domingo, 31 de enero de 2021

Memorias del bodegón: 2. Tormenta, besugo y obviedades




Ayer, cayendo la tarde, hubo una tormenta regular, vientos casi de tornado, árboles desgajados, calles inundadas. Y todo en apenas 15 minutos.

Fuimos llegando al bodegón con la impresión de que nos había arrastrado hasta allí la turba de viento y agua. Salvo Luro, que no tenía rastros de haber sentido el torbellino. ¿De veras?, dijo abriendo los ojos y sonriendo.

Su siesta había durado toda la tarde. Venía de manejar unas veinte horas casi sin parar desde Perico, con la camioneta cargada que no lo dejaba correr como suele. Llegó del norte después de mediodía y cayó rendido en un sillón, sin ánimo de llegar hasta su cama. 

En cuanto entramos al bodegón, la primera noticia fue la del jamón colgante. Stefanelli volvió a protestar y Luro bromeaba con el gallego Papotakis, pidiéndole los detalles como si se tratara de una operación a corazón abierto. Pero, benevolente, después de algunas pocas pullas, Luro no quiso molestar de más al protagonista y enseguida pasó a las ponderaciones del nuevo local, mientras iban llegando los demás.

El trench del doctor Wittington era una exageración. Juntos, el trench y Wittington, entraron con una pompa graciosa. Lo dejó en el perchero con un gesto de espía de la guerra fría y miró fijamente al invitado, saludándolo con una inclinación de cabeza. Inmediatamente me clavó la mirada para que hiciera las presentaciones. Hice lo mismo y le clavé la mirada a Stefanelli, que era quien lo había traído.

Hay que decir que cada tercer jueves podía haber un invitado, alguno que no era comensal de la mesa. No podía repetirse la invitación y algunas veces no había invitado alguno.

Esta vez, Stefanelli había traído a un amigo, compañero de sus años de universidad. En realidad parecían coetáneos pero era bastante más joven que él y eso porque Stefanelli cursó dos carreras y éste era gente de la segunda, es decir, de ingeniería electrónica. El sujeto tenía una media sonrisa pacífica que no se le borraba. Por momentos, durante la comida, parecía taciturno o ausente, pero al momento una breve intervención  desmentía las ausencias. Enseguida se mezcló con el protocolo de la mesa, como si fuera de toda la vida, aunque siempre comedido.

Lo notable, en todo caso, es que este jueves la juntada fue más larga que lo habitual y por esa razón tuvieron que advertirnos amablemente que se había cerrado la cocina y que debían cobrar nuestra cuenta porque el bodegón cerraba.

Y, tal vez, el responsable fue el invitado de Stefanelli.

*   *   *

– Si fuera católico, católico como Cardozo se entiende, de ese estilo quiero decir, sería mucho más agresivo. Wittington no se había puesto el trench en vano y, como siempre, arrancaba una cuestión con dardos para Cardozo. Habíamos recorrido asuntos del día, cansinamente. Estábamos examinando unas olivas griegas y un jerez de poco lustre, con algo más de interés. Es decir, estábamos fríos para una reyerta de semejante calado.

– ¿Y qué haría el doctor, si se puede saber? Cardozo, aludido, picó.

– Mire, doctor..., le voy a explicar. Por ejemplo, contaría los abortados día por día, así como se cuentan ahora los muertos día por día..., dijo el abogado y se esquinó en la mesa como para no darle la cara a Cardozo. Y los publicaría a como dé lugar. ¿O me van a decir que no hay católicos que puedan hacerlo hacer en el entero orbe? Usted mismo debe tener información de sobra.

– ¿Y con eso qué se lograría?, dijo socarrón el porteño de Santiago, que no analizó la idea sino que reaccionó ante el emisor, sin más.

– No sé si es tan mala idea..., dije todavía dándole vueltas en la boca a un último hueso de oliva. Y dándole vueltas en la cabeza al brulote del doctor que me había disparado decenas de posibilidades juguetonas. 

El invitado se acomodó en la silla con mesura. Se inclinó hacia adelante y se acodó sobre la mesa con determinación.

– Yo no soy católico, dijo en un tono sereno. Ya me había dicho Tulio que al menos la mayoría de la mesa sí y fue lo que me entusiasmó de la invitación. 

Tulio –así lo conocían todos– era Marco Tulio Stefanelli, hijo de un profesor de latín, claro. Oriundo de Quilmes, había hecho sus carreras en La Plata y, por instigación de su padre, había frecuentado allí (todavía lo hacía) grupos de humanistas de la universidad nacional. Así conoció al gallego Papotakis y por el gallego a Luro y demás... Salvo yo, no había en la mesa nadie que se dedicara profesionalmente a las humanidades. Wittington era abogado de fortuna, Luro era productor, como le gustaba llamarse, el gallego había sido socio de Michelino en algunas casas de comida temática griega, thai, vasca..., pero en realidad su pasión era la náutica de río y tenía una guardería en San Fernando. Cardozo era el médico del grupo e investigador.

El invitado dejó pasar la primera ola.

– Insisto, no soy católico, pero tal vez algo así como lo que dice el doctor sería consecuente con todo lo que se ha estado diciendo desde que se discute el asunto, dijo tanteando con su voz apenas grave. Por ejemplo, siguió, por qué no hacer momentos de conmemoración. Ustedes rezan: una cadena de oración permanente. Actos. Esquinas, plazas, escalinatas. Velas encendidas en lugares elegidos, vigilias, marchas constantes...

