jueves, 27 de septiembre de 2007

Los secundarios (VII): Algo de G. K. Chesterton

Me recordó hace unos días un amigo, comentando con él esta doctrina casera, un pasaje de la biografía de G. K. Chesterton de Maisie Ward. Eran unos versos de juventud que GK anotó en un cuaderno de apuntes y que se refieren exactamente a minor characters.

Pero la referencia me obligó a repasar buena parte del capítulo V, The Notebook.

Por ejemplo, aparecen allí algunas oraciones de gratitud por la existencia y por todo lo que hay en el mundo, tema tan querido para el autor. Entre ellas, una que viene muy a cuento e inaugura un pasaje que conviene que copie in extenso (*):
The Prayer of a Man Resting

The Twilight closes round me

My head is bowed before the Universe

I thank thee, O lord, for a child I knew seven years ago
And whom I have never seen since.
Comenta M. Ward:
For, if he was to be grateful, to whom did he owe gratitude? Here is the chief question he asked and answered at this time. At school he was looking for God, but at the age of 16 he was, he tell us in Orthodoxy, an Agnostic in the sense of one who is not sure one way or the other. Largely it was this need for gratitude for what seemed personal gifts that brought him to belief in a personal God. Life was personal, it was not a mere drift, it had will in it, it was more like a story.

A story is the highest mark
For the world is a story and every part of it

And there is nothing that can touch the world or any part of it
That is not a story.
La biógrafa trae entonces aquellos versos que efectivamente resultan muy pertinentes a nuestro tema:
And again, with the heading, “A Social Situation.”

We must certainly be in a novel;

What I like about this novelist is that he takes
Such trouble about his minor characters.
Precisamente, aquí está: minor characters. Caracteres secundarios de esta novela, ‘extras’ diríamos cinematográficamente, de los que el autor se preocupa como si fueran principales.

Pero hay allí algo más, igualmente relevante:
The story shapes from man’s birth and it is as he meets the other characters that he finds he is in the right story.

A Man Born On the Earth

Perhaps there has been some mistake
How does he know he has come to the right place?
But when he finds friends
He knows he has come to the right place.

You say it is a love affair
Hush: it is a new Garden of Eden
And a new progeny will people a new earth
God is always making these experiments.

Life is a story: who tells it? Life is a problem: who sets it?

The world is a problem, not a Theorem
And the word of the last Day will be Q.E.F. (quod erat faciendum)
God sets the problem, God tells the story, but can those know Him who are characters in His story, who are working out His problem?

Have you ever known what it is to walk along a road in such a frame of mind that you thought you might meet God at any turn of the path?

For this a man must be ready, against this he must never shut the door.

* * *

Se dirá que la perspectiva de Chesterton apunta en una dirección algo diferente y es verdad, en parte.

Ciertamente, Chesterton está mirando el magnífico espectáculo de la existencia y la relación de estas magnificencias creadas en el universo con el Magnífico Autor. Sin embargo, y no al pasar, Chesterton define la existencia como una historia, como algo con sentido, con un guión, con un Plan. Y la vida del hombre, en el centro de esa historia. Y es una historia que cada hombre habrá de descubrir a medida que transcurre, tanto como deberá ir detrás del Plan, mientras va en él. Todavía más: en el encuentro con otros characters deberá ver que está en la historia correcta, que no se ha equivocado, que no es azaroso su papel.

En nuestra doctrina casera había un corolario grave, pero también feliz. No sabemos exactamente cuál es el personaje principal de quien somos secundarios. Debo prestar atención. Mis actos –no solamente frente a Dios y a mí mismo- adquieren una gravedad mayor, requieren de suma atención. La vida, lejos de volverse abigarrada y farragosa, o vacía e insulsa, se transforma entonces en una aventura emocionante, en una verdadera obra de misterio, porque no es solamente un premio consuelo lo que está al final del viaje, como si fuera un juego sin mayores consecuencias, sino que al final estará aquello que buscamos con tanto ardor y ahínco: el para qué, el sentido de la existencia, de nuestra vida.

Aun podemos, creo que sin forzarlas en absoluto, enlazar estas ideas con lo que decíamos respecto de El Señor de los Anillos, en cuanto al sentido de las peripecias cruzadas de Frodo y Gollum, en el marco de una historia que ciertamente los excede a ambos, pero que parece que sin los cuales no sería la misma historia y no llegaría al fin, al final. Pero lo que se dice en esta doctrina casera es que sus mismas vidas quedarían misteriosamente inexplicadas sin aquello que los ha unido, algo que ha hecho que uno fuera respecto del otro, en un caso protagonista y en el otro secundario. En 'Hoja' de Niggle, John Tolkien hace que ocurra algo más o menos similar entre el protagonista y su vecino y habrá que ver cuál era en realidad la tela que debía pintar Niggle en este mundo.

