En estos días, un buen amigo me ha provisto de buena música alpina y de un libro espectacular de la expedición italiana al K2, en 1954, que espera impaciente que termine con las urgencias y vaya a lo emocionante.
Entre las canciones que oigo, la primera es una historia.
Un peñasco en las colinas de San Mateo. Unas piedras negras en ruinas, los restos de un castillo, recuerdan la historia de la reina caprichosa y desamorada y del galante capitán enamorado.
Ella, con una crueldad que parece famosa solamente en la mujeres, le va poniendo tareas imposibles, para nada.
Como el amor se alimenta de esperanza, dicen los poetas-filósofos, el capitán que cuida la ciudad de Giano obedece y afronta los peligros, 'magias' y aventuras a que lo somete la pérfida regina, con tal de que él le consiga agua pura.
Hasta que, como corresponde, el tipo se cansa. Y entiende. O entiende primero y después se cansa.
Cosa que no sé. Porque no sé si en ese trance la voluntad precede a la inteligencia o la inteligencia a la voluntad.
Habrá que ver.
Mientras vamos viendo, se puede ir leyendo la letra, que no está para nada falta de sutilezas y entrecruzamientos de lo más virtuosos (en técnica lírica, digo). Además del dialecto norteño, claro, cosa que degustarán los que tengan vino, aceite de oliva o sencillamente tuco en las venas.
Hay una versión de la música aquí. Pero en realidad la fuente de esta letra y de la música (múy difícil, dicen los entendidos) y de la ejecución típica de la canción (más difícil todavía), hay que buscarla por este lado.
Este coro I Crodaioli -tan renombrado y viajado- es hechura del autor de la letra y de la música de San Matío, el 'maestro' Bepi De Marzi.