viernes, 31 de octubre de 2008

Negocios (VI): Oktoberfest

Tiene que ser antes de que se vaya octubre, porque después uno se olvida de las cosas.

El 25 de septiembre, en Toulon de Francia, ya sobre la ola de pánico financiero, Nicolás Sarkozy habló ante parlamentarios franceses y otras gentes y dijo, entre otras cosas:
De hecho, el capitalismo ha posibilitado el extraordinario auge de la civilización occidental desde hace siete siglos.
Correcto, entendido. Después vemos.

Exactamente un mes después, pero ahora en Munich de la Germania, el sucesor de Joseph Ratzinger en la arquidiócesis, Der Erzbischof von München und Freising, Reinhard Marx, habló sobre la Finanzkrise y anunció, durante un reportaje publicado en las páginas de la revista Der Spiegel, la aparición de su libro Das Kapital (je, je.. Marx, Das Kapital..., je..).

Allí, en el reportaje y en el libro también, Marx –entre otras afirmaciones que ya pusieron y todavía pondrán en estado de soponcio a más de uno- relee Das Kapital y le concede a Marx puntos acertados en su crítica al capitalismo (más allá de cualquier interpretación aguda, como las que suele el corresponsal, Marx dijo lo que dijo sobre Marx, como se, aunque con toda suerte de pasadizos secretos, como también se ve...)


Va de nuevo.


El 25 de septiembre, en Toulon de Francia, ya sobre la ola de pánico financiero, Nicolás Sarkozy habló ante parlamentarios franceses y otras gentes y dijo, entre otras cosas:
De hecho, el capitalismo ha posibilitado el extraordinario auge de la civilización occidental desde hace siete siglos.
Correcto, entendido. Después vemos.

Exactamente un mes después, pero ahora en Munich de la Germania, el sucesor de Joseph Ratzinger en la arquidiócesis, Der Erzbischof von München und Freising, Reinhard Marx, habló sobre la Finanzkrise y anunció, durante un reportaje publicado en las páginas de la revista Der Spiegel, la aparición de su libro Das Kapital (je, je.. Marx, Das Kapital..., je..).

Allí, en el reportaje y en el libro también, Marx –entre otras afirmaciones que ya pusieron y todavía pondrán en estado de soponcio a más de uno- relee Das Kapital y le concede a Marx puntos acertados en su crítica al capitalismo (más allá de cualquier interpretación aguda, como las que suele el corresponsal, Marx dijo lo que dijo sobre Marx, como se, aunque con toda suerte de pasadizos secretos, como también se ve...)


Je, je...

Houston: tenemos un problema.

(Y todavía falta la palabra alemana de Roma, dizque dentro de poco, dizque sobre la globalización... Je, je...)

miércoles, 29 de octubre de 2008

Lagarto, caimán o tiburón (VI)

¿Se da cuenta, mi amigo? ¿Para qué habré abierto la boca? No sólo no hay que dar ideas, sino que hay que asegurarse también de que a uno lo entiendan bien.

Según me entero ahora, por un amable mensaje de la 'galesa' C., hay una nueva batalla de Jorge contra el Dragón.

Pero en ésta sí que no me anoto. Porque tengo la impresión, por lo que pude ver, de que ni Jorge es Jorge ni el Dragón es el Dragón, diga lo que dijere el Rev. George Hargreaves, que es quien está armando bulla con el asunto.

Resulta que este buen hombre es un reverendo pentecostal y sumamente mediático, que entre otras cosas organizó hace unos meses un reality show en el Channel 4 of England, en el que durante 3 semanas, al parecer, trató de que 13 perdularios y botarates se hicieran buenos cristianos, asesorados por dos pastores, un sacerdote católico y una reverenda anglicana. El programa, que se llama, obviously, Make Me A Christian, levantó polvo en el camino. Y no sé qué habrá sido de los 13.

El caso es que el reverendo está empeñado en convertir a Inglaterra, Gales y Escocia, dizque al cristianismo, palabra difusa, como cualquiera sabe.

Para ello, también formó un partido político The Christian Party, con otros dos que son como especies de filiales, el Welsh Christian y el Scottish Christian.

Precisamente, en la plataforma del primero (la página es un desastre) figura ni más ni menos que sacar al dragón de la bandera de Gales y ya que estamos cambiar la bandera por una en la que sólo figure la cruz de san David, a la sazón santo patrono de Gales (la bandera es una cruz dorada sobre fondo negro, aunque el reverendo usa azul, purple e incluso verde oscuro.) Según dice el reverendo, ese dragón es el satán apocalíptico que hay que remover para que Gales vuelva a la fe cristiana.

Estuve viendo un poco el asunto y mi dictamen es por la negativa. No dije que mi voto fuera 'no positivo': dije negativo, y a otra cosa.

Porque éste es uno de esos casos en los que parece que cada cosa por separado está bien o más o menos bien, o pasable, pero el conjunto da un disparate. Y habría que ver cuán inocente disparate es, que muy inocente no parece.