Toda la existencia está en esa especie de camino, que dice Chesterton, en cualquier momento del cual puede aparecérseme Dios mismo; aunque -y aplicándolo a nuestro asunto- digo que también e incluso a veces antes o quizá en lugar de Dios, aparecerá la figura de alguien que no sé quien será (probablemente, aquel niño que Chesterton conoció siete años atrás y no ha vuelto a ver) ante quien debo rendir cuentas de mi papel, pues ante él se justifica y se enlaza mi vida con y dentro de un Plan. Alguien importante cuya importancia no conozco de antemano que espera que yo diga, tal vez, simplemente: “la mesa está servida”, pues sin esa intervención la obra no progresa ni llega a buen puerto.

En un caso y en el otro, en el de la doctrina del secundario, como en el de los postulados chestertonianos, se requiere, entonces, suma atención. Y ésa es la razón por la que entiendo que viene a cuento al fin la referencia al Libro de Notas. Atención y la obediencia que le está emparentada. Pues no sólo es ver y oír con atención, sino obrar con cierta docilidad a lo que se vislumbra, tanto como al principio general de que debo cuidar mis actos pues nada más fácil que perder de vista la posibilidad de que esté frente a mi protagonista.

De allí que en un caso como en el otro prestar atención es vital, tanto para el espectador y partícipe de esa gran maravilla que es la existencia, como para el personaje secundario que debe aplicarse a encontrar el sentido de su papel en relación con un protagonista que lo aguarda.


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(*) Los textos de Maisie Ward están en letra normal, los de GK en itálica.

Las traducciones:

Plegaria de un hombre que descansa
El crepúsculo se cierra en torno mío, mi cabeza se inclina ante el Universo. Te agradezco, Señor, por un niño que conocí hace siete años y a quien no he vuelto a ver.
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Porque, si había que estar agradecido, ¿a quién había que estarlo? He aquí la principal pregunta que se hizo y contestó en esa época. En la escuela buscaba a Dios, pero a los 16 años era, según nos dice en Ortodoxia, un agnóstico en el sentido del que no está seguro de una u otra cosa. En parte, fue esa necesidad de agradecer lo que le parecían regalos personales, lo que le condujo a la creencia de un Dios personal. La vida era personal, no un mero derivar; había voluntad en ella, se parecía a una historia.

Una historia en el nivel más alto, pues el mundo es una historia, lo es en todas sus partes, y nhay nada que ataña al mundo o alguna de sus partes que no sea una historia.
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Y, también, con el título
"Situación social":
Sin duda estamos en una novela;
lo que me gusta de este novelista es que
se preocupe tanto de sus personajes secundarios.
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La historia empieza a tomar forma al nacer un hombre, y cuando éste conoce a los otros personajes, descubre que está en la historia que le corresponde.

Nació un hombre en la tierra
¿No habrá habido un error? ¿Cómo va a saber que llegó al lugar adecuado? Pero, cuando encuentra amigos, sabe que llegó al lugar adecuado. Dices que es cosa de enamorados. Calla: es un nuevo paraíso, y una nueva progenie poblará una nueva tierra. Dios está haciendo siempre estos experimentos.
La vida es una historia: ¿quién la narra? La vida es un problema: ¿quién lo plantea?
El mundo es un problema, no un teorema, y la palabra del día final será Q.E.F.
Dios plantea el problema, Dios narra la historia; pero, ¿pueden conocerle los que son personajes de Su historia, los que están elaborando Su problema?
¿Supiste alguna vez lo que es andar a lo largo de un camino en tal disposición de espíritu que se cree que se puede encontrar a Dios a la primera vuelta?
Para tal caso el hombre debe estar listo, a tal ocasión no se le debe cerrar nunca la puerta.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Los secundarios (VI): El Protagonista

Veamos otra vez lo central de la doctrina del secundario o del extra.

Tenemos que ver nuestra vida con alguna finalidad. Imposible vivir sin concebir alguna finalidad, imposible actuar siquiera.

Supongamos entonces que nuestra vida es la de un secundario, la de un extra. Estamos al servicio de algún personaje principal. No solamente al servicio del Gran Personaje Principal y sus designios, sino de otro u otros más inmediatos, próximos. Y supongamos que debamos ver que en eso está el para qué de nuestra vida. Allí se dirime el Plan.

Como si dijera que soy, no solamente yo respecto de mí mismo, sino en un sentido definitorio, el vecino de mi vecino, el padre de alguno de mis hijos, el profesor de algún alumno cuyo nombre no retengo, y así. Sin más protagonismo que ése. Y los protagonistas son mi vecino, mi hijo, aquel alumno que he olvidado.

