lunes, 31 de octubre de 2011

Destierro

En la edición del 16 de septiembre de 1982, en el diario Clarín, Jorge Luis Borges publicó un breve artículo, Hoy:
Hasta el movimiento romántico, que se inció, tal es mi opinión, en Escocia, al promediar el siglo dieciocho y que se difundió después por el mundo, Virgilio era el poeta por excelencia. Para mí, en 1982, es casi el arquetipo. Voltaire pudo escribir que si Homero había hecho a Virgilio, Virgilio es lo que le había salido mejor. En la inconclusa Eneida se conjugan, según se sabe, la Odisea y la Ilíada. Es decir, la vasta respiración de la épica y el breve verso inolvidable. En la cuarta Geórgica leemos: "in tenui labor". Más allá del contexto y de su interpretación literal, esas tres palabras bien pueden ser una cifra del delicado Virgilio. Cada tenue línea ha sido labrada. Recuerdo ahora:
Adgnosco veteris vestigia fiammae.
Dante, cuyo nostálgico amor soñaría a Virgilio, la traduce famosamente:
Conosco i segni dell'antica fiamma. (1)
Virgilio es Roma y todos los occidentales, ahora, somos romanos en el destierro.

Me parece en más de un sentido conmovedor el homenaje y la proximidad de estas palabras con las que cité días pasados, salidas de la boca de Mark, el personaje de Chesterton en La Balada del Caballo Blanco.

Sin embargo.

Miro en esta hora la tarde serena, levemente ventosa, soleada, fresca. Una de esas tardes que diría uno justifican la creacción entera. Y me pregunto si los versos de Chesterton y el homenaje de Borges pueden ser entendidos hoy. No solamente se trata de cultura, de saber algo de la lengua de Roma, de las raíces de Europa y del mundo que nació con ella y que ella hizo nacer, ni tampoco de entender el tramado detrás de la Commedia dantesca y sus claves. No es erudición, no...

Esa Roma entera de Mark y esa Roma omnipresente de Borges, ¿acaso es todavía?

Tal vez el destierro del que habla Borges es ahora más vasto y el desarraigo ha llegado más hondo, sin que él pudiera sospechar siquiera de qué se trataba.

Y me viene a la mente súbitamente ahora un pasaje curioso de san Tomás de Aquino, que trae Castellani en El Apokalypsis de san Juan (Excursus E-G):

Santo Tomás en su COMM. AD THESS., II, después de preguntarse: "El Imperio Romano cayó y no se reveló el Anticristo...", responde tranquilamente: "El Imperio no ha desaparecido", y se remite al Sermón de Pascua de San Gregorio el Magno.

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(1) El texto de Dante en el Purgatorio (XXX, 40-66) dice:
Tosto che ne la vista mi percosse
l’alta virtù che già m’avea trafitto
prima ch’io fuor di püerizia fosse,
volsimi a la sinistra col respitto
col quale il fantolin corre a la mamma
quando ha paura o quando elli è afflitto,
per dicere a Virgilio: ‘Men che dramma
di sangue m’è rimaso che non tremi:
conosco i segni de l’antica fiamma’.
Ma Virgilio n’avea lasciati scemi
di sé, Virgilio dolcissimo patre,
Virgilio a cui per mia salute die’mi;
né quantunque perdeo l’antica matre,
valse a le guance nette di rugiada
che, lagrimando, non tornasser atre.
«Dante, perché Virgilio se ne vada,
non pianger anco, non piangere ancora;
ché pianger ti conven per altra spada».
Quasi ammiraglio che in poppa e in prora
viene a veder la gente che ministra
per li altri legni, e a ben far l’incora;
in su la sponda del carro sinistra,
quando mi volsi al suon del nome mio,
che di necessità qui si registra,
vidi la donna che pria m’appario
velata sotto l’angelica festa,
drizzar li occhi ver’ me di qua dal rio.
Por su parte, las palabras de Virgilio que cita Borges y que están detrás de la cita de Dante, son del libro IV de la Eneida (v.22) y las dice Dido, quien, enamorada de Eneas, le confiesa a su hermana que siente renacer las cenizas de las llamas antiguas del amor en ella, que había jurado fidelidad eterna a su difunto marido Siqueo.

sábado, 29 de octubre de 2011

Esquirlas


En el medio de este día,
en esta tierra,
nieva una lava dulce de jazmines
que el viento, como aroma,
va llevando entre surcos,
oscuros como miedos.

