lunes, 25 de septiembre de 2023

Destino en ti


Cada hora que taja este camino
y lo hiere de espera de ir llegando,
me demora en tu nombre. Y yo soñando
un cielo de delicias que imagino.

La tarde viene a mí, entre fuego y vino,
nubes de lino y luz ya coloreando
mi frente, que en bandadas va volando
al nido de tu pecho, mi destino.

Puerto en el alto espejo de tus ojos,
posada tibia en tu regazo y senda
por donde el alma se aventura ardiente.

Corazón peregrino, a tus antojos
me ofrezco en obediencia y como prenda,
me entrego amante, amor, como un presente.



domingo, 24 de septiembre de 2023

Tu silencio eres


No hay silencio más fiero cada día
que esa sonrisa en luz; esa elegancia
para nombrar sin voz; la resonancia
de lo que, si nombraras, oiría.

No hay un silencio igual a esa distancia
con que se anuncia en mí tu cercanía:
el canto mudo, amor, de la alegría
que a mi indigencia viste de abundancia.

Y es tu susurro como un grito en llamas
sólo por mí, entre todos, percibido,
porque sólo pronuncias a quien amas.

Dolor feliz con que tu voz me ha herido,
cada vez que en silencio me reclamas
que no olvide que para mí has nacido.


domingo, 17 de septiembre de 2023

Más de ti


Más quiere el corazón andar contigo,
más camino me das y más posada.
Más quiere mi mirada tu mirada,
más luz das a mis ojos de mendigo.
Más quiere el corazón tu cielo claro,
más clara es la mañana de mi día.
Más quiere cada pena tu alegría,
más tu sonrisa se me vuelve amparo.
De todo pido más y más me ofreces.
De todo, siempre es más y más festivo.
De todo siempre el don es excesivo.
En todo estás, jamás te desvaneces.
En todo nunca hay más definitivo.
En todo, todo y más y más con creces.


 

jueves, 14 de septiembre de 2023

La patria, tú


Eres la patria que jamás me duele:
por ti nací y en ti morir yo quiero.
Sin ti, seré en el mundo un extranjero
y no habrá cosa ya que me consuele.

Eres la patria, desde que soy tuyo
y, tuyo, soy, por ti, tu ciudadano.
La ley es la caricia de tu mano
y me he entregado a ese gobierno suyo.

Eres la patria, el surco y la simiente.
Eres la patria dulce de tu aroma.
Eres la patria al vuelo en mi paloma.

Eres la patria, el agua de mi fuente.
Eres la patria, un cielo y un idioma.
Eres mi patria. Y todo, finalmente.


 

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Lo que eres


Yo podría haber sido piedra o río.
Tal vez zorzal del alba, un sauce, el viento,
la soledad del mar, el movimiento
de una estrella o un canto. O el vacío.
Yo podría haber sido un elemento
de los cuatro del mundo, o un navío.
Tal vez la rosa, el sol, la sal o el frío.
Un volcán. O una selva. O un instrumento.
O no ser algo. En absoluto. Nada.
Un posible de ser, sólo una ausencia.
Sin voz ni corazón. Sin la mirada.
Pero entonces me nace tu presencia
y el alma, que se sabe enamorada,
conoce la razón de mi existencia.


 

viernes, 8 de septiembre de 2023

A ver esto de la "batalla cultural" (II)




Hace unos 5 años, en medio de escaramuzas verbales por la cuestión de las uniones homosexuales e ideología de género, una congregación vaticana emitió un documento para que sirviera de base “dialogal” en ámbitos educativos, fijando la posición de la Iglesia Católica frente a la cuestión. (*)

A propósito de eso mismo, recuerdo haber oído en esos días un comentario en un programa radial de una radio progresista, nac & pop y ampliadora de derechos. El periodista, con agudeza, hizo una observación: “Después hablamos de lo que dice el documento, pero el título ya es todo lo que está mal: Varón y mujer los creó…” Y siguió argumentando. Le parecía inadmisible que se quisiera imponer una visión de las cosas en la que existe un Dios que crea y que crea seres humanos que son varones o mujeres.

Y tenía razón, según su posición. El tipo estaba en plena batalla cultural contra su enemigo y eso le exigía ir al hueso, sin tanto melindre y tanto minué: si Dios existe, estamos fritos o veremos qué hacer para desahcernos de él; pero Dios no existe o no nos pueden obligar a creer que existe y que es lo que dicen que es o que es el gran ingeniero de todo lo que supuestamente creó.

Bien por él: corto y al pie. El bando en el que milita parece que en el fino fondo tiene claro al enemigo y, aunque le gusta inventar o redefinir lenguaje para dominar la discusión y toda la agenda, no hubo subterfugios en esa ocasión.

Como por entonces leía cuestiones relacionadas, llegué a Antonio Gramsci y sus consideraciones sobre el papel de la mujer y la vida sexual en una sociedad revolucionaria. Junté las dos cosas y escribí algunas líneas en la bitácora
ens. (**)

*   *   *

Dicho lo cual (con todo y las molestas autorreferencias al margen…), vengamos a lo de hoy, otra vez.

Y, casi seguro, habrá gentes a las que una primera observación le suene exagerada. Pero sin ella, creo que no valdría la pena seguir.

Porque, si se mira bien, en realidad no hay tal batalla, sin más, como un episodio meramente cultural, en sentido horizontal, como una mera puja histórica de corrientes de pensamiento: esto es una guerra. Y es guerra antigua, más antigua que lo que las crónicas puedan registrar, porque empezó entre ángeles y cuando no había hombres en el universo.

Debería ser nítido: si algún sentido y alguna importancia tiene combatir esta batalla y discutir asuntos de este mundo, en este planeta, asuntos que se consideran graves o raigales para la historia y la vida de los hombres en este planeta, es porque las raíces no están en este planeta y porque también ellos son instancias de una guerra antigua. Esta es batalla de una guerra y hacerse el tonto en este punto no solamente preanuncia una derrota sino, lo que es peor, hace que cualquier triunfo momentáneo que se crea propio, sin esa nota preliminar absolutamente clara, se vuelva, al final, un triunfo del enemigo.

¿Cómo sostener verdades que son la secuela directa y necesaria de la ley divina, corriendo de la escena con el dorso de la mano –cortés y discretamente– al autor de esa ley, para que la gente no se asuste o para que no nos tomen por místicos alucinados, papanatas ingenuos o niños que creen que de veras el lobo se comió a la abuelita? ¿Por qué motivo inteligente se nos podría ocurrir poner cara de que somos hombres de este tiempo, astutos, ilustrados y científicos, sensatos y razonables, prudentemente políticos, que sólo discutimos con argumentos que creemos que no nos desacreditarán ante nuestros interlocutores, en vez de poner la cara que tenemos y admitir sencillamente que sabemos lo que sabemos?

Que Dios es, que es persona, que es trinitario, que es el creador de todo lo que existe, que es el Señor de la historia de principio a fin, es una verdad mucho más ácida que el que haya creado al hombre y los haya creado varón y mujer, por mucho que lo segundo exaspere, porque suene autoritario y por lo que implica respecto de los nuevos credos anatómicos y morales de la opinión establecida, dominante o conveniente. Si lo que llaman “batalla cultural” trata acerca de esto, detenerse allí sin traspasar la esfera horizontal de lo humano y sin afirmar netamente todo lo primero respecto de Dios, es una estrategia de combate anémica: porque lo segundo es así porque lo primero es así. El hombre es lo que es porque Dios es.

Que Dios es el viviente supremo y es amor su naturaleza y que ha hecho que sus creaturas semejantes, por amor colaboren con la vida de principio a fin, es la razón última para que el aborto querido y buscado sea una rebelión nefasta o la eutanasia un asalto al Árbol de la Vida, como el mismo aborto, la eugenesia, la manipulación de embriones lo es. Sin lo primero, lo segundo es, si acaso, una cuestionable práctica quirúrgica o clínica por razones de higiene física o mental o de comodidad.

Pero hay más y más cosas en 360° que están en el sumario de la batalla que hay que dar y que no suelen figurar en el discurso de quienes dicen dar esa "batalla cultural". O, lo que es más peligroso, asuntos que ingresan en la lista de cosas a proclamar y reclamar, pero definidos de manera ambigua o errónea.