En cierto sentido, el planteo podría considerarse radical y, en ese mismo sentido, ontológico. Pero más inmediatamente podría vérselo como un planteo casi digo moral. Podría pasar que en ciertas y determinadas circunstancias apenas pudiera atisbar o sencillamente desconocer por completo el verdadero para qué, el hondo, el que hace juego con la historia completa, no simplemente con la historia considerada como una biografía, o, lo que sería casi extremo, como una autobiografía.

En una película de Frank Capra -It's a wonderful life)- que se llamó en castellano ¡Qué bello es vivir! (1946), el protagonista sufre la quiebra de su pequeño banco de préstamos sociales y casi caritativos. Desesperado por haber defraudado a tantos quiere suicidarse. Un ángel viejo y torpe, que por eso mismo no ha logrado sus alas todavía, tiene por misión persuadirlo de que no lo haga. Toma entonces una frase del protagonista y la vuelve una realidad paralela. Así, y como el personaje ha dicho en su desesperación que hubiera sido mejor no haber nacido, el ángel gordinflón lo hace vivir la vida tal y como hubiera sido sin él. Una experiencia espantosa para el personaje que encarna James Stewart, que tiene que ver y sufrir la vida de todos los que conoce y ama, tal y como resulta sin su existencia en medio de ellos, aun cuando él consideraba que su vida era menor, y hasta un auténtico fracaso.

Estamos ante el mismo asunto, en substancia. Apenas tocar el hilo de la existencia de un personaje casi anodino y el cosmos se desbarata.

La cuestión que planteo, sin embargo, va un poco más allá. Pues, una vez que hayamos aceptado que somos el personaje secundario o el extra, nos queda el término de esa relación, que bien puede no sólo permanecer desconocido sino difícil de percibir o detectar.

¿Quién es nuestro protagonista, aquel de quien somos secundario o extra?

¿Podría ser algo, incluso, y no necesariamente alguien? De hecho, no es imposible pero es más difícil porque, si fuere algo, es probable que nuestra singularidad brillara allí de un modo destacado o heroico y eo ipso podría volverse el nuestro un papel protagónico.

Pero si es alguien, y no un hecho, no resulta menos difícil, aunque en otro sentido muy importante, creo.

Porque habrá que estar atento siempre.

No es fácil que sepamos en quién está nuestro para qué. Por cierto que puede ser un episodio extraordinario en nuestras vidas lo que nos ponga frente o junto a nuestro protagonista. El mismo caso de Gollum es lo bastante nítido como para que Gollum pudiera haberlo advertido, si hubiera estado en condiciones, precisamente, de advertir otra cosa que no fuera su desastrado deseo del 'Tesssoro'.

Y esto es esencial para las consecuencias de esta doctrina casera: No sabemos.

No sabemos quién es nuestro protagonista, qué es. Cuál es la persona o el episodio que justifica nuestra existencia y nos requiere siquiera una acción, una decisión, una intervención, que con frecuencia deberíamos considerar menor, especialmente porque estamos habituados a la vida de un protagonista y medimos lo que cuenta e importa en nuestra vida por su dimensión o referencia a nuestros planes y deseos o lo medimos en relación con lo que creemos que es el para qué de nuestra existencia.

Veamos, por ejemplo, el caso del Buen Samaritano (Lc. X, 29-37) y veámoslo a la luz de esta cuestión. ¿Quién es el personaje principal y quién el secundario? ¿Quién está en función de quién? ¿El hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó es simplemente una excusa para que el Buen Samaritano se luzca?

No deja de ser curioso el diálogo que Jesús mantiene allí con quién le pregunta quién es su prójimo. Porque al finalizar la parábola, la pregunta programática de Jesús no es exactamente quién trató al asaltado y herido como a su prójimo sino que pregunta quién se comportó como su prójimo. San Agustín explica esto diciendo (De doctrina christiana 1, 30):
Vemos por esto que el prójimo es aquel a quien debemos prestar asistencia y misericordia, si la necesita, o a quien la deberíamos prestar si la necesitase. De lo cual se deduce que aquel de quien debemos recibirla es también nuestro prójimo; pues la palabra prójimo es relativa, y ninguno es prójimo sin reciprocidad. Pero ¿quién no ve que a nadie debe negarse el oficio de caridad, cuando dice el Señor: "Haced bien a los que os aborrecen" (Mt. V, 44)? Además, es manifiesto que este precepto de amar al prójimo se extiende hasta los santos ángeles, que nos dispensan tantos beneficios de caridad. También el mismo Señor quiso llamarse nuestro prójimo, dando a entender que fue Él quien ayudó al que estaba medio muerto tendido en el camino.
Es verdad, también, que el sentido de la parábola tensa de tal modo la polaridad y la oposición entre el caído y el samaritano, de modo tal que obtiene un sentido universalísimo para todo hombre, toda vez que intencionalmente hace prójimos a dos que no deberían -o no solían- tener contacto alguno, como son los judíos y los samaritanos. A tal punto brilla el valor y el sentido de la parábola -que sonaba tan distinta a los oídos de aquel público judío- que la misma expresión 'samaritano' es imposible ya sin su nueva y exótica –para ellos- connotación caritativa. Todo un rasgo de humor crístico, sin duda. Por cierto, además, que la aplicación que hacen los Padres en la Catena Aurea de esta parábola, transparenta a Cristo detrás del samaritano, como también corrobora san Agustín.