No, mi estimado and english reverendo: el todo es más que la suma de las partes, si acaso las partes son partes de ese todo, cosa que no está nada clara, tampoco. Parece que defiende cosas defendibles o siquier buenas en sí. Pero, no compro.

Disculpe, maistro, pida turno y vuelva otro día.

Ahora.

Dicho sea de paso, el paseo virtual por Britain y los alrededores me trajo a la memoria lo de Obélix: Il sont fous, ces gallois... et ces anglais, aussi...

Y si no me creen, vean un poco los líos de sucesiones legítimas y banderas en Cymru, sin contar con que algunos hacen llegar Y Ddraig Goch a los tiempos de Arturo, a las guerras entre celtas y sajones, y hasta a los emblemas de las legiones romanas, y capaz que tiene razón…

Miren que a mí me gusta el tren, pero si me llego a encontrar con una estación que se llama Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch, puede ser que me vaya caminando, nomás.

Por eso.

Basta para mí: me quedo con los muchachos aragoneses de la Sociedad Deportiva Huesca y su guerra contra el dragón de la UEFA/FIFA.

Un poco de Mediterráneo, per carità!

domingo, 26 de octubre de 2008

Negocios (V): Un disparate (II)

Así las cosas, parece que hay un problema con el sistema de signos y con los signos del sistema. Es verdad: los movimientos al interior del sistema se han complicado. Y mucho.

Pero, ¿por qué eso sería un problema?

Se entiende que cuanto más complejo es un sistema, más débil y vulnerable es. Pero si esa misma complejidad es un mecanismo de poder –que ha dado pingües resultados hasta ahora–, no parece consistente quejarse de ella, si finalmente se la ha entreverado precisamente para hacerla todo lo invulnerable y predecible que se pueda. Que no todos tengan la llave, no tiene por qué significar que cualquiera o cualquier cosa pueda vulnerarla.

No. No parece que la complejidad morfológica, sintáctica y semántica del sistema haya puesto al sistema en cuestión. Pronto, antes de que nos demos cuenta, otro sistema tan complejo como aquel que todo el mundo quiere ya mismo en la horca, reemplazara al difunto no difunto sino apenas reciclado y conveniente manipulado, para que no sólo sea maquillado sino también adecuado a nuevos desafíos de homogeneidad.

Simplificando ingenuamente el asunto, parecería que aquí se trata de hacer que la enorme cadena de engranajes siga funcionando, asegurándose de que a nadie se le salte la cadena. Es cierta complejidad tóxica la que perturba la marcha del engranaje complejo, no la complejidad misma. En todo caso, además de tóxica, a esa complejidad o a las maniobras complejas al servicio de un apetito, no se las juzga en realidad por ser desaforadas sino por desestabilizantes y anárquicas, y no porque en realidad lleven anarquía al apetito, sino porque ponen en peligro el sistema. Y no el sistema de bienes y riquezas en intercambio, sino el sistema de signos.

Lo que se ha advertido de pronto es que los signos cobran una vida autónoma y que acicateados por el vértigo del apetito (y el apetito del vértigo también, porque se juega un juego virtual con cartas virtuales y contrincantes virtuales), los signos se rebelan. De pronto, complacer la rebelión de los signos de intercambios semejantes empieza a romper la malla. Y esa malla está pensada para no romperse y para controlar toda clase de fugas, todas las fugas posibles, no solamente los fallidos del sistema por inconsistencia o errores o desboques apetitivos.

Allí es entonces que, en la imaginación de todo capitalista sensato (y de cualquiera que aspire a hacerse con el sistema de signos que gobierne la globalidad, como ya dije), debería aparecer el peor fantasma, la peor amenaza a conjurar: el desorden, las fugas imprevisibles, la pérdida de control.
ver

Cuando un capitalista -y no sólo él, lo cual es curioso también- habla hoy de una nueva moral para el capitalismo, creo que no está diciendo otra cosa sino que no es posible permitir que semejante ingeniería quede en manos de repentistas, de irresponsables, o de improvisadores, o de outsiders. No es admisible que puedan establecerse reglas particulares para un sistema de signos que pretende volverse autónomo pero universal. Tan autónomo como global. Y más y más se irá asociando la inseguridad e inestabilidad -y hasta la propia injusticia e inequidad- con la falta de globalidad y previsibilidad, que a estos efectos son perfectos sinónimos.

Es importante, entonces, definir aquí global o mundialista; todo el planeta está precisamente ahora mismo tratando de hacerlo para dar con la definición adecuada que en principio conjure el descalabro y después asegure la marcha hacia adelante. Me parece que es sencillo. Hace bastante tiempo que se viene ensayando definir los términos de la globalidad, más de un siglo y, si bien se mira, más de dos siglos.

