sábado, 31 de agosto de 2013

Vísperas de Dulcinea


Quien al Toboso va, busca y en vano
la gracia de tu nombre, tu figura,
la mirada serena y esa pura
suavidad en el gesto de tu mano.
Quien del Toboso viene, triste jura
que no ha oído ni a moro ni a cristiano
revelar el misterio que Quijano
llevó en su pecho. O que tal vez augura.
Porque tal vez, Señora, todavía
no llega el tiempo en el que eternamente
se diga Dulcinea, siempre amante,
a la doncella que tan dulcemente
amó en Alonso al hombre que sabía
loco de amor y caballero andante.



Casa de Tucumán




Hay asuntos que tienen dos caras.

Uno mira siempre la superficie, por supuesto, tal y como aparecen, tal y como nos ocurren las cosas. La simple anécdota, a veces graciosa o casi, los hechos mondos y desnudos. Lo que pasó. Y hasta alguna interpretación primaria, las primeras capas de los signos.

En esta historia, creo, fue así. Pero resultó que con los días, con las semanas, decantaron los pasos sencillos de esta comedia. Y la anécdota me ocupa una parte del día, cada día, créame que sí.

Y ya no fue más una simple historia de calle. Porque apareció un abismo. Algo más o menos oscuro, cuyo fondo no es fácil de ver. Todavía lo estoy pensando.

* * *

Eran días de julio, vacaciones de estudiantes (y de judiciales...)

Una mañanita, tenía que bajar a la ciudad y fui. Ya llegaba tarde a unos lados y entonces andaba con apuro. Estaba en la Plaza, recién había cruzado la Avenida de Mayo y bordeaba el Cabildo, por Bolívar, caminando por la calle para ahorrar un trecho.

Del otro lado de la valla que guarda al peatón, saliendo de la recova del Cabildo, se asoma y me frena una señora de unos 50 años, criolla, simpática. Iba con un niño de unos 10 u 11 años y con una mujer mayor, casi inequívocamente su madre. La misma mirada, la misma sonrisa. Paseaban. Era un previsible contingente familiar, típico en esos días de julio por todas partes. Dando vueltas más o menos baratas, viendo cosas.

- Disculpe, señor...., perdóneme, que está cruzando la calle, es una preguntita, nomás..., dijo la doña viendo que me atajaba a la carrera y en off side municipal.

- Dígame, señora, no se preocupe...

Balconeó la valla y sacó el cuerpo por encima.

- ¿La Casa de Tucumán...?, preguntó.

- ...

- ¿Dónde está la Casa de Tucumán?

Había que pensar rápido. Pero, y sobre todo, había que sentir rápido.

Estaba en juego -y eso sí lo vi inmediatamente- desde la caridad hasta la historia, desde la educación argentina hasta la bien fundada socarronería de la porteñidad, desde el escándalo de un niño hasta la humillación por ver a los compatriotas en esa situación.

Detrás, aparecía la cabeza del muchachito, muy interesado en la respuesta, y un poco apartada, pero pispeando también, la abuela, todavía recorriendo con la mirada las demás cosas que se ven desde allí.

- .... en Tucumán, señora..., la Casa de Tucumán está allí, en la capital, en San Miguel de Tucumán..., dije con un tono neutro, casi como si ella estuviera leyendo un cartel. Y seguí, sin hacer una pausa que podía haberle resultado gravosa:

- Acá en Buenos Aires no hay ninguna réplica, que yo sepa. Por ahi, sí. Pero no la conozco. Hay otras cosas que pueden ver. ¿Andan con tiempo?

Y lo que siguió fue una hoja de ruta sencilla, repasando las "glorias" de la Reina del Plata, las que tenían a tiro.

- ¿Ustedes son de alguna provincia?, pregunté ya en franca conversación de vecinos.

- Sí, dijeron casi al mismo tiempo los tres, con una sonrisa que valía su ancho en oro. Somos de Formosa, Formosa capital...

- ¡Ah, tan lejos...! Bueno, no se pierdan en este monstruo. Pásenlo bien...

    
Llegué tarde a la junta. Muy. Y tenían que esperarme para empezar. Mala suerte.


Volvía al pueblo a la tardecita y me mordía fiero la imagen de mis paisanos formoseños buscando hacía un rato la Casa de Tucumán.

En la Plaza de Mayo.

Tres generaciones de argentinos de Formosa había allí.