El sentido de la propiedad, la naturaleza y el sentido y los alcances de la libertad, las razones y la finalidad de la vida en sociedad, la naturaleza y la finalidad del poder en todas sus versiones y particularmente en lo político, la razón de ser y la finalidad de la naturaleza viva o inerte que rodea al hombre, el fin y los fundamentos y las necesidades de la educación del hombre, la justicia de las leyes y de las instituciones, la prudencia y justicia con la que administra los bienes naturales que le están confiados, el uso de la fuerza, la consideración de lo que indudablemente es común... Quien quiera puede seguir la lista de asuntos. Pero la definición y comprensión última de todo eso –tan importante socialmente como lo relacionado con la vida–, está indisolublemente unido a la existencia de Dios y a su propiedad intelectual y efectiva de todo cuanto existe y fue creado por Él, aun considerando la autonomía relativa del hombre, también ella de raíz heterónoma en último término. 

Se dirá que en la mayoría de tales asuntos rigen las leyes de lo probable y útil y conveniente, en orden a lo que los hombres proyectemos o hagamos con eso. Y es verdad. Lo que no es verdad es que tengamos poder omnímodo para obrar contra las leyes que rigen a todo lo creado. Si una cultura concibe mal lo que es Dios, el hombre y las cosas, es lo más probable que obre torcida o defectuosamente. Y quien pretenda dar una batalla cultural, deberá asegurarse primero de que su concepción de ese trinomio es verdadera y que es en razón de esa concepción que da la batalla. Y, si es así, ¿por qué lo callaría? 

En este mundo sublunar, en los asuntos contingentes y temporales se hace lo que se puede, en los tiempos en que sea oportuno y posible. Pero lo que no puede pasar, aun en estos asuntos que –hay que insistir– son también ellos un campo de batalla, es que no se sepa, se olvide o se ignore por qué dar batalla. 

Cuando un laico piensa y siente que todo esto no es práctico, no es conveniente, no es prudente, no es político, o cuando piensa y siente que ese lenguaje que empieza con la palabra Dios pertenece a los clérigos exclusivamente y que, si acaso lo usa él mismo, debe hacerlo con sordina, en privado, sin que suene en su palabra pública, con precaución para no ser descalificado y cancelado, allí es cuando se transforma en un desertor o está a punto de serlo. Podrá dormir en las mismas barracas con sus camaradas de combate, tendrá el mismo uniforme, y hasta, en ciertas cosas, obedecerá a sus capitanes, si los encuentra, y formará en sus filas rumbo al frente con aparente ahínco y con casi las mismas armas. Pero su corazón se ha filtrado imperceptiblemente hasta pasar tras las líneas enemigas; y no para una operación encubierta, sino para instalarse allí, como alguien que, cuando menos, tiene doble ciudadanía y, claro, imposibles dos lealtades. En el mejor de los casos, andará entre ellos con la incomodidad del que se ha quedado sin patria y no encuentra un motivo lo suficientemente hondo y propio que satisfaga el sentido de su participación en la batalla. Peor le irá si ni siquiera se da cuenta.

En distintas épocas y lugares, en conflictos entre ejércitos y entre comunidades o naciones, ha existido eso que se llamó siempre “la tierra de nadie”, una zona en apariencia neutral, o baldía mejor, en la que nadie tiene supremacía y sobre la que no se permite tampoco la supremacía del adversario. Un más o menos amplio pasillo que separa a los contendientes, refugiados cada cual en sus trincheras o posiciones, tratando de avanzar o de impedir que el enemigo avance. 

Pues, eso ya casi no existe en el caso agónico de esta “batalla cultural” que tanto se menea. Como tampoco existe la neutralidad, pues los asuntos en disputa se acercan vertiginosamente al límite en el cual, la más mínima proposición contraria al fundamental “Dios existe” se manifiesta insalvablemente contradictoria y, lo que importa más, tiñe la propia posición hasta el punto de que el combate se hace inevitable. Un combate a vida o muerte.

Así ocurre en esto que llaman “batalla cultural”, aun cuando un bando no se anoticie de eso o lo considere irrelevante, o considere que se puede –con la debida y razonable apologética, que para nada le sea ofensiva al credo de nadie– avanzar hasta el triunfo del bando propio, sin que haya que arriesgar la vida “en exceso”, ni la vida del alma, ni la de la fama o la del cuerpo, que siempre impresionan más aunque son menos.

En las filas adversarias puede haber toda suerte de combatientes, miembros de número y espectadores. En los ejércitos en batalla siempre los hay. No todos combaten efectivamente, pero acompañan o cumplen tareas menores o medianas, tal vez hasta significativas, aunque lejos del frente crudo de batalla. Como hay los que simplemente quedaron de ese lado y, con cierta indiferencia o por comodidad, van detrás de las columnas más aguerridas, hasta por temor a desentonar, o porque no han conocido otra cosa, y eso porque quienes debieron decir las cosas que debieron de haber dicho para que las conocieran, no las dijeron o las dijeron tan mal que quienes los oían no alcanzaron a ver la diferencia entre ambos bandos.

Pero si hay un oponente real, sólido y determinado, impulsado por una convicción firme y una finalidad fortísima que, como un imán poderoso, lo atrae al combate, entonces, a ése hay que considerarlo seriamente. Hay que tener en cuenta que lo anima algún amor (dicho genéricamente) y algún odio poderoso. Porque sabe lo que quiere, sin dudar; y sabe lo que detesta, sin dudar. Ése, mira las piruetas retóricas de oportunidad, oye los argumentos incompletos, edulcorados o especiosos. Y se ríe internamente viendo al adversario enredarse en sus propias tácticas sinuosas a medio cocer y en su estrategia errada y hasta vacilante, cuando no traidora a su propio bando, queriendo o sin querer.

No se puede enfrentar a ese oponente real y último con abalorios para la tribuna, con fuegos de artificio para los votantes, que se pretende que finalmente decidan democráticamente quién ganó, haciendo eso hasta con un apetito desbocado de vindicta porque ha desaparecido la Cristiandad. Porque se siente que el bando propio perdió y se debe recuperar el poder que tuvo en otros siglos brillantes, a como dé lugar.

No se debe enfrentar al enemigo aguerrido esquivando las verdaderas razones propias. Ni se debe escatimar la razón verdadera de la batalla a quienes se pretende que la peleen. Porque, además de todo lo demás, es un fraude. Porque efectivamente eso es si, por temor a nombrar el Cielo o el infierno, para empezar, sólo se les habla a los hombres de una sociedad más justa y verdaderamente inclusiva, o de un aguado y genérico estar a favor de la vida, o de un bienestar y un progreso social pingüe y confortable en este mundo, recurriendo a razones horizontales que, por verdaderas que pudieren ser, siempre serán la parte baja de la verdad. De la parte alta y vertical, de aquella parte en la que están las raíces de aquello de lo que se esperan frutos en la parte baja, de eso no se habla.

Y no suele hablarse porque no se cree que sea del todo verdadero, o porque entorpece el discurso, o porque hay que hacer cálculos, juntar votos y voluntades, sacar huevos de todas las canastas que se pueda, sin asustar con el Cielo, sin asustar con el infierno, corriendo al patio de atrás a los ángeles que son los que tienen encomendado custodiar la vida de cada uno de los hombres engendrados y hasta de las comunidades o naciones que forman, poniéndose con aparente solvencia y verba galana en el atril de los discursos para lanzar sus razones de oportunidad política y mundana, dejando en la sala de espera –para que no se meta en nuestros asuntos humanos– al que tiene la primera y la última palabra. Dostoievsky lo dejó bien expuesto en las palabras del Gran Inquisidor, ¿para qué repetirlo ahora?

Pero esa estrategia para la “batalla cultural” no es tan importante si es la de los socios agnósticos que puedan ser por sus razones defensores de la vida, si la impulsan los razonabilísimos socios liberales, que guardan a Dios si acaso en su fuero privado pero a la vez temen u odian y por eso combaten –algunos, por meros pruritos conservadores– la revolución moral y política (y económica, obviamente) de las huestes progresistas, de izquierda o populistas; no es tan significativa si es la estrategia de socios tácticos que se colectan entre protestantes, amish, evangélicos, musulmanes, judíos, taoístas, budistas. Esa estrategia fallida verdaderamente cuenta cuando es la estrategia de los católicos, sin mucha distinción de grados, de honores o de tribus partisanas al interior de la Iglesia.

