martes, 31 de agosto de 2004

Tres de G. K. Chesterton.

Eso es lo que hace a la vida al mismo tiempo tan espléndida y tan extraña. Estamos en un mundo erróneo. Cuando creí que aquella era la ciudad buscada, me fastidió; cuando supe que nos habíamos equivocado, me sentí contento. Así, el falso optimismo, la moderna felicidad, nos cansa porque nos dice que somos adecuados a este mundo. La verdadera felicidad consiste en que no lo somos. Venimos de alguna otra parte. Nos hemos extraviado en el camino... (Enormes minucias)

El hombre está hecho para dudar de sí mismo, no de la verdad. Y hoy los términos se han invertido. Hoy lo que los hombres afirman es aquella parte de sí mismos que nunca deberían afirmar: su propio yo, su interesante persona; y aquella de la que no deberían dudar, aquella que sostiene todas las cosas, es aquella de la que dudan: la Razón Divina. (Ortodoxia)

Los laicistas no han logrado destruir las cosas divinas, pero han logrado destruir las cosas humanas.

No es posible demostrar que una religión es monstruosa en último término: una religión es monstruosa desde el principio. Se anuncia como algo extraordinario. Se ofrece como algo extravagante. Los escépticos, a lo más, pueden pedirnos que rechacemos nuestro credo como algo extraño. Y lo hemos aceptado como eso, como algo extraño
(...)
Los enemigos de la religión no pueden dejarla estar. Intentan laboriosamente aplastarla. No pueden aplastarla, pero aplastan todo lo demás. Con vuestros interrogantes y dilemas no habéis provocado ningún transtorno en la fe; desde el comienzo era una convicción trascendental; no se la puede hacer más trascendental de lo que era. Pero -si eso os conforta en alguna forma- habéis provocado cierto remolino en la moral común y el sentido común.
(...)
Los Titanes no escalaron jamás el cielo, pero arrasaron la tierra. (Las raíces del mundo, en El reverso de la locura)
A propósito de las 'convicciones humanísticas' de Santo Tomás Moro y de la 'solidaridad'.

Son dos casos de lenguaje políticamente correcto. Por lo menos, son dos casos de lenguaje políticamente correcto. Y tal vez de algo más.

Mártir de la fe y caridad son las palabras que estamos tratando de evitar cuando decimos 'convicciones humanísticas' y 'solidaridad'.

Tratando de evitar, no queriendo decir. O escamoteando.

Santo Tomás Moro no murió por no abjurar de sus convicciones humanísticas. Tuvo que elegir entre ofender a Dios o que su rey se sintiera ofendido. Si se trataba de complacer a alguien, no estaba pensando en complacer a sus convicciones humanísticas.

Por otra parte, el mandamiento dice: amar al prójimo como a sí mismo por amor a Dios. No dice solidarizarse con el prójimo como nos solidarizamos con nosotros mismos por solidaridad con Dios.

Si cada vez que vemos la palabra caridad huimos hacia solidaridad es probable que terminemos creyendo que la muerte de Tomás Moro fue el producto de un choque de culturas o el avasallamiento de los derechos humanos o de la libertad de opinión o expresión del canciller inglés.

Moro pudo haber sido un mártir de los derechos civiles y de la justicia social, un luchador por la libertad, un militante popular (allí lo políticamente correcto nos permite el uso de la palabra mártir, porque derechos civiles forma parte del vocabulario de la religión civil, que está admitida y es obligatoria); pero es el caso que Moro no lo fue.

Moro no pretendía solidarizarse con las costumbres del pueblo inglés o desolidarizarse de su rey. El de Tomás Moro es un caso de Ciudad de Dios o Ciudad del Hombre.

Solidaridad ha devenido una palabreja conveniente. Como convicciones humanísticas es una expresión conveniente.

Tópicos substitutos, al fin de cuentas.

Tengo contra ambas palabras lo que les veo de fraudulentas. De gato por liebre.

Lo que les veo de 'religión civil'. Religión civil tan autoritaria como dicen que es la 'otra' religión. Así que, si se trata de obedecer...

No quiero reemplazar amor por solidaridad. Ni fe, esperanza y caridad por convicciones humanísticas.

Aunque más no fuera porque en el diccionario suena mejor amor que solidaridad:

Amor: Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. // Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear. // Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.

Solidaridad: Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros.


Y eso es el Diccionario de la Real Academia, que no es una fuente de sutiles verdades sino de definiciones mínimas de palabras.

Pero el asunto de veras grave es que las palabras nunca son solamente y meras palabras. Al final de las palabras están las cosas. La Res. La realidad. Lo que es.

lunes, 30 de agosto de 2004

Un buen amigo -pero muy buen amigo-, que vende libros por la calle y en los trenes, me regaló la semana pasada un ejemplar de lo que ahora está 'vendiendo'.

"El prójimo", de Pacho O'Donnell. El libro lleva un subtítulo perverso con la palabra infaltable: "La revolución de los solidarios".

Pobre, él no tiene nada que ver... (mi buen amigo, digo).

Confieso que hice unos cinco intentos por leerlo de cabo a rabo. En uno de esos gestos inexplicables que tiene la amistad. Y hasta por poner a prueba mi probidad intelectual. Traté de disciplinarme. Es cierto también que la arquitectura aforística y fragmentaria del libro no ayuda y más bien invita a desorganizarse. Entonces, también acepté, de buen humor, esa sugerencia del autor.

Pero, nada. Ni así.

Me dije que la letra era -y es verdad- demasiado chica. Me dije que había -y es verdad- demasiada cosa y muy -pero muy- despareja.

Con parsimonia, sin ardor ni furia, me dije que la palabreja 'solidarios' me caía mal y que era un fraude.

Me acordé, ya con franca malicia, de una finta típica de Borges cuando apareció otro libro de O'Donnell, "La seducción de la hija del portero", cuando Pacho era todavía radical. Dijo Borges algo así como que el libro de cuentos era francamente obsceno, porque cualquiera sabe que no se dice 'portero' sino 'encargado'.

Fue un gozo fugaz, es verdad. E insuficiente.

Hasta que -siempre insistiendo en mi disciplina de lector y leyendo como quien toma un tónico acibarado a las horas que el boticario le ha sentenciado- fui a dar a la página 292.

Allí, O'Donnell transcribe unos fragmentos finales de la Utopía de Tomás Moro, aunque no la cita (Pacho fecha el escrito en 1509, vaya a saberse por qué).

Bajo el título capitular de "Una vida tan pobre y dura", van unos pasajes en los que Tomás Moro se queja de los bajos sueldos de los obreros y labradores, de sus desdichas y dolores -en trabajos que verdaderamente ayudan a sostener a la república- y de la pobreza a la que están condenados, que no les permite tampoco ahorrar para aliviar su vejez; mientras, ricos nobles, usureros u holgazanes inútiles, llevan una vida rica, inane y placentera.

Me amoscó el oportunismo.

Pero la cita era, con todo, vibrante y llena de verdades.


Sin embargo, la parte que salió de la pluma de Pacho, en ese breve capítulo, terminó por exorcizar cualquier culpa.

Al presentar el texto, dice: "Escrito en 1509 por Tomás Moro, canonizado hace poco tiempo, ajusticiado por Enrique VIII por no abjurar de sus convicciones humanísticas..."

Y al concluir la descripción que hace Tomás Moro, cierra diciendo: "Así era y es. Y será cada vez peor si no reaccionamos".

domingo, 29 de agosto de 2004

Estribillo de los Fenianos

Bienvenida, Oh, mujer que estabas triste,
lo que nos agravió fue que hayas estado encadenada,
el hermoso país en posesión de bribones,
y vendida a los ingleses,
Oró, bienvenida a casa,
Oró, bienvenida a casa,
Oró, bienvenida a casa,

¡Ahora, que viene el verano!

Gracias al Dios de los milagros que vemos,
aunque no vivamos una semana después,
Gráinne Mhaol y mil héroes
Proclamando la dispersión de los ingleses
Oró, bienvenida a casa,
Oró, bienvenida a casa,
Oró, bienvenida a casa,

¡Ahora, que viene el verano!

Gráinne Mhaol viene desde más allá del mar,
La Legión de Irlanda como escolta alrededor de ella,
Ellos, Gaélicos, ni franceses o españoles,
¡y una derrota sobre los ingleses!
Oró, bienvenida a casa,
Oró, bienvenida a casa,
Oró, bienvenida a casa,

¡Ahora, que viene el verano!




'Se do bheatha...
Oró, 'se do bheatha a bhaile...

Bienvenida, bienvenida a casa...

Así cantaba Pádraic H. Pearse. Pádraig Mac Piarais.



Feliz del pueblo que tiene poetas guerreros.
Aunque ya no los tuviera.
Aunque ya no sea un pueblo, una nación, sino un socio de la Unión Europea.

Feliz Irlanda si un día puede volver a decirle a Irlanda: 'Se do bheatha... Oró, 'se do bheatha a bhaile...

Y que vuelva a cantar Padraic Pearse, con la túnica de los que dieron su sangre por la Fe y por la Patria.

Yo soy Irlanda

Yo soy Irlanda:
Soy más vieja que la Vieja de la Montaña.

Grande es mi gloria:
Yo parí a Cuchulainn el de la Hazaña.

Grande es mi vergüenza:
Mis propios hijos han vendido a su Madre:

Yo soy Irlanda:
estoy más sola que la Vieja de Beare.


Padraic Pearse murió en la Primavera de 1916, fusilado por los ingleses en la prisión de Kilmainham, a los 36 años, después del levantamiento irlandés de la Pascua, el Easter Rising, que él encabezaba.


¡Dios nos diera Poetas! ¡Dios se apiadara aún más de nosotros y nos diera Poetas!

No solamente hacedores de líneas, rimadores. No solamente alfareros de realidades ficticias.

Poetas. Tan siquiera uno de ésos.

Alguno que pudiera decirle a la Argentina: ¡Bienvenida a casa!

Mientras él va camino a Casa, vestido con la túnica de los Poetas Guerreros.


El Loco

Ya que los cuerdos no hablan, hablará el loco.
Yo, un loco que ha amado su locura,
Sí, más que los cuerdos sus libros,
sus bolsas y sus hogares tranquilos
O su fama en boca de los hombres;
Un loco que en todos sus días
nunca ha hecho una cosa prudente
Nunca ha calculado el costo,
ni contado lo que otro cosechaba,
El fruto de su ingente siembra,
contento con desparramar la semilla;
Un loco que es impenitente, y que pronto al final de todo
Reirá en su corazón solitario
Cuando el grano maduro caiga en los graneros,
Y los pobres sean llenos que andaban vacíos,
Aunque él ande hambriento.

Yo he derramado los espléndidos días que el Señor dio a mi juventud
Intentado cosas imposibles, juzgado que sólo ellas valían la pena
¿Fue locura o gracia? Sólo Dios me juzgará, no los hombres...
Yo he derramado los espléndidos años.