– Algo de eso se ha hecho, y en todas partes..., dijo tímidamente y sin mucha convicción Stefanelli hablándole a su invitado, porque no sabía en qué dirección iría el comentario. Pero no había una hebra de ingenuidad en el planteo de su colega, pese a su expresión casi infantil.

– Y misas..., terció el gallego Papotakis con sorna muy suave.

– Eso no sé, pero quizá, claro, dijo el invitado. Y, aunque no sé mucho del asunto, hasta misas continuadas, diría...

No había entendido el aguijón del gallego. Pero Cardozo sí y lo miró a Papotakis con reproche.

– No te lo tomes a broma, incluso eso es posible...

– Sí, fingió seriedad el gallego. Y vas a celebrar vos y va a concelebrar Luro, porque lo que es encontrar que te acompañen en eso... ¿No te parece que ya lo habrían hecho si quisieran hacer algo así?

– Entonces, es claro que no interesa tanto el asunto, como se dice que interesa. Wittington laudó con solemnidad de magistrado.

– No es tan sencillo..., terció Cardozo que no dejaba el hueso así nomás. 

La disputa se desparramaba. Lo dicho: estábamos fríos. Cardozo cambió su arma de puño por artillería.

– Ya se sabe que esto es planetario. Los enemigos son muchos, son poderosos. No es tan sencillo enfrentarse. Hay cosas que se pueden hacer y otras que cuestan más o son imposibles o no sirve para nada hacerlas. No nos engañemos: por la razón que sea, casi todo el mundo está a favor del aborto. Porque siguen la opinión común, por convicción, por ignorancia... Lo que quieran: pero con semejante presión sobre cabezas y corazones débiles o maltratados la gente termina aceptándolo o directamente se asusta por las consecuencias y le da miedo oponerse. Por eso mismo hay que hacer todo lo que se pueda. Y esto que dicen son de las cosas que se puede hacer, pero mi estimado Wittington dice que él sería más agresivo y yo no sé bien qué quiere decir eso...

El abogado, aludido, hizo una mueca de fastidio displicente.

– ¿Y si lo que hubiera que hacer fuera padecerlo y no enfrentarse?, Stefanelli, pensativo, le hablaba a una bruma que derivaba a media altura en el aire del local.

Claro que no era la primera vez que se hablaba de todo esto. Hacía años que discutíamos cosas parecidas. Asuntos distintos de una misma cuestión. Y esta vez, como otras veces, el asunto se entreveró en volutas hasta el infinito. Cada quien tenía su punto de vista, literalmente. Miraba la cuestión desde un punto y, como pasa, aunque no fueran contradictorios, se volvían contradictorios en la defensa agonal que cada quien hacía desde su mirador. Desde la sospecha hasta cierta ingenuidad, desde un poco de voluntarismo hasta el exceso de intelectualismo, a medida que pasaba la noche (y los platos y botellas...) la discusión tendía a enredarse más y más sin que se encontrara la punta del ovillo.

Miré durante casi toda la noche al invitado. Éramos los que menos aportábamos a la refriega. Cada tanto, él bajaba la cabeza y fijaba la vista sobre el mantel y acomodaba distraídamente unas migas, obviamente considerando las cosas que oía. Otras veces, inclinaba el torso hacia adelante como para oír más atentamente algún argumento, algunos datos. Ocupado en observarlo –y con todos los argumentos ya conocidos– no participé demasiado.

Pero llegó el momento en que nuestro invitado encontró un silencio general de estrategas exhaustos y lanzó a la arena lo que sería el verdadero asunto de aquel jueves. Y, en lo que a mí respecta, más que eso.

– Desde mi posición no es fácil darle la razón a uno u otro, comenzó a carretear. Pero oyéndolos hay algo que quiero decir, porque siempre lo pensé, aunque pocas veces pude exponerlo con claridad. Cuando uno mira los últimos años y ve cuántas cosas sensibles para el catolicismo han sido movidas y hasta vapuleadas y pisoteadas, especialmente por las leyes y las medidas de los gobierno y hasta por el clima social, por la opinión, por la educación, al menos eso me pasa a mí, uno trata de imaginarse qué harán, qué dirán los católicos. Y siempre tengo –hablo por mí, entiéndame– una especie de decepción... Al menos de sorpresa...

Acostumbrábamos a pedir dos platos. Íbamos encarando el segundo que, como logramos en breve tiempo, no estaba en el menú. Pudimos convencer al dueño del bodegón de que nos gustaría, cada jueves, pedir un segundo plato distinto y que no fuera uno ofrecido en la carta. Lo hacíamos con anticipación y el encargado de trasmitir nuestro deseo era Stefanelli. Esta vez atacábamos un besugo a la vasca y unas papas leonesas, hechas con una receta que el dueño nos ofreció y que Stefanelli aceptó en nombre de todos. El invitado no se había servido, pero los demás ya poníamos manos a las espinas del animal con una minuciosidad no muy espontánea. Creo que todos oíamos su introducción con algo de expectativa y una inexplicable intranquilidad. 