Se puede pensar y decir que los modelos fracasan. Fracasó uno con el emblema de la caída del muro y fracasó el otro con el emblema de la caída del otro muro. De una parte, de la otra, y hasta desde los terceros, se puede decir que los sistemas muestran sus fallas, que el enemigo -de cada quien en cada caso- no es infalible. Pero, y aunque esto tenga algún sentido, no es lo importante en lo que a globalidad se refiere.

Porque, en realidad, global significa finalmente tener a mano y disponibles los mecanismos que permitan establecer nuevas reglas sobre el cadáver mismo de las recién muertas. Y no tiene la más mínima importancia si las occisas lo fueron por un paro cardíaco o porque se las asesinó.

Global significa, en realidad, la libre disponibilidad para fijar reglas, que es lo mismo que decir desechar unas y generar otras en su reemplazo a voluntad. Quien tenga ese poder, tiene en su mano la globalidad. Y en este esquema se necesita por definición la globalidad, porque poder fijar reglas sólo para algunos es lo opuesto a tener el poder.

Si el capitalismo se horroriza ahora de que se pueda generar riqueza irreal, es porque se horroriza de que se pueda deshacer en el aire esa riqueza. Y no le importa -nunca le importó- que esa riqueza fuera irreal. Sí le importó que esa riqueza, en cuanto riqueza real o irreal, fuera efectivamente y siempre el asiento de su poder.

Que alguien tenga en sus manos, más o menos libremente, el poder combinar la trama de signos y de ese modo tenga en sus manos la posibilidad de hacer estallar los mecanismos y el sistema mismo, le resulta perverso e insufrible. Así al capitalismo, como a su presunto opugnador, que no es menos aspirante a ser el beneficiario de la globalidad.

Entonces hay que revisar todos los engranajes, cada polea, cada transmisión, cada tramo, cada pieza. Se podrá concluir en que hay que simplificar el sistema, se podrá concluir en que se necesita una tabla de premios y castigos más disuasiva, una tabla de sostenibilidad que haga temblar al infractor o al creativo que ande por allí buscando los circuitos olvidados o poco frecuentados del sistema para colarse por allí con productos nuevos de su imaginación. Incluso, podrán hablar de nuevas reglas que defiendan ahora sí y finalmente los ahorros del plomero suizo y la pensión de la enfermera noruega. Podrán llorar el mea culpa sobre las cenizas de los dogmas del mercado, incluso y sobre todo con lágrimas genuinas que serán más de decepción que de arrepentimiento. Y más y más cosas podrán ser.

Pero al revisar todo el sistema, teniendo como ya se tiene la oportunidad global de revisar el sistema, si yo fuera capitalista (incluso si fuera su simétrico opuesto), me daría cuenta -ya me habría dado cuenta hace rato- de que, si tengo que controlar los puntos de fuga y anarquía desbocada, el punto menos gobernable de todo el edificio es el dinero, el metálico, la moneda de metal, el billete de papel, y no tanto sus signos sucesivos en conjunción sistemática.

Y me daría cuenta de ello simplemente parado todo un día a la puerta de una iglesia, o viajando en tren en Buenos Aires, desde las afueras hasta cualquiera stazione Termini.

Voy a pegar un terrible y disparatado salto en el argumento de este disparate para ejemplificar esto que estoy diciendo.

Mientras haya dinero, habrá limosnas. Y limosnas en dinero, no en especies, lo cual le da una enorme libertad tanto al que da como al que recibe.

Todo un sistema elaborado sobre -y que pretende- la previsibilidad de la ruta de bienes y riquezas, la trazabilidad de ingresos y gastos, de inversiones y ganancias, tiembla cada vez que cualquiera -cualquiera- se toma libertades con los signos dentro del sistema. Por ridículo que pudiera parecer, el poderoso caballero tiene hoy por hoy esa facultad y es casi el único de los signos que la tiene. No fue hecho para eso, claro. Mucho menos fue promovido para eso, y tal vez para lo contrario. Y hasta por eso mismo en parte es un signo con bastante mala fama histórica.

Pero, como una burla tal vez involuntaria al sistema mismo que él hizo tanto por fundar, este bisabuelo lejano de todos los signos del sistema que es el dinero, no tanto por sí mismo sino por cierta rémora de voluntad autónoma de sus usuarios ni siquiera muy consciente ni con buenos propósitos tal vez, permite burlar una y otra vez al Gran Ojo. Y, como todo el mundo sabe, nada es tan corrosivo para un sistema de signos como la coexistencia de otro sistema de significaciones que opera con absoluta prescindencia del sistema oficial.

Un simple mortal, pongamos un mendigo, por lo pronto se ahorra tiempo y trámites; se ahorra toda la fraseología bancaria y las humillaciones a las que obliga, que al tiempo que tentándolo con aparentes libertades le ofrece en realidad vigilancias y restricciones. Ahora bien, el mendigo obtiene igual su crédito, sin tener que dar explicaciones de sus hábitos sexuales o de sus enfermedades congénitas, ni del tamaño de su heladera o de cuántas veces va al baño por la noche. Él no tiene tarjeta de débito o crédito, no tiene el honor de figurar en el registro de deudores ni el otro supuesto honor de no figurar. Él no existe, digámoslo derechamente.