Importa sobre todo y más que nada que sea la de los católicos: los únicos que dicen profesar una Fe cuyo contenido y origen sobrenatural y divino no les permite olvidar lo que olvidan, esquivar lo que esquivan, tergiversar lo que tergiversan, mentir lo que mienten, ocultar lo que ocultan, temer lo que temen, apartarse de lo que se apartan, asociarse con quienes se asocian, planear lo que planean, impulsar lo que impulsan, condenar lo que condenan, maltratar lo que maltratan.


Porque,

si un católico no entiende realmente de qué se trata la “batalla cultural” en la que está empeñado,

si no advierte el origen y la naturaleza de la guerra de la cual esa batalla es apenas una batalla,

si sólo espera el triunfo temporal de lo que cree estar defendiendo en esa batalla,

si su consigna principal es que los enemigos de sus enemigos son sus amigos,

si confunde su militancia en estos combates con la dialéctica izquierda-derecha y toma partido, mezclando lo que debería importarle con lo que les importa a otros, a los que sólo les sirve usar las razones católicas como munición contra los enemigos de sus propios fines,

si antepone lo horizontal de los argumentos de batalla a lo vertical de la guerra,

si pretende ingresar con su acción en la esfera de los poderes y tener una silla entre los que conducen los asuntos de este mundo en tanto asuntos de este mundo, y ser alguien en el ámbito sinuoso de los asuntos del mundo en tanto asuntos del mundo,

si se asocia a otros que dicen las mismas palabras que él dice, sin que le importe que las digan para que él se asocie a ellos y formar así una masa crítica que le dé fuerza y poder a quien no debería tenerlo para hacer lo que no debería,

entonces, a un servidor, al menos, le quedará claro que no ha entendido el sentido de su combate o que se ha decidido a pelear una batalla que tiene poco o nada que ver con la batalla cultural que debería pelear, no necesariamente para vencer, sino, necesariamente, para no ser vencido.

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(*) (https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20190202_maschio-e-femmina_sp.pdf)

(**) https://revistaens.blogspot.com/2019/06/cosas-de-chicas.html



viernes, 1 de septiembre de 2023

A ver esto de la "batalla cultural" (I)




Fue hace unos cuantos muchos años. 

Cuando empezó a correr en ciertos ambientes la marca "batalla cultural", creí que se trataba de una reedición de otras marcas históricas, como si reviviera la de Bismarck en el Imperio Alemán. Y no, no era. Venía de Europa el mote, sí, pero de otro embrión entonces y más bien entreverado con debates políticos de tiempos de la postguerra y de la naciente guerra fría. Los '60 tuvieron mucho de eso y el hito del Mayo francés fue una de las bocas de expendio de lo que estaba pensándose para los '70 y para después, hasta el infinito y más allá. Había hebras de hippies y rockeros, algo de la escuela de Frankfurt y aquella cuestión de las industrias culturales, y algo de Berkeley y otras hierbas (literliter loquendo...). Por decir algo, el aquelarre de amor libre y flower power de Woodstock, es como un abuelo naïf de los desmanes sexópatas que florecen en nuestros días.

Por estas pampas, por ejemplo, recuerdo que hubo –en tiempos de los militares– una fuerte y reiterada advertencia, particularmente desde medios y grupos nacionalistas católicos: los militares parecían no tomar en cuenta que las verdaderas armas de sus enemigos, las más durables y penetrantes, estaban en los arsenales de las palabras que traducían consignas y en las consignas que traducían cosmovisiones y diseños de la sociedad, la historia y el mundo. Y que –si acaso era algún paliativo o prtendida solución– no bastaba con quemar libros: había que escribirlos, en todo caso: porque no se desplaza lo que no se reemplaza. Les habrá sonado, a la parte de ellos que tomaba las decisiones, a una pulposa nube de flatos de intelectuales inútiles. O, lo que no es lo mismo, les habrá sonado a peligrosas ideas antiliberales. Lo cierto es que lo que resultó mayormente inútil fue el esfuerzo de advertirles. Y más que eso: la advertencia sirvió, por ejemplo, para que clausuraran los medios que lanzaban la advertencia, mientras florecían y maduraban a pleno sol las consignas que los acecharon y finalmente los vencieron en esa "batalla cultural", derrota de la que hoy todavía se lamentan. Curioso, pero histórico.

Después vino un tiempo en que la izquierda, en particular la ilustrada y champagne, de pelaje vario y hasta tintada de socialdemocracia afrancesada, agregó ese asunto de la "batalla cultural" a sus insumos discursivos, de a ratos impugnándola en las derechas liberales y por el uso que hacían de la marca para asuntos económicos y políticos, de a ratos usándola como ariete para establecer la democracia como estilo de vida, de a ratos –poniéndose culturosos– asociándola vagamente y en su beneficio a otra marca propia del mismo género, aunque distinta: la "hegemonía" gramsciana y sus derivados culturales, que tal vez, y sin tal vez, es la más potente herramienta vigente todavía, aunque los contenidos entren y salgan del menú, según lugares y circunstancias.

Es verdad que hay que tener, por lo menos, unos cuantos años para haber visto andar por ahí al afamado binomio "batalla cultural" y verlo hacer nido aquí y allá, muchas veces a la vez aunque en sitios opuestos. Pero no abultemos demasiado este tramo de la cuestión, para no alargar lo que son nada más que unas cuantas líneas de ensayo. Vengamos a lo de hoy, como dice Manrique en sus Coplas.

Desde hace un tiempo que veo, como cualquiera que no sea ciego y sordo, que la marca "batalla cultural" cobró nuevo impulso. Ahora global y habitando casi exclusivamente en los domicilios de nuevas derechas cuasifilo católicas y más bien conservadoras, para ser muy sintético y no muy preciso en la descripción, aparecida ahora con un aire de descubrimiento y nueva extrategia simultánea en el planeta. Sin demasiada convicción, usan ahora la expresión las izquierdas y los progresismos más radicales. Pasa que parece que esta vez, ganando las palabras y el contenido tópico para su uso, las derechas se quedaron con el copyright y por eso la expresión suena forzada cuando late del lado izquierdo del mapa político. Parecerían que no quieren quedarse afuera de un binomio rentable y épico como ése.

Hoy, desde Estados Unidos (donde tiene algo más de historia) a Hungría o Francia o Inglaterra, de Polonia a Italia o a España, movimientos políticos y culturales de cierta relevancia y representatividad social, como otros menos visibles pero operantes –y todos bajo paraguas diversos de derechas diversas, mayormente conservadoras y religiosas–, han vuelto a desempolvar una versión de la kulturkampf (a la que entiendo no llamen así, porque el nombre está asociado al bando enemigo en 1870..., como que esa marca es suya... y antiocatólica). Y así han llegado a incluirla otra vez como un insumo discursivo vertebral, o en apariencia vertebral. 

Todo esto podría tener quizás un interés de crónica o apenas analítico si, en mi patria, la cuestión de esta "batalla cultural" no hubiera alquilado también un terrenito y no hubiera empezado a levantar algunas paredes desde hace unos pocos años.

El asunto es que (y siempre siendo cruelmente sintético) a esta otra vez nominada "batalla cultural", hoy por hoy, le pediría documentos y hasta el certificado de vacuna antisarampionosa y un bucodental completo. Y si no tiene los papeles en regla, diría que no debería ingresar así como así al mundo de las ideas y de las acciones que se pretenden contraculturales o contrarrevolucionarias, porque (esto es ineludible) no se puede empezar a conversar sin precisar que se entiende por cultura y por revolución, cuando menos, aunque sólo fuera en términos políticos. Y hasta reclamaría un análisis de ADN también, porque, en lo que a su servidor respecta, por lo pronto quiero saber quiénes son el padre y la madre de esta criatura, y hasta quiénes sus parientes, y, claro, con qué gentes anda por ahí. En suma, cuántas sangres se mezclan en sus venas, cuántas inteligencias y voluntades la han parido e impulsado y para qué.

No: no es un afán purista, principista o angelista. Pasa que todo el asunto podría tratarse de una idea grande, de esas por las que uno está dispuesto a dar su vida. Y si, llegado el caso, tocara morir por eso, al menos un servidor querría saber que no va voluntariamente a la muerte por las razones equivocadas. Por eso mismo, no está de más, cuando llega un regalo que parece venido de los dioses, recordar a Virgilio cuando en la Eneida le hace decir a Laocoonte, sacerdote troyano que miraba el Caballo de Troya que los griegos le regalaban a la ciudad, aquello de Timeo danaos et dona ferentes..., porque hay cosas enormes y en apariencia admirables que traen con ellas enormes males.