- La puta madre que los parió..., dije (y creo que en voz alta, porque un albañil paraguayo a mi lado en el furgón, me miró feo..., o me habrá adivinado el pensamiento...)

Y el objeto directo pronominal los era el título de una lista enorme de nombres (estaba el mío, sí, fíjese lo que son las cosas...) de gentes buenas, malas y mediocres. Todos culpables de que tres generaciones de argentinos buscaran la Casa de Tucumán en la Plaza de Mayo.

Y, no: los nombres de los tres formoseños no estaban en mi lista. Para nada.



viernes, 30 de agosto de 2013

Huarmicita


Huarmicita del valle,
flor de poleo,
ya he subido a la sierra
y no te veo.

Huarmicita del río,
piel de aceituna,
te busco por el valle
donde no hay luna.

Huarmicita del cerro,
niña pastora,
¿dónde está la voz tierna
que me enamora?

Huarmicita del monte,
sonriente y chura,
de mistol y chañares  
es tu dulzura.

Huarmicita, tu nombre
me anda buscando,
me ha de hallar algún día,
yo no sé cuándo.



jueves, 29 de agosto de 2013

Soy tonto

No me creo el único, no. Hay otros que también lo son, por supuesto.

¿Es consuelo que haya muchos tontos? No es un bien ser tonto. Y entonces es mal de muchos que haya muchos tontos.

Entonces.

¿Es consuelo de tontos que haya muchos, por aquello de que el mal de muchos es consuelo de tontos?

Dicho así, y si uno es tonto, debería serle consuelo, claro. Y sería la prueba de que lo es. De que es tonto, digo.

Pero parece que no siempre dijo eso el refrán. Gracián, por ejemplo, en el Criticón dice graciosamente:
Ítem: se prohibe, como pestilente dicho, aquello de Mal de muchos, consuelo de todos. No decía en el original sino tontos, y ellos lo han adulterado.
Y dice esto, con razón, porque hay partes antiguas en la que se dice mal de muchos, conhorto (conforto, consuelo) es o mal de muchos, gozo es.

Tiene sentido, se entiende, que duela menos sentirte acompañado por muchos, si de llevar un mal se trata (y la tontez no es un bien...), y hay quienes defienden la versión benévola del dicho, por eso mismo.

Pero.

Por su parte, el crudo Eclesiastés dice que stultorum infinitus est numerus (1, 15), y eso no es muy consolador que digamos, también es verdad. Porque infinito no es solamente muchos...


Hace unos años, leí un ensayo breve de un Prof. L. Jean lauand, que era de la U. de San Pablo, en el Brasil.

Se llama La tontería y los tontos en el análisis de Santo Tomás y tiene la gracia de acopiar unas 22 formas de tontería, según lo que leyó en la obra de santo Tomás de Aquino. Están definidas brevemente y remiten al lugar en el que se trató el asunto.

No falta nunca el tonto que trata de ver a quién podría aplicarle cuál categoría. Claro. Es inevitable.

A mí me ha servido para cosas del lenguaje varias veces. Pero, y sobre todo, cada tanto lo sacó de su rincón y lo miro

He visto que no es un tema inapropiado para meditar. Y, por cierto, tiene su sentido -bien que algo ácido y buenamente humillante- aun como examen de conciencia.

Ahora, si usted quiere saber si algunas veces visto con esas ropas a algunas cuantas gentes, le digo que sí, claro, cómo no...

Soy un tonto, ya lo dije. Y es conforto el mal de muchos, dicen.



Soneto


Aturdido de cielo y de panales
que trapichan dulzores sigilosos,
huelo la luz dorada en deliciosos
rayos de miel de flores matinales.
Ando en un vilo de aires amorosos,
libo en los ojos néctares raudales
y en rumores de sol confidenciales
rezumo unos colores cadenciosos.
Como un enjambre, agosto silba un viento
de aromas musicales renacidos,
ciego de salvia y de jazmín hambriento.
Y entre unos cerros hasta ayer dormidos,
estallando su risa en movimiento,
ya unos lapachos braman de floridos.



martes, 27 de agosto de 2013

(Incipit)


omo es agosto, así fue el día desde media mañana, mermando el frío, dando sol al cielo.

Hoy día, el último martes del mes. Para cumplir con agosto, será.

Casi como el verdadero agosto. El que no había sido hasta hoy. El del viento sostenido y el aire fresco y claro. Como es aquí, en el sur.