Como quiera que fuere, en ella hay algo de lo que interesa ahora. Porque podría decirse que aquel hijo de Samaria –en la lógica estrictamente narrativa de la parábola- no sabía y no tendría por qué haber sabido que aquel episodio, no tan inusual en aquellos caminos -la parábola hubiera sido extravagante e inverosímil, de otro modo-, se volvería la ocasión de su para qué. Aunque en cuanto a Cristo-samaritano no es aplicable porque la conciencia de su para qué es lucidísima y nítida siempre, insisto en que bien se puede tomar nada más que el modelo, la mera estructura narrativa para aplicarla a nuestro propósito. En ese registro, de hecho podría decirse que nada sabemos del antes y del después en la vida del samaritano. Y tenemos la impresión, si lo pensamos bien, de que nada importa tanto del antes y del después, comparado con su encuentro con aquel judío en el camino a Jericó.

Así visto, tal vez la existencia del samaritano tenía aquel para qué. Y aunque podría decirse que es menos todavía lo que sabemos del judío asaltado y herido, parece claro que el samaritano obra en función de aquel judío. El matiz despectivo que tenía el origen de aquel hombre caritativo hace más fuerte esta relación ascendente del secundario al principal.

A la misma vez, y ahora sí asociado Jesús al samaritano y los hombres al judío robado y herido, la relación se hace más abismal y vertiginosa pues el que es de todas maneras por sí mismo protagonista y principal se vuelve secundario y extra en beneficio de uno que se vuelve protagonista y principal y que es por sí mismo secundario y extra.

Ésa es, por otra parte, la conclusión misma de la perícopa, según su propio autor:
¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?
Él dijo: “El que practicó la misericordia con él.”
Díjole Jesús: “Vete y haz tú lo mismo.”
Menuda cosa toda esta cuestión, puestos a ver, que confirma por una vía completamente insospechada alguna validez de la doctrina del secundario: Es lo que el propio Jesús hizo con los hombres, a juzgar por lo que dice la parábola.

martes, 25 de septiembre de 2007

Los secundarios (V): Secundarios (III)

Tengo por seguro que san José no es Gollum.

Sin embargo, no creo que Gollum tuviera tampoco la noción clara y nítida de que sus años en la Tierra Media iban a ir a parar a la resolución de un hecho axial en la historia de ese mundo, como era la destrucción del Anillo de Sauron con todo lo que ello significaba. Lo más cerca que estamos de ver que alguien tuviera por allí alguna noción de esto, es cuando Gandalf evita que se lo mate pues algún papel podría todavía tener que cumplir en esta historia, antes del fin. Y de su fin.

Hay mucho dicho alrededor de Gollum y de las cosas que se significan a su alrededor y alrededor de sus peripecias y acciones, digamos así, personales. Pero solamente estoy mirando ahora a Gollum en relación con la cuestión planteada y su derivación en la doctrina del secundario o extra.

Es muy conocido el pasaje del capítulo segundo (La sombra del pasado) de la primera parte de El Señor de los Anillos. Pero me es preciso traerlo aquí otra vez.
-¡Qué lastima que Bilbo no haya matado a esa vil criatura cuando tuvo la oportunidad! -dijo Frodo.
-¿Lástima? Sí, fue lástima lo que detuvo la mano de Bilbo. Lástima y misericordia: no matar sin necesidad. Y ha sido bien recompensado, Frodo; puedes estar seguro: la maldad lo rozó apenas y al fin pudo escapar por el modo en que tomó posesión del Anillo, con lástima.
-Lo lamento -dijo Frodo-; estoy asustado y no siento ninguna lástima por Gollum.
-No lo has visto -interrumpió Gandalf.
-No, y no quiero verlo -replicó Frodo-. No puedo entenderte. ¿Quieres decir que tú y los Elfos han dejado que siguiera viviendo después de todas esas terribles hazañas? Ahora, de cualquier modo, es tan malo como un orco, y además un enemigo. Merece la muerte.
-La merece, sin duda. Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida. ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos. No hay muchas esperanzas de que Gollum tenga cura antes de morir, pero creo que aún podría salvarse: está ligado al destino del Anillo. El corazón me dice que todavía tiene un papel que desempeñar, para bien o para mal, antes del fin; y cuando éste llegue, la misericordia de Bilbo puede determinar el destino de muchos, no menos que el tuyo. De cualquier modo no lo hemos matado; es muy anciano y muy infeliz. Los Elfos de los bosques lo tienen prisionero, pero lo tratan con toda la benevolencia que es posible esperar de esos prudentes corazones.
Un poco más adelante, dentro de esta misma conversación, Frodo quiere destruir el Anillo y está determinado a ello. A instancias de Gandalf, prueba con el fuego común y fracasa.
-Hay un solo camino -dijo Gandalf-: encontrar las Grietas del Destino, en las profundidades de Orodruin, la Montaña de Fuego, y arrojar allí el Anillo. Eso siempre que quieras destruirlo de veras, e impedir que caiga en manos enemigas.
-¡Quiero destruirlo de veras! -exclamó Frodo-. O que lo destruyan. No estoy hecho para empresas peligrosas. Hubiese preferido no haberlo visto nunca. ¿Por qué vino a mí? ¿Por qué fui elegido?
-Preguntas que nadie puede responder -dijo Gandalf-. De lo que puedes estar seguro es de que no fue por mérito que otros no tengan. Ni por poder ni por sabiduría, a lo menos. Pero has sido elegido y necesitarás de todos tus recursos: fuerza, ánimo, inteligencia.
Esta escena y estas conversaciones transcurren en el mes de abril, es decir la primavera de 3018 TE. Para la primavera siguiente, exactamente para el 25 de marzo de 3019 TE, Frodo entenderá mejor aquellas palabras de Gandalf.