Oh Dios, si tuviera los años los derramaría de nuevo,
Cristo los arrojaría de mí
Porque esto escuché en mi corazón, que un hombre debe
Derramar, no muñir,
Hacer el hecho de hoy, no cuidar de los mañanas
No debe negociar ni regatear con Dios;
¿O fue eso un chiste de Cristo
Y este es mi pecado ante los hombres, haberle tomado la palabra?

Los leguleyos se han sentado en Concejo,
Los Hombres de caras largas y listas,
Y han dicho "Este hombre es loco"
Y otros han dicho: "Blasfemia".
Y los cuerdos han compadecido al loco,
Que ha conado por su vida
(En el mundo de espacio y tiempo,
Entre el montón de cosas actuales)
A un sueño que fue soñado en el corazón,
Y que Solamente el corazón puede contener
Oh cuerdos, adivinadme esto:
¿y qué si el sueño resulta verdad?
¿Si el sueño se realiza,
Y millones de aún no nacidos habitasen
En la casa que yo hice en mi corazón,
La noble casa de mi pensamiento?
Señor, yo he prendado mi vida,
He prendado la vida de mi gente
Sobre la verdad de tu tremenda Palabra,
No recuerdes mis fallas,
Recuerda, ésta, mi fe.

Y así yo hablo.
Sí, antes que pase mi juventud ardiente,
Yo hablo a mi pueblo y digo:
Habéis de ser locos como yo:
derramar y no ahorrar;
Aventurarlo todo,
no sea perdáis lo que es
más que todo,
Habéis de reclamar un milagro,
tomándole a Cristo la palabra
Y por esto yo responderé, oh mi pueblo,
Yo responderé ahora y después.
Oh pueblo al que he amado,
¿Por qué no responder juntos?

sábado, 28 de agosto de 2004

El "hijo de las lágrimas". Es un título casi tan impresionante como ser uno de los pocos Doctores que tiene la Iglesia.

Lo que tiene que haber sido ese siglo IV, ese siglo V.

Lo que tiene que haber "necesitado" el hombre de aquellos siglos, la Iglesia de aquellos tiempos, el "Plan", la presencia de Agustín. Lo "necesaria" que tiene que haber sido la presencia de Agustín para el "Plan". Y lo necesario que tiene que haber sido la presencia de Agustín para el "Plan" de Agustín.

Y lo que se resistió Agustín a aparecer en escena.

Pensar que podría haber sido un pagano más, tal vez un notable pagano, tal un maniqueo notable, un prisiciliano espectacular, un duro donatista, quién sabe qué.

Lo que debe haber sido entender la historia desde adentro del corazón, del propio corazón. Lo excepcional de ver construir la Ciudad de Dios en sí mismo, mientras la Ciudad del Hombre propia se bate denodadamente, resiste encarnizadamente.

Lo que tiene que haber sido el misterio de la historia en el misterio del propio corazón.

Aquella paganidad enorme, potente todavía en su vejez, aquel "Hortensio" perdido, ese primer umbral pagano en la escala de un hombre saliendo de la paganidad, como quien sale de una casa inmensa a un jardín inmenso, a un bosque fresco.

Ayer recordaba a Santa Mónica, su madre. De ella sabemos tanto por lo que su hijo nos ha contado.

El episodio que menté ayer está en el Libro III de sus "Confesiones". Y hay más sobre ella en el Libro IX. Pero me llamó la atención que una hagiografía no esquivara ese rasgo de aquella mujer, entre otras posibles muestras de piedad, que suelen estar más a tono con las habituales vidas de santos. Y celebro que no lo omitiera. Mónica de Tagaste era tan hija de aquel siglo IV de la paganidad romana, como su hijo. Y en aquella frase de Mónica está también, a mi juicio, la llamada del cristianismo a la paganidad, en metáfora y figura: "No que yo estaría contigo, sino que tú estarías conmigo".

Agustín no era solamente, como él mismo se llama, "el hijo de las lágrimas". No era solamente la simiente de la cristiandad que nacía, regada por las lágrimas cristianas de su madre.

Era el emblema del paganismo que lloraba su fin, el fin de su tiempo, su límite. El fin de un tiempo que, por grande que fuera -tal vez por ser de ese modo grande-, era insuficiente, y ya no tenía más que sus pobres y lujosos palacios que ofrecerle al hombre. Porque el hombre andaba en busca de un establo.
Saber saber (I)

(Algunos) Materiales y (algunas) herramientas.


¿Por qué no empezar por lo que parece un grano de mostaza?

(Después de todo, no hace mucho tuve que armar otros escritos con parte de estos materiales, ajenos y propios. Entonces, además de que me parece que corresponde, me resulta más sencillo.)


En la segunda parte del Martín Fierro, la que llaman "La Vuelta", están aquellos famosos 'consejos' del gaucho a sus hijos. Es el canto 32 (4595-4618), el anteúltimo del Poema.


Un padre que da consejos
más que padre es un amigo;
ansí como tal les digo
que vivan con precaución:
nadie sabe en qué rincón
se oculta el que es su enemigo.


Yo nunca tuve otra escuela
Que una vida desgraciada:
No estrañen si en la jugada
Alguna vez me equivoco;
Pues debe saber muy poco
Aquel que no aprendió nada.


Hay hombres que de su cencia
Tienen la cabeza llena;
Hay sabios de todas menas,
Más digo sin ser muy ducho:
Es mejor que aprender mucho
El aprender cosas buenas.


No aprovechan los trabajos
Si no han de enseñarnos nada;
El hombre, de una mirada,
Todo ha de verlo al momento:
El primer conocimiento
Es conocer cuando enfada.
?


No pude consultar una que con toda el alma hubiera querido, pero que todavía está injustísimamente inédita: la del 'insigne tucumano'. Varias ediciones anotadas, sin embargo, dicen que en estas décimas José Hernández cita varias veces a Lucio Anneo Séneca, el filósofo. Y a mí se me hace que, aunque haya Séneca, hay más que Séneca.

Los versos resaltados me parece que nos remiten a otras fuentes.

A Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, y a la tradición que con él viene. Veamos si es verdad.

En su tratado de las virtudes (en la parte de la Suma Teológica conocida como la Segunda Segunda ó II-II), trata las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y las cuatro cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza).

Dentro de la Templanza (II-II, qq 141-170), considera la Modestia (qq. 160-169), como virtud menor y aneja a la Templanza, que modera apetitos tanto exteriores como interiores, tanto sensibles como espirituales. Y entre tales apetitos, el apetito de saber.

En ese marco, trata la virtud de la Estudiosidad (q. 166) y el vicio correspondiente, la Curiosidad (q. 167).

Me parece que, quien tenga interés en seguir el asunto, tal vez tendría que armarse de paciencia y recorrer las cuestiones de la Suma Teológica a las que se vaya aludiendo. Y esto no por erudición, sino, en primer lugar, para ver vivamente cómo piensa un hombre antiguo y tradicional estas cuestiones.

Entre otras riquezas, se verá allí que aparece una cuestión capital para nuestro modo de ver este asunto. Porque Santo Tomás inmediatamente después de introducir a la Modestia (q. 160), nos "desvía" la mirada a la cuestión de la Humildad y la Soberbia (q. 161.162) para pasar acto seguido a considerar el Pecado del Primer Hombre (qq. 163-165).

Recién después, repito, aparece la virtud de la Estudiosidad (q. 166) y el vicio correspondiente, la Curiosidad (q. 167).

(El inestimable trabajo que se tomó Hernán, permite ver todas estas y otras citas de la Suma Teológica , con cybercomodidad; lo que tiene que ser un alivio para el lector interesado.)


Y, con estos materiales y herramientas, de aquí partimos: Nómbrese a Dios.

Hay que tener paciencia. A ver si llegamos a algo, Dios primero.

viernes, 27 de agosto de 2004

Cuando era chico, en casa se recordaba la fiesta de Santa Mónica. Nadie se llamaba así entre mis parientes. Mi madre era -y es- muy devota de la madre de San Agustín, y nunca le pregunté por qué. Mi padre, en cambio, tenía más bien los ojos puestos en el hijo.

Pocas cosas me daban tanta curiosidad, en materia de fiestas de santos, en mi niñez, como esa 'seguidilla' de madre e hijo. Y quién sabe las cosas que imaginaría yo. Cuál creería que era la relación de parentesco en la santidad que los unía a ambos.

(De hecho, todavía hoy pienso a veces....)

Para ser honesto, pensaba que la importante era Mónica. Que cualquiera 'saca' un Agustín, si 'tiene' una Mónica en la primera fila de batalla, persiguiendo a su hijo por todo el Mediterráneo, por África, por Italia, para ver que se porte bien. Una tontera medio mecanicista, típica de una forma de religión medio boba que nos han enseñado.

Pero dice San Agustín que su madre era una mujer muy inteligente y perspicaz, de fina inteligencia.


Por todos esos recuerdos y datos, sentí una enorme alegría cuando encontré este fragmento de la vida de Santa Mónica que copio más abajo.

Hay que decir antes que, primero, se pasa uno años celebrando las lágrimas de una madre buena y santa, creyendo que eso horada infaliblemente la corteza seca de un hijo rebelde y tarambana, a más de muy despierto, para dejar finalmente a la luz al 'verdadero' Agustín, que como era hijo de tal madre, no podía sino ir para santo...

Después, años se pasa uno celebrando al hijo y gozando de la hondura, de la inteligencia y agudeza del hijo.

Y resulta que..., la que sabía lógica, dialéctica y retórica era ella.

"Cuando murió su padre, Agustín tenía diecisiete años y estudiaba retórica en Cartago. Dos años más tarde, Mónica tuvo la enorme pena de saber que su hijo llevaba una vida disoluta y había abrazado la herejía maniquea. Cuando Agustín volvió a Tagaste, Mónica le cerró las puertas de su casa, durante algún tiempo, para no oír las blasfemias del joven. Pero una consoladora visión que tuvo, la hizo tratar menos severamente a su hijo. Soñó, en efecto, que se hallaba en el bosque, llorando la caída de Agustín, cuando se le acercó un personaje resplandeciente y le preguntó la causa de su pena. Después de escucharla, le dijo que secase sus lágrimas y añadió: "Tu hijo está contigo". Mónica volvió los ojos hacia el sitio que le señalaba y vio a Agustín a su lado. Cuando Mónica contó a Agustín el sueño, el joven respondió con desenvoltura que Mónica no tenía más que renunciar al cristianismo para estar con él; pero la santa respondió al punto: "No se me dijo que yo estaba contigo, sino que tú estabas conmigo".



Tanto se nos ha dicho respecto de la Bondad y la Verdad, casi como opuestos excluyentes; de la Inteligencia y el Bien, como vecinos que raras veces se saludan...
Llego a este punto, y con cierto pavor me parece que tendría que hablar de Merlín, de Gandalf, de la tradición, del Martín Fierro, del amor al prójimo, de Santo Tomás de Aquino y hasta de Simone Weil (a la que vengo esquivando...)

