miércoles, 27 de septiembre de 2023

Tu palabra en mí


Decías los augurios como flores
y adornabas futuros con tu risa.
Vislumbrabas un cielo en mi camisa
y enloquecía con tus cien colores.

Voces de miel dijiste, poetisa,
en versos adivinos y amadores,
y, para hacer que más yo me enamore,
librabas vaticinios en la brisa.

Cada palabra que de ti he guardado
se ha cumplido, se cumple cada día
y me recuerda lo que no sabía:

Eres mi vida misma y he notado
que cada cosa que al vivir vivía
ya estaba en ti en amor profetizado.



martes, 26 de septiembre de 2023

Entre nos


Sólo lo sabe el trino del zorzal:
lo dice cada día emocionado.
Del pudor de tu amor enamorado,
trina mudo en la ramas del nogal.

Sólo lo sabe el aire acompasado
que guarda los aromas de un rosal.
Sólo en secreto canta un manantial
el murmullo de amor que él ha guardado.

Y sólo yo lo sé: nadie lo sabe.
Y sólo en mi mirada va conmigo
y allí estará, hasta que el mundo acabe.

Sólo lo sabes tú y está contigo.
Mora en tu pecho donde sólo cabe
este entre nos, que crece sin testigo.



lunes, 25 de septiembre de 2023

Destino en ti


Cada hora que taja este camino
y lo hiere de espera de ir llegando,
me demora en tu nombre. Y yo soñando
un cielo de delicias que imagino.

La tarde viene a mí, entre fuego y vino,
nubes de lino y luz ya coloreando
mi frente, que en bandadas va volando
al nido de tu pecho, mi destino.

Puerto en el alto espejo de tus ojos,
posada tibia en tu regazo y senda
por donde el alma se aventura ardiente.

Corazón peregrino, a tus antojos
me ofrezco en obediencia y como prenda,
me entrego amante, amor, como un presente.



domingo, 24 de septiembre de 2023

Tu silencio eres


No hay silencio más fiero cada día
que esa sonrisa en luz; esa elegancia
para nombrar sin voz; la resonancia
de lo que, si nombraras, oiría.

No hay un silencio igual a esa distancia
con que se anuncia en mí tu cercanía:
el canto mudo, amor, de la alegría
que a mi indigencia viste de abundancia.

Y es tu susurro como un grito en llamas
sólo por mí, entre todos, percibido,
porque sólo pronuncias a quien amas.

Dolor feliz con que tu voz me ha herido,
cada vez que en silencio me reclamas
que no olvide que para mí has nacido.


domingo, 17 de septiembre de 2023

Más de ti


Más quiere el corazón andar contigo,
más camino me das y más posada.
Más quiere mi mirada tu mirada,
más luz das a mis ojos de mendigo.
Más quiere el corazón tu cielo claro,
más clara es la mañana de mi día.
Más quiere cada pena tu alegría,
más tu sonrisa se me vuelve amparo.
De todo pido más y más me ofreces.
De todo, siempre es más y más festivo.
De todo siempre el don es excesivo.
En todo estás, jamás te desvaneces.
En todo nunca hay más definitivo.
En todo, todo y más y más con creces.


 

jueves, 14 de septiembre de 2023

La patria, tú


Eres la patria que jamás me duele:
por ti nací y en ti morir yo quiero.
Sin ti, seré en el mundo un extranjero
y no habrá cosa ya que me consuele.

Eres la patria, desde que soy tuyo
y, tuyo, soy, por ti, tu ciudadano.
La ley es la caricia de tu mano
y me he entregado a ese gobierno suyo.

Eres la patria, el surco y la simiente.
Eres la patria dulce de tu aroma.
Eres la patria al vuelo en mi paloma.

Eres la patria, el agua de mi fuente.
Eres la patria, un cielo y un idioma.
Eres mi patria. Y todo, finalmente.


