martes, 30 de mayo de 2006

Gris

Luego de dos años de desarrollo se conoció hoy la marca país de la Argentina, destinada a consolidar la imagen e identificación de la nación a nivel local e internacional.
¿Qué? Ustedes -los argentinos, digo...-, ¿no están de lo más orgullosos con la noticia?

Miren que hay otros 'modelitos' , por si quieren comparar...

¡Ah! ¿Quieren saber qué significa el 'isologotipo'?
...la imagen que representa a nuestro país está conformada por tres cintas entrelazadas y de formas ondeadas 'para transmitir dinamismo, cambio y transformación' en colores azul y celeste que remiten a los colores patrios, a los que se le sumó el gris plata para transmitir 'elegancia, modernidad, innovación y tecnología'...
¡Qué cosa!

Está ese asunto que allí ven 'gris plata' y que dicen allí que está para transmitir 'elegancia, modernidad, innovación y tecnología...'

¿Qué puedo decir?

Yo lo veo gris, nomás. Gris solo.

Pero ése soy yo, seguro. No me da la cabeza para ver eso que dicen que es plata, ni veo eso que llaman elegancia, sí bastante de esa modernidad (pero será prejuicio mío, creo...), un montón de innovación, claro (que no sé qué es, les digo...), y de tecnología no entiendo nada, pero si ellos lo dicen...

Hoy tendría que sentirme de lo más halagado: ¡al fin tenemos un isologotipo que es nuestra marca país...! Que era lo que a los argentinos por ahí nos estaba faltando... Y con la de beneficios que eso nos va a traer, que ni me imagino hasta dónde de alto y lejos no va a llevar, con lo importante que es tener el isologotipo ése que dicen...

Pero, no, fíjense lo que son las cosas. Para nada.

Me da un poco de tristeza, en realidad.


Ahora: que en el fondo veo un 'gris' de fondo, lo veo.

lunes, 29 de mayo de 2006

Cachilo

Y hablando de Santiago, otra glosa de don Atahualpa Yupanqui.
Este Santiago del Estero que ha sido un gran, y riquísimo, yacimiento folklórico...

Una vez decía Ricardo Rojas: "cada viejo de más de ochenta años que se va para el silencio -así, respetuosamente, mentaba el final de la vida Don Ricardo...-, cada vez que viejo de más de ochenta se va pa'l silencio, es como si se quemara una biblioteca, de cosas tradicionales..."

Qué memoria hermosa tiene el hombre del campo.

No saben leer y escribir muchos de ellos, pero... 'tienen cultura en la sangre', como decía Lorca.

Cachilo Díaz, Soco Díaz: Julián y Benicio Díaz..., los dos hermanos. Se complementaban, eran amigos, se trataban de usted. Toda la vida.

Se fueron de la vida tratándose de usted, aunque hacían chistes y bebían y amaban la vida y cuidaban su casa...

¡Y qué cosas componían!

Representaban su tierra y sobre todo su país pequeño: Salavina.

Se murió primero, hace muchos años, Benicio Díaz, el que sabía la música; y quedó Julián, Cachilo, Cachilito Díaz...

Delicao, ya pasando la cincuentena, quedó solo, sin su ladero.

Colgó su guitarra, no quiso tocar más.

La María Luisa nos escribía, su esposa: 'que no quiere..., que se siente triste..., que ni le hablen de guitarras...'. Escuchaba 'otras' guitarras.

Cinco años, seis años así, siete tal vez.

Y un día, tomó de nuevo 'el palito', como así le llamaba a su guitarra. Y compuso una chacarera.

El que sabía la música era el otro, componía mucho y muy seguido, y bellamente.

Pero. El Cachilo, no; el Cachilo acompañaba.

Una chacarera...

¿Cómo la llamó...? La única que hizo: cómo la llamó. Como era él: La Humilde.

Así. Él era así...


Yo no sé en qué lugar él se fue para el silencio, también. No sé en qué lugar del amplio cielo andará el alma de Cachilo...

Pero me gustaría mucho que medio se enterara de que aquí hay una guitarra recordándole, su música, su alma, su bondad, su humildad.

¿Una glosa a la Glosa? Y..., casi.

Porque, digan si no: qué buen destino ese destino del Cachilo Díaz.

Pienso en aquello de que cada hombre en algo propio, con algo suyo, de su propia industria, también es imagen de Dios cuando Dios es creador.

Una pincelada propia, que sólo él pulsa y pinta. Algo para lo cual ha venido al mundo. Algo que Dios quiere que solamente él haga acompañándolo a Él, que es de veras el que mejor 'sabe la música...'

Y qué suerte le tocó al Cachilo Díaz. Acompañar al que sabe la música. Feliz de acompañar, que es como decir 'feliz de callar'. Y de callar para oír.

Oír otras guitarras.

Y no estar oyendo nada más que la suya, que no suena tan bien. Y no tratar de meter su guitarra encima de la otra y de las otras, y nada más que la suya, siendo que además no es él el que sabe la música. Y saber además que no lo es y alegrarse de que sea otro...

Cosa grande, sí. Buena cosa eso de acompañar, oír.

Y qué suerte su tristeza, también. Tristeza porque el otro no está más. Tristeza de no poder acompañar y oír. Y no tristeza por no ser él, sino tristeza porque el otro ya no sea. Poder disminuir para que el otro crezca. Y, encima, poder extrañarlo y entristecerse cuando ya no está.

Y más suerte, todavía, la del Cachilo.

Porque cuando sí le llega el turno, cuando viene la hora de su pincelada única, propia, irremplazable -pintada sin nada de la desesperación de ser la novia en todos los casamientos y el niño en todos los bautismos-; cuando ahora es él y no el otro, resulta que la única chacarera que compone va y la llama La Humilde.

Y que sea muy bonita música, además.

Y que además se parezca a él, como dicen que se le parece.

Sí.

Le envidio la suerte al Cachilo Díaz. Ya la querría para mí.

Ya la querría yo para mí.

Para mí y para tanta prima donna y para tanto centro de mesa y para tanto ombligo del mundo...

Lástima ser incapaz de acompañar, de oír, de callar feliz de callar; lástima ser incapaz de disfrutar y alegrarse de que sea otro el que sepa la música; ser incapaz de extrañar y entristecerse de reales veras cuando falta el que sabe la música. Y creerse uno que es uno el que sabe la música.

Lástima.

Y la falta que hacen estos Cachilos.

Y lo bien que hacen.

Sobre la causa 'cristiana' del Anticristo (IX )

Excursus III

La nota no es ninguna maravilla, pero me parece que conviene leerla.

Lástima, eso sí, la malversación chestertónica.

Tal vez el autor de esta nota no haya reparado en la ironía con que su admirado definía expresiones como 'libertad religiosa'. Entonces, o no leyó bien a Chesterton, o prefiere olvidarlo en lo substancial -particularmente en lo referido a Europa y la fe- y lo usa como fetiche cultural, tal vez hasta para demostrar que es culto (y no entiendo por qué cuando un tipo quiere pasar por culto se tienta citando a Chesterton...)

Pero, considerando lo que escribe, no sé qué pensar. O sí, pero me lo guardo, por ahora.

En cualquier caso, estos pasajes que entresaco creo que están en directa relación con lo que venía tratando en estos últimos días, aunque insisto en que conviene leer el texto completo para ver la ilación.
El ideal de los "europeístas" consistió siempre en forjar una ciudadanía democrática y supranacional. La realidad de estas pequeñas comunidades independientes nos indica, por su parte, que los habitantes de esas comarcas buscan plasmar ciudadanías más primarias, ligadas a la lengua, la religión y el suelo. La ciudadanía supranacional fue impulsada, hasta los años finales del siglo XX, por el crecimiento económico, el Estado de bienestar y la movilidad social ascendente. ¿Qué ocurre cuando estos pilares se deterioran, la inmigración golpea a las puertas de sociedades satisfechas, las poblaciones marginales se rebelan y nadie quiere ceder sus privilegios en cuanto a la seguridad social y la estabilidad en el trabajo?

Tal pregunta demanda inquirir acerca de los hechos que acaban de sacudir a Francia e Italia. Los mismos desembocan en un empate social (Francia) y en un empate político (Italia). Ambas son sociedades ricas, aunque estancadas, que no atinan a reaccionar ante los desafíos del portentoso cambio social que se avecina. Entramos de lleno en esa terra incógnita en la cual -vuelvo a las meditaciones de Aron acerca de las desilusiones del progreso y la dialéctica de la modernidad- "el progreso del saber se manifiesta por el reconocimiento de la ignorancia y por una seguridad menor acerca del porvenir". La conclusión es obvia: las certezas no aumentan necesariamente en la medida en que aumenta la riqueza material.

Claro está que esta clase de reacciones puede tener objetivos materiales o bien trasladarse al campo de la moral religiosa. Ya hemos visto la virulencia con que un sector de la cultura islámica atacó, en pleno corazón europeo, a quienes difundían caricaturas de Mahoma. Este poder de veto está lanzando un desafío de proporciones al largo movimiento de secularización que arrancó en Occidente hace ya tres siglos. Tercera y última paradoja: habría que mirar atentamente cómo la secularización posterior a la caída del Muro de Berlín alberga en su acelerado desarrollo nuevas formas de fanatismo religioso (a no engañarse, siempre fue así). En un caso, como acabamos de ver, ese impacto proviene de culturas ajenas al tronco europeo, pero si dirigimos nuestra atención hacia Polonia, podríamos tal vez comprobar que los antiguos fantasmas de un antisemitismo vaciado en el molde de una intolerante tradición, lejos de desaparecer, parecen gozar, por ahora, de buena salud.

Estamos hablando siempre de lo mismo: hay un modo amable -que aquí viene aditado con el ingrediente de la secularización programática y bienhechora- que debe sumarse a las bondades económicas y materiales que se han alcanzado, como prueba de que hemos progresado intelectual, espiritual y religiosamente.

En qué consiste esa amabilidad -y en qué no-, de sobra lo explica el autor de esa columna, poniendo ejemplos del día y de los últimos días. Y es curiosa esa muestra de semejante vigilancia del presente, del minuto a minuto, que demanda una energía que nadie gasta si no es movido por cierta ansiosa expectativa del porvenir más o menos inmediato.

