martes, 19 de octubre de 2010

Lugones



Señor, es la mañana junto al río. Febrero…
Mis manos se nublaron, mi corazón se inclina.
Son sangre en flor los ceibos; por el aire trasmina
como un dulzor el barro. Un zorzal lastimero
un ronco De profundis entre los sauces trina
y parece una Salve el canto del hornero.
Señor, estoy cansado y me siento extranjero
y me aprieta esta pena y duele la Argentina...
Llevo el amor ajado y el corazón herido
de una tristeza antigua que me sigue y me llaga
la luz. Silencio en todo. Estoy quieto, voy ciego...
Febrero y este frío..., la vida se me apaga...
Señor, no hay tiempo... Nada... Sólo queda un latido...
Un último latido, Señor, para este ruego...



lunes, 18 de octubre de 2010

Mientras (II)

Esta mañana, mate y tabaco a mano, estaba oyendo músicas de Atahualpa Yupanqui.

Porque si usted viera, paisano, lo que es entrarle en seco a La vida es sueño, y al alba...

Ayudan las milongas y vidalas, créame.

Y entre aquellas músicas estaba ésta, que me distrajo de la Polonia de Segismundo y me lo figuró a Lugones, vaya a saber uno por qué, aunque no tanto.

Entonces, y mientras, que le quede dedicada.

Mientras

¿Para qué busca uno un recreo de las cosas que se le hacen graves?

Mejor sería no, a veces. Apechugue con Lugones, hombre. Siga embromando al prójimo argentino con cosas de poesía. Diga de una vez lo que piensa del asunto y aguante la silbatina y las pedorretas ilustradas de aqueos y troyanos...

No.

Un recreo.

Y entonces va uno a Simone Weil y a los pensamientos que como aforismos largos tiene en La gravedad y la gracia. A mí me gustan y siempre me sirven y muchas veces me son un refrigerio. Siquiera para discutir con ella, como casi siempre. Después de todo, combate por combate, es un combate leal.

Fíjese.

En el capítulo Desaparición, trae cosas como éstas que copio.
Todas las cosas que veo, oigo, respiro, toco, como, todos los seres que encuentro, privo a todo eso del contacto con Dios, y privo a Dios del contacto con todo eso, en la medida en que algo en mí dice “yo”.

Puedo hacer algo por todo eso y por Dios, a saber: retirarme, respetar su encuentro.

El cumplimiento estricto del deber simplemente humano es una condición para que pueda retirarme. Él emplea poco a poco las cuerdas que me retienen en mi lugar y me lo impiden.



No puedo concebir la necesidad de que Dios me ame, cuando siento con mucha claridad que, aun en los seres humanos, el afecto por mí no puede ser más que un error. Pero concibo sin dificultad que ame esta perspectiva de la creación que sólo puede tener desde el punto en que estoy. Hago de pantalla. Debo retirarme para que él pueda verla.

Debo retirarme para que Dios pueda entrar en contacto con los seres que el azar pone en mi camino y que él ama. Mi presencia es indiscreta como si me encontrara entre dos amantes o dos amigos. No soy la joven que espera a su novio, sino el tercero inoportuno que está con los novios y debe irse para que puedan estar verdaderamente juntos.

Si sólo supiera desaparecer habría unión de amor perfecto entre Dios y la tierra por donde camino, el mar que escucho.



Et la mort, à mes yeux ravissant la clarté,
Rend au jour, qu'ils souillaient, toute sa pureté. *


Que yo desaparezca a fin de que las cosas se conviertan, desde el momento en que no son vistas por mí, en belleza perfecta.



No deseo que ese mundo creado ya no me sea sensible, sino que ya no me sea sensible a mí. A mí, él no puede decirme su secreto, que es demasiado alto. Que yo parta, y el creador y la criatura cambiarán sus secretos.

Ver un paisaje tal como es cuando yo no estoy...

Cuando estoy en alguna parte mancho el silencio del cielo y de la tierra con mi respiración y los latidos de mi corazón.

¿Ve? Al final, prefiero discutir con los argentinos y su (nuestra) tan frecuentemente ingeniosa, brillante y hasta profunda, liviandad pomposa para con las cosas altas.

Refrigerio, puede ser.

Ni recreo ni nada.

Por ejemplo.

"Un sólo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo" que dice San Juan de la Cruz en sus Dichos de luz y amor (34): ¿eso cabe o no cabe en este capitulito de Weil? ¿Y de qué manera, si cabe?



