viernes, 26 de junio de 2009

Segundo fuego

La luz

Hay sombras en el aire dolorido.
Y el tiempo pasa en sombras y violento.
Sombras la tierra, el cielo ensombrecido.
Nubes de sombredales en el viento.
Y en sombras los recuerdos y el olvido.
Y el miedo que en las sombras drena lento.
Sombra en el mar y en el mañana huido.
Y el frío de la sombra en el aliento.
Pero, ¿son sombras esta flor y el día?
¿Sombras el vino, el árbol, mis amores?
¿Sombras la estrella, el canto, los dulzores?
¿Sombras un niño? ¿Sombras la alegría?
¿Sombras la voz humilde que porfía?
¿Y sombras el aceite en los dolores?


La sombra

Baja la tarde de este cielo en llamas.
El fuego al occidente pare estrellas
y una luna cremosa en trazas bellas
talla el cielo de luz y libra escamas.
Un incendio aromado de retamas
a una nostalgia hiriente alumbra huellas.
Y en un aire de rayos y centellas
fulge y goza la brisa entre las ramas.
¿Hay luz para los clavos de la cruz?
¿Es el mismo el dolor si crece en luz?
¿La tristeza? ¿La herida? ¿El desconsuelo?
¿No esplende el gris si se ilumina el duelo?
¿No viene de lo oscuro el alba al cielo?
¿Y no alumbra la pena en su trasluz?




Muerte en Barbara

Todos los hombres son mortales reza
la premisa mayor universal
y la menor sostiene por igual
que la del hombre es mi naturaleza.
Miro el papel, repaso cada cual.
No hay dolor en las letras ni tristeza.
No hay más que gloria y además belleza.
Todo está bien en ellas. Nada mal.
Una planicie tersa, sin abismo,
tan nítida, rotunda y luminosa:
la elegancia sin par del silogismo
del principio hasta el fin. Sólo una cosa
alerta al corazón: esa imperiosa
conclusión que dejó sobre mí mismo.


martes, 23 de junio de 2009

La luz cantada

Entonces al mirar con la mirada
vi el cielo de esta tierra. Se veía
la nube que sumisa traducía
un horizonte en flor de llamarada.
Entonces de la nada aparecía
una bandada gris y otra bandada
negra. Y en hebras de una voz callada
vi unos vientos rugir. En esta fría
tierra, hay hombres que cantan todavía.
Y se oye una canción. Bien acordada
suena. Y al son que da la melodía
suena una luz y una verdad. Velada
va la nostalgia. Hay un silencio. Un día
florecerá esa luz, de tan cantada.



domingo, 21 de junio de 2009

Este muelle

Este muelle de mar no me despide.
Ni esta costa, estas piedras, la madera
viva de sal y muerta de vaivenes,
que sostiene este borde de la tierra.
Desde este muelle gris no es la partida
ni se va desde aquí a ninguna parte.
Sólo son tablas. Los viajeros llegan
y miran el abismo, soledades.
Oyen rumores de agua y aves. Temen
los rugidos voraces y los vientos
feroces de lugares infinitos.
Pero este muelle solo no es frontera
ni límite de todo. Solamente
es la espera mientras el mundo pasa.

martes, 16 de junio de 2009

De taciturnitate

El capítulo VI (De Taciturnitate) de la Regla de Monjes de san Benito, trata acerca de la taciturnidad del monje, es decir, y en principio, del ‘callar’ del monje.
ver
1 Faciamus quod ait propheta: Dixi: Custodiam vias meas, ut non delinquam in lingua mea. Posui ori meo custodiam. Obmutui et humiliatus sum et silui a bonis. 2 Hic ostendit propheta, si a bonis eloquiis interdum propter taciturnita tem debet taceri, quanto magis a malis verbis propter poenam peccati debet cessari.

3 Ergo, quamvis de bonis et sanctis et aedificationum eloquiis, perfectis discipulis propter taciturnitatis gravitatem rara loquendi concedatur licentia, 4 quia scriptum est: In multiloquio non effugies peccatum, 5 et alibi: Mors et vita in manibus linguae. 6 Nam loqui et docere magistrum condecet, tacere et audire discipulum convenit.

7 Et ideo, si qua requirenda sunt a priore, cum omni humilitate et subiectione reverentiae requirantur. 8 Scurrilitates vero vel verba otiosa et risum moventia aeterna clausura in omnibus locis damnamus et ad talia eloquia discipulum aperire os non permittimus.

En algunas traducciones, creo que atinadamente, este capítulo se llama El Silencio.
ver
1 Hagamos lo que dice el Profeta: "Yo dije: guardaré mis caminos para no pecar con mi lengua; puse un freno a mi boca, enmudecí, me humillé y me abstuve de hablar aun cosas buenas" (Sal 38,2-3). 2 El Profeta nos muestra aquí que si a veces se deben omitir hasta conversaciones buenas por amor al silencio, con cuanta mayor razón se deben evitar las palabras malas por la pena del pecado.