Se ve que el pelícano sabe eso, se diría que lo sabe casi antes de que pase.

Por eso, a media mañana, empezaron a entrar por el cielo, me parece que viniendo del nordeste y desde el este. Otra vez rumbo al sur, en su bandada.

No eran muchos al irse, aunque es difícil saber cuántos eran. Tan difícil como saber si volvieron todos los que partieron. Creo que no.

Pero, y aunque era casi el final de una travesía, se los veía animosos. En especial, a unos pocos de ellos. No recuerdo haber visto partir ejemplares tan joviales. Pero los veo volver -¿volver? ¿llegar?- ahora. Y le dan un aire vigoroso al vuelo desgranado de la bandada migrante. Parecen como nuevos en el pago. Tal vez.

Les queda un trecho todavía hasta donde harán sus nidos. Ya llegarán dentro de poco. Y se asentarán. Por otro tiempo, al menos.

Ellos saben sin saber ahora que sabrán cuándo llega la hora de levantar vuelo otra vez.


Pero, mientras, aquí están.


Incipit pars secunda pelecani.



lunes, 26 de agosto de 2013

Vita nuova

¿Dónde tendría que hablar de estas cosas? ¿Es un recuerdo? ¿Es música? ¿Es poesía?

¿Importa?


Preparaba unos papeles y apareció una cita de Dante Alighieri, de su primera obra, La vita nuova. De hecho, es obra de hace al menos 720 años y hay poemas allí de unos 730.

Pero, de pronto, vino el año 1975. Curso de Literatura Italiana. Y, con ella, llegó quien hablaba de aquellas cosas: una anciana venerable y fiorentina, la sabiduría y la dulzura honda y quieta de una cultura de siglos, que me enseñó la Commedia, verso por verso.

Antes, había empezado Dante leyendo algunas de las Rime.

Y la primera fue Tanto gentile e tanto onesta pare.

El soneto está en el capítulo XXVI de la La vita nuova.
Tanto gentile e tanto onesta pare
la donna mia quand’ella altrui saluta,
ch’ogne lingua deven tremando muta,
e li occhi no l’ardiscon di guardare.
Ella si va, sentendosi laudare,
benignamente d’umiltà vestuta;
e par che sia una cosa venuta
da cielo in terra a miracol mostrare.
Mostrasi sì piacente a chi la mira,
che dà per li occhi una dolcezza al core,
che ’ntender no la può chi no la prova:
e par che de la sua labbia si mova
un spirito soave pien d’amore,
che va dicendo a l’anima: "Sospira".

(Y aquí lo dejó para que suene en la lengua que debe...)

Siguió inmediatamente con Guido, i’ vorrei che tu e Lapo ed io (también queda aquí para que acompañe al anterior...) Es de la misma época, pero no está en la obra. Está dirigido a Guido Cavalcanti, su amigo y, como él, poeta de aquel Doce stil nuovo.
Guido, i’ vorrei che tu e Lapo ed io
fossimo presi per incantamento
e messi in un vasel, ch’ad ogni vento
per mare andasse al voler vostro e mio;
sì che fortuna od altro tempo rio
non ci potesse dare impedimento,
anzi, vivendo sempre in un talento,
di stare insieme crescesse ’l disio.
E monna Vanna e monna Lagia poi
con quella ch’è sul numer de le trenta
con noi ponesse il buono incantatore:
e quivi ragionar sempre d’amore,
e ciascuna di lor fosse contenta,
sì come i’ credo che saremmo noi.

No hay nada que explicar, ni análisis ni hermenéutica dantesca.

Que suenen. Son sonetos, después de todo.

Aunque no suenan como el toscano impecable de aquella reliquia fiorentina. Eso no.

Pero también ella vuelve con Dante; y donde encuentro a Dante, ella está.


Dios me la guarde, tanto bien hizo. Me hizo.


sábado, 24 de agosto de 2013

Amor futuro




Acá se ven. En Buenos Aires, digo. Pero, más que los otros, el rosado.

Cuando era mozo, los vi por primera vez en el norte, en septiembre. Lapachos. Amarillos, blancos y rosados.

Años después, otra vez me encontré a Tucumán florecido y los blancos y amarillos eran una gloria que emocionaba.