Nadie se atrevería a impugnarme por eso. Salvo quienes quieran hacerme creer que obligadamente debería comprar el combo con papas grandes y chito la boca. Y ni así me forzarían a llevarme el combo sin abrirlo y expulgarlo: porque si se me exige un acto de fe, lo menos que voy a exigir es que me lo exija un ente sobrenatural y, particularmente, divino. Con un diktat político de oportunidad táctica, no me alcanza.

Dicho esto, veré si me hago el tiempo y acomodo la sesera para acopiar algunos granos y ver de hacer con eso algo de harina, para catar si esta renacida "batalla cultural" cuadra con lo que dice ser. O termina siendo sólo un nombre lustroso y épico (que puede ser llenado con líquidos diversos, a gusto del consumidor de la marca); el nombre de algo que no es verdaderamente una batalla cultural sino, si acaso, una segunda marca oportuna.



jueves, 24 de agosto de 2023

Secretismo secreto





𝗣𝗿𝗲𝗴𝘂𝗻𝘁𝗮:

¿A quién podría importarle seriamente saber qué es en realidad y qué papel cumple realmente 𝗘𝗹 𝗬𝘂𝗻𝗾𝘂𝗲 mexicano en la 𝘐𝘣𝘦𝘳𝘰𝘴𝘧𝘦𝘳𝘢, la Argentina incluida (y ya que estamos, en el entero 𝙤𝙧𝙗𝙞𝙨 𝙩𝙚𝙧𝙧𝙖𝙧𝙪𝙢...)?

𝗡𝗼𝘁𝗮𝘀 𝗽𝗿𝗲𝘃𝗶𝗮𝘀 𝘆 𝗮 𝗽𝗶𝗲 𝗱𝗲 𝗽á𝗴𝗶𝗻𝗮:

1. Si, como dicen, es tan secreto y poderoso, cualquier respuesta que 𝗘𝗹 𝗬𝘂𝗻𝗾𝘂𝗲 diera a esa pregunta, por fuerza tendría que ser tomada con pinzas. O simplemente puesta en duda. Y eso por definición: tan secreto y poderoso, no va a andar yendo casa por casa explicando completamente a quien quiera oírlo o a quien le pregunte qué es realmente, quiénes son realmente, qué hacen realmente, con quiénes lo hacen realmente, para qué lo hacen realmente, et ainsi de suite... Y eso sin contar con el hecho de que eventualmente la organización podría tener alguna cláusula en su contrato (entre otras restricciones, imposiciones y disciplinas) que obligara a los miembros a ocultar o a mentir (sin gravamen moral), cuando se les pregunte semejante ingenuidad, habida cuenta de que se la considera una organización secreta y poderosa, parte de cuyo poder presumiblemente venga también de que es secreta.

2. En muchas partes y hasta habitualmente se oye decir que es una secta ultacatólica. Lo de ultra ya es partisano, porque parece claro que ese lenguaje lo usan quienes son adversarios o los enemigos del catolicismo sin más, para quienes todo lo verdaderamente católico es ultra por definición. Y esto así dicho no define en absoluto si el catolicismo de 𝗘𝗹 𝗬𝘂𝗻𝗾𝘂𝗲 pueda ser verdadero o no. Para lo de secta, casi lo mismo, aunque distinto. El catolicismo no es una secta y no hay nada sectario que sea verdaderamente católico, ni siquiera aunque la dicha secta tuviera un decálogo idéntico al catolicismo, por conveniencia o por cierta convicción, que en ese caso luce no tanto teológica como política.

3. Una cosa es el esoterismo cristiano (que existe y no es lo que muchos querrían suponer...), las catacumbas, la Iglesia del Silencio u otras formas que adquiere la profesión y la práctica del catolicismo en tiempos de persecución o por resguardo de la doctrina. Otra cosa es una secta u organización secreta o con estatemos secretos. En la vida milenaria del cristianismo ha habido –y hay– de lo primero. Lo segundo es una iniciativa particular con fines particulares (obviamente secretos...) que puede asumir notas religiosas en diversos grados, en especial en materia cultural y política, incluso con notas no católicas. La finalidad o pretensión hegemónica corre por cuenta de la organización dizque secreta, no del catolicismo que verdadera o fictamente enarbolen sus miembros o les atribuyan sus adversarios. Parecido no es lo mismo: nunca. Mismas palabras no necesariamente significan mismas cosas.

4. En principio, toda la cuestión puede ser interesante para periodistas curiosos o ávidos de fama, buscadores de oro librescos, investigadores del Conicet, miembros de alguna fundación progresista global, militantes de alguna internacional de izquierda o de derecha (que hay de todo en todas partes...). Pero, lo cierto es que la repetida mención de 𝗘𝗹 𝗬𝘂𝗻𝗾𝘂𝗲 en relación con asuntos muy importantes ya en todas partes del mundo, pero particularmente en la 𝘐𝘣𝘦𝘳𝘰𝘴𝘧𝘦𝘳𝘢 y en la Argentina –y no de hoy o de ayer, sino desde hace bastante tiempo–, hace pertinente la pregunta liminar. La calificación de secta ultracatólica para un poder secreto, también. Y más pertinente hace la pregunta para un católico que no pertenezca a ninguna secta, así se la llame católica, ultracatólica o lo que fuere, porque a un católico con el catolicismo le basta.

5. Cuando se amplíen los interlocutores a los que se les formule la misma pregunta, habrá que poner entre muchas comillas suspicaces el juicio de quienes participan de posiciones sedicentes católicas o no, como liberales, progresistas y otras modalidades adjetivas de supuesto catolicismo o de catolicismo con prótesis o ablaciones, o de posiciones culturales y políticas adversas de derecha o izquierda, ni siquiera cuando apuntaren a las características más oscuras de 𝗘𝗹 𝗬𝘂𝗻𝗾𝘂𝗲. Se puede presumir –sin temor a equivocarse demasiado– que su interés en el asunto es principalmente partidario. Les cabría a éstos el mismo dictamen que a 𝗘𝗹 𝗬𝘂𝗻𝗾𝘂𝗲: si se dice alguna verdad, sólo vale decirla cuando se la dice porque es verdad, no por que es munición contra el ejército enemigo, o porque se la dice como un argumento oportuno para fortalecer la propia posición.

6. Más de una vez se ve el hecho de que, hablar públicamente acerca de 𝗘𝗹 𝗬𝘂𝗻𝗾𝘂𝗲, causa escozor e incluso miedo, e incluso pánico, más cuando se hacen preguntas incisivas a su respecto. Hasta los supuestos miembros (¿cómo saber si lo son o no, si la organización es secreta y críptica por definición?) presuntamente temen hacer siquiera alusión a su pertenencia. Lástima. Eso desnuda en todos los casos una lamentable falta de cojones, muchas veces disfrazada de prudencia o de escepticismo o de protección de un supuesto bien secreto que, principal o solamente, vale porque es secreto y en tanto permanezca secreto.

𝗥𝗲𝘀𝗽𝘂𝗲𝘀𝘁𝗮:

Pues bien, dicho sucintamente lo antes dicho, a la pregunta: ¿a quién podría importarle seriamente saber qué es en realidad y qué papel cumple realmente 𝗘𝗹 𝗬𝘂𝗻𝗾𝘂𝗲 mexicano en la 𝘐𝘣𝘦𝘳𝘰𝘴𝘧𝘦𝘳𝘢, la Argentina incluida (y ya que estamos, en el entero 𝙤𝙧𝙗𝙞𝙨 𝙩𝙚𝙧𝙧𝙖𝙧𝙪𝙢...)?, respondo que a un servidor le importa saber qué es en realidad y qué papel cumple realmente 𝗘𝗹 𝗬𝘂𝗻𝗾𝘂𝗲 mexicano en la 𝘐𝘣𝘦𝘳𝘰𝘴𝘧𝘦𝘳𝘢, la Argentina incluida (y ya que estamos, en el entero 𝙤𝙧𝙗𝙞𝙨 𝙩𝙚𝙧𝙧𝙖𝙧𝙪𝙢...). 

Y, aunque no hay tiento que no se corte, algo me dice que va a ser difícil que tenga una respuesta creíble.



domingo, 13 de agosto de 2023

La novela difícil






"No te entrometas en cosas de magos, pues son astutos y de cólera fácil".

John R. R. Tolkien

El Señor de los Anillos, I. La Comunidad del Anillo, Libro I, 3.

 

 


Tal vez, uno de los grandes obstáculos para componer una obra así es que terminaría siendo una novela demasiado larga e intrincada, por sí misma, pero mucho más para tiempos de 140 caracteres.