Pero no por separado, sino en cierto sentido de todo junto.

Mucho para un post, mucho para un blog.

Y mucho para mí, claro.

Hay que pensar. Y hay que intentarlo, de todos modos. Tal vez no de una vez, tal vez una serie.


En fin, me voy a meter en líos, pero allá voy.


'Dios primero' (bonita expresión de un amigo judío, cuando decía Dios mediante...)

Y 'nómbrese a Dios' (como decía un insigne tucumano, cuando daba comienzo a una tarea o un viaje...)

jueves, 26 de agosto de 2004

Merlín (V)

Una de las Cartas de J. R. R. Tolkien que más impresión me ha causado siempre, es aquella que numeran como la 246. Un borrador de septiembre de 1963 para la señora Eileen Elgar, a quien le escribe acerca de la incapacidad de Frodo de entregar el Anillo en las Grietas del Destino.

Largas -y, a mi paladar, saludablemente inquietantes- reflexiones de Tolkien acerca de varios temas; pero, en especial, sobre los efectos posteriores en el héroe y su necesidad de "curación" en el Oeste, tomando el lugar que le cede Arwen -de honda perspicacia-, con la anuencia de Gandalf y de otros de los ilustres viajeros.

Hay allí, creo, una terrible penetración en las raíces de la moral.

Pero, es más grave todavía el contenido de esta carta. Porque, como si lo dicho en ella no fuera suficientemente denso y capital, ya al final de esos borradores, hablando de los posibles poseedores 'buenos' del Anillo, dice Tolkien:
"Gandalf como Señor del Anillo habría sido mucho peor que Sauron. Habría seguido siendo "justo", pero de una justicia centrada en sí mismo. Habría seguido gobernando y mandando cosas para "bien" y beneficio de sus súbditos de acuerdo con su sabiduría (que era y habría seguido siendo grande)."
Y Carpenter (o Christopher T.) anota:
[El borrado termina aquí. En el margen Tolkien escribió: "Así, mientras Sauron multiplicaba [palabra ilegible] el mal, permitió que el "bien" fuera claramente distinguible de él. Gandalf habría vuelto el bien detestable y en apariencia malo."]
Hay que resolver el desafío y hacer un poco de justicia (poética)

El 22 de mayo de 1900, un tal Pedrín firmó A Rusita en las páginas de la revista uruguaya El Fogón.

Es un ejemplo de lo que se conoce como poesía cocoliche, fruto de la fonética, de las palabras que están en el aire, a fuerza de oírse hablar el castellano a los inmigrantes, preferentemente italianos (aunque hay también sonoridades de inmigrantes judíos, rusos, alemanes, con lo que también se hizo literatura...)

Nace en el Río de la Plata a finales del siglo XIX con la ola de italianos.
Martín Fierro se ríe también de aquel "papolitano", uno de aquellos que el ejército llevaba a la frontera como colonos (dicho sea de paso, mi bisabuelo materno, un santo varón, era uno de esos...pero, la historia, que es buena, para otro día.)

Ahora bien, Cocoliche tiene lo suyo.
ver

Parece que en el circo de los hermanos José y Jerónimo Podestá, allá por 1890, había un peón al parecer calabrés, al que solían llamar a secas Francisco, y que hablaba atravesada una lengua que apenas si había aprendido. Era broma común imitarlo, hablando una lengua que solamente sonaba como la deformada del inmigrante.

Hasta que llegó un actor al circo: Celestino Petray. En realidad, volvió. Se había ido a probar suerte. Y no tuvo mucha en la Patagonia, adonde había ido a parar.

El habla de los inmigrantes parecía un buen recurso humorístico, pero hasta entonces a Petray no le había dado mucho resultado. Andaba por el circo sin puesto fijo.

Los Podestá ponían en su espectáculo una versión de " Juan Moreira".

Petray, una noche, se hace del peor caballo que encuentra entre los animales del circo y pasa improvisando por una escena de fiesta campera que jugaban en Moreira.

Jerónimo Podestá, que actúa, lo saluda como Cocoliche e improvisa con él un diálogo.

Petray tenía buen oído y en la escena habla el castellano como aquel peón. La primera frase hace estallar la risa y los aplausos. Y así queda consagrado el 'cocoliche', habla y personaje.

¿Y la palabra? Según parece, el peón se llamaba Francesco o Antonio Cucoliccio o Cuccoliccio.

Algunos de estos datos los trae Podestá, citado por el infaltable José Gobello.

miércoles, 25 de agosto de 2004

Hoy es la fiesta de San Luis IX, rey de Francia en el siglo XIII.

Personalmente, siempre me resultó extraño y sorprendente -y feliz- que un gobernante pudiera llegar, en cuanto gobernante, a la santidad, fuera rey o no.

Me llamó la atención un episodio que trae una vida de San Luis. Según dice, el sacerdote que acompañaba a la muerte a Luis XVI, en 1793, le dijo: "Hijo de San Luis, ya puedes partir para la eternidad".

Lo que me trae a la memoria otro hecho curioso, que recuerdo vagamente. Un amigo de origen libanés me contó que antiguas familias libanesas -cristianas desde la llegada de San Luis a aquellas tierras, cuando lo de su Cruzada- conservaron la tradición de ponerle Luis a los hijos varones, lo que, según me decía, aún está vigente.
Merlín (IV)

Hay un tópico antiguo que dice que "los enemigos de mis enemigos son mis amigos".

Como ocurre con otros tópicos de este tipo refranero, hay que andarse con tiento.

Y, ya que estamos en esto, bien puede aplicarse la cuestión al caso de los llamados saberes tradicionales o modos tradicionales de saber, como se prefiera.

Allí ha explicado Lewis algo de lo que tiene para decir al respecto en los textos que cité antes.

El de J.R.R. Tolkien es un caso parecido. Y tal vez más agudo que el del propio Lewis, pues Tolkien parecía tener una sensibilidad mayor -y más certera- para las cosas viejas o antiguas (según se pare uno en una vereda o en otra). Y para el papel del símbolo en materia de saberes.

Podría no entenderse de qué se está hablando cuando, en estas cuestiones, se habla de tradición y antigüedad. Son términos que pueden abrir el apetito en unos y llevar al vómito a otros. Como a algunos podría dejar completamente indiferentes.

Pero la medida es la verdad, parece ser. Lo que realmente es, por las reales razones por las cuales realmente es.

Y no importa si es antiguo o nuevo.

La verdad completa ha de despertar amor, eso está en la naturaleza de la verdad.

Pero, y tal vez por ello mismo, la verdad completa siempre será revulsiva, no importa si revuelve al tradicionalista o al moderno. Cada uno de ellos cortará la parte que lo deja más conforme. Cortar es una ideología. Y cortar lo que no se debe (como no añadir lo que se debe) es un grado ideológico mayor. Y una tentación inmensa para quienes buscan saber.

En todo caso, quiero decir que parecido no es lo mismo.

No por simplificar, pero si de lo que estamos hablando -por usar el lenguaje de Lewis- es de la sensibilidad moderna, hay que tener en cuenta que hay una reacción moderna a la sensibilidad moderna. Aunque no parezca moderna, lo es. Y entiendo por moderna -en este caso y aun sabiendo que no se trata de esto exclusivamente- la firme voluntad de que algo no sea tradicional (y no dije tradicionalista, dije tradicional -y entiendo por tradicional algo así como aquello que Platón decía con el palai legetai: lo que se supone y se sabe -por ejemplo, aunque no exclusivamente- que es el depósito de verdades que el hombre ha ido encontrando (y recibiendo) a lo largo de su historia, verdades que no son verdades porque hayan soportado el tiempo, sino que han soportado el tiempo porque son verdades).

A veces, ciertas reacciones modernas a lo más agresivo de la modernidad, tienen todos los ropajes y los gestos de lo otro. Pero no dejan de ser opuestas a lo otro. Y opuestas en lo central.

Por supuesto que puede pasar que un hombre con entendimiento de lo tradicional se parezca en algunas cosas a un hombre con afecto por lo alternativo (uno de los nombres genéricos de la reacción moderna a lo moderno).

Confundir a uno con el otro es frecuente. Usufructuar la voz tradicional en esos casos, también. Y no se trata de reservarse el copyright del adjetivo tradicional o del sustantivo tradición. Es cuestión simplemente de no confundir. O de no confundirse. O de no mentir.

Éste , a mi gusto, es un caso. Más o menos sutil, pero un ejemplo de aquello de que "los enemigos de mis enemigos, son mis amigos".

Habrá ocasiones en que haya buena intención. Y hay otras en que solamente es ideología, más allá de la intención: Así como para un tradicionalista lo tradicional es buena munición contra la modernidad, para ciertos modernos lo que dice la voz tradicional resulta buena munición contra la parte de la modernidad que no les satisface.

En cualquier caso, se trata, por lo menos, de un simple secuestro con toma de rehenes.
Merlín (III)

Probablemente, uno de los libros de C. S. Lewis que más me haya gustado es lo que en castellano, no sé por qué, se tradujo como "La imagen del mundo" y que el autor publicó con el título más certero de "The Discarded Image".

Reúne una serie de conferencias que dio en Oxford. Recorre la literatura medieval y renacentista -en particular la inglesa- y destaca -en sus fuentes- lo que veían y sabían aquellos hombres, cuál era su Modelo de universo y cuáles eran según ellos las causas de lo que pasaba y había en el universo.

Creo que hay que leer este libro antes de atacar la Trilogía. Para saber de qué está hablando Lewis cuando habla de Merlín, por ejemplo.

En el Prefacio, al final, dice:

"Ya sé que hay quienes prefieren no profundizar la impresión, por accidental que sea, que una obra antigua produce en la mente que la considera con sensibilidad y concepciones exclusivamente modernas; como también existen viajeros ingleses que llevan su resuelto nacionalismo por toda Europa, solamente se relacionan con otros turistas ingleses, disfrutan de lo que ven exclusivamente por su 'pintoresquismo' y no desean comprender lo que esas formas de vida, esas iglesias, esos viñedos significan para los nativos: tienen merecido su castigo.

No tengo nada que discutir con quienes enfocan el pasado con esa mentalidad. Espero que no me busquen pendencia. Pues he escrito para los otros."

martes, 24 de agosto de 2004

Merlín (II)

Allí lo dejamos al señor Dimble hablando con su mujer sobre la complejidad del universo y discutiendo el lugar que ocupa Merlín, no sólo en su tiempo, sino en el nuestro.

Pero estaban hablando de la variedad de seres espirituales. Y su mujer le preguntaba...
ver

-¿Crees que existen cosas así?

- Creo que existieron. Creo que había espacio para ellos entonces, pero el universo se ha definido más. No eran todos seres racionales, quizás. Algunos serían meras voluntades inherentes a la materia, apenas concientes. Más parecidos a los animales. Los otros... pero en realidad no sé, no sé. En todo caso, ese es el tipo de situación donde uno ubica a un hombre como Merlín.

