jueves, 30 de septiembre de 2010

Canción de silencio

En la cordillera, tuve algo de tiempo para unas charlas que se me hicieron de lo más sabrosas. Muchas fueron a propósito de viejos asuntos urgentes. Como el de la belleza, por ejemplo.

También se coló Leonardo Castellani en las pláticas y cosas de decir que hubo en esos días. Hubo que levantar una vez más la bandera de su poesía maltrecha, pese al diktat del insigne tucumano que, estoy seguro, me amonestaba cordialmente desde el cielo de los poetas, negándole la entrada en verso..., porque en prosa dice el tucumano que es buen poeta.

Ya en la pampa, me quedé repasando algunas páginas del buen cura, para hacerle toda la justicia perfecta que un mortal podría hacer. Volví a leer su poesía y otras líneas.

¡Qué cosa difícil es! ¡Cómo no se deja enlazar el hombre! Uno quiere hacer el bien y él dale que sí y dale que no, y se resiste y contradice y, al fin, lo que es más desalentador, parece empeñado en darle la razón al insigne...

Pero me pasó que encontré unos versos que había olvidado por completo.

Hace varios años, conseguí la segunda edición de Las muertes del Padre Metri. Es de 1942 la primera y se llamaba Las 9 muertes del Padre Metri. Ésta que tengo entre manos es la de 1952 (hay una tercera de 1978) y tiene una cantidad de agregados. Calculo, por los tópicos de algunos textos, que volcó allí lo que destiló en los años que van de la primera a la segunda y que son los más duros de su vida. En poemas agregados, por caso.

Allí estaban entonces estas décimas.

ver

Canción de silencio (*)

Mi mal tomó condición
de desesperado asedio:
si lo callo, no hay remedio;
si lo cuento, no hay perdón.
A callar, pues, corazón,
y que la fe lo digiera,
pues la pena echada fuera
se pudre, y echada al centro,
limpia el corazón adentro
como una fiera salmuera.

Sé generoso de todo,
menos del propio dolor;
Déso hay que ser guardador
y avaro en supremo modo.
Movido, se vuelve lodo;
quieto, se vuelve argentino.
Es tu tesoro divino,
que nadie puede robar,
pues cuando está quieto el mar,
lo visten de azul marino.

Te has quejado demasiado
y a muchos; y tu castigo
ha sido el tedioso amigo
y el consolador frustrado.
¡Ay, tengo sed!... y te han dado
vinagre, y jamás dan más.
El vino sólo obtendrás
de Dios, cuando Dios te encuentre
solo, y digiera tu vientre
las dos onzas de aguarrás.

Antes de ser aceptada,
la muerte es muerte, después
no sé lo que pasa; no es
ya muerte, es vida pasada.
Todo lo pasado es nada;
la sangre es nuevo bautismo.
Si te parece un abismo
tu mal, no lo dejes que hable:
del dolor, lo insoportable
es lo que pone uno mismo.

Dolor que ya reverencio,
envuélveme como una
tumba que fuera una cuna
en sudario de silencio.
Que me valga San Crescencio,
santo de mi natalicio.
Yo ordenaré mi estropicio
como un buen rompecabezas:
he visto brotar cerezas
de un montón de desperdicio.

Y si tienes que dejar
l’última esperanza a un lado,
es fácil morir callado
cuando es inútil hablar…
Es más fácil expresar
el sér en un comedido
gesto de león herido
que se tumba con desdén,
que andar a explicarse a quien
nos odia y nos ha perdido.


Y claro: lo de siempre.

Hay momentos difíciles de salvar y otros condensados y felices que, admito, no son ni todos ni la mayoría. Pero suele ser que cubren la nube de sus faltas líricas la potencia de lo que dice y el acierto de síntesis, urdido más allá de la técnica, por cierto.

Si fuera que Dios le diera más acierto en la herramienta...



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(*) En la edición de 1978, el título es Canción del silencio. Si fue él quien lo cambió, no hizo bien, me parece: es mejor el viejo.

Actualizo la entrada porque, siempre atento y de memoria envidiable, Hernán me apunta que con el nombre algo mejor de Las décimas del silencio, la canción está en El Libro de las oraciones, página 393. Es cierto que para entonces, Castellani le había cambiado el final y no creo que para mejor:

Y si tienes que dejar
la última esperanza a un lado
es fácil morir callado
cuando es inútil hablar…
Es más fácil expresar
su ser en un comedido
gesto de león herido
que se tumba con desdén
que andar y explicarse a quien
nos odia y nos ha... fundido.