jueves, 2 de noviembre de 2006

Callejón

Un poco de tango. Cómo no...

Viene bien, después de días de Pedro -y Chavela- Vargas, o del insustituible José Alfredo Jiménez y otras sonoridades.

Volví a una selección de Lidia Borda. En un compacto, Patio de Tango, hay un tema de 1938 de Héctor Marcó y música de Roberto Grela, que canta Brián Chambouleyron y acompaña con la guitarra Esteban Morgado.

Callejón

Un farolito que parpadea
tumbado y viejo sobre tu esquina,
haciendo alarde que te ilumina,
tal vez murmura: ¿por qué llorás?
Diez arbolitos como un rosario,
rotos al paso del cruel invierno,
solos vigilan fieles y tiernos
tus noches tristes de inmensa paz.

Callejón,
a los dos bandeó el destino,
soy un pobre peregrino
sin derrotero y sin fe.
Callejón,
vos serás mi confidente,
traigo doblada la frente...
adónde voy yo no sé.
Como a mí
también te sangra una herida,
a vos la urbe te olvida
y ella ha olvidado mi amor.
Callejón,
por eso busco tu abrigo:
lejos del mundo consigo
adormecer mi dolor.

Cuando el rocío moja tus faldas,
tu amarga pena llorás por ella;
como mi vida, no tenés huellas
y nunca un carro surcó tu mar.
Sólo en las noches de clara luna
una pareja viene a arrullarte,
y al despedirte suele dejarte
besos sonoros como el cristal.

Muy bien está.

Hay mucho en el tango de eso de hablarle a las cosas. Vieja tradición literaria, por otra parte, la de que montes, forestas o ríos sean el espejo y el eco y el oído de las penas de amor. Aquí resulta que es el callejón. Pero, ¿qué hacer cuando se nace orillero, como le pasa al tango?

Y andando por estos rumbos -hasta de callejones sin salida-, encontré en otra selección un tanguito de lo más gracioso y cínico, por qué no. Es de la misma época. Julio Sosa lo canta muy bien. La letra es de el afamado Froilán, Francisco Gorrindo, y la música de su homónimo Lomuto.

De lo más apropiado, además. Digo yo, hablando de calaveras...

Mala suerte

¡Se acabó nuestro cariño, me dijiste fríamente,
yo pensé pa' mis adentros: puede que tenga razón!
Lo pensé y te dejé sola, sola y dueña de tu vida,
mientras yo con mi conciencia me jugaba el corazón.

Y cerré fuerte los ojos, y apreté fuerte los labios,
pa' no verte, pa' no hablarte, pa' no gritar un adiós
y tranqueando despacito me fui al bar que está en la esquina
para ahogar con cuatro tragos lo que pudo ser tu amor.

Yo no pude prometerte
cambiar la vida que llevo,
porque nací calavera
y así me habré de morir.
A mí me tira la farra,
el café, la muchachada,
y donde haya una milonga
yo no puedo estar sin ir.

Bien sabés cómo yo he sido,
bien sabés cómo he pensado,
de mis locas inquietudes,
de mi afán de callejear...
Mala suerte si hoy te pierdo,
mala suerte si ando solo,
el culpable soy de todo
ya que no puedo cambiar.

Porque yo sé que mi vida no es una vida modelo,
porque quien tiene un cariño, al cariño se ha de dar,
y yo soy como el jilguero, que aun estando en jaula de oro,
en su canto llora siempre el antojo de volar...

He tenido mala suerte, pero hablando francamente,
yo te quedo agradecido: has sido novia y mujer;
si la vida ha de apurarme con rigores algún día,
¡ya podés estar segura que de vos me acordaré!