miércoles, 31 de enero de 2024

La maldición del sillón de Balcarce 50



No sé del todo si será una maldición. Pero es verdad que cada tanto la Argentina parece que se siente como obligada a parir un Rivadavia.

Parece cosa 'e Mandinga y van a decirme que eso solo ya es ser conspiranoico. Y no es. Mandinga existe, de todos modos. No sé si se ocupa tanto de la Argentina. Aunque a veces me da la impresión de que hemos arrojado al mundo suficiente cantidad de novedades y extravagancias, de crueles maldades y malévolos tergiversadores planetarios, que se hace difícil ser escéptico y hay que creer que al Coludo la Argentina le interesa bastante. 

Dicen que Darío III Codomano, último faraón de la XXXI dinastía a quien Alejandro Magno derrotó, le dijo al macedonio: "Ustedes, los griegos, son como niños...". Será así o no, pero la frase se nos aplica en cierto modo, y mucho más a los argentinos que a los griegos del siglo IV antes de Cristo.

Por ejemplo. ¿No es curioso que los peores enemigos del Libertador hayan sido los liberales duros? ¿Era una chiquilinada caprichosa de niños con la cabeza borracha de Ilustración, celos infantiles, envidias adolescentes? ¿Qué libertad defendían los Rondeau, los Alvear y siguiendo, con Rivadavia a la cabeza? 

San Martín. Primero fue hacerle la vida imposible, después sacárselo de encima y mandarlo a que se dé el gusto de un plan impracticable... pero lejos, después darle cargo civil para que se le complique el asunto militar, después dejarlo "en pelotas como nuestros hermanos los indios" y no librarle ni un maravedí para que se las arreglara como pudiera, después llamarlo para que ponga el ejército que había formado (que era el único apto que había) al servicio de las peleas con los federalistas del interior, que estaban hartos de los "galeritas de Buenos Aires", de los que San martín le decía a Tomás Guido, por carta desde París en 1832, explicando la debilidad de la Argentina que él había vivido:
El foco de todas las demostraciones ha sido Buenos Aires, allí se halla la cuna de la anarquía de los hombres inquietos y viciosos, de los que viven de trastornos porque no teniendo nada que perder todo lo esperan ganar con el desorden.
Hombres de Buenos Aires. Hombres del libre comercio y del contrabando, y no digo asociados sino lamiéndole las... botas al imperio británico.

Hasta que al final lo echaron los liberales al Libertador. Y lo metieron en un cajón con siete llaves durante casi 40 años, pero lejos, siempre lejos. Y que se empobreciera, eso sí, porque siguieron mezquinándole los sueldos que le correspondían (además de las honras, claro). Alberdi lo visitó en Francia en 1843, en 1846 lo visitó Sarmiento. Pese a sus elogios (delicados los de Alberdi, como periodísticos...) y la emoción que decían sentir, ninguno de los dos empeñó sus prestigios después de 1850 para traerlo al país del que Rivadavia había hecho todo lo posible y más para echarlo, en 1824; y al que después le habían desalentado la entrada los rivadavianos, cuando en 1829 quiso regresar. En 1869, Mitre dio su versión liberal en su Historia de San Martín, que recién se publicó después de que Avellaneda mandó a repatriar los restos, en 1880, ocasión en la que volvió a perorar Sarmiento en el puerto de las Catalinas, en Buenos Aires. Bastante después, en 1903, le tocó a Roca recrear el Regimiento de Granaderos que había formado San Martín en 1812. ¿A que no adivinan quién mandó disolverlo en 1826? Sí, Rivadavia otra vez.

Tomás de Iriarte, en sus memorias, publica un consejo que le dio San Martín, en aquel 1829, cuando lo acompañó al barco en el que el General se iría a Europa, para no volver al país sino como reliquia:
San Martín me aconsejó que en el momento que cayese Lavalle y su partido no debíamos perder tiempo en regresar a Buenos Aires a fin de tomar una parte activa en los negocios, y perseguir con tesón al círculo británico hasta anularlo.
Cada tanto, como decía, la Argentina, como niños, como niños sin memoria histórica, vuelve a parir un Rivadavia, más o menos jacobino, más o menos anarcocapitalista, más o menos liberal libertario. 

Y como en una rueda sin fin y un péndulo que no se detiene a la vez, allí va la Argentina, de un lado a otro, de acción a reacción.

Decía Hegel que la historia se repite a sí misma y Marx lo corrigió diciendo que, si se repite, primero es como tragedia y luego como farsa. No me meto en esas hermenéuticas infinitas de la izquierda, pero algo es probable, al menos: lo que hizo Rivadavia con Castelli y los demás liberales jacobinos de Mayo, terminó desencadenado el fastidio del interior y dándole a la Argentina más de 20 años de anarquías y revueltas y sangre. Y entonces hubo un Rosas. Y ellos retomaron en 1852 hasta que a Roque Sáenz Peña, que era uno de ellos, le pareció demasiado el fraude y vino Yrigoyen, que ya no era lo mismo que Rosas. Y retomaron después de 1930 y ayudaron a parir un Perón, que marcó otro escalón de descenso. Y retomaron a mediados de los '70 y lograron con eso que se engendrara un Alfonsín, otro escalón abajo. Y se liberalizó el peronismo con Menem y entre los tumbos radicales, el propio peronismo parió un Kirchner (o dos), que no estaba a la altura, pero eso no le impedía hacer daño y mucho. Y Rivadavia parió a Macri, pero no era lo mismo, y la respuesta del péndulo fue un ignoto abogado guitarrero suburbano, como para compensar una medianía con otra.

Y Rivadavia terminó pariendo a Milei.

¿Qué logrará regalarle a la Argentina Milei? Su acción rivadaviana ya no podrá provocar un Rosas. El radicalismo no tiene yrigoyenes. Al peronismo no le queda un Perón que pueda darle una mano..., así que lo más seguro es que echará mano a lo que sea con tal de volver al poder.

¿Que habrá que "agradecerle" a Milei en éste su turno del péndulo?

¿No habrá que cambiarle el nombre al sillón de Balcarce 50, tal vez?

O cambiar el sillón, a secas.

O exorcizarlo, al menos.

Porque parece cosa é Mandinga.



lunes, 29 de enero de 2024

Signos del dragón (I)




La gran mayoría de los hombres no cree en los dragones.

Pero les teme.

La mayoría de los hombres sólo ve un dragón si tiene delante la silueta de un dragón. Si no, no ve dragones en ninguna parte. Y por eso sólo ve dragones con silueta de dragón en los cuentos fantásticos, en los cuentos de hadas o en los dibujos y figuras de dragones, en dos dimensiones, en tres dimensiones. Pero figuras de dragones, no dragones.

