sábado, 16 de marzo de 2024

Avalon




Mientras repasaba algunas cuestiones del Ciclo de Arturo para unos trabajos, di con Avalon. 

En la noble tradición literaria, la isla es un lugar místico, mágico, feérico. Como les guste más. Guardiana de Excalibur, preñada de trascendencia, origen y puerto final a la vez, y así.

Para algunos, cuidado por hadas y seres feéricos, allí descansan los restos de Arturo. Para otros, allí duerme simplemente el rey, que se despertará y volverá a Inglaterra cuando sea preciso y se lo precise.

Y ya sé que estoy simplificando despiadadamente. Porque el asunto que se me cruzó es otro. 

De algún modo parece que en la vida argentina debe haber influido fuertemente el Ciclo de Arturo: todos esperan que resucite alguien o algo. O que vuelva alguien o algo.
 
Qué fastidio esas cosas místicas, de místicas mistongas y frivolonas. Arturo es un asunto de veras serio. Y Avalon no es un juguete para semibrujas new age de barrio.

Pero, en nuestras cosas políticas (no solamente en eso...), parece que así es acá: siempre esperan que de algún modo resuciten algún Arturo y alguna Guinevere: que resuciten Alberdi o Roca, Perón o Eva, Irigoyen o Alfonsín, Bakunin o Trotsky, Sarmiento o Rosas, San Martín o Rivadavia. Y que la Espada resucite del Lago y se reconstruya Camelot resucitado. Cualquier Camelot: descamisado o liberal, trosco o radical. 

Pero una cosa es Arturo de las sagas y su altísimo sentido. Otra cosa somos nosotros: si Arturo es un aquetipo, si Camelot es una Casa Rosada arquetípica (disculpando la comparanza...), si Avalon es una isla arquetípica, una cosa son los arquetipos y otra cosa somos nosotros.

Dicen que Chesterton lo dijo, otros que Gustav Mahler la solía decir, otros más precisos dicen que lo dijo Jean Jaurès el 21 de mayo de 1910 ante el Parlamento Francés: “la tradición no consiste en la adoración de las cenizas, sino en la trasmisión del fuego”.

Como quieran. La frase dice algo que puede muy bien aplicarse (después de discutirla un poco, si les place) a esto que voy diciendo.

Porque más bien los arquetipos son modelos de lo que se ha de ser o hacer, no servilmente sino formalmente, floreciendo de su raíz. Ni son cosas mágicas que han de volver y tomar nuestro lugar para ser o hacer ellos lo que deberíamos ser y hacer nosotros.

Pero se ve que los hijos bastardos del Avalon mistongo creen en las hadas que no existen y no creen en las hadas que sí existen.

Mejor sigo con Arturo. Hasta luego.



viernes, 15 de marzo de 2024

La última parábola



Yo sabía que no podía acabar bien; pero nunca soñé que fuera a sucumbir de un modo tan espantoso.

Mi consejo no le faltó. Fue más o menos éste:

“Hay que partir de este principio: es forzoso contemplar a los poderosos. Y no es difícil hacerlo si uno se pone a ello. Es algo indispensable. Hay que tomar a los hombres como ellos son y no como queremos que sean. Con el que tiene el poder es inútil querer hacerse el tremendo. Hay que ponerse en razón.

Tu estilo de escribir es magnífico. Hay solamente las frasecitas. Son una frase aquí, otra allá, a veces ninguna, a veces dos o tres, que irritan a muchos y que suprimidas no perjudican para nada la belleza literaria del conjunto. También hay que resignarse a no tocar algunos temas demasiado candentes, que de cualquier modo que uno los trate, descontentan a alguno inevitablemente.

Después de esto hay que ganar a Caifás. Caifás en el fondo te aprecia. Por más que está ocupado en otros asuntos, no es hombre desprovisto de gusto literario. Un día dijo de vos: 'Compone espléndidamente. La cadencia es perfecta, las metáforas son abundantes, los tropos son originales, lástima esas demasías que echan a perder todo. Si este hombre entrase de una buena vez con toda el alma por el camino que le señalan la ley y la voz de sus buenos superiores, podría hacer un bien inmenso, sin dejar de ser un escritor genial'.

Tus parábolas son muy buenas; algunas son obras maestras del género. Eres un verdadero genio, te aseguro que eres genial. El Hijo Pródigo es una cosa intachable, lo mismo que la de los Talentos, aunque aquí ya la doctrina es un poco rara. La del Rico en el infierno es bastante fuerte, un poco violenta, los ricos se pueden ofender de ella. La del Mayordomo Infiel, yo la entiendo bien, pero creo que es más bien para hombres muy inteligentes. Ahora, la de los Operarios en la Viña ya son palabras mayores, creo hubiese sido mejor suprimirla. Decididamente. Una parábola de menos no puede perjudicar la fama de un escritor ya reconocido como vos. Hay mucha gente a quienes ha caído muy mal, que la ha tomada muy a mal.

No estamos en Nazareth, ya no somos criaturas. En una gran ciudad como ésta, hay que enterarse de que además de la Naturaleza hay una gran realidad: la política. El lirio de los campos, las aves del cielo, el sembrador ¡muy bien! Allá en el dulce ambiente pastoril, el Reino de los Cielos, el Padre Celeste, la Causa de la Verdad está tan cerca de uno, tan a mano, que uno parecería los toca, toca el cielo con las manos… Aquí hay que contar con los mecanismos interpósitos, toda la organización oficial con las cuales también se va hacia Dios, aunque menos directamente. Que ese organismo tiene fallas, evidente: se trata de hombres no de ángeles. Que tienen puntos podridos, suponiendo que así sea, no los podemos curar nosotros por ahora. No tenemos los instrumentos.”

Desde el cerro de Arcalón, veíamos la sinagoga de Cesarea, el gran edificio chato entre sus andamios como un animal dormido. Yo le dije:

“Te repito que Caifás en el fondo no es inaccesible. Lo has disgustado mucho, los has molestado mucho (sin querer, desde luego), los has ofendido mucho, creo que está enflaqueciendo por causa tuya; pero en el fondo es un pontífice, es un hombre consagrado a Dios ante todo. El trabajo enorme que le inflige el manejo de los caudales del Templo, ¿qué ser humano podría soportarlo a no ser por Dios? No ha tomado mujer a causa de eso. Caifás es accesible. No se trata exactamente de prohibirte la predicación. Se trata solamente de encauzar tu predicación de acuerdo a las normas. Al fin y al cabo son superiores tuyos y todo lo que hay en ti les debe estar ciegamente sometido; si se equivocan, ellos darán cuenta a Dios, es una gran tranquilidad de conciencia eso de poder resignar en otro la propia conciencia.