La escena debe trasladarse inmediatamente al capítulo tercero de la tercera parte (El Monte del Destino). Frodo, ya con nueve dedos y ensangrentado, ha vuelto a ser él mismo después del arrebato de codicia que le impidiera arrojar el Anillo cuando estaba ya frente a las Grietas del Destino. Se lo había puesto incluso y, mientras permanecía invisible, fue atacado por Gollum, ante la mirada atónita de Sam que veía una lucha entre Gollum y el aire, al borde del abismo. El propio Sam en un acto de misericordia le ha perdonado la vida a Gollum apenas un momento antes, cuando pudo haber traspasado con la espada a aquel guiñapo debilitado y lloriqueante que le pedía clemencia. Y lo dejó ir.

Pero Gollum volvió sobre sus pasos preso de su furor y su codicia por su tesoro. Y así se lanzó por encima del propio Sam, hiriéndolo, y después sobre un Frodo invisible. Hasta que Sam vio aquellos dientes afilados cerrarse con un golpe seco e inmediatamente después a Gollum bailoteando sobre el borde, y, entre sus manos huesudas, el dedo de Frodo que tenía el Anillo. Después el paso en falso y la caída de Gollum que se pierde para siempre entre las llamas gritando ¡Tesssoro!.
-¡Oh, esa mano de usted! -exclamó Sam-. Y no tengo nada con que aliviarla o vendarla. Con gusto le habría cedido a cambio una de las mías. Pero ahora se ha ido, se ha ido para siempre.
-Sí -dijo Frodo-. Pero ¿recuerdas las palabras de Gandalf? Hasta Gollum puede tener aún algo que hacer. Si no hubiera sido por él, Sam, yo no habría podido destruir el anillo. Y el amargo viaje habría sido en vano, justo al fin. ¡Entonces, perdonémoslo! Pues la Misión ha sido cumplida, y todo ha terminado. Me hace feliz que estés aquí conmigo. Aquí al final de todas las cosas, Sam.
Se ha hecho toda suerte de comentarios con respecto a la figura de Gollum y a las reacciones que provoca, y también respecto de estos mismos episodios. Está claro que la suerte de Gollum me interesa aquí en relación con la razón por la cual vivió tantos años, el para qué de su existencia penosa, rodeada de tantos infortunios y perversidades y traiciones, como de misericordia al final. Y el caso es que viene muy anunciado el hecho de que algún papel le tocaba en relación inmediata con Frodo y con el Anillo. Es decir como un secundario de la destrucción del Anillo, un extra en la Guerra final que tiene como centro a un Frodo que, a su vez, no sabe por qué ha sido elegido para la Misión pero que tiene asignada una Misión.

Queda, entonces, terminar de exponer asuntos de la doctrina del secundario y sacar algunas conclusiones y consecuencias.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Los secundarios (IV): Secundarios (II)

Buscamos tantas veces el sentido de nuestra existencia no importa a qué edad ni por qué. Buscamos con ansiedad el sentido de las cosas que nos pasan, pequeñas, aparentemente casuales o enormes y con fuerte sabor a designio. Creemos en las causas y las buscamos. También en las causas finales, y en los para qué.

Bien. Veamos por un momento todo eso bajo esta perspectiva del extra. Y hay que repetir que ni es contradictoria ni anula la perspectiva de la unicidad irrepetible y valiosísima de nuestra propia vida.