Claroscuros confundidores, ambigüedades perversas, constantes conspiraciones curiales y planetarias –cruentas algunas y muy mucho–, innumerables y terribles inmundicias, traiciones, perplejidades y angustias, apostasías que simulan piedad, piedades verdaderas que se castigan como apostasías, notables martirios de pensamiento y palabra y sangre, cobardías, ambiciones mundanas, oportunismos, satanismo. Y una lista igualmente extensa de santidades, heroicidades, sacrificios, humildades genuinas, grandezas invisibles. Y todos esos son apenas unos pocos nombres de cosas.

Pero son demasiadas cosas, sí. Una novela difícil.

Podría escribirla Leonardo Castellani, si en parte no la hubiera escrito ya, con tinta a veces, con sangre también. Si se pudiera hacer, tendría que ser algo inédito, no visto, aunque podría tener algo del estilo de Malachi Martin, con un poco de Hugo Benson, salpimentada con Soloviev, Dostoievsky, Pieper. Cosas así, porque no se puede inventar demasiado en ese rubro. Sí, en parte lo hizo Castellani, aunque hay mucho de historia en las ficciones que él escribió (como lo hay en la obra de Martin). Y lo extraño de esta novela difícil es que no parecería una novela: parecerían hechos reales novelados. Y en el mismo sentido, también debería haber bastante más que unas pocas pinceladas de cuestiones políticas, por supuesto, porque entre todas las cosas, estaría, claro, la Parusía. Y la Parusía enfrenta a una Bestia del Mar, hombre político, además de enfrentar a la Bestia de la Tierra, hombre religioso y profeta de la Bestia del Mar.

¿La escribiría un servidor? No creo. Si acaso, me alcanzaría para bocetar unas pocas pistas, que apenas servirían para dibujar a mano alzada una estructura dramática provisoria, como hebras que podrían tejerse.

Por ejemplo.

sábado, 12 de agosto de 2023

Romancillo para C. (III)


Ésta es la senda, mujer,
aquí principió el camino:
aquí anudamos los pasos:
ya no son tuyos ni míos.
Este sendero, mujer,
nos lleva al puente del río
y va montando las lomas
por laderas donde el trigo
irá a la tierra en septiembre
cuando florezcan tus lirios.
Este camino, mujer,
donde tu amor ha nacido,
tiene el color de la tarde
y el aroma del rocío
y está bordeado de lunas
y de conciertos de mirlos
y tiene un mallín que teje
alfombras de trébol tibio
que son lecho de la siesta
en los días de sol limpio,
bajo un aromo plateado
que es todo flor y zumbidos.
Esta vereda, mujer,
me sabe a amor y a destino:
por ella voy a tus brazos,
y por ella estás conmigo. 



viernes, 11 de agosto de 2023

Romancillo para C. (II)

 

Amor con amor se paga,
dice la copla en tu canto
y hay flores de un limonero
que contigo están cantando.
Amor con amor se paga;
y hay un azahar estrellado
que reclama con tus ojos
la moneda con que pago.
Amor con amor se paga;
y el aroma de tus manos
se ha vuelto azahar y caricia,
con que mi deuda ha aumentado.
Amor con amor se paga
dice la copla en tu canto
y el corazón que te dice
que con amor he pagado.


 

viernes, 4 de agosto de 2023

Canciones para C. (IV)


Estás como si fueras
el aire mismo.
Celeste en el aroma celeste de lavanda
que me cerca y se aleja,
llevándose ese rastro que caminé contigo,
más allá de este tiempo,
más allá de la ausencia, que por ti ya no existe .

Te persigo entre aromos, 
te busco entre magnolias que esperan que el verano
te adorne el pecho tibio
con ese blanco inmenso.

Estás como si fueras
una niebla amorosa,
un húmedo silencio, 
el abrazo del viento que aturde los sentidos,
silbidos de la noche de este llano
en el que estás en todo.


 

miércoles, 2 de agosto de 2023

Canciones para C. (III)


Si la mañana pudiera
llevarme hasta donde estás,
iría tan lejos. Más:
iría hasta donde fuera.
Es ser sin ser primavera
florecer para esperarte;
es ser en secreto el arte
que da fruto en la canción:
amores que el corazón
germinó para cantarte. 

Si la noche comprendiera
la luz que a este mundo das,
no habría oscuro jamás
con que la noche viniera.
Si todo se oscureciera
y no pudiera encontrarte,
no tendría que buscarte:
donde esté tu corazón,
llegaré con la canción
que nació para nombrarte.



lunes, 31 de julio de 2023

¿Somos Hombres o Hobbits?: ¿Qué quiso hacer Tolkien?


Hay muchas razones posibles que expliquen por qué escribió John Tolkien sus historias tal como las conocemos. Y entre todas hay una que es real y verdadera: si el profesor Tolkien no hubiera sido un docente relativamente pobre no sabemos si habría habido un Hobbit y todo lo demás. La historia es conocida: aunque los sueldos de Oxford eran mejores que los de otros centros de estudios, Tolkien tenía 4 hijos (cosa infrecuente) y bastantes gastos para criarlos. Tuvo que anotarse en distintas partes para corregir exámenes de ingreso que le dieran un complemento a sus ingresos ajustados. En uno de aquellos exámenes, dice, un estudiante tuvo la cortesía de dejar una hoja en blanco. (Créanme que es fatigoso corregir y es verdad que le da un cierto recreo a la mente encontrar de pronto una hoja apenas escrita o directamente en blanco.)

En esa hoja en blanco, el profesor dejó que su silenciosa creatividad se filtrara hasta la superficie y, descansando del tedio, escribió una frase, digamos, al azar y, en principio, completamente huérfana de padre o madre: en un agujero en la tierra vivía un Hobbit. Y nada más.

Hay dos cosas que apuntar sobre esa casualidad. 1. Tolkien nunca pudo explicar del todo de dónde surgió en su mente esa palabra. De eso trataron de encargarse críticos y urgadores y especuladores. Pero él no lo supo y lo dijo más de una vez. 2. Por otra parte, otra cosa que siempre dijo fue que si encontraba una palabra (o la inventaba, que etimológicamente es lo mismo) podía escribir una historia con ella: “dénme una palabra y le encontraré una historia”, decía.

¿Es verdad lo que dijo? Hay que creerle, por supuesto. Pero sólo hasta que llegamos a la fragua oculta en la que el arte alumbra y elabora sus obras, en una intimidad que es inalcanzable hasta para el propio autor. A ese caldero que hierve sobre el fuego de lo que llamamos la inspiración van a dar literalmente innumerables percepciones sensibles, muchas inconscientes o fragmentadas, pensamientos aparentemente perdidos, ideas que en un momento se consideran locas o que no llegan a formularse completas, soliloquios inconexos. Y más cosas. Tolkien sostenía que las historias iban escribiéndose a medida que él las plasmaba. Y hay que creerle también. Pero…: nadie da lo que no tiene. De modo que en algún lugar estaban todas esas cosas. El lenguaje, al ponerlas en signos, las estructuran, las completan, y les descubren su forma interior. Más que darles una sintaxis, el lenguaje revela su ilación y su sentido.

Canciones para C. (II)


En este derredor que ya es un cielo,
yo te vi en la paloma que volaba.
Y te vi en su silencio que arrullaba
delicias de tu vuelo.

Y vi, al mirar, tu mano que bordaba
la inicial de mi nombre en el pañuelo
que llevas como augurio, ese consuelo
que la noche te daba.

Paloma que en tu vilo y en tu celo
ibas amante al corazón que amaba 
verte llegar en vuelo. 

Paloma en el pañuelo y en el cielo,
la inicial de mi nombre te auguraba 
el canto que callaba.


 

sábado, 29 de julio de 2023

Canciones para C. (I)


Hay un rosal que ha dicho que nos parió el invierno:
que agosto es el orfebre que engarzó tu sonrisa,
que inauguró en el aire el viento en que naciste.

A mí, septiembre quiso sembrarme con trigales
y envolver en panales mis ojos de tormenta,
para seguirte como septiembre a agosto sigue.

Y nos parió el invierno, ya el sol resucitado,  
y era todo evangelio la primavera clara
que decía tu nombre al prado verdecido.

Acunados en vientos y en trigos en simiente,
llegamos a esta tierra en un alba sin niebla:
tú, en mis sueños soñada; yo, de tu amor, amante.


sábado, 22 de julio de 2023

Romancillo para C. (I)


Tu pelo negro,
la nieve blanca.
Brasas de fuego,
niña, en el alma.