Hay que agarrar con fuerza esta idea: la Verdad debe ser administrada. La Verdad pura no es potable al hombre. La verdad necesita filtro, necesita paliativos y necesita administración. ¿Y quién debe administrarla sino el que oficialmente ha sido nombrado para eso?

Tienes que darte cuenta de cuán gran florecimiento religioso representa ese gran edificio, y todas las capillas, leccionarios y adoratorios repartidos por toda esta gran ciudad paganizada y turbulenta. Adorar a Dios en espíritu y en verdad está muy bien, pero ¡eh! no es espíritu sólo el hombre. La plata es necesaria para todo, incluso para la religión. No te imaginas la masa de bien espiritual en almácigo que representa ese gran edificio que ahora se construye, el bien que se podrá hacer a los fieles en esa casa de Dios, que dirige tan acertadamente el arquitecto Jonatás: pero va a costar tres millones de sextercios y vos sos un hombre que nunca ha sabido lo que es ganar plata. Es muy lindo abrir el Libro y decir el profeta Isaías dijo: El espíritu de Dios me ha mandado a evangelizar la aridez; venid y yo os mostraré brotar la fuente de aguas vivas. Pero para decir eso hay que tener un techo, sobre todo si llueve. Para tener un techo hay que tener un gran salón. Para tener gran salón se precisa plata, mucha plata. Y la plata hay que administrarla bien. Cualidad en que nuestro gran Caifás, como no me negarás, no le cede la palma a ninguno. Eh, eh, es fácil despreciar a los que no tienen facilidad de palabra; pero la predicación ¿por ventura es todo? La administración es lo más necesario que hay en cualquier sociedad humana.

Ellos están en medio de la política; vos y yo, nazarenos humildes, poetas de pueblo, escritores de tres al cuatro, ¿qué necesidad tenemos de tocar temas candentes, habiendo tantos temas sobre qué escribir con gusto y satisfacción de todos? Me dices que el predicador tienen ante todo que hacerse oír, porque un predicador que no le atienden, y nada, es la misma cosa. Y para hacerse oír hay que hablar del Reino, pues todo el mundo hoy está embalado con el famoso Reino. Muy bien. Una cosa es hablar del Reino en general, como se debe hablar; otra cosa es descender al pormenor, hasta llegar a aludir a los herodianos, a los hilleitas, a los saduceos, y lo que es más grave, a los romanos. ¡Ay, ay, ay! La religión no tiene nada que ver con esas cosas, y a nosotros lo que nos interesa solamente es la religión. El religioso debe respirar religión, debe comer religión, debe hablar religión y debe vivir religión en todos sus momentos; como hicieron aquellos grandes padres nuestros los profetas, que eran pura religión ambulante. Nada más que religión pura. Eso no ofende a nadie.

Ahora, si es verdad lo que me han contado, que has comenzado a aplicarte a Ti mismo las profecías y (lo que es muy propio de tu ingenuidad) a tomar las palabras de los Libros Santos ¡literalmente!; entonces, qué quieres que te diga, francamente, hemos sido amigos desde la niñez, y por mí yo no deseo repudiar la amistad, pero hay cosas que pasan los límites y que yo, sinceramente, te lo digo con toda la franqueza de la amistad, ¡yo no las entiendo!”.

Así mismo se lo dije; y que Dios me mate si miento.

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¡Pobre Jesús! Yo veía que por ese camino no podía acabar bien; pero nunca jamás soñé ¡Dios mío!, que debía acabar ¡crucificado! ¡Gran Dios! ¡Crucificado!


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Este artículo del 25 de octubre de 1944, está en la página 215 de Decíamos ayer... (Sudestada, 1968), colección de artículos que hubo de aparecer en 1946 y no apareció "por obstáculos imprevisibles y extraños", dice Castellani en una advertencia a la edición, en marzo de 1968.

Se cumplen hoy 43 años de la muerte del P. Leonardo Castellani, el 15 de marzo de 1981. 

Elegí en su homenaje, y casi al azar (¿será?), esta parábola (con un aire a Dostoievsky) porque hay ahí el tema que más le apretó el corazón: el fariseismo y la Iglesia. Y la cobardía de muchos ante los fariseos, dicho en general. Y la corrupción o desvío de la naturaleza del cristianismo.


Pero releyéndola veo que también es aplicable a aquellos que creen hoy en la Argentina que el corazón de la patria está en la economía, en la guita, en el trabajo y el salario, en la industria y el comercio, y así. Y eso lo profesan de un lado o de otro, los de una vereda y los de la vereda de enfrente.

Y los hay algunos de ellos, que conozco, que hasta creen a la vez que Castellani es un genio.

No sé cómo hacen.



jueves, 14 de marzo de 2024

El papel de los tigres de papel




(Salpicón misceláneo)


No se enojen con un servidor, será que soy medio zonzo.

Pero creo que a los libertarios los frustra y los amarga ver que el peronismo es insuperablemente más hábil que ellos para manipular las trampas y suciedades del sistema.

¡Venga, hombre...!: que al fin de cuentas el peronismo (y no de ahora...) es mejor tramposo (y más sucio) que ellos, que parecen medio perplejos. O medio pavos.

Así como me parece también que a Javier Milei lo exaspera no poder ser un patotero tan eficaz como lo fue Cristina en su día. O el mismo Néstor. Y otros.

Y no que no haga grandes esfuerzos de pataletas, aprietes, amenazas, ironías, destratos, basureos, escraches, tuiteos furibundos.

Pero, ni hablar: no le sale como a ella.

El peronismo es una gran escuela de gobierno.