– No hace mucho que me intereso por estas cosas y en parte fue Tulio el que me llevó a mezclarme en estos asuntos. Sin embargo, desde que sigo estos temas, casi en cada ocasión quedo algo perplejo, como les digo. Estoy de acuerdo con ustedes (todos han coincidido más o menos en esto) en que en el mundo hay una especie de corriente o ideología común y básicamente opuesta al catolicismo. Ya sé que esto que digo es bastante simple y oí recién descripciones más serias que lo que yo puedo decir. Pero... Si me pongo a imaginar cuál será el próximo desafío, la afrenta o el ataque, si prefieren, no me cuesta mucho adivinar. Tampoco es difícil imaginarse con qué argumentos será expuesto el próximo ataque y cuáles serán las reacciones ante quienes se opongan o quieran defenderse. Pero lo que no puedo adivinar jamás es qué harán los católicos. O el catolicismo, si les gusta más. A veces me dicen que cada católico hace lo que le parece que está llamado a hacer, por decirlo de ese modo. Y que no hay una respuesta uniforme. Y hasta ahí no me sorprende demasiado. Después de todo, es lo que pasa en la vida y en la vida de cualquiera, católico o no. Pero mientras del otro lado (por decirlo así...) la mayoría de las cosas son bastante obvias, del lado de los católicos no. Es lo que quiero decir: no son obvios. Nunca o casi nunca acierto con lo que van a hacer o decir... Cuando uno espera una reacción acorde con los ataques que sufren, no pasa; y si pasa, no es como uno supone, ni por las razones que uno podría imaginar. Cuando uno imagina un bloque aparecen en muchos casos apenas algunas piedras sueltas. Y aun las respuestas son distintas y hasta contradictorias a veces. Y si uno se fija en las razones para responder, para actuar (o no actuar) de un modo u otro, más todavía. Tulio defiende la verdad y la solidez del catolicismo. Pero, en cambio, lo que veo habitualmente son huecos, ausencias, paradojas, silencios, contradicciones. Y no pocas veces veo más rigor (y hasta vigor) hacia adentro, entre católicos, que hacia afuera del catolicismo. Para una persona como yo que no tiene formación religiosa y casi no tiene formación más que matemática o física, todo eso es por lo menos sorprendente. Uno se acostumbra a pensar y ver en las cosas ciertas correspondencias, a ver ciertos patrones. Y son patrones que tienen algún sentido, muchas veces. Puesto esto, ocurre esto otro, siquiera muy probablemente. No crean, también los ingenieros conocemos la causalidad. No digo que sea automático, sino que habitalmente una cosa se corresponde con otra. Y a eso es a lo que llamo obvio. Y no lo digo despectivamente, de ninguna manera. Por lo menos es una descripción de lo que veo. Y hasta donde veo, los adversarios del catolicismo son obvios, previsibles en lo que hacen o dicen. Y, con un poco de concentración, hasta una persona como yo puede hacer la lista de las cosas que serán impugnadas y atacadas. Con los católicos, con las actitudes que toman ante los ataques, eso no pasa. Y no alcanzo a entender bien por qué...

Los únicos sonidos habían sido hasta allí los de los cubiertos, los platos y el vino borboteando al entrar en las copas. Fue tan intensa su concentración súbita que el invitado no había probado bocado y durante su discurso solamente había tomado un sorbo de vino. Aquí creo que dejo una síntesis de lo central de sus juicios. El caso es que nadie interrumpió, nadie hizo comentario alguno, ninguna pregunta y solamente Cardozo dejó los cubiertos en un momento y lo miró fijamente apenas un par de minutos, con los brazos legalmente apoyados sobre la mesa. Pareció que iba a decir algo, pero se mantuvo mudo y apenas entornó los ojos en una y otra frase. Después volvió a zambullirse en la ingesta. Yo mismo había estado arriando unas papas de un lado al otro del plato y había hecho un trabajo quirúrgico con la piel del besugo, para mantenerme comedidamente ocupado. El planteo, o lo que haya sido, había terminado. Luro prolongó todo lo que pudo el momento y con pequeños trozos de pan negro se dedicaba a la salsa que le había quedado en el plato, casi puro caldo de vino blanco, ajo y limón con un rico perfume a laurel.  

– Perdón. Tulio me dijo que podía hablar libremente. Puede que haya sido un poco resumido y no me haya explicado bien...

Tulio le devolvió la mirada, sonrió complaciente y meneó la cabeza, consolador. Wittington urgó indiferente sus adentros buscando un purito, como hacía al final de cada comida saboreándolo sin encenderlo hasta que llegaba a la calle. Luro golpeó su abdomen discretamente, satisfecho, y nos regaló una mirada ambigua como si esperara que alguno tomara la palabra o tal vez comentara el besugo. Papotakis miraba al invitado y asentía sibilinamente con sonrisa ambivalente.

Y ese fue el motivo por el cual, ese jueves, la comida se transformó en debate y todo duró más que lo reglado, por el reglamento no escrito de nuestros encuentros semanales. 

La lluvia había terminado y solamente quedaba una llovizna tan fina que, desde donde estábamos, mirando por el ventanal de la entrada parecía niebla.

Las respuestas, en el talante de cada uno, claro, nos llevaron el resto de la noche, hasta que nos pidieron, llenos de inclinaciones y disculpas, que fuéramos a seguir la conversación a otra parte. 

Por alguna razón, que ahora no me explico del todo, cuando parecía que finalmente había que decir algo, me tocó abrir el fuego.