3 Por tanto, dada la importancia del silencio, rara vez se dé permiso a los discípulos perfectos para hablar aun de cosas buenas, santas y edificantes, 4 porque está escrito: "Si hablas mucho no evitarás el pecado" (Prov 10,19), 5 y en otra parte: "La muerte y la vida están en poder de la lengua" (Prov 18,21). 6 Pues hablar y enseñar le corresponde al maestro, pero callar y escuchar le toca al discípulo.

7 Por eso, cuando haya que pedir algo al superior, pídase con toda humildad y respetuosa sumisión. 8 En cuanto a las bromas, las palabras ociosas y todo lo que haga reír, lo condenamos a una eterna clausura en todo lugar, y no permitimos que el discípulo abra su boca para tales expresiones.

Si uno lo lee extremando el contexto, podría pensar 'esto no tiene nada que ver conmigo, que ni monje soy...'

Y es claro que, así, esto está dicho para el monje, que no es un hombre en una vida corriente, sino enclaustrado bajo una regla de perfección. Y digo esto para que no se entienda que una disciplina de esta laya es aplicable sin más a cualquiera. Tanto para que no lo entiendan mal los del celo impertinente, que quieran medir con esta vara velis nolis y hacer monjes o símil monjes hasta de las piedras, como para que no lo entiendan mal sus adversarios de la vita dolce, que caerían con una excomunica por abuso contra la libertad de expresión inarrugable, ipso facto pronunciadas las palabras del fraile Benito.

Pero, a mi sabor, algo de universal hay en estas sentencias aplicables según y conforme a todos en, diría, toda circunstancia. Mírese bien y creo que con buena leche y recta mirada, se verá.

En lo que a mí toca, una cita del libro de los Proverbios que allí figura me acompaña desde hace decenios de años. Y creo que es aplicable a todos, y obligada más aun para el que tenga a la palabra como casi única vía y herramienta de casi todo lo que parece que le toca hacer en este mundo (además de portarse lo mejor que pueda en este mundo y estarse en condiciones de pasar a la otra vida en buen estado).

Mors et vita in manibus linguae, de eso se trata aquí, es tan espantable como prometedor. Después de todo dice mors y dice vita, no sólo mors. Del mismo modo, y por esto mismo, creo que no solamente hay que acentuar excesivamente el aspecto taciturno de la cuestión, sino que hay que observar también el parlante.

También la vida y no solamente la muerte está ‘en manos’ de la lengua. Y del hablar y el 'callar', claro, que eso quiere decir. Y hablar se habla de pensamiento, de palabra y por omisión, si uno lo entiende bien. También –y para completar la tetralogía– se ‘habla’ con las obras, pero eso es materia de otro asunto.

La cuestión para mí ahora, dicho todo lo anterior, es otra.

En este sentido de los textos bíblicos y de la Regla, suele pensarse, y no sin razón, en la palabra -y sus efectos- en tiempo presente y pasado. Si acaso se piensa en el futuro, se lo hace en razón de lo que será la cosecha transhistórica de nuestras palabras históricas: o mors o vita. Lo que digamos ahora irá al pasado y parece que allí quedará esperando, pero además habiendo hecho –y tal vez haciendo durativamente– lo que haya hecho al ser dicho (herida, consuelo, confusión, consejo, luz, tiniebla, en nosotros primero y en el otro después) y seremos juzgados por ello después del tiempo, allá en el Juicio, uno de cuyos capítulos será, precisamente, lo que hemos dicho. Y callado, por cierto, virtuosamente o no.

Muy bien.

Podríamos ir más adelante con este asunto, pero no es eso lo que querría ahora, porque hay otro aspecto que me interesa respecto de la virtud de las palabras, no referidas al después metahistórico, sino al después histórico.

Una peculiar relación entre las palabras que decimos, particularmente las proferidas, y nuestros actos. De modo que, según lo que quiero decir, las palabras que decimos arrastren desde el futuro nuestras acciones, futuras o presentes.

Se trata, en ese caso, de hablar (y callar) de tal modo que podamos y debamos hacer lo que hemos dicho (o callado). Que el haberlo dicho (o callado) nos embrete, por cierto que no de modo enteramente fatal porque eso sería pecado contra la esperanza, pero sí serio y para nada trivial. Hacer verdad mañana nuestras palabras (y silencios) de hoy.

No es sólo el hecho de ser íntegros en nuestros dichos y no baladrones, de modo que no digamos nada que no sepamos o que, por fanfarrones, no podamos solventar. No se trata solamente, en esto que estoy diciendo, de ser honestos, cabales y responsables, no se trata de simplemente hablar lo justo y necesario y callar cuando es prudente y conviene justamente.