No me crea: viví desde entonces con la nostalgia de esas flores poderosas saliendo directamente de las ramas negras y adustas, altos, como guerreros con penachos. No recuerdo haber visto por acá esos colores. Y me dio alegría siempre recordarlos allá.

Otro septiembre fue, años después, y anduve por allí visitando al insigne tucumano. Y otra vez ellos.

Lo que son las cosas, hace un año y feria, uno de la casa -festejante de una de las niñas- me trajo uno de regalo, en un macetón que preparó en el campo. Y aquí está, cerca de la cueva.

Muchos árboles planté.

Pero a ése nunca lo puse en tierra (diría mi madre), y vaya a saberse por qué, aunque -quién sabe- tal vez esperaba yo algo que lo hiciera propicio.

No lo sé.

Tal vez en un tiempo vuelva al Tucumán. Estarán otra vez ellos.

Venga para septiembre, que es cuando Tucumán se luce, como me dijo un anfitrión.


Cuando esté allí, voy a buscar cómo traer el blanco y el amarillo.


Y esta vez, Dios primero, sí los pongo en tierra.



martes, 20 de agosto de 2013

Reyes



Señora, el kirchnerismo se terminó. Usted sabe que es cuestión de tiempo. El verso no camina más. Los reyes son los padres.

Según se sabe, esta frase la dijo Jorge Lanata el domingo 18 de agosto de 2013. Me dicen que la repitió varias veces, además de esta vez, a lo largo de casi dos horas.

Con señora se estaba refiriendo a Cristina Fernández.

Dejo de lado todo y cualquier otro asunto y solamente digo una cosa.

Si hubiera una la lista de agradecimientos especiales a Cristina Fernández, hay que hacerle a esto mismo un lugar destacado, y no me apuren porque creo que esto merece el primerísimo primer lugar.

Porque, en una medida enorme y honda, esto fue posible gracias a la estolidez de Cristina Fernández -principal aunque no únicamente suya-; es posible esta suficiencia pareja con la suya gracias a su estupidez desencajada todavía más por la egolatría y por la furia de su vanidad y de su soberbia, heridas un poco más ahora por los estiletes quebrados del espejito mágico que le ha dicho que no la quieren.

Ella, con su penosa viveza de morocha brava, ha logrado una cosa horrible. Sí, concedo: muchas cosas horribles, pero esta cosa horrible en especial.

Ella le ha dado servido en bandeja un triunfo cultural y político a esa cosa proteica y terrible que llaman Clarín y a Lanata, como nunca antes un supuesto enemigo ideológico y cultural pudo siquiera haber soñado en su peor pesadilla que podría conseguir.

Cristina Fernández ha logrado que el pie gorila aplastara no su cabeza de ella, que al fin de cuentas es otra cabeza gorila.

Ella consiguió que el pie inmundo aplastara todo lo que es amable y valioso en la patria, que para el caso bien vale retratarlo en el emblema de los Reyes Magos dizque defenestrados.

Solamente ella es la culpable inmediata de que el grito de guerra y de victoria de ese Clarín y de Lanata, y de todos los que gritan con ellos, pueda ser: Los reyes son los padres.

Un grito de guerra a la altura y de la matriz de quienes gritan y a la altura y de la matriz de quien tiene que oír su derrota dicha de ese modo.

Porque, mis amigos, el mundo se divide inevitable, dolorosa, tajante y agonalmente en dos: los que pueden y quieren decir Los reyes son los padres y aquellos a los que ni se les ocurre querer pensar o decir semejante disparate.

Cristina Fernández, y tantas otras Cristinas Fernández de ambos sexos a lo largo de años, de cualquier corriente y color, han estado batallando para que un día se pueda decir con orgullo diabólico la frase que aplaste a los enemigos: Los reyes son los padres.

Clarín y Jorge Lanata, y tantos otros Clarín y Jorges Lanata que hasta asco le tienen a Clarín y a Jorge Lanata, han estado bregando sin desmayo para que al fin se pueda alzar como grito de liberación que Los reyes son los padres.

Si gana alguna ventaja de todo esto, Cristina Fernández está dispuesta de corazón a festejar gritando con su genético desprecio y su mofa burlona, de la forma más guaranga que pueda, diciendo esas palabras u otras, que Los reyes son los padres.

Y si la ventaja la ganan Clarín, Lanata y los que pueden ganar porque tienen cómo, no importa si a coro con una pedorreta o elegantemente ataviados para el lobby de su cruzada, también ellos llevarán bordada en sus oriflamas la divisa infame: Los reyes son los padres.