 

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Lo que eres


Yo podría haber sido piedra o río.
Tal vez zorzal del alba, un sauce, el viento,
la soledad del mar, el movimiento
de una estrella o un canto. O el vacío.
Yo podría haber sido un elemento
de los cuatro del mundo, o un navío.
Tal vez la rosa, el sol, la sal o el frío.
Un volcán. O una selva. O un instrumento.
O no ser algo. En absoluto. Nada.
Un posible de ser, sólo una ausencia.
Sin voz ni corazón. Sin la mirada.
Pero entonces me nace tu presencia
y el alma, que se sabe enamorada,
conoce la razón de mi existencia.


 

viernes, 8 de septiembre de 2023

A ver esto de la "batalla cultural" (II)




Hace unos 5 años, en medio de escaramuzas verbales por la cuestión de las uniones homosexuales e ideología de género, una congregación vaticana emitió un documento para que sirviera de base “dialogal” en ámbitos educativos, fijando la posición de la Iglesia Católica frente a la cuestión. (*)

A propósito de eso mismo, recuerdo haber oído en esos días un comentario en un programa radial de una radio progresista, nac & pop y ampliadora de derechos. El periodista, con agudeza, hizo una observación: “Después hablamos de lo que dice el documento, pero el título ya es todo lo que está mal: Varón y mujer los creó…” Y siguió argumentando. Le parecía inadmisible que se quisiera imponer una visión de las cosas en la que existe un Dios que crea y que crea seres humanos que son varones o mujeres.

Y tenía razón, según su posición. El tipo estaba en plena batalla cultural contra su enemigo y eso le exigía ir al hueso, sin tanto melindre y tanto minué: si Dios existe, estamos fritos o veremos qué hacer para desahcernos de él; pero Dios no existe o no nos pueden obligar a creer que existe y que es lo que dicen que es o que es el gran ingeniero de todo lo que supuestamente creó.

Bien por él: corto y al pie. El bando en el que milita parece que en el fino fondo tiene claro al enemigo y, aunque le gusta inventar o redefinir lenguaje para dominar la discusión y toda la agenda, no hubo subterfugios en esa ocasión.

Como por entonces leía cuestiones relacionadas, llegué a Antonio Gramsci y sus consideraciones sobre el papel de la mujer y la vida sexual en una sociedad revolucionaria. Junté las dos cosas y escribí algunas líneas en la bitácora
ens. (**)

*   *   *

Dicho lo cual (con todo y las molestas autorreferencias al margen…), vengamos a lo de hoy, otra vez.

Y, casi seguro, habrá gentes a las que una primera observación le suene exagerada. Pero sin ella, creo que no valdría la pena seguir.

Porque, si se mira bien, en realidad no hay tal batalla, sin más, como un episodio meramente cultural, en sentido horizontal, como una mera puja histórica de corrientes de pensamiento: esto es una guerra. Y es guerra antigua, más antigua que lo que las crónicas puedan registrar, porque empezó entre ángeles y cuando no había hombres en el universo.

Debería ser nítido: si algún sentido y alguna importancia tiene combatir esta batalla y discutir asuntos de este mundo, en este planeta, asuntos que se consideran graves o raigales para la historia y la vida de los hombres en este planeta, es porque las raíces no están en este planeta y porque también ellos son instancias de una guerra antigua. Esta es batalla de una guerra y hacerse el tonto en este punto no solamente preanuncia una derrota sino, lo que es peor, hace que cualquier triunfo momentáneo que se crea propio, sin esa nota preliminar absolutamente clara, se vuelva, al final, un triunfo del enemigo.

¿Cómo sostener verdades que son la secuela directa y necesaria de la ley divina, corriendo de la escena con el dorso de la mano –cortés y discretamente– al autor de esa ley, para que la gente no se asuste o para que no nos tomen por místicos alucinados, papanatas ingenuos o niños que creen que de veras el lobo se comió a la abuelita? ¿Por qué motivo inteligente se nos podría ocurrir poner cara de que somos hombres de este tiempo, astutos, ilustrados y científicos, sensatos y razonables, prudentemente políticos, que sólo discutimos con argumentos que creemos que no nos desacreditarán ante nuestros interlocutores, en vez de poner la cara que tenemos y admitir sencillamente que sabemos lo que sabemos?