(continúa) 






viernes, 29 de enero de 2021

Romances a campo abierto /15 (y final)


Romancillo del camino

Entre el cielo y este llano
siempre hay noche y claridad;
caminos a ningún lado,
y otros que algún lado van;
espinas duras sin flores
y flores que no herirán;
heridas que nunca sangran,
las que siempre sangrarán;
hay las penas que se lloran,
hay gozos que celebrar....
Pero entre todas las cosas
que nos puedan importar,
entre el cielo y este llano,
hay algo que importa más.
Tal vez al fin del camino
su nombre se nombrará.



Romances a campo abierto /14


Romancillo del amanecer

Está por amanecer.
Mi corazón, ya ensillado,
sabe adónde ha de volver. 
Y está mirando a mi lado.
Tengo el alma en el palenque
y el gozo de estar atado.
Que el corazón, ya ensillado,
sabe adónde ha de volver.
Pronto vendrá la distancia
y este instante habrá pasado
dejando apenas fragancia.
Pero lleva bien grabado
el corazón su querer:
sabe adónde ha de volver,
y está mirando a mi lado.
Está por amanecer.



Romances a campo abierto /13


Romance de la tormenta

Nace el día. El cielo avisa
con horizontes de vino
que habrá tormenta en el campo.
Y el campo toma el aviso.
Están volando al oeste
en su bandada unos mirlos;
los teros gritan su alerta
a coro con los relinchos
nerviosos de un alazán
que va rumbeando al camino, 
para quedar en el alto
cuando llegue el agua al río.
Hay golondrinas rondando
las puertas negras del nido,
haciendo guardia y guardando
la salida de sus críos.
Ya se enardecen las ranas
y el aire quieto y en vilo
de pronto es viento furioso
que levanta el polvo fino
y nubla la vista en todo,
zarandeando remolinos.
Está empezando a tronar.
Y el cielo, que está en un grito,
le ruge a unos nubarrones
prepotentes y atrevidos
que, a bocanadas de espuma,
le lanzan un desafío.
Los rayos de fuego blanco
vociferan estallidos
y la respuesta en tumulto
lanza la lluvia al vacío.
Corderos anonadados
en el monte de eucaliptos
triscan pastos verde oscuro
en el rincón más sombrío.
Y en todo se hace silencio,
silencio en todos los bichos, 
sólo son hilos del agua
que vienen del infinito
y tejen en transparencias
la humedad de su tejido.
Mientras, el campo está mudo.
Ve el paisaje conocido
de una tormenta en verano,
de las tantas que ha vivido.
Y espera, quieto y confiado
y, aunque sabe, conmovido
por la gracia que llovizna.
sobre su piel. Y, transido,
deja hacer, pues siempre pasa
que paró cuando ha llovido. 




jueves, 28 de enero de 2021

Romances a campo abierto /12


Romancillo de la tarde

La tarde, que es pura paz,
apenas oye el gemido
de la lechuza rapaz.
Dicen que se le ha perdido
el amor con que ha vivido
y que ya no vuelve más.




Romances a campo abierto /11


Romance de la tapera

Dicen que en noches cerradas,
al cobijo del alero,
se acomoda un zorro pardo
y que amanece durmiendo.
Y que llegan golondrinas
hasta las pajas del techo;
que en la cumbrera de palo
hizo nido algún hornero;
que en las paredes de barro,
taladradas de agujeros,
más de un peludo curioso
se ha quedado prisionero.
Pobre tapera del monte
que supo ser de un tropero,
que tuvo china y gurises,
patio de tierra y de juegos, 
un palenque, dos caballos,
quinta en flor y un gallinero
y hasta un jazmín amarillo
abrazado a un esquinero.
Ay, la tapera del monte,
sin vida ni amor ni fuego.



miércoles, 27 de enero de 2021

Romances a campo abierto /10


Romance del silencio

Se bordó con cortaderas
la orilla de la laguna
y el juncal del vertedero
da su pincelada oscura
con el marrón terciopelo
que de sus cañas despunta.
Hay siriríes y garzas
y hay una yegua lobuna
que viene al tranco y al agua
mientras un cuzco la apura.
Sin que el aire se conmueva,
en una rama se agrupan
algunos mirlos cantores
que trinan sus partituras.
Y del barrial temerosa
sale corriendo una nutria
y va buscando el refugio
de helechos y gambarrusas,
porque ha visto que los perros
ya la huelen, ya la buscan.
Silencio de la mañana 
en estas márgenes mudas.
Hay todo lo que hay conmigo.
No hay otra cosa ninguna.


 

Romances a campo abierto /9


Romancillo de la guitarra

Está templando en el patio
la niña de la guitarra,
amparada de glicinas
y ensombrecida de parras.
El este le trajo brisas
que cantaban las acacias,
que silbaron casuarinas
y en su voz se hicieron plata.
El día de sol entero,
está ardiendo como fragua,
y se aquieta con las cuerdas
y con sus versos se calma.




Romances a campo abierto /8


Romance del arriero

El aguilucho vigila
desde el poste de un crucero
y ve pasar al vacaje
–disciplina de un sendero
que lo lleva a la bebida,
frescor al calor de enero.
Taciturna va la tropa
con la mirada en el suelo
y el polvo de la vereda
pone al aguilucho inquieto.
Busca otro palo, otro alambre,
con un apenas de vuelo;
y sabe dónde ponerse
y para dónde va el viento.
Un animal del montón
parece que lo está viendo
y hasta parece de pronto
que con sorna está sonriendo.
Pero llegan uno a uno
felices al bebedero
y el aguilucho los mira
como si él fuese el arriero.




martes, 26 de enero de 2021

Romances a campo abierto /7


Romance del bajo 

Desde una loma florida
he visto el sauzal del bajo
bailando su danza verde
y a todo el bajo verdeando.
Biguases van como flechas
clavándose en los bañados
y escuadrones de jilgueros
trinan mientras van volando
de los talas a las moras,
de las moras a los álamos, 
con la mañana viniendo
a darle la luz al campo.
El sauzal se peina al aire
del viento que está soplando
y desdeñoso dormita
mientras murmura soñando.
La loma del trebolillo,
donde el viento está silbando,
mira al sauzal y verdece,
celosa lo está mirando.