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* Estos versos que cita están en la Fedra, de Jean Racine (V, 7) y son las últimas palabras que Fedra dirige a Teseo antes de morir. En mi edición dice dérobant, no ravissant como cita Weil. Son casi sinónimos, claro.

Esos versos dicen, según la traducción de Emecé:

Y la muerte, quitando a mis ojos la claridad
Devuelve al día que ellos manchaban toda su pureza.
Arrebatando por quitando y mancillaban por manchaban, me parecería mejor.

Por otra parte, en pasajes de este tipo, la crítica ve en ocasiones trazas de jansenismo. Tal vez. No desentona con el talante de Weil, jansenismo más o menos, y esa tensión -¿casi inhumana?- entre amor y desapego, que en no pocas ocasiones tiene reflejos extravagantes en ella.

domingo, 17 de octubre de 2010

Asunto con espinas (III)

Lugones publicó en 1912 El libro fiel. Allí está este poema.

Historia de mi muerte

Soñé la muerte y era muy sencillo:
Una hebra de seda me envolvía,
y a cada beso tuyo
con una vuelta menos me ceñía.
Y cada beso tuyo
era un día.
Y el tiempo que mediaba entre dos besos
una noche. La muerte es muy sencilla.

Y poco a poco fue desenvolviéndose
la hebra fatal. Ya no la retenía
sino por un sólo cabo entre los dedos...
Cuando de pronto te pusiste fría,
y ya no me besaste...
Y solté el cabo, y se me fue la vida.
En 1922, publicó Las horas doradas, de donde está tomado éste otro.

Últimas rosas

Yo quisiera morir como las rosas
en la blancura del deshojamiento.
Irme suave y cordial, callado y lento
en la quietud conforme de las cosas.
Prolongar por las calles arenosas
del jardín, ya macilento,
la blandura de mi deshojamiento
en la melancolía de las rosas.

Los argentinos, y usted perdone, no vamos a entender la patria hasta que no nos enfrentemos a la poesía, y a los poetas. Creo más: sin ellos, no habrá patria. Al menos no una digna de ese nombre.

Y no lo digo por estos dos poemas que traigo ahora, que son, en todo caso, parejos con el hilo de lo que venía diciendo y es por eso que los dejo acá.

Pero, como quiera verlo, mejor vayamos sabiendo de una vez algo de la poesía y de la patria, si es que alcanza el tiempo para las dos cosas: entender a los poetas y a la poesía, y tener una patria.

Y le digo más: estoy seguro de que, pese a quien le pesare, y puestos a hablar de Lugones, en un sentido alto no habrá patria sin Lugones.

Y sin la muerte de Lugones. Y vamos a tener que enfrentarnos a eso. Y ver qué nos hacemos con eso.

Mejor nos vayamos haciendo a la idea, me parece.


Yo mismo, fíjese, estoy demorando releer el librito del padre Castellani sobre Lugones. Y no por ancho, porque son nada más que unas 130 páginas.

Asunto con espinas (II)

Fue en 1993, en el número 3 de la revista entusiasta que menté varias veces en esta bitácora. Me lo recordaba anoche tarde un inspirador de aquellas páginas.

Apareció allí este poema que su autor, José Manuel González, dedicó en epígrafe Para don Bruno. Me sigue pareciendo lo que entonces: austero, viril, bien dicho, benevolente.
18-2-1938

No tengo que decir nada de nada,
ni el alba huele a nada ni a nadie espero,
ni nadie nunca subirá la calle,
ni importa nada que ya no la suban.
No importan los jardines humildosos
de los barrios. Ni las guitarras silentes.
He jugado las cartas que la vida me dio,
la carta de la vida serena allá en los pueblos
con sus calles de tierra, sus tunales pencosos.
Con sus mujeres fuertes y su sol encelado.
Luego llegó a mis manos la carta del poeta
rojo, del desmandado gritador de palabras,
Luego la de los versos color verde verlaine.
Después, otra vez, siempre, la carta de la tierra,
aún llevo aquí en el fin de mis pensados días,
el feudal gusto recio que me dejó en la sangre
la grasa del cordero y el vino familiar.
Y luego los caminos, caminos y caminos,
buscando la alegría del oler y el tocar:
nombré príncipes búlgaros, nietos de la Odisea,
miré casas normandas que venteaban el mar.
Me hice griego de mieles y de filosofías
y romano de fierro, de código y de mármol.
Y, aquí, otra vez, la tierra: paisanajes rientes,
pelajes, vidalitas, guaycurúes, arreos,
delfinas, lapachales, rastrilladas, jagüeles.
Después, después los días terribles en su paso,
el cuerpo que se alenta, los ojos que se enturbian
y la tierra aquí al frente, este Delta tremendo
que se crece pudriendo y vuelve a florecer.
Silencio, ahora, silencio, extranjero el alcohol,
miro por la ventana lo que sé es lo final,
duele el pecho, las manos, pienso en una mujer
adolescente, tibia, pura carne sin alma.
Y vuelvo a decir tierra, devastada, vencida.
Lodo en el agua mansa, y en la tierra nativa
y lodo el corazón que no es fiel a la que ama
y regusta la fiebre de la que no ama nada.
Lodo, Delta final, enlodada la sangre
regreso al lodo padre. Yo, Leopoldo Lugones.