Que Dios es, que es persona, que es trinitario, que es el creador de todo lo que existe, que es el Señor de la historia de principio a fin, es una verdad mucho más ácida que el que haya creado al hombre y los haya creado varón y mujer, por mucho que lo segundo exaspere, porque suene autoritario y por lo que implica respecto de los nuevos credos anatómicos y morales de la opinión establecida, dominante o conveniente. Si lo que llaman “batalla cultural” trata acerca de esto, detenerse allí sin traspasar la esfera horizontal de lo humano y sin afirmar netamente todo lo primero respecto de Dios, es una estrategia de combate anémica: porque lo segundo es así porque lo primero es así. El hombre es lo que es porque Dios es.

Que Dios es el viviente supremo y es amor su naturaleza y que ha hecho que sus creaturas semejantes, por amor colaboren con la vida de principio a fin, es la razón última para que el aborto querido y buscado sea una rebelión nefasta o la eutanasia un asalto al Árbol de la Vida, como el mismo aborto, la eugenesia, la manipulación de embriones lo es. Sin lo primero, lo segundo es, si acaso, una cuestionable práctica quirúrgica o clínica por razones de higiene física o mental o de comodidad.

Pero hay más y más cosas en 360° que están en el sumario de la batalla que hay que dar y que no suelen figurar en el discurso de quienes dicen dar esa "batalla cultural". O, lo que es más peligroso, asuntos que ingresan en la lista de cosas a proclamar y reclamar, pero definidos de manera ambigua o errónea.

El sentido de la propiedad, la naturaleza y el sentido y los alcances de la libertad, las razones y la finalidad de la vida en sociedad, la naturaleza y la finalidad del poder en todas sus versiones y particularmente en lo político, la razón de ser y la finalidad de la naturaleza viva o inerte que rodea al hombre, el fin y los fundamentos y las necesidades de la educación del hombre, la justicia de las leyes y de las instituciones, la prudencia y justicia con la que administra los bienes naturales que le están confiados, el uso de la fuerza, la consideración de lo que indudablemente es común... Quien quiera puede seguir la lista de asuntos. Pero la definición y comprensión última de todo eso –tan importante socialmente como lo relacionado con la vida–, está indisolublemente unido a la existencia de Dios y a su propiedad intelectual y efectiva de todo cuanto existe y fue creado por Él, aun considerando la autonomía relativa del hombre, también ella de raíz heterónoma en último término. 

Se dirá que en la mayoría de tales asuntos rigen las leyes de lo probable y útil y conveniente, en orden a lo que los hombres proyectemos o hagamos con eso. Y es verdad. Lo que no es verdad es que tengamos poder omnímodo para obrar contra las leyes que rigen a todo lo creado. Si una cultura concibe mal lo que es Dios, el hombre y las cosas, es lo más probable que obre torcida o defectuosamente. Y quien pretenda dar una batalla cultural, deberá asegurarse primero de que su concepción de ese trinomio es verdadera y que es en razón de esa concepción que da la batalla. Y, si es así, ¿por qué lo callaría? 

En este mundo sublunar, en los asuntos contingentes y temporales se hace lo que se puede, en los tiempos en que sea oportuno y posible. Pero lo que no puede pasar, aun en estos asuntos que –hay que insistir– son también ellos un campo de batalla, es que no se sepa, se olvide o se ignore por qué dar batalla. 