Estoy pensando, en todo caso, en una relación delicada entre prudencia y palabra, de modo que, como ya dije, la palabra sea el motor futuro de nuestros actos futuros, y no por los actos en sí, sino por nosotros mismos, pues, en definitiva, nuestros actos tienen por objeto el bien propio, la propia perfección. No estoy pensando en los actos del arte o las manufacturas, sino, aun cuando estos u otros de este tipo queden incluidos, pienso en especial en el aspecto humano de todos nuestros actos. Nuestras palabras dichas, debieron haber sido dichas de tal modo que nos sirvan para obrar, como un modelo, un eidos, una forma anticipadamente formulada y posteriormente realizada. Por cierto que, aunque entendido con cierta acuidad, esto debe ser aplicable y aplicado también a la taciturnidad, al silencio, un modo de lenguaje humano no menos importante y significativo.

Y, por ahora, hasta aquí llego.

domingo, 14 de junio de 2009

Niebla (XIII)

Los Elfos tienen tres grandezas concéntricas, digámoslo así; entonces es al menos presumible que tengan tres ‘bondades’ o participaciones en el bien, correspondientes, aunque no digo con esto que una cosa dependa de la otra. Esto es, su participación en el bien no es inmediata a su grandeza, salvo potencialmente. Podrían ser muy buenos, pues son grandes. Pero no lo son necesariamente, salvo en el renglón óntico.

Así las cosas, su primera grandeza es la de la especie de seres a la que pertenecen. Los Elfos son grandes por naturaleza. Así los hizo Eru y son los mayores de sus hijos compuestos de cuerpo y espíritu. Todas las otras ‘razas’ corpóreas e inteligentes son en este sentido inferiores a ellos, inicialmente: Hombres, Hobbits, Enanos (aunque estos últimos tienen además el estigma de su origen subcreado en Aulë, como se sabe.)

A su vez, hay Elfos que superan al resto de los de su ‘raza’ en razón de las excelencias de su origen. Y estos son los tres primeros linajes Vanyar, Teleri y Noldor. Entre ellos, a su vez, hay diferencias y ciertas disposiciones que, si bien no autorizan a enhebrarlos jerárquicamente sin más a partir de ellas, permitirían tal vez decir que unos son más celestes, otros más acuáticos y otros más terrenos. Todos ellos, como se saben, son a su vez estelares, pues estrellas es lo primero que vieron al ‘nacer’ y aman eso más que nada. A partir de estos linajes originarios, se fueron diversificando –aunque no demasiado- y en cualquier caso lo hicieron siguiendo eso que llamo y parecen ser sus disposiciones naturales.

Por último, hay grandeza personal en algunos Elfos que se suma a las anteriores que ya poseen, actual o potencialmente. Esta grandeza personal, además de poder estar asociada a su antigüedad en la existencia como a su linaje, supone en tal caso una característica propia de un individuo de esta ‘raza’. De modo que además de poder ser grande porque es un Elfo, puede ser grande entre los Elfos por razones propias suyas individuales. Incluso, aunque es menos frecuente, saltando por encima de su linaje o antigüedad. Así todo, parece manifiesto que los más antigüos y altos, son los que pueden o podrían ser los mayores y eventualmente los mejores, en razón de esas condiciones.

Por cierto que todos los Elfos son susceptibles de obrar mal y de malearse, como es posible para toda creatura espiritual y por lo tanto inteligente. No debería olvidarse a este respecto que no habría mal sin espíritu y esto significa, primeramente, sin inteligencia y por cierto sin voluntad. En el caso de los Elfos, particularmente, una causa próxima de este maleamiento suele ser frecuentemente el mundo material, del que tienden a enamorarse, así como las obras de sus manos asociadas a la materia, en virtud también sea dicho de su inconmensurable creatividad y pericia. El mundo de lo bello, particularmente, pero también el mundo de lo grande y potente, más de una vez los ha puesto en complicaciones y no pocas veces esas complicaciones han sido funestas y fatales, no solamente para ellos.

La cuestión de su durabilidad en este mundo, su permanencia y su peculiarísima condición temporal y frente a la muerte –ese misteriosamente llamado don de Ilúvatar a los hombres–, es también un factor importante para comprender el talante élfico. Así, la permanencia corre en ellos pareja con su amor por este mundo material, así como con su nostalgia. Para algunos, se trata de una nostalgia específica en razón de su historia personal, como es el caso de los que añoran el Reino Bendecido por haber estado centurias o milenios lejos de allí, o por las circunstancias en las que se alejaron de él. Para otros, el mero contacto y conocimiento de este mundo material -o de algunas partes de él- les despierta tanto amor como melancolía. Tal el caso de los que añoran el mar, los bosques o simplemente Arda. Pero para todos ellos, parecería que el tiempo transcurriendo es tanto una fuente de un intensamente sabroso paso por el mundo, como un agridulce exilio. Esta condición parecería acrecentarse y agudizarse todavía más, después de la salida de Valimar de los lugares de Arda, la tierra, y aun de Eä, en tanto universo material, cuando la morada de los Valar salió de este mundo.