No sé si lo saben los leones libertarios. Y no sé si lo aprenderán alguna vez. O si tendrán tiempo para aprenderlo.
*   *   *

Entre las excrecencias de las furias leoninas, está esta cuestión de renovar todo el tiempo el catálogo de los traidores a la patria, según con qué pie se levante ese día el rey león, según cómo de mal le salgan las cosas, según cuánto –serpientes, rinocerontes, jirafas o monos– se le rebelen o no le den bola, o lo pasen al cuarto, haciendo un pacto con él a la mañana y yéndose a pactar con sus adversarios al mediodía. Por unos mangos, claro. Y por un pedazo de la tarta del poder, claro.

Alguien tendrá que decirles a los felinos, empezando por Simba, que, además de ser una táctica vieja eso del catálogo de traidores a la patria, siempre termina mal.

Menos Milton Friedman, Javier, y un poco más de historia de Roma, te vendría bomba...

*   *   *

¿Cuál es la diferencia entre los peronistas diciendo que ellos –y sólo ellos– son el pueblo y la patria (o que sólo son pueblo verdadero y verdadera patria los que están con ellos), y los libertarios (con Simba a la cabeza) diciendo que a ellos los siguen solamente las gentes de bien (o que son gentes de bien sólo los que están con ellos..)?

*   *   *


Si uno fuera uno de los cuantiosos animales de la selva, no estaría tan tranquilo y feliz.

Porque cuando el rey de la selva, (vbg. el león) les dice a los animales de la selva que él es carnívoro, no solamente les están diciendo la verdad: aunque sea un acto de conmovedora sinceridad, inusual en un gobernante.

Pasa que los animales de la selva, en general, son su alimento, porque son de carne y hueso, cosa que también es verdad. Y aunque el león no lo mencione, también eso les está diciendo. Si cuando se comió el primer bambi no se dieron cuenta, es que están dopados o hipnotizados.

Así y todo, por alguna razón, los animales están felices y conformes con que el león sea tan sincero con ellos y les haya dicho la verdad.

Es curioso. Pero se ve que pasa.
* * *

Como ya lo dije tantas veces, una más no importa.

¿Qué hace en el gobierno Victoria Villarruel? Qué hace en realidad, quiero decir. Tal vez sea un misterio que vaya develándose. Quién sabe para qué vino y cuál es su plan.

Habrá que esperar. Pero no mucho, Vicky, no mucho...: mirá que esto es la Argentina y acá puede pasar cualquier cosa. Y hasta todo lo contrario. Y hasta ambas cosas a la vez.

*   *   *

Serán cosas de la política. Pero oír a los peronistas reclamar el cumplimiento de los reglamentos, la defensa de la institucionalidad, el respeto a las leyes, la probidad y transparencia en los actos de gobierno, es como oír al FMI reclamarle a Javier Milei compasión ante el sufrimiento de los pueblos, de los vulnerables, de los indigentes, jubilados, niños sin pan, y así siguiendo el planto de los financistas del entero globo terráqueo.

(Por no hablar del cinismo de los periodistas, opinólogos, comisarios políticos y más, y más...)
* * *
¿Ven? El verdadero Ciclo sin fin es la dirigencia argentina. Toda ella. O casi el 100%.




miércoles, 13 de marzo de 2024

Los Puertos Grises

                                 

 

                                              In memoriam John R. R. Tolkien.

 
                          I

Quién sabe en qué momento, alguna tarde
el eco presentido tanto tiempo
pareció casi oírse. Hubo un silencio.
Se detuvo el rasguido de la pluma.

Se alzaron unos ojos asombrados.
Hubo una línea que quedó inconclusa,
y la música esquiva que rondaba.

No era el ruido del agua de la lluvia
que cantaba en el vidrio esmerilado,
ni las voces del leño incandescente,
ni el exacto latido del reloj.

Tal vez alguna flauta, que gemía,
y unas cuerdas antiguas.
Y más lejos, afuera, en otra parte,
las dos notas de un cuerno, y un galope.

La mano resbalaba hacia la pipa
que descansaba en la madera oscura.
La lámpara dejaba en la penumbra
casi toda la estancia.

El aire se poblaba de presencias
que urgen y convocan. Que me buscan.

Estaba tan cansado... No quería
más que oír esa música, y marcharse.
No importa ya el relato inacabado.
La voz que le dictaba ennmudecía,
y el otoño no dura.

La vería otra vez, como en el cuento,
iluminando el claro con su gracia.
Y allí sabría el final de las historias,
el secreto del árbol y la hoja,
y allí estaba la fuente de la música.


                          II

Imágenes, nostalgias que lo queman.
Chalecos de colores, y tabaco,
cerveza, los amigos, y en el vano
de la puerta es su sombra la que cruza.

Es suyo ese murmullo de las sedas,
los pasos familiares, en el cuarto,
cuando todo se aquieta.

Las risas de las flores en el vaso
calladas hace tiempo, y las tijeras
que duermen con dedales y con hebras
parecen despertar.

La mano ya se apoya sobre el hombro
y los ojos de siempre
recorren esas líneas que la nombran.
El roce de una tela, y ese brillo
de su sombra en la mesa.

Es ella que me llama. Y un caballo
me espera en algún sitio. Hay una nave
acunada por olas de ceniza
junto a un muelle de piedra. Y hay figuras
"contra un cielo de tarde que se muere".
Aquel gigante que dibuja cruces
de fuego con el ascua del cigarro
espanta los espectros enemigos
que rondaron en vano por mi puerta.


                     Envío.

Y lejos, en el sur que no conozco, 
algunos me leyeron.
Entonces saben que la sombra pasa,
que hay cosas intocables en lo alto,
y amigos donde no se los espera.

Afuera están la pena y la tormenta,
mientras acaban de limar un verso.
Ya se han puesto de acuerdo en una rima,
y en el número impar de las almenas.
Apartan los papeles en la mesa,
levantan unos vasos, y sonríen.


J O R G E   N O R B E R T O   F E R R O


El Druida, I.
Septiembre, 1991, páginas 39-44.




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(El original mecanografiado por Jorge lleva por título El ocaso del poeta y conmemora el 18° aniversario de la muerte de John R. R. Tolkien, el 2 de septiembre de 1973.)



sábado, 9 de marzo de 2024

La sombra que no somos



Empezó como una zoncera. 