Cuando un laico piensa y siente que todo esto no es práctico, no es conveniente, no es prudente, no es político, o cuando piensa y siente que ese lenguaje que empieza con la palabra Dios pertenece a los clérigos exclusivamente y que, si acaso lo usa él mismo, debe hacerlo con sordina, en privado, sin que suene en su palabra pública, con precaución para no ser descalificado y cancelado, allí es cuando se transforma en un desertor o está a punto de serlo. Podrá dormir en las mismas barracas con sus camaradas de combate, tendrá el mismo uniforme, y hasta, en ciertas cosas, obedecerá a sus capitanes, si los encuentra, y formará en sus filas rumbo al frente con aparente ahínco y con casi las mismas armas. Pero su corazón se ha filtrado imperceptiblemente hasta pasar tras las líneas enemigas; y no para una operación encubierta, sino para instalarse allí, como alguien que, cuando menos, tiene doble ciudadanía y, claro, imposibles dos lealtades. En el mejor de los casos, andará entre ellos con la incomodidad del que se ha quedado sin patria y no encuentra un motivo lo suficientemente hondo y propio que satisfaga el sentido de su participación en la batalla. Peor le irá si ni siquiera se da cuenta.

En distintas épocas y lugares, en conflictos entre ejércitos y entre comunidades o naciones, ha existido eso que se llamó siempre “la tierra de nadie”, una zona en apariencia neutral, o baldía mejor, en la que nadie tiene supremacía y sobre la que no se permite tampoco la supremacía del adversario. Un más o menos amplio pasillo que separa a los contendientes, refugiados cada cual en sus trincheras o posiciones, tratando de avanzar o de impedir que el enemigo avance. 

Pues, eso ya casi no existe en el caso agónico de esta “batalla cultural” que tanto se menea. Como tampoco existe la neutralidad, pues los asuntos en disputa se acercan vertiginosamente al límite en el cual, la más mínima proposición contraria al fundamental “Dios existe” se manifiesta insalvablemente contradictoria y, lo que importa más, tiñe la propia posición hasta el punto de que el combate se hace inevitable. Un combate a vida o muerte.

Así ocurre en esto que llaman “batalla cultural”, aun cuando un bando no se anoticie de eso o lo considere irrelevante, o considere que se puede –con la debida y razonable apologética, que para nada le sea ofensiva al credo de nadie– avanzar hasta el triunfo del bando propio, sin que haya que arriesgar la vida “en exceso”, ni la vida del alma, ni la de la fama o la del cuerpo, que siempre impresionan más aunque son menos.

En las filas adversarias puede haber toda suerte de combatientes, miembros de número y espectadores. En los ejércitos en batalla siempre los hay. No todos combaten efectivamente, pero acompañan o cumplen tareas menores o medianas, tal vez hasta significativas, aunque lejos del frente crudo de batalla. Como hay los que simplemente quedaron de ese lado y, con cierta indiferencia o por comodidad, van detrás de las columnas más aguerridas, hasta por temor a desentonar, o porque no han conocido otra cosa, y eso porque quienes debieron decir las cosas que debieron de haber dicho para que las conocieran, no las dijeron o las dijeron tan mal que quienes los oían no alcanzaron a ver la diferencia entre ambos bandos.

Pero si hay un oponente real, sólido y determinado, impulsado por una convicción firme y una finalidad fortísima que, como un imán poderoso, lo atrae al combate, entonces, a ése hay que considerarlo seriamente. Hay que tener en cuenta que lo anima algún amor (dicho genéricamente) y algún odio poderoso. Porque sabe lo que quiere, sin dudar; y sabe lo que detesta, sin dudar. Ése, mira las piruetas retóricas de oportunidad, oye los argumentos incompletos, edulcorados o especiosos. Y se ríe internamente viendo al adversario enredarse en sus propias tácticas sinuosas a medio cocer y en su estrategia errada y hasta vacilante, cuando no traidora a su propio bando, queriendo o sin querer.

No se puede enfrentar a ese oponente real y último con abalorios para la tribuna, con fuegos de artificio para los votantes, que se pretende que finalmente decidan democráticamente quién ganó, haciendo eso hasta con un apetito desbocado de vindicta porque ha desaparecido la Cristiandad. Porque se siente que el bando propio perdió y se debe recuperar el poder que tuvo en otros siglos brillantes, a como dé lugar.