Otra cuestión a estos respectos, y en relación con el mundo imaginado por Tolkien, es la sensación que tiene todo lector de sus dos obras más conocidas, pero aun de El Silmarilion, en cuanto al papel de los Elfos en ese mundo imaginario.

Creo que el lector –más allá de que sepa o advierta por ejemplo que El Señor de los Anillos tiene como punto de vista de la narración la mirada hobbit, y tal vez por ello mismo– puede sentir que hay una impronta ‘elfocéntrica’ en los relatos.

Pero, ¿es efectivamente así? No es asunto que importe inmediatamente ahora pero, sin duda alguna, las historias de Tolkien no son ‘hobbitcéntricas’. Por otro lado, tal vez, cosas dichas a propósito de los Hombres en los escritos que se refieren a las edades primeras, como el final mismo de la saga del Anillo y su Guerra final, permitirían al menos hacer competir a Elfos y Hombres en cuanto a su centralidad en la obra. Como digo, no es un asunto que importe ahora. Pero no deja de tener alguna relación con mi propósito en torno a la figura de Galadriel. Por cierto que los Elfos lamentan el final de lo que ellos consideran sus edades –si es que ese tiempo era el de su predominio efectivamente–, así como parecen lamentar que con el final de sus días en Arda –y tal vez en Eä misma– comiencen los días de los Hombres, como si con ello advirtieran una degradación en la historia (no en el relato, sino en la Historia) en general y en la atención y cuidado de las vastedades de Arda en particular. Si ese lamento es efectivamente así, habría que ver si es enteramente lícito, o si es una inadvertencia de los Elfos, quienes tal vez no puedan sino ser ‘elfocéntricos’ en su mirada de las cosas de este mundo.

Más allá de sus dones naturales, más allá de las inocultables y celebrables virtudes de estos feéricos y altísimos seres, mi condición de Hombre (por Hobbit que uno pueda sentirse) me inclina inevitablemente a pensar que no solamente hay una parte de la entera historia (no de la narración) que los Elfos no terminaron nunca de entender –y digerir–, aun cuando muchas cosas veía su perspicacia y algunas otras les fueron reveladas al respecto, especialmente en cuanto al amor que Ilúvatar tiene por los Segundos Nacidos y, consecuentemente o no, respecto del papel que Eru quiso para ellos, vista la historia de cabo a rabo, más allá de los resplandores de las edades primeras en las que los Elfos habitaron este mundo y eran protagonistas casi exclusivos.

ver


Nota en el margen

Sé que hay toda suerte de lectores de estas cosas. Como los hay de esta bitácora. De modo que no me demoraré mucho en explicar cuál es el valor que le doy a estas cuestiones y al entendimiento que busco de las obras de Tolkien (como de otros asuntos y autores) y el valor que le doy a la interpretación para varios propósitos de lo que dice literariamente en ellas y aun ensayísticamente en sus Cartas, por ejemplo. Y no creo que deba dar demasiadas explicaciones, no muchas más que las que se traslucen de estos escritos que vengo llevando, y esto no por menosprecio, impaciencia o malhumor sino porque a unos nunca les harán falta (o casi) y a otros no les alcanzarán (ni les servirán) nunca.

Se entiende que, cada quien que lleve una bitácora, la lleve según su gusto y, presumiendo su buena fe, la lleve a su leal saber y entender, diciendo lo que cree debe decir y decirse, del modo como le parece más atinado o prudente, y pulcro, claro, en su doble sentido. Y lo digo aun cuando en algunos casos esos sean presupuestos difíciles de probar. O de creer.

Con todo, y sé que no es infrecuente en este mundo, siempre se ve uno tentado de decirles a eventuales lectores, especialmente cuando son o se muestran (hiper)críticos o simplemente gruñones –y hasta a los malparidos–, que si no les gusta esta bitácora se busquen otra a su gusto.

Es una tentación, claro, que debo confesar que pocas veces me ha rondado. Y a veces parece harto justa. Pero creo que no debe hacerse. Tengo afecto por los eventuales lectores, críticos o no, gruñones o no, malparidos o no. Creo que son buenas gentes. Por otra parte, los sé independientes y distantes, casi exactamente a la distancia en que el propio autor de la bitácora los coloca.

Debo agradecer el que no pocos hayan probado su buen sentido más de una vez y otros me hayan ayudado mucho en algunos casos, espontánea y generosamente. Pero entiendo, además, que son inteligentes y algunos muy. De modo que creo que hago bien si supongo que su inteligencia y buena fe les dirán cuándo algo no ha sido escrito para ellos. O cuando están sobrando. Por aquello de lo que se habla, o por lo que se dice, o por quien lo dice o por lo que fuere. Tanto da.

jueves, 11 de junio de 2009

Primer fuego

La barba sobre el pecho, somnoliento y alerta,
miro el fuego. Unas brasas de pino y de laurel,
las hojas de unos robles que bailan, se levantan
en cenizas de cobre. Y trozos de papel
que humean tintas nobles que no sabré qué dicen,
y que habrán dicho tanto quién sabe para quién.