Digamos que agregamos una perspectiva, no cambiamos una por otra.

Entonces.

Pongamos algunos ejemplos históricos.

¿Qué sabemos de la madre de Confucio? ¿Quién era el amigo entrañable, insustituible de Príamo? ¿Quién influyó decididamente en los afectos de Pitágoras? ¿Qué le enseñó de fundamental a su hijo el padre de Platón (dicho sea de paso, ¿quién era y cuándo murió?)?

Hagamos la lista todo lo extensa que se quiera. Pero, mientras, cambiemos de personajes.

Siempre me gustó imaginar vecinos, amigos, parientes, conocidos de los personajes referenciales, protagonísticos. Incluso en aquellos casos en que el secundario tuviera un valor notable exterior o históricamente considerado. Y aun cuando el secundario o extra pudiera decir de sí mismo que es el amigo de tal o cual, el padre de tal o cual, o sintiera que su vida se ha visto adornada en importancia por la cercanía de uno u otro personaje de los considerados principales, lo cual, visto bien, vendría en apoyo de la doctrina del secundario.

Creo que el caso emblemático para mí es el de san José, sin duda ninguna.

Imaginemos apenas. Estoy seguro de que José tenía una vida muy parecida a la de cualquiera en términos generales. Pero en el sentido más propio también: tenía su vida. Los rasgos que muestran lo poco que sabemos de él así lo dicen con claridad.

Una vida con su diseño y proyectos. No sólo a largo plazo sino a mediano y corto plazo. Qué hacer la semana que viene, cómo pagar esta deuda, qué pasa si no la pago. Adónde ir ahora o después. Cuánto comer o tomar para sentirme bien o para no sentirme mal, para no hacer papelones, cómo vestirse para cuál ocasión, con quién hablar -y con quién no- y por qué y para qué. Imagino una vida común y real, de la que él fuera el protagonista y una vida tramada alrededor de sus anhelos y esperanzas, de sus deseos y expectativas. De los para qué que descubriera o sintiera como posibles o aun ciertos.

Y los actos consiguientes para ir detrás de sus anhelos y esperanzas. E imagino que todas estas cosas le importarían sobremanera a José, como que era su vida la que estaba en juego detrás de cada cosa.

Ahora bien, puestos a pensar, la razón de ser de José parece distinta de la que él tratara de entrever en sus anhelos y esperanzas, en sus deseos y expectativas, aun siempre nobles y grandes y rectos todos ellos.

Más raro sería pensar que José tenía y siempre tuvo la noción nítida y clara de que estaba en este mundo para ser el casto esposo de María, la Virgen Madre de Nuestro Señor Jesucristo y para ser el padre adoptivo a todos los efectos del Hijo de Dios.

Y aquí debo pegar un salto, que espero no sea un salto mortal.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Los secundarios (III): Secundarios

Supongamos la vida como una película de cine. Un poco menos como una obra de teatro, aunque en parte también, por lo que tiene de drama, de acción representada. Con el hábito visual y cinematográfico que nos hemos formado o se nos ha impuesto en los últimos 100 años, es más sencillo explicar esto si nos imaginamos una filmación, pero también porque hemos perdido el sentido simbólico que la actividad teatral tiene para los hombres.

El caso es que supongamos entonces que cada quien viera y viviera su vida como la de un personaje principal, un protagonista. No un deuteroagonista o un antagonista. Aunque deuteroagonista signifique en realidad personaje segundo, segundo en la acción y el antagonista suponga -por oposición- un cierto protagonismo – segundo, aunque anti- opuesto al del agonista principal, el protagonista.

La vida, entonces, significada como una obra -cine, teatro- de la que soy el protagonista.

Quien pensara y sintiera eso, existencialmente, tendría en buena medida mucha razón. La individualidad de mi vida es única e irrepetible, y mi destino -principal pero no solamente- eterno se juega en esa individualidad personal. Nunca se subrayará lo suficiente este aspecto: siempre el yo es insubstituible, en su designio primero y en su finalidad última. Y, en lo que tiene de más personal, es invalorable. Y antes que para mí mismo, primero para Dios, que no produce en serie seres espirituales, porque sería contradictorio con la misma cualidad espiritual de los seres que crea.

Por supuesto que no digo que la vida sea 'actuada', en el sentido peyorativo que tiene esa expresión. Real y todo como es, veámosla como una película de la que cada quien entiende ser el protagonista. Y es entonces que uno ve todo alrededor como un guión establecido para lucimiento del protagonista, o, dicho de modo más neutral, el guión como una ilación alrededor de la suerte del protagonista, un tramado de acciones que se refieren a él y que están en función de él.

Exactamente en este punto comienza el juego.

Tenemos la costumbre de referirnos a personajes referenciales, que indudablemente son protagonistas, incluso de películas verdaderas.

