martes, 27 de noviembre de 2018

La anónima voz




Me regalaron ayer un libro enorme. Tiene unas 900 páginas que vieron la luz en 1944, en su tercera edición. La primera es de 1938. La editorial: Zig-Zag, de Chile

El autor es el chileno Roque Esteban Scarpa quien recopiló en este volumen poesía religiosa española desde el Cantar del Cid hasta sus días de la década del '40. No sé que haya una edición posterior.

Lleva por título Voz celestial de España, un acierto, como casi todo lo que leí de autores consagrados o menos conocidos.

Sin embargo, yendo al final del volumen, encontré un capítulo que se llama La anónima voz.

Son versos andaluces anónimos, dichos en su dicción andaluza. Un hallazgo.

Llora, llora, maresita,
tu amor fué crucificao.
Tu hijo con su sangresita,
lavará nuestros pecaos.
Perdona a los que han llorao.

*

Mirarlo por donde viene
er mejó de los nasíos,
los ojos esparpitaos,
y er rostro descolorío.

*

Pilato por no perdé
er destino que tenía,
firmó sentencia crué
contra el divino Mesía.
¡Lavó sus manos despué!

*

Er peso lleva doblao
por el peso de la crú,
y los sayones asotan
su cara yena de lú.

*

Yegó a sudá sangre pura
de pasá tanto quebranto,
y tomó er coló der lirio
su cuerpo de marfil santo.

*

De las flores más bonitas
voy a jasé una corona,
pa ponérsela a María,
hermosísima paloma,
gala de la Andalusía.

*

En la calle e la Amargura,
Cristo a su madre encontró:
¡no se pudieron hablá
de sentimiento y doló!

*

La corona der Señó
no é de rosa ni clavele,
qu'es de junquito merino
que le traspasa la siene
a este cordero divino.

*

Ya viene las tres Marías
con los tres calis de plata,
arrecogiendo la sangre
que Jesucristo derrama.

*

¿Qué es aquello que reluse
en aquel monte florido?
Es Jesús el Nazareno
que con la cruz se ha caído.

*

Debajo del palio va
la estrella más relusiente;
sus ojos paresen fuente
llorando su soledá.

*

La Virgen está lavando
y tendiendo en el romero:
los angelitos cantando 
y e romero floreciendo.

*

El niño de María
no tiene cuna;
su padre es carpintero
y le hará una.

*

La Virgen de los Dolores
siempre la traigo conmigo;
quer que no la trajiere
no me tenga por amigo.

*

Virgen e los Dolores,
dolorosa mía,
en lo más jondo e mi corasonsito
te tengo metía.

*

¿Adónde va, hermoso clavé,
caminando, buen Jesú?
Tres vese te vi caé:
¡ya no puede con la crú,
siendo tú el de Gran Podé!

*

Lusero de dó en dó,
estrella de cuatro en cuatro,
van alumbrando al Señó
la noche del Jueve Santo.

*

¡Oh Virgen de lo Servita,
no tenga pena denguna,
que tu hijo resusita
entre la dose y la una!

*

Madre mía e la Esperansa,
Madre del Divino Verbo,
échale la bendisión
a este pueblo macareno.

*

Un árbol hay en la iglesia
con espinas y sin flor;
en cada ramita un ángel
y en medio Nuestro Señor.





domingo, 11 de noviembre de 2018

¿Cualquier cosa? (IX y final): ¿cualquier cosa? (y II)


Hace unos cuantos años recordé aquí un episodio a propósito de lo que aprendí del insigne Aragón, esta vez respecto del P. Castellani y las definiciones de la poesía. Una anécdota breve pero substancial que en parte repito ahora. Resulta que se le preguntó a Aragón si tenía algún ejemplo feliz en el que Castellani hubiera hecho poesía.
Tengo y lo voy a contraponer con un ejemplo mío. Es una definición de la poesía. Yo, en unos debates que se hicieron en Tucumán hace años, intenté definir la poesía porque se había caído casi en una especie de desesperación por encontrarla, después de pasar por muchas famosas. Y yo hice ésta:
Es poesía la verdad
entrevista por su gracia
en la cosa,
dicha con tal claridad
que el dicho le da eficacia
más sabrosa.
Y Raúl Nadal, un poeta que estaba ahí, me dijo:

- Pero yo no sabía que eras poeta…

- No, le dije, eso no es una poesía. Es una definición filosófica puesta en verso. La definición poética de la poesía la hizo el P. Castellani:
Un poeta nunca miente
ni en lo más imaginao
y esto es todo inventao
y no hay nada que no invente.
Esa es una definición poética de la poesía.