sábado, 16 de octubre de 2010

Asunto con espinas

Lugones encarnó en grado heroico las cualidades de nuestra literatura, buenas y malas. Por un lado el goce verbal, la música instintiva, la facultad de comprender y reproducir cualquier artificio; por el otro, cierta indiferencia esencial, la posibilidad de encarar un tema desde diversos ángulos, de usarlo para la exaltación o para la burla (…) Lugones está, por así decirlo, un poco lejos de su obra; ésta no es casi nunca la inmediata voz de su intimidad sino un objeto elaborado por él. En lugar de la inocente expresión tenemos un sistema de habilidades, un juego de destrezas retóricas. Raras veces un sentimiento fue el punto de partida de su labor; tenía la costumbre de imponerse temas ocasionales y resolverlos mediante recursos técnicos (…) Acaso cabe adivinar o entrever, o simplemente imaginar la historia, la historia de un hombre que, sin saberlo, se negó a la pasión y laboriosamente erigió altos e ilustres edificios hasta que el frío y la soledad lo alcanzaron. Entonces, aquel hombre, señor de todas las palabras y de todas las pompas de la palabra, sintió en la entraña que la realidad no es verbal y puede ser incomunicable y atroz, y fue, callado y solo, a buscar, en el crepúsculo de una isla, la muerte.

Esto está al final de un librito de 100 páginas sobre Leopoldo Lugones, que Emecé le publicó a Borges en 1998.

Y esto que sigue es un poema que Ignacio Braulio Anzoátegui, bajo el título Leopoldo Lugones, publicó en Azul y Blanco, exactamente 30 años antes, en 1968.
Se quitó los anteojos y de un trago
empinó la cicuta.
Con un vago
secreto se nos iba, roto el dolor y la cabeza
hirsuta
a medio descansar sobre la mesa.

Se nos iba la Patria. Los antiguos laureles
que él cantara
yacían en el cesto de papeles
y él moría y moría
cara a cara
con la derrota que le consumía.
Los enteros
varones,
los de la lanza de los entreveros,
lagrimeaban entre cuatro velones
el dolor de que eternamente fuera
el caballo del comisario
el que ganara siempre la carrera
sin otro comentario.

El pulso
desvaído,
se nos iba la Patria. Ya el convulso
corazón se nos iba
sin voz y sin latido,
sin un ¡Muera! siquiera y sin un ¡Viva!

Porque ya todo aquello,
todo aquello que él era se lo llevó la Muerte,
las manos aferradas a su cuello:
toda la Patria mustia,
fuerte ya, sí, para llorarle fuerte
bajo las campanadas de la angustia.

Y en estas cosas ando por razones que son en parte del oficio.

No me decido entre lo que voy leyendo –y que me he obligado a leer en parte por asuntos del oficio- sobre Lugones. Y me quedan papeles por ver, bastante.

Más allá de todo, es un asunto éste que se lleva como espina, creo.

Pero.

Por lo pronto, y mientras tanto, me pregunto si no acierta Anzoátegui más y mejor que Borges, al menos en el tono con el que se puede –y se debe- hablar de un asunto con espinas.

Decir lo que hay que decir, sin más. Y no decir lo que no hay que decir, sin más.

Parece, creo, que por alguna razón eso lo hace mejor la poesía que el fraseo; como creo que juzga con más acuidad el poeta que hay en Anzoátegui que el hombre de letras que hay en Borges.

Y no digo que Borges no acierte en las descripciones y en varios juicios literarios.

Pero el hombre real, el Lugones hombre (que era esencialmente poeta, hombre de letras, como Anzoátegui y Borges) es otra cosa.