Mucho sol, esperando a alguien, tiempo muerto, pasar el rato: y ver la sombra propia sobre el cemento de una calle, custodiada por la sombra de los árboles. Y siguió así, por diversión, la sombra sobre las cosas: sobre un jacarandá azul, sobre un palo borracho rosado, sobre un eucalipto plateado, sobre una pared blanca, sobre el pasto...

Después, cuando miré las fotos, vi que había otra cosa, además de la zoncera.

Pasa de habitual que los demás siempre tienen algo que decir de uno. Pasa que muchos creen saber quién es uno, qué es uno. De dónde viene, dónde está. Adónde va. Y tientan a acertar, suponen, especulan, fabulan. Las más de las veces hablando sin saber. Algunas otras pocas veces hasta con mala intención. Creo que es inevitable. 

Lo cierto es que casi ninguno acierta, salvo alguno que otro, más próximo, que llega algo más cerca, no mucho.

Claro que no ayuda para nada esto de que, al parecer, un servidor haya nacido sin el área cerebral que regula la vida social, con la que nace la mayoría de los mortales, la usen bien o mal. Y eso mismo –el no deambular, el no mezclarse demasiado– lo expone. Paradójico. Gracioso, también. Pero qué remedio.

Total que, finalmente, los que creen ver algo, sólo ven sombras. Creen ver un hombre cemento, un hombre palo borracho, un hombre jacarandá, un hombre eucaliptus, un hombre pared blanca, un hombre pasto...

Pero, en realidad, sólo ven sombras. Y juzgan sobre sombras.

Y pasa otro tanto con las cosas que uno escribe o dice. 

Aunque, en ese caso y más en estos tiempos nuestros, opera la forma mentis binaria, de opuestos contradictorios obligados, eso del tertium non datur. Todo lo cual hace estragos; primero –y lo más penoso– hace estragos en la imagen del mundo de quien opina sobre las cosas (cuando en realidad sólo ve sombras), o cuando opina sobre quien habla de las cosas (cuando en realidad sólo ve la sombra de quien opina...). 

No importa cuán claro sea uno en sus opiniones y dictámenes, ni cuán ecuánime quiera ser o logre ser. Los demás tienen sus propias opiniones, sus coordenadas y preferencias, y juzgan con sus propios criterios sobre uno y sobre lo que uno dice. Y las más de las veces juzgan sobre las sombras que ven, o que creen ver. Decía alguien hace muchos años que, al final, casi todo el mundo termina hablando de lo que le interesa, porque era eso lo que quería decir cuando empezó a hablar, no importa de qué haya empezado a hablar.

Hay elogios y denuestos. Pero no voy a listar las categorías, adscripciones, pertenencias, afiliaciones, adjetivaciones que le han colgado al cuello a su servidor, especialmente en los últimos meses. Pamplinas. Tanteos entre las sombras, preferencias. Y a veces, también, mala intención.

Ya Platón había advertido sobre las sombras en la Caverna, de modo que no puedo agregar algo que valga la pena, nada que no se haya dicho ya de 2.500 años a estos días nuestros. Por eso. Si acaso, lo dejemos para cuando escriba la autobiografía que no voy a escribir o las memorias que tampoco voy a escribir.

Y por cierto que nada de todo esto va a impedir que siga jugando con la fotografía, las imágenes. Las metáforas.

Después de todo, siempre hay algo que ver en lo que se ve, con tal de que no lo ponga el ojo en las cosas, sino que el ojo lo vea en las cosas.



jueves, 7 de marzo de 2024

Centinela




To him that waits all things reveal themselves, provided that he has the courage not to deny, in the darkness, what he has seen in the light.

(A aquel que espera todas las cosas se le revelan, con tal de que tenga el coraje de no negar, en las tinieblas, lo que ha visto en la luz.)
Esto que traje ayer, de Conventry Patmore, me recordó unos versos que, en su biografía, Maisie Ward rescató de un cuaderno de notas de Gilbert Chesterton:
It is not a question of Theology,
It is a question of whether, placed as a sentinel of an unknow watch,
you will whistle or not.

(No es una cuestión de Teología,
la cuestión es si, puesto como centinela de una guardia desconocida,
silbarás o no.)

Creo que ambos textos dicen lo mismo y no de modo muy diferente.

Siempre me llamó la atención que, casi la totalidad de los lectores de Chesterton que conozco, no entiendan esos versos del joven GK y no se den cuenta de lo que significan. Pese a que eso mismo repite Chesterton en tantas partes de su obra.

La fidelidad a un orden, la alegría de que exista, la gratitud porque exista. La lealtad para con lo dado, conocido y recibido.

La firmeza de la mirada y el corazón del centinela que no niega, en la oscuridad de una guardia desconocida, lo que ha visto en la luz.

Y por eso silba.



martes, 5 de marzo de 2024

The victories of Love




Emily Augusta Andrews fue la esposa, madre de sus 6 hijos y musa del poeta Coventry Patmore. 

Escritora y poetisa también ella, su belleza fue inspiradora para los pre-rafaelistas, que la retrataron en varias ocasiones.
 
Murió joven, a los 38 años. Coventry Patmore, de origen anglicano, tras la muerte de Emily ingresó a la Iglesia católica. 

To him that waits all things reveal themselves, provided that he has the courage not to deny, in the darkness, what he has seen in the light.

(A aquel que espera todas las cosas se le revelan, con tal de que tenga el coraje de no negar, en las tinieblas, lo que ha visto en la luz.)

(Del libro de poemas de Coventry Patmore, The Victories of Love. 1892) 



lunes, 4 de marzo de 2024

Su no fingida voz



XXXIV

El ojo enamorado ata los cielos y la tierra,
el ojo enamorado desnuda tierra y cielos: cielos unos de otro sobre la tierra.

Y hermosa es la atadura de los cielos, real el día,
real la noche de los cielos.

Hermosos son los cielos acabados donde no caen
desatados los días y las noche.
Real el día, real la noche.
 
XXXVI

Pongo este llanto de mi llanto por todas las soledades que esperan las bodas de la tierra.

Pongo este llanto de soledad perfecta;
pongo este llanto dichoso de mi alma;
pongo este llanto de acabado recogimiento por el árbol caído y el animal caído,
por la tierra caída del éxtasis más alto de su nacimiento.