Este punto me llama la atención. El pormenor sobre lo presente puede ser un rasgo de liviandad y de frivolidad. Pero también es signo de otra cosa.

Difícil modo de ver la historia éste, sin la perspectiva del tiempo; salvo que se tenga una sensación de inminencia de tal naturaleza que exija casi el acecho de la profecía: la espera de un advenimiento, la ansiedad por el resultado de una trabajosa construcción que ha de florecer de un momento a otro, si nada empece.

Y de allí mismo podría venir esa lamentación por las rémoras, por los retrocesos, las regresiones, especialmente las intelectuales, espirituales y 'éticas' (qué bonito comodín: lo ético...), incluso trasladadas a lo político.

Una sociedad 'plural' (aprovecho a usar la palabra, porque está de oferta en estos días...) que supone un general acomodamiento más político que económico. Y, tal como se ve, más espiritual -y 'ético', claro- que político.

Sin embargo, hay algo más alrededor de la noticia y del comentario de la noticia. Algo relacionado con el cristianismo también y con cierta expectativa sobre su papel ejemplar en el logro de la tan ansiada 'armonía ética' entre 'religión y libertad'.

Un papel que parecería dar por entendido que el cristianismo -y más específicamente el catolicismo- debe proclamar explícitamente su adhesión irrestricta a los términos 'éticos' de lo que se está construyendo en el mundo.

Es verdad que podría parecer esto una forma algo tortuosa de reconocerle una primacía cultural y espiritual.

Pero.

Al mismo tiempo, y por ello mismo, es una forma de hacer bastante transparente que parte de lo que se está construyendo en el mundo exige la aquiescencia 'amable' del cristianismo.

Como si dijera, y no creo estar tensando las conclusiones, que precisamente esa aquiescencia 'amable' del cristianismo es algo así como la piedra angular de lo que se está construyendo en el mundo.

Lo que no está para nada lejos de las inquietudes de Kant, según entiendo.

* * *

Algunas citas de Gilbert K. Chesterton, podrían venir bien para cerrar este capítulo:
La primera cosa característica y sobresaliente de la nota moderna, es un cierto efecto de tolerancia que se manifiesta por la timidez. La libertad religiosa podría significar que todo el mundo está libre de discutir la religión. En la práctica, significa que casi nadie tiene permiso para mencionarla. (Autobiografía)


El círculo externo del cristianismo es una guardia de abnegaciones éticas y de sacerdotes profesionales; pero, salvando esta muralla inhumana, encontraréis la danza de los niños y el vino de los hombres; porque el cristianismo es la única armadura de las libertades paganas. En la filosofía moderna todo sucede al revés: la guardia exterior es encantadora y atractiva, y dentro, se retuerce la desesperación. (Ortodoxia)
Y hablando precisamente de esta obra y de su disgusto por el título que le había puesto, dice en su Autobiografía:
De todos modos, el único efecto interesante del título, o del libro, que yo sepa, ocurrió en las fronteras con Rusia. El censor, bajo el antiguo régimen ruso, destruyó el libro sin leerlo. Por llamarse Ortodoxia, dedujo, naturalmente, que debía ser un libro acerca de la Iglesia Griega. Y por ser un libro acerca de la Iglesia Griega, dedujo naturalmente que debía ser un ataque contra ella.

Pero conservó una virtud bastante vaga aquel título, desde mi punto de vista: era provocativo. Y es un fiel exacto de esa extraordinaria sociedad moderna, el que fuera realmente provocativo. Había empezado a descubrir que, en todo aquel sumidero de herejías inconsistentes e incompatibles, la única herejía imperdonable era la ortodoxia.

domingo, 28 de mayo de 2006

Zambas del viento

Estaba oyendo esta tarde un poco de Atahualpa Yupanqui (Héctor Roberto Chavero Aramburu, para los que no lo conocen. Bonaerense, el hombre, de Pergamino, y del '08 -como se decía antes-; muerto en Nîmes, Francia, en el '92.)

Tengo, entre otras cosas, un disco que compré en la calle, una verdadera joya, que reproduce un concierto suyo en el Teatro Radio City de Mar del Plata, el 7 de enero de 1983.

Hay glosas antes de las interpretaciones, y afinaciones de la guitarra en vivo, sin ceremonias. A veces vale tanto la glosa como la canción. A veces apenas son pinceladas, datos sueltos, anécdotas menores, reflexiones. Todas valiosas. Se aprende mucho.

Antes de hacer en la guitarra, sin cantar, una zamba que me gusta mucho, Yupanqui dice lo que copio abajo. La letra la copio, aunque él no la canta -y es conocida-, porque su sencillez se lo merece.

Lo curioso es que la zamba pasa por ser de Oscar Valles, con música de los hermanos Cachilo y Soco (Julián y Benicio) Díaz, unos santiagueños a los que Atahualpa era tan aficionado (y así lo dice el disco, además...)

No es lo que parece decir en la glosa, linda lo mismo, claro.
Cuando una niña es muy donosa, le salen muchos festejantes.

Así pasa con algunas zambas de nuestra tierra: que es tucumana, que es salteña, que es santiagueña...

Y así anda, con un nombrecito en un lado...: Carreta volcada en Tucumán, La Amorosa en Santiago, La Lindita en Cafayate... ¿De ande será?

Los abuelos decían cuando estas zambas orejanas, sin autor, andaban por ahí de tierra en tierra, de comarca en comarca, de doma en doma, de ingenio en ingenio, en el azúcar tucumano, las llamaban 'zambas del viento'... Linda manera de bautizarlas, me parece.

Esta es una zamba del viento, del viento argentino...

La amorosa

Arden mis labios por ti
muriéndose de amor,
porque eres mi dueña,
santiagueña de mi corazón.

Temblando, vuelves a mí,
dejándome en tu adiós
tus manos pequeñas,
santiagueña de mi corazón.

Dormirán mis ojos sobre tu pelo
como en las abras el sol,
amorosa flor de mi tierra,
miel santiagueña, dulce como el mistol:
mis sueños te sueñan,
santiagueña de mi corazón.

Lloran mis ojos por ti
lágrimas de pasión,
si tú me desdeñas,
santiagueña de mi corazón.

Rezo tu nombre al partir
llamándome tu voz:
carita risueña,
santiagueña de mi corazón.

sábado, 27 de mayo de 2006

Sobre la causa 'cristiana' del Anticristo (VIII)

La amabilidad del Cristianismo (II)

Hay otra versión que es la que -sin forzar ni la argumentación ni la imaginación- se asocia más habitualmente a lo que el cristianismo postula.

La palabra 'amor' es la clave en ella.

No es que todo sea amor en esta vereda. Pero el amor -la palabra, al menos- es el gran paraguas debajo del cual todo puede suceder y todo debería acogerse. No hace falta recordar que el decálogo en la versión cristiana quedó condensado en dos mandamientos.

Sin embargo, en el hecho mismo de que el cristianismo predique básicamente dos mandamientos, y semejante el segundo al primero, está buena parte del problema.

Pero ya habrá que ver eso en su momento.

Las características 'débiles' del cristianismo son las que alientan esta segunda versión (segunda solamente en el orden en que las vengo tratando).

Una cadena de palabras, de conceptos y actitudes, son los que se enhebran para dar un resultado apacible, tolerante, sufrido, solícito, humilde, abierto, ligero, plástico, benévolo y manso.

Esta enumeración (a la que se le pueden agregar más y más características del estilo) es un menú peligroso en si mismo.

Es difícil catar y apreciar esta mansedumbre y esta humildad. Esa amorosa bondad.

Por cierto que nace del analogado mayor: el propio Cristo. Pero, mirando hacia atrás, hay figuras de esta realidad principal en la historia del pueblo judío y aún antes.

Abel o Job, hasta el propio Noé en varios aspectos, son algunos de los principales 'padres' de esta modalidad.

Por cierto que allí donde vemos fuerza y vindicta en jueces, guerreros y reyes veterotestamentarios, también tenemos ocasión de ver su humillación -y de allí su humildad-, como se ven afán de justicia y paz, o el derrame benéfico de sabiduría; de modo que en muchos está de un modo u otro esta vertiente.

Con todo, es el sufrido Abraham, y por qué no su propio hijo Isaac camino al sacrificio del inocente, quienes podrían iniciar en este pueblo un rosario cuyas últimas dos cuentas podrían verse en los padres de Jesús: José y la Virgen.

(Tal vez su primo Juan, el hijo de Isabel y Zacarías, pueda inscribirse junto con otros antepasados en la primera modalidad más que en ésta: su ascetismo, lo recio de sus costumbres, su voz 'profética', resultan poco amables, dejan una tensión que incomoda. Al fin, su muerte parece la secuela de una voz que no calla y que habla un lenguaje también poco 'amable' a los oídos de la corte...)

Pero, como dije, el propio Cristo es el emblema de este gesto magnánimo y manso. Atento y solícito con pecadores, publicanos y prostitutas, dulce con los niños, atraído por los pobres y enfermos, doliente con los dolientes, médico de enfermos y no de sanos, buen pastor para las ovejas perdidas. Por paradójicas y tensas que resultaren algunas de sus declaraciones y preferencias, brillan sus gestos misericordiosos y suaves.

Tal vez esta modalidad podría ser considerada secuela de alguna de aquellas parábolas en las que el señor del festín manda a invitar a los menesterosos y viandantes en los cruces de los caminos, o del gesto ante la mujer adúltera o ante la samaritana, o de sus visitas a las casas de los considerados pecadores públicos. Ni qué decir de su propio silencio y callado dolor, que lo asocian a la figura de un cordero camino del sacrificio.

De esas notas que lo vuelven un 'hombre' extraordinario, de esas enseñanzas que impulsan una paciencia y una dulzura heroicas, es de donde muchos han tomado no solamente ejemplo de virtud, sino de vicio.

Bastaría recordar a Voltaire o a Nietzsche para recordar a la vez que no son solamente los cristianos o católicos del primer tipo descripto los propensos a esquivar eso que se considera la amabilidad del cristianismo.