- Me suena bastante horrible.

- Era bastante horrible. Quiero decir que incluso en la época de Merlín (él apareció al final de ella), aunque uno aún podía utilizar ese tipo de vida del universo con inocencia, no se lo podía hacer con seguridad. Los seres no eran malos en sí mismos, pero ya eran malos para nosotros. Era como si marchitaran al hombre que trataba con ellos. No a propósito. No podían evitarlo. Merlinus está marchito.

Es muy piadoso y humilde y demás, pero algo le han sacado. Esa serenidad suya es un poco letal, como la serenidad de un edificio saqueado. resulta de haber dejado su mente abierta a algo que ensancha el medio que te rodea un poco demasiado. Como la poligamia. Estaba bien para Abraham, pero uno no puede dejar de sentir que hasta él perdió algo por su culpa.

- Cecil -dijo la señora Dimble-, te parece adecuado que el Director (se refiere al Pendragon de este tiempo, a Ransom, el protagonista de la trilogía) emplee a un hombre así? Quiero decir, ¿no es un poquito como si combatiéramos a Belbury con sus mismas armas?

- No. Yo había creído eso. Merlín es lo inverso a Belbury. Está en el extremo opuesto. Es el último vestigio de un orden antiguo en el que la materia y el espíritu estaban, según nuestro moderno punto de vista, mezclados. Para él cada operación sobre la Naturaleza es una especie de contacto personal, como mimar a un niño o acariciar al propio caballo. Después de él apareció el hombre moderno, para quien la naturaleza es algo muerto: una máquina a poner en funcionamiento y a la que se puede desarmar si no funciona como él quiere. Por último entra la gente de Belbury, que se hacen cargo de ese punto de vista del hombre moderno sin alterarlo y simplemente desean aumentar su poder agregándole la ayuda de los espíritus: espíritus sobrenaturales, antinaturales. Desde luego esperaban contar con los dos medios. Creían que la antigua magia de Merlín, que trabajaba con las cualidades espirituales de la naturaleza, amándolas y reverenciándolas y conociéndolas desde adentro, podría combinarse con la nueva goeteia: la brutal cirugía desde afuera. No. En cierto sentido Merlín representa lo que tenemos que recuperar de modo distinto. ¿Sabes que las reglas de su orden le prohíben utilizar cualquier tipo de instrumento cortante sobre cualquier ser en crecimiento?
Merlín (I)

Hombres de ciencia, los llamaríamos todavía hoy. Fáusticos, como el Dr. Faust. Hacen toda suerte de experimentos, con toda suerte de seres. Buscan poder. El Poder. El instituto que han creado se llama NICE, irónicamente, y está en Belbury, un apacible poblado inglés. Todo en su apariencia es inversamente proporcional a su peligrosidad y malicia.

Estoy hablando de la tercera de las novelas que C. S. Lewis publicó reunidas en trilogía: Más allá del Planeta Silencioso, Perelandra y Esa Horrenda Fortaleza.

Hacia el final de esta tercera, los hombres fáusticos (y tal vez todavía peor que eso), han logrado "traer" a Merlín desde el siglo V. Piensan valerse de sus poderes y de los poderes de su Orden (y tal vez buscando manipular algo más poderoso que eso).

Pero Merlín se les escapa de las manos y llega a conocer al Pendragon de este tiempo. Así es conocido por otros del círculo del Pendragon. Entre otros, los Dimble. Después de haberlo conocido, conversan entre ellos.
ver

-¿Notaste alguna vez -dijo Dimble (a su esposa)- que el universo y cada pequeño fragmento del universo, siempre se está volviendo más difícil y estrecho y acercándose a una encrucijada? (...) Me refiero a esto. Si te inclinas sobre cualquier colegio, o escuela, o parroquia, o familia (lo que tú quieras) en un punto dado de su historia, siempre encuentras que hubo una época antes de ese punto en que había más posibilidades y los contrastes no eran tan agudos; que va a haber una época después de ese punto en que habrá aún menos lugar para la indecisión y las elecciones serán aún más cruciales. El bien siempre va mejorando y el mal siempre empeora: las posibilidades de una neutralidad aunque sea aparente siempre van disminuyendo. Todo se va dividiendo, definiéndose, haciéndose más difícil y agudo...

-Lo que estabas diciendo me recuerda más el fragmento bíblico, acerca de separar el grano de la paja. O el verso de Browning: "la tarea de la vida es hacer sólo la terrible elección".

-¡Exacto! Tal vez todo el proceso del tiempo signifique eso y nada más. Pero no se trata sólo de una elección moral. Todo se va definiendo más a así mismo y diferenciándose más de todo lo demás sin cesar. La evolución significa especies diferenciándose más y más de las otras. Las mentes se hacen cada vez más espirituales, la materia cada vez más material. Hasta en la literatura, la poesía y la prosa se apartan cada vez más (...) En cuanto a Merlín: creo que la cuestión, por lo que puedo distinguir, es ésta. Para un hombre de su época había posibilidades que no existen para un hombre de la nuestra. La propia tierra era más semejante a un animal en aquellos días. Y los procesos mentales eran mucho más semejantes a la acciones físicas. Y había...bueno, neutrales, paseándose.

-¿Neutrales?

-No quiero decir, por supuesto, que algo puede ser un verdadero neutral. Un ser conciente o está obedeciendo o desobedeciendo a Dios. Pero podría haber seres neutrales con relación a nosotros.

-¿Te refieres a los eldiles... a los ángeles?

-Bueno, la palabra ángel es como una petición de principios. Hasta los Oyéresu no son exactamente los ángeles en el mismo sentido que lo son nuestros ángeles guardianes. En el aspecto técnico, son Inteligencias. La cuestión es que, aunque pueda ser correcto que al fin del mundo se describa a cada eldil como un ángel o un demonio, y puede ser cierto incluso ahora, era mucho menos cierto en la época de Merlín. Solía haber seres sobre esta tierra que se dedicaban a sus propios asuntos, por decirlo así. No eran espíritus auxiliares enviados para ayudar a la humanidad caída, pero tampoco eran enemigos que nos oprimieran. Hasta en San Pablo uno capta destellos de una población que no se adaptaría con exactitud a nuestras dos columnas de ángeles y demonios. Y si retrocedes aún más... todos los dioses, duendes, enanos, ondinas, fate, longaevi. Tú y yo sabemos demasiado como para creer que fueran sólo ilusiones...

domingo, 22 de agosto de 2004

El hombre no puede estar solo. No es bueno. Necesita al otro, a los otros. Y al Otro.

Por eso vive en sociedad. Se agrupa. Se reúne. Se integra. Se organiza.

Y, en cuanto lo hace, le da tal carácter institucional a su reunión, a su organización, a su agrupación, que termina institucionalizándola.

De este modo, lo que empieza verbo (aunque no cualquier verbo), se vuelve substantivo (aunque no cualquier substantivo.

Es todo un problema.

Por una parte, no es posible evitar lo que es natural en el hombre. Ni es deseable evitarlo.

Por otra parte, no es bueno que la substancia pase de lo individual a lo colectivo, anulando lo singular y haciendo de lo general la única medida, la forma substantiva de lo humano.

Ecclesia y santidad, me parece que se llama este problema.
ver

La asamblea, la reunión, el pueblo, la grey.

El hombre, el santo, el profeta, el mártir.

Es, análogamente, como decir un Dios Uno y Trino.

Creo que tenemos análoga dificultad para entender y obrar la unidad en la diversidad humana, como oscura se nos hace la unidad y la trinidad en Dios.

Tanto como entender que aquella nota de lo humano procede de esta nota divina.

Es fuerte la tendencia del hombre a agruparse. Y muy fuerte su tendencia a substantivar la agrupación.

Pero, en algún punto de ese trayecto entre la necesaria agrupación y el anquilosamiento de la agrupación, el hombre legisla mandamientos nuevos, reglamenta la unidad, pero reglamenta también la singularidad, subsumiéndola en la agrupación.

Así la agrupación se vuelve la totalidad, así la sociedad de hombres se vuelve lo humano en su totalidad. Y hasta se vuelve lo divino, cuando su fuerza centrípeta es tal que pretende elevarse y atraer a todos -a todos los que atrae- hacia sí. Porque, cuando ocurre algo así, aquellos que no son atraídos, no pertenecen a la substancia de lo humano.

Parece casi inevitable que la sociedad de hombres se haga totalitaria, al final.
Parece que el hombre no puede resolver esto sin disolver la sociedad o sin disolver lo humano.

Es tan fuerte la radical sociabilidad del hombre que hasta aquellos que detestan la sociabilidad se agrupan en el club de los que no quieren pertenecer a ningún club. Y es tan fuerte la substantivación, es tan fuerte el apetito legislativo, que hasta aquellos que no quieren pertenecer a un club tienen un reglamento para entrar a ese club.

Y es tan fuerte la fuerza centrípeta de lo social devenido institucional anquilosado, que hasta el refractario a toda agrupación termina por legislar que es muy difícil salvarse -de cualquier cosa que hubiere que salvarse- si no se ingresa al club de los que no tienen club...

Porque no es menos fuerte el apetito natural de singularidad, como su desorden.


Creo que estas cuestiones están en las lecturas de Isaías y del capítulo 13 de San Lucas que se leyeron en las misas de este domingo. Y, hasta donde yo lo veo, están bien hincadas en la raíz del problema que se plantea.

¿Serán pocos los que se salven? Y parece claro que pocos es la palabra central.

Suele mirarse la cuestión como un subproducto doctrinal del ecumenismo, entendido como se lo quisiere entender.

Otros hombres, otras agrupaciones, otras iglesias, otras culturas.

Algo de eso hay, aunque más bien pienso que lo que se dice allí a este respecto es que donde está la verdadera verdad, allí está efectivamente la verdadera verdad, donde estuviere. Y que donde está el bien, allí está el bien, donde estuviere. Y que Dios sabe seguro dónde.

También está la cuestión de la acepción de personas, si tal o cual, por esto o aquello.

Y aquella otra de la desordenada apetencia de legislación totalizante: si tal canon o si tal código, si tal precepto o tal no-código, o tales otros no-preceptos y no-cánones.

Me parece que no se desata el nudo de este asunto con relativismos o falsas humildades que traten de actuar humildades de pequeñas humanidades individuales en beneficio de amplias humanidades agrupadas, siquiera agrupadas en el grupo de los que no saben cómo ni para qué reunirse.

Muchas veces son meras condescencias. Tantas veces hacemos gestos de individualidad atenuada que valen lo mismo que el respeto mundano (o la cobardía). Si es que en realidad no son larvadas soberbias que pretenden filtrar nuestra ley como humo por las hendijas, por debajo de la puerta del alma de nuestro interlocutor, en vez de la brutalidad escandalosa de patear su puerta y lanzar al interior del otro una violenta llamarada...


