Historia de mi muerteEn 1922, publicó Las horas doradas, de donde está tomado éste otro.
Soñé la muerte y era muy sencillo:
Una hebra de seda me envolvía,
y a cada beso tuyo
con una vuelta menos me ceñía.
Y cada beso tuyo
era un día.
Y el tiempo que mediaba entre dos besos
una noche. La muerte es muy sencilla.
Y poco a poco fue desenvolviéndose
la hebra fatal. Ya no la retenía
sino por un sólo cabo entre los dedos...
Cuando de pronto te pusiste fría,
y ya no me besaste...
Y solté el cabo, y se me fue la vida.
Últimas rosas
Yo quisiera morir como las rosas
en la blancura del deshojamiento.
Irme suave y cordial, callado y lento
en la quietud conforme de las cosas.
Prolongar por las calles arenosas
del jardín, ya macilento,
la blandura de mi deshojamiento
en la melancolía de las rosas.
Los argentinos, y usted perdone, no vamos a entender la patria hasta que no nos enfrentemos a la poesía, y a los poetas. Creo más: sin ellos, no habrá patria. Al menos no una digna de ese nombre.
Y no lo digo por estos dos poemas que traigo ahora, que son, en todo caso, parejos con el hilo de lo que venía diciendo y es por eso que los dejo acá.
Pero, como quiera verlo, mejor vayamos sabiendo de una vez algo de la poesía y de la patria, si es que alcanza el tiempo para las dos cosas: entender a los poetas y a la poesía, y tener una patria.
Y le digo más: estoy seguro de que, pese a quien le pesare, y puestos a hablar de Lugones, en un sentido alto no habrá patria sin Lugones.
Y sin la muerte de Lugones. Y vamos a tener que enfrentarnos a eso. Y ver qué nos hacemos con eso.
Mejor nos vayamos haciendo a la idea, me parece.
Yo mismo, fíjese, estoy demorando releer el librito del padre Castellani sobre Lugones. Y no por ancho, porque son nada más que unas 130 páginas.