A veces, quienes se impresionan ante la mansedumbre es porque la consideran el colmo de la pusilanimidad, de la pequeñez de espíritu, de la cobardía.

Y lo que es más: hasta de una oculta soberbia. Un ejemplo de ello lo trae el propio F. M. Dostoievsky en su trillado relato de El Gran Inquisidor, un cardenal sombrío y 'sanhedrínico', quien acusa precisamente de esto mismo al Cristo vuelto a la Sevilla del siglo XVI.

Sin embargo, y finalmente, a un cristianismo así concebido se le tolera y se le celebra la mansedumbre, la capacidad de sacrificio y la tolerancia, el gesto solidario (mejor si se llama así y no caridad) y preferentemente callado, se le reconoce la comprensión.

Es un cristianismo inclusivo y no excluyente, como según esta versión debe ser el cristianismo, en cualquier caso y más allá de todo.

Tal vez haya que advertir que por varios lados elementos y características de la versión mansa tocan a la otra versión fuerte. Por ejemplo, en política.

Es por cierto una simplificación, aunque tenga cierta lógica: hay una identificación casi mecánica de la versión fuerte con la derecha y de la mansa con el progresismo.

En este sentido, por ejemplo, lo que entre nosotros llamamos un liberal, suele ser un sujeto filantrópico, eventualmente rotaryano, de pretensiones éticas acendradas, y, lo sepa o no, más bien capitalista y de derecha. Sin embargo, por su misma forma mentis, pretende ser consecuente y se esfuerza por ser tolerante por principios. Sin llegar a estos extremos que aquí podrían sonar hasta caricaturescos, muchos católicos de cierta conformación así denominada liberal, rechazan la forma aguerrida por lo que tiene de exterior y social: ellos profesan una religiosidad no exactamente interior, sino individual. Y hasta por razones bastante menos espirituales: las guerras religiosas son estéticamente feas por lo que tienen de exageradas (debiendo el hombre ser racional y módico en sus manifestaciones y pasiones); además, las intransigencias -violentas o no- generan un clima que perturba la convivencia... y finalmente también los negocios y el bienestar.

A la vez, y por su parte, hay un pensamiento de izquierda que apela a una cristianismo inclusivo porque por constitución rechaza lo exclusivo y excluyente. Si acaso rechaza un cristianismo que luche, no lo rechaza porque luche, sino porque entiende que su lucha está injustificada pues es por prebendas y esquemas de dominación: en lo cultural, en la moral, en lo político, en lo económico. Y también en lo religioso. Entre otras razones, esto -además de su naturaleza relativista consecuencia de su desconfianza de los postulados fuertes de la metafísica, por ejemplo-, lleva a cierto progresismo a pedir libertad y tolerancia.

Es claro que no todo progresismo es de izquierda. Pero es claro también que toda izquierda está obligada a ser progresista. Y esto hace que, a la hora de las consecuencias existenciales, el progresismo no de izquierda, termine -individual o colectivamente- inclinando su juicio y su acción hacia la izquierda por convergencia, por huida del otro bando, no por amor ciertamente, sí tal vez por temor a caer en los opuestos.

Ahora bien.

En nuestros tiempos, figuras como la de la Madre Teresa de Calcuta resultan cómodas como encarnación de lo que se espera en gran medida del cristianismo. Salvo, claro, que hable de temas que suponen oposición y fuerza: el aborto, cuestiones litúrgicas, el papel sacerdotal, los medios, el consumo.

Tal vez una figura de esa naturaleza tiene para nuestro tiempo la enorme ventaja de ser cristiana, y aun más: católica.

Especialmente porque no hay que apelar a su religiosidad raigal para justificar su bondad, su mansedumbre, su sufrida dedicación al leproso, al descastado. Es solidaria y hace el bien sin mirar a quién. Ama y hace lo que quiere.

La inversión del argumento también es rentable y más todavía: ésa es la cara del cristianismo. La verdadera, la que cumple con el segundo mandamiento. En figuras así, el cristianismo queda perfectamente definido. Cualquier salida de tono que suponga reciedumbre en palabras y conceptos, ni qué decir en acciones o preferencias, arruina el boceto, lo desluce, lo desnaturaliza.

Un aspecto relativo a su amabilidad, aunque mucho menos desarrollado, es la presencia del cristianismo en el mundo de la cultura y de la ciencia. De tanto en tanto, suele reconocerse el papel histórico del cristianismo en el 'progreso de la humanidad'. Y hasta a veces su papel pionero en el desarrollo de las ciencias y de la cultura.

Ha habido ocasiones recientes, como las discusiones en torno a la Constitución Comunitaria en Europa, en las que se ha puesto esto de relieve, a veces reconocido como a regañadientes.

En otras ocasiones, se enfatizan las relaciones entre Fe y Cultura o Fe y Ciencia, como relaciones de cooperación y ayuda mutua.

En general, y con ser axial con respecto a lo que vengo tratando, este aspecto cultural del cristianismo es agridulce en lo que se refiere a su amabilidad.

Hay una tópica muy arraigada que tiene por establecido que el cristianismo y especialmente el catolicismo son refractarios a las novedades y a los avances autónomos de la razón. la tópica dice que el cristianismo desconfía de la ciencia y de los progresos tecnológicos, así como de las aventuras intelectuales de amplio espectro.

Como ocurría en otras épocas con materias más bien teológicas y un poco menos con materias filosóficas, cualquier manual de apologética cristiana de hace entre 120 y 50 años, por ejemplo, incluye largos capítulos de exposición científica y de refutaciones pormenorizadas. Entre los argumentos refutatorios figuran los de muchos científicos creyentes destacados, además de los que no lo son. La idea es clara. Se busca mostrar a la vez la falsedad de ciertas teorías o corrientes y se fundan los argumentos por igual en científicos creyentes o no, para que se entienda que no es cosa de cristianos.

Pero el propio esfuerzo apologético en esta materia indica que pesa un cargo y una sospecha: el cristianismo se vuelve intratable cuando la ciencia enarbola sus propios postulados, o cuando la ciencia aplicada o la tecnología van en una dirección que al cristianismo no le gusta o no comparte o no puede admitir.

Así resulta entendendido entonces que más bien el cristianismo se opone al avance de la ciencia. Ciencia que, a su vez, postula que su avance no solamente debe tener un desarrollo irrestricto porque ella misma es la gloria del hombre, sino que sus logros están por entero al servicio del mismo hombre.

El silogismo es fácil: si el cristianismo se opone al desarrollo de la ciencia y la ciencia está al servicio del hombre...

No podrá pretender de este modo el cristianismo que los hombres lo tengan por amable. Si su coacción moral, sus cortapisas, sus anatemas y amenazas no son sino por si mismas antipáticas y agresivas.

Es una caricatura exponer al cristianismo como retrógrado sin más en estas materias. Es casi una cuestión de imaginación o de información, si no es acaso una cuestión de mala voluntad dialéctica. No, no es fácil acusar sin más al cristianismo de estar al margen o en contra.

Sin embargo.

Hace un tiempo recordé una inscripción en las paredes de Nanterre durante mayo de 1968: "El agresor no es el que se rebela sino el que afirma".

En cuanto a su amabilidad, esto querría decir que hasta la afirmación del cristianismo, la insistencia en afirmar o la pretensión sin más, podría ser una agresión. Tanto más si el cristianismo profesa principios tales como el de no contradicción.

Y por mucho que se pulan las maneras (suaviter in modo, fortiter un re), si una afirmación resulta una agresión y el cristianismo tiene la costumbre de afirmar, lo más probable es que el cristianismo resulte agresivo, esto es, que no pueda resultar amable al fin.

De este modo, parecería que al cristianismo se le puede tolerar y admitir cierta amabilidad en sus características débiles y mansas, se le puede reconocer esa nota de amabilidad en sus prácticas solidarias y hasta inclusivas e indiscriminadas (aunque cueste entender claramente el modo con el que el cristiasimo no discrimina, incluso cuando lo hace...)

Hasta podría asociarse irremediablemente su papel en la historia moderna al progreso de las ciencias e incluso al bienestar humano consecuente en el orden material y hasta cultural y artístico, así como en el pasado se asoció su presencia y su acción al mejoramiento de las condiciones sociales, políticas y económicas de los más débiles, humanizando incluso lo que otras culturas aun europeas tenían de inhumano.

Sin embargo, parecería que hay una amabilidad que al cristianismo va a costarle más que cualquier otra, si acaso llega a lograrla alguna vez. Y si acaso al lograrla sigue siendo aún cristianismo.

Si es que no lo ha hecho, una vez que el cristianismo haya practicado las caridades solidarias, suavizado las relaciones entre los hombres haciéndolas más justas y razonables, una vez que haya abonado el terreno del conocimiento y la consecuente industria logrando mayor bienestar de mejor calidad para casi todos y aun aspirando a todos; una vez que el cristianismo haya ejercido su acción sin atropellos ni avasallamientos, una vez que haya ayudado a potenciar todas las diversidades en beneficio de la unidad en la diversidad de todos los hombres, una vez que haya construido o ayudado a construir una incluyente casa común para todos los hombres, todavía quedará un pequeño asunto por tratar relativo a la naturaleza de su amabilidad.

Una amabilidad que se le pide y se le exige más que ninguna otra, aunque se le reconocieren los beneficios de todas sus otras amabilidades.

jueves, 25 de mayo de 2006

Damna caelestia


En círculos que mudan y regresan,
(todas las cosas: lunas y estaciones,
el agua de este mundo, sembradíos,
el viento, el año, el día, los minutos,
y el verde como el ocre, cada ciclo,
cada flor, cada fruto, la semilla,
y la noche del cielo, las mañanas...)
todas las cosas, todas, todo rueda.
Menos mi vida, la vida de mi vida
que va, que sólo va, que sólo avanza.
Horacio se lamenta: no hay regreso,
caemos y seremos polvo y sombra.
Y acierta Quinto Horacio y se equivoca.
Porque vamos al fin hacia el Principio.

miércoles, 24 de mayo de 2006

Claras oscuridades

Ahora que lo pienso, etiam peccata...

También el pecado le paga algún tributo a este asunto de la nostalgia frente a la presencia.