Y eso lo ve el que puede, no cualquiera.

Pasa tan a menudo que se vea y se entienda tan poco al hombre real y se manipule hasta con maestría el ícono, el emblema. Y así resulte que se hable de Lugones como si hubiera sido un poeta.

En esas cosas ando ahora, mientras toda suerte de asuntos perentorios reclaman con urgencia opiniones y juicios urgentes, si fuera verdad que uno tiene que andar terciando en esas cosas.

Por eso.

Si son asuntos de veras perentorios, podrán esperar.

Además, no vaya a ser cosa que termine pasando que hable el que escribe porque escribe. Y no el hombre.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Silencio

...y estar callado, dentro del verso, estar callado.

Arte poética.

Siete poemas

Leopoldo Panero



Panales de zumbidos, los arrullos
del viento entre las hojas, las canciones
del agua entre la piedra, los murmullos
de la noche, la música y los sones
de la guerra, el amor; y los crujidos
de la tierra, gorjeos y rumores;
y del cielo en su furia, los tronidos;
de muertes y dolor, los estertores...
Nada es silencio y tan silencio. Nada.
Todo suena en el mundo. Todo suena.
Todo pronuncia y dice. Todo estalla.
Todo, menos la voz esperanzada
que en tu nombre silencia toda pena
y que en tu nombre calla.



Vida

Y el niño extiende lontananzas,
para que no le falte cielo.

Del niño y un pájaro.

Odas para el hombre y la mujer

Leopoldo Marechal



No mires a la muerte cara a cara
como si fuera tu mansión futura:
la muerte es el pasado,
me decías
ya feliz en tu huerto de manzanas.
No llames a la muerte, ni en su nombre
te vistas con ropajes duraderos:
la muerte es el instante,
me explicabas
junto a un arroyo melodioso y manso.
No vayas a la muerte, si ella pasa
descúbrete cortés, no la desdigas:
tiene aires de umbral, de surco fértil,
déjala andar sus pasos indecisos:
vendrás por ella al fin,
me entusiasmabas
ya joven para siempre y sin tristeza.



martes, 12 de octubre de 2010

Fuego

Todo mi corazón, ascua de hombre...

Las manos ciegas.

Escrito a cada instante
Leopoldo Panero



Se encrespa una tormenta, celosa del rugido
que mis dos corazones hacen con su latido.
Mansamente, le digo que mis dos corazones
me laten como un trueno. Se niega a mis razones.
Le explico que aguijones de rayos y centellas
punzan mis corazones con las formas más bellas.
Argumento sereno que el sonido violento
de mis dos corazones hace silbar al viento.
No hay modo de aplacarla. Ya tormenta y su furia,
se vuelve en huracanes que reclaman la injuria.
Entonces, y a su turno, mi corazón en fuego
incendia el aire a voces, de luz y gozo, ciego.
Atónita y sumisa, y en calma silenciosa,
la tormenta que amaina y se aquieta juiciosa.



Tiempo

...somos como la cama de un enfermo
que está viendo una estrella de costado.


Imagen.

El cascabel del halcón
Enrique Banchs



La aguja del reloj, que muerde el día,
de bocado en bocado me concluye.
Quiere tomar mi vida en alimento
y crónica repite: el tiempo huye.
No le sigo las horas. Mi alegría
pasó de lado a lado en un segundo,
y el tiempo se resigna fugitivo
y cela eternidades por el mundo.
Voraz de vida, amor y de contento,
de olvido y paz famélico, y esquivo,
el tiempo no se aquieta ni apresura.
Pero tú estás; y mientras tanto vivo
casi nada en la tierra, sí en el viento
o en la luz ya infinita de tu altura.



Vino




Ya hay mostos siderales de una viña estrellera
que demoran un vino que beberé contigo
y, ávido de ese tiempo, apenas si consigo
por acequias de lunas dejar pasar la espera.
Los parrales maduros vendimiarás conmigo.
Brotarán de tus manos, hilera por hilera,
racimos sin agraces, que en esa viña entera
guardan el vino añejo que beberé contigo.
Lo beberé contigo, contigo y conversando
del tiempo que este vino ya lleva madurando.
Y beberemos juntos y en todo compañeros.
Ya viene por las eras. Ya llega, va llegando
el mosto de uvas tintas que estamos esperando.
Y beberemos juntos y en todo compañeros.



Sombra

¡Oh límite en penumbra, casi el alma!

Canción de la belleza mejor.