Pongo este llanto de mi llanto por las soledades en la dichosa semejanza:
soledad de los ríos y las lunas en la dichosa semejanza;
soledad de los ríos y los soles en la dichosa semejanza;
soledad de los ríos y los soles de ríos y de lunas y de soles en la dichosa semejanza.

Pongo este llanto por los ríos; pongo este llanto
por las lunas; pongo este llanto por los soles.


XXXVIII

Vuelvo mis ojos sobre mis ojos mansos;
vuelvo mis ojos contra la noche obscura.

Tuvo cuidado mi soledad; tuvo cuidado mi pavor de soledad perfecta.

Después de toda la tierra rebosan las albas;
después de todas las estrellas ha sido en mí la mano sobre mi noche obscura.

Pongo mis manos reflorecidas en la mano.

Darán los montes paz a mi vuelo, paz de misterio en su misterio.
Sean los montes de la paz los montes que huyen en la noche con pies de ciervo.
Sean los montes de la paz la piel que vista a las criaturas.

Huye la muerte en cada muerte.
A su alegría desnuda corren las desnudeces de las mañanas.

En una misma soledad corren los mundos.
Ha de venir la voz entre mis voces desde la paz venida de los cielos.
Ha de venir mi voz tras de las voces de la voz
perfeeta.

Hágase la belleza de la tierra y el cielo;
y vengan a nos en la misma belleza las mañanas de todas las criaturas
que están llenas de gracia,

Venga a nos la belleza entre todas las albas, 
el alba que no nos deja caer en nuestra noche.

Te doy el llanto de mi llanto
puesto en amor que espera las cosas levantadas en albas.

Aquella voz, aquella estrella de tu llanto.


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Estos tres poemas son de Jacobo Fijman, incluidos en su libro Estrella de la mañana, publicado en 1931.

Creo que es una expresión verdaderamente mística, sin fingimientos de la voz y con más en el alma y en la mente y en el corazón que lo que las palabras verdaderas dicen. 

Creo que leer a Fijman no sólo apacigua y ordena cualquier inquietud mundana. Deja a quien lo lee mano a mano con el auténtico mundo espiritual, cara a cara con la hondura del espíritu y la pureza de la voz.


sábado, 2 de marzo de 2024

Herencias




Hay cosas que nos pasan y que confirman una y otra vez que nada es porque sí.

Pasé buena parte del día yendo y viniendo por lecturas varias. Lo pedía la lluvia que casi no apareció, pero que lo mismo me obligaba a dejar para otro día cosas de las manos. Ahora me doy cuenta de que tampoco esta vez fue porque sí.

En esas idas y vueltas, fui a dar a dos artículos del querido y recordado fraile dominico Horacio Augusto Ibáñez Hlawaczek, que Dios premie en la Gloria. Es, además, el autor de un estudio muy completo de la obra de Tolkien: El árbol y las hojas: J. R. R. Tolkien. Una estética lingüística, que publicó en 2013. 

De los dos artículos que digo uno dejo ahora a disposición aquí. El otro, inédito, será que lo traiga a la bitácora más adelante.

Entre los asuntos importantes que trata éste de ahora, está la cuestión del Distributismo y la relación entre Belloc, Chesterton y Tolkien con esas doctrinas, especialmente en sus obras y escritos y prédicas, según el caso.

Grandes y buenos hombres con grandes y buenas ideas y con arte para decirlas. E inarrugablemente leales a sus convicciones, cosa que no es menos notable y que hay que agradecerles. 


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Tolkien, Chesterton, Belloc: Los herederos de J. H. Newman

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viernes, 1 de marzo de 2024

El buen samaritano



No sólo el amor a Dios tiene por sustancia la atención. El amor al prójimo, amor que, como sabemos, es el mismo amor, está hecho de la misma sustancia. Los desgraciados no necesitan otra cosa en este mundo que hombres capaces de prestarles atención. La capacidad de prestar atención a un desgraciado es algo muy raro, muy difícil, casi un milagro. Casi todos los que creen tener esta capacidad no la tienen. El ardor, el impulso del corazón, la piedad, no bastan.

En la primera leyenda del Graal se dice que el Graal, piedra milagrosa que por virtud de la hostia consagrada sacia toda hambre, pertenece al primero que diga al guardián de la piedra, un rey casi paralítico por una dolorosa herida: "¿cuál es tu tormento?".

La plenitud del amor al prójimo es sencillamente ser capaz de preguntarle: "¿cuál es tu tormento?". Es saber que el desgraciado existe, no como una unidad en una colección, como un ejemplar de la categoría social rotulada "desgraciados", sino en tanto hombre, exactamente análogo a nosotros, que un día fue herido con la marca inimitable de la desgracia. Para ello es suficiente, pero indispensable, saber dirigirle cierta mirada.

Uno de los apuntes que apareció en estos días en mis carpetas, es en realidad el borrador de una recopilación de entradas que se publicaron en esta bitácora hace 20 años, entre fines de julio y principios de agosto de 2004. Todas se refieren al mismo asunto.

El texto que encabeza esta entrada pertenece a Simone Weil y está en un pequeño ensayo, Reflexiones sobre el buen uso de los estudios esolares para el amor de Dios. Ese texto cierra las reflexiones de un servidor en la serie que ahora dejo aquí.

Creo que podría interesarle a algunos. Tiempos son estos en los que la cuestión del amor al prójimo aparece en el eje de las meditaciones de muchos.

Principalmente, porque estamos en Cuaresma.

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Sobre el amor al prójimo y la parábola del buen samaritano.



jueves, 29 de febrero de 2024

Señores de la belleza

 

En una confesión conmovedora que sus discípulos encontraron entre sus papeles, Fray Mario José Petit de Murat (+ 1972) decía:

En un tiempo pensé que enseñando Filosofía del Arte atraía hacia los caminos del Señor; lo consideré un medio para preparar la conversión de las almas. La verdad es que el salto nunca llega. Se modifica alguna mala costumbre; se cambia alguna idea errónea, pero nada más. La completa entrega nunca llega. ¿Quién renació de verdad en esos caminos? (...) Mi sacerdocio ha sido profundamente ofendido. (...) Mientras alaban al hombre, hieren al sacerdote. Se tolera que lo sea, porque, al final de cuentas, enseña bien Historia del Arte. Cuando quiero pronunciar la Pasión y Resurrección de mi Señor, se me tapa la boca y los oídos se cierran: cuando enseño arte humano se me aplaude.
¡Ah, muerte y noche desolada! ¿Quién me iba a decir que me aguardaba tal esterilidad? ¡Ah, la desnudez del sacrificio levantado en medio de un pueblo ausente! (...) ¡Desdichado de mí: años estériles y resecos! Nada, Señor, ninguna cosecha para tus cielos. La gente que me recuerda, recuerda mi nombre, mi acción, mas no a Ti.
 