Me parece que la mayoría de los pecados son imposibles sin nuestra voluntad de pasar a través de aquello sobre lo cual pecamos o de aquello por lo cual pecamos.

Hay una aspiración más o menos oscura a algo que está representado en aquello que nos sirve de tropiezo o de desvío, algo que está como detrás de lo que tenemos ante nosotros.

La amartía (ruptura, sepración, división) que supone el pecado está también en que dividimos, separamos, partimos y elegimos algo de algo: y en el caso que planteo lo que partimos es esa nostalgia de la presencia. Y absorbemos la presencia para, más que aplacar, eliminar esto que aquí llamo (no es un hallazgo mío, claro) la nostalgia.

Esa nostalgia no se despierta ante las cosas, sin más. Está siempre y ante las cosas crece.

En este caso del pecado y la nostalgia en la presencia, creo que la nostalgia de un bien, la nostalgia de la fruición de un bien, nos hace como vampiros de las cosas.

Les chupamos a las cosas la sangre de bien (sangre incluso de verdad o de belleza, o de ser mismo) del que tenemos nostalgia y arrojamos la cosa, ya no nos importa ni nos vale, cuando nos parece que hemos calmado en algo la nostalgia que se nos hacía insoportable.

Tal vez sea en parte a esto a lo que se refiere san Pablo en la Carta a los Romanos. Incluso en aquellos pasajes algo oscuros acerca de la 'ley' como ocasión de pecado:
¿Pero es posible que lo bueno me cause la muerte? ¡De ningún modo! Lo que pasa es que el pecado, a fin de mostrarse como tal, se valió de algo bueno para causarme la muerte, y así el pecado, por medio del precepto, llega a la plenitud de su malicia. (7,13)
Ciertamente que la cuestión de la nostalgia le traerá a más de uno un dolor de cabeza.

Consuélense pensando que no están solos, en todo caso.

Sin embargo, podría uno empezar a considerar el asunto por ejemplo con las expresiones de San Juan de la Cruz:
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
O aún antes, con aquella famosa de San Agustín:
Nos hiciste, ¡oh Señor!, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti.

De todas maneras, se me hace claro que pretender los hombres separar a la nostalgia de la presencia es la ocasión del pecado.

Curiosamente, tal vez, si amáramos las cosas tales y cuales son para nosotros, especialmente con la cuota de nostalgia que nos despiertan, sin la pretensión de saciar completamente con ellas esa nostalgia a como dé lugar y a toda costa -y, en primer lugar, a costa de las propias cosas que decimos amar-, sería más difícil pecar.

Se sabe que el pecado es preferir las cosas y a uno mismo, antes que a Dios.

Lo que digo, en cualquier caso, es que, bajo este aspecto, es en ellas y frente a ellas que pretendemos saciar nuestra nostalgia. Y, así las cosas y por ello mismo, las despreciamos al fin también a ellas, porque en realidad comenzamos no apreciándolas.

Oscuras claridades

La respuesta que supusiere que son dos Claras distintas me parece definitivamente pusilánime.

Aunque sean dos Claras distintas. Incluso aunque todo el asunto sea un emblema y no haya ninguna Clara. Ni la extrañada ni la vuelta.

Porque la cuestión es si es posible la nostalgia en presencia.

No hay que desdeñar a Platón y sus reminiscencias. Pero incluso Platón balbuceaba en este aspecto, con ser grande acierto el de advertir como a contraluz -sabiendo sin saber- que lo que vemos tiene una plenitud que no vemos sino que apenas atisbamos.

Hay algo autosuficiente y maligno en sacudirse la nostalgia inevitable de algo, precisamente cuando estamos en su misma presencia.

La respuesta podría ser que la nostalgia está porque la cosa en realidad no está.

Será ingenioso, pero es desesperado, al fin de cuentas.

Por ejemplo, creo que no digo nada inédito si digo que no hay modo de llegar a saber algo del cristianismo, si no se admite -intelectual y afectivamente- la nostalgia en presencia.

martes, 23 de mayo de 2006

Bares temáticos

Para mediados de abril del año pasado, pasé por una vieja ruta de colectivo que hacía tiempo no recorría. Me llevó al barrio del Once. Al dar vuelta en una curva extraña (después supe que era un rodeo al que obligaba Cromagnon...), apareció un bar-restaurante a mi izquierda que cité mal en su momento y que se llamaba en realidad "Cómo te extraño, Clara".

Era en Irigoyen al 3000 y algo.

Hace unos días, un amigo me dice que por Independencia a esa misma altura, más al sur todavía, hay otro bar que se llama "Volviste, Clara". No lo vi aún, pero el testimonio me merece toda fe.

El caso es que la semana pasada, finalmente, una fatalidad ferroviaria me obligó a subirme al 105 en Devoto y volver a recorrer aquella ruta.

Me acordé y lo busqué y vi que todavía subsiste "Cómo te extraño, Clara".


¿Pueden coexistir?

¿Es posible la presencia y la nostalgia?

lunes, 22 de mayo de 2006

Sobre la causa 'cristiana' del Anticristo (VII)

Excursus II

Antes de desgranar algo acerca de la segunda versión del cristianismo que puede advertirse en nuestros días, tal vez convendría aludir muy ligeramente algunos episodios de la vida de Immanuel Kant, que se refieren a estos temas que vengo tratando.

Creo que ahora solamente importaría apuntar el clima de sus últimos años y sus enfrentamientos entre 1788 y 1796 con autoridades civiles y religiosas y particularmente en relación con sus escritos acerca de la religión.

Kant parece haber vivido toda su vida en tensión entre el pietismo luterano y una sucesión de posiciones filosóficas que pasan por el racionalismo, el criticismo (su propia modalidad) y la admiración por la Ilustración.

Me parece que, mal que le pesaría, vivió una síntesis quizá sordamente torturada entre el pesimismo religioso y el optimismo forzado de los moldes racionalista-idealistas e iluministas.

Cuando, cerca del final de su vida activa, Kant retoma con fuerza asuntos que podrían considerarse como de filosofía de la historia o la religión, lo hace impulsado -además de por sus propios intereses, pues los tuvo desde el comienzo- también por cierta cruda cerrazón en el clima prusiano bajo el reinado de Federico Guillermo II, quien llega incluso a prohibirle seguir hablando o escribiendo de esos temas, precisamente en ocasión de la aparición de El fin de todas las cosas (1794) así como de La religión dentro de los límites de la mera razón (1793).

Tal vez interese leer lo que Federico Guillermo II tiene para decir al respecto:
Federico Guillermo, rey de Prusia por la gracia de Dios, etc., a nuestro fiel e ilustre súbdito, salud. Nuestra elevadísima persona ha visto desde algún tiempo con sumo disgusto cómo habéis abusado de vuestra filosofía para relajar y desnaturalizar muchas de las doctrinas fundamentales de la Santa Escritura y del cristianismo, particularmente en vuestro libro sobre la Religión en los limites de la Razón y en otros escritos menores. Nos esperábamos algo mejor de vos, y debéis también comprender hasta qué punto faltáis a vuestros deberes como maestro de la juventud y a mis paternales prescripciones en bien del país. Esperamos de vuestra parte en el menor plazo posible una justificación completa, y os advertimos que si no queréis caer en desgracia con nos, no incurráis de nuevo en las faltas cometidas, aplicando por el contrario todo vuestro celo y autoridad, como es deber vuestro, a que se lleven a cabo con mejor éxito nuestras paternales intenciones. En caso contrario, os atendréis necesariamente a las dolorosas consecuencias que os sobrevinieren. Haceos acreedor a nuestra alta gracia. Berlín 1º de Octubre de 1794. Por orden especial de S. M., Woellner.
El tal Johann Christian Woellner, es en realidad un ex predicador (masón rosacruz, según se dice de él), transformado en el hombre fuerte del reino en estas materias y en todas las demás, como ministro de Estado, cuando el rey echó al anterior.

Kant estaba acostumbrado a la benevolencia y 'tolerancia' de los dos anteriores Federicos (y el Grande, entre ellos, con su extenso reinado) y en especial del anterior ministro, el barón Karl von Zedlitz, a quien por ejemplo le dedicara una edición de la Crítica de la razón pura en 1787 y que en mucho lo había beneficiado y protegido, a pesar de las reticencias características de los extraños parámetros de Kant. La Ilustración, también más allá de las peculiaridades de Federico el Grande, y su modo de entender la cultura, gozaba de buena salud en Prusia.

Sin embargo, y a partir de 1786, con las nuevas autoridades del reino se vio crecer por una parte las sospechas frente a los avances revolucionarios en Francia así como las sospechas sobre los intelectuales como Kant o Fichte por sus arrestos racionalistas y de librepensantes.

Es una lucha entre ilustrados y conservadores (luteranos y pietistas, básicamente), que se tironean el poder tanto político como cultural. No lleva las de ganar Federico Guillermo en las páginas de historia pues comparándolo con el Grande sale perdiendo en astucia y mano firme, así como sale perdiendo frente a un personaje como Kant, que gozaba de una gloria inarrugable ya para entonces y frente al cual Federico Guillermo y Woellner, resultan apenas lo que dos aprendices de brujos ante un circunspecto científico.

Federico Guillermo se preocupa por la persecución religiosa en la Francia revolucionaria, pero porque esa persecución es también y sobre todo una nota del nuevo democratismo que detesta y al que le teme. Kant se molesta porque con la furia del control estatal sobre las mentes y los corazones, se vuelve a la oscuridad de los dogmatismos.

Es una guerra extraña la de finales del XVIII en Prusia. Está prácticamente todo mal. Tal vez habría que interesarse más en los caminos que siguieron estos protagonistas para entender por qué semejantes personajes como Federico Guillermo II y Woellner se preocupan por la religión y por qué personajes como J. G. Fichte escriben en 1793 manifiestos como La reivindicación de la libertad de pensar, texto madurado ante los edictos restrictivos en materia de Religión y Censura de 1788.

De Kant ya sabemos que ya antes de ese mismo año entra en conflictos constantes hasta la muerte del monarca casi diez años después.