¿Dónde está el cielo
que nos ampara?,
te está diciendo
la nieve blanca.

¿Dónde está el cuervo,
negras sus alas?,
me voy diciendo,
niña, en el alma.

Y estoy sintiendo
la nieve blanca
arder mi pecho,
tú, recostada,
tu pelo negro
que enciende brasas
que son el fuego,
niña, en el alma.

Tu pelo negro, 
la nieve blanca.
Brasas de fuego, 
niña, en el alma.



 

miércoles, 19 de julio de 2023

Sonata: III. Rondó: Allegro


Cuando ya no es la noche silenciosa
y el día la conjura,
tu gloria, tu frescura,
tu silencio, tu paso mariposa, 
tu presencia amorosa,
disuelven con fragancia
cada huella en el polvo y la distancia,
cada herida, la espina de la rosa...
Mi corazón escancia
el vino de tu voz. Y es apacible
despertar así amado,
y verse traspasado
por el gozo que das. Es invencible
el manantial de luz inconcebible
que tu voz ha sembrado:
todo amanece cuando soy nombrado.
Te llevo como un peso delicioso
en mi pecho, adornada
con flores, coronada
con la corona de mi amor, gracioso
por la gracia del aire rumoroso
que tiene tu mirada.
Libre en el lecho tibio de tu cielo,
tu reino soberano,
tomado de la albricia de tu mano
camino sin andar, me alzo en tu vuelo,
se acalla todo anhelo
innecesario, vano,
y rasgas mi nostalgia con su velo
y dejas que tu cálido y temprano
resplandor cotidiano
me ilumine de ti y de tu consuelo.


domingo, 9 de julio de 2023

Sonata: II. Adagio sostenuto


¿Qué será de ese día silencioso?
¿Qué soledad habrá?
¿Dónde estaré? ¿Qué cielo luminoso
en mí se apagará,
punzándome el dolor más doloroso?
¿Cómo será la tarde de ese día?
¿Por qué no habrá murmullos
de abejas, ni capullos,
ni el polen que atraía
enjambres en tumultos de alegría?
¿Ni zorzales? ¿Torcazas, sus arrullos?
¿Ya no veré tu sombra?
¿Mi voz desde esa hora será muda
porque ya no te nombra?
¿O al nombrarte la pena se desnuda
y se hace más aguda?
¿Sabré que ya es vacío
el mundo que a tu paso gobernaste
tan amorosamente? ¿Será frío
el viento de la ausencia que dejaste?
¿Quedará lo que amaste?
¿Quedaré si no quedas a mi lado?
¿Aún seré el amado?
¿Así será tu muerte?
¿Un mar opaco en este valle muerto?
¿Será todo lo oscuro ya no verte?
¿La nada en un desierto?
¿Púas de hielo en este mar sin puerto?
¿Tenerte en cada cosa sin tenerte?


sábado, 8 de julio de 2023

Sonata: I. Allegro cantabile


Y vi en el aire el vuelo de tu talle,
la sombra clara y breve de tu pecho...
Y el milagro que has hecho
con las horas de hierro de este valle
de lágrimas, sembrando
tan silenciosamente maravillas
en las cosas sencillas;
cuidando, y siempre amando,
estos fuegos, mi noche y mis astillas...
El trébol de la loma, 
una nube incendiada, el cielo gris,
tu voz como un arrullo de paloma;
entre todas las flores, flor de lis
de plata entre mis manos,
tu lirio en luz tan pura y la pureza
de tu boca que reza...
Los corazones quietos y cercanos, 
serenos de alegría, 
sinfónicos en todo, consonantes;
tú en los ojos amantes
naciendo cada día,
yo, en este gozo que no conocía,
del que somos oriundos y habitantes.


 

viernes, 7 de julio de 2023

Soneto

 



Los años pasan grises y enredados, 
vagan alrededor sin darse cuenta 
de que en su savia misma se alimenta
la verde luz de los enamorados. 
Y van entre el ramaje, enamorados, 
verdes en su esperanza que alimenta 
el mismo amor que son, sin darse cuenta 
de su luz, entre grises enredados. 
Somos el verde, amor, somos el verde. 
Tú, entre las ramas grises de este mundo 
y el gris de plata que en mi sangre anida.
Somos el verde, amor, somos el verde. 
Tú, pura vida en esta edad del mundo; 
yo, el puro verde que en tu pecho anida.



jueves, 6 de julio de 2023

Nosotros


En tu mano de lino, en tu mañana,
en tanto campanario de tu risa,
en tu llegar feliz, en tu precisa
manera de ser siempre cotidiana.
En ese modo torpe de mi prisa,
en este ser tan solo, en mi italiana
costumbre de mirar, en la artesana 
quietud de una belleza que improvisa.
En cada cosa somos. Y así estamos.
Tan cercanos, tan lejos, tan iguales;
tan una misma cosa y diferentes.
En cada cosa nuestra, en todo, amamos
esas mínimas huellas y señales
para sólo nosotros evidentes.



miércoles, 5 de julio de 2023

Romancillo de la niña de cielo y jazmín

 

Niña de cielo y jazmín, 
canción de plata en el aire, 
tu nombre brota en el río 
demorado de mi sangre 
y es un murmullo de abejas 
de pura miel que me late. 
Azahar de una huerta antigua, 
rama de un árbol que sabe 
qué raíz florece en ella, 
qué dulzura fue su madre, 
qué siglos de viento tiene, 
qué cerros, qué manantiales 
se levantan a tus pies 
que hasta mí en amor te traen. 
Niña de cielo y jazmín, 
 alondra que da su cante 
como aguijón de los días 
que llevas entre la carne 
y en los ojos y en el alma 
y en tu corazón rampante: 
¿qué tengo yo que me miras? 
¿qué, sin nada, puedo darte? 
¿qué riqueza es mi pobreza 
que a tus tesoros le baste? 
Niña de cielo y jazmín, 
flor nueva que no es de nadie, 
 ¿por qué el jazmín de tu aroma 
quiere en mis manos quedarse? 
Niña de cielo y jazmín, 
paloma blanca de nadie, 
 ¿por qué a mi pecho das cielo 
para que el pecho lo guarde?



martes, 4 de julio de 2023

Partida


Son silencios las horas, los espejos,
cenizas taciturnas son los días.
Y las distancias cada vez más lejos.

Son niebla gris las voces conocidas,
se disuelven los mapas, las faenas,
las mañanas de luces desvaídas.

Son lápidas sin lágrimas las penas,
hay recuerdos en túmulos vacíos
y olvidos como espinas y cadenas.

Son minutos ajados y sombríos,
nubes sin lluvia, lunas inquietantes,
agobio mudo en sordos griteríos.

                       * * *

Maduraron los pasos vacilantes:
no miran hacia atrás ni se detienen
en mil presentes insignificantes.

Sobre las aguas de otros ríos vienen,
en ondas dulces, cantos sin tristeza
que el corazón celebra que resuenen.

Cierro una puerta. Voy a tu certeza,
a tu flor que florece con fiereza.
Voy a tu encuentro. Y mi mundo empieza.


viernes, 23 de junio de 2023

Apunte sobre el estado de la nación (IV): "libertad, libertad, libertad..."




En 1960, en una conferencia famosa, el P. Leonardo Castellani sostenía que el liberalismo se estaba desintegrando en la Argentina y que la cuestión se resolvería, a partir de allí, en una disputa entre comunismo y "rosismo".

De esa conferencia salió un opúsculo (Esencia del liberalismo), que después, en 1975, con otros escritos sobre el mismo asunto, se publicó en uno de los tomos de Dictio. Un comentario muy elogioso a Mito y Política, de Nimio de Anquín, forma parte de ese conjunto y es tan valioso como la conferencia.

Pese a que Castellani no acertó en ese entonces, respecto del futuro y las raíces que tenía echadas en el país el liberalismo, en los siguientes 20 años reformuló su dictamen y lo corrigió. Porque, bien mirado, lo más permanente en la política y en la economía argentina (casi como en la cultura, la educación y el subproducto de los medios... y hasta en la religión misma) es el liberalismo, lato et stricto sensu.

Y creo que lo es desde el amanecer mismo de la patria, al menos en las disputas por definir y ejecutar lo que la Argentina debe ser.