Dejemos a los sensatos, entonces, que creen que los dragones sólo existen en los cuentos de hadas, nombrados o dibujados en cualquier otra parte. Aunque ellos también temen a los dragones, se tranquilizan con su convicción de que ningún dragón saldrá del relato, no saldrá de las páginas de un cuento. Están presos en la imaginación del cuentista. O en la del dibujante que los ha dibujado. Están presos y encadenados a la silueta de dragón que ha dibujado el dibujante, están presos en la voz del que los nombra. Están presos en la figura de un dragón. Y de allí no salen, no saldrán. No pueden salir.

Pero eso no es verdad, por sedante y oportuno que les sea a los sensatos.

Cuando pasamos a través de la silueta que los representa o de las palabras que los nombran, aparecen en realidad. Pero hay que pasar a través de siluetas y palabras. Y no todo el mundo quiere hacer eso, no a todo el mundo le conviene hacer eso, o no se le ocurre. 

Es como una prueba de las que hay en los cuentos de hadas: en cuanto dejes de ver la silueta del dragón, verás al dragón; en cuanto dejes de decir "dragón", el dragón aparecerá.

Para que eso pase hay que saber mucho más acerca de los dragones. Qué hacen en realidad, de dónde han salido, cuáles son las cosas que los hacen dragones, qué misterio hay en su disfraz tan impresionante. E incluso, por qué llevan ese disfraz. Y más cosas.

Asociarlos –como ha hecho siempre la literatura– con la maldad, el odio y, particularmente, la avaricia, eso ayuda. Pero hay que ir más lejos, a lo ancho, a lo alto y sobre todo a lo más hondo. Porque asociar la avaricia con el oro y las riquezas, se queda corto. Porque hay que entender qué representa esa avaricia formalmente, no sólo materialmente. 

Lo mismo con el odio que los quema, lo mismo con el deseo de mal que los impulsa. Decir odio y mal parece que bastara para una etopeya del dragón, lo mismo que decir avaricia. Pero lo cierto es que no basta, aunque las tres palabras se le apliquen a los dragones muy propiamente.

Tal vez haya que acompañar todo eso con una palabra más, con una cosa más: astucia. Astucia malévola, es verdad. Ingenio malversado para el mal. Y por el mal. Astucia al servicio del mal y la avaricia, pero de esa avaricia que es más que el amor desordenado al oro y las riquezas.

Y algo más, que no es accidental de ninguna manera, sino final: el íntimo deseo de destrucción, de perversión, de seducción para pervertir y destruir. Deseo irrefrenable en el dragón. En cualquier dragón. A alguno podrá parecerle que la avaricia y ese deseo de destrucción son contradictorios e incompatibles. Y sin embargo no lo son. Porque la avaricia, esa avaricia del dragón, está íntimamente ligada a la destrucción. Aún más: esa avaricia es una herramienta, un instrumento, un medio de la voluntad irrefrenable de destrucción. Poseer para destruir. Y, en primer lugar e inmediatamente, deseo irrefrenable de destrucción del oro y de las riquezas. 

O de lo que sea que el oro y las riquezas representen.

Porque la mayoría de los hombres sólo ven oro y riquezas cuando ven oro y riquezas. Y si las cosas no tiene la forma de una moneda dorada, de un lingote lustroso, de un vaso ricamente labrado, de un dije de piedras preciosas, de un collar de perlas únicas, de dinero u objetos valiosos, entonces la mayoría de los hombres no ve oro ni riquezas. No ve nada que un dragón querría poseer malévolamente, para destruirlo con la misma avaricia que anula y desnaturaliza el oro y las riquezas. O lo que sea que el oro y las riquezas representen.

Y es la misma razón por la que no creen que existan los dragones, salvo en un cuento de hadas o en un dibujo bajo la forma de una serpiente alada y flamígera. 



sábado, 27 de enero de 2024

Invitación al País de las Hadas


Cada hombre que viene a este mundo
debería visitar, siquiera una vez,
el País de las Hadas.

Cada hombre que viene a este mundo
está invitado, si presta atención.

Recibe una invitación cada día, 
serena y diligente cada día,
a cada hora, a cada instante...

Un canto matutino: zorzales y jilgueros; 
un aire leve y fresco en la tarde soleada, 
el aroma del pasto recién cortado, 
o el pan tostándose sobre la hornalla;
lo invita el agua, la madera en el fuego;
la risa de un niño, 
lavandas, hibiscus, geranios;
el silbido de un viejo en su taller, 
la última luz del día, 
la tormenta y el relámpago;
el beso.

Cada hombre que viene a este mundo
debería visitar, siquiera una vez,
el País de las Hadas.

Debería conocer, siquiera una vez,
las raíces de la primavera,
el árbol que da el fruto de la alegría;
la mano que cura la herida,
el amor fiel y su obra;
la caricia que calma el dolor, 
el silencio de la noche bajo estrellas por millares,
la soledad feliz del abrazo verdadero,
la quietud del alma,
la caridad callada de la belleza,
la caridad.

Cada hombre que viene a este mundo
tal vez ha visitado, siquiera una vez,
el País de las Hadas.

Y no lo supo.

Una vez (y mil veces),
fui por el pórtico de tus ojos
al País de la Hadas.

Así aprendí por qué
cada hombre que llega a este mundo
debería visitar, siquiera una vez,
el País de las Hadas.  

 

viernes, 26 de enero de 2024

Amar la nada




Siempre me pareció que, en literatura, buscar antes que nada el efecto, retorcer, trucar, querer sorprender con el sinsentido o el vacío, con la apariencia que desengaña, con la acidez de las inconsistencias como regla de lo que parece ser y no es, no solamente es una de las caras de la desesperación, sino que es también una muestra del desprecio y del tedio que le producen al autor las cosas desnudas, sin afeites ni "intervenciones", tales y cuales son. 

Puede ser incapacidad, puede ser indiferencia.  

Pero algo le pasa a quien no se conforma con la densidad de lo real y lo aliviana con estrategias, subterfugios y piruetas verbales o conceptuales y se fascina con eso. Algo le pasa a quien tiene que aderezar con su propio ingenio lo que sin esa industria propia le resulta insípido o trivial. Algo le pasa a quien lo que es no le parece lo suficientemente misterioso y se lanza a cubrir con un velo lo que ya está velado a sus ojos. Algo le pasa a quien entiende la existencia como un laberinto de espejos que crea una ilusión inquietante a los ojos, una ilusión que se justifica porque "anima" lo real: sin ese artificio lo que es se le hace incoloro o vacuo. Algo le pasa a quien ya se ha enviciado con la sospecha de que detrás de la máscara de las cosas no hay nada que valga la pena ver, conocer o decir y lo único que puede hacerse en ese caso es indeterminar lo indeterminado. 

Podrá sorprender, podrá conmover, aunque perturbando los ojos, la imaginación o la mente.

Pero el verdadero resultado es el vacío, la desconstrucción, un solvente que no sólo descascara lo real sino que lo carcome y lo corroe en su misma naturaleza, a los ojos de quien mira por los ojos del autor.