Romances a campo abierto /6


Romancillo amarillo

Camino de los aromos
ay soledad amarilla,
destino en flor de la tarde
que va a la noche dormida.
Oeste de la laguna,
sombra de oro que suspira
su dulzor a las abejas
que rumorean el día.
Camino de los aromos,
ay soledad amarilla...



Romances a campo abierto /5


Romance del pino enamorado

Como una lanza de aromas,
el pino que apunta al cielo
está guardando a la luna,
vigía, amante y guerrero.
Y se le ha puesto a sus pies
en la esquina del potrero
y pasa la luna reina
sin siquiera ver el suelo,
toda de blanco vestida
y siempre al sol persiguiendo
y sin alcanzarlo nunca,
muriéndose de deseo.
Con lágrimas de frescura
el pino que la está viendo
silba perfumes de pena,
embanderado de duelo.
La noche que va llegando
ya le sirve de consuelo,
y está llorando rocío,
que le da tristeza verlo:
erguido en el desengaño,
guardián que ama en silencio
a la luna enamorada
de un galán todo de fuego.



Romances a campo abierto /4


Romancillo del ceibal

Un montecito de ceibos,
penacho rojo,
querencia de las torcazas,
y de los toros.
Duermen su noche soñando
un llano de oro
todo sembrado de negro
como sus lomos.
Misterio tiene la sombra
que abraza todo
el montecito de ceibos,
penacho rojo.




lunes, 25 de enero de 2021

Romances a campo abierto /3


Romancillo de la palomita

Palomita, palomita,
paloma sin palomar,
arrullo dulce en la tarde
cuando salgo a caminar.
Palomita, palomita,
ala gris para volar,
y ojitos negros carbones
que no me quieren mirar.
Palomita, palomita,
señorita del sauzal,
piquito rojo, coqueta,
que no me quiere besar.




Romances a campo abierto /2


Romance de la siesta

Sol a fuego, viento norte,
los álamos en hilera,
los teros en una aguada,
una liebre campo afuera.
Hay los frutales sedientos
y hay una brisa que quema.
Debajo del paraíso,
el perro se despereza,
se le entumecen las patas
y levanta la cabeza.
La bulla de las cotorras,
un chimango en la tranquera
y acechando en el maizal
la víbora serpentea.
En los tientos de una hamaca,
criolla bonita y morena,
una niña de ojos verdes
se mece en la tarde quieta.
Hay cigarras que la acunan
y un misto que se florea
dando un silbo color plata
al campo que amarillea.
Y en una danza morosa,
vaivén de su duermevela,
mientras que sueña la niña
va por el aire la siesta.



 

domingo, 24 de enero de 2021

Romances a campo abierto /I


Romancillo blanco
Ayer vi una garza blanca,
tan blanca la luna blanca
y blanca la yegua blanca
en una mañana blanca.
Y voló la garza blanca:
voló hasta la luna blanca
montada en la yegua blanca
en una mañana blanca.



jueves, 21 de enero de 2021

Memorias del bodegón: 1. La inauguración




Un día, sin decir una palabra a nadie, Michelino cerró su trattoria.

Ni quebranto económico, ni falta de clientela. Nada de nada de todo eso. Fue porque sí. Y no dio explicaciones.

Michelino no iba a morirse de hambre. A los 45 años podía darse el lujo de ya no trabajar. En toda su vida desde ese día en más, aunque fuese longevo, iba a vivir como un signore.

El verdadero daño eran los martes y los jueves.

Las comidas de los martes y los jueves en la trattoria de Michelino. Nuestras comidas.

Nos dejó en la orfandad. Estuvimos algunos meses a la deriva. Perdimos la frecuencia y el ritmo. Exhaustos de andar, quedaron solamente los jueves. Probábamos aquí y allá. Nada era como la trattoria. No estábamos en ambiente.

Michelino, créase o no, venía de tanto en tanto y se sumaba obediente y solícito a nuestras excursiones, como uno más. Como si nada hubiese pasado, pero sin la melancolía de nuestro destierro. 

No tenía caso preguntar. Ni una sola palabra sobre el óbito de su local olímpico. Ni una disculpa. Una fatalidad, un lugar mítico que los dioses nos habían hurtado de los ojos y de las mandíbulas. Pero Michelino, jamás siquiera un memento, una hebra de nostalgia. 

*   *   *

Hoy es diferente de otros jueves de estos tiempos de exilio. Encontramos al fin un bodegón en una cortada tan anodina como mágica, allá por el sur. Lo descubrió Stefanelli y allí fuimos. Y la primera de muchas discusiones que vinieron fue si aquello era Boedo, San Cristóbal, Almagro, y así.