Y la recuerdo ahora que hay que cerrar estas letras sobre el asunto de la poesía.

De una cosa en otra recordé algo que también le pertenece a Castellani y es la traducción, algo libre, de unos versos de Paul Claudel, que hablan sobre la misión del poeta. Dice allí de Claudel (en la Introducción a Paul Claudel, 1936)
Nació poeta, dueño y presa de un don singular dado por el Criador, y del cual puede abusar. El fin de este don de poesía –que no es otra cosa que el poder y el gozo intenso del conocimiento intuitivo, la contemplación natural del gran poeta, tan alta como la del sabio, y sólo inferior a la contemplación sobrenatural del santo- es libertar a todas las criaturas de la deuda de alabanza que deben al Creador por medio del hombre, es repartir el pan de la Belleza trascendente a todos sus hermanos:

Vous ne m’avez pas donné de pauvre á nourrir,
ni de malade á panser,
Ni de pain á rompre
mais la parole que es recue plus complétement que le pain et l’eau,
et l’âme soluble dans l’âme.
Faite que je la produise de la meilleure substance de mon cœur.
Versos que Leonardo Castellani (en esa misma Introducción) traduce a su modo, así:
Dios no me ha dado pan a repartir,
Templo que hacer, ni enfermo que vendar,
Tan sólo la misión de ver salir
El sol cada mañana sobre el mar.

No me mandó enseñar a bien morir,
Sino a saber vivir y me hizo dar
El verbo inteligible que formar
Y qué decir sabiéndolo decir.
Más completo, el texto de Claudel en Cinq grandes odes, La maison fermée, dice:
"Seigneur,
Vous ne m’avez pas donné de pauvre à nourrir,
ni de malade à panser, ni de pain à rompre mais la parole qui est reçue
plus complètement que le pain et l’eau,
et l’âme soluble dans l’âme.
Faites que je la produise de la meilleure substance de mon cœur
comme une moisson qui va de toutes parts où il y a de la terre,
(des épis jusqu’au milieu de la route).
Et comme l’arbre dans une sainte ignorance qui lui-même n’attend pas gloire ou gain de ses fruits, mais qui donne ce qu’il peut.
Et que ce soient les hommes qui le dépouillent ou les oiseaux du ciel, cela est bien.
Et chacun donne ce qu’il peut : l’un le pain, et l’autre la semence du pain.
Faites que je sois entre les hommes comme une personne sans visage
et ma Parole sur eux sans aucun son comme un semeur de silence,
comme un semeur de ténèbres, comme un semeur d’églises,
comme un semeur de la mesure de Dieu..."

Hay varios puntos que merecen destaque allí.

El primero es aquello de que el poeta nunca miente y aquello otro de que y no hay nada que no invente. Lo quiera Aragón o no, dice lo mismo cuando dice que
Es poesía la verdad
entrevista por su gracia en la cosa.
La nota principal del poeta es su modo de ver lo que hay en la cosa bajo la especie de luz y claridad resplandeciente, esto es: belleza.

A la vez, este concepto está en Claudel cuando dice, de un modo que parece antitético,
Faites que je sois entre les hommes comme une personne sans visage
et ma Parole sur eux sans aucun son comme un semeur de silence,
comme un semeur de ténèbres, comme un semeur d’églises,
comme un semeur de la mesure de Dieu..."
Algo que Castellani dice que el poeta dice cuando dice que Dios le ha dado como misión en primera instancia
Tan sólo la misión de ver salir el sol cada mañana sobre el mar.
Y eso es la invención a la que se refiere Castellani, más bien, usando la palabra con toda intención, porque sabe perfectamente qué significa invenire, esto es, encontrar, hallar, venir a dar con.