Por curioso que resulte, mientras exista el dinero, tal y como lo conocemos y con esa libertad al portador, el mendigo seguirá recibiendo su crédito no bancario, seguirá siendo elegible para inversiones informales, seguirá accediendo al mercado de capitales libres, y será un consumidor de bienes y servicios difícil de 'trazar'. Y todo ello lo hace por fuera del sistema.

Podría anotarse en un registro de indigentes y recibir sus cartillas de racionamiento semanal y hasta su seguro social, y hasta una habitación para dormir, y vacaciones en un complejo turístico del ministerio de menesterosos, todo pago. Podría. Pero por alguna razón se resiste a hacerlo.

Eliminemos el dinero y veremos cuánto queda de la resistencia de nuestro buen amigo a ser medido, tasado, clasificado y organizado. Quitémosle la libertad al portador de la que goza con un billete en su mano –el mismo billete que horas antes estuvo en las manos de cualquiera- y habremos sentado un precedente importantísimo para hacer más previsible el sistema. Y para hacerlo mucho más poderoso.

¿Por qué digo todo este disparate?, se preguntará usted, mi buen amigo.

En fin, se hizo tarde ahora. Mejor otro día le contesto.

Plata no hay, pero tiempo algo nos queda.

sábado, 25 de octubre de 2008

Hay dos cosas en la vida

Me son simpáticas. Son unas mujeres peruanas que tienen un puesto de verduras y frutas y especias, cerca de la estación.

(Algún día explicaré las castas entre ellos, porque son varios los negocios de peruanos por la zona. No todo es tan simpático, viera usted...)

Hoy pasé, como hago cuando ando por allí, a ver qué oferta tienen. Había frutillas, bananas y ajíes morrones (de los rojos), a buen precio.

Colgando de un estante en el que había unos sobres de palillo (una especie de azafrán, con su nombre peruano, claro), otras especias y hasta unas latitas de unos jalapeños mexicanos (¿qué harían allí?), unos verdes en conserva y otros en rajas rojas, había un cuerito con una copla grabada como a fuego:
Hay dos cosas en la vida
que no se debe olvidar,
la tierra donde has nacido
y a Dios que todo lo da.
Así y tal cual escrito. Sencillamente. Redondamente.

Pensaba que si uno escribe en una pared Dios y Patria, hoy por hoy, medio que te llevan preso. Y allí estaban ellas diciendo que Dios y la patria son cosas de proclamar. Sin tanta alharaca ni tanta milonga.

Bien por ellas, qué tanto.

viernes, 24 de octubre de 2008

Lagarto, caimán o tiburón (V)

¿Y yo qué dije?

A san Jorge no le importa, ya lo sé. Bastante tiene con guerrearle al bicho como para andar haciendo cuestiones de cartel.

Pero, ¿a alguien se le ocurriría decirle por ejemplo a los galeses que saquen el dragón de la bandera, como le dicen a los otros que saquen a san Jorge de cualquier lado?

No, claro.

Maricones.




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Muy atento estuvo SA..., gracias.

Imladris

El 24 de octubre de 3018 TE, Frodo se despierta en Rivendel después de varios días de somnolencia, en parte curado ya de la herida que con la Daga de Morgul le hiciera en su hombro izquierdo el Rey Brujo de Angmar, el 6 de octubre en Amon Sûl, la Cima de los Vientos. Y, sí: hay que decir en parte curado.

Al atardecer de ese día, llegó Boromir a Rivendel y a la mañana siguiente, el 25 de octubre, se reunió el Concilio del que Frodo saldrá -junto con la Comunidad, dos meses más tarde, el 25 de diciembre- como el Portador del Anillo, para llevarlo a su destino final.

Ya sé: van a decir que no tiene nada que ver con nada. Claro. Con nada. Por eso.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Negocios (IV): Un disparate (I)

Expliquemos –un poco disparatadamente– el disparate ése de que si yo fuera capitalista eliminaría el metálico.

Todo el mundo sabe que el dinero en cualquiera de sus formas es un signo de algo, habitualmente de bienes materiales o alguna riqueza, incluso, si me apuran, de algún poder. En principio, y habitualmente, se establece el valor del dinero en relación con esa riqueza o esos bienes o el valor que ellos tengan. O en relación con ese poder.

Como signo de estas realidades, no importa cuál de ellas, se lo entiende más o menos fácil. Uno no puede andar llevando a todas partes los bienes y riquezas -incluso el poder- que haría menester para cambiar, comprar o vender cosas. Así se entiende que uno lleve consigo algún signo que signifique esas cosas o que signifique algo equivalente a esas cosas. En ese sentido, y perdón por el salto, el dinero sería como la palabra, secundum quid.