El doctor Wittington afirmaba calmadamente que los límites barriales eran difusos en Buenos Aires, porque era una ciudad informe. Pero el doctor Wittington solía afirmar calmadamente toda clase de disparates sobre Buenos Aires, a la que despreciaba con un desprecio tan consistente como provinciano. Cardozo le tenía poca paciencia cuando lo oía pontificar sin amor sobre aquello que él amaba. Porque Cardozo –casi santiagueño– es un porteño por adopción y un poco fanático, como todo converso.

Hice de pacificador. Cambié de tema y le pregunté a la audiencia qué opinión tenía de los jamones que colgaban de las vigas negras del techo. A mí me parecía que eran demasiado grandes y que, como los techos eran bastante altos, podían ser una decoración, porque no se veía cómo se los bajaría de allí. Stefanelli, el descubridor del bodegón, abusó de su posición y quiso hacer valer su condición de adelantado dictaminando que mi fantasía era una bobada de ignorante, porque eran de verdad y no estaban allí sino para estacionar los perniles, no para bajarlos y comerlos a piacere. Un poco de razón tenía: no soy el más indicado para juzgar sobre los comederos de Buenos Aires. Pero al gallego Papotakis, que sí sabía de esas cosas, la solvencia de Stefanelli le hizo soltar una carcajada que obligó a los pocos parroquianos a mirar hacia nuestra mesa. Papotakis soltó al viento sus 100 kilos de envergadura y de tres trancos estuvo junto al cajero. Hablaron dos o tres minutos, mientras el gallego señalaba un jamón flotante en particular y no el más pequeño. Fueron juntos hacia la mitad del salón hasta que el pernil quedó en su cenit; otro minuto más de consideraciones y el encargado llamó a uno que estaba en la cocina. Al momento, compareció un muchachón delgadito y alto, desapareció un instante y volvió a escena. Como un escudero, avanzó hacia el jamón con una enorme lanza en ristre. Con un movimiento diestro descolgó la pierna y, sin saber uno cómo, la tuvo entre sus brazos sin inmutarse, mientras sonreía a la mesa como un padre primerizo acunando a su hijo. El de la caja se hizo cargo del jamón y fue directamente hasta Stefanelli. Con unos modos renacentistas un poco pretenciosos, el hombre le preguntó si quería convidar a sus amigos, si le servía un plato del prosciutto ahora, si se lo cobraba a él aparte o lo incluía en la cuenta de la mesa.

Papotakis volvió a carcajear hasta casi ahogarse mientras Stefanelli tartamudeaba. La mesa se puso bullanguera un par de minutos, con Stefanelli de punto.

Lo demás fue una animada reunión que festejaba haber encontrado al fin algo parecido a la trattoria. Cuando no volvíamos a molestar a Stefanelli, hablamos casi todo el tiempo del lugar, con una minuciosa inspección ocular de las instalaciones, un recuento y escrutinio de las viandas que iban pasando, de los vinos que iban desapareciendo. Michelino, ese día, no fue de la partida. Discreción, supusimos todos. Tampoco Luro estuvo, ausente con aviso.

Y, esta vez y por esta vez, de los temas habituales ni una palabra.

Como dice Aristóteles, una inauguración no admite discursos deliberativos ni forenses. Sólo epidícticos, de los que elogian virtudes o vituperan vicios o defectos, como quien bota un navío o corta las cintas de una plaza nueva.

Y esto era propiamente una inauguración y así lo entendimos todos. Por esta vez. 

En la puerta, despidiéndonos hasta el jueves, la figura refunfuñante de Stefanelli con semejante jamón en los brazos era desopilante y grotesca.





martes, 19 de enero de 2021

Zambita de tu pañuelo


Te vi bordando en el aire
mi nombre con el pañuelo,
mientras tu zamba pastora
lleva majadas al cielo.

Con el aire de la tarde
y mi abrazo te rodeo:
te veo bajar los ojos
y sonreírme te veo.

Con tu pañuelo en la zamba
no sé qué otra cosa quiero:
caricia blanca de lino
perfumada de romero.



Hasta tu puerta

 

Tierra de girasoles, luna pura,
todo enero en silencio en mi camino
y este lazo de estrellas campesino,
cielo que luce y ciñe tu cintura.
Tierno el aroma hiere repentino,
perfume de tu voz y una ternura
que atraviesa mi pecho y la llanura,
viento frutal y azul y femenino.
Toda esta soledad, que trasnochada
llevo en los ojos sólo para verte,
devora la distancia y va despierta.
Tiembla en su dicha y ruge enamorada,
aturdida de sombra hasta tenerte
en luz amanecida ante tu puerta.



lunes, 18 de enero de 2021

Viajero


Mañana por la mañana
(supieras cuánto lo espero)
llegaré hasta tu ventana.

Ya está el corazón viajero
con una copla serrana
floreciendo en tu sendero.

Y llevo en flor el romero,
lirio en flor y una genciana,
para decir lo que quiero.

Ay esa dicha temprana
por el camino de enero,
viento, campo y resolana.




sábado, 16 de enero de 2021

Cántico


La paz hizo su nido 
en el verdor cómplice de esas hierbas.
Ese día, plantó su semilla
en un pecho que aún late.

Sol en la piel ajada de mis manos.
El resplandor aromado de tus hombros.
Y estaba aquel regazo florido,
aquella tibieza mansa,
el silbido del silencio entre los álamos
hasta el atardecer.

Había solo un ave,
rítmica, amorosamente lejana. 
Todo sigue allí.
Y nosotros.
Tu alegría ha detenido el tiempo. 




viernes, 15 de enero de 2021

Zambita azul


(Aire de zamba)

Permiso, dejo esta zamba
por si te sirve de abrigo.
Que te la canten zorzales
que la cantaron conmigo.