Tiene algo de impúdica esa pretensión de "desenmascaramiento" de lo real, para que muestre lo que el autor presume es el hueco que hay en lugar de su cara visible. Tiene algo de superficial ese juego de abalorios, ese preciosismo en el descalabro de lo realmente precioso.

Hay que admitir que esa desilusión barroca no se logra con eficacia sin alguna destreza en el arte de las palabras. Pero allí las palabras son a la realidad, lo mismo que tapiar una ventana.

Más allá de la incapacidad o la indiferencia, creo que todo ese juego fantasmal deja ver al menos dos temores muy hondos en el alma del artífice. 

Por un lado, el temor a que la inteligencia deba someterse al estatuto de lo que es, y a asumir ese compromiso; un temor que empuja al gesto algo petulante de la aparente autonomía y suficiencia que da el negar e ignorar la consistencia real, tan potente como misteriosa. 

Por otra parte, el temor incontrolado a la vida. Y a la muerte: porque, finalmente, esa debilidad del artífice comparte la naturaleza psicológica de Don Juan Tenorio.  



lunes, 22 de enero de 2024

Vidas paralelas: al rescate de la casta




No se asusten: no voy a fatigar a los amables lectores con un detalle de la obra de Plutarco, que por otra parte está medio perdida.

En primer lugar, voy a transcribir un boletín de Notivida (Año XXIV, Nº 1346, 22 de enero de 2024). En las líneas que edita Mónica del Río –con notable tenacidad y tan laboriosamente desde hace tantos años, antes junto al P. Sanahuja– se lee hoy:

NIÑEZ Y FAMILIA EN EL DICTAMEN DE LA LEY OMNIBUS
Se eliminaron las auspiciosas reformas propuestas para la Ley de los 1000 Días y la Ley Micaela.
El Gobierno envió hoy al Congreso el proyecto de dictamen de la Ley “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos” en el que introdujo las modificaciones negociadas con los legisladores de las bancadas “amigables”.
El título vinculado al Ministerio de Capital Humano comenzaba originalmente con el Capítulo “Niñez y Familia”, que constaba de tres secciones:
Sección I -  Reforma de la Ley N° 27.611 de Mil Días
Sección II - Reforma Ley N° 27.499 Ley Micaela
Sección III -Transferencia del Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales al ámbito del Ministerios de Capital humano.
De las tres secciones lamentablemente sólo quedó la tercera.
Sobre las modificaciones propuestas inicialmente y ahora eliminadas, se puede ver Notivida Nº 1345, “El debate de la Ley Ómnibus”.  
Decreto 55/2024: “Año de la Defensa de la Vida, la Libertad y la Propiedad”
También hoy se publicó en el Boletín Oficial el Decreto 55/2024 por el que el presidente dispuso que el 2024 sea el año “Año de la Defensa de la Vida, la Libertad y la Propiedad”, inscripción que deberá encabezar toda la documentación oficial de la Administración Pública Nacional.
El Decreto omite la expresión “desde la concepción" y se limita a hablar del “derecho a la vida”. Recordemos que en su plataforma electoral la Libertad Avanza se comprometió a “la defensa del derecho a la vida desde la concepción”.  
Entre los considerandos del Decreto hay enunciados como:  
La República Argentina ampara el derecho a la vida toda vez que es un derecho inherente a la persona humana.
El objeto de la Democracia Liberal y la Economía de Mercado es consolidar la estabilidad económica, garantizar el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad de los argentinos.
El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad.


Hasta aquí el texto íntegro del boletín, que dicho sea de paso no necesita que lo explique.

No yo, al menos.

Tal vez sí el cardumen de entusiastas podría explicar el cambio de rumbo oficial que refleja el boletín. Si es que tienen imaginación, se entiende.

Tal vez Javier Milei negoció la vida para que le aprobaran otra cosa. Quiero decir que, con tal de llevarse lo que es oro para él, desembarcó de la multinave de bases y principios el lastre de lo que son baratijas para él.

–¿Quién? ¿Milei? ¿Javier Milei? ¿El Thor de la guerra contra la casta progre? ¿El del discurso flamígero de Davos contra la agenda veintetreinta? Naaah, ¿qué dice? Im-po-si-ble: es el comandante de la batalla cultural planetaria. Jamás permitiría que personas gestantes y feminismo desaforado se llevaran una baza taaan importante para él, así como así. No, no y no..., de ninguna manera, en absoluto, jamais, never in the life, niemals, mai... 

¿Seguro? Qué se yo. Primero miremos y después veremos.

–Otra cosa, ¿por qué está allí la foto de Pablo de la Torre hablando días atrás ante la comisión en el Congreso?

Porque me consta que es hombre cabal, que piensa exactamente como lo expresó, y no sólo en esta ocasión sino en los días de las luchas por la ley de aborto libre.

¿Seguirá en el staff? No tengo idea. Se me hace que muy contento no estará después de esto.

O será que espero que no esté muy contento después de este intercambio de oro por baratijas, que dijeran Les Luthiers.


sábado, 20 de enero de 2024

En el reino de este mundo




Me ha parecido en estos días que los comentarios de algunos aplaudidores de Javier Milei a su estridente discurso en Davos, son como esos documentos o informes reservados del espionaje o policiales o políticos, cuando se hacen públicos. Y sobre todo los comentarios de algunas gentes que aprendieron a hablar un dialecto nuevo en los últimos meses, que no es el que hablaron casi toda su vida.

¿Qué quieren que les diga? Si no fuera asunto serio y grave, hasta cierta ternura me da esa cosa algo ingenua de estas gentes de omitir –corriendo suavemente con el dorso de la mano (derecha, obviamente)– las partes raigales y doctrinarias duras y sólo ocuparse de las que tengan alguna apariencia digerible. 

Por ejemplo, veo que muchos omiten toda mención o análisis o crítica del mesianismo fundamental que Milei predica y que le atribuye al liberalismo y al capitalismo, incluso en sus versiones más crasas y hasta crueles. Mesianismo no sólo aplicable a la Argentina, que ya sería serio, sino a la historia de la humanidad que va desde la Encarnación del Verbo a hoy, en el mundo mundial. Un elogio repetido a un sistema de los últimos 200 años que entre otras cosas –como un mesías– llegó para señalar señero por dónde pasa el camino a la felicidad de los hombres. Felicidad y bienestar que los hombres no acertaron a encontrar en 1.800 años (Cristiandad incluida). No me hagan caso, pero me huele a milenarismo carnal, que, dicho sea al pasar, he visto a veces asociado a la reconstrucción del Templo, por ejermplo.

Claro que hay otras gentes, algo menos sutiles y más bastas en sus preferencias conservadoras y liberales, que no corren nada ni con el dorso ni con la palma y que, con una aparente fascinación por la corona de este mundo (en este mundo), compran el combo completo, y con papas grandes. 

Hoy por hoy, a estas gentes personalmente no tengo mucho que decirles. 