No se debe enfrentar al enemigo aguerrido esquivando las verdaderas razones propias. Ni se debe escatimar la razón verdadera de la batalla a quienes se pretende que la peleen. Porque, además de todo lo demás, es un fraude. Porque efectivamente eso es si, por temor a nombrar el Cielo o el infierno, para empezar, sólo se les habla a los hombres de una sociedad más justa y verdaderamente inclusiva, o de un aguado y genérico estar a favor de la vida, o de un bienestar y un progreso social pingüe y confortable en este mundo, recurriendo a razones horizontales que, por verdaderas que pudieren ser, siempre serán la parte baja de la verdad. De la parte alta y vertical, de aquella parte en la que están las raíces de aquello de lo que se esperan frutos en la parte baja, de eso no se habla.

Y no suele hablarse porque no se cree que sea del todo verdadero, o porque entorpece el discurso, o porque hay que hacer cálculos, juntar votos y voluntades, sacar huevos de todas las canastas que se pueda, sin asustar con el Cielo, sin asustar con el infierno, corriendo al patio de atrás a los ángeles que son los que tienen encomendado custodiar la vida de cada uno de los hombres engendrados y hasta de las comunidades o naciones que forman, poniéndose con aparente solvencia y verba galana en el atril de los discursos para lanzar sus razones de oportunidad política y mundana, dejando en la sala de espera –para que no se meta en nuestros asuntos humanos– al que tiene la primera y la última palabra. Dostoievsky lo dejó bien expuesto en las palabras del Gran Inquisidor, ¿para qué repetirlo ahora?

Pero esa estrategia para la “batalla cultural” no es tan importante si es la de los socios agnósticos que puedan ser por sus razones defensores de la vida, si la impulsan los razonabilísimos socios liberales, que guardan a Dios si acaso en su fuero privado pero a la vez temen u odian y por eso combaten –algunos, por meros pruritos conservadores– la revolución moral y política (y económica, obviamente) de las huestes progresistas, de izquierda o populistas; no es tan significativa si es la estrategia de socios tácticos que se colectan entre protestantes, amish, evangélicos, musulmanes, judíos, taoístas, budistas. Esa estrategia fallida verdaderamente cuenta cuando es la estrategia de los católicos, sin mucha distinción de grados, de honores o de tribus partisanas al interior de la Iglesia.

Importa sobre todo y más que nada que sea la de los católicos: los únicos que dicen profesar una Fe cuyo contenido y origen sobrenatural y divino no les permite olvidar lo que olvidan, esquivar lo que esquivan, tergiversar lo que tergiversan, mentir lo que mienten, ocultar lo que ocultan, temer lo que temen, apartarse de lo que se apartan, asociarse con quienes se asocian, planear lo que planean, impulsar lo que impulsan, condenar lo que condenan, maltratar lo que maltratan.


Porque,

si un católico no entiende realmente de qué se trata la “batalla cultural” en la que está empeñado,

si no advierte el origen y la naturaleza de la guerra de la cual esa batalla es apenas una batalla,

si sólo espera el triunfo temporal de lo que cree estar defendiendo en esa batalla,

si su consigna principal es que los enemigos de sus enemigos son sus amigos,

si confunde su militancia en estos combates con la dialéctica izquierda-derecha y toma partido, mezclando lo que debería importarle con lo que les importa a otros, a los que sólo les sirve usar las razones católicas como munición contra los enemigos de sus propios fines,

si antepone lo horizontal de los argumentos de batalla a lo vertical de la guerra,

si pretende ingresar con su acción en la esfera de los poderes y tener una silla entre los que conducen los asuntos de este mundo en tanto asuntos de este mundo, y ser alguien en el ámbito sinuoso de los asuntos del mundo en tanto asuntos del mundo,

si se asocia a otros que dicen las mismas palabras que él dice, sin que le importe que las digan para que él se asocie a ellos y formar así una masa crítica que le dé fuerza y poder a quien no debería tenerlo para hacer lo que no debería,

entonces, a un servidor, al menos, le quedará claro que no ha entendido el sentido de su combate o que se ha decidido a pelear una batalla que tiene poco o nada que ver con la batalla cultural que debería pelear, no necesariamente para vencer, sino, necesariamente, para no ser vencido.