Escrito a cada instante
Leopoldo Panero




Llagas con resplandor y me reclamas
a un alto llano en flor, feliz y urgido
de belleza feroz, con el bramido
del oro como luz de las retamas.
Y mientras bramo yo, tú por mí bramas
tan silenciosamente en el sonido
de las aves y el agua y el rendido
corazón todo amor con que me llamas.
En tu aire vas al hondo firmamento.
No hay llanto: no te alcanza ni te nombra.
No hay lágrimas ni quejas a tu altura.
Libre en tu ingravidez, que me conjura
y apenas tiñe el suelo de mi sombra,
me apartas y de todo en un momento.



lunes, 11 de octubre de 2010

Verano

...recuerdo los antiguos horizontes
del verano recién amanecido.


Soneto N° 15.
Augusto Falciola




Era el día del sol osado y frío
en la plena estación de los colores,
madura de trigales y de estío,
dorada de silencio y ruiseñores.
Era la tarde de un sabor umbrío
y bandadas de abrazos amadores;
la tarde de los ojos como ríos
por unos ojos breves como flores.
Era el día sin luz más luminoso,
de un cansado descanso sin reposo
en una tumultuosa soledad.
La tarde azul más gris que el mundo ha dado,
la del único olvido recordado.
Y ya de una existencia sin edad.



Palomar

...noche en el ancla, frío en la paloma...

Soneto N° 5.
Augusto Falciola




Por la noche sin luna de tu pelo
y los ojos de mar que te iluminan,
palomas, que a mi mano peregrinan,
de tu risa a tu voz están al vuelo.
Ya nacen a mi vera, a ti me inclinan
y navegan por mí. Van rumbo al cielo.
Ya en la nave sin ancla y sin desvelo
palomas timoneles me culminan.
Me abrigo en palomares y a su abrigo
conquisto soledades y, conmigo,
te busco por murmullos que dejaste.
Y en cada arrullo, cada tarde, siento
mi sangre de torcaz que vuela al viento
y el tibio palomar que me labraste.



Velo



Esta argucia de luz de la mañana
disimula vestigios de misterio
de una belleza indócil, dolorosa,
que al corazón feliz traspasa y siembra.
Y arguye con la voz de los zorzales,
que reverberan sibilinamente
su inocencia de amor, mientras tiritan
de aromas y entre flores conmovidos.
Aquiescentes, mis manos y mis ojos
hacen que ignoran, vagan su derrota
sin más puerto que el día agazapado.
Ya en las venas de todo va una sangre
que restaña las ruinas de este mundo
y silenciosamente te celebra.



Azahar

¡Cómo el limón reluce
encima de mi frente y la descansa!


El silbo de afirmación en la aldea.
Miguel Hernández



Embiste como un toro el limonero;
resopla por la tierra los azahares
y en su furia frutal clava certero
la gloria de su verde en los ijares
del día que se muere. El aire entero
pierde su luz en cítricos pesares
por su herida fragante: ya el venero
mana del limonero y sus ollares.
La tarde yace dulce anochecida.
En su cortijo quieto duerme el toro
que sueña en oro el fruto que lo espera.
Un ácido fulgor, que es su tesoro,
duerme en la savia que no está dormida
y que preñó de azahar la primavera.



domingo, 10 de octubre de 2010

Sierra


...el amoroso silbo vulnerado.

El silbo vulnerado, 10
Miguel Hernández




Por el aire, y en andas de resinas,
de tomillo y lavanda, verdemente,
en majadas de aromas me conminas
a respirar la noche de repente.
Y en tu sed hasta el agua te reclinas,
y sólo con mirarla, ya la fuente
llena de luz remonta las colinas,
surgente de tus ojos y sonriente.
Van en tu nombre, hincados como dardos,
los clamores de hinojos y de cardos,
flechas de miel que dejas por la sierra.
Y rugen a tu voz, como leopardos,
torcazas blancas, ruiseñores pardos,
heraldos de un amor que va a la guerra.



Siembra

...que de un puro relámpago me siembra.
Imagen de tu huella.
Miguel Hernández




Velaste con los ojos veladores,
urdiendo paz y arrullos cada día.
Y almácigos de gozos nombradores
fuiste carpiendo a golpes de alegría.
Por esta tierra seca sin colores,
entre las piedras que hace poco había,
viene un rumor de verdes y de flores
que madura a tu voz y en sinfonía.
Surcos de luz abre tu paso ahora,
tan bellamente vas en tu simiente
que esparce corazón y me enamora.
Cosecharás un corazón que siente
y esta sangre de ti conquistadora
un manantial será y tan bellamente.


viernes, 8 de octubre de 2010

Aria

Para B., que sabe.