¿Así que el piso de Ganancias, la calidad institucional, la ampliación de derechos, el tod@s y tod@s, la patria es el otro, el diálogo y la tolerancia, la soberania energética, crecimiento con inclusión, no quedarse afuera del mundo, los derechos humanos, las leyes progresistas, la distribución de la riqueza, las oportunidades perdidas, la riqueza de los corruptos, los corruptos por las riquezas, las políticas anticíclicas, la década de oro o la década de mierda y todo lo demás?

Nones.

Nones, mis amigos, nones.

La guerra es otra cosa

En realidad, a ver si se entiende, cada batalla es para ver quién de todos será el ganador que pueda empinarse y con voz cascada o melíflua pueda llenarse la boca finalmente triunfante con la consigna: Los reyes son los padres.


Pero eso es en uno de los rincones.


En el otro, están Melchor, Gaspar y Baltasar.


Que ya ganaron.

lunes, 19 de agosto de 2013

La muerte feliz

Pasaron casi 25 años desde entonces hasta ahora. Pero de pronto se borraron y fue como si hoy mismo empalmara con aquellos días de 1989, apartando del medio lo que quedó en el medio.

De pronto fue 1989 y fue recién, todo a la vez. Y fue feliz.

Tal vez sea raro para algunos, pero ese efecto causa encontrar libros, que uno apreció mucho y creyó perdidos por casi 25 años. 

Admito que es una impresión extraña volver en el tiempo así, nomás por haber encontrado en el fondo de una caja llena de polvo dos libros apenas. Pero tiene un efecto que conmueve, créame. Es como una resurrección, aunque suene extremo.

Una edición de Gallimard, de 1971. Cahiers I - La mort heureuse, de Albert Camus. La novela corta que compuso entre 1936 y 1938, que fue casi la prehistoria de El extranjero, tan parecida y tan distinta. Se publicó después de su muerte. (Recordé siempre aquello de l'oisiveté n'est fatale qu'aux médiocres...)

Una edición de Emecé, de 1947. La vida y el tiempo, de José María de Estrada. Un breve ensayo estético, filosófico y teológico sobre las Coplas de Jorge Manrique, con riquísimas y sencillas observaciones hondas sobre el misterio del tiempo.

Creía con certeza haberlos perdido irremediablemnte en una de las tantas mudanzas y desmanes de aquellos días.

Y pensaba al reencontralos hoy que en todos estos años no estuvieron tanto ellos muertos para mí como yo para ellos.



jueves, 15 de agosto de 2013

Aquiles, Toti y la mala loca

Había llevado el auto a la mañana temprano. Problemas con el termostato, creo, y bastante mugre en el radiador. Serían las 3 y media cuando entré al galpón del taller a buscar la máquina.

El radiólogo recién jubilado ya estaba ensillando el mate y un espontáneo industrioso cargaba leña en una carretilla para alimentar la chimenea. Hacía frío. El Negro, junto a la enorme boca de fuego, se gloriaba del matambre y los chorizos que allí mismo había sacrificado para el almuerzo, el dueño del taller operaba sobre el único auto que tenían para arreglo y Toti, apoyado en el guardabarro, holgazaneaba displicente y cazurro, como es su talante, y zahería al resto con comentarios graciosos.

Me vieron entrar a pie, la silueta a contraluz. Me esperaron en la oscuridad del galpón y saludaron con bromas en cuanto estuvimos en rueda. Me reprocharon no haber estado para el sacrificio de las carnes; pero, por lo que se vio, en todo caso lo urgente era que necesitaban un juez de raya.

- Ah..., a usted lo estábamos esperando. A ver qué le parece, porque estamos discutiendo acá..., dijo el Negro que es habitualmente el maestro de ceremonias.

- No me haga hacer de jurado...

- Bueno, bueno... pero seguro usted tiene alguna opinión..., amainó Toti.

- A ver...

- Esta mujer, Cristina, ¿no? -iba el Negro tanteando-, ¿está loca o es mala? Porque yo digo que algo no le funciona bien en la cabeza y ellos dicen que nada más es una hija de puta...