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(*) (https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20190202_maschio-e-femmina_sp.pdf)

(**) https://revistaens.blogspot.com/2019/06/cosas-de-chicas.html



viernes, 1 de septiembre de 2023

A ver esto de la "batalla cultural" (I)




Fue hace unos cuantos muchos años. 

Cuando empezó a correr en ciertos ambientes la marca "batalla cultural", creí que se trataba de una reedición de otras marcas históricas, como si reviviera la de Bismarck en el Imperio Alemán. Y no, no era. Venía de Europa el mote, sí, pero de otro embrión entonces y más bien entreverado con debates políticos de tiempos de la postguerra y de la naciente guerra fría. Los '60 tuvieron mucho de eso y el hito del Mayo francés fue una de las bocas de expendio de lo que estaba pensándose para los '70 y para después, hasta el infinito y más allá. Había hebras de hippies y rockeros, algo de la escuela de Frankfurt y aquella cuestión de las industrias culturales, y algo de Berkeley y otras hierbas (literliter loquendo...). Por decir algo, el aquelarre de amor libre y flower power de Woodstock, es como un abuelo naïf de los desmanes sexópatas que florecen en nuestros días.

Por estas pampas, por ejemplo, recuerdo que hubo –en tiempos de los militares– una fuerte y reiterada advertencia, particularmente desde medios y grupos nacionalistas católicos: los militares parecían no tomar en cuenta que las verdaderas armas de sus enemigos, las más durables y penetrantes, estaban en los arsenales de las palabras que traducían consignas y en las consignas que traducían cosmovisiones y diseños de la sociedad, la historia y el mundo. Y que –si acaso era algún paliativo o prtendida solución– no bastaba con quemar libros: había que escribirlos, en todo caso: porque no se desplaza lo que no se reemplaza. Les habrá sonado, a la parte de ellos que tomaba las decisiones, a una pulposa nube de flatos de intelectuales inútiles. O, lo que no es lo mismo, les habrá sonado a peligrosas ideas antiliberales. Lo cierto es que lo que resultó mayormente inútil fue el esfuerzo de advertirles. Y más que eso: la advertencia sirvió, por ejemplo, para que clausuraran los medios que lanzaban la advertencia, mientras florecían y maduraban a pleno sol las consignas que los acecharon y finalmente los vencieron en esa "batalla cultural", derrota de la que hoy todavía se lamentan. Curioso, pero histórico.

Después vino un tiempo en que la izquierda, en particular la ilustrada y champagne, de pelaje vario y hasta tintada de socialdemocracia afrancesada, agregó ese asunto de la "batalla cultural" a sus insumos discursivos, de a ratos impugnándola en las derechas liberales y por el uso que hacían de la marca para asuntos económicos y políticos, de a ratos usándola como ariete para establecer la democracia como estilo de vida, de a ratos –poniéndose culturosos– asociándola vagamente y en su beneficio a otra marca propia del mismo género, aunque distinta: la "hegemonía" gramsciana y sus derivados culturales, que tal vez, y sin tal vez, es la más potente herramienta vigente todavía, aunque los contenidos entren y salgan del menú, según lugares y circunstancias.

Es verdad que hay que tener, por lo menos, unos cuantos años para haber visto andar por ahí al afamado binomio "batalla cultural" y verlo hacer nido aquí y allá, muchas veces a la vez aunque en sitios opuestos. Pero no abultemos demasiado este tramo de la cuestión, para no alargar lo que son nada más que unas cuantas líneas de ensayo. Vengamos a lo de hoy, como dice Manrique en sus Coplas.