Ya están sobre la hierba nueva,
tibias de un sol de octubre,
estas esquirlas blancas,
pasajeras sin rumbo,
frágiles como heridas del tiempo,
leves como un dolor antiguo,
perfumando como olvidos.

La tarde pasa
como un arroyo manso,
como plácidas horas.

La siesta de mis manos,
florecidas,
pasa como la tarde.

Y en la mirada,
sordo y quieto,
el aire estalla jazmines
de este día.

lunes, 24 de octubre de 2011

Esta sangre




Esta sangre de octubre,
que es la flor de esta sangre y luce como un rayo,
sale de mí,
veloz y ágil,
como un lebrel a la carrera.

Esta sangre de octubre se ha vuelto cazadora:
busca presas de luz a campo abierto,
aves de alas tendidas,
aves de vuelo inmenso,
o pumas de silencio apasionado
o el ligero venado de olvidos y recuerdos;
o acaso predadores afilados de furias.

Armada de unos ojos
que trazan horizontes como mares
y de unas manos quietas
y un corazón que libra truenos y murmullos,
esta sangre de octubre cazadora
desdeña madrigueras y pantanos,
aparta su mirada de cuevas y escondrijos
y ansía, frente a frente,
hallar su caza noble
bajo un cielo sin sombras
sobre una tierra digna.


domingo, 23 de octubre de 2011

Octubre

Hace unos siete años, en otro lugar, escribí -incluso algunos versos- sobre la herida que Frodo recibió en la Cima de los Vientos, en octubre de 3019 de la Tercera Edad del mundo en Arda.

Decía, entonces, que, días después, la mañana del 24 de octubre, Gandalf miraba a Frodo convaleciente en Rivendel, sabiendo ya que esa herida era demasiado para un mortal.

Recordaba allí que, unos meses después, al borde de las fraguas ardientes del Monte del Destino, marzo le quitaba a Frodo una parte de sí y de ese modo el Anillo se fue finalmente de él y de este mundo, no porque lo hubiera soltado, sino precisamente porque no lo soltó.

De las heridas que recibió el Portador, éstas fueron las más graves y la segunda más, en apariencia, por lo que significa moral y espiritualmente esa debilidad de no poder deshacerse del mal que lo destruye.

Pero ahora creo entender también que, con ser humillante el verse obligado y empujado a hacer el bien -a los mordiscos mutiladores, si hace falta-, no es eso lo que le ha dejado a Frodo la herida mayor.

Precisamente, lo que aquí en este valle no podrá curar del todo es la secuela de una herida en la que también tuvo parte, aunque de otro modo, quizá más profundo y grave.

Al final del capítulo 11 del Libro Primero de su obra, Tolkien cuenta que Frodo recibió esa herida habiéndose puesto el anillo, pese a saber que no debía hacerlo, bien que en parte obnubilado también por el miedo y la sugestión.

Así es como cruza al mundo de las sombras, se hace nítido a los ojos de sus perseguidores y queda vulnerable y a su merced. Y es allí cuando el Rey Brujo de Angmar lo hiere con el arteramente mágico y envenenado puñal de Morgul, que entrará en la carne de Frodo y se disolverá en ella, antes de que se saque el anillo.