- Ah, qué sé yo... Pero, mire, en principio, no se puede ser gordo y flaco a la vez. Pero se puede ser a la vez flaco y morocho, por ejemplo. Quiero decir que, según se mire, esta mujer podría ser ambas cosas. Hay gente mala que está un poco loca, como hay gente loca que es buena. Según se miren la locura y la maldad. Sin ir más lejos, a la vuelta de casa, a cincuenta metros uno de otro, viven dos tipos que están un poco locos: Tito, un tipo oscuro y medio dañino, y el Cholo, una especie de santo y niño, que supo ser mecánico él, fíjense...  

- Pero si está mal de las tejas no importa que sea un poco mala, porque no se da cuenta de que hace mal, porque está loca, ¿no?, reflexionó el radiológo impecable.

- Claro. Pero. Hay locos y locos. Y hay gente que hace cosas de locura por maldad. Ustedes, me parece, están pensando en la cabeza. Están pensando en cables quemados del cerebro. Y es verdad que hay locuras que son eso. Un poco inexplicables, misteriosas, desconexiones, química, electricidad, vaya a saber uno de qué vienen. Es verdad. Pero hay otras locuras, me parece. Nadie decide que le falte litio o potasio o que se le queme un lóbulo de la cabeza. O su genética. Pero se puede ir decidiendo apartarse de la realidad, se puede decidir ser caprichoso, vanidoso, egoísta, avaro, soberbio. Y eso puede, digamos así, enfermar. Por eso digo que, en cierto sentido, se puede ser loco y malo, a la vez. Porque hay locuras que vienen del cuore y no de la testa. Chesterton, un inglés, decía eso: un loco no pierde la razón, pierde más que nada el contacto con la realidad. El asunto es cómo se pierde el contacto con la realidad. Un ejemplo. ¿Vieron la Ilíada? Todo el mundo dice que la Ilíada habla sobre la guerra de Troya. Todo el mundo menos Homero, en todo caso. Porque el poema empieza diciendo de qué trata: Canta, oh diosa, la furia loca de Aquiles el hijo de Peleo, una ira funesta que le causó tantos males a los griegos y a los troyanos. La primera palabra en griego de la Iliada es locura furiosa, ira. Aquiles se volvió loco, digamos así, por muchas razones: de vanidad, por furioso de soberbia, y llevó su soberbia hasta la locura, digamos así, de hacerle mal a los amigos, a los suyos, a los más queridos y por supuesto a hacerles un mal cruel y despiadado a los enemigos, cuando le llegó el turno de vengar a los griegos que habían muerto por la propia culpa de la furia de Aquiles. ¿Qué era Aquiles, malo o loco? Se enojó, sin mucha razón, se sintió ofendido (aunque lo obligaron a cumplir una ley que le impuso un tipo peor que él pero que tenía derecho a hacer la ley) y entonces Aquiles aplicó toda la fuerza que tenía -que era mucha y la aplicó con furia y locura- contra los suyos; y después la retaceó perjudicando a los suyos y la volvió a aplicar, contra propios y extraños, y todo haciendo daño.

- Mirá vos..., dijo Toti que hacía rato ya no entrecerraba los ojos pícaros y oía con una especie de raro interés la épica griega.

El Negro y el radiólogo, que parecían saber del asunto, siguieron el tema con aportes y preguntas. El radiólogo, por ejemplo, sabía algo de la cuestión homérica y preguntaba si era o no el autor de la obra y cómo podía ser el autor de la Odisea. El Negro, que había visto la última película sobre el tema, de un plumazo olímpico defenestró la elección de Brad Pitt: Aquiles no era así, seguro...

Al final, la cosa derivó hacia otros rumbos porque insistí en que en la obra se habla más que lo que se pelea, como lo muestra el primer capítulo ya de arranque. Y de allí salieron más cosas por decir.

El patrón del taller sonreía de tanto en tanto, sacando la cabeza de entre fierros y mangueras del Peugeot que había cortado la cadena de distribución.

Ya desmadrada del cauce primero, en algún momento y como pasa, la conversación anduvo por todas partes. El radiólogo, hablando de locuras, nos explicó algunos efectos de los rayos y el Negro volvió a su ranking de carnicerías locales y a la receta mágica para elegir los mejores chorizos. Pero también circularon la Roma de Francisco, el Egipto de Mursi, Independiente en la B, Víctor Hugo Morales, si sigue el frío, por qué los chicos no leen más, cómo cambiaron las comidas de los argentinos, historias de clientes raros, qué lindo era el pueblo hace 30 años y así, durante casi hora y media. Todo alrededor del mate y la boca de fuego, que el persistente espontáneo silencioso había ido haciendo arder, mientras apenas levantaba la cabeza de la madera y nos oía como a la radio del taller, sin prestarnos la más mínima atención.