No puedo llevar diez mil elefantes cada vez que voy a referirme a ellos. Llevo en su lugar el signo que los significa: la expresión diez mil elefantes. En la medida en que la palabra los signifique realmente, y más ajustadamente, se fortalece –digámoslo así- el valor de la palabra, más que el valor de los elefantes, y es perfectamente razonable que así sea. Y digo más ajustadamente porque, en el caso de la palabra, también podría decir diez mil paquidermos o diez mil mamíferos o diez mil animales. Pero, y aunque un elefante es todas esas cosas a la vez y cada palabra de ésas lo designa de algún modo, lo más ajustado parece, en términos corrientes, decir elefante que efectivamente es a la vez animal mamífero y paquidermo.

En cuanto al dinero, el asunto se complica si las condiciones en que adquiere su valor se vuelven mucho más complejas que medirlo o establecerlo en relación con algo material, más o menos tasable y valuable con cierta objetividad, como podría ser en relación con metales preciosos o bienes escasos, cuya escasez los hace valiosos: alimentos, combustibles, minerales, agua. O espacio, como tierra, por ejemplo. Y aun cuando representara algún poder.

Esa complicación puede volverse mayor aún en la medida en que el dinero, según el uso que se le dé, tienda a salirse del ámbito simbólico y se vuelva un objeto por sí mismo valioso, por cierto que independientemente del valor que tenga materialmente el signo (como si dijéramos si la moneda de $1 vale $1 peso o no en metal, por ejemplo).

De modo que, de esa suerte, podría ser que se invirtiera la relación en la que tener mucho dinero significaba tener muchos signos de riqueza o bienes reales y se volviera la cuestión de tal modo que tener mucho dinero permite el acceso a muchos bienes y riquezas, o mejor (o peor) aún, a más dinero.

Pasa también que la pérdida de riquezas y respaldos deprecia el circulante. Muchas veces se ha visto que si un país encuentra petróleo su moneda se hace más fuerte, como que al perderse sus cosechas su moneda se hace más débil. También pasa que su moneda sufre o goza cuando gana o pierde una guerra, por ejemplo, lo que muestra que algún poder está significado en el signo que es el dinero.
ver

Ahora bien, el dinero puede convertirse en sí mismo en una mercancía y un producto y de ese modo admitir nuevos signos de sí mismo: un cheque, por ejemplo; de modo que en vez de llevar ahora 10.000 pesos (en vez de diez mil elefantes, claro...) llevo un papel que dice que llevo diez mil pesos.

Una cuestión para nada despreciable aquí, a propósito de esta segunda significación sobre lo que ya es un signo, es que, mientras el metálico (billete o moneda) goza de una considerable libertad de ejercicio de su significación –libertad que se extiende a su portador, ya que todo circulante es un signo que beneficia per se a su portador–, no ocurre lo mismo con los signos del dinero o con otros signos de bienes, que no dan el mismo acceso inmediato a un valor, a un bien o a una riqueza determinada. Ni siquiera a un poder. esto es que en principio, es más fácil comprar con dinero contante y sonante, que con un papel que diga que tengo dinero contante y sonante. Más fácil para el que compra, por ejemplo y en principio.

Complicando hasta el infinito estas relaciones de los signos de signos en el sistema, pueden ir apareciendo signos de signos que finalmente se transforman en un sistema cuyos elementos están lejos de aquella primera significación y referencia que el dinero tenía. Y que giran separados de las cosas con una sintaxis propia, con una morfología compleja propia y con una semántica no menos compleja y propia.

El hecho de que el capitalismo no pueda existir sin crédito o sin actividad financiera, hace que uno de los ejes de su funcionamiento sea precisamente el dinero. O, si se prefiere, cualquier sistema de signos que signifique finalmente crédito.

En los extremos, el capitalismo es concebido por algunos como una modalidad de generación de riqueza financiera, por así decirlo brutamente, pasando por encima de su pilar casi religioso de la propiedad privada sin matices, del impulso al interés individual por la (buena) suerte (individual) de los emprendimientos (individuales), el circuito infinito de producción y consumo como generador de riqueza y bienestar (en ese orden, por favor...). Es decir, y en ese caso, una especie de capitalismo de negocios que genera riquezas como si dijéramos en algún sentido virtuales, comprando y vendiendo signos de lo que no tiene, realizado por un trabajo que no realiza, sobre materias primas que no posee. O con signos lejanos de todas esas realidades, tan lejanos que ni se relacionan.

Y no digo que no exista lo que se compra y vende, que nadie trabaje para producirlo y que las materias primas con las que se lo produce no existan, como que no existan quienes usan y consumen los productos producidos. Digo que el negocio así concebido no se preocupa mayormente de esos detalles.

Ahora bien.