Creo, francamente, que palabras de Cristo como éstas que oímos en este domingo, son complementarias con aquellas otras que nos exhortan a ser perfectos como el Padre Celestial es perfecto.

Perfectos, pero también en lo que Dios tiene de Uno y Trino. Donde la unicidad y la sociedad no se chocan, no se anulan, ni se contradicen.

Hay quienes creen que la exclusividad los pone a salvo, por lo que tiene de no común.
Hay quienes entienden que cualquier singularidad los pone obligatoriamente en el terreno de la soberbia.
Como hay quienes entienden que disolviéndose sin contornos en el torrente de los hombres, cumplen con el mandato del amor al prójimo, por la mera disolución, siquiera por el gesto de querer disolverse.


La santidad y la Ecclesia. Allí está la entera cuestión humana. En aquello que la santidad tiene no solamente de gracia sino de singularidad; y en aquello que la Ecclesia tiene no solamente de gracia sino también de ley.

Son opuestas, pero no son contradictorias. Y porque son opuestas nos dejan esa sensación angustiosa de tensión (que, en tanto angustiosa, nos parece mala), porque los hombres no sabemos resolver contrarios y estamos más cómodos entre realidades que se anulen unas a otras.

Así las cosas, es, en cierto sentido, mínima la dificultad de si el musulmán se salva siendo musulmán, o si el de izquierda queda afuera, mientras entran los de derecha, o si los solidarios que van a los barrios pobres son los buenos y las carmelitas descalzan se van al infierno por egoístas.

Creo que si Jesús habla de tales cosas en estos pasajes, es per accidens (como dicen los filósofos).

Me parece que detenerse allí, como si fuera lo central, es invertir simétricamente aquello que supuestamente se pretende amonestar.

A la pregunta acerca de si son pocos los que se salvan no se contesta haciendo la lista de cuántos son los que se salvan. Tironear de la lista para alargarla o para acotarla es algo típicamente humano

Según se ve, a esa pregunta más bien se contesta diciendo qué es salvarse y qué hay que hacer para salvarse.

Y después, al fin, los que queden adentro, quedan adentro. Mientras que para los que queden afuera, habrá llanto y rechinar de dientes.

Con todo, y muy importante, lo que definitivamente es cierto es que cada uno, adentro o afuera, será llamado por su nombre. Quién es cada quien en realidad.

Es decir, por lo que es, y por lo que estaba llamado a ser.

Esa cosa tan difícil de saber, tan costosa, para nosotros en este mundo.

Y entonces, como dice San Juan de la Cruz, cada uno será examinado en el Amor.

Es decir, se verá cuán Uno y cuán Trino ha llegado a ser cada cual.

sábado, 21 de agosto de 2004

Tengo una tara con la poesía.

Con la poesía lírica. Que no es la única.

La preceptiva añeja las separa por "actitud" e intención del que compone. Qué quiere decir y cómo quiere presentar el mundo el compositor, es lo que califica la poiesis, la composición.

Poesía es toda composición (y hasta toda obra, desde que poieo, en griego es hacer, componer). Hay poesía narrativa, dramática y lírica. Y a mí me gusta más que cualquiera la lírica.

Pero dejemos los tratados y las disquisiciones preceptivas, por ahora. Quizá habrá tiempo para bucear allí, porque hay cosas de veras importantes en esas distinciones.

Creo, finalmente, que eso que llamamos lírica (por la lira con la que se acompañaba este modo de decir, propio de esta actitud e intención al componer), o poesía a secas, esto que llamamos vulgarmente versos, encierra -de un modo como no se puede de otro modo- el alma misma, el espíritu.

La poesía lírica es la vida del espíritu, afinada en su encarnación material hasta donde se puede en este cielo sublunar.

Es la mínima expresión de materia sonora que puede usarse para expresar una sintaxis completa del espíritu. Y una sintaxis lo más completa posible de lo invisible. Es la expresión menos compleja posible para expresar lo más simple.

La música es lo más parecido a la poesía en materia de obras humanas de expresión.

Y no al revés, como suelen decir algunos, creyendo que el instrumento de la voz humana es inferior al que produce los sonidos que oímos en la música.

A la música, en todo caso, le falta hablar para llegar a la cumbre.

Porque si de expresar se trata, al final de toda búsqueda de sentido, hay una palabra. Una "palabra".

Y una Palabra.

La del hombre es, en si misma considerada -es decir, más allá del uso que se le dé- el signo más propio de eso que llamamos sentido, significado.Y es el signo más propio del propio hombre y de su accción de entender.

Y es el signo más consecuente con el propio acto de expresar. Es decir, el signo más consecuente con el acto de dar a luz la luz. De liberar la luz que está presa, prendida, en las cosas que se nombran.

Las cosas vienen de alguna palabra (y de alguna Palabra) y el poeta lo revela en palabras.

No discuto que todo compositor que modela realidad en palabras, sea un altísimo representante de estos liberadores de luz.

Lo que digo es que, a mi gusto, ése que llamamos el poeta (no simplemente cualquier escritor de cualquier otro género) es el compositor por antonomasia. Es el significador epónimo.

Y digo (en tren de arbitrariedades, porque a esta altura ya habrá más de uno que me tenga por un arbitrario) que hasta que un hombre no ha compuesto poesía lírica no ha obtenido su magister en humanidad, ni en arte. Y no estoy hablando del que puede medir versos (porque eso lo puedo hacer yo también).

Todos los que llamamos escritores (y aun todos los que llamamos artistas), al fin de cuentas, lo que van buscando es esa luz. Y cada género de arte es un modo de modelar esa luz, una aproximación.

Pero el poeta lírico, digo, es el que más se aproxima de todos.

No es poeta el que puede hablar con música. Es poeta el que puede hablar con luz.

Y si el poeta puede ponerle música a la luz, darle alguna melodía o ritmo a la luz que modela, es de puro magnificente y espléndido. Pero también porque hay música en todas las cosas, como decía el filósofo antiquísmo.

viernes, 20 de agosto de 2004

A ver: mitad justicia y mitad desafío.

Algún atento lector tendría que decirme qué es esto y de dónde procede.
ver

A Rusita

Orientala cuquetona
Amante y bela Rusita
Luminaria de mis ocos,
Florecita sensa espina,
Delicata marriposa,
Yema de confituría,
Mi grande amor, me ilusione,
Mi esperransa, é mi vida,
Per no poder agüentar
La fugata, é la cusquilla
Que sento dentro del corpo
Cuando te vedo Rusita,
Me su agarrato la pluma,
Dopo la meto in la tinta
E cume in escribidore
Mi fato cuesta cartita
Perqué la estampe il "Fogone"
Come cregolla misiva...
Má perqué yo te la escribo?
Perché te escribo Rusita?
Perqué se meté á pueta
In mozo de purpería...?

Te la escribo per decirte,
Anquelito de mi vida,
Que te adoro grandemente
Sensa amor con picardía.
Que te quiero cume novia
Per andá á la sacristía.
Cum padrino, cun carruaque,
Guante yanco é coronita;
Que te quiero per casarme.

E dopo ser muquer mía.
Cun que Rusita, mirate
Tuto cuanto te desiva
Y si te gusta el pichone
Espero que me lo diga
Cuando yo cun la acordione,
En la nota de alegría,
Te dague ina serenata.
Que será de "forza prima".

Este asunto de la "mezcla", me hace acordar de que tengo pendiente la cuestión de Simone Weil acerca de la vida intelectual, la militancia política y la pertenencia a la Iglesia Católica.

Esas cartas al P. Perrin y otros textos, en especial de sus últimos tiempos, me están haciendo bastante ruido en la cabeza.

Exactamente: tienen toda la razón del mundo los que dicen que si uno no sabe qué decir, mejor no diga nada.

Pero que está pendiente, está pendiente.

Y que algo hay que decir, algo hay que decir...
Hernán me apunta que, al parecer, Gobello citó en apócope aquella maravilla de letra del punga Cepeda.

Acá se ve que el original es mejor todavía. Justicia al mérito, entonces.
Cultura y Religión. Política y Cultura. Política y Religión.

Si uno quiere meterse en un lío fenomenal, mejor que empiece a mezclar y a combinar las tres cosas, en los pares que mejor le parezca. O en un trío, sin más.

La jerarquía, el orden, la posibilidad de combinación entre las tres cosas, siempre son un problema inmenso.

Y si hay alguna posibilidad de que conceptualmente se dirima la cuestión, existencialmente, vitalmente, siempre es dolorosa la disección.

"No se mezclan, porque son cosas distintas y no hay que mezclarlas. Y listo", despacha el asunto uno cualquiera de los amigos de Job.

No sea pavo, hombre. No solamente se mezclan, sino que, peor todavía: parece que no puede separarse una cosa de la otra, sin daño para cualquiera de las tres. Ninguna de las tres, según parece, puede andar sola sobre la faz de este mundo, por distintas que resulten o sean.

Después -mejor antes- hay que ocuparse de las definiciones. Tener por bien establecido qué es cada cosa. Hay que soportar una deseablemente breve etapa de clichés y de definiciones de apuro para salir del paso. Pero, sin ilusiones de que esas definiciones de solapa de libro alcancen para nada...

Hubo en Tucumán un fraile dominico, Mario José Petit de Murat. Murió hace poco más de 30 años. Tuvo un largo magisterio oral. En las tres materias, pero especialmente en cuestiones de Cultura y Religión.

Un día, quiso "retirarse".

En un tiempo pensé que enseñando Filosofía del Arte atraía hacia los caminos del Señor; lo consideré un medio para preparar la conversión de las almas. La verdad es que el salto nunca llega. Se modifica alguna mala costumbre; se cambia alguna idea errónea, pero nada más. La completa entrega nunca llega. ¿Quién renació de verdad en esos caminos? (...) Mi sacerdocio ha sido profundamente ofendido. (...) Mientras alaban al hombre, hieren al sacerdote. Se tolera que lo sea, porque, al final de cuentas, enseña bien Historia del Arte. Cuando quiero pronunciar la Pasión y Resurrección de mi Señor, se me tapa la boca y los oídos se cierran: cuando enseño arte humano se me aplaude.
¡Ah, muerte y noche desolada! ¿Quién me iba a decir que me aguardaba tal esterilidad? ¡Ah, la desnudez del sacrificio levantado en medio de un pueblo ausente! (...) ¡Desdichado de mí: años estériles y resecos! Nada, Señor, ninguna cosecha para tus cielos. La gente que me recuerda, recuerda mi nombre, mi acción, mas no a Tí.
Y se fue a un pueblito. Así degustó las mismas cosas que había enseñado de otro modo. Y con esta experiencia puso otra vez en cuestión la "mezcla".