Por diversas razones –y más hoy día– habrá quienes crean que el peronismo –en su proteica manifestación multiforme y casi anómica– es lo peor que nos ha pasado a los argentinos. Pero no lo es. Porque lo peor más permanente es el liberalismo y en todas las áreas de la vida social. 

Eso no lo hace bueno al peronismo. Como no hace buena a la izquierda que repica sin cansarse a ver si medra en algo, mientras –asociada con el mismísimo liberalismo y hasta con el peronismo– va amasando la cultura del país desde hace años, aunque no tenga el traste apoltronado en el sillón de la Casa Rosada. Digo, solamente, que nada de eso es lo peor. Y digo que lo peor es el liberalismo, desde las formas agudas y acérrimas hasta las formas mitigadas y "razonables". Y eso, básicamente, por los supuestos y las consecuencias de esos supuestos. Tanto, que hasta el peronismo tiene ese mismo barro en los zapatos, que se le ha ido pegando andando el tiempo. Y hasta en los zapatos de los que aparecen como los más energúmenos entre los hijos del General.

Punto para el liberalismo subyacente y que flota ya en el ADN de la vida política argentina.

Pero no me crean a mí. Lean –o no dejen de releer– esas páginas de Castellani y verán por qué.

Así como hay quienes se recuestan en el peronismo acrítica y dialécticamente, muchas veces por las hebras de "rosismo" –tergiversado o poco consecuente– con las que está tramado, así hay quienes se recuestan en el liberalismo por lo que creen que tiene de antiperonista, anticomunista, "razonable" o civilizado. Y lo más curioso es que a veces los mismos que hacen una cosa hacen la otra, alternativamente (y hasta al mismo tiempo, si la ocasión cuadra...).

No pocos nacionalistas tienen ese problema. Porque es un problema. Y seguirá siéndolo, hasta donde un servidor alcanza a ver. Y la ceguera ante ese problema no es responsabilidad de cualquiera de los peronismos ni de cualquiera de los liberalismos.




martes, 13 de junio de 2023

Apunte sobre el estado de la nación (III): "¿A quién voto?"




En el libro de la Retórica, Aristóteles señala los tiempos que corresponden a cada una de las tres especies de discursos.

Al discurso destinado a la política, le asigna el tiempo futuro, porque está destinado a deliberar ahora lo que habrá de hacerse o no hacerse después.

(El forense tiene como tiempo el pasado y sobre él versa; así como el que llama epidíctico, se ocupa del presente, en sentido más bien atemporal. Es el que se usa en los casamientos, la inauguración de una obra y asuntos así.)

Dice, además (y esto es muy importante), que los discursos se clasifican según el papel que el orador o emisor le asigna a su auditorio, que puede ser juez o espectador. Y es el orador el que pone en esos papeles a su auditorio.

Si es juez y juzga sobre lo futuro, el discurso es político (lo llama bulético, es decir el que se pronuncia en la bulé o asamblea, como si dijéramos el parlamento antiguo). Pero el pueblo todo es esa asamblea cuando se trata de elegir hacer o no hacer algo ahora, un algo que incidirá en el futuro.

Si es juez y juzga sobre lo pasado, el discurso es el propio del Foro, por eso es forense; esto es, el discurso que se oye en los tribunales. Es lo que hacen los abogados en los juicios y expedientes, pues deliberan y juzgan sobre si algo ocurrió o no ocurrió.

Hasta aquí, nada que no se pueda entender a simple vista. Lo que si vale la pena subrayar es la antigüedad de esta perspicacia: cómo se persuade en cada caso, según el papel del auditorio y el tiempo al que se refiere cada tipo de discurso.

Por eso.

Cada uno de los que piensan darle a alguien el poder para que decida en el futuro en qué Argentina va a vivir, debería pensar, en el presente, qué Argentina será la que su elegido o preferido le ofrece. Y pensar si quiere vivir en esa Argentina que habrá de ser, tanto para él como para los suyos y todos los demás.

Y eso, más allá de su pasión, de su espíritu de facción, de su desesperación, de su deseo de revancha o de venganza, de su desengaño. O de su propia estolidez y zoncera, que no lo deje ver más allá de un resultado de un día de elecciones. Resultado que tal vez festeje ese día, resultado que tiempo después pueda ser que deba llorar.

El tiempo del discurso político es el tiempo futuro, repito con Aristóteles.

Haga un esfuercito, mi estimado, y piense muy detenida y lo más aguda y completamente posible, si querrá vivir (usted y los suyos y todos los demás) en la Argentina que le está cocinando su candidato o su preferencia. Piense –debe pensar– si de veras quiere eso para usted, los suyos y para todos sus hermanos argentinos. Y no se conforme con esa parte del discurso que le promete caminos porque sabe que así juntará los votos de los que aman los caminos. Y no se conforme con esa otra parte del discurso que le promete camisas de seda porque así junta los votos de los más coquetos. No se conforme con el que le promete lo que usted quiere oír, en definitiva, y piense en lo que puede o quiere hacer o realmente hará. Y si eso está bien y es lo que usted de veras quiere para la Argentina.

Hay suficiente información a mano, suficiente quiere decir incluso demasiada. No hay nadie desconocido, aunque casi todos sean de un modo u otro mentirosos, o sean un producto de marketing político para captar clientes. Hay suficiente legajo político a la vista como para aducir que usted no sabía, que ha sido engañado o confundido. Hay suficiente fracaso, suficiente traición, suficiente oportunismo, suficiente delirio, suficiente repetición de figuras, suficiente tramoya y suficiente voracidad de poder a la luz del día, como para decir que lo que va a pasar sea una sorpresa. Y nada digo de las conspiraciones, locales, globales, y demás asuntos que por increíbles, tantas veces parecen inexistentes. 

Entonces.

A los que juegan con el juego de alquimia de la política en su casa, a los que creen que sus decisiones tienen influencia en la vida de la Argentina, eligiendo a éste o a aquel, vuelvo a sugerirles este ejercicio de futurología posible. Siempre que tengan buena fe, se entiende.

Porque cuando ocurra lo que le están prometiendo o escatimando, no podrá decir que no sabía.

Porque el discurso político habla, principalmente, de futuro. Y usted, mi amigo, es el destinatario innominado de ese discurso. Y de ese futuro que está eligiendo. Es un asunto que debería importarle, ya que se toma el esfuerzo de jugar al ajedrez con los trebejos de candidaturas y consignas, en el tablero fatigado de una Patria sufrida.

Y una cosa es que lo engañen y otra cosa es que se deje engañar. 

Y que se deje engañar para calmar su ahogo, su furia o su desilusión de ahora, o para tener algo en qué creer, o para alimentar una expectativa de pies de barro fundada en un discurso plantado sobre arena, o porque no hay nada mejor, o porque hay cosas peores, o porque es el endeble mal menor, o porque así no ganan "ellos", o porque por ahí funciona, o porque no hay "otro potable"...

Todas esas cosas las sabe bien el orador. Y a todas esas cosas apela con su discurso, en futuro, para inclinar su juicio y su elección presente. Un juicio y una elección suyos que lo pongan al elegido en un futuro dorado (para él) y que puede ser que sea negro (para usted).

De modo que, usted, personalmente usted, debe hacerse responsable de lo que es responsable.



viernes, 9 de junio de 2023

Apunte sobre el estado de la nación (II)




En 1925, cien años atrás, Chesterton escribió una serie de artículos en el periódico que dirigía, G. K.'s Weekly. Al año siguiente, apareció The Outline of Sanity, un libro que recopilaba esos artículos referidos a política, cultura social y economía. Algo así como El boceto o perfil de la cordura.

Ahora bien.

Con disciplina monacal, vengo oyendo a todos y cada uno de los que creen que tienen algo para decir, y sobre todo que conseguir, ahora que se va a servir la mesa del poder con las elecciones. De Grabois a Milei, de Patricia a Moreno, de Cristina a Carrió, de Horacio a Del Caño, de Wado a María Eugenia, de Massa a Scioli, y otros tantos, con más casi todos sus acompañantes, socios, cómplices o secuaces.

Un batifondo de voces. Oquedades, delirios, rapiñas y decenas de miles de linduras como ésas. 

Yo digo: un hombre corriente tiene apenas dos manos. Pero parece que el hombre en política tiene más: hay varias manos izquierdas y varias manos derechas y hasta hay algunas que brotan del centro de su tronco hacia la derecha o la izquierda. Es decir: el hombre se las ha ingeniado para transformar al zoón politikón que es en un monstruo deforme.

