenizas. Y listo.

Fuego sin cenizas, puede ser que haya, aunque difícil, porque cenizas son lo que queda de lo que el fuego consumió al arder. Pero, precisamente, mientras haya fuego, ¿quién se ocupa de las cenizas (como no sea para que no ahoguen el fuego...)?

Por otra parte (y es el punto), ya sin fuego, ¿a quién le importarían unas cenizas frías?

El refrán es rengo por algún lado. Claro que se entiende lo que quiere decir, pero allí, insisto, las cenizas suenan sobrevaloradas. Sin fuego, son eso: cenizas. Es decir: polvo (según la etimología). Y el polvo es como nada, en cualquier lenguaje simbólico o poético.

Sí, ya sé. No soy tan tonto...: así dicho como se dice, se quiere decir que cenizas de aquel fuego traen a la memoria aquel fuego, y esa memoria aviva las cenizas ahora en forma de recuerdo o reminiscencia, y así siguiendo... 

Pero, si ese quedan de cenizas quedan vale algo, es porque lo que queda es algo del fuego aquel. Y no valen nada las cenizas sólo porque de aquel fuego queden cenizas. La reminiscencia no es reviviscencia, es solo algún rastro de la cosa, pero sin la cosa. El fuego es la cosa. Lo que cuenta. Es, casi, la diferencia entre la vida y la muerte, y casi sin casi. No por nada las cenizas son la muerte, también.

Un carmen de Catulo, el famoso 101 –Multas per gentes o Ave atque vale, según su principio o su famoso final, trae un ejemplo de lo que pueden valer las cenizas.

De Verona a la Tróade, en Asia menor, va Catulo a la tumba de su hermano, al que solamente conocemos por estos versos y otros pocos en otros dos poemas. Allí, frente al túmulo, canta una elegía breve ante las cenizas mudas. Pero como no es frío el afecto que se tenían y dura aún en el corazón del poeta, eso hizo que, trajinando a través de naciones y mares, él fuera a postrarse lloroso ante la tumba de su hermano y celebrara, ante aquellas cenizas, los ritos ancestrales con los que despedirlo hasta la eternidad. Eternidad en la que espera que con amor ardiente y fraterno su hermano reciba aquella ofrenda. Las cenizas son mudas, pero el fuego de ellas y en ellas habla por ellas y conversan al fin con Catulo en el corazón de Catulo. Es el fuego el que pone la nota de eternidad a las cenizas, como lo ha hecho con la ofrenda. Fuego que, en este caso y de este lado de la muerte, empapa con lágrimas la ofrenda, lágrimas que lejos de aplacar el fuego, lo enardecen. A ese fuego, a esa vida, le confía Catulo su ofrenda. Las cenizas, allí, valen a condición de que sean fuego también ellas, es decir, vida, del otro lado de la muerte. Et si non, non...

Multas per gentes et multa per aequora vectus
advenio has miseras, frater, ad inferias,
ut te postremo donarem munere mortis
et mutam nequiquam alloquerer cinerem.
Quandoquidem fortuna mihi tete abstulit ipsum.
Heu miser indigne frater adempte mihi,
nunc tamen interea haec, prisco quae more parentum
tradita sunt tristi munere ad inferias,
accipe fraterno multum manantia fletu,
atque in perpetuum, frater, ave atque vale. (*)

También hay muchos ejemplos cenicientos y variados en las Odas y Epístolas de Q. Horacio, con parecido sentido.

Pero.

El asunto es el fuego, insisto. No las cenizas.

Tal vez por eso, más antiguamente, en español por ejemplo, refranes de esta laya apuntaban mejor y acertaban más.

Así por ejemplo aquel que dice: Donde hubo fuego, siempre quedan rescoldos. Rescoldos que no son cenizas nada más y menos frías cenizas. Aunque ese siempre es algo presuntuoso, diría (y los españoles, de puro sentenciosos, suelen ser algo presuntuosos...), porque no siempre quedan rescoldos que sobrevivan y no se vuelvan al final cenizas.

Hay otros varios, ya sin tacha alguna: do no hay fuego, no se levanta humo; donde fuego no hay, humo no sal; donde no hay fuego ninguno, no sale humo, o con la variante no se levanta humo

Se los considera ejemplos negativos del primero. Y a mí no me lo parecen, sino al contrario. Otra vez: el acento no está puesto en el humo (ni en las cenizas) sino en el fuego. Como que, insisto, en el primer caso los rescoldos no son cenizas frías, sino al revés, porque arden aún, aunque se cubran de ceniza. Importan mientras ardan aunque la llama ya no suba sobre ellos, claro.

Pero allí está para el caso también otra pieza famosa: el soneto de Francisco de Quevedo, sobre el amor más fuerte que la muerte (que es como decir: el fuego más fuerte que las cenizas):

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

¿Donde hubo fuego, cenizas quedan? Entiendo, sí.