Fue un acierto venir a Timbó: con razón todo lo que me rodeaba no pronunciaba otra cosa: lo único que cabía era el destierro voluntario. Todo, sin excepción, me lesionaba como hombre, como religioso, como sacerdote. Digo destierro voluntario pero se ha dado la paradoja de siempre: el destierro ha resultado un casi solemne retorno al universo de Dios y a las almas. Como al convaleciente de una grave enfermedad se me dan todas las cosas de nuevo: las estrellas tienen el tamaño que tenían en mi infancia; los follajes se elevan anhelantes y translúcidos como cuando los descubrí en mi adolescencia, y los ritmos que se multiplican y juegan en las cosas, las ramas, las nubes, las patas de los caballos, cantan la gloria de Aquel que los hizo. Todo viene a mí denso y jugoso: los patéticos telones de los crepúsculos de Tucumán "ignorados" que parecen prontos para correrse y darnos una nueva epifanía del Cristo.
Otro dominico, cuando murió el P. Petit, lo despidió con un elogio a su tarea. ¿Qué estaba celebrando? ¿Su "tarea cultural"? ¿Su "testimonio espiritual"? ¿El "valor político" de su magisterio? ¿Religión, cultura, política?

Yo creo que el Padre sabía que él debía dejar algo.
Acaso muchos crean que muchas de sus obras han fracasado, o se han frustrado.
Pero hay una cosa más profunda en los hombres de Dios, que Tucumán todavía no conoce: pero yo se lo voy a enseñar.
Y es que hay hombres, hombres de Dios, que desean por lo que nosotros no deseamos, que quieren por lo que nosotros no queremos, que aman por nuestra falta de amor; que cumplen con una misión frente a nuestra sequedad. Para no morirnos de sed, ellos piden el agua, y claman, y la tienen en sus propios labios.
Y entonces un día, lo que ellos han deseado se cumplirá. No se cumplirá en sus vidas, porque ellos se han despojado hasta de los éxitos inmediatos, de sus deseos, o del cumplimiento de las cosas de su corazón. Los han entregado al aire de Dios; es otra cosa.
Pero un día se podrá cumplir; se verán obras; lo que hoy parece frustrado, surgirá, porque han deseado en el seno de un inmenso despojamiento.
Así son los hombres de Dios; éstos juzgan al mundo.

jueves, 19 de agosto de 2004

Me entero por José Gobello, en uno de sus tantos trabajos sobre el lunfardo, que varios ladrones tenían mano para los versos.

El descuidista Andrés Cepeda (muerto de mala muerte en 1910) escribía cosas como éstas, que cantó Carlos Gardel:

Tiene muy lindo color
la mariposa liviana.
Tiene encantos la mañana.
Perfume tien la flor.
Tienen mucha melodía
los campesinos cantares.
Lágrimas tienen los mares
después de los aquilones.
Todos tienen ilusiones.
Sólo yo tengo pesares

El punguista Alberto Arana, Garbino (muerto de tuberculosis pulmonar en 1929), poetizaba, a su vez:

Tus labios, tus labios rojos,
roja herida, roja flor,
en las aulas del amor
hablan por los siete sabios.
Hay en ello los resabios
de los sensualismos moros,
labios que guardan los coros
de las ansias y del ruego:
¡dadme los puntos de fuego
de tus ósculos sonoros!

miércoles, 18 de agosto de 2004

¿Cumplen años los poemas?
Sí, por supuesto.

Éste, por ejemplo, en estos días alcanzó la mayoría de edad.

Feliz cumpleaños.

ver

Mientras se trate solamente de eso

Mientras se trate solamente de eso:
de un súbito reemplazo, o de una ortiga
tomada sin querer; mientras se trate
de que nunca te sientas pasajera
ni del árbol mudable, ni del trébol
efímero y enfermo de momento.
Mientras se trate solamente de eso:
de que el pájaro vuele hasta el trigal
para volver, después, de nuevo al trino:
de nuevo engalanado con espigas
y vestido de siempre en la garganta
del canto, y siempre el canto. Si se trata
de que salgas del cielo, de que llores
en otro manantial, de que aparezcas
como otra fuente, como un mar sereno,
distinto y tempestuoso; o que rugiente
azotes la gaviota, busques playas
sedientas o que vayas y demores
las naves en tu seno. Mientras seas
apenas un naufragio de las hojas
amarillas o verdes de las hayas;
o del roble semilla o la corteza
de algún añoso pino o del abeto
la flexible y graciosa arboladura.
Mientras se trate solamente de eso:
de que seas distancia entre los mundos
que giran silenciosos en mi torno,
si es que tienes el tiempo necesario.
Si se trata tan sólo de la tierra;
de las angostas lomas y llanuras
que deben descansar para la siembra,
o si es acaso que la siembra misma
te requiere y te instala como el fruto,
con el viento de amigo y en lo alto.
Mientras se trate solamente de eso:
no te apure volver, que no haces falta.
Pues yo sé cómo vuela la gaviota;
y cómo es ancho el mar y lo que tardan
las encinas, las hayas y los robles,
el abeto y el pino en dar altura.
Yo conozco que el ave cuando trina
tiene detrás el tiempo y adelante
toda la eternidad para dar notas.
Y también sé que el trébol no prospera
pero en cambio se acrece y se agiganta
de tanto y tanto verde y repetido.
Pero, escucha, procura que se trate,
mientras espero, solamente de eso.
Que si vas a morir, no te autorizo.

martes, 17 de agosto de 2004

"(...) Compatriotas: yo os dejo con el profundo sentimiento que causa la perspectiva de vuestras desgracias: vosotros me habeis acriminado aun de no haber contribuido á aumentarlas, porque este habria sido el resultado, si yo hubiese tomado una parte activa en la guerra contra los federalistas: mi ejército era el único que conservaba su moral, y lo exponía á perderla, habriendo una campaña, en que el ejemplo de la licencia armase mis tropas contra el órden. En tal caso, era preciso renunciar la empresa de libertar el Perú, y suponiendo que la suerte de las armas me hubiese sido faborable en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos. No, el general San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas, y solo desenvainará la espada contra los enemigos de la independencia de Sud-América.

En fin, á nombre de vuestros propios intereses, os ruego que aprendais á distinguir los que trabajan por vuestra salud, de los que meditan vuestra ruina: no os expongais á que los hombres de bien os abandonen al consejo de los ambiciosos: la firmeza de las almas virtuosas no llega hasta el extremo de sufrir, que los malvados sean puestos á nivél con ellas: y ¡desgraciado el pueblo donde se forma impunemente tan escandaloso paralelo!!! (...)"

(Cuartel general en Valparayso, Julio 22 de 1820 - José de San Martín)


" (...) Es preciso convenir que hay una cosa que trabaja los nuevos estados de América y sobre todo el nuestro, que les impide gozar de los bienes anexo a la tranquilidad y orden. Unos lo atribuyen a que las instituciones no se hallan en armonía ni con la educación que hemos recibido ni con el atraso en que nos hallamos, algunos a la desmoralización consecutiva a una revolución que todo lo ha transformado; no falta quien dé por causa el espíritu belicoso que imprime a una nación una guerra dilatada, pero en mi pobre opinión lo que prolonga esta serie de revoluciones es la falta de garantía que tienen los nuevos gobiernos.

El foco de todas las demostraciones ha sido Buenos Aires, allí se halla la cuna de la anarquía de los hombres inquietos y viciosos, de los que viven de trastornos porque no teniendo nada que perder todo lo esperan ganar con el desorden".

(Carta de José de San Martín a Tomás Guido, París, 1832)

lunes, 16 de agosto de 2004

Me acicatea un lector. Y veo que no puede quedar así como así aquello de Mitre sobre que:

"Mejor es reconciliar los antagonismos por el amor y por la necesidad de vivir juntos y unidos, que hacer fermentar los odios..."
con lo que amonestaba a José Hernández por el Martín Fierro, en 1879.

Y cómo no: Juntos y unidos, reconciliar antagonismos por el amor...

El problema es que Mitre nunca hizo otra cosa sino lo contrario de lo que dice: las matanzas de caudillos, la cruel "guerra de policía" contra el gauchaje, la intervención en la Banda Oriental, la infame Guerra del Paraguay. Solo, con sus partidarios o usando de las traiciones y venalidades de otros, como las del propio Justo de Urquiza.

Convengamos en que Hernández no era un gran político, y, hasta donde conocemos su obra literaria y periodística, nada en ella tiene siquiera parecido con la calidad del Martín Fierro, especialmente en la Primera Parte, la de 1872.

Fue escrita en pleno triunfo del mitrismo, tras diez años terribles después de la batalla de Pavón, donde Buenos Aires y el porteñismo se alzan con el poder que buscaban. Y allí sale a la luz el poema como un fuerte alegato.

Y como respuesta literaria de lo que queda de los federales a las acciones de los unitarios y liberales, encabezados por el mismo Mitre y con Sarmiento como ariete (aunque, a juzgar por sus artículos y escritos de los dos últimos dos años de su vida, a partir de 1886, Sarmiento no se ufanaba, antes bien se lamentaba, del triunfo liberal).


"Mejor que entenderse con el animal de Peñaloza es voltearlo, aunque cueste un poco más. Aprovechemos la oportunidad de los caudillos que quieren suicidarse, para ayudarlos a bien morir..." (Carta de Bartolomé Mitre a Marcos Paz, el 10 de enero de 1862)
"He aplaudido la medida (del asesinato de Peñaloza), precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro, y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían inquietado en seis meses". (Carta de Domingo F. Sarmiento a Bartomolé Mitre, del 18 de noviembre de 1863)
"El candidato es el Partido Liberal... Eliminando candidaturas del calibre de la de Urquiza, es como yo entiendo que puede y debe hacerse una elección libre". (Bartolomé Mitre en su Carta de Tuyú Cué, del 28 de noviembre de 1867)
"Necesito ir a las provincias, usted sabe mi doctrina. Los candidatos están hechos de antemano... No trate de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de humano..." (Carta de Sarmiento a Mitre, del 20 de septiembre de 1861)

Todo un programa de reconciliación y unidad.

En realidad, muy buena parte de todo esto pendía de la prédica de Juan Bautista Alberdi.


"Necesitamos cambiar nuestras gentes incapaces de libertad por otras gentes más hábiles para ella. Con tres millones de indígenas, cristianos y católicos, no realizaréis la República, ciertamente. No la realizaréis tampoco con cuatro millones de Españoles peninsulares, porque el Español puro es incapaz de realizarla, allá o acá. Si hemos de componer nuestra población para nuestro sistema de gobierno, si ha de sernos posible hacer la población para el sistema proclamado que el sistema para la población, es necesario fomentar en nuestro suelo la población anglosajona. Ella está identificada al vapor, al comercio y a la libertad, y nos será imposible radicar estas cosas entre nosotros sin la cooperación activa de esta raza de progreso y civilización. Esta necesidad es anterior a todas y base de todas. La América del Sud posee un ejército a este fin, y es el encanto que sus hermosas y amables mujeres recibieron del cielo andaluz, mejorado por el cielo espléndido del Nuevo Mundo. Removed los impedimentos inmorales que hacen estéril el poder del bello americano, y tendréis realizado el cambio de nuestra raza. Crucemos con ella (con la raza anglosajona) nuestro pueblo oriental y poético de origen: le daremos la aptitud del progreso y de la libertad práctica". (Las Bases, capítulo XXX)

Lo cierto es que Hernández, a partir del segundo Martín Fierro, el de 1879, se echa atrás, algunos dicen que porque entró a la masonería. Se reconcilia con Sarmiento -quien le ofrece algunos cargos- y con Mitre, a quienes prodiga elogios. Hay quienes creen que la acción constante del poder del mitrismo, y después de Julio Argentino Roca, fue la causa que minó las resistencias.
Otros, en cambio, tal vez más atentos a los escritos del propio Hernández, sostienen que los federales se cansaron de pelear.