Un aguardiente enciende los ojos entornados.
Un tocón por asiento, y en las manos el cruel
punzón de las heladas escasas de estos días
que intimidan la hierba, sin hacer mal. Ni bien.

Siento el aire que esquiva el frío de la tierra,
y hecho calor reseco sube y ronda mi sien.
Oigo crujir las ramas, las cortezas dormidas
que las llamas trituran. Silba lejos un tren.
La luna hiela sombras. El mundo sueña quieto.
La noche pasa. Y todo. Menos el fuego fiel.



miércoles, 10 de junio de 2009

Niebla (XII)

Hay dos cosas en relación con Galadriel.

Tal vez las dos se resuman en una sola pregunta: ¿Cómo es Galadriel?

Por supuesto que estoy perfectamente de acuerdo con cualquiera que dijere que se trata de un personaje literario en medio de una composición literaria, con todas las limitaciones que esto supone para el análisis o la interpretación del asunto. Cuidado, sin embargo, con establecer lo literario como un ámbito tan cerrado y concluso, con reglas y códigos tan propios que no admitan más claves que las internas a la obra. Cuidado también, hay que advertirlo, con pretender una coherencia tal que nada se escape a la creatividad del autor, a su sintaxis cósmica subcreada, al orden que le ha dado a los asuntos y a las gentes en medio de tales asuntos. Es claro que solamente hay un autor capaz de lograr una obra tal en la que hasta las imperfecciones y contingencias estén ante su vista siempre. Una sola obra podría preciarse de no tener inconsistencia alguna en ningún sentido. Y por cierto que no es la de Tolkien, como no lo es ninguna de las hechas por mano de hombre. Pero cuidado también con desdeñar la potencia de lo literario en orden a la verdad y al bien, no sólo a la belleza. Ya hace milenio y algo más que un hereje donatista acusó a san Agustín de falsear la verdad y creyó que probaba su acusación imputándole el hablar con figuras. Y ya hace la misma cantidad de tiempo que san Agustín le contestó.

Voy, con esta advertencia dicha, a las dos cosas.

Para mirar una de ellas, no se puede sino con la asistencia de lo que el autor del personaje dijo, sugirió o esbozó respecto de ella.

Por una parte, sabemos que Galadriel pertenece a un linaje augusto de elfos primigenios, pero al mismo tiempo al más problemático de los tres linajes de aquellos que son llamados los primeros nacidos como hijos de Eru. Sabemos también que en determinado momento toma su camino hacia la Tierra Media –camino personal, si se quiere, pero no solamente personal-, y que tomarlo supone eo ipso una desobediencia a los poderes angélicos que inmediatamente gobiernan Arda. Sabemos que todos los que tomaron ese camino desobedecieron formalmente, sabemos que algunos siguieron a Fëanor de buen grado, y otros –ella, por caso y algunos de su casa- marcharon primero con él, no exacta y completamente por él; y que después incluso fueron en su, digamos así, persecución; pero –y en su caso explícitamente- sabemos que algunos fueron a la Tierra Media también por motivos propios que no eran enteramente los de Fëanor. Sabemos positivamente que no formuló aquel terrible juramento impío que pronunciara Fëanor en el colmo de su rebelión y fatuidad y otros con él; como sabemos que no participó de las matanzas de los Teleri y que, más tarde, ella y otros elfos de su propio linaje sufrieron una traición por parte del mismo Fëanor. Sabemos que, pese a esto último, la maldición de Mandos, y de los Valar de Valinor, pesa también sobre ella, como sobre todos los que, cuando fue proferida, no aceptaron volver a Valinor ante el indulto que en esa misma ocasión ofrecieron los Valar a los desobedientes, y después asesinos de los Teleri. Sabemos que de todas las veces que pudo haber aceptado o pedido perdón y haber vuelto a los Valar a lo largo de milenios, sólo aceptó en la última oportunidad. Sabemos, además, que precisamente recién estuvo en condiciones de volver al Reino Bendecido, al haber pasado la prueba a la que se enfrentó cuando Frodo le ofrece el Anillo Único, que ella rechaza. Por último, sabemos que está en la Tierra Media porque “anhelaba ver las amplias tierras sin custodia y gobernar allí un reino a su propia voluntad” y que había dejado atrás las terribles penas de ese pasado anterior a su llegada a la Tierra Media y que aceptaba de buen grado cualquier alegría que hubiera en esa tierra, sin recuerdos que la perturbaran, al menos visiblemente, y al menos hasta que estuvo por terminar la Tercera Edad y fue la Guerra del Anillo; porque, para entonces, Galadriel tenía una nostalgia explícita del Reino Bendecido de los Valar (un lugar ya fuera de este mundo), todo lo cual sabemos por su propia declaración. Sabemos que pasó la prueba, que irá empequeñeciéndose, y que marchará al Oeste. Y que entonces, al final, seguirá siendo Galadriel. Sabemos además que Lothlórien es un lugar separado, por su propia presencia y acción (y la de Celeborn, su esposo), y que es aquel reino que ella quería gobernar a su propia voluntad; y que en esa tierra su mano plantó o hizo crecer una belleza inigualable y que es un lugar en el que -como en Galadriel-, al decir de Aragorn “no hay ningún mal”, a no ser que un hombre lo lleve allí él mismo.