Un modo peculiar de visión es la del poeta que ve en sí las cosas de un modo que transparenta lo que en ellas brilla con brillo no exterior sino interior, que es a su vez lo que de inteligible hay en ellas eminente y más completamente.

El segundo momento o la segunda nota que caracteriza al poeta es la palabra, de la cual vemos en principio la exterioridad, la palabra proferida, pero que a su vez traduce la intimidad de la intuición con la que el poeta ha conocido lo real, una palabra interior que está en directa consonancia con la palabra anterior de la cual procede todo lo que es creado, todo lo que es. Porque al principio dijo Dios, como dice la Escritura, que es el acto por el cual Dios crea según una palabra interior que es la idea misma de cada cosa que es y a la que Él le otorga existencia. De modo que una palabra, la humana, termina procediendo de otra Palabra, la divina, en doble sentido. En uno porque es la idea que Dios tiene de lo que es, otro porque, como dice san Juan, por la Palabra fueron hechas todas las cosas y no hay nada de lo que es creado que sea sin la Palabra, el Verbo, el Logos.

Repito ahora a Castellani describiendo a Claudel en su virtud poiética:
El fin de este don de poesía –que no es otra cosa que el poder y el gozo intenso del conocimiento intuitivo, la contemplación natural del gran poeta, tan alta como la del sabio, y sólo inferior a la contemplación sobrenatural del santo- es libertar a todas las criaturas de la deuda de alabanza que deben al Creador por medio del hombre, es repartir el pan de la Belleza trascendente a todos sus hermanos.
De que está hecha esa palabra lo dice el mismo Claudel cuando ruega a Dios:
Faites que je la produise de la meilleure substance de mon cœur
comme une moisson qui va de toutes parts où il y a de la terre,
(des épis jusqu’au milieu de la route).
Et comme l’arbre dans une sainte ignorance qui lui-même n’attend pas gloire ou gain de ses fruits, mais qui donne ce qu’il peut.
A lo que apunta el mismo Aragón cuando dice, respecto de la manifestación de esa visión:
dicha con tal claridad
que el dicho le da eficacia
más sabrosa.
¿Qué claridad es ésa? ¿Qué eficacia es la que allí menta? ¿Qué sabor es ése? ¿Cuál es esa substancia mejor del corazón, que dice el poeta francés?

Es la traducción y tradición de la claridad de lo real. Esa nota de la claridad no se opone a oscuridad en este caso. Claridad es un término de alcurnia que se refiere a una nota del ser que se identifica con la nota dominante de la belleza trascendental: la claritas.

Usando palabras de Claudel mismo en otro pasaje de las Cinco Odas, Castellani resume así la misión de la poesía:
es libertar a todas las criaturas de la deuda de alabanza que deben al Creador por medio del hombre, es repartir el pan de la Belleza trascendente a todos sus hermanos.
Hay que anotar a este respecto algo importantísimo. La belleza que el poeta reparte es anterior formalmente a su poema y anterior a su intuición cognoscitiva. La belleza que reparte hecha voz, es la belleza que las cosas sin voz no pueden proferir en alabanza a Aquel que les dio algo por lo cual lo alaban: el ser.

Sacerdote, el poeta eleva su conocimiento íntimo de lo que es y la voz que lo proclama, que es obra de su arte, como se eleva una ofrenda en alabanza al donante por el don, inmediatamente, y, consecuentemente, por ser Él mismo la raíz de ese don.

No saber qué cosa signifique ser es un obstáculo grande para saborear ese acto de glorificación que es la poesía. Mientras el ser quede como una noción y no hinque todo su peso en la intimidad del corazón que lo contempla, intimidad conmovida por la potente claridad que hay en lo real, será difícil entender la naturaleza de lo poético.


Llegamos hasta aquí.

Es hora de contestar la pregunta que dio en catarata todas estas páginas.

Creo que si por cualquier cosa se entiende que hay objetos o asuntos que no son aptos para poemar sobre ellos, tengo que decir rotundamente que no. Es decir: no hay asuntos que no sean aptos para poemar sobre ellos.