En principio, eso parece que es de algún modo posible por la relación perversa entre signos y significados, donde el significante no guarda relación mayor o no tiene como referencia obligada a los significados (en este caso, los bienes que supuestamente fundan su significación o en relación con los cuales se supone que vale más o menos). En todo caso, en ese circuitos, los signos de signos se comen casi toda la energía del sistema y su intercambio llega a justificarse por sí mismo y puede generar una sensación de riqueza, que si se quiere podría llamarse virtual, aunque es un modo de riqueza que entra y sale yendo y viniendo del sistema de signos a la realidad, aunque produciendo de esa manera más y más ficciones de equivalencias y correspondencias.

Hasta que la ficción endógena deja de sostenerse –y no importa ahora decir por cuáles razones– y todos los reyes aparecen de pronto desnudos, sin que siquiera un mozo de cuadra que no tiene nada que perder, lo diga en voz alta.

Entonces –apretando la síntesis del disparate disparatadamente explicado–, todo el mundo advierte de pronto que el sistema de signos era perverso y corrosivo, tóxico y demoledor. Por no decir avaricioso, codiciador e injusto.

No la producción de bienes concebida como se la concibe, no el consumo de bienes concebido como se lo concibe, no la finalidad de la sociedad y de la vida del hombre, aunque no se la concibiera de ningún modo. Ni siquiera la economía, que concebida como se la concibiere, es insoslayable porque los hombres necesitamos subsistir y los bienes son limitados y requieren de administración. No, y por curioso que resulte, nada de ello.

Lo que me parece que al final de un día tan agitado está sentado en el banquillo de los acusados, con potentes faros y fulminantes iluminando su rostro macilento o abotagado, es ni más ni menos que un sistema de signos.

Porque parece que fue él -el sistema de signos y los signos que contiene- quien ha jugado torpemente con el mantel de la mesa opípara y ha terminado por hacer volar los platos con sus sabrosas viandas, los botellones de vinos olorosos, destrozando el mantel, rompiendo mesas y sillas, haciendo trizas la lujosa vajilla, estallando los cristales de las copas, con todo lo cual ha terminado por cortar con los filos de las cosas rotas a los mismos comensales, sangrantes y magullados ahora, antes ávidos del festín que pensaban darse.

El aire se pone de pronto a la vez gélido de terror y caliginoso de furia y por el mismo aire vagan el espíritu de la confusión y el del alelamiento.

Vayamos pues a por el signo y su sistema, porque tocándolo todo un poco por allí y por aquí, poniendo nuevas reglas y correspondencias y equivalencias, haremos un sistema nuevo, un nuevo paradigma.

Y salvaremos de este modo al capitalismo, sea lo que carajo fuere el capitalismo, dicho sea de paso, que al cabo eso no le importa demasiado a nadie.

Salvo a sus enemigos, claro. Y no: no me refería a la izquierda en ninguna de sus versiones; salvo en una, que jamás adivinaría usted cuál es, mi buen amigo.

Pero hasta aquí llego por ahora, que para disparate y explicación disparatada del disparate, ya está bueno.

lunes, 20 de octubre de 2008

Interés por la hora

Resulta que el 19 de octubre pasado, yo tenía 24 horas.

Vinieron, entonces, y me pidieron 1 hora de las 24 que tenía. Y me dijeron que me la iban a devolver el 14 de marzo.

Qué remedio: se las di. Y mi 19 de octubre rengueó de una hora.

Es un capital precioso, les prevengo y si uno lo piensa. No los libros que son muchos, no la plata, el auto o la casa, que son poco. El tiempo. El tiempo de la vida. Y lo que entra en una hora del tiempo de la vida. Una hora ausente y, a decir verdad, reponible, sí, hasta cierto punto, pero irrepetible.

¿Se da cuenta? Una hora de vida. Toda una hora. Claro, quién sabe qué habría hecho uno de esa hora de vida. Por ejemplo, yo estaba en una comida con amigos. Muy agradable la conversa, ricas y abundantes las viandas caseras, no mucha gente. La noche era apacible, el humor sereno y plácido. Igual tuve que darles allí mismo la hora que me pidieron. Y se las di.

Dentro de 21 semanas, más o menos, me dicen que devuelven la hora que les di. Otra, más bien, pienso yo. Ésa no, otra hora que no será ésa que les di.

Y como está todo este asunto de las tasas y las finanzas y esas cosas, se me dio por ponerme matemático-financiero-metafísico. Y me pregunto, entonces, si habrán calculado el interés que voy a ganar, me pregunto a qué tasa me cotizan el préstamo obligado que les hice. No que me interese especialmente, pero ya que a todos les preocupa tanto la economía ahora...

Son unas 3.500 y pico de horas de unos 147 días, o algo así. Cuánto vale una hora de mi domingo 19 de octubre de 2008, después de esas 21 semanas, a no sé qué interés.

No es por desconfiar, qué quiere que le diga, pero alguien se quedó con un vuelto, me parece.