Por otra parte, la segunda cuestión sobre Galadriel tampoco puede ser vista enteramente sin el concurso de su autor.

Además de lo que el autor dice respecto de ella en la ficción, nos dice que es una penitente y que es inmaculada. Bien que dice estas cosas no a la vez sino en dos momentos distintos de su vida, respecto de una materia que de suyo es dinámica, porque la composición de un personaje –más en el caso del que se trata y por el tipo de composición que Tolkien encaró- no se inmoviliza ni se petrifica en el tiempo, o una vez que ha sido volcada en el papel.

Aun siendo así –y es natural y razonable que así sea-, Tolkien nos exige con ello hacer algún análisis.

Sabemos que Galadriel es alta y grande, en sentido ontológico, espiritual y moral. Es un personaje de tragedia, no de comedia, dicho en términos clásicos. Sabemos que es un ser alto y bello, tanto que su asociación con rasgos de la Virgen María no es caprichosa ni forzada. Sabemos por supuesto a la vez que alta y buena no se oponen en contradicción, como tampoco stricto sensu se oponen de ese modo alta y penitente, ni siquiera penitente y buena. No hay contradicción en esos términos y bien puede ser Galadriel al mismo tiempo algunos de esos pares. También y con más razón parece posible que Galadriel fuera alta e inmaculada, que es parecido a decir que es alta y buena, aunque parecido y no idéntico, porque propiamente hablando no todo bueno es inmaculado. Sabemos a este respecto lo que ya se ha dicho en cuanto a que en ella no hay mal alguno, según Aragorn, que se parece mucho a decir que es inmaculada o a decir que es buena. Pero se parece, otra vez; no es propiamente idéntico.

Con todo y eso, está claro entonces que Galadriel no puede ser penitente e inmaculada a la vez. Porque eso sí – simpliciter y aun secundum quid, como dirían los filósofos- es una contradicción.

Si Tolkien hacia el fin de sus días pensó distinto respecto de Galadriel, como aparece en su correspondencia, algo tendrá –o tendría- que modificarse en la historia de Galadriel. O habrá que mirar con mucha atención si hay o no una razón consistente y real para que, en sus milenios, la Dama se haya vuelto una penitente. Ocurre que en la historia parecería que sí hay motivos suficientes para que tenga algo de lo que arrepentirse, algún perdón que pedir, alguna penitencia que cumplir, y parece haberlo no solamente en los actos exteriores, no solamente en la desobediencia, ni en la renuencia al perdón, sino tal vez –y aquí hay que caminar con temor y temblor...- en esos actos interiores que parecen traslucirse en motivos como aquel anhelo de llegar a ver aquellas amplias tierras sin custodia y gobernar allí un reino a su propia voluntad.

Sin embargo, sigue allí el trazo algo grueso con el que Tolkien trata de esbozar, al final de sus días, una razón distinta para el camino –con la intención y los actos que suponen ese camino- de Galadriel hacia la Tierra Media.

Ahora bien, creo que si Tolkien pudiera incluir eso en la historia, debería cambiar también partes de ella y partes importantes no sólo al comienzo, sino también al final, incluyendo en particular un cambio notable en los motivos de aquel discurso ante Frodo y aún más en los de los dos bellos cantos de despedida que canta frente a él partiendo de Lórien.

No encuentro objeción para que Tolkien hubiera cambiado eso, si así le parecía. Incluso para que le hubiera dado a esos cantos de Lórien motivos distintos de los que aparecen en la historia tal y como está actualmente.

Diría, eso sí, que si hubiera habido tales cambios, habrían sido grandes cambios. Y cambios más que necesarios, de algún modo, porque no puede sostenerse con la historia tal y como está, en sus partes y en el todo, que Galadriel sea inmaculada y no tenga razones para arrepentirse; ni puede sostenerse, sin violentar algo importante en el relato, que su salida de Valinor la enhebra en una fatalidad frente a la que –precisamente por lo que tiene de involuntario- ella nada puede, salvo sufrir las consecuencias.

Y hasta aquí llego.

Con toda esta larga relación, sin embargo, creo que por ahora parecería que apenas si llegamos a una conclusión provisional: o Tolkien pretendió deshacer desde la raíz lo dicho respecto de Galadriel en sus obras o esa carta contiene algún tipo de desacierto, lo que no tendría por qué escandalizar a nadie, dicho sea de paso. Hay una tercera posibilidad, tal vez, que no voy a exponer ahora.