Necesitará la ciencia de Elrond para que la esquirla no siga penetrando en su cuerpo; con todo, cada octubre Frodo volverá a sentir algo más que el dolor físico de su cicatriz. Porque no se trata de lo que oculta la cicatriz sino de algo más hondo, que ni siquiera Elrond podrá curar aquí y que solamente tendrá reposo al fin en Tol Eressëa de Valinor, en el Reino Bendecido, siguiendo el Camino Recto, más allá de los mares de este mundo.

jueves, 20 de octubre de 2011

Vidalita de la lluvia *




Viento de luz en la pampa
polvo de sal en el aire,
agua de olvido en los surcos,
silencio que rumia y arde.

Hay en el cielo un suspiro
que es un quejido constante
que quiere llorar la lluvia
sobre esta tierra que late.
Y está tronando racimos
de nubes grises, fragantes,
que alegran el suelo en llanto;
mientras, la noche, adelante,
le roba tibieza al día
sediento en su piel de azahares.

Hay un zumbido de luna
siseando por el ramaje
que disimula la pena
que empieza a gotear sin ayes
y que cae despacito
-ay, si vieras cómo cae…-;
luminosa como risa,
liviana como tu talle
que viborea y se azula
por ese gris de paisaje
como una lluvia de flores,
como si lloviera en sangre
todo un día de llovizna,
de tu mañana a mi tarde.

No sé qué tiene el aroma
de la sombra de este sauce
que endulza palabras mudas
que alumbran como puñales
y que son como requiebros
que nunca te dijo nadie.

No sé qué vidala cantan
los silbos de unos zorzales
que han hecho hablar a la brisa
y acarician pastizales
verdes, dorados y húmedos,
con esa tonada grave,
que dicen que suena triste
(lo dicen los que no saben…)

No sé por qué de tan mansa
la lluvia parece un ave
herida, echada y durmiendo
sueños de vuelos salvajes:
sobre los cerros sonriendo,
planeando sobre unos mares
inquietos de espuma fresca,
y verdes como los valles.

Hay una voz que murmura
como un vapor susurrante.

Lo dejó la lluvia nueva
y ya no quiere callarse.




* Esta Vidalita de la lluvia viene de esta Vidalita de la lluvia.

lunes, 17 de octubre de 2011

Marco

En su obra de 1911, G. K. Chesterton le hace decir a Mark, el italiano, imaginado como un aliado de Alfredo el Grande, antes de la batalla de Ethandune contra Guthrum el danés, en la primavera de 878:
Lift not my head from bloody ground,
Bear not my body home,
For all the earth is Roman earth
And I shall die in Rome.

No alcen mi cabeza del suelo sangriento,
no carguen mi cuerpo hasta mi hogar:
pues toda la tierra es tierra romana
y en Roma moriré.
La estrofa está en La balada del Caballo Blanco (V, 148-151).

Pasaron apenas 100 años desde entonces y tal vez en tiempos de Chesterton eso dicho sonaría distinto, todavía, y ya no dice lo mismo; aunque, también es verdad, la frase imaginada por el autor correspondía a un hombre del siglo IX, mil años atrás.

Lo que sea: estoy de acuerdo con il signore Marco.

Y, si es por pedir, pediría otro tanto.

jueves, 13 de octubre de 2011

Romance de la copla


La copla duerme en la noche,
sueña cantando distancias
y la rozan alas mudas
que esperan en la mañana.
Tiene una pena de sombras
urdidas entre unas salvias
que la oscurecen fragante
y que entre aromas la aclaran.
Erguida en el viento silba,
por el monte fresco baila.
La copla dulce amanece
toda luz y nunca amarga.
Ay, copla, quién te tuviera
para llevarte en las ancas
del potro de unos silencios
que mi corazón cabalga.
Ay, copla de estos caminos
por donde la vida pasa,
quién te oyera por los valles,
alivio de las quebradas.
Ay, copla, rumor del río,
manantial que suena y labra
surcos de tiempo en los ojos
y campos en la mirada.
Ay, copla, miel de los días,
consuelo de los que callan,
tu voz de aceite en el aire
cura heridas que no sangran.