Martín Fierro quedó, sin embargo.

Tal y como se lo lee. De lo demás, pocos o casi nadie se acuerda. Aunque en estas cuestiones no andemos hoy muy distinto a lo que entonces, bien que más decadentes.

Pero, en materia de signos (aunque todavía gobiernan Mitre, Sarmiento, Roca y Alberdi), y con todo y eso, yo no sé, pero no debería de causarles gracia a los liberales que, por ejemplo, a cada rubio anglosajón de visita por el país se le regale un ejemplar del poema, como recuerdo de lo que es la Argentina.

domingo, 15 de agosto de 2004

"Más tarde vi nuevamente a los Apóstoles y a los discípulos en oración, en torno al lecho. El rostro de María estaba despejado y sonriente, como en los tiempos de su juventud. Sus ojos, llenos de una alegría santa, estaban vueltos hacia el cielo. Vi entonces un cuadro maravillosamente conmovedor.
El techo de la celda de María había desaparecido; la lámpara se hallaba suspendida en el aire; a través del cielo abierto vi el interior de la Jerusalén celeste. De aquel cielo bajaron como dos nubes brillantes en las que se veían innumerables caras de ángeles, entre las cuales, una ruta luminosa se dirigía hacia la Santísima Virgen. Vi subir desde María hasta la Jerusalén celeste algo como una montaña de luz. La Virgen tendió los brazos hacia aquel lado con un deseo infinito, y su cuerpo alzado en el aire y suspendido encima de su lecho de modo que podía verse debajo. Vi a su alma bajo la forma de una pequeña figura luminosa, infinitamente pura, saliendo de su cuerpo con los brazos tendidos y alzándose sobre aquella ruta de luz que subía hasta el cielo. Los dos coros de ángeles que estaban en las nubes se reunieron debajo de su alma y la separaron del cuerpo, el cual, en el momento de esta separación, volvió a caer sobre la cama, con los brazos cruzados sobre el pecho. Mi mirada, que seguía el alma de María, la vio entrar en la Jerusalén celestial, y llegar hasta el trono de la Santísima Trinidad. Vi a un gran número de almas, entre las cuales reconocí a varios patriarcas, como también a Joaquín, Ana, José, Isabel, Zacarías y Juan Bautista, quienes vinieron a su encuentro con una alegría respetuosa. María voló a través de todos ellos hasta llegar al trono de Dios y de su Hijo, quien, haciendo resplandecer, por encima de todo, la luz que brotaba de sus heridas, la recibió con un divino amor, le presentó algo así como un cetro y le mostró la tierra a sus pies, como si le confiara un poder particular. La vi entrar en esta forma en la gloria, y olvidé todo lo que se mostraba a su alrededor sobre la tierra. Algunos de los Apóstoles, sobre todo Juan y Pedro, debieron de ver todo esto, pues tenían sus ojos fijos en el cielo. Los demás estaban, en su mayor parte, posternados. Todo era luz y esplendor, como en el momento de la Ascensión de Jesucristo.
Vi, cosa que me alegró mucho, a un gran número de almas liberadas del purgatorio, seguir al alma de María cuando entró en el cielo. Hoy también, en el día de la conmemoración que celebra la Iglesia, vi entrar al cielo a muchas de esas pobres almas, entre ellas a varias que conocía. Recibí la seguridad consoladora de que todos los años, en el día del aniversario de la muerte de María, muchas almas de quienes le han rendido un culto particular, participan de los efectos de esta gracia.
Cuando miré de nuevo hacia la tierra vi resplandecer al cuerpo de la Santísima Virgen. Reposaba sobre su lecho con el rostro radiante, cerrados los ojos, y los brazos cruzados sobre el pecho. Los Apóstoles, las santas mujeres y los discípulos, arrodillados en torno suyo, oraban. Mientras yo miraba todo aquello, había en la naturaleza un concierto armonioso y reinaba una emoción, semejante a la que ya había percibido, en la noche de la Natividad. Supe que la hora de la muerte había sido la hora novena, como la del Salvador."


Ana Catalina Emmerich

jueves, 12 de agosto de 2004

Me acordé, a propósito de cuestiones políticas y de manoseos populares, de algunas otras cosas que, me parece, tienen raíces semejantes.

Y me encontré con dos textos, entre otros varios. Son de Leonardo Castellani, y de dos trabajos distintos: De Kierkegord a Tomás de Aquino, lo primero, y de El Evangelio de Jesucristo, lo segundo.

Creo que atinadamente, hace tiempo un amigo había juntado estos dos lugares, para referirlos a la despersonalización del hombre en nuestros días.

Claro que esto nos abre otros caminos. Y nos obliga a considerar lo político de otra muy distinta manera (casi al modo del propio Castellani).

¿Y por qué no? ¿Sería muy desacertado hablar de política y de amor al prójimo, al mismo tiempo? ¿O de política y de santidad? ¿Sí? ¿De veras? ¿Por?

El primer texto:

"¿Por qué "el pueblo" se convirtió en masa? Simplemente porque fueron destruidos los cauces. ¿Cuáles eran los cauces? Eran las instituciones, incluyendo a la misma natural e indestructible institución de la familia; en la cuales los hombres se ordenaban en función de sus diferencias. ¿Cómo se destruyeron? En nombre de la Igualdad".

Y el segundo:

"La santidad de la Iglesia es como una lejía: es una cosa dinámica y no estática: es un devenir, una lucha, una ascensión interminable. Aparentemente interminable, pero que termina. "He aquí que haré nuevos cielos y nueva tierra", dice Dios. Terminará la lucha un día. "Volveos Excepcionales lo mismo que vuestro Padre, el cual es ciudadano del cielo; vosotros no lo sois todavía. No seáis Masa, volveos Singulares, Diferentes, Individuos". En suma, "llegad a ser lo que sois, volveos Persona y no os resignéis a ser siempre Rebaño".

-¿Quién dijo eso?
-Jesucristo.
-Usted tergiversa. Jesucristo ¿no dijo por ventura: "Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto?"
-Sí. Así traduce la Vulgata.

Pero yo le aseguro categóricamente que estotra traducción no es infiel; y para nosotros los condenados a ser pisoteados por la bestialidad de la Masa, quizá sea mejor estotra de Jerónimo del Rey que la del mismísimo San Jerónimo. ¿Qué significa teleiois en griego? Vea cualquier diccionario: una cosa dinámica y no estática. Por tanto, haceos excepcionales, como vuestro Padre que está en los cielos es Único. Haced un esfuerzo para llegar a ser lo que sois, es decir Individuos; es decir, Únicos, es decir, Perfectos, es decir, Santos."

miércoles, 11 de agosto de 2004

"... Creo que Ud. ha abusado un poco del naturalismo, y que ha exagerado el colorido local, en los versos sin medida de que ha sembrado intencionalmente sus páginas, así como con ciertos barbarismos que no eran indispensables para poner el libro al alcance de todo el mundo levantando la inteligencia vulgar al nivel del lenguaje en que se expresan las ideas y los sentimientos comunes del hombre.
No estoy del todo conforme con su filosofía social, que deja en el fondo del alma una precipitada amargura sin el correctivo de la solidaridad social. Mejor es reconciliar los antagonismos por el amor y la necesidad de vivir juntos y unidos, que hacer fomentar los odios..."



Esto le escribió Bartolomé Mitre a José Hernández el 14 de abril de 1879, en ocasión de la aparición de la segunda parte del Martín Fierro.

(Me sorprende qué pocas comas usa Mitre...)

Ahora bien, si no le gustaba, no le gustaba. Pero si no entendía o no quería entender lo que dice la obra (obra mayor que Hernández, y no digo nada novedoso), eso ya es otra cosa.

Es cierto que Hernández y Mitre no se podían ver. Pero dejemos de lado las rencillas personales y hasta la omnipresente ideología.

En cualquier caso, me parece que el juicio prueba que no es necesario ser un ilustrado revolucionario de izquierda para ejercer el paternalismo popular. Aunque esta vez con el sesgo de que el zorro debe ser libre en el gallinero libre, como emblema liberal de la 'unión y libertad' de los hombres.

El párrafo, además, tal vez sirva de prueba incidental de que la miopía es un mal que suele atacar a las estatuas de bronce.
El amor al prójimo (III)

Estaba releyendo un opúsculo de Simone Weil, Reflexiones sobre el buen uso de los estudios esolares para el amor de Dios, para un curso.

Empieza con un párrafo seco y preciso, como es su estilo:

La clave de la comprensión cristiana de los estudios, es que la esencia de la plegaria es la atención. Es la orientación hacia Dios de toda la atención de que es capaz el alma. De la calidad de la atención depende en gran parte la calidad de la plegaria. La efusividad del corazón no puede suplirla.
Más adelante, y como al pasar (o no tanto), trae algunas líneas referidas al amor al prójimo.

ver

No sólo el amor a Dios tiene por sustancia la atención. El amor al prójimo, amor que, como sabemos, es el mismo amor, está hecho de la misma sustancia. Los desgraciados no necesitan otra cosa en este mundo que hombres capaces de prestarles atención. La capacidad de prestar atención a un desgraciado es algo muy raro, muy difícil, casi un milagro. Casi todos los que creen tener esta capacidad no la tienen. El ardor, el impulso del corazón, la piedad, no bastan.

En la primera leyenda del Graal se dice que el Graal, piedra milagrosa que por virtud de la hostia consagrada sacia toda hambre, pertenece al primero que diga al guardián de la piedra, un rey casi paralítico por una dolorosa herida: "¿cuál es tu tormento?"

La plenitud del amor al prójimo es sencillamente ser capaz de preguntarle: "¿cuál es tu tormento?" Es saber que el desgraciado existe, no como una unidad en una colección, como un ejemplar de la categoría social rotulada "desgraciados", sino en tanto hombre, exactamente análogo a nosotros, que un día fue herido con la marca inimitable de la desgracia. Para ello es suficiente, pero indispensable, saber dirigirle cierta mirada.

Esta mirada es ante todo una mirada atenta, en que el alma se vacía de todo contenido propio para recibir en sí misma al ser que mira tal cual es, en toda su verdad. Sólo es capaz de ello quien es capaz de atención.