Esta breve reseña algo maltrecha y rápida tiene por objeto entender algo mejor en qué piensa Kant cuando habla de religión o fe eclesiástica y de fe racional. Lo cual no quita que sus elucubraciones escatológicas sean considerables aun en el caso de una realidad del cristianismo bastante más abarcadora que la Prusia luterana del siglo XVIII.

Sobre la causa 'cristiana' del Anticristo (VI)

Excursus

Quien quiera puede leer la nota completa. No me interesa el tema inmediato que la motiva.

Traigo el asunto simplemente porque a mi juicio es un ejemplo de aquello que decía días atrás. Hay más Kant que lo que uno supone en más lugares que los que uno supone.

Y digo esto cuando -ya lo sé- no he hablado sobre la otra versión del cristianismo, la otra forma de entenderlo y en consecuencia de entender la amabilidad que le debería ser propia.

Es probable que cada proposición aquí requiriera matices y cierta microcirugía para ver si se salva el sentido de esta o aquella otra expresión. Sin embargo, es el todo, más bien, y los supuestos. Porque eso es lo que da la impresión de homogeneidad.

En cualquier caso, y si no estoy muy errado, creo que este ejemplo vale porque hay un juicio aquí acerca de la naturaleza del cristianismo, de la historia de la Iglesia, hasta de la naturaleza y del efecto del propio martirio, que campea en la nota y que, por ejemplo, permite hacer un ejercicio: ¿podría uno hacer un identikit del cristianismo, según lo que dice el autor aquí, y hacernos una idea de qué debería ser y qué no debería ser?
Si Mel Gibson, con su prosaica "La Pasión de Cristo" facturó más de 600 millones de dólares con sólo derramar sobre la pantalla sangre de utilería por demás, hacer la exégesis de la tortura y volver a inculpar al pueblo judío de todas las épocas de la muerte de Jesús ateniéndose a la letra de los evangelios oficiales, ¿cómo no iba Dan Brown a causar un impacto muchísimo mayor si, como sustrato de un policial convencional, hace un fabuloso menjunje de fuentes reales y ficticias para afirmar, desde la ficción, que Cristo fue un simple mortal, que se casó con María Magdalena y que el cristianismo es tan sólo un invento del Concilio de Nicea inspirado en simbologías y religiones anteriores?

(.......)

La ficción en sí misma no da derecho a cualquier cosa. Por mucho que algún autor viniese desde la ficción a contarnos que Adolf Hitler fue un ángel incomprendido y que el Holocausto fue, en realidad, una mera invención del judaísmo, no lo toleraríamos. Y lo bien que haríamos.

Por mucho, muchísimo menos, comandos violentos del islamismo se han juramentado matar a Salman Rushdie y ni falta hace recordar, por lo recientes de esos episodios, la violencia que desataron en el mundo musulmán unas pocas viñetas de Mahoma. El cristianismo, en cambio, parece un blanco más fácil, cero riesgo y posibilidad de dividendos en repercusión y dinero rápido si se lo ataca. Y cuánto más protesten sus ministros, mejor todavía.

Cada ser humano de este mundo debería tener garantizado profesar su religión (cualquiera sea) o su agnosticismo sin ser estorbado ni violentado por ello, en la medida que no ponga en riesgo a nadie. Todos creemos en algo y hasta los ateos creen en nada. Agitar irresponsablemente estas aguas para azuzar a unos contra otros se vuelve un material altamente inflamable que nos puede estallar en las manos. La historia de la humanidad está tapizada de guerras religiosas.

* * *


Hay un problema más de fondo y para nada menor: durante siglos, es verdad, la Iglesia, en defensa a rajatabla de sus dogmas, propició en ciertas ocasiones oprobiosas persecuciones, censuras, matanzas e inquisiciones (de las que nuestro país tampoco fue ajeno). Pero eso, afortunadamente, parece haber quedado atrás. Se trata, ahora, de estar muy atentos para que todo ese doloroso recorrido no revierta su sentido y del escarnio público, de la mofa fácil, del revisionismo frívolo, se pase a la intolerancia religiosa y de allí, en pocos pasos, a la persecución.

No sería la primera vez en la historia: hace dos mil años las crucifixiones atraían curiosos y, a falta del generoso circo mediático de la actualidad, los romanos solían entretenerse viendo morir a los cristianos en las fauces de los leones. Por cierto, aquellos eran espectáculos muy exitosos, de taquilla asegurada, con el Coliseo rebosante de espectadores pero, ¿a qué costo?

domingo, 21 de mayo de 2006

Sobre la causa 'cristiana' del Anticristo (V)


La amabilidad del cristianismo (I)



La cuestión que venía tratando parece requerir que abra aquí un capítulo para tratar este asunto de la 'amabilidad' del cristianismo.

Creo que una aproximación fenomenológica a esta expresión no vendría mal.

Se oponen habitualmente y en tensión dos como versiones del cristianismo. No sólo vulgarmente, sino también en ámbitos más refinados, incluso más refinados intelectualmente.

Veamos la primera.

Entre sus varias características se la describe como violenta, cruel, sanguinaria. Pero también activa, fundadora o descontructiva (que levanta civilizaciones o corrientes históricas tanto como las combate para destruirlas), y hasta 'comprometida' y política (o politizante).

Diríase que es el cristianismo que sale del costado más 'violento' de Cristo. Un cristianismo que nació en la explanada del templo frente a los cambistas y mercaderes o en la maldición de la higuera. O que procede del modo según el cual Cristo cumple o no cumple con la ley y el pago de los impuestos. Un cristianismo tronante al estilo de los sermones y parábolas parusíacas de los últimos días de la vida pública. Profético suelen llamar al estilo denunciador.

Podría decirse por esto mismo también que es un cristianismo judaizante, en lo que tiene de vindicativo y militar. Por lo menos, de estilo veterotestamentario. Un cristianismo que considera tener enemigos. Y los trata en consecuencia. Y los quiere como escabel para sus plantas. Y considera que tiene a Dios de su lado para ello.

Hay izquierda y derecha para esta versión, podría decirse. Es ese cristianismo detrás de los liberadores y restauradores.

Nada amable parece. Más bien guerrero y encendido. Irascible y severo.

A este cristianismo puede -y suele- achacársele casi todo lo 'malo' que se le endilga al cristianismo habitualmente. El espíritu de cruzada tanto como el espirítu de guerrilla, según el lado de la barda.

Pero no sólo es el hijo de la espada de Pedro en el Huerto.

Su dureza no le viene solamente del látigo. Su falta de 'amabilidad' viene también de la ley que blande y del rigor en la ley, tanto como del garrote.

Es lo que se llamaría el espíritu inquisidor. Una velada o no tan velada sujeción que se tiene por soberbia doctrinal, canónica. Este cristianismo custodia la Fe y las formas de la Fe. Custodia la moral. Custodia la liturgia y los sacramentos. Pero básicamente custodia. Y su acción se entiende siempre como custodia férrea, no solamente por lo que pudiera tener de violenta, sino por lo que tiene de intransigencia, lo que ya es entendido como violento por si mismo.

Es comandante, escriba, sumo sacerdote y comisario político, todo a un tiempo.

En algún tiempo, las figuras 'fuertes' del miles o del rey o del gran sacerdote, estuvieron recubiertas de un halo y de una expectativa que las volvía gloriosas a los ojos que las observaban. No es así hoy y no es así desde hace mucho.

Esos arquetipos no tienen ya vigencia. Y sus figuras generan ahora más bien lo opuesto a aquello que produjeron otrora: desprecio, espanto y temor. Rechazo, en suma.

Pero si hay alguna posibilidad de que tales figuras tengan siquiera algo de aceptación -parcial, al menos-, en modo alguno la tendrán asociada al cristianismo.

No tiene por qué ser el mejor ejemplo el que voy a dar. Es el que me viene ahora a la mente, simplemente.

Vayamos al cine, por ejemplo.

Películas como El Señor de los Anillos o Narnia atrajeron muchedumbres. Y las respectivas obras escritas no menos, sino más. Y no lo han hecho en un mundo distinto del nuestro, ni con la vigencia de arquetipos distintos de los que hoy rigen.

Sin embargo.

El mundo que exhiben es un mundo violento. Es un mundo antagonizado. Hay bien y mal. Y el mal guerrea.

Y el bien, también.

Y lo que es más: el bien gana también guerreando.

Y campean intransigencias de variada índole, tanto como inmolaciones en aras de intransigencias y posiciones inclaudicables.

Ahora bien. Al mismo tiempo casi apareció La Pasión. Taquillera también, claro.

Pero.

Aquello que no sólo se tolera sino que se admira y aplaude en las dos primeras, no se le admite a la segunda o, al menos, no se le aplaude.

Y me refiero al clima de intenso antagonismo que destila la representación de la Pasión, en la versión de Gibson. A su 'violencia', a eso que muchos tomaron como la exacerbación de lo peor y, mejor aún, como la deformación de la naturaleza del cristianismo, representada en la profusión de sangre, la innecesaria exhibición de torturas asociadas a la Redención, violencias verbales, odios farisaicos y religiosos y cosas así. Y no solamente todo esto considerado doctrinariamente, sino siquiera visualmente: qué necesidad de mostrar que en 'esos' términos y en 'esas' circunstancias ocurre algo que tiene que ser tenido como un 'mensaje de amor'.

Me figuro que esto podría responder a una especie de contradicción flagrante en la sensibilidad de mis contemporáneos.

Pero no lo menciono por eso. Creo que es un ejemplo apropiado para mostrar qué es lo que no se asocia ni debe asociarse con el cristianismo.

Resulta así escandalosa la parte final de la vida de Cristo. Una locura y un escándalo.

Esa locura y ese escándalo han movido -en todas las épocas pero peculiarmente en los últimos trescientos años- a reinterpretar y hasta a modificar los pasos de Cristo y su sentido.

Es verdad que Kant le tenía una marcada aversión a la guerra. Como es verdad que Kant era el emblema del burgués.

Sin embargo -y aunque esto último que dije importe mucho- no se trata solamente de señalar la belicosidad de un cristianismo más religioso que racional, según la terminología del propio Kant. Ni siquiera de si tiene o no una insana pasión por la sangre.