Y son tantas horas, vea... Como unos cuantos millones de horas: todas irrepetibles.

¿Se da cuenta cuántas horas?

Entre ellas debe haber algunas horas que hubieran sido de dolor, de soledad, de desesperación. Las habrán dado con cierto gusto, me imagino. Y no querrán que el 14 de marzo le devuelvan una igual y menos aún con sus intereses. Y quién sabe, mire: no diga tanto, porque a veces nos hace bien el dolor, a veces alguna soledad cicatriza alguna herida, a veces alguna desesperación nos obliga a reconocer que necesitamos algo que no podemos conseguir o que nos inquietamos por futilidades. Podría pensar que pudieron ser horas de mal y de pecado y de odio. Claro.

Pero habrá habido allí -seguro- algunas horas que eran horas de arrepentimiento y conversión, por decir así. U horas de amistad o de plegaria. Algunas horas de amor que hubieran sido. Horas de partidas convenientes o de llegadas esperadas, horas felices de tantos. Dos amantes mirándose a los ojos sin más. Una madre acariciando la frente de su hijito primero, recién dormido. Tal vez horas de algún trabajo arduo pero jugoso de creatividad y belleza. Tal vez algo útil y necesario para el bien de algunos.

¿Ven? Así, medido como lo medimos los hombres, ese 19 de octubre -y donde hubo que dar una hora- no hubo nada entre las 0 horas y la 1 de la madrugada. Ni aplausos, ni lágrimas, ni asesinatos, ni besos. Allí donde se dio una hora, nadie murió, nadie nació el 19 de octubre de 2008 entre las 12 de la noche y la 1 de la madrugada.

No sé.

El 15 de marzo, Dios primero, ya les diré qué fue del tiempo. Si acaso me entero.

Negocios (III)

Según oí que decían por allí, parece que hay en el orbis terrarum unas 133 millones de bitácoras registradas. Y aquí donde la ven, señores, ésta es una de tan selecto grupo.

Por eso.

¿Quién se va a ocupar de ésta que usted está leyendo ahora, si por ejemplo a mí se me ocurriera hablar de economía? ¿A quién le importa (*) lo que pueda decir de los asuntos globales un piscui que está como a los 35º de latitud sur y a unos 59º de longitud oeste?

No: mire el mapa, cumpa, y desengáñese...

Por eso.

Vamos a jugar al delirio profético barato o siquier gratuito, qué tanto.

Cito de memoria, y no me acuerdo de qué lugar; pero está eso que dice Castellani –burlándose un poco, me parece, de la cuestión nazionalista-: los nacionalistas no son nazis, porque serían alemanes, y si fueran alemanes serían disciplinados... Y tal vez con esta cuestión financiera con la que voy a disparatar, pasa algo parecido.

Ahora bien.

Si yo fuera capitalista, seguramente no tendría una bitácora: tendría una cadena de portales cibernéticos; o incluso y además una editorial y sus respectivas librerías en cada shopping; o, pior entuavía: tendría un colegio repirulo o -por qué no- una universidad, con su campus y todo y vendería bonitamente a miles de eurodólares los postgrados, y hasta una fábrica de camperas, remeras, cuadernos y lapiceras con el logo de la universidad tendría; y hasta una empresa de catering tendría, para darle el almuerzo en el comedor de fábrica a los alumnos y a los profesores y, en otro piso más abajo, a los empleados... O, aunque fuera afiliado al PC, podría tener una super firma de bienes raíces. Claro, si yo fuera capitalista.

O, por ahí, no. Tal vez basta con no ser un inútil como un servidor y haya que ser no más que medio rápido para los negocios, y no hace falta nada ser capitalista y basta con tener los dedos rápidos, aunque uno ponga cara de progre o ya la tenga, o lo sea...

Pero, quiero decir, si yo fuera de veras capitalista lo que sí haría es ver de terminar con el circulante, terminaría con los billetes y las monedas.

Nomás lo digo y me doy cuenta de que se pierde el ingenio del diseño dinerario, claro, que es tan sutil y tan gracioso, y se los digo porque me gusta juntar monedas con sus animalitos, y esculturas y edificios, todo en bajo o sobrerelieve, y sus hojas de roble y sus números y sus tipografías especialmente elaboradas, y hasta algunas monedas con sus formas creativas: agujereadas, romboidales, octogonales y así...

Pero: basta de dinero, diría. De a poco, de golpe, tal vez aprovechando el tembladeral. Como fuere: basta de metálico.

Claro que podría formular esto mismo pomposamente, ya que estamos de jolgorio profético, y decir cosas como: “Vamos hacia una etapa nueva y revolucionaria como no se vio en otra época de la historia económica de la humanidad; una etapa signada por una nueva relación entre el circulante y los créditos virtuales y los bienes materiales; una nueva etapa en el gobierno global y en la administración de bienes y riquezas, que excluye el factor de desorden en que se ha convertido la moneda en su versión real y simbólica. Vamos hacia la desaparición del dinero tal y como lo conocemos y lo utilizamos todavía, aunque cada vez menos, reemplazado como va siendo por las cintas magnéticas de las tarjetas plásticas...”