En la rama imposible de su altura,
solo de luz y de dulzura solo,
se mece el trazo gris de su figura
y canta un triste rítmico el chingolo.

La tarde liba trinos por la altura
y a solas queda con la noche. Sólo
suena un son invisible y se figura
uno un tenor y el aria de un chingolo.

Ya pasó la torcaza, ya en la altura
del sauce fue buscando la figura
del canto quieto que adivina solo.

La noche tiembla estrellas en su altura
y envuelve en plumas pardas la figura
punzante, triste y dulce del chingolo.



martes, 5 de octubre de 2010

Libertad condicional (II)

Mi pueblo, en primavera, huele a primavera de jazmines.

A la nochecita, por ejemplo, camina uno por las calles tibias y lo asaltan por los flancos oleadas de jazmines y unos aromas verdes y azules, blancos y morados, que no sabe uno de qué lugar vienen agazapados, haciendo una alegría del aire que sabe, qué le puedo decir…, a libertad condicional.

En el día, en cambio, y una vez que estalla de pronto la primavera, como suele pasar en los últimos años, los colores son decenas de verdes, sarpullidos con la paleta de un Gauguin furioso en los cerezos y manzanos, en los ciruelos y en las enredaderas anaranjadas, blancas, celestes, rojas.

Y está la gloria del ciprés calvo, eso va sin decirlo.

Ahora bien.

¿Qué hace caminando las calles de noche?, preguntará el amable lector.

Verá usted: se vuelve de unas ocupaciones, nada extraordinario, en primer lugar; pero, principalmente, disfruta uno más que nada de los problemas del transporte automotor. Y se pasa así tiempos y tiempo en las paradas de colectivos, y se toma lo que puede, que lo deja donde sea.

De este modo, desde donde haya quedado, camina uno las calles del pueblo, al caer la noche, con grande beneficio para sus cavilaciones, que empiezan en las horas de esperar quien lo lleve y lo traiga y que siguen bullentes y tibias aún en las horas de homo viator por entre los jazmines acechantes.

Entendido.

Pero, ¿qué materia le da pasto a uno para las tantas cavilaciones ésas?

Créame: ordenar papeles en la cueva, por ejemplo esta vez. Grande y grave asunto, viera usted.

Si usted supiera la cantidad de papeles que ha deglutido la cueva. La ve uno así, despojada y silenciosa, apartada y enjuta, que no dice pío ni nada.

Y, sin embargo.

Sorprendente.

Pasa uno el día ordenando y acomodando tantas cosas y así, como ya le dije, de pronto, como si lo estuvieran esperando a uno, es una sinfonía de no le puedo decir cuántas vidas que uno ha sido, de tiempos que ha tenido y lleva en uno, sin saber cómo ni dónde.

Sorprendente.

Y ser uno el mismo y otro, como soñaría Borges. Y ser uno, al cabo.

Y ver cuántas capas de uno es uno. Y cuántas ha olvidado, y cuántas reposan silenciosas, y cuántas han quedado en el aire como una flecha inmóvil de repente en pleno vuelo.

Sorprendente.

Y que todo eso y junto sea una sola vida de hombre: dinámica, aunque quieta; pujante, aunque dormida; silenciosa, aunque rumorosa. Y dolorosa en esto y aquello, aunque feliz.

Viera usted las cosas que guarda y sabe la cueva de mí. Los entresijos que guarda, los rincones míos que madura en la penumbra fresca, quién sabe con cuál propósito.

Como si uno hubiera sabido al dejar al descuido un papel en la nada de un estante, al ponerlo sin pensar entre las hojas de un libro. Como si uno ya lo hubiera sabido. Dibujos, escritos (¡…música, sí…!), lecturas de otra vida, hasta plumas que ahora no escriben ni un trazo pero que fueron la mano del alma tantas veces. Notas al margen de páginas de olvido, que necesitarían una nota al margen de la nota al margen para recordar por qué importaba aquello entonces. Errores que ha cometido, aciertos que ha perpetrado, palabras que ha dicho y suenan para quién sabe quién quién sabe dónde.

¡Qué felicidad es eso!

Como si en vez de los jazmines, se agazaparan las vidas que uno ha sido (y que uno es, mi amigo, y que uno es…) y estallaran. Como si les hubiera llegado una primavera de pronto y las pusiera en libertad (condicional, claro: siempre es condicional mientras estamos en este valle…)


Ahora ya es la noche.