En todo caso, una vez presentadas así las cosas, me queda todavía tratar de ver cuánto en este personaje alto y bueno (y penitente) dice algo respecto de eso que viene llamándose aquí el problema del bien.

martes, 9 de junio de 2009

Afinación

Mis conocimientos del arte musical –pese a mis antecedentes familiares- son nulos. Cantante líricos, pianistas, violinistas inmediatos en mi sangre, no lograron dejar la huella suficiente. Una larga tradición itálica de melómanos y músicos solamente dejó en mí el placer del oído; poco de la voz y nada de las manos. Tal vez se deba en parte –estoy inventando- a mi lejanía de la matemática, una señora de gran predicamento, pero que, a mi sabor, vive en otro barrio.

Otra cosa, claro, es que a uno le guste la música. Oírla con encantamiento y paladear lo que se alcance. Y me ilusiono a veces pensando que si santo Tomás entendía a Aristóteles y a Platón sin saber griego, bien podría serme propicia Euterpe, la de genio amable, y permitirme saborear la carne sin tener que masticar los huesos. Tonteras del iluso, me digo; pero sigo oyendo, mientras aparto con displicencia cordial notas, partituras y otros ilustres andamios necesarios.

En estos días, sin ir más lejos -y es la razón en parte de esta entrada-, estuve frecuentando por casualidad a Heinrich Ignaz Franz von Biber, un austro-bohemio del siglo XVII, de quien había oído incompleta una obra suya, unas sonatas que portan el bonito y musicalísimo nombre de Harmonia artificioso-ariosa: diversi mode accordata.

Entre otras ventajas, lo que oí resulta una compañía de lo más adecuada para andar por los trabajos que me trae el problema del bien, ese mosto que todavía no da del todo vino, sino una vinasa (decían mis ancestros), que apenas es bebida para chicos.

Me puse a ver algo sobre el austro-bohemio y entendí que el ejecutante y compositor era un virtuoso del violín, que tiene características distintas del barroco típico (allí entramos en especificidades técnicas que son prendas ajenas para mí...), cosa que en cierto sentido agradecí. Vi también que en estos últimos tiempos le han atribuido una obra que consideran descomunal: una misa para 53 voces e instrumentos (Missa Salisburgensis, de 1682), que dicen ser la mayor obra contrapuntística anterior al siglo XX, dato que no deja de impresionarme, al tiempo que me deja completamente frío, mal de mis pecados artísticos.

Y hay algunas otras cuestiones del estilo con las que, y más aún dichas por la boca de un ignaro, no conviene seguir aburriendo al amable lector.

Pero entre los datos, figuraba un asunto sabroso, creo.
La música de Biber ha experimentado un redescubrimiento, debido en parte a sus sonatas del Santísimo Rosario. Esta notable serie de 15 sonatas también se conoce como Sonatas del misterio (refiriéndose a sucesos importantes en la vida de la Virgen María y Cristo, y también como sonatas de los grabados de cobre (por los grabados que encabezan cada una de ellas). Cada sonata emplea una afinación distinta del violín. Este uso de la scordatura hace que el violín vaya del placer de los cinco misterios gozosos (la Anunciación, etc.) al trauma de los cinco misterios dolorosos (la Crucifixión, etc.), pasando por lo etéreo de los cinco misterios gloriosos (la Resurrección, etc.). También es simbólica la reconfiguración del violín: por ejemplo, las dos cuerdas centrales del violín están intercambiadas en la sonata de la Resurrección.
Dejo piadosamente de lado la fuente de este párrafo y más aún paso por alto la dicción de los asuntos a los que alude.

La cuestión de afinar distinto (scordatura) según los Misterios de los que se trata, es ya de por sí un asunto que me tienta considerar aplicándolo a otros tópicos, así como ese intercambio de las cuerdas centrales del violín en la sonata de la Resurrección.

Tal vez haya más música en las cosas que la que estamos acostumbrados a ver. U oír.

Pero pienso también que tal vez haya más música en la música que la que los músicos (honestamente técnicos, alegremente aficionados, gloriosos sedicentes, vanidosamente pretendidos) sepan.

Hay que tener cuidado con las cosas grandes y graves. Hay que tener cuidado con todo, en realidad.
Hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, de las que sueña tu filosofía.
Sí, Hamlet, sí. Y eso porque a Horacio ya le parecía extraño todo aquello de la Sombra, que era bastante extraño, hay que decirlo.

Pero creo que también hay más cosas en la filosofía que las que sueña la filosofía. De Horacio o de cualquiera.

La scordatura es un ejemplo apenas, pero tan bueno como cualquiera.

No es cosa de afinar las cuerdas entre sí y listo. A veces -¿a veces nada más?- las cuerdas tienen que afinar con algo que no son las cuerdas. A veces, incluso, hay que cambiar las cuerdas de lugar para hablar de ciertas cosas.

domingo, 7 de junio de 2009

Niebla (XI)

Un poco de niebla hubo en estos últimos días. No lo suficiente.