Tal vez alguno entenderá que es más digno de la poesía hablar sobre el amor y no sobre una enfermedad o un objeto en principio trivial, como puede ser un jarrón o una morcilla.

Aunque uno se ve tentado a decir que siendo así no se puede hacer poesía de cualquier cosa, lo cierto es que, también atento a lo que dije sobre la raíz y el ejercicio de la metáfora, la respuesta es que sí se puede hacer poesía con cualquier cosa y de cualquier cosa.

Todo lo que es es por definición mudo y a la vez inteligible, es la vez una especie de palabra que busca hacerse palabra. Es algo que significa y por lo mismo tiende a significarse. Y es allí donde el poeta entra en escena.

Bastará con recordar que el poeta es ante todo un ser dotado de una visión y de una intuición peculiares y también un sujeto dotado de una disposición a anclar en sus actos el hábito de hacer belleza, de traducir lo significado -que fuera de él es el ser mismo de las cosas- en el nuevo significante que es la palabra con la que él hace poesía.




viernes, 9 de noviembre de 2018

¿Cualquier cosa? (VIII): ¿cualquier cosa? (I)




El 12 de septiembre de 1939, Miguel Hernández escribió una de tantas cartas a Josefina Manresa, madre de sus hijos, quien a su vez le había escrito a la prisión de Madrid en la que estaba Miguel.

En su carta, Josefina le contaba que solamente tenía para comer cebolla y pan.

Como se ve en la respuesta, el poeta se hiere de saber que su hijo Manuel Miguel tendrá sólo jugo de cebolla para amamantarse, en vez de leche. Así se lo dice a Josefina, pero nada puede hacer salvo consolarla tiernamente y darle algunas recomendaciones. Pero nada más, no.

Puede escribirle unos versos sobre el asunto que se hicieron famosos con el tiempo, y con la mediación de Joan Manuel Serrat, que los cantó en su homenaje.

En la ilustración, el manuscrito de la obra que Miguel dictó a un compañero de prisión.

La versión completa de la Nanas de la cebolla es las que dejo ahora:

Nanas de la cebolla

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que mi alma al oírte
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa ni
lo que ocurre.

La versión cantada de Serrat es ésta:





Debe haber algunas cosas menos poéticas que una cebolla. Aunque hay que hacer un esfuerzo de imaginación para encontrarlas, claro.

Sin embargo, he aquí que Hernández puede hacer con la cebolla un poema y enlazar -como quien acumula capa sobre capa, a lo cebolla- al hijo, a la mujer, a su pobreza, a España, a su cárcel, al mundo. Y, lo que puede ser más sorprendente, todo en un aire de celebración -doliente, sí, pero celebratoria- de la niñez inocente, de la dulzura de su madre, de la belleza inocente de su niño, de la esperanza que el niño es.

Y nótese, a mayor abundamiento: la cebolla hace llorar, como todo el mundo sabe. Pero aquí la cebolla dispara risas, gorjeos de alondras y jilgueros, vuelos, jazmines, azahares y soles...

Y por eso mismo dije bien: un poema. No simplemente unos versos. Ya sabemos que no es lo mismo.

Entonces, ¿se puede hacer poesía de cualquier cosa? ¿Con cualquier cosa?

Se verá.

Pero, antes de terminar la serie y ver de contestar la pregunta liminar, no está mal detenerse en este ejemplo que traigo a vuestra aguda consideración.





domingo, 4 de noviembre de 2018

¿Cualquier cosa? (VII): la metáfora (II)


¿Por qué la metáfora puede ser la reina de la poesía?

El mecanismo de la metáfora supone una doble visión. Quien tiene la imagen interior y el concepto de aquello a lo que habrá de referirse, ve a su vez el aspecto en el cual eso visto coincide de alguna manera con otra cosa distinta de ello. Y no ve solamente dos objetos distintos. Ve sus relaciones y atributos similares, proporcionados. Esto es aquello, como aquello es a esto otro. Y tales atributos y relaciones son a una cosa, como lo son a la otra cosa vista los otros atributos y relaciones que le corresponden.