Había que irse. Yo, al menos. Era media tarde y quedaba tiempo para mimar a la salamandra de casa haciendo leña de algunos otros árboles caídos y para ocuparse de esto y aquello en la cueva.

Toti se había quedado callado en los últimos doscientos metros de la conversa. Apenas intervenía, apenas alguna de sus bromas filosas.

De la nada -y no tanto, porque siempre con ellos es una misma conversación ininterrumpida-, sentenció pensativo mientras caminábamos hacia el auto.

- Claro. Seguro que además de tener mala entraña la cusifai ésta está un poco loca. Pero lo que está bueno es eso de Aquiles, ¿no?

- Claro, Toti. Eso es verdad. Pero en algo se parecen, fíjese: locos furiosos o hijos de puta, pueden hacer y hacen mucho daño. Por eso Homero hizo la Iliada, creo.



lunes, 12 de agosto de 2013

Reconquista


Habían pasado dos meses desde principios de junio en que llegaron. Y en ese tiempo hubo de todo, de política a comercio, de traiciones a conciliábulos.

El ataque a los ingleses lo había planeado Santiago de Liniers para el mediodía, confluyendo en la Plaza desde distintos puntos. Había una reunión medio rara entre Pueyrredón y Guillermo White a eso de las 9 y el francés quería darle tiempo al criollo para ver qué pasaba con el encuentro y qué saldría de él, aunque parecía probable que fuera un enjuague para dividir a criollos y españoles, apoyando la independencia de los primeros respecto de los segundos. Creíble, al menos.

La cuestión fue que los fusiles que estaban apostados en la Plaza como refuerzo para atacar a los ingleses empezaron a disparar, adelantándose a las órdenes, precisamente a eso de las 9. Y empezó el jaleo.

Los combates fueron duros y cada bando tiró con todo lo que tenía. La reunión, dicen, nunca se hizo porque White no fue, aparentemente por no poder salir del lugar en que ya estaba cercado por tropas criollas.

Tres horas después, a eso de las 12, Beresford, el inglés, ordenó izar bandera de parlamento porque los estaban masacrando.

Era el 12 de agosto de 1806 y fue el día de la Reconquista.

No creo que muchos vayan a recordar eso ahora. Y me da que la mayoría -sobre todo de los políticos y dirigentes- ni siquiera sabe qué significa todo el asunto. Además, estarán mirando para otro lado, seguro.


Por eso.



viernes, 2 de agosto de 2013

Cámpora

3 de agosto. En la edición montevideana de "Marcha", el sociólogo Juan Carlos Portantiero dirá con relación a la ida del gobierno de Cámpora y Lima: "El viernes 13 de julio, la conspiración a través de un golpe de comando minuciosamente preparado, consiguió su objetivo: desalojar de la cúpula del Estado a quienes mejor habían representado el contenido movilizador, jacobino, del proyecto democrático votado por el pueblo el 11 de marzo. Ese contenido había tomado la ofensiva logrando su vértice entre fines de mayo y principios de junio. Sin haberse extinguido, aparece ahora, congelado. La experiencia Cámpora, el punto más alto de sectores revolucionarios en el aparato del Estado, había durado en total menos de dos meses".

Es la entrada correspondiente al día 3 de agosto de 1973. Figura así en el volumen I del período 1973/1976 de los Documentos que en varios tomos recopiló, a su modo y según su perspectiva, Roberto Baschetti.

Dos apuntes.

1. Interesante lo de jacobino.

2. La obra de Baschetti es de mediados de los '90 (1996, dice el colofón). Las palabras de Portantiero en 1973, tibia todavía la caída de Cámpora, (Sin haberse extinguido, aparece ahora, congelado) tienen allí una coma después de ahora que podría ser un error de tipeo; si se la quita, cambia completamente el sentido. ¿Cuál de los dos sentidos tendrá en realidad? Más allá de eso, no importa el caso, lo que Baschetti no podía imaginar en 1996 -Portantiero en 1973 no sé...- es que el contenido jacobino estaba efectivamente congelado. Nada más que congelado. Y sin haberse extinguido.