A los que de pronto amanecieron con una credencial de neoliberales libertarios en la mano, que nadie –ni ellos– sabe de dónde les vino, los de la mano corriendo lo ácido, habrá que esperarlos en alguna parte del camino, por si –atragantados de sapos– se bajan de su deslumbramiento en medio de la nada. 

A los que militan esa especie provinciana de conservadurismo tory, y que algunos de ellos creen que es la cúspide de la civilización cristiana casi por cuestión de raza (porque es anglosajón), no sé si hay algo que decirles, porque eso parece ser el substituto de una fe y una religión de la que son creyentes fieles. 

Salvo que podamos ampliar el sumario y hablar de más temas que los discursos de Milei. Y, por ejemplo, nos pongamos a revisar cuáles serán las características del Anticristo y de un futuro mundo anticrístico; o para ver, por ejemplo, si junto con la persecución a los fieles en esos días finales habrá entonces también un seductor y "príncipe de la paz" ficto –y que será el perseguidor– que traiga prosperidad a los esclavos, no para hacerles un bien sino para ser adorado por los hombres como un dios. Ayudará en esa tarea tener a mano desde el Apocalipsis hasta Pieper, pasando por Newman, Castellani, Merejkovsky y Dostoievsky, y hasta Nietzsche (en paradoja) y otros tantos más: teólogos, videntes, novelistas, y los Padres, por supuesto.

Y traigo esos temas porque, a no pocos de unos y otros de ellos, liberales nativos o por opción reciente, en tiempos no muy lejanos, la teología católica de la historia parecía despertarles algún interés y les servía de guía.

¿Si con todo esto que digo estoy diciendo que Javier Milei es la Bestia de la Tierra? ¡Qué disparate! De ningún modo, porque no lo sé y no sé cómo podría saberlo de cierto. 

Si lo digo es porque ¿de qué otro modo puede un católico ver con algo de claridad las cosas de este mundo (además de leer y discutir decretos, discursos, bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos, etc. etc...), si no es meditando las profecías y lo que de ellas han dicho los santos y los más sabios?

Cristo vuelve no es programa político o económico, ni es una agenda celeste contra otra agenda terrestre. Es la esperanza del cristiano en el reino de este mundo, es el horizonte de la historia y el camino en el tiempo. Es una luz que, también, le permite distinguir de entre las cosas de este mundo –política y economía incluidas– cuáles son de Cristo. Y cuáles Él rechazaría, por amor al hombre que vino a redimir.



miércoles, 17 de enero de 2024

Los enemigos de nuestros enemigos (no son nuestros amigos)



 

Para finalizar, quiero dejarle un mensaje a todos los empresarios aquí presentes y a los que nos están mirando desde todos los rincones del planeta.

No se dejen amedrentar ni por la casta política ni por los parásitos que viven del estado. No se entreguen a una clase política que lo único que quiere es perpetuarse en el poder y mantener sus privilegios.

Ustedes son benefactores sociales. Ustedes son héroes. Ustedes son los creadores del periodo de prosperidad más extraordinario que jamás hayamos vivido. Que nadie les diga que su ambición es inmoral. Si ustedes ganan dinero es porque ofrecen un mejor producto a un mejor precio, contribuyendo de esa manera al bienestar general.
No cedan al avance del estado. El estado no es la solución. El estado es el problema mismo.

Ustedes son los verdaderos protagonistas de esta historia, y sepan que a partir de hoy, cuentan con un aliado inclaudicable en la republica argentina.

Son los párrafos finales de Javier Milei hoy en Davos.

Machaconamente, Milei explica urbi et orbi la superioridad moral del capitalismo tal como lo concibe.

Y así se explica eso de que:
Que nadie les diga que su ambición es inmoral.
Y es directo y frontal: la moral universal que propone y evangeliza para la Argentina y el mundo, en su ultima ratio tiene como fundamento la riqueza, una vieja divinidad con leyes viejas y nuevas: y nuevas y viejas liturgias, doctrinas, mandamientos, excomuniones, pecados, santos y réprobos, y así.

Y una más: alguien –que no sea el peronismo, claro– va a tener que explicarle mejor qué es el estado en una sociedad, qué es la patria, la nación, qué es la justicia, qué es el bien común y cosas así.

¿Y por qué no el peronismo? Me repito: el peronismo es a todas esas cosas que ha roto, malversado y tergiversado, lo que el libertarismo es a la vida, la libertad y la propiedad. Son simétricos.

No basta con odiar al socialismo, al marxismo, al kirchnerismo, peronista o no, y a todos los colectivismos juntos.

Es lo que amamos lo que nos define, no lo que odiamos o decimos aborrecer.

Y, otra más, estimados: los enemigos de nuestros enemigos, no son nuestros amigos.

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(Si ven algún error en el texto, no fui yo: no toqué una coma, copié y pegué de la página oficial: https://www.casarosada.gob.ar/informacion/discursos/50299-palabras-del-presidente-de-la-nacion-javier-milei-en-el-54-reunion-anual-del-foro-economico-mundial-de-davos)



viernes, 12 de enero de 2024

Tucho o la mística peligrosa (III): Los mistificadores.





El libro fantasma que firmó Tucho Fernández tiene, para empezar, un error grave, si acaso eso es un error y no un designio deliberado del autor.

Mistifica la mística, la falsea. Su mención en la obra tiene toda la traza de ser una pantalla para traficar la sensualidad y la sexualidad exacerbada. Y se pretende así hacer pasar la exacerbación como signo de calidad no sólo de la oración sino de la relación misma del hombre con Dios. Como una forma hasta vulgar de proponer el desenfreno como signo de rapto divino y de entrega humana.

Desde el punto de vista exegético y hasta teológico, Fernández exhibe su ignorancia respecto de la tipología. Tal vez no esté calificado para distinguir la naturaleza de lo creado y para entender su cualidad simbólica. Una cualidad simbólica y tipológica querida por el mismo Autor de todo lo creado. Una cualidad simbólica absolutamente necesaria al hablar de las experiencias místicas.

En términos simples lo que hay que entender es que las cosas son a la vez algo real y concreto, pero significando a la vez algo más, algo que está en ellas mismas, pero que no procede de ellas mismas sino de Quien las creó y les participó el ser. La distancia entre el signo y lo significado es inmensa porque allí rige la analogía.

Esa modalidad es el lenguaje habitual con el que Dios se expresa, tanto en su palabra revelada como en el acto creador mismo. No es necesario acumular ejemplos, basta con algunos.

Adán, para empezar, como diría san Pablo, es a la vez quien es y un signo de Cristo, porque Cristo es su paradigma. De allí que la restauración de lo humano sea la obra –también lo dice san Pablo– del Nuevo Adán, Cristo. Esa restauración y redención se obró por el sacrificio del hijo, de allí que Isaac, pronto al sacrificio por la mano de Abraham, su padre, sea a la vez un hecho y un signo. En cuanto hecho, es dable suponer la angustia de Abraham por lo que debía hacer, a la par que se nos da prueba de su obediencia. El episodio nos muestra así ambas realidades: Abraham es efectivamente un hombre anciano que está por sacrificar a su unigénito y es, al mismo tiempo, un hombre de fe. En el mismo acto se unen la realidad inmediata y el signo, porque no es un capricho exegético entender que Isaac es un typo de Jesucristo, el Unigénito del Padre, su antitypo.