Esto puede darse fuera de la poesía, es verdad. La diferencia es que el poeta ve de este modo habitualmente. Todo el tiempo. Diría que es su primera mirada como intuitiva. Y hasta diría que es su modo preferido de mirar. Y entiendo que, siendo así, de algún modo los elementos de la metáfora son anteriores a la ejecución de la obra poética.

Su asunto siempre se ve siempre amplificado, en una mirada que traspasa aquellos círculos de los que hablé más atrás.

Pero hay que decir que una condición de posibilidad de esto mismo es la cualidad simbólica de las cosas. Ellas mismas tienen en su naturaleza una doble representación. El mar es el mar pero no es solamente el mar. Es también la inmensidad. Una cima es a su vez la altura y la elevación; una sima, la profundidad y la hondura. La primavera es por naturaleza el renacer de la vida tras la muerte del invierno. La noche puede ser la oscuridad del mundo. Pero también la del alma.

Esas trasposiciones son connaturales a la mirada del artífice. Casi diría que su virtud es ver de tal modo las cosas en sí mismas, hasta ver cuándo ya no son ellas mismas sino el signo de algo más, habitualmente más hondo o más alto que ellas. En ese territorio crecen las metáforas. Y la poesía.

Hay un camino artificioso y caprichoso para componer una metáfora. Tratar de asimilar cualquier cosa a cualquier otra cosa, tengan resonancia una en otra o no, y preferentemente no. Puede ser una forma de obtener patente de profundidad o de originalidad mal entendida. Pero, de ser así, no es una metáfora en sentido recto. Es una excentricidad. Y por lo mismo no vale la pena ocuparse de ello ahora. Casi lo mismo diría respecto de las modalidades tales como el libre fluir de la conciencia, como se la conoce preceptivamente, o de las percepciones, emociones y sensaciones, atropellando hacia afuera las palabras en un caos que pretende representar la auténtica actividad de la sensibilidad y del espíritu.

La poesía de mayor calidad tiene en la metáfora la piedra de toque, mucho más que en cualquier otro recurso. Siguen a continuación la riqueza de las imágenes y recién después el dominio material del verso, aunque esto mismo no es ajeno de ningún modo a la virtud lírica del poeta. Y es claro que no es reversible: tener dominio del verso, como ya dije, no es necesariamente signo de que ese verso sea poesía.

Supongamos que se acierta con el verso en metro, ritmo y rima. Pero es más difícil acertar con imágenes. Y mucho más con la metáfora.

Para la medida y la rima, como ya se ha dicho, hay que tener cierto patrón acústico. No ocurre lo mismo con las imágenes y con las metáforas. Hay allí un complejo tramado de visión intuitiva y de imaginación que no se obtiene simplemente educando el oído o en una mímesis puramente exterior de ejemplos prestigiosos. También ocurre que el poeta ve la sugestión que una rima provoca, como ya dije más atrás. Es verdad. La búsqueda o el hallazgo de una rima dispara sentidos y relaciones de sentidos con los que habrá de vérselas el artífice. Y nunca estará seguro de si su impulso poético inicial no está en realidad detrás de esos hallazgos, como en realidad pareciera ser.

Esto dicho, lo que quiere decirse en definitiva es que la capacidad para la metáfora y aun para la imagen no es imitable. Podrá hacerse el mimo de una cierta dicción y tener cierto arte para ello. Pero eso no garantiza de ningún modo que lo que pudo hacerse en broma, con una dependencia servil de lo imitado, pueda hacerse en serio, libremente, no ya con la voz prestada sino con la propia voz. Si acaso se puede acertar con la imitación de la forma de hablar, moverse y mirar de un eximio gobernante, eso no quiere decir que se pueda gobernar por ello con la pericia de un eximio gobernante.





jueves, 1 de noviembre de 2018

¿Cualquier cosa? (VI): la metáfora (I)


En el centro de la poesía está la metáfora.

Las voces, las palabras cuentan. Y cuentan las imágenes. Y los recursos que la preceptiva llama figuras de pensamiento y de dicción, los tropos. Como los restantes recursos entre los que están el metro, el ritmo y la rima. Todo en ese orden de importancia.