Desde Juana de Arco hasta Gengis Kan, desde Antígona hasta Jesucristo.

Pero, por otra parte, el propio cine ha intentado a veces mirar los grandes episodios y a los grandes personajes desde la mirada de los personajes secundarios, incluso menos que eso, desde los personajes de relleno, los extras, reales o inventados.

La literatura ha hecho a veces otro tanto. He leído poemas en los que el protagonista es el gallo de la noche de la Pasión, como podría oírse la historia de Enrique VIII contada por un cocinero de palacio. Pero no es esto lo que se busca ver aquí. No es la perspectiva menor o lateral por lo que tuviera de inusual o rara. Sino que el planteo es ver la secundariedad como lo principal de mi vida. Un vago rastro de ello, después de todo y ya que mencionamos el teatro, está en las formas clásicas del arte porque el coro -así como a veces es la voz del sentido común o la ley eterna- representa habitualmente voces innominadas que efectivamente dialogan con el protagonista y que son el origen de los personajes secundarios.

No hay que olvidar que el planteo más general de la cuestión está en el sentido de la vida, en la pregunta acerca del para qué existo o he existido y, en el caso de los provectos, para qué sigo existiendo todavía.

Esta doctrina del secundario o del extra dice algo así: amigo, amiga, vea su vida no como la parte del guión que realza al protagonista. Véase como el extra, el muy secundario que solamente es referencial al protagonista, que solamente debe aparecer en el fondo de la pantalla, para que en primer plano no se vea solamente al protagonista empuñar una espada blandida al mero aire. Imagine una batalla a campo abierto. En el campo que está por detrás del primer plano, en las colinas circundantes, se ven decenas de sujetos que no cumplen otra función que la del realce y la verosimilitud. Pero, sin ellos, la escena sería poco menos que absurda o ridícula. Incluso para ese circunstancialísimo personaje secundario que cruza mandobles por una fracción de tiempo breve en primer plano y con el verdadero protagonista, no hay motivo sino ser el que en una fracción de breve tiempo cruza espadas con el protagonista. Bien: ése es usted y está para eso.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Los secundarios (II): Larga vida a Gollum

Veamos, en las historias de John R. R. Tolkien, el caso de cierta longevidad, efecto asociado al poder del Anillo, que es, en un sentido, asunto colateral al que estoy diciendo, pero que en otro sentido es central.

En 1600 de la Segunda Edad, Sauron forjó el Anillo para dominar a los otros 19 Anillos de poder, en cuya forja también intervino entre 1500 SE y el 1590 SE y que fueron repartidos entre hombres (9), enanos(7) y señores elfos (3).

Hacia el 3441, año en que termina esta Segunda Edad, Isildur -durante la guerra- corta el dedo de Sauron quien así pierde el Anillo. Poco después, en el año 2 de la Tercera Edad, el desastre de la batalla de los Campos Gladios es también el momento en que el Anillo desaparece de las manos de Isildur -que muere junto con sus tres hijos- y va a parar al río Anduin donde permanece oculto hasta que Déagol lo encuentra mucho más tarde.

Veamos ahora lo que respecta a los hobbits. El temible Anillo único fue finalmente encontrado (tal vez por voluntad del propio objeto) por Déagol -su nombre era Nahald-, allá por 2463 de la Tercera Edad, mientras pescaba con su primo Trahald, es decir, nuestro Sméagol. Esto quiere decir que el Anillo estuvo 2.461 años oculto.

Para quitárselo, Sméagol mata a su primo y por los siguientes 478 años tiene al Anillo en su poder (o al revés, por mejor decir...) hasta que lo pierde (o el Anillo lo deja...) en el 2941 TE.

Allí es cuando lo encuentra Bilbo, que lo tendrá consigo hasta que en el 3001 TE se lo dará a su sobrino Frodo, quien lo cargará hasta el episodio de la Grieta del Destino, en 3019 TE, cuando Trahald-Sméagol-Gollum, en su codicia y desesperación, se lo lleve con una parte de Frodo a las honduras flamígeras del Orodruin.

Sméagol nació en el 2430 TE y vivió hasta el 3019 TE, esto es 589 años, de los cuales, los 33 primeros nada supo del Anillo (Frodo tenía la misma edad cuando lo recibió, ambos en el día de su cumpleaños de mayoría de edad hobbit), así como los 78 últimos años de su vida penó por él, pues ya no tenía su 'tesoro'. El momento en que lo recuperó fue el mismo momento en que lo perdería para siempre y para siempre lo haría desaparecer.

Por su parte, Bilbo (2890 TE- ) y Frodo (2968 TE- ) llevaron el Anillo 60 y 18 años, respectivamente. Ambos marcharon hacia el Oeste en 3021 TE. Bilbo vivió 131 años (y ocho días, dicen las cuentas) en la Tierra Media, mientras que Frodo anduvo por allí sólo 53 años. La longevidad de Bilbo -más que sus aventuras- llegó a darle gran prestigio entre los hobbits.