Aunque haya infinidad de caricaturas o deformaciones que lleven a la conclusión de que puede asociarse a un modo de cristianismo con un lado siniestro, oscuro, enloquecido y visceral, en realidad el aspecto que resulta más repugnante en esa visión es lo poco plástico o maleable, lo poco dúctil que se vuelve ante las contradicciones.

En esta visión, lo que se le echa en cara es la incapacidad del cristianismo para la tolerancia y la complacencia de 360º, pero más claramente dicho es la incapacidad para la indiferencia. El empecinamiento en que las cosas deban ser de un modo y no de otros.

Y que parezca no tener maneras amables para condescender, sino, por el contrario, que parezca complacerse en la negativa a condescender, a veces bajo la apariencia de virtud humilde.

Esa ha sido, por otro lado, una de las acusaciones recurrentes que le han lanzado a muchos de los que han muerto mártires: con obedecer, con aceptar, con rendirse y someterse, salvaban su vida e incluso muchas veces las de otros. Por no hacerlo, por no contradecirse, por aferrarse a las palabras de otros hombres como ellos, o peor aún a voces aéreas que nadie oye, son capaces de hundirse y arrastar a otros con ellos.

Esa ha sido para ellos mismos también una de las torturas interiores recurrentes: ¿cuándo es mi obcecación y mi orgullo y cuándo es genuina obediencia?, ¿cuándo es mi posición y cuándo la verdad que digo profesar?, ¿cuándo es mi desesperación que quiere terminar rápidamente y cuándo mi esperanza que no teme el castigo por permanecer fiel?

En sus caricaturas o deformaciones, tanto como cuando no lo es, esta posición recibe el nombre de 'fanatismo'.

viernes, 19 de mayo de 2006

Sobre la causa 'cristiana' del Anticristo (IV)

El estudio del hombre comienza a descender de su boga en nuestro siglo, a la par del análisis que cede sucesivamente su lugar a la síntesis. El hombre exterior, el hombre en presencia de sus destinos, de sus deberes y derechos sobre la tierra: he aquí el campo de la filosofía más contemporánea: ha sido y es el fin de todos los filósofos y de todas las filosofías. Platón, Aristóteles, Cicerón, Bacon, Leibniz, Locke, Kant, Condillac, Jouffroy, han concluido por ocuparse de la política y de la legislación: tal es el curso más reciente de la filosofía en Alemania y en Francia, como lo nota Sainte-Beuve.

En América no es admisible la filosofía en otro carácter. Si es posible decirlo, la América practica lo que piensa la Europa.

Se deja ver bien claramente, que el rol de la América en los trabajos actuales de la civilización del mundo, es del todo positivo y de aplicación. La abstracción pura, la metafísica en sí, no echará raíces en América. Y los Estados Unidos del Norte han hecho ver que no es verdad que sea indispensable de anterioridad de un desenvolvimiento filosófico, para conseguir un desenvolvimiento político y social.

Ellos han hecho un orden social nuevo y no lo han debido a la metafísica. No hay pueblo menos metafísico en el mundo, que los Estados Unidos, y que más materiales de especulación sugiera a los pueblos filosóficos con sus admirables adelantos prácticos.

Así nosotros, partiendo de las manifestaciones más enérgicas y más evidentes de nuestra constitución externa, escuchando el grito salido del hombre, que por todas partes dice: soy personal, soy idéntico, sensible, activo, inteligente y libre, y debo marchar eternamente en el progreso de estos grandes atributos, trataremos según esta ley de nuestra naturaleza que se nos da a conocer por intuición y por sentimiento de explicar las condiciones más simples de un movimiento social, político, industrial y literario, el más propio para llegar a la satisfacción de las necesidades más generales de estos países en estas materias.
Podrá parecer una desviación del asunto. Pero no lo es, si bien se mira. Y no lo es en absoluto. Es más: ni siquiera es una confirmación. Es el asunto mismo.

¿Quién escribió esto en 1842, en un discurso leído a docentes y alumnos en Montevideo?

Pues, Juan Bautista Alberdi.

Sobre la causa 'cristiana' del Anticristo (III)

Vayamos lentamente.

Creo que la cuestión, presentada de un modo tan complicado, admite un modo en que no resulte tanto. Y, si no entendí del todo mal, se refiere a estas cosas: cuál es la naturaleza verdadera del cristianismo, cuál es el fin (como sentido o final) de la historia humana, qué relación hay entre el fin (como final) de la historia humana y la desnaturalización del cristianismo.

Kant dice que en cierto sentido el cristianismo potencialmente es, precisamente él, la ocasión al menos, si no la causa misma, del Anticristo. Y tal vez el Anticristo mismo, según se entienda.

No es exactamente lo mismo que decir que el Papa es el Anticristo, como se ha dicho. Es algo bastante más elaborado y a la vez menos trivial.

A saber.

En la medida en que haya un cristianismo que se empecine en ciertas prácticas tanto como en sostener ciertos dogmas y doctrinas y no esté dispuesto a convenir racionalmente en una misma fe con el mundo, él mismo, ese mismo cristianismo así obrante, producirá al Anticristo y, además, el fin. La destrucción y la catástrofe vendrían así por una Iglesia representante de un cristianismo que no se aviene.

En cambio, si el cristianismo acepta su verdadera naturaleza y es capaz de darle al hombre finalmente una estatura ética y racional (con lo cual queda definido en parte el sentido de la palabra 'mundo' y los términos de oposición con algo llamado 'Iglesia'), un cristianismo así será el socio principal del progreso y de la felicidad humanas y, además, de la consumación histórica del Reino de Dios en la tierra. Y no de una consumación en el sentido de un fin final a sangre y fuego, de ruina y destrucción intrahistóricas. Porque eso es propio de ese otro modo anterior de entender al cristianismo, un modo que, según la visión kantiana, parece no responder a la verdadera naturaleza del cristianismo.

Por más trabada y enrevesada que pudiera resultar la proposición casi hipotética de Kant, tiene algunas puntas que sirven para pensar.

Parece evidente que Kant no está dispuesto a deshacerse de algo llamado 'cristianismo'. Como tampoco está dispuesto a deshacerse de su fe inquebrantable en el progreso. O de su fe en la ciencia como panacea. Progreso y ciencia vistos como hacedores de paz, bienestar, concordia humana y filantropía.

Entonces.

En la medida en que aparezca un cristiansimo que resulte rechazado por los hombres -hombres que a su vez anhelan la paz, el progreso y la felicidad-, no parece haber más remedio que considerar que ese tal cristiansimo se ha desnaturalizado o no es el verdadero.

Lo quieren porque es amable y ser amable es de su naturaleza. Ahora, si deja de ser amable ya no lo querrán. O: si ya no lo quieren es porque ha dejado de ser amable.

¿Podría el cristiansimo dejar de ser amable para los hombres? ¿Y cuándo y en qué circunstancias podría dejar de ser amable?

Aquí, el camino del análisis se abre en varias direcciones. Y creo que todas ellas significativas.

Pero, antes de seguir (cosa que tendrá que esperar, por ahora), me gustaría dejar dicho que concuerdo con Pieper en cuanto a que este punto de vista importa -y mucho- en la medida en que Kant es un representante de altísimo rango de un modo de ver el mundo y la historia que, si no siempre lo tiene a él como pionero, sí lo reconoce como profeta mayor.

Es verdad que la lectura de Kant es un lujo raro y costosísimo. Al menos en tiempo y en energías.

Sin embargo, digo también, pero ahora por mi propia cuenta, que de él son hijos quienes, lo sepan o no, profesan iguales visiones o visiones derivadas de ésta suya, por más que el propio Kant haya cubierto de complicaciones -incluso irónicas- la formulación de su proposición. Hijos son en esto también no importa si liberales o marxistas, a derechas o a izquierdas. Hijos incluso cuando los que así piensan sean cristianos y católicos. Y no importa si prelados o destacados pensadores cristianos, a los cuales si se los confrontara con este planteo jamás reconocerían su filiación. Tal vez incluso estarían más inclinados a decir que su modo de ver las cosas no es ya prudencial -y hasta mundanamente prudencial- sino la encarnación del mismísimo Evangelio.

La profusión de términos que devienen equívocos usados de este modo, bien puede lograr que felicidad, progreso, amabilidad, Evangelio, Reino de Dios y muchos otros se vuelvan tan cristianos como kantianos. Incluso puede darse el caso de que -aun sin llamarla kantiana bajo ningún aspecto- la inquebrantable fe en el bienestar de la humanidad entendido de este modo se transforme en la 'verdadera' interpretación del cristiansimo. Así como la oposición a este planteo kantiano, tanto a sus postulados como a sus corolarios, se transforme en la negación misma del cristianismo, incluso más: en la encarnación misma del Anticristo.

Finalmente, por ahora, creo que tiene razón Pieper, también, al observar que en el ámbito filosófico y científico esta presencia del Anticristo ha sido ignorada desde precisamente los tiempos kantianos. No puedo asegurarlo, pero le creo cuando dice que fue Kant el último en hacer mención del asunto, precisamente en sus escritos sobre el fin de todas las cosas y el destino de la humanidad. Sin embargo, el propio Pieper advierte que ya a mediados del siglo XX la cuestión del Anticristo deja de ser un fantasma reservado para lóbregas y tremendistas elucubraciones teológicas o religiosas, para ir ganando espacio nuevamente en los asuntos civiles, y concretamente, por ejemplo, en ocasión de los peligros nucleares que amanecieron con el final de la segunda guerra.

Ayuno del cielo


Un cielo que ayuna
la luz de las cosas:
ni estrellas ni luna.

Es ciega esta noche y es niebla el sendero.
Y quietas estas piedras silenciosas.

A un brumoso espejismo
hondo como un abismo,
se asoman unas huellas temerosas.

Hay como crines broncas
de potros no domados.
Los baña una luz opaca
que acaricia y los aplaca.

Serenos ya los belfos resonantes
se sacian ya y se aquietan
a sorbos lentos,
sedientos
(como yo pero de estrellas)
sedientos como yo pero de río
lento y frío.

Si una luz me mostrara todas las cosas bellas...

Y la verdad en ellas.

Con su reflejo oscuro
va una nube de lluvia atribulando
el cerro puro,
grisado de silencio de luz en esta noche
en su orfandad cumbrera...