En la cueva, todo alrededor, mudos y ciegos, inertes, los quintales de papeles, las miríadas de cosas y recuerdos de aquello y esto otro.

Yo sé que fingen la indiferencia de los objetos.

Pero no me engañan.

Apenas una primera mirada que hoy tuve que darles, sin propósito de hacer un inventario que sí debo hacer dentro de no mucho tiempo; apenas me acerqué a ellos y pasé mi mano (y mis ojos, y el corazón que recuerda de repente…) por carpetas de decenios, por lomos de centurias, por superficies de tiempos y más tiempo.

Apenas eso y nada más eso, y ya se pusieron a contarme quién fui, quiénes fui…, a borbotones, a tragos, como si hubieran estado esperando al ojo que volvía a verlos (y a la mano y al corazón que sabe…) para salir a gozar de una súbita libertad; condicional, claro.


Ahora ya es la noche y, mientras completo la bitácora, la mayoría de ellos están a mis espaldas.

Y están a mis espaldas en el doble sentido, quiero decir.

Pero no vaya a creer que pesan. Al menos, no tanto, ni todavía.

Por ahora sorprenden y son como la felicidad de un alumbramiento.

Ahora recuerdo que hicieron que recordara; y recuerdo eso.

Mañana, acaso se disuelva un poco la impresión de estos brotes de vida que estallaron en un casual acomodo de papeles (¿habrá sido casual…?)

Y entonces, tal vez, la cueva vuelva a su silencio.

Y mis vidas con ella.


Quién sabe.

Libertad condicional

Apenas algo de orden en los papeles puede hacer maravillas, yo sé por qué se lo digo.

Una mañana entre carpetas polvorientas, libros que esperan su segunda oportunidad, viejos escritos (que mira uno ya piadosamente...)

¡Y no va uno y, a la vuelta de un libro caído detrás de unos estantes abarrotados, se encuentra de manos a boca con jirones de su vida pasada, disfrazada de disco de música de Éire, saliendo al galope al aire de la mañana y tendiéndole a uno los brazos; como si a la vida de uno metamorfoseada en disco de música de Éire, que se angostaba en unas mazmorras de papel polvorosas y oscuras, condenada a prisión perpetua, de pronto y sin decir agua va le abren los grilletes y le dicen que se ganó una libertad condicional…!

Algunas de estas músicas, que hoy encontré para mi gozo, me acompañaron mucho tiempo. A estas tres, como a las otras del volumen, las creía perdidas. Llegan en buena hora, como la libertad condicional para el condenado.

Aquí dejo, condicionalmente libres, a Paul Brady cantando Arthur McBride y a Davy Spillane y Donal Lunny haciendo, respectivamente, Midnight Walker y Declan.







No sé si el amable lector llegará a entender mi alegría.


Yo, sí.

lunes, 4 de octubre de 2010

Cancioneto

Y entonces, Castellani dice que va una Canción y resulta que es un soneto hecho y derecho.

Y, para colmo, de lo mejor que hay en los agregados líricos de esa segunda edición de Las Muertes del Padre Metri, que estaba viendo.


Canción del cansancio de vivir
Alma, un poquito más. Esta subida
sube un instante, y dejará de serlo.
Después hay otra. Sí. ¿Por qué temerlo?
Así, pobre alma mía ensombrecida.

Así, pobre alma débil, es la vida.
¡No te puedes quejar de no saberlo!
¡Tiempo no te faltó de conocerlo,
con tanto golpe y tanta sacudida!

Pues la filosofía y sus razones
calmar intentan tu dolor en vano,
y el que dan los amigos corazones

es consuelo falaz; al fin, humano.
Y vas cieguita y dando tropezones,
sin que nadie te lleve de la mano...

Futuro perfecto (XVI)

Y revolviendo un poco más, me lo encontré a Jaime Dávalos diciendo sus versos y cantando.

Y me parece que tengo que mandar al futuro perfecto lo que, oyéndolo otra vez después de tanto, me pareció ahora que estaba mejor dicho.

Aquí quedan entonces, mientras queden, los versos de Dávalos para la Vidala del nombrador, La nochera, Las golondrinas, El jangadero y los que llamó Temor del simado, en ese orden.









Futuro perfecto (XV)

Felizmente, y revolviendo un poco, encontré algunas músicas más de Cecilia Bartoli que, efectivamente, son de las cosas que uno querría conservar en cualquier futuro perfecto.