Una mirada similar puede echarse sobre los Evangelios. Episodios que son pasos históricos de Jesús, son a la vez el signo de algo que debemos entender, porque la voluntad significante está en Quién dispone de los signos y el entendimiento significativo está –debería estar– en aquellos a quienes el signo va dirigido. Indigentes, leprosos, ciegos, endemoniados, adúlteros, ladrones, gentiles con fe, fariseos, saduceos, hombres o niños muertos y revividos, apóstoles temerosos, apóstoles violentos, profetas precursores, fertilidad de los estériles, traidores. Todo ello es lo que es y es un signo y un signo deliberado que mayormente representa al hombre tal como podría verlo su Creador cuando lo ve caído y distante de la imagen y semejanza que fue llamado a ser. Como lo es la cueva de Belén y los pastores. Como lo es la tempestad y la barca. Como lo es la pesca. Y la mismísima Madre de Cristo y su padre adoptivo. Y la mismísima Cruz. Hechos, personas reales y, al mismo tiempo, signos.

La unión personal del alma con Dios es la instancia máxima de las realidades y de las significaciones. Es además la razón que ha impulsado el sacrificio redentor, sin el cual esa unión por Dios querida no podría haberse consumado. Esa unión es, además, otro nombre de la visión beatífica y de "irse el hombre al Cielo", pues el Cielo consiste en gozar de esa unión.

Por otra parte, en términos reales, algunas almas son elegidas para anticipar en algo ese desposorio en el tiempo de este mundo. A eso se llama experiencia o vida mística y es, como digo, una gracia particular, un don señalado y exclusivo para aquellos a quien Dios ha señalado y elegido. Esa experiencia no tiene con otras una diferencia de grado, sino una distinción de naturaleza: no es más simplemente, es otra cosa. En particular porque está dicho que nadie ha visto a Dios jamás y ha seguido viviendo. Precisamente algo que, quienes han sido objeto de ese tratamiento preferencial por parte del Creador, sufren con nostalgia infinita. Nostalgia que es la secuela del gozo que Dios ha puesto a su alcance, producto de esa unión, cuando la experiencia mística llega a término y se consuma. Es claro que para que esa unión sea permanente quien participa de ella debe estar fuera del tiempo de este mundo. Y no es el caso de quien conoció esa mística unión mientras vive en la tierra.

El hecho de que en el libro fantasma no figuren definiciones claras o distinciones en torno a la vida mística como gracia especial, hace que se la iguale con devociones comunes, aun con experiencias espirituales muy subidas y hasta con emociones espirituales cuyo origen hasta podría ser producto de desarreglos neurológicos. Claro que esa inadvertencia del autor podría ser ignorancia. Pero podría ser una nebulosa que le permita introducir el aspecto que le importa destacar: el papel de la corporeidad, los sentidos y la sensualidad sexual, como anejos a las conmociones espirituales genuinas o no. Se trata de una corporeidad que se insta a hacer participar de la vida espiritual como signo de humanidad, una corporeidad que dará las señales de que la entrega es total, una corporeidad que será regalada en sí misma, sensual y sexualmente, como correspondencia divina. Insisto: la confusión puede ser fruto de la ignorancia en estas materias. Pero puede ser deliberada. Si es fruto de la ignorancia, descalifica al autor ignorante. Si es deliberada, descalifica con mucha mayor razón al autor.

Tenemos que volver en este punto a la cualidad simbólica de lo real.

Es claro que la unión substancial de cuerpo y alma es misteriosa. En una escala de seres, es el punto de intersección de las substancias espirituales separadas de la materia con el mundo de seres materiales vivos o inertes. El puente entre la tierra y el cielo. Precisamente, la espiritualidad humana supone el cuerpo, pues el hombre no es dos cosas sino una sola, con dos principios contrarios unidos substancialmente. Sin embargo, eso mismo está indicando cuál de ambos principios de su naturaleza está destinado a ordenarse al otro. No solamente la dignidad de lo espiritual por sí tiene un lugar de preferencia en el compuesto, sino que está llamada a "espiritualizar" lo corpóreo asumiendo sus funciones como humanas y no solamente como sensibles. La autonomía o la prevalencia de lo corpóreo en el compuesto es la inversión simétrica del maniqueísmo o de cualquier dualismo que penalice lo corpóreo en favor de una supuesta autonomía de lo espiritual. 

En el orden de los signos, ya apuntaba C. S. Lewis que hay menos signos que significados. Sudar es signo de fiebre, de haber corrido, de temor, de emoción. Esto significa que las afecciones y conmociones espirituales apenas podrán expresarse a través de un número exiguo de manifestaciones sensibles. Y dentro de éstas, con aquellas que son posibles en el hombre en virtud de que significan un mundo más alto que procede del Creador.

Dicho esto, hay que volver a la cualidad simbólica de estas manifestaciones sensibles, sin desmedro de su mismísima realidad sensible. Un cuerpo vivo responde sensiblemente a estímulos sensibles, pero también a conmociones espirituales y afectivas. Sin embargo, en casos específicos –y la experiencia mística es uno de estos casos, y quizás el más especial de todos–, el carácter simbólico de las respuestas sensibles es mayor que lo habitual y natural. 

Lo que hay que entender en este caso es que la naturaleza sobrenatural de la vivencia mística en cualquiera de sus etapas significa de otro modo, precisamente por su origen sobrenatural, sin destruir la naturaleza sino por el contrario, sobreelevándola. 

Debería volver a principios tipológicos para sostener en este sentido que, en el orden natural, la relación conyugal humana en todas sus dimensiones es también el signo de algo más alto que ella misma: el signo que desciende de lo alto de una unión a la que todo hombre está destinado como a su fin último, lo que se verifica de modo eminente y excepcional en la experiencia mística sobrenatural en el tiempo de este mundo.

Invertir esta relación significante no solamente pervierte y falsea lo místico sino que pervierte y falsea la sensibilidad natural propia de un ser corpóreo y espiritual. Pretender que la conmoción sensible en cuanto tal nos acerca a lo místico o nos introduce en ello, por el hecho de que somos corpóreos y sensibles, es una perversión de la naturaleza de lo sensible y de la naturaleza de lo místico sobrenatural. 

El hombre siente humanamente las conmociones, pero introducido en el mundo sobrenatural por invitación divina, su sensibilidad queda transfigurada y asumida por la naturaleza sobrenatural de la vida de la gracia que está obrando en él. De modo que su sensibilidad opera allí de un modo similar pero distinto del modo como la sensibilidad natural responde a estímulos naturales.