Ya sobre el final de sus días, unos 10 ó 12 años después, dijo en el pueblito tucumano en el que oficiaba de sacerdote:
 

Fue un acierto venir a Timbó: con razón todo lo que me rodeaba no pronunciaba otra cosa: lo único que cabía era el destierro voluntario. Todo, sin excepción, me lesionaba como hombre, como religioso, como sacerdote. Digo destierro voluntario pero se ha dado la paradoja de siempre: el destierro ha resultado un casi solemne retorno al universo de Dios y a las almas. Como al convaleciente de una grave enfermedad se me dan todas las cosas de nuevo: las estrellas tienen el tamaño que tenían en mi infancia; los follajes se elevan anhelantes y translúcidos como cuando los descubrí en mi adolescencia, y los ritmos que se multiplican y juegan en las cosas, las ramas, las nubes, las patas de los caballos, cantan la gloria de Aquel que los hizo. Todo viene a mí denso y jugoso: los patéticos telones de los crepúsculos de Tucumán "ignorados" que parecen prontos para correrse y darnos una nueva epifanía del Cristo.

Al despedirlo, un hermano suyo en religión, Fray Domingo Renaudiére, le dedicó estas palabras que hacen en parte a nuestro asunto, y que en parte le contestan al propio padre Petit:

Yo creo que el Padre sabía que él debía dejar algo.


Acaso muchos crean que muchas de sus obras han fracasado, o se han frustrado.
Pero hay una cosa más profunda en los hombres de Dios, que Tucumán todavía no conoce: pero yo se lo voy a enseñar.

Y es que hay hombres, hombres de Dios, que desean por lo que nosotros no deseamos, que quieren por lo que nosotros no queremos, que aman por nuestra falta de amor; que cumplen con una misión frente a nuestra sequedad. Para no morirnos de sed, ellos piden el agua, y claman, y la tienen en sus propios labios.

Y entonces un día, lo que ellos han deseado se cumplirá. No se cumplirá en sus vidas, porque ellos se han despojado hasta de los éxitos inmediatos, de sus deseos, o del cumplimiento de las cosas de su corazón. Los han entregado al aire de Dios; es otra cosa.

Pero un día se podrá cumplir; se verán obras; lo que hoy parece frustrado, surgirá, porque han deseado en el seno de un inmenso despojamiento.

Así son los hombres de Dios; éstos juzgan al mundo.

En estas palabras cruzadas de ambos dominicos, hay materia para nosotros.

Tiene en algo razón el padre Petit. Algo parecido decía Charles Baudelaire, nada menos, reflexionando sobre el gusto inmoderado por el arte y en cierto modo por lo bello extrínseco, en El arte romántico:

El gusto inmoderado por la forma conduce a desórdenes monstruosos nunca vistos. Absorbidas por la pasión feroz de lo bello, de lo gracioso, de lo bonito, de lo pintoresco, pues hay grados, las nociones de lo verdadero y de lo justo desaparecen. La pasión frenética por el arte es un cáncer que todo lo devora; y, como la ausencia neta de lo justo y lo verdadero en arte equivale a la ausencia del arte, he aquí que el hombre entero se hace humo.

También parecido es lo que dice Leonardo Castellani en 1931, comentando en la revista Criterio el libro Arte y Escolástica de Jacques Maritain:

El arte tiene una ventana abierta al infinito y en su mesa el resabio del paraíso terrestre; y por eso es grande y a la vez peligroso. En su casa es donde Dios y el diablo libran las más hondas batallas. Santa Catalina de Siena, prendada por el de su tiempo, lo estimó ministro de la contemplación; León Bloy, furioso por la corrupción del nuestro, lo creyó un parásito de la antigua serpiente.


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No puedo decir que encontré esto por casualidad.

Pensar (no sólo contemplar o gustar) la belleza es de cada hora y cada día. Sin mérito alguno, es porque lo merece el asunto. Sin la belleza el alma no respira bien. Y a veces ni siquiera respira, propiamente hablando. De modo que es casi un ejercicio de respiración. Del hombre entero.

Ordenando papeles (porque hay algunos interesados en esos temas y buscaba material para ellos), topé con la carpeta de charlas y escritos sobre el tema, propios y ajenos. Y, como pasa, me quedé leyéndolos. Y allí estaban estos fragmentos que dejo aquí.




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Los fragmentos que quería destacar ahora son del borrador de una conferencia de un servidor, de hace unos 12 años, como se ve allí.

Unas Reflexiones acerca del arte y la ideología.

Se menciona allí, al final, un discurso de Leopoldo Marechal: El poeta y la República de Platón.


lunes, 26 de febrero de 2024

En tu memoria





Hace exactamente 10 años, publiqué aquí un recuerdo de infancia que se hizo un lugar común en mi mente, mucho tiempo después. Y me es muy útil, todavía.

Ahora lo repito.

(Y yo sé por qué ahora lo repito.)


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El boxeador viejo
 

Son recuerdos que traigo de cuando era chico.

En mi pueblo, todavía por aquellos años, muchas casas alrededor tenían el aire de sus orígenes. Venían del tiempo de cuando el tren era de los ingleses. Vi después que en otras líneas, del norte y del sur, era igual. Las habían construido cerca de alguna estación para el personal muchas veces importado; ingleses había, claro, pero mucho irlandés, algún escocés y algún que otro galés, aunque menos. Mi lugar, por entonces, estaba plagado de Fox, Harnan, Dixon, Williams, Duggan, Jones, y así. De allí, se supone, la diferencia en tamaños e importancia que las casas mostraban. No había forma de no darse cuenta cuál era de quién.

Las casas que digo le daban un aire simpático a los barrios y a los pueblitos. Tan simpático como irreal, porque ciertamente no eran exactamente "de acá". Aunque también pasa entre nosotros, y desde hace casi más de un siglo, que hay muchos modos de ser "de acá".