Por ejemplo, aquella melodía anónima que decía entonces, hace unos años, o la belleza leve de una cuarteta de Caldara, que la acompaña sin pesar.





O esta versión de Antonio Cesti .

domingo, 3 de octubre de 2010

Domingo

Más de la mitad de mi vida la he pasado sin mi padre.

Hoy, por ejemplo, debería recordar que hace una punta de años soy huérfano.

Pero.

Creo que, si me dejaran pedir cosas difíciles, le pediría a Dios que mis hijos pudieran sentir, con el tiempo, la silenciosa y nítida mano de su padre en su vida, como siento la mano del mío en tantas cosas, y en casi todas las cosas de mi vida.

Al cabo, es para mí una alegría humana –tan humana como la nostalgia– haber tenido un padre sin estridencias, un padre como una garúa tenue y caladora; como minimalista en su paternidad, como si hubiera pasado de intento sin querer dejar rastros y huellas estridentes.

Pero, y a lo largo del ya largo camino del tiempo, también me es feliz saber de cierto que no quiere uno ir por otra vereda que la que él pareciera casi no haber querido trazar.

Porque su yugo fue suave.

Y, si me dejaran pedir, aunque esto ya es muy mucho más difícil, pediría para mí siquiera algo de lo que puedo decir de él: fue un hombre bueno y sabio.

Dios me lo guarde.

sábado, 2 de octubre de 2010

Aspirante

También está en la segunda edición de Las muertes del Padre Metri. No la vi en otra parte, pero…, alguien con más memoria que un servidor podrá seguirle la traza.

Si digo que este verso no me gusta y que aquella rima es forzada, no digo nada.

Por eso.

Digo que el poema me gusta por lo que tiene de dinámico y vivo. Un viejo tópico, como la Danza con la Muerte, me parece que viene aquí nervioso, punzante y casi jocoso, sin perder gravedad.

Y para que no sea un discursito piadosón, viene bien también que haya puesto aspirante en el título. Hay que leerlo con cuidado, me parece, para que se entienda lo que supone de pulseada espiritual con el apetito desordenado de martirio, grave mal siempre.

Canción del Aspirante
al martirio


En la mitad de la vida
tan-tan, una campanada:
–¿Quién es? –Soy tu prometida
la Muerte... –¡Oh, pálida Amada!...

¿Tan pronto? ¡No tengo nada!
¡No me gusta de ese modo!
–Ajuar, arras y arracada,
la novia corre con todo.

–Soñé un dios de pedrería,
y salí estatua de lodo…
–¡Entrégate! La hora es mía,
y es el último acomodo.

–Con el Placer, la Alegría
ganar quise negociante.
¡Perdí!... y con la sangre mía
merco el Gozo fulgurante.

–Dios Padre quiera los huamos
de tu limo hacer diamante.
–Madre del Valle, los ramos
mirra y azahar fragante.–

La luna por los retamos
vierte su livor cruel.
Yo y la Muerte nos besamos.
Y la luna era de miel.
Será por algo de lo que decía que esta Canción me sugiere, o por el tono, pero se me vino a la mollera aquella otra Oración de San Bernardo por la castidad, que puso en el Libro de las Oraciones, que como pasa a menudo con Castellani, encara para soneto y termina… como quiere. O como puede.

O jocunda virginitas, quanta
mihi dedisti quando me occidisti.


Primavera de fresas y cerezos
y azul mirado en arboral trasluz,
humus vital que cambio por los tiesos
sílex del monte en que murió Jesús.

Los cálidos jugosos embelesos
humanos, cambio por granito y luz
del sol, los duros devorantes besos
dame, y antojos de morir en cruz.

Señor, de tus dulzuras
no sé; si existen, dalas a las puras
monjitas y leprosos, dame a mí…

en cumbres rudas de nevado campo
del acero el honor, del arma el lampo,
la gloria antigua de morir en campo
y de morir, si puede ser, por Ti.


viernes, 1 de octubre de 2010

Futuro perfecto (XIV)

No vaya a creer que falta tanto.

Me parece que, con un poco más de esfuerzo, el futuro perfecto puede quedar listo en cualquier momento.

Paciencia, entonces.

Y para eso, tal vez, unos tanguitos no vengan nada mal.



Futuro perfecto (XIII)

Como decía, Lope de Vega hizo esta suerte de villancico y Amancio Prada le puso esta música.