Pero la reina de la poesía es la metáfora.

Y hay que justificar esa proposición.

La metáfora, básicamente, dice una cosa por otra. Y de Aristóteles a hoy la definición, el análisis, la sistematización de esta figura muestran variaciones casi infinitas en acierto y profundidad.

No es cuestión ahora de hacer el recorrido completo de estas manifestaciones porque no es el propósito que tengo. Apenas quiero mostrar por qué digo que la metáfora es la reina de la poesía.

Los hombres vivimos intelectual y sensiblemente de señales. En nosotros, lo real extramental y extrasensible, tiene carácter intencional. Esto es, las cosas permanecen fuera de nosotros aun cuando, de algún modo (esta expresión es fundamental), están en nosotros. Conocer, para los hombres, es que las cosas estén, de algún modo, en nosotros. Estas señales de las cosas en nosotros tienen distintas categorías. Algunas de mayor envergadura, como es el caso del concepto formal.

De todas maneras, esas semejanzas se dan a través de signos, aunque el signo en el caso del concepto formal no tenga carácter instrumental sino formal, y esto significa que es un signo que no es captado primero en cuanto tal al significar las cosas.

La expresión aristotélica dice que las palabras son signos de los conceptos y los conceptos son signos de las cosas. La palabra signo no significa lo mismo en el primer caso que en el segundo. El modo como las palabras significan conceptos no es el mismo modo en que los conceptos significan las cosas. Como fuere, signos hay en ambos casos y, por el momento, la distinción no dice nada respecto de lo que quiero decir.

Hay mediaciones: para que las cosas estén en nosotros, hay una mediación. Para que lo que está en nosotros esté en otros, también hay mediación.

Pero queda una tercera cuestión que, a como lo entiendo, está en las raíces mismas de la metáfora.

Se trata del origen formal de las cosas. Qué las hace ser lo que son. Y más específicamente: ¿son idénticas a aquello de lo que proceden?

Formulando la cuestión en términos aristotélicos quedaría así: las palabras son signos de los conceptos, los conceptos son signos de las cosas, y las cosas ¿son signos a su vez de algo anterior a ellas tanto entitativamente como temporalmente?

En mi caso, la respuesta es afirmativa. Y vale aquí la salvedad: el tiempo está del lado del signo en ese caso primigenio y no del lado de lo significado, porque lo que el signo significa no tiene tiempo.

Los existentes no son idénticos a la concepción de quien los hace existir. Son ellos mismos un signo de aquella concepción.

Si esto es así, la cualidad significativa y aun la simbólica es el estatuto de todo lo existente por participación, esto es, de todo lo que existe y no tiene en sí el principio del ser sino que lo ha recibido de otro, que es a su vez quien lo ha concebido antes que nada en su intelecto. De esa concepción las cosas son un signo.

La capacidad de percibir estas correspondencias está en la inteligencia. De allí parte el nudo formal de la palabra exterior, la que tampoco es lo concebido mismo sino un signo de ello.

Pero todo lo que existe no existe encerrado en su propia existencia. Forma parte de una sintaxis mayor, tiene relaciones con otros existentes y admite esas relaciones. La inteligencia tiene también la virtud de percibir esas correspondencias, a veces intuitiva y casi inmediadamente, a veces racional, constructiva y mediadamente.

Esas correspondencias se dan en distintos niveles y con cierta cualidad. Esto es el fundamento de la analogía, en términos generales. Y vale subrayar que la metáfora es una especie de la analogía.

Todo lo que es tiene la forma, por así decirlo, de círculos concéntricos. En cada círculo puede repetirse a su modo propio lo que en otros. Y todos significan, cada cual a su modo, lo que está en el centro de esos círculos, que, siendo inmóvil y uno, es el origen de los movimientos y correspondencias de los múltiples círculos que giran en torno a él. Esta figura que tiene algo del sabor del paraíso dantesco, es también la matriz por la que un significado se asocia o puede asociarse a otros. Pues está en su naturaleza significar de ese modo.


Y por el momento, hay que llegar hasta aquí.