Entonces, volví 100 años en el tiempo y algo me consolé: poco o nada nuevo bajo el sol. Por un momento pensé que todo ese fango hediondo era un invento argentino. 

De Milei a Grabois, de Del Caño a Macri, con todo lo que hay en el medio, ya existían. Todos ellos. con las mismas oquedades, delirios, rapiñas y decenas de miles de linduras como ésas.

_________________________


La falta de hogar de Jones.

El inglés moderno, sin embargo, es como un hombre que debe mantenerse siempre fuera, por una razón u otra, de la casa en que pretendía empezar su vida de casado. Este hombre (llamémoslo Jones) siempre ha deseado esas cosas divinamente corrientes: se ha casado por amor, ha escogido o construido una pequeña casa que se le ajusta como un guante; está preparado para ser un gran abuelo y un dios local. Y justo cuando se está trasladando, algo se tuerce.

Alguna tiranía, personal o política, le priva de pronto de su casa, y tiene que hacer sus comidas en el jardín delantero. Un filósofo que pasa por allí (que es, menuda coincidencia, el hombre que lo expulsó) se detiene, se inclina con elegancia sobre la verja y le explica que ahora está viviendo, gracias al regalo de la naturaleza, una vida sencilla que será la vida en el sublime futuro. A él, la vida en el jardín delantero le parece más sencilla que regalada, y tiene que trasladarse a un estrecho alojamiento durante la primavera siguiente. El filósofo (que lo expulsó), que resulta que pasa por ese alojamiento con la probable intención de subir el alquiler, se detiene para explicarle que ahora está viviendo la vida real del esfuerzo mercantil; en el sublime futuro, la riqueza de las naciones solo podrá proceder de la lucha económica entre él y la casera. Él se ve vencido en la lucha económica y marcha a trabajar a la fábrica. El filósofo que lo expulsó (que precisamente en ese momento inspecciona la fábrica) le asegura que ahora está al fin en la dorada república que es el objetivo final de la humanidad; está en un mercado común igualitario, científico y socialista, propiedad del Estado y dirigido por funcionarios públicos; de hecho, el mercado común del sublime futuro.

De todos modos, hay señales de que el irracional Jones sigue soñando por las noches con su vieja idea de tener una casa normal. ¡Pedía tan poco y le han ofrecido tanto! Le han ofrecido fragmentos de mundos y sistemas; le han ofrecido el Edén y la Utopía y la Nueva Jerusalén, y él solo quería una casa, que se le ha negado.

Semejante apólogo no es en absoluto una exageración de los hechos de la historia inglesa. Los ricos echaron literalmente a los pobres de la vieja casa a la carretera, diciéndoles escuetamente que era el camino hacia el progreso. Les obligaron literalmente a entrar en fábricas y en el moderno sistema de esclavismo asalariado, asegurándoles todo el tiempo que era el único camino hacia la riqueza y la civilización. Igual que habían apartado a los rústicos de la comida y la cerveza del convento diciendo que las calles del cielo estaban pavimentadas con oro, ahora les apartaron de la comida y de la cerveza del pueblo diciéndoles que las calles de Londres estaban pavimentadas con oro.

Igual que entró en el triste pórtico del puritanismo, también entró en el triste pórtico del industrialismo, después de que le dijeran que ambas cosas eran la puerta de entrada al futuro, Desde entonces, ha ido de prisión en prisión, o, más bien, a prisiones cada vez más oscuras, pues el calvinismo abrió una pequeña ventana hacia el cielo. Y ahora se le pide, con el mismo tono educado e imperioso, que entre en otro oscuro pórtico, donde tiene que entregar, a unas manos que no ve, a sus hijos, sus pequeñas posesiones y todas las costumbres de sus padres.

Podemos discutir más tarde si esta última puerta es en verdad algo más invitadora que las viejas puertas del puritanismo o del industrialismo. Pero creo que no hay duda de que si se impone en Inglaterra alguna forma de colectivismo, será impuesta, como se ha impuesto todo lo demás, por una instruida clase política sobre una gente en parte apática y en parte hipnotizada.

La aristocracia estará dispuesta a «administrar» el colectivismo como lo estaba a administrar el puritanismo o el manchesterismo; en ciertos sentidos, ese poder político centralizado es necesariamente atractivo para ellos.


(Fragmento del capítulo XI de The Outline of Sanity.)



lunes, 5 de junio de 2023

Apunte sobre el estado de la nación




Está por un lado el hartazgo (justificado) y por otro, la desesperación (no justificada).

Está el gorilismo de cualquier vereda y a secas, que cree saber lo que detesta pero duda de lo que prefiere, ni sabe qué hacer con ambas cosas. Está el conservadurismo revivido, torpón, medio ciego, cuadrado y bastante zonzo. Está el liberalismo, a secas también (porque me aburren las distinciones alambicadas de los bien pensantes que eligen una flor u otra y se hacen los burros para no decir que son todas de la misma raíz y del mismo árbol...). Están los tribuneros de eso que ahora llaman la derecha: unos cuantos –rancios o nuevos– ávidos de revancha y hambrientos, más de negocios y poder, según el caso, que de gloria o bien. 

Están los saltimbanquis del peronismo, los proteicos. Son graciosos: se pegan una lavada de cara, se dan dos o tres manos de cal, borran unas cuantas líneas de su curriculum, inventan y dibujan otras, citan dos o tres veces por párrafo al General embalsamado. Y con eso vuelven a la cancha. Como si hubieran estado desde la cuna en las mazmorras del kirchnerismo o de los gorilas, tanto da, presos del despotismo austral o de las finanzas ubicuas, y al fin ahora, libres, corajudos y locuaces, ven la luz y quieren iluminar.

Está la izquierda, que tiene más colores que el arco iris. La del cuanto peor, mejor. Y haciendo que sea todo peor, porque así les gusta más y les va un poco mejor.

Están los carroñeros, que gobiernan o se oponen (o ambas asimetrías a la vez). Los que, donde ven una presa herida, van como samaritanos y se la devoran como hienas. Aunque la presa sea tan hedionda como ellos.  

Están los autistas. Los que viven de la política y los negociados. Los que no ven otra cosa que su traste tibio sobre alguna silla del poder, alrededor de alguna mesa inmoral en la que se discute y se discute: tomála vos, dámela a mí...

¿Y el pueblo? El pueblo (harto o desesperado) está entretenido (no divertido: entretenido), viendo cómo lo llevan de la nariz, famélico y prostituido, al paseo habitual: el shopping del mercado persa de los candidatos huecos o reciclados. Y ahí van las buenas gentes, ansiosas (y hartas y desesperadas) por ver si de una buena vez algún Gandalf aparece y les arregla mágicamente la vida, el barrio, la ciudad, la provincia, la patria.

Pero.

Está esa cosa informe como un chisme, imprecisa como la niebla, omnipresente como el aroma de un basural o de las aguas estancadas de la zanja. Un conjuro perverso, palabras como talismanes, nombres como abracadabras. Consignas que se repiten como mantras. Éxtasis de desesperación que quiere sonar esperanzado y firme, convicciones súbitas de disparates abstrusos e insolventes, promesas falsas maquilladas como una anciana coquetona y ridícula, para disimular quién sabe qué hondones nefastos; o vacíos solamente repletos de flatulencias orales, escritas, tan profundas y sabrosas como un slogan de campaña.

Están los que (hartos o desesperados) creen que cualquier cosa es mejor que lo presente. Súbitos fanáticos militantes de cosas que no conocen o en las que no creen, pero a las que proclaman como verdaderas nomás que porque les pareció ver que tenían algunas hebras de plástico de algo que alguna vez les gustó. Pero igual están listos para saltar con una sonrisa satisfecha de la paila a las brasas, porque no hay nada peor que la paila ardiente. En el fondo, sueñan con desahogarse un rato, respirar una media hora, con alivio fingido y la nariz tapada, para volver a desesperarse a la hora siguiente y,  otra vez hartos o desesperados, volver a esperar poder saltar de las brasas a la paila, porque no hay nada peor que las brasas ardientes.

Entonces.

Otra vez: está por un lado el hartazgo (justificado) y por otro, la desesperación (no justificada).

Algún día habrá que decirles que, si se hace siempre lo mismo, siempre habrá el mismo resultado.

Se hartan y se "deshartan", se desesperan y se des-desesperan. Su hartazo y su desesperación, parecen distintos, pero ambos son un vino que se diría viene de la misma uva, de la misma cepa, de la misma viña.