Sin embargo, sigue siendo cierto que la expresión de tales sensaciones tiene un número limitado de imágenes y palabras, insuficientes para dar a entender el carácter completamente excepcional de sus vivencias. Aun siendo similares a lo que podría decir de cualquier conmoción en el orden natural, esas expresiones son sólo eso: similares y análogas. Por otro lado, si la expresión es genuinamente una expresión de la vivencia mística sobrenatural, el que la vive advierte la naturaleza de tales conmociones, aun si son sensibles, como parte de la experiencia mística y no como la reacción sensible por haberse dado un "revolcón" con la divinidad, como con insistencia curiosa postula Tucho Fernández, muestra de lo cual es, entre otras, la impúdica anatomía y fisiología de la genitalidad humana en orden al orgasmo. 

Ahora bien.

¿Por qué un supuesto teólogo ignoraría todo esto? ¿Por qué al hablar de mística y –titular con ella su obra– no querría exponer con claridad la excepcionalidad de esa experiencia y en cambio la apelmazaría en la enumeración y la fenomenología desmañada de otras manifestaciones de la vida de oración o de la espiritualidad in genere? ¿Por qué además de la confusión invertiría la significación de la expresión sensible de las experiencias espirituales, para poner como medida de la espiritualidad y hasta de la mística, la sensualidad y la conmoción sexual y genital?

Podría dejarse de lado la chabacanería y la pobreza de imágenes, podría dejarse de lado lo ramplón y superficial del dictum en materias que requieren sutileza y elegancia espiritual. Después de todo nadie da lo que no tiene. Después de todo el estilo es el hombre, diría Leclercq de Buffon. Después de todo, y precisamente, hablar de determinado modo, no sólo expresa lo que sabe y piensa alguien, sino que expresa a quien habla, juntamente; expresa no sólo la calidad de sus conocimientos y criterios, sino que expresa su calidad humana. ¿Y su cualidad moral? También eso puede quedar a la vista.

De modo que podría dejarse de lado su modo de decir. Pero podría solamente, no es obligatorio dejarlo de lado. Y menos cuando el modus dicendi transparenta el corazón de la persona, su endeblez de conocimientos, su confusión en materias que debería conocer, y hasta deja al descubierto sus apetitos y los desvíos de su imaginación. Pero debe juzgarse como impropio o corrosivo el modo de decir sobre todo cuando ese modo de decir perturba a otros, los expone indebidamente a imaginaciones indebidas, los confunde también porque lo que se dice viene de una presunta autoridad, presunta porque falsea los criterios y las cosas.

Este Tucho Fernández es el mismo Tucho Fernández que hoy funge de custodio de la Doctrina de la Fe. Su fraseo, por aquello de que el estilo es el hombre, puede advertirse en documentos emitidos en Roma con la firma del pontífice actual. Sus criterios en este libro que comento se repiten en esos documentos posteriores. Esa inversión que he dicho más arriba vuelve en forma de fórmulas sibilinas y ambivalentes en temas similares, hasta en las páginas de encíclicas de nuestros días, generando la misma confusión ahora que la que generó antes. 

Este texto que juzgo y comento ahora estaba desaparecido y puede que vuelva a desaparecer, si acaso.

Pero Tucho Fernández permanece por obra de su mentor y promotor. 

El libro que firmó en 1998, hace 25 años, aquel joven que entonces tenía 36 años, era un aviso de lo vendría. Debe haberlo sabido quien custodió y blindó su carrera eclesiástica, quien lo llevó desde la oscuridad de un curita adocenado a las luces de los salones vaticanos, con todas las vertiginosas y fulgurantes estaciones intermedias. Hoy, ambos comparten un mismo libreto intercambiable, la misma falta de precisión y ortodoxia en sus dictámenes y en sus opiniones, la misma sintaxis, el mismo léxico, la misma voluntad de mistificación.

No, el libro de Tucho Fernández no fue un error. Ni mucho menos fue una advertencia respecto de la debilidad de sus conocimientos y la debilidad de su templanza para quien debería haberlo advertido.

Es posible que, por el contrario, aquel libro que vio las luces de este mundo tan poco tiempo, para desaparecer después y volver a aparecer fortuitamente, aquel libro de mistificación de lo más alto, haya sido para alguien un antecedente promisorio de que, quien lo escribió, un día estaría listo para desmanes mayores.



lunes, 8 de enero de 2024

Tucho o la mística peligrosa (II): El mal automático.




Hace más de 110 años, Chesterton denunciaba una novedad para su tiempo: la exhibición de publicaciones lascivas al público en general. Decía que la pornografía era un "mal automático", porque producía un daño inmediato con sólo tener contacto con ella: "hay tanto derecho a someter a alguien a una exhibición pornográfica como a prenderle fuego al faldón de su levita...". Y la mención del faldón de una levita no significa una marca de época pacata o victoriana, sino que señala el hecho de que las exhibiciones pornográficas incendian al inocente y aun al prevenido o al desprevenido y dañan sin aviso y sin pedir permiso.

Con el tiempo, y estudiando las adicciones, gentes de las ciencias de la conducta confirmaron que el efecto de la pornografía no sólo era automático sino que creaba adicción.

Hace ya algunos años, las autoridades de Salud de los EE. UU. se preocuparon por la cantidad de embarazos adolescentes, ciertamente que no por una cuestión moral, sino por los costos al sistema de salud que eso provocaba. Como plata no les falta y tienen afición por las estadísticas y las mediciones, contrataron a Rand Co. para que investigara el asunto. La primera conclusión de la consultora –que había sido militar en sus orígenes– fue que había relación entre la exposición a ciertos contenidos de televisión y el inicio de la vida sexual de niños y adolescentes. Quienes estaban expuestos a esos contenidos iniciaban alrededor de los 11/12 años su vida sexual; quienes no, después de los 13/14. Además, las prácticas de los precoces tendían a imitar la variedad de las prácticas adultas. Del estudio, mientras tanto, surgía un dato adicional: para los niños y adolescentes televidentes, oír hablar de sexo y sus prácticas, era equivalente a ver escenas de ese tipo.

En suma, Chesterton ya sabía que la pornografía es un mal automático. Lo que incluye exponerse a la lascivia y la salacidad verbal, y eso vale para niños, adolescentes, jóvenes y adultos. 

Estas dos notas que apunto fundamentan mi decisión de no difundir la obra de Tucho Fernández y la decisión de sólo limitarme a comentarla y juzgarla. ¿A qué ojos irán a parar las páginas de ese libro? No puedo saberlo, pero sí puedo saber qué pongo ante los ojos de los lectores y eso sí es mi responsabilidad. Por eso he decidido no difundirlo, pese a que dispongo del libro. 

No estaría bien exponerlos al mal automático. Y eso es así no porque lo diga una estadística yanqui. Sino porque efectivamente considero pornográfico el libro de Fernández y la pornografía es un mal automático. De modo que no debió haberlo escrito ni publicado. Y por eso mismo, en lo que de mí depende, no debo difundirlo indiscriminadamente.