Nació de un río que canta
a la orilla del camino.
Orilla azul de tu cielo,
si está floreciendo el lino.

En el árbol de tu sombra
hay un zorzal de testigo:
sabe que es tuya esta zamba
porque soy pan de tu trigo.





Coplas tuyas

 

(Yo te regalo mis coplas,
y es que otra cosa no sé.)


Si tiene el alma en astillas
de saberse enamorado,
aquel que se sabe amado
lo dice en coplas sencillas.

¿Por qué necesitaría
otra voz para cantarte?
Tengo esta voz para amarte,
con otra voz no querría.




jueves, 14 de enero de 2021

Pisas la tierra


Llevo en la mano un ramo de jazmines
que te daré en la puerta de tu casa.

Los até torpemente con la cinta azul 
que me diste a la orilla del arroyo,
el día del paseo interminable;
la tarde te iluminaba
y aquel vaivén de juncos serenaba el ardor del día.

Entonces me darás, creo, el pañuelo bordado 
con las letras oscuras de mi nombre.
Yo lo espero.
Lo prometiste entre requiebros y bromas
cuando entraba la noche, 
sobre el puente.

Y una vez y otra vez,
veo vagar tu amor por todas las cosas.

Llena el derredor y los objetos, 
acaricia la opacidad de los pocillos,
endulza el firmamento.
Acomodas el mantel y se estremece,
el aire teme lastimar;
y si traes la jarra del agua
parece una ofrenda de una vestal sencilla.

La delicada ofrenda,
la discreción de un beso inocente 
cuando el agua corre de tus manos sensuales y tiernas.

Pero, en medio de la inmensidad del mundo,
nada hay más real,
nada conmueve más
que el gesto seguro y amoroso de tu pie
cuando, viniendo a mí con una sonrisa,
pisas la tierra.






miércoles, 13 de enero de 2021

Alegría

 

Ya no tendremos que vadear la muerte
ni navegar las aguas del olvido
ni bogar las memorias luminosas.
Nos basta la presencia verdadera,
en una eternidad que nos cobija
hora tras hora en este valle umbroso.
Estamos de este lado del instante
y en carne y hueso andamos sin distancias, 
mientras el tiempo se devora el mundo.
No hay más espacio que esta primavera
ni más destino que seguir tu paso
ni alegría mayor que tus palabras.
Ya atardeciendo, me han donado el gozo
de conocer la cifra de tu nombre.




martes, 12 de enero de 2021

Placidez


¿Por qué no cuenta la aridez del mundo
en esta madrugada sigilosa?
Mi corazón, al ritmo de tu pecho,
se abraza a la tersura que lo abraza
cuando tus ojos me hablan en oleajes,
libres del tiempo, en un lugar seguro.
Son hondas las entrañas amorosas,
silencios en un éxtasis de hondura.
¿Por qué no cuenta la aridez del mundo,
la soledad que en las derrotas hiere  
o el injusto aguijón del desamparo?
Será este instante alado interminable
que tus manos modelan melodiosas
y es esta placidez que todo aquieta.



 

lunes, 11 de enero de 2021

Luna


Anoche, ay mi fortuna,
apenas lució la luna.
Y tanto te vi lucir.

Ah, noche amada de enero.
Me dijiste "yo te quiero...",
y yo te lo oí decir.

Nací con luna menguante.
Naciste en luna creciente.
Y con el cielo en tu frente
radiante.


 

domingo, 10 de enero de 2021

Verdad


Mar hondo de vino claro,
rubor feliz navegante
color de malva y fragante,
éxtasis, cuenco y amparo,
miel, hondura y claridad,

Todo en tu voz es verdad.



sábado, 9 de enero de 2021

tu mano


tu mano, el aguacero
sobre el espejo de los adoquines
tu mano en la camisa,
azul como el silencio y gris de lluvia
tu mano sin la sombra
de la madera de un portal oscuro
tu mano, la llovizna
erizando las hebras de tu pelo
tu mano, compañera
finísima, de nácar, perfumada
tu mano, bajo el tilo
al borde de la noche nebulosa
tu mano en tu vestido y en las flores
de tu vestido, que tu mano alisa,
brotan estrellas húmedas que ciegan
con la luz amorosa de tu mano.


 


viernes, 8 de enero de 2021

Madrigal


Amaneció cantando un color nuevo
y se anudó a las ramas de mis brazos;
y allí lo llevo.

Dibuja cuerda y alma y en dos trazos
me ata y se florece y me conmuevo,
flor en sus lazos.

Y tu agua manantial, frescor reciente,
viene brotando en mí, cuando te asomas,
desde tu fuente.

Canta en el aire, sueña y pinta aromas
y arrulla lluvias finas tibiamente,
como palomas.





miércoles, 6 de enero de 2021

De la noche serrana


Y tembló la guitarra y la voz dijo
una aspereza dulce, sin consuelo,
que quise consolar con la mirada.
Inútilmente. El corazón dormía
un sueño que esas manos acunaron.
La nostalgia cantó una esquirla amante,
cada nota punzó tan hondo y leve 
sin que el aire del cerro se moviera,
sin la tristeza de quien finge olvido,
sin hollar los silencios del recuerdo:
solamente la pena necesaria.
Miré la boca tersa como un río
y la llanura negra de sus ojos.
Y era su piel de zamba y yerbabuena.





viernes, 1 de enero de 2021

No soy yo, sos vos


Esta entrada es difícil.