Tan huérfano de altura,
el cerro de este rumbo en esta noche oscura.

No canto mientras ando,
canturreo.

Silbo en el humo a pino
que viene de unos fuegos que ríen y no veo
al final sin saber de este camino.

Y espero, aguardo. Ahinco con mis manos mi lodo.

Siempre espero.

Mientras el cielo ayuna. Y yo con él de todo.

jueves, 18 de mayo de 2006

Monerías (II)

Otro ejemplo de estas cuestiones.

En un lapso de poco más de cuatro horas, el diario 'subió' dos 'noticias' referidas a cuestiones científicas acerca del lenguaje.

Esta segunda, no es un mal ejemplo de cierta visión acerca de la facultad humana de hablar concebida más bien como érgon.

Así se ve en la orientación de los trabajos del investigador anoticiado ahora. Especialmente, para introducirnos en la cuestión, en estas líneas a modo de presentación:
Meaning Machines

When used by people, words are symbolic reflections of rich mental networks that encode knowledge of the physical and social world. Beneath words and sentences lie complex cognitive structures shaped by evolutionary and lifetime learning, linked in various ways to the goals and environment of language users. The meaning of words in everyday language depends on two very different kinds of relations. On one hand, language refers to (is about) the world -- spatial, temporal, and social factors situate communication. On the other hand, people use language to pursue their interests -- speech acts are purposeful. A grand challenge for the cognitive sciences is to develop a computational framework that simultaneously models referential and functional meaning. In practical terms, progress towards meeting this challenge will have significant impact on a broad spectrum of applications in human-machine communication and machine-mediated human-human communication.

Our research group is driven by this challenge. We are developing natural language processing systems that ground language in physical and social context. We have implemented conversational robots, natural language understanding in video games, sensor-grounded computational models of language acquisition, and context-aware speech interfaces for home and work environments. A common denominator in all of the domains we tackle is that the meaning of words cannot be fully determined without paying attention to non-linguistic context.
Nada estrictamente novedoso en estos campos lingüísticos. Ni siquiera en la pretensión de elaborar un modelo o en la curiosidad por los patrones o matrices que se supone permiten conocer la naturaleza del lenguaje. Y, aunque no es nuevo, es confirmatorio o ejemplificador de un estilo de divulgación y práctica científica, del que hablaba apenas en la entrada anterior.

Ahora bien.

Cinco minutos antes de hablar del hablar, el diario nos ilustraba acerca de que se dice ahora que la religión es buena para la presión sanguínea, por lo menos en los 'afroamericanos' (politically correct hablando, ¿no?).


Pero hay que descansar, pensé.


Otro día. En todo caso.

Monerías

No me parecería mal tener una charla con este simpático Nictitans, a falta de un interlocutor mejor.

Creo que hay dos problemas. Metodológicos, diría.

El primero es que el lenguaje 'científico' de los medios de comunicación es tan nebuloso, fantasmagórico y espectacular que se hace difícil saber si vamos a hablar de lo mismo.

La mayor parte de las veces, es 'ideológico', en el peor sentido de la palabra. Y ni siquiera de esa especie de ideología científica que no inventaron pero que consolidaron los iluministas, que mira por sobre el hombro con una sonrisa de soslayo cualquier 'demostración' científica que no sea experimental o matemática.

Y no estoy diciendo que esa ideología científica sea mejor que la mediática. Digo que es más difícil de juzgar seriamente en ciertos ámbitos y que, por lo mismo, está menos al alcance de, digamos, un lector corriente de bitácoras electrónicas.

Por otra parte, la experiencia dice que es bastante difícil someter a un científico de la especie que describo a un acuerdo respecto de la cosa acerca de la que vamos a hablar. Y, por poner apenas un ejemplo pertinente al caso del que trata este comentario: ¿Qué quiere decir 'hablar' (con o sin comillas)? ¿A qué en un presunto hablante le atribuimos la facultad de 'hablar'? ¿Cuál es el sujeto de esa facultad? ¿Hay alguna relación entre la capacidad intelectual de formar conceptos y la facultad de hablar? ¿La capacidad de formar conceptos es propia de la inteligencia? ¿Es la inteligencia una potencia cognoscitiva diferente de la potencia cognoscitiva sensible? ¿Hay distinción real entre sentidos externos, internos y potencia cognoscitiva intelectual? ¿Son las palabras signos de los conceptos y éstos de las cosas? ¿Hay algún componente volitivo en el acto de habla? ¿Es la voluntad otra potencia distinta realmente de la potencia cognitiva? ¿Hay arbitrio en la sintaxis? ¿Es sistemática o libre la elección de los sintagmas? ¿Es la capacidad de hablar érgon o enérgeia, según la dicotomía expuesta por Von Humboldt, por ejemplo? ¿Tiene a su vez razón Chomsky y su linguistic competence, en Language & Mind?

Y más y más preguntas que hay que despejar en el trámite de esta amable conversación.

Conversación que, en términos mediáticos, es a veces más fructuoso mantener con nuestro amigo Cercopithecus, quien es probable que lo haga de buena fe. Y no pocas veces, también en términos científicos, pues Nictitans será incapaz de negar o afirmar lo que ignora, o de mostrar un desprecio que sí se deja ver en ámbitos menos primarios.

Me parece difícil poder negar que, junto con la universal vocación por el conocimiento que todo hombre tiene, mucha ciencia tiene una otra vocación bastante menos natural. Una vocación iconoclasta diría, en la que se solaza. Una vocación crítica, dicho esto en términos hermenéuticos.

A veces, tomarse en serio algo ridículo, supone al menos reírse.

Sobre la causa 'cristiana' del Anticristo (II)

Lo primero será exponer los textos.

El capítulo II de El fin del tiempo de Josef Pieper desarrolla los vaivenes de la fe en el progreso, siguiendo básicamente -no únicamente- obras de Immanuel Kant. También los matices y los cambios de rumbos de esa religión y de esa, al fin de cuentas, escatología, pasando de los optimismos filosóficos hasta los voluntarismos políticos y desde el siglo XVIII, hasta la actualidad.

Me detengo ahora en un fragmento. Es el final del punto 8 de ese capítulo, que copio in extenso para que no se pierda su unidad de razonamiento, aunque lo que me interesa es el desarrollo de la segunda idea que extrae Pieper del opúsculo.
Vamos ahora a hablar brevemente del tratado sobre El fin de todas las cosas, que Kant escribió trece años después de su Crítica de la razón pura. Apenas es posible formular su afirmación en forma de una tesis clara dada la dificultad y confusión del razonamiento. Dos puntos sobre todo me parecen dignos de atención: primero, casi al comienzo se dice que el fin de la humanidad hay que concebirlo evidentemente en analogía con la muerte del individuo, que "en el lenguaje piadoso" se designa como un tránsito "del tiempo a la eternidad". Kant califica esa idea de lúgubre y estimulante a la vez, por lo que "los ojos que se apartan horrorizados no (pueden) menos de dirigir a ella su mirada una y otra vez". Es interesante la observación de que esa idea ha de "entretejerse ciertamente con la universal razón humana de un modo maravilloso". Naturalmente que el proceso de semejante transposición del ser temporal del mundo histórico a una participación directa, como quiera que se conciba, de la eternidad de Dios, queda por completo más allá de nuestra capacidad representativa. Y la razón, dejada a sí misma, llega aquí al límite de su capacidad, aunque ya el mero planteamiento conceptual no sea el mismo en cada uno. Pero en cualquier caso esa idea hace totalmente imposible concebir el fin de la historia humana según el modelo de una "evolución", cual si una ascensión quizá difícil pero siempre en un enriquecimiento constante llegara a su conclusión triunfal.

El segundo punto de la concepción kantiana, que a mí se me antoja singularmente importante, es la exposición detallada, en verdad, del fin "inevertido", "antinatural de todas las cosas que, aunque evidentemente sea medio en broma, no deja de considerarse conceptualmente posible al lado del "natural" y del "sobrenatural". Lo que ante todo resulta bastante sorprendente es que ese fin "antinatural", siempre que ocurra, lo "introduciremos nosotros mismos en tanto que malinterpretamos el objetivo final". Por poco en serio que Kant haya podido tomar esa concepción, en cualquier caso se habla expresamente de la posibilidad de una catástrofe final producida por el propio hombre. La exposición, un tanto complicada, empieza por la "amabilidad" esencial al cristianismo en sí, que tiene su fundamento en la "mentalidad liberal" con la que "puede atraerse los corazones de los hombres". Mas "si se descubriera que el cristianismo dejaba de ser amable, el rechazo contra el mismo se convertiría en la mentalidad dominante y el Anticristo empezaría su gobierno (supuestamente fundado en el temor y en el egoísmo)...; pero después, ya que el cristianismo está ciertamente destinado a ser una religión universal, si no se viera favorecido por el destino para serlo, entraría el fin (invertido) de las cosas en un aspecto moral". Pero ¿qué es propiamente lo que se afirma aquí? Que (posiblemente) el cristianismo perderá la simpatía de los hombres, porque será infiel a su propia esencia. El Apocalipsis (y el Nuevo Testamento en general) dice exactamente lo contrario: que la Iglesia perderá la simpatía de la inmensa mayoría de los hombres por llevar a término su manera de ser propia sin mezcla de ninguna clase. En consecuencia Kant hubiera debido decir: está justificada "la gran apostasía" de los hombres que se apartan de ese cristianismo degenerado. Mientras que en el Apocalipsis, por el contrario, esa huida masiva de la Iglesia aparece casi como una confirmación de su verdad. Para el pensamiento ilustrado resulta ciertamente incomprensible la idea de que la verdad puede ser combatida, aunque sea la verdad o precisamente por serlo. "Me aborrecen sin motivo" (Sal 34, 19; Jn 15, 25). Volvamos por un momento a la distinción kantiana entre "fe eclesiástica" y "fe racional" y a su idea de que la fe eclesiástica será arrinconada por la religión racional, lo que significará la aproximación del "reino de Dios sobre la tierra". En consecuencia, el movimiento contrario de la religión racional que queda arrinconada por la fe eclesiástica, ¿no tendría que aparecer como la aproximación del Anticristo? Pero esto no es sólo una consecuencia que se impone en abstracto: ¡Kant la ha formulado de forma explícita! En la medida en que los sacerdotes "convierten en una obligación esencial unas observancias y una fe histórica" (entendiendo por todo ello el culto, los sacramentos, la fe en los acontecimientos históricos salvíficos), en lugar de "echar en el corazón unos cimientos éticos", hacen "lo que se requiere para introducirle (al Anticristo)". Así, pues, el Anticristo aparece nada más y nada menos que como una figura eclesial.