Pero, sumando y restando, aquellas casas eran simpáticas y algunas cuadras, que mantenían el estilo, eran un buen paseo arbolado, enjardinadas ellas, bien puestas. Si me apuran, siguiendo a Chesterton (ya que de ingleses se trata), hasta creo que algo de la gracia del conjunto venía precisamente de que aquellas casas tenían alrededor otros estilos.

Para mis años niños, por mis pagos, ingleses casi no quedaban.

En algunas casas vivían irlandeses –y muy bonitas irlandesas, qué le digo...–, pero la gran mayoría había sido ocupada por dueños nuevos, de otras tribus. Con el tiempo, un poco por propio empeño, otro poco por el cholulismo vernáculo, los gringos súbditos habían prosperado (hablar inglés, y chapurrear castellano, parece que siempre ayudó un poco en las pampas...), y así fue como los hijos de los hijos de los que en sus días vinieron apelmazados en los barcos y fueron a dar a los hierros y durmientes de Vía y Obra, o a palear carbón o, acaso, con más suerte, fueron personal de estación o escribientes, habitaban ahora unos caserones bastante importantes a los que trataban de parecerse, con éxito dispar.

Pero había una casa, chica, muy, igualita ella a las que tenía a cada lado y a otras cuantas más de por allí.

No quiero irme del asunto que me trae los recuerdos.

Pero.

Creo que, puestos a hacer socialismo o como más le guste llamarlo, los ingleses harán un socialismo bonito, si quiere, algo vistoso (tanto como cruel, volviendo a Chesterton...) Hay quienes dicen que "saben vivir", que les gustan las casas, los jardines, los animales. Pero es socialismo igual. Es verdad, también: no pueden dejar de ser un tantico imperialistas, socialistas o no, y casi siempre. Y por más que lo envuelvan en ese decoro simpático y agradable de horses & hounds, de garden & flowers, a mi sabor despersonaliza lo mismo, por doble vía, porque ser socialista es una cosa y ser muy inglés, es otra (de hecho, con ser inglés, alcanzaría, pero..., un poco sobreactúan de tanto en tanto...)

Viendo esas casitas, a veces he pensado que esa maqueta a repetición y a escala menor -sensiblemente menor- de las casas grandes, reproducida en toda una hilera de casitas, más que mostrar el parecido en el estilo (de hecho las grandes y las chicas son muy inglesas, ambas), quiere mostrar en todo caso las diferencias y acentuarlas. Amable y civilizadamente, claro. Claro. Y dicho así, si de socialismos se trata, no sé si no prefiero la horripilez soviética. Ya sé que es bien discutible, sí; pero... Ahí lo tiene: en la frialdad aterida y tristona de la crueldad gris y rusa, el incauto tiene que ser medio pavote, o pavote y medio, como para confundirse. Pero, entre parterres y terriers, es más fácil que el incauto crea que la uniformidad es la medida humana. La uniformidad de los siervos, se entiende. Y de los natives, claro.

Pero, ya... Ya. No seamos injustos: el lugar era agradable y de buen ver, con todo y eso, que después de todo, los colores con los que estoy pintando los ponen en parte, en parte... mis ojos.

*   *   *

Y la casita que dije también era simpática, con un terreno irregular y un jardincito monono, y bastante más grande que la casa, que dos ancianos que vivían allí cuidaban con disciplina y alegría. Él era criollo, de familia hispana, les diría; ella, me parece que de familia italiana y tal vez italiana ella misma. Con el tiempo, mi madre me contó que algo había tenido que ver él con la herrería y presumiblemente por eso mismo había trabajado en alguna ocasión para mi abuelo. Dicen que alguna vez, en otro lugar y en otro tiempo,quiso pretender a una hermana de mi padre, pero eso no lo sé. Lo cierto es que la vida lo llevó a esos pagos y ahí vivió, creo que hasta morir. Su mujer era modista y costurera y supo hacerle algunas ropas a mi madre. Tuvieron una sola hija.

Y él, en alguna vida, más joven por cierto, había sido boxeador.

*   *   *

Por una razón u otra, una de las caras de mi primera infancia era la de A. T. (y lo digo así, A. T. porque... es mejor así...).

Era una cara redonda y plana con una inequívoca nariz de boxeador, asunto que mi padre me explicó hasta que lo entendí: le habían roto la nariz boxeando, cosa frecuente cuando se trata de vivir un tiempo a las piñas.

A. T. tenía los hombros anchos, muy anchos. Casi tanto como los de Nicolás, mi abuelo materno. Y eran casi de la misma altura y tal vez de la misma edad. Nicolás era gringo, blanco, rubio, de cara despejada y sonrisa fácil. A. T. tenía una perpetua mueca como de disgusto (que no era), mezclada con una sonrisa melancólica. Muy colorada la piel, se hubera dicho que vivía borracho o que recién terminaba una pelea en la que la cara había sido el paragolpes. Las cejas caídas, los ojos chicos y como hinchados, A. T. fue la cara del boxeador, cuando yo todavía ni sabía que existiera el boxeo.

Mis primeros años de colegio, los de jardín, fueron a la vuelta de lo de A.T., en lo de unas monjas. De modo que pasar frente a lo de A. T. era obligado al menos dos veces al día. Y cada vez lo veía, mientras mi madre saludaba al pasar o cruzaba unas palabras con alguno de ambos viejos, o con ambos, a los que, por alguna misteriosa razón, mi recuerdo los hace viviendo más en el jardín que en la propia casa, porque allí era donde estaban cada vez que pasábamos.

*   *   *

Y cada vez que lo veía, A. T. reproducía un ritual que me causaba un poco de gracia y una pena indescifrable, al menos de chico, que no después.

A. T. saludaba cada vez muy cortésmente a mi madre e inmediatamente (en medio del jardín, en la vereda...) adoptaba una posición de ring: abría un poco las piernas, subía la guardia, sonreía con su sonrisa melancólica, se le caían más las cejas, se le ensanchaba la nariz partida y me decía, resoplando y algo asmático: "A ver..., a ver ese campeón...., boxee, boxee, Eduardito, a ver cómo se defiende...", y todo entre fintas pesadas y movimientos lentos y sin compás de atleta.