Tucho o la mística peligrosa (I)




Tal vez, y más no sea por conocer algo de literatura, debería uno estar advertido de que la mística es un país sumamente delicado. Y hasta peligroso. Y al que no se entra sino invitado.

Y uno de los primeros peligros es hacer de mística un término equívoco, cuando la palabra es la misma pero el significado es completamente diferente. Y más cuando el significado usado desdibuja el sentido propio.

En materia de ideas, además de ser un tipo de falacia, ese uso equívoco es una especie de fraude. Y en materia de espiritualidad, es algo peor. 

Ahora vayamos al asunto.

Por una vía inesperada (y fortuita, si es verdad que eso existe...), conocí hace unos días la existencia de este libro la Pasión Mística espiritualidad y sensualidad

En 1998, lo hizo publicar en México su autor, el actual cardenal Víctor Tucho Fernández, que como se sabe fue nombrando Prefecto para la Doctrina de la Fe recientemente por su mentor y promotor, el papa Francisco.

Con la obra en mis manos, busqué más referencias de esta publicación, en varios sentidos sorprendente, pensando que tendría toda clase de comentarios y análisis, ya que tiene todo el aspecto de ser un libro de tesis. Y nada. De modo que, o no es un libro de tesis que represente algo que merezca difundirse o ha desparecido. Lo que hace más curioso el hallazgo es que no figura en parte alguna, hasta donde llegué a ver. Salvo una mención en Google Books como registro puramente bibliográfico. Podría haberse agotado, pero aun en ese caso el contenido podría haber merecido citas, referencias, análisis y comentarios. Y nones.

Un libro fantasma de un tema por muchas razones importantísimo y nada menos que escrito por el actual Prefecto para la Doctrina de la Fe. Curioso, al menos. Y curioso también que no se incluya en los listados habituales de obras de Fernández.

Entonces, y ya que lo tenía a mano, lo leí. Dejo, por ahora, las siguientes notas:

1. El libro tiene dos partes nítidamente diferentes. 

Salvo el capítulo segundo, de un tono diverso y meloso, la primera parte es un acopio profuso de citas de todo tipo, siempre con el objeto de mostrar hasta dónde llega la experiencia mística o subidamente espiritual comprendiendo a toda la persona, en mente y espíritu pero, fundamentalmente, en cuerpo, porque la sensualidad es el asunto principal del libro. Y de ese modo trata de mostrar de qué manera hay un impacto corpóreo y un reverbero intenso de esas experiencias espirituales en los afectos. Particularmente en clave de experiencias que se manifiestan como conmociones afectivas y sexuales que, en el tenor de ese acopio de experiencias místicas o pseudo místicas, se presentan como auténticos afectos sensibles, que incluyen la genitalidad.

Las citas acopiadas pertenecen mayormente a hombres y mujeres, algunos de los cuales han sido llevados a esas experiencias místicas –por la Gracia, se entiende–, o a quienes han escrito sobre esas experiencias. Hay también citas que se pretende sean "de autoridad" respecto de esos asuntos, incluso tomadas de otras fuentes, como es el caso poco feliz de una cita (bastante frecuentada) del musulmán egipcio del siglo XV, Al Sonuouti. Acopio no es sinónimo de pertinencia, claro.

Aquí queda una enumeración simple y sin comentario de las citas de los capítulos 1, 3, 4 y 5:

SS. EE.
S. Agustín
S. Gregorio de Nisa
S. Catalina de Siena
Silvano de Monte Athos
S. Buenaventura
S. Felipe Neri
Pablo Neruda (citado a propósito de un testimonio de una mujer que, dice el autor, se acercaba a comulgar con la necesidad de citar unos versos del autor chileno que están en El hondero entusiasta.)
S. Bernardo
Guillermo de Saint Thierry
Fray Luis de León
San Juan de la Cruz
Hugo de San Víctor
Sta. Teresa de Ávila
Beatriz de Nazareth
S. Tomás de Aquino
S. Juan Clímaco
Sta. Gema Galgani
Juliana de Norwich
B. Angela de Foligno (la más explícita en materia de la vivencia sensual de su espiritualidad, y las más largamente citada)
Sta. Margarita María de Alacoque
Sta. Matilde
Hadewych de Amberes
San Francisco de Sales
Sta. Clara de Asís
Sta. María Magdalena de Pazzi
Sta. Gertrudis

2. Hay una segunda parte del libro que parece escrita por una mano distinta de la que escribió la primera. Y que se desgrana a partir del capítulo 6, Hermosa mía ven, en el que el autor detalla una experiencia espiritual que dice haberle confiado una adolescente: en su recorrido del cuerpo de Cristo va sintiendo de modo también corpóreo el afecto que le despierta, así como lo que a ella le despierta físicamente lo que entiende ser el amor que le prodiga el Hijo de Dios, según su testimonio. O el del autor.

Esta segunda parte se completa con tres capítulos que detallan anatómica y fisiológicamente la genitalidad y sexualidad de ambos sexos. Desarrollan, además, consideraciones extensas acerca del orgasmo del varón y la mujer, por separado y en conjunto en la relación sexual. Según parece pretender el autor esto tiende a probar que, al ser corpóreos y con la genitalidad, la sexualidad y la afectividad corpórea incluidas, el amor de Dios quiere que sintamos en nuestros miembros los efectos de su abrazo amoroso. Y viceversa (como se sigue del capítulo 6, que ya mencioné), postulando que el cuerpo y la sensualidad deben ser también protagonistas en las manifestaciones del amor a Dios, lo que incluye nuestra sexualidad. Y todo en razón, repito, de que somos creaturas corpóreas y sensuales.

Finalmente, hay tres momentos con aspecto de ser oraciones líricas, dos de ellos son estos que aquí se ven y que cierran la publicación de 94 páginas.




Dejo también el índice que de algún modo ilustra no sólo los asuntos que trata el autor sino su perspectiva, de la que algo diré después.
 






viernes, 5 de enero de 2024

La poesía religiosa argentina




El ensayo de Roque Raúl Aragón, primera parte de este libro que publicó ECA (Ediciones Culturales Argentina, de la entonces Subsecretaría de Cultura de la Nación) en 1967.

La segunda parte del libro es la Selección de poemas que él preparó para esta edición. Esta parte tendrá que esperar.

El enlace a la edición digital en formato .pdf está en la tapa que ilustra esta entrada.


miércoles, 3 de enero de 2024

El tiempo en sus trabajos me libró de perderte




Leí hoy un sugerente trabajo de Ignacio Andereggen, Dios es llamado tiempo (*), con un convincente tejido de Aristóteles, santo Tomás, Heidegger y Hegel.

Y en eso estaba cuando de pronto me acordé de un verso que es el que da título a esta entrada. Tiene varios decenios y, de hecho, debe haberse perdido el poema donde estaba. Se ve que lo único que quedó en mi memoria es ese verso (poema y verso son obra de un servidor, lamento decirlo).