....

Mas todo esto lo piensa Kant de un modus irrealis; su verdadero sentir, o mejor, su esperanza mantenida desesperadamente es que el género humano está realmente metido en un progreso continuo hacia el "fin natural", hacia la fundación del "reino de Dios sobre la tierra", que es un acontecimiento intrahistórico y lentamente introducido por una fuerzas históricas; en ese reino prevalece una "paz" eterna y "en él pueden desarrollarse plenamente todos los gérmenes hasta poder cumplir su destino aquí sobre la tierra".

Un poco antes, comentando la ambivalencia kantiana entre escepticismo y optimismo en este mismo trabajo como en otro más famoso todavía, La paz perpetua, Pieper concluía:
Sin embargo esa fragilidad y falta de firmeza, por mucho que responda a un conocimiento profundo sobre la complejidad polifacética del mundo, nada tiene que ver con la tensa estructura de la imagen cristiana de la historia. No es que la esperanza del nuevo cielo y de la nueva tierra pierda nada de su firmeza con la expectativa de un final intrahistórico de catástrofe, sino que esa esperanza se mantiene inquebrantable por completo a una con la firme serenidad frente al dominio universal del mal, como el estado final intrahistórico.

Creo que todo el texto es difícil y denso (y la traducción no ayuda). Pero creo también que lo esencial se entiende bien.

Aquello sobre lo cual habría algún comentario que hacer, está dicho.

lunes, 15 de mayo de 2006

Damna caelestia

En el Libro IV de sus Odas, Quinto Horacio Flaco nos dejó esta Oda VII, dedicada a un no del todo reconocido Manlio Torcuato, probablemente un abogado prestigioso de la época.

Diffugere nives, redeunt iam gramina campis
arboribusque comae;
mutat terra vices, et decrescentia ripas
flumina praetereunt.
Gratia cum Nymphis geminisque sororibus audet
ducere nuda choros.
Inmortalia ne speres, monet annus et almum
quae rapit hora diem.
Frigora mitescunt Zephyris, ver proterit aestas,
interitura, simul
pomifer autumnus fruges effuderit, et mox
bruma recurrit iners.
Damna tamen celeres reparant caelestia lunae:
nos ubi decidimus
quo pius Aeneas, quo dives Tullus et Ancus,
pulvis et umbra sumus.
Quis scit an adiciant hodiernae crastina summae
tempora di superi?
Cuncta manus avidas fugient heredis, amico
quae dederis animo.
Cum semel occideris et de te splendida Minos
fecerit arbitria,
non, Torquate, genus, non te facundia, non te
restituet pietas;
infernis neque enim tenebris Diana pudicum
liberat Hippolytum,
nec Lethaea ualet Theseus abrumpere caro
uincula Pirithoo.


La oda es famosísima y destila una inmensa melancolía. Cuesta ver detrás de esta gloria pagana los arrestos de vitalismo -melancólico también- del Carpe Diem, ese tópico goce irrestricto del hoy sin mañana.

Una traducción que encontré dice más o menos lo mismo en estos términos:

Las nieves pasaron; vuelven a reverdecer los campos
y las ramas de los árboles;
la tierra muda de aspecto, y las corrientes menos caudalosas
de los ríos dejan de combatir sus riberas.
Una de las Gracias, desnuda, y en compañía de las Ninfas y sus gemelas hermanas,
se atreve a dirigir las danzas;
el año y hasta la hora que arrebata el día presente
nos aconsejan
no esperar nada duradero.
Los Céfiros templan el rigor del invierno; la primavera cede a los rayos del estío,
que ha de fenecer cuando
el otoño, coronado de frutos, esparza sus ricos dones; después
tornan otra vez los días brumosos de diciembre.
El curso acelerado de los meses repara los daños de las estaciones;
(rápidas reparan las lunas sus menguas celestes)
pero nosotros, si caemos

en el lugar que habitan el piadoso Eneas, Anco o Tulo Hostilio,
quedamos convertidos en polvo y sombra.
¿Quién sabe si los dioses celestiales nos añadirán al día de hoy
el de mañana?
Sólo escapará a las ávidas manos de tu heredero
lo que generoso hayas dado a tus amigos.
Así que dejes de ser, Torcuato, y Minos
haya pronunciado su última palabra,
ni la piedad, ni la elocuencia, ni el ilustre linaje
te restituirá a la vida.
Diana no logra libertar de las tinieblas eternas
al pudoroso Hipólito,
ni Teseo romper las cadenas que sujetan
a su caro Pirítoo en el infierno.

Pero los que más me gustan son especialmente los versos que dicen:
Damna tamen celeres reparant caelestia lunae:
nos ubi decidimus
quo pius Aeneas, quo dives Tullus et Ancus,
pulvis et umbra sumus.
Que, en otra traducción que encontré, y tal vez mejor, dicen:
Los daños del cielo los reparan las lunas en rápida sucesión:
pero nosotros, cuando caemos
a donde cayeron el piadoso Eneas, y los ricos Tulo y Anco,
sólo somos polvo y sombra.


Primero habrá que digerir latines, mitologías, pero sobre todo sentido y significado.

Y después veremos.

Sobre la causa 'cristiana' del Anticristo

Lo menciono ahora como un apunte, porque tengo que copiar algunas cosas más adelante. Es un libro complejo y tenso. Bastante difícil, a pesar de sus escasas 150 páginas: hace más de 20 años que lo leo y nunca estoy seguro de entenderlo del todo.

No digo que sea en absoluto un defecto de la obra, pero diría que me resulta de una reciedumbre poco común entre las obras de Josef Pieper, impaciente casi. Un libro tenso. Erguido. No lo escribió sentado cómodamente en su escritorio de Münster, me parece. Sobre el fin del tiempo. Sé -por otra parte- que es un libro despreciado por no pocos seguidores de un Pieper más racional y 'moderno'. Peor para ellos, en cualquier caso.

No conozco una edición anterior y me llama verdaderamente la atención que lo haya publicado recién en 1980, porque es un curso que venía dando desde 1948-1949, casi sin variaciones, según dice un postfacio, incluso habiendo publicado aspectos de ese mismo tema en por lo menos otras 4 obras.

En una nota al capítulo II, por ejemplo, se refiere al silencio sobre el Anticristo a lo largo de casi dos siglos y apunta una experiencia personal:
En un florilegio de sentencias, sacado de las obras de Tomás de Aquino (Ordnung und Geheimnis, Munich 1947), he citado también algunas frases que se refieren al Anticristo. Estos textos, y sólo ésos, fueron calificados en una revista teológica como "piezas menos valiosas". (*)
Me sorprende también haber encontrado en un sitio extraño el tercer capítulo de la obra, publicado allí por razones (de cierta conveniencia, digamos) que creo entender, aunque no estoy seguro.

De todos modos, del libro me impresiona particularmente el capítulo segundo. Y de allí, algunos textos de Kant, especialmente aquellos que se refieren a la relación -causal, por cierto- entre el cristianismo y la aparición del Anticristo.

Veremos.


(*) Se refiere al silencio en el ámbito de las elucubraciones científicas y filosóficas, por lo menos, pues cita allí un trabajo que especula sobre el destino del poder atómico, encargado por obispos británicos, casi a mediados del siglo XX.

No me parece que Pieper ignorara el desarrollo teológico sobre este tema durante el siglo XIX. Con todo, la mención de la 'revista teológica', no deja del todo afuera a la propia teología.

sábado, 13 de mayo de 2006

Reformas

Una cosa me recordó otra.

La clave de la comprensión cristiana de los estudios, es que la esencia de la plegaria es la atención. Es la orientación hacia Dios de toda la atención de que es capaz el alma. De la calidad de la atención depende en gran parte la calidad de la plegaria. La efusividad del corazón no puede suplirla.

...................

Los ejercicios escolares desarrollan, por supuesto, una parte menos elevada de la atención. No obstante, son plenamente eficaces para acrecentar el poder de atención que estará disponible en el momento de la plegaria, a condición de que se los ejecute con este fin y sólo con este fin.

Aunque hoy aparentemente se lo ignora, la formación de la facultad de atención es el verdadero fin y casi el único interés de los estudios. La mayor parte de los ejercicios escolares tienen además cierto interés intrínseco, pero se trata de un interés secundario. Todos los ejercicios que se basan en el poder de atención son interesantes con el mismo derecho y casi igualmente.

Los alumnos de liceo y los estudiantes que aman a Dios no deberían decir jamás: "amo las matemáticas, el francés o el griego". Deben aprender a querer todo eso porque acrecienta la atención que, orientada hacia Dios, es la sustancia misma de la plegaria.

No tener don o gusto natural por la geometría no impide que la investigación de un problema o el estudio de una demostración desarrollen la atención. Es casi lo contrario.

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Si se busca con verdadera atención la solución de un problema geométrico, y si, al cabo de una hora, no se ha avanzado más que al comienzo, no obstante se ha avanzado, durante cada minuto de esta hora, en otra dimensión más misteriosa. Sin que se sienta ni sepa, este esfuerzo aparentemente estéril y sin frutos ha llevado luz al alma. El fruto aparecerá un día, más tarde, durante la oración. Reaparecerá también sin duda, por añadidura, en cualquier sector de la inteligencia, quizá completamente extraño a las matemáticas. Un día quizá aquel que realizó ese esfuerzo ineficaz será capaz de captar mejor, por ese esfuerzo, la belleza de un versos de Racine. Pero que el fruto de ese esfuerzo deba encontrarse de nuevo en la plegaria es cierto, sin duda alguna.

Simone Weil, Reflexiones sobre el buen uso de los estudios escolares para el amor de Dios.