Todavía sigo mirando con cierta perplejidad la cuestión del problema del bien y la grandeza en Galadriel.

Mientras, le entré un poco a Zander (sí, finalmente..., pobre) de tanto en tanto; pero no parece cosa de leer en el tren o en huecos del tiempo. Me decepciona un poco, me entusiasma otro poco. Casi en partes iguales. La tesis, como corresponde a un ruso, se hilvana en volutas, va en idas y vueltas de la obra de Dostoievsky al propio ensayo, espirales que se alejan del asunto y se aproximan al nudo, sístole y diástole de la mirada. Hay que tener un tempo distinto del nuestro para leer estas cosas. Por lo menos eso, aunque se me hace que hay que mirar las cosas de un modo que no es el modo al que uno está habituado.

Pero, en suma, el asunto es básicamente parecido a lo que podía uno fantasear con semejante título: encontrar la raíz de bien de los buenos, pintar el bien de los buenos, es asunto complicado y difícil. Y se le hizo difícil a Dostoievsky, que según Zander, trató de hacerlo en toda su obra, con su Aliosha, con el Idiota, con Raskolnikov y demás.

Es curioso, con todo, que sea así. Pero es así, según parece. Es linda cuestión para ver, para tratar de ver. Aunque no sé si se puede fino alla fine, fino in fondo. Y me parece que no del todo.

El mal es misterioso, claro que sí. ¿Y el bien? Ni les cuento. Y a la hora de la representación -ya dicho tantas veces-, es más fácil naufragar en uno que en el otro, quedarse corto o errar el tiro.

De todos modos, no es ése el problema preciso que me había planteado. No era tanto la representación de Galadriel en cuanto personaje bueno. Me interesó más ver qué quiere decir que Galadriel es buena. Y creo que no es sólo una veleidad iconoclasta o un capricho. Tal vez sea el propio Tolkien el que lo permita. Igual, como fuere, no termino de verlo del todo.

Hubo niebla, sí. Pero no lo bastante.

En el medio, y mirando eso mismo, se cruzó otra cuestión: velar el dolor. Los grandes, los buenos, ¿velan su dolor?

Está claro que no es reversible el asunto, porque se entiende fácil que tanto hay quienes velan su dolor por otras razones -orgullo, por ejemplo-, como hay quienes no lo velan tanto y son buenos y grandes lo mismo. Entonces tal vez habría que acercarse aproximadamente a la cuestión, matizándola. Y el asunto sería si tienden a velar su dolor, siquiera de algún modo. O si al menos en eso hay algún signo de grandeza. Y de bien, incluso.

Algo me parece cierto: conozco algunos que son grandes llorones, pero no recuerdo grandes que sean llorones. Hay tipos que lloran mucho -como David sus pecados, por ejemplo- o que se quejan y putean mucho -Leon Bloy, por ejemplo-, y que tienen grandeza y son buenos, pero no es lo mismo que ser un gran llorón, o un llorón a secas, categoría no tanto glandular como sí espiritual, a como lo veo, al menos. Y eso contando con que las lágrimas del llorón sean genuinas y no una simple y mañosa manipulación.

Tal vez no quiera decir mucho, o debería verlo más despacio. Tiene alguna relación con Galadriel, por cierto; porque fue mirando su caso que se me apareció el punto.

Pero.

Ya está dicho. No hay suficiente niebla para un asunto, menos la hay para dos y aún menos para dos a la vez.

Paciencia y pan criollo.

Otro día.

Sigamos.

sábado, 6 de junio de 2009

El barquero

A la luz de una estrella que amaina el brillo
de la luna en un cielo que huele a menta,
se oye el canto de un grillo,
grave y sencillo,
y una copla de truenos de una tormenta.

Y baja por el río, solo y callado,
en su barca de pobre un barquero viejo.
Va remando cansado
y a su costado
ve la luna que juega con su reflejo.

Y la barca se mece, lejos la orilla;
unas ramas de sauce que silban suave;
y la estrella que brilla
junto a la quilla;
el aire que ventea, el rumor de un ave.

Ha dejado los remos y duermevela.
Y dormita la barca y en su deriva
casi no deja estela;
y ya ni riela
la luna, silenciosa y compasiva.



jueves, 4 de junio de 2009

Tango

Arteramente, el bandoneón fatiga
su voz penosa, en un jadeo lento.
Arteramente expira y en el viento
nos queda esa tristeza. Y él mendiga
un poco de dolor con su lamento.
Qué lástima su queja y esa intriga
que nos ata a su sombra y nos obliga
a vestirnos de gris y abatimiento.
Pero, a veces, herido de contento,
me voy a su reparo. El instrumento
se solaza y se amansa. En su cantiga,
oigo silbar al fuelle vinolento
que dice gravemente, como ungüento
que da quietud al aire y que me abriga.