Desde hace un tiempo que veo, como cualquiera que no sea ciego y sordo, que la marca "batalla cultural" cobró nuevo impulso. Ahora global y habitando casi exclusivamente en los domicilios de nuevas derechas cuasifilo católicas y más bien conservadoras, para ser muy sintético y no muy preciso en la descripción, aparecida ahora con un aire de descubrimiento y nueva extrategia simultánea en el planeta. Sin demasiada convicción, usan ahora la expresión las izquierdas y los progresismos más radicales. Pasa que parece que esta vez, ganando las palabras y el contenido tópico para su uso, las derechas se quedaron con el copyright y por eso la expresión suena forzada cuando late del lado izquierdo del mapa político. Parecerían que no quieren quedarse afuera de un binomio rentable y épico como ése.

Hoy, desde Estados Unidos (donde tiene algo más de historia) a Hungría o Francia o Inglaterra, de Polonia a Italia o a España, movimientos políticos y culturales de cierta relevancia y representatividad social, como otros menos visibles pero operantes –y todos bajo paraguas diversos de derechas diversas, mayormente conservadoras y religiosas–, han vuelto a desempolvar una versión de la kulturkampf (a la que entiendo no llamen así, porque el nombre está asociado al bando enemigo en 1870..., como que esa marca es suya... y antiocatólica). Y así han llegado a incluirla otra vez como un insumo discursivo vertebral, o en apariencia vertebral. 

Todo esto podría tener quizás un interés de crónica o apenas analítico si, en mi patria, la cuestión de esta "batalla cultural" no hubiera alquilado también un terrenito y no hubiera empezado a levantar algunas paredes desde hace unos pocos años.

El asunto es que (y siempre siendo cruelmente sintético) a esta otra vez nominada "batalla cultural", hoy por hoy, le pediría documentos y hasta el certificado de vacuna antisarampionosa y un bucodental completo. Y si no tiene los papeles en regla, diría que no debería ingresar así como así al mundo de las ideas y de las acciones que se pretenden contraculturales o contrarrevolucionarias, porque (esto es ineludible) no se puede empezar a conversar sin precisar que se entiende por cultura y por revolución, cuando menos, aunque sólo fuera en términos políticos. Y hasta reclamaría un análisis de ADN también, porque, en lo que a su servidor respecta, por lo pronto quiero saber quiénes son el padre y la madre de esta criatura, y hasta quiénes sus parientes, y, claro, con qué gentes anda por ahí. En suma, cuántas sangres se mezclan en sus venas, cuántas inteligencias y voluntades la han parido e impulsado y para qué.

No: no es un afán purista, principista o angelista. Pasa que todo el asunto podría tratarse de una idea grande, de esas por las que uno está dispuesto a dar su vida. Y si, llegado el caso, tocara morir por eso, al menos un servidor querría saber que no va voluntariamente a la muerte por las razones equivocadas. Por eso mismo, no está de más, cuando llega un regalo que parece venido de los dioses, recordar a Virgilio cuando en la Eneida le hace decir a Laocoonte, sacerdote troyano que miraba el Caballo de Troya que los griegos le regalaban a la ciudad, aquello de Timeo danaos et dona ferentes..., porque hay cosas enormes y en apariencia admirables que traen con ellas enormes males.

Nadie se atrevería a impugnarme por eso. Salvo quienes quieran hacerme creer que obligadamente debería comprar el combo con papas grandes y chito la boca. Y ni así me forzarían a llevarme el combo sin abrirlo y expulgarlo: porque si se me exige un acto de fe, lo menos que voy a exigir es que me lo exija un ente sobrenatural y, particularmente, divino. Con un diktat político de oportunidad táctica, no me alcanza.

Dicho esto, veré si me hago el tiempo y acomodo la sesera para acopiar algunos granos y ver de hacer con eso algo de harina, para catar si esta renacida "batalla cultural" cuadra con lo que dice ser. O termina siendo sólo un nombre lustroso y épico (que puede ser llenado con líquidos diversos, a gusto del consumidor de la marca); el nombre de algo que no es verdaderamente una batalla cultural sino, si acaso, una segunda marca oportuna.