Lo destacado en el último párrafo está en relación con otra cuestión capital en Simone Weil, como es su visión respecto de la Iglesia Católica y la vida intelectual. De esto, especialmente en sus últimos tiempos, habló mucho.

Ya se ha dicho no poco al respecto. De modo que algo más se podrá decir. El asunto es delicado, espinoso y está lleno de filigranas. Y, si no me equivoco, está en relación directa con la cuestión del amor al projimo. Y no sólo con la vida de la Iglesia y la vida del espíritu, tal como las veía y vivía Weil.

Algo más se podrá decir, insisto. Pero no será esta vez.

martes, 10 de agosto de 2004

Hagámosle un poco de justicia a España, al fin de cuentas.
Estoy oyendo flamenco y canciones gitanas.
Populares, claro. Ni el autor conozco(*) (si alguno sabe quién las compuso, mi disco no lo dice...)

Esta la canta Carmen Flores.

ver

La Rosa y el Viento

En la Alhambra había una rosa
más bonita que ninguna:
la blancura de las fuentes
envidiaba su blancura.

De noche, cuando la Alhambra
se iba vistiendo de luna,
bajaba el viento a Granada
en busca de su hermosura.

La rosa se distraía
oyendo los surtidores,
mientras el viento gemía
de amor en los miradores.

Ay, mi rosa de la Alhambra,
rosa de la morería,
haré lo que tú me mandes
con tal de que seas mía.
Manda repicar campanas
y yo las repicaré,
manda que se seque el barro
y no volverá a correr:
Pero, por amor de Dios,
Pero, por amor de Dios,
no mandes que no te quiera
porque eso no puedo yo.

Pasó la reina una tarde
a la vera de la rosa.
Si la rosa era de nieve
la reina era más hermosa.

Y cortándola del tallo
con mano de terciopelo
en un arfilé de plata
se la prendió sobre el pelo.

Y por la noche, en la Alhambra,
mientras la rosa moría,
llorando en los arrayanes
el viento triste decía:

Ay, mi rosa de la Alhambra,
rosa de la morería,
haré lo que tú me mandes
con tal de que seas mía.
Manda repicar campanas
y yo las repicaré,
manda que se seque el barro
y no volverá a correr:
Pero, por amor de Dios,
Pero, por amor de Dios,
no mandes que no te quiera
porque eso no puedo yo.

Y esta otra, una deliciosa rencilla de amantes, una cómica y pequeña teatralización que cantan, alternados, Juanito Valderrama y Dolores Abril, personificando a dos sujetos comunes.

ver

Pelea en Broma
mujer:
Para cuidar esta rosa
tú eres poco jardinero.
Para cuidar esta rosa
tu cariño no lo quiero,
eres muy poquilla cosa:
sólo se te ve sombrero

hombre:
...........jardinero...
Si yo soy poquita cosa
para ser tu jardinero...
Ay, quién parece una rosa
siendo un cardo borriquero
(...apuntate esa, preciosa,)

mujer:
(Ahora verás si no río
lo vo' a dejá sin una pluma...)

hombre:
vamo a ver....

mujer:
No crece por mi jardín
esa planta que has nombrao,
que no crece por mi jardín.
Eso que tú me has llamao
te sienta mejor a tí
que eres un chumbo pelao

(anda, ahí, para que se meta con la' mujere...)

hombre:
No es hombre ni bien nacío
er que ofende a una mujé.
No es hombre ni bien nacío
si no le da su querer
y luego la tira al río
con una piedra en los pié...

mujer:
Si no pueden trabajar
a los borricos los venden
y nosotra' ar marío
lo tenemo' que aguantar
aunque esté ya chuchurrío

hombre:
Ay ahora, ay ahora...:

Ni pegarle a la mujer,
ni que sea mala

mujer:
¿............el qué?

hombre:
no reñirle ni pegarle:

mujer:
..........claro que no...

hombre:
cogerla por el pescuezo

mujer:
Ay, ay...

hombre:
con mucha fuerza apretarle
cerquita der mundo un güeso

mujer:
Un güeso, ¿no?, un güeso...

hombre:
...Un güeso inrroíble...

mujer:
...pero hacemo' un buen cardo...

mujer:
Yo sé bien que no lo sientes
lo que acabas de decir.

Yo sé bien que no lo sientes...

hombre:
Cómo lo voy a sentir
si vivo para quererte...

mujer:
Olé, eso 'ta mejó, olé, olé...

hombre:
...desde que te conocí.

Populares, digamos.

Es poesía sencilla, simple. Historias de amor.
Historias comunes, transformadas en símbolos, comprensibles para 'la inmensa mayoría'...

(Me tengo que tapar la boca para que no se me escapen las ironías... ¿Qué falta hace? Mejor dejo acá.)

(*) Corresponde un homenaje a Josu y a Juan: Rafael de León es el autor de La Rosa y el Viento. De la otra, todavía no tengo noticia.
Nada que agregar, salvo que -en tren de homenajes- aquello de:

"Pero allá en la madrugada
te despertarás llorando
por el que no es tu marío
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querío:
con eso tengo bastante..."

me suena y me resuena en la voz de Nati Mistral, desde hace unos 30
años...

Me voy a repetir, seguramente, pero ese desprecio a lo popular (por sutil y filantrópico que suene), esa 'redención' de lo popular, para que salga de lo informe y se vuelva revolucionario, es 'gorila', al fin y al cabo.

Y esas 'segundas intenciones' en todo acto de arte o de cultura, valen lo mismo que tomar rehenes inocentes.

Si la única justificación honesta para producir belleza es 'picanear' el dormido apetito revolucionario que reside en cualquier hombre -y especialmente en el 'pueblo'-, no nos queda más remedio que la 'sospecha'. Porque habría que pensar, a la inversa, que son los reaccionarios quienes producen belleza para adormecer el apetito revolucionario del 'pueblo'. Y más todavía: la belleza que no hace revolución, la retarda.

Es verdad que existe el arte y la cultura como armas. Como es verdad que hay 'torres de marfil'. ¿Y? Un hombre sin cabeza no es un hombre completo. Un hombre sin corazón, tampoco.

Si una cultura efectivamente pretende mantener fláccido al hombre a sobredosis de somníferos, ¿qué remedio es que una cultura pretenda mantenerlo conectado a 220 voltios?

No solamente el 'pueblo', sino todo hombre viene siendo maltratado por la cultura, desde hace siglos, y la cuenta de años puede llegar al Renacimiento o más atrás todavía.

No es cuestión de buena o mala intención. No en primer lugar.

Si no se puede gozar de un bien honesto, si hay que exigirle al gozo 'segundas intenciones' prácticas y útilitarias, hay una dimensión de la vida del espíritu amputada, malformada.

Todo en la vida hombre, todo acto de conocimiento, o de producción, en tanto es algo propio de lo humano, es un tránsito de lo visible a lo invisible.

Y no ver, no entender, no 'catar', qué es lo invisible detrás -o adentro- de lo visible, es alguna amputación, alguna malformación, alguna frustración.

Porque eso invisible detrás de lo visible, es verdaderamente perceptible para el espíritu.

En cualquier caso, que esto sea malintencionado, solamente agrava una cuestión que, de por sí, ya es triste.
Del prólogo que Gabriel Celaya escribe a su propia antología Poesía Directa.
ver

"...como toda etapa sólo en función de las que le precedieron adquiere su pleno sentido, diré sintéticamente que mis primeros pasos fueron los del surrealismo y que pasé después por una fase de prosaísmo existencial, como primer trámite para llegar a una poesía que, a una con otros compañeros de promoción, juzgué necesario escribir, en manifiesta reacción contra Juan ramón Jiménez, para 'la inmensa mayoría'. En principio, apear el lenguaje, reivindicar lo humano contra lo precioso y hablar de lo que todo el mundo habla en la calle, sin hacer ascos y sin ponerse de puntillas, parecía suficiente. Pero no lo fue. Aunque uno no lo quisiera seguía siendo un minoritario. Y la buena acogida de la crítica en nada remediaba esto.
En 1951, cómo prólogo a una selección de poemas (...) escribí entre otras cosas 'la Poesía no es un fin en sí misma. La Poesía es un instrumento entre otros para transformar el mundo'. Lo dije con pleno conocimiento, pero en aquella época aún no me daba cuenta de todo lo que esto implicaba, aunque era evidente..."
Y un fragmento más, todavía.
ver

"...El acceso a esa 'inmensa mayoría', sin la cual nuestra poesía no será nada, salvo bizantinismo, no puede lograrse con una revolución literaria. Los recursos técnicos, y en especial la posibilidad de hacer audibles y no sólo legibles, nuestros versos gracias a medios como el micro, el alta voz, la radio, etcétera, son sumamente importantes y están llamados a revolucionar una literatura que venimos concibiendo desde el Renacimiento bajo el signo de la imprenta, que es como decir de la lectura a solas. Pero hay algo aún más importante. Se trata del acceso a la Cultura de capaz sociales que hasta hace poco han vivido en estado de pura naturaleza, pero que ya empiezan a llamar sordamente pidiendo otra vida. Sólo en la medida en que el poeta sepa responder a esta demanda, logrará crear un público más vasto, y algo más que un público. Pero sería ilusorio confiar sólo en los recursos literarios. Para salvar la poesía, como para salvar cuanto somos, lo que hay que transformar es la sociedad. Y a esto debemos consagrarnos con todo y, por de pronto, si damos en poetas, con la poesía como arma cargada de futuro."

lunes, 9 de agosto de 2004

Releí en estos días a un poeta que me gusta y no me gusta del todo.

Y ambas cosas, tal vez, por algunos versos de estos versos.

ver
La poesía es una arma cargada de futuro

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades:

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.

Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
Que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: Poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: Lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.


Son del español Gabriel Celaya, y de la década del '50.

Alguna vez los oí cantados por Paco Ibáñez, en un disco grabado en vivo allá por la década del '70, cuando estaba de moda cantar poesía revolucionaria en el Olympia de París (pronúnciese Olimpiá, que queda mucho mejor...)

¿Se habrá enterado el 'pueblo' de estos esfuerzos de la cultura revolucionaria?
¿Traducirán algo tan 'popular', tan 'necesario' al 'pueblo'?
¿No será que hay que cambiar al 'pueblo' primero para que esta proclama lo proclame y en ella el 'pueblo' se sienta proclamado?
Pero, si primero hay que cambiar al 'pueblo' de tal manera que entienda y guste esta poesía escrita para el 'pueblo', ¿por qué hay que elegir necesariamente esta versión de 'pueblo'?

Por ahora solamente los copio. Pero estos versos -y el prólogo que el autor le escribe a su tomo Poesía Urgente- merecen algún comentario. Y no solamente preguntas (sí, sí... hasta yo me doy cuenta de que estas 'preguntas' bien pueden ser un comentario.)