El Anillo, haciendo cuentas, anduvo por la Tierra Media 4.860 años, desde que fue forjado hasta que desapareció definitivamente.

La mirada debería posarse sobre Trahald-Sméagol-Gollum. Y a su respecto uno podría hacerse aquella pregunta que se hacen muchos longevos que se sienten estirados en el tiempo (como manteca sobre el pan, dijera Bilbo): ¿por qué durar tanto?

Por supuesto que la respuesta puede asociarse inmediatamente a los efectos del Anillo sobre quienes lo cargan (exceptuando al propio Sauron, claro): el Anillo hace que el deterioro de los años se note menos mientras lo poseen y que su vida se estire languideciendo cuando no lo tienen consigo. Eso le pasó a Gollum y también a Bilbo. A Frodo, por su parte, comenzaba a notársele el efecto.

Sin embargo, si en el caso de Gollum cambiáramos la pregunta, apenas, la respuesta cambiaría substancialmente. Porque si Gollum se preguntara ¿para qué vivir tanto?, ya no estaríamos frente a lo que lo hace durar sino a la razón por la cual es preciso que dure, la finalidad.

Y es tan pertinente una pregunta como la otra, me parece. Y tal vez más importante la segunda que la primera.

O quizá me lo parece así porque eso me permite pasar al capítulo siguiente y referir entonces la casera doctrina sobre el extra o el personaje secundario.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Los secundarios

Conocí a algunas personas que habían pasado los 100 años.

Cuando estaba chico, por ejemplo, trabajaba en un banco, y me tocó en un tiempo darle los recibos a los jubilados para que cobraran. Venían a por ello un padre y su hijo, me acuerdo. El padre se llama Elías y tenía unos bigotazos blancos y unos ojos negros de fotografía de revista de 1910. Fotografía de un árabe en blanco y negro, con su traje oscuro y su camisa blanca, abrochado hasta el último botón del cuello y sin corbata. Era libanés. Tenía 106 años. El hijo, de unos 70 y tantos, arrastraba los pies hasta el mostrador. El padre, derecho como una tabla de cedro (del Líbano, claro), se quedaba sentado y esperaba que le llevaran los papeles a firmar.

También conocí a otra señora que murió a los 103. Cuando tenía unos 99, la ayudé a poner en caja un libro de poemas suyos recopilados, que revisó íntegro y publicó. Unos pocos años antes, le había dado una mano con otro libro sobre su familia. Una mano, es literal. La cabeza la había puesto ella.

Y así me topé por todas partes con otros de alrededor o por debajo pero cerca de los 100 años. Vitales casi todos, enérgicos, lúcidos. Los menos, arruinados por los años. Se ve que me tocó ver eso. Vaya a saberse por qué.

Lo cierto es que, a varios de ellos -recuerdo habérselo oído o leído a Borges, por ejemplo, un par de veces-, les oí decir que no sabían qué hacían todavía por este mundo. Algunos dijeron que Dios se había olvidado de ellos, que no entendían por qué no se los llevaba de una buena vez...

La pregunta tiene algo de específico. No es la misma pregunta, genérica o programática, que cualquiera podría hacerse respecto de la razón de ser uno en esta vida. ¿Por qué nací? no es lo mismo que ¿por qué no muero? Y creo que se entiende qué quieren decir los provectos cuando piden la muerte con esa pregunta casi retórica o suplicante. No es exactamente una blasfemia. No exactamente. Pero tal vez no sea tampoco la misma pregunta ¿por qué no muero? que ¿para qué vivo todavía? Pues mientras la primera podría ser súplica o afirmación encubierta (me quiero ir muriendo, si fuera posible, ahora mismo...), la segunda inaugura reflexiones más difíciles, me parece, pero no menos fascinantes. Y aun cuando éstas son preguntas que no hace falta envejecer para hacerse, el tiempo las va tiñiendo de una hondura que no necesariamente tienen en la juventud o en la plenitud de los años.

En eso estaba pensando, temprano a la mañana, mientras se me consumía el cigarro de furgón, obligado escalón de viaje en tren, no bien se sale de Palermo y va uno para el Retiro.

La cuestión me llevó entonces a Sméagol-Gollum. Y a su 'estiramiento' temporal, como dijera otro 'estirado', Bilbo Bolsón, pero ya consciente plenamente de su durabilidad y no como Gollum.

Y de allí fui a dar por caminos no menos inefables a mi doctrina de entrecasa: la doctrina del extra o del personaje secundario, relacionada creo con este asunto.

Así las cosas, me parece que con estos elementos bien puedo ensayar algunos párrafos en algunas entregas módicas, que no se estiren demasiado.