*   *   *

Hace mucho tiempo de eso. Jamás lo olvidé. Y siempre fue el emblema de algo que recién pasados muchos años pude entender mejor.

A. T. hacía fintas de boxeador, pero ya no era boxeador. Y hacía fintas de boxeador joven y entrenado, plástico y ágil, vistoso. Pero ni era joven ni entrenado, ni plástico, ni ágil ni vistoso.

Un día lo entendí. 

Durante años, con la tierna imagen mental de A.T. y sus fintas de abuelo bonachón, algo torpes, mecánicas y desacompasadas, usé la expresión "como boxeador viejo". Y quería decir todavía lo hago que hay algo que no se puede repetir así como así. Que hay muchas cosas en la vida que querríamos que fueran siempre lozanas y frescas, si acaso. O siquiera que causaran la sorpresa y la emoción que causaron alguna vez. Incluso, como entonces, con buenas o malar artes (como en el boxeo...) Que pudieran repetirse siempre con la misma plasticidad. Que pudieran ser siempre eficaces. Como una agilidad, física, mental, afectiva, psíquica. Espiritual. 

O como la que en alguna época fue el arma infalible de quienes seducen, para lo que sea y lo siga siendo. Porque seducir puede ser algo de ese género. Y no siempre nos acompaña todo el tiempo de nuestras vidas, no todo el tiempo que querríamos o que parecemos necesitarlo. Y no es raro que nos abandone bastante antes de que dejemos de usar la herramienta. Con lo que, por fuerza y también en eso, nuestros gestos serán como los de "boxeador viejo": Tendrán el gesto, si acaso la mímica, pero nada más. Y, lo que es frecuente también, los demás verán que somos "boxeadores viejos", y un poco de pena daremos...

Muchos años he pensado en eso. Muchos de veras.

Siempre caigo en la misma conclusión y voy al mismo punto. Y, por alguna razón, el razonamiento se vuelve una petición, una especie de jaculatoria, que ni a oración llega.

Veo a muchos viejos que siguen, digamos así, boxeando. Y, lo que es más notable y digno de ver, siguen teniendo buena cintura, buenas piernas, buenos reflejos, rapidez para resistir o esquivar los golpes, y sin moverse ahora casi, experiencia para aguantar, y hasta sentido de la oportunidad para colocar un buen golpe. 

Claro. Han cambiado un poco su "plan de pelea": es que no tienen 20 años... Claro. Pero no son boxeadores viejos. Son viejos. Pero todavía boxean. Y no desmerecen, no.

Y también veo a muchos otros que han sido boxeadores y saben que ya no pueden boxear. Entonces no simulan boxear. No hacen fintas al aire, ridículas y algo vergonzosas. Miden sus movimientos. Han guardado su eficacia para otros asuntos. De otro modo. De mejor modo. Y lo hacen con gracia. Lo hacen con sabiduría. Y no se nota ni lentitud ni torpeza. Sólo experiencia. Bondad. Mansedumbre sabia.

Pasa en tantas cosas. Y en tantos. Y en todos, mejor decir. 

Hombre o mujer. 

Profesor o ingeniero o sacerdote o carpintero o médico o chofer o músico o albañil o amante o futbolista o padre o abuelo o amigo o...

Difícil, siempre pienso, llegar a la edad en que uno decide (de algún modo, vaya a saberse cómo, por qué...) si habrá de hacer el papel de "boxeador viejo". O no. Difícil saber cuándo es esa edad, cuándo es cuándo. Y qué hacer entonces. 

*   *   *

A. T. era un hombretón, manso, buena persona. Y tenía eso: su ritual de "boxeador viejo", que era un juego que me convidaba. Pero aquello, sin quererlo él, fue algo más que un juego. Y me heredó eso, también. Sin que supiera él, ni pudiera imaginar él, adónde irían a parar sus bamboleos como de marinero en tierra. 

Y me acuerdo de él (no de eso, de él...), cada vez que recuerdo aquellos gestos, aquellas fintas incompletas, vacías. Y se lo agradezco y me alegro de haberlo conocido. A. T. jugaba conmigo. Y jugaba con los juguetes que él tenía. Y se lo agradezco infinitamente. porque, como siempre, en los juegos se aprenden muchas cosas. Como jugando...

Y de allí viene la jaculatoria. Por él. Por mí. 

Y por cualquiera que tenga adelante un ring vacío, cuando le llegó la edad de saber si sabe lo que es un "boxeador viejo". O no.



 

Homenaje




Con arrebato de horda va el corcel formidable,
enredado a sus crines ruge el viento de Dios.
Sobre el bosque de hierro vibra en llamas un sable
que divide a lo lejos el firmamento en dos.

La montaña congénere donde el cóndor empluma,
sonreída de aurora despertó a ese tropel
de patria, y la simétrica marea ungió en la espuma
de un brindis gigantesco los flancos del corcel.

La tierra devorada por los cascos se abisma
en el tremendo vértigo que arrastra aquel alud.
Y el Himno natal surge del trueno con la misma
voz que estalló en clarines en los campos del Sud.

¡Tufo de potro; aroma de sangre; olor de gloria...!
La hueste bebe el triunfo cual sublime alcohol,
y la muerte despliega sobre su trayectoria,
acabada la tierra, la mar de luz del sol.

En 1910, Leopoldo Lugones publicó sus Odas seculares e incluyó estos cuartetos homenajeando a los Granaderos a caballo, y ése fue el título que les puso a sus versos. 

Las marcas de época, las notas líricas de época, están presentes. Pero el asunto no es tanto que los versos sean representativos de una estética. El asunto es si, con los instrumentos que tiene a la mano, el artífice hace o no hace una obra de arte. 

El Regimiento de Granaderos a caballo estaba de moda por esos años. Había sido restablecido hacía poco, en 1903, después de haber sido disuelto por Rivadavia durante su presidencia, en 1826. En 1908 se había establecido donde ahora está, en Palermo, después de que el gobierno hubiera comprado los terrenos y construido los cuarteles. La iniciativa fue del ministro de Guerra de Roca, Pablo Ricchieri, probablemente el primer militar definidamente "profesionalista".

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(En la foto, Granaderos en Mendoza, precisamente en 1910.)