Pero para hablar de amores es poca cosa, si lo que queda es cenizas y no polvo enamorado, polvo que arde. Una metáfora pobre del amor son las cenizas, una metáfora inexacta si falta el fuego que las dignifique. Fuego que nunca puede suponerse así como así nomás presente en las cenizas, por el sólo hecho de que hayan quedado cenizas de un antiguo fuego, al cabo testigos insuficientes de algo que alguna vez el fuego hizo arder.

Cuando eso pasa, si el fuego no ha dejado sino cenizas frías, "es inútil remover las cenizas de un amor", como dice con toda razón la muchacha del tango de Contursi. Porque falta el fuego, precisamente.


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(*) Conformémonos con esta traducción de ese poema de Catulo, al que le han escapado grandes poetas porque dicen que su tono es irrepetible...

Arrojado a través de muchos pueblos y muchos mares,
vengo a estas desdichadas exequias tuyas, hermano,
para obsequiarte con el último regalo que se les debe a los muertos
y a conversar, aunque sea en vano, con tus cenizas mudas.
Ya que la fortuna te me arrebató,
¡ay! pobre hermano indignamente arrancado de mí,
recibe esta ofrenda que –fiel a la antigua costumbre de los antepasados–
he traído como triste regalo para tus exequias:
recíbela empapada en el llanto fraterno
y que pueda con ella, hermano, para toda la eternidad, despedirte, adiós... 



domingo, 10 de abril de 2022

La poesía en el gobierno (o la insurrección de los verdugos)




Tristes guerras
si no es amor la empresa.

Tristes. Tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.

Tristes. Tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.

Tristes. Tristes.

Es un poema breve –Tristes guerras– del español Miguel Hernández, en su Cancionero y Romancero de ausencias. Y estos versos del Pastor de Orihuela son la llave que abre la puerta de lo que viene.

Entiendo que, en tiempos de guerra, nada más fácil que asociar la cita a la guerra presente. Fácil, pero equivocado. Lo que haya en estos párrafos de aplicable a la guerra en Europa oriental, será por accidente. Porque en realidad mi propósito viene de otra parte y va a otro lado. Por muchas razones que creo importantes, esa guerra no me es indiferente. Pero sería oportunismo de mala uva empujarla aquí para que comparezca de contrabando.

El asunto que me trae ahora es otro. Me detuve días pasados en un comentario que un amable lector hizo a propósito de una colaboración de un servidor. Está en los archivos, podemos ahorrar tinta. Vi allí cómo aparecían, y en oposición, algo que se consideraba eficaz como remedio social y otro algo que ni siquiera se consideraba remedio: la guillotina y la poesía. No tengo ningún ánimo de polémica y eso porque el asunto mismo tiene su miga sin necesidad de más.

Decía Chesterton en sus años, cito más o menos, que al entrar a la Iglesia a un hombre se le pedía quitarse el sombrero, pero no la cabeza. Más allá del contexto en el que lo dijo, la frase dice una verdad: no somos el homo erectus por casualidad. Simbólicamente, nuestra verticalidad es el signo de nuestra racionalidad e intelecto que están representados en nuestra cumbre, la cabeza; así como también el corazón es simbólicamente en esa figura el centro de la persona. El centro de su mismísima intimidad espiritual.

Quitarle la cabeza a alguien (como quitarle su corazón, aunque fuera ritualmente), siempre fue un símbolo fuerte de la abolición de esa persona. Ninguno de los otros miembros de su organismo tiene esa maciza carga simbólica, como la tienen la cabeza y el corazón.

En el Deuteronomio del Antiguo Testamento, como en boca de Jesús en el Nuevo, el primer mandamiento (el mayor de todos) enumera con qué amará a Dios el hombre: con toda el alma, con todo el corazón y con toda la mente. Y eso porque esas tres realidades son los pilares del conocimiento y del amor. Ambas cosas, conocimiento y amor, son fines para el hombre. Y en términos teológicos, están presentes en su último acto eterno, si alcanza el Cielo, su fin último.

No hace falta estar de acuerdo con esto, si no se quiere. Pero en parte convendría: lo que nos distingue de todos los demás seres en este mundo es nuestra capacidad de conocer y amar. La cabeza y el corazón. Querer dejar al hombre frustrado en ambas cosas es al menos un signo de desesperanza. Porque, en el mar de este mundo, no se llega a puerto sin esos dos remos. En general, mutilarle la cabeza y el corazón es bastante más que un acto quirúrgico sobre el cuerpo de un hombre.

viernes, 1 de abril de 2022

Conquista de abril


Entero ya, maduro, vida nueva.

Llega en la espuma amorosa
y hace nacer de nuevo la tarde del tiempo.
El mes de los amores que aman.
Los días de miradas otoñales
del corazón que ve ojos que esperan.

La antigua vida nueva
luce en el resplandor de tu figura:
viene en abril a conquistar  
manos que enlazan manos,
cuerpos ateridos refugiados en abril,
en la tibieza pálida de abril que llega,
entero ya, maduro, vida nueva.