Mientras tanto, en el texto aparece una idea que ya había leído antes: sin alma intelectiva, no hay tiempo. Si alguno piensa que es cuestión ardua, tiene razón. Y ardua también por muy sutil, y eso por razones metafísicas sobre todo. Lo que hace también que el ensayo sea sugerente y obligue a pensar.

Pero no es de eso de lo que quiero hablar ahora, con algún tiempo libre antes de partir.

El asunto ahora es sentar en el banquillo el verso aquel y lo que dice. Porque, a la luz de estas cuestiones, la verdad de aquel verso se vuelve al menos vulnerable, aunque se entiende que transmite una sentencia bastante común: "el tiempo lo cura todo", "con el tiempo todo se olvida", "dejémosle esto al tiempo", etc.

Lo cierto es que, bien mirada la cosa y desde el punto de vista de lo que hay en los textos que leía, digo que, subjetivamente, es el alma la que tercia, más que el tiempo. Es salirse un asunto del alma lo que hace parecer que el tiempo lo ha hecho desaparecer. Y, así las cosas, si ha desaparecido, no es por acción directa y causal del tiempo. Aunque haya transcurrido tiempo hasta llegar algo a deshacerse.

El tiempo en sus trabajos me libró de perderte será un verso mejor o peor y puede ser en otro sentido una verdad fáctica, y hasta profética, puesta en términos líricos. Pero lo cierto es que es simplemente una figura literaria: nombra un accidente como si fuera la causa, y ese accidente no es la causa.

No es el tiempo, es el alma que ya no registra la cuestión como vital o existencial y por lo tanto ya no la mide, como si fuera algo significativo del pasado en este caso. La "des-existencializa" (perdón...) y la vuelve un tema "sin tiempo", diría. Porque el tiempo es el número con el que el alma mide el movimiento según el antes y el después, al decir de los filósofos. Y movimiento material en primer término, pero no sólo material, porque hay realidades inmateriales a las que el alma las mide también en tiempo, y las percibe con tiempo añadido, siempre según un antes y un después, y siempre desde un ahora, obviamente. Por otra parte, el olvido es lo mismo que decir que el alma ya no tiene nada significativo que medir, y eso por la relación del alma con un asunto determinado, no por la relación del tiempo con los asuntos del alma, porque, insisto, no es el tiempo el agente.


______________________

Dos textos dejo aquí porque fue a esa altura que me detuve cuando vino a aparecer el verso aquel. Un fragmento del libro IV de la Física de Aristóteles y el respectivo comentario de Santo Tomás de Aquino:

"Es digno de consideración, cual es pues la relación del tiempo al alma, y por qué parece que hay tiempo en todo, en la tierra, en el mar y en el cielo. Y si es una cierta pasión o hábito del movimiento, existiendo como número. Esto corresponde a todas las cosas móviles, que estén todas en el lugar. El tiempo y el movimiento, sin embargo, están simultáneamente según la potencia y según el acto. Si habrá o no habrá tiempo no existiendo el alma, alguien podría dudarlo. Cuando es imposible que haya alguien que numere, es imposible que haya algo numerado. Por lo cual es manifiesto que tampoco hay número, pues el número es, o lo que numera, o lo numerable. Si, pues, no hay nada que no sea el alma capaz de numerar, y, dentro del alma el intelecto, es imposible que haya tiempo, si no hay alma."
Física IV, 11, 223 a 
"Si, entonces, el movimiento tuviese el ser fijo en las cosas, como la piedra o el caballo, podría decirse absolutamente que así como sin que el alma existiera existiría sin embargo el número de las piedras, así también sin existir el alma existiría el número del movimiento, que es el tiempo. Pero el movimiento no tiene el ser fijo en las cosas, ni se encuentra en acto algo en las cosas del movimiento, sino un cierto movimiento indivisible, que es la división del movimiento. Más la totalidad del movimiento se toma por la consideración del alma, que compara la disposición anterior del móvil respecto de la posterior. Así también el tiempo no tiene ser fuera del alma sino según su indivisible. Pues la misma totalidad del tiempo se considera por la ordenación del alma numerante lo anterior y lo posterior en el movimiento, como se dijo arriba. Y por eso dice a propósito el Filósofo que el tiempo, no existiendo el alma, es de alguna manera ente, es decir imperfectamente; como también si se diga que sucede que el movimiento existe imperfectamente sin el alma."
 In Physicorum L.IV l.XXIII, n.62 


(*)
 El trabajo de Ignacio Anderegen fue presentado en el

CONGRESSO TOMISTA INTERNAZIONALE: L’UMANESIMO CRISTIANO NEL III MILLENIO:
PROSPETTIVA DI TOMMASO D’AQUINO, que fue en Roma del 21 al 25 de septiembre de 2003.



martes, 2 de enero de 2024

Romance de un rico y un pobre




Salió un pobre una mañana,
a casa un rico llegó.
Con la voz enternecida
por amor de Dios pidió:

– Rico, dame una limosna
de lo mucho que tenéis,
un trapo para ponerme,
que vengo como me veis.

El rico le dijo al pobre:
– Muchos mozos como vos
han salido a mendigar.
¿Por qué no tomas oficio
y te vas a trabajar?

El pobre le dijo al rico:
–Carpintero fue mi padre
y ese oficio yo he tenido;
hoy por mis grandes desdichas
a tu puerta yo he venido.

El rico le dijo al pobre:
– No hay duda que vos serás
de ladrones capitán,
y te vienes a mis puertas
tan sólo para robar.

El pobre le dijo al rico:
– No es ése mi proceder,
capitán soy de la gloria
y es muy grande mi poder.

Y mostró por cinco llagas
la sangre que derramó
el que por salvar al hombre
en una cruz expiró.

El rico le dijo al pobre:
– ¡Perdóname, gran Señor!
Y el pobre le dice al rico:
– ¡Tarde has conocido a Dios!

Aquí se acaba este verso 
de este rico ponderado, 
que por no dar su limosna
en vida fue condenado.

En 1967, Ediciones Culturales Argentinas (ECA), la editorial de la entonces Subsecretaría de Cultura, publicó La poesía religiosa argentina, obra de Roque Raúl Aragón. Mencioné varias veces, en esta bitácora, el tomito de 142 páginas en el que, con precisión, Aragón desarrolla un ensayo en unas 70 páginas y destina las restantes 70 a una antología.

La selección de poemas arranca con versos anónimos del Cancionero popular y éste que copio aquí es el segundo de ellos.

El estudio preliminar es valioso (sobre todo, porque no habla sólo de versos) aunque, lamentablemente, poco difundido. No es tiempo ahora, pero, en breve, me propongo hacer una edición digital que remedie la falta que hace oír lo que Aragón tiene para decir sobre la Argentina, a propósito de la poesía religiosa.