Y es difícil porque no es fácil. Complicada de decir. Y, como decía mi padre: "explicaciones dan los giles..."

Pero allí vamos.

No tengo nada en particular contra los catalanes. Y tengo que ser claro: tampoco tengo nada en particular a favor de los catalanes. La verdad es que "me cuestan" un poco. Mi empatía con ellos sólo se manifiesta ante algunas gentes en particular. Y no más que eso.

Algunos artífices, por ejemplo, porque son eso mayormente los que "no me cuestan"

No hace mucho, me topé con dos canciones que puedo cantar, secundum quid.

Las dos tienen unas letras que valen líricamente. Si me olvido o disimulo lo que significan en su origen (y en realidad...) –se puede hacer eso en poesía por el valor universal de la expresión lírica–, hasta puedo suscribir esas letras que aquí y allá me gustaría haber escrito.

Por ejemplo.

Lluís Companys i Jover es alguien importante en Cataluña y entre los republicanos españoles y los catalanistas y la izquierda de la marca hispánica. No sabría decir si su fusilamiento fue lo que correspondía o no. No soy de ese palo ni significa demasiado para mí. De modo que si le hacen un homenaje, allá quienes lo hacen. Si no se lo merece, peor para ellos.

Otro tanto diré de la revolución de los claveles portuguesa de abril de 1974. Aunque no diré de Portugal lo que he dicho de Cataluña, porque en el caso de Portugal, sus gentes y sus cosas, siento un afecto y afinidad espontáneos. Tal vez con una cuota irracional para ambos extremos de la península ibérica, siempre posible.

No conocía a Rita Payés ni a su madre, la diestra guitarrista Elisabeth Roma. Ambas participaron de un homenaje a Companys e interpretaron una canción de Lluís Llach, Abril 74, compuesta en homenaje a la revolución de los claveles portuguesa. Afinidades por izquierda, digamos, de una punta a la otra de la península.

Soy algo tonto, pero no tanto como para no advertir los guiños transparentes de homenaje socialista a los revoltosos portugueses del '74, que para ellos fue compuesta la pieza, al fin y al cabo. Pero me pareció que, por lo mismo que los signos a veces se disuelven cuando buscan ser sutiles, podía hacer caso omiso y tenerlos por asuntos líricos sin más. Y eso hago.

Sí conozco bien (y aprecio) a otra catalana como Silvia Pérez Cruz. Nada sé de Ana María Moix, la autora de Mañana, la letra que canta, salvo que sé que es la hermana de Terenci Moix, un escritor catalán y en cierto sentido emblema de los movimientos homosexuales.

El poema de la Moix, a su modo, tiene rasgos similares al de Llach. Por lo pronto en el hecho de que se pueden entender sui generis algunas imágenes, referencias y definiciones. Y así rescatarlas de cualquier militancia que las desluzca o empobrezca (nomás fuera militancia artística o de escuela), cosas ambas que la militancia en el arte suele hacer. Y no lo digo por afán de Torre de Marfil para el arte, sino por desprecio a esa pasión insana de la militancia de tomar de rehén ideas, tópicos y bellezas y volverlas un arma (como querría Gabriel Celaya).

En el caso de Mañana, tal vez un verso como "qué falsa invulnerabilidad la felicidad" sea una expresión programática para pensar un rato y después volcar las reflexiones en un ensayo.

En fin.

Ahí están todos estos catalanes haciendo esto que dejo aquí, solamente porque las dos canciones me han gustado por motivos propios de un servidor. Y todo lo demás alrededor de ellas que no es de mi cosecha o gusto, no.








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La letra de Abril 74, dice más o menos esto.


Compañeros, si sabéis donde duerme la luna blanca
Companys, si sabeu on dorm la lluna blanca

Dígale que la quiero
Digueu-li que la vull

Pero no puedo ir a amarla
Però no puc anar a estimar-la

Que aún hay combate
Que encara hi ha combat

Compañeros, si conocéis el canto de la sirena
Companys, si coneixeu el cau de la sirena

Allí en medio del mar
Allà enmig de la mar

Yo iría a ver
Jo l'aniria a veure

Pero aún hay combate
Però encara hi ha combat

Y si un triste azar me detiene y doy en tierra
I si un trist atzar m'atura i caic a terra

Lleve todos mis cantos
Porteu tots els meus cants

Y un ramo de flores rojas
I un ram de flors vermelles

A quien tanto he amado
A qui tant he estimat

Si ganamos el combate
Si guanyem el combat

Compañeros, si conocéis el canto de la sirena
Companys, si coneixeu el cau de la sirena

Allí en medio del mar
Allà enmig de la mar

Yo iría a ver
Jo l'aniria a veure

Pero aún hay combate
Però encara hi ha combat

Compañeros, si buscáis las primaveras libres
Companys, si enyoreu les primaveres lliures

Con vosotros quiero ir
Amb vosaltres vull anar

Que para poder vivir
Que per poder-les viure

Yo me hice soldado
Jo me n'he fet soldat

Y si un triste azar me detiene y doy en tierra
I si un trist atzar m'atura i caic a terra

Lleve todos mis cantos
Porteu tots els meus cants

Y un ramo de flores rojas
I un ram de flors vermelles

A quien tanto he amado
A qui tant he estimat

Cuando ganamos el combate
Quan guanyem el combat