Y podría seguir así, mezclando con elegancia irresponsable toda suerte de augurios y profecías roncas y cavernosas, o joviales y entusiastas, con porcentajes y cifras de ceros apabullantes y citas de reportes y notas del WSJ y TE y FT y quién sabe de cuántas más fuentes y cubiles.

Podría, pero no lo voy a hacer.

Aunque, claro que para explicar este disparate gratuito, que postularía de ser capitalista, habrá que gastar o invertir en otra entrada. Pero como el asunto para mí tiene interés, debería invertir, nomás.



(*) Tal vez, y si son fundados los rumores que leí, algún paspado cree de veras que estas bitácoras meridionales son peligrosas o siquiera molestas. Algunas por lo menos. ¿Será verdad? No lo creo. Si llega a ser, ¡qué cosa! ¡Qué religiosos son estos tipos! ¡Qué observantes y rituales son, mi madre...!

domingo, 19 de octubre de 2008

A Feinmann, lo que es de Feinmann

Esta es la historia que le enseñaron a Roulet en la escuela. La historia que él creyó porque era la de los suyos. La que siempre se enseñó. La que todos tuvimos que aprender. La que nadie se atreve a modificar. La naturalmente argentina. Debo confesarlo: le tengo una enorme envidia a Roulet. El es un argentino, no yo. Ni yo ni todos esos que andan por ahí, con apellidos raros o con colores de piel tirando a negro, a carbón, a tierra, no de campo fértil, sino de basurero, de baldío. Yo ando estos días medio vanidoso porque publiqué un libro de filosofía de casi mil páginas. Pero qué idiota: ¿qué le importa eso a Roulet? El tiene mucho más. No necesita hacer nada. El país es suyo. Uno escribe mil páginas porque tiene un apellido de judío de mierda y tiene que justificarse de algún modo. Hacerse un lugar. ¡Hola, aquí estoy! Me eduqué en Viamonte 430, de donde salían marxistas a montones. No me gusta la tierra. Y creo que la oligarquía, la Iglesia y el Ejército hicieron un país para ellos, un país, diría si me permiten, de mierda y que mataron con inenarrable crueldad siempre que se vieron en peligro. Pero no. No debo creer eso. ¡Qué lindo sería creer lo que creen ellos! El país lo hicieron la Iglesia, el Ejército y el campo. Creer lo que cree Roulet. Sentirse así: con los pies sobre la tierra de uno. Con una identidad poderosa. ¡Con mucha guita, caramba! ¿Cuánto creen que voy a ganar con ese podrido libro de mil páginas? Nada. Lo que Roulet gana con media res. Lo que le paga a un peón, al que encima después lleva a sus manifestaciones patrióticas, con bandera y todo. Para colmo, las librerías hacen enormes pilas con un libro de Savater, que pretende ser de filosofía. O se vende a patadas una huevada infernal de un agroperiodista que dice cómo vivir mejor y más seguro y más pleno. Y si esos libros se venden más es porque los compra Roulet, él y los suyos. Que saben muy bien qué leer.

Ahora, lo justo es justo. Soy un resentido. Reviento de la envidia. Pero puedo jurar algo. Nunca se me daría por creer que la Virgen o el Mesías o Buda o Mahoma... Pero no: no derivemos. Roulet dijo: la “Virgen María”. Nunca se me daría por creer que una mano me ilumina desde arriba, y que detrás de esa mano está la Virgen María pidiendo por todos los pobres filósofos argentinos. Mi relación con lo sagrado es compleja. Transita entre la ira, la duda y la exigua esperanza. Por la pelotudez, nunca.
No se me ofenda la claque à gauche, pero para mí que todo el escándalo es nada más que una promo sofisticada del libro ése que él dice que hizo.

Al final, después de leer con atención, no le creo nada al tipo, ni siquiera las cosas en las que parece tener razón. O con las que podría estar más o menos de acuerdo (que no es lo mismo, ya sé...), aunque por razones diferentes de las que tal vez él tenga, si tiene alguna otra razón que la del delirium tremens por la inmortalidad en letras de molde. Tal vez, como Castellani, podría pasar que este muchacho ni siquiera quiera pasar a la historia sino simplemente al restaurant de la esquina...

Aunque, en realidad, sospecho que, con este catálogo completito del progre enfant terrible, le van a tocar las dos cosas.

Peor para todos, qué remedio.

sábado, 18 de octubre de 2008

Saquen una hoja (II)

¿Cuál es la cuestión aquí?

Pasa que, por lo pronto, no es una sola sino que son varias, en realidad. Unas están dichas, otras están implicadas.

Veamos, por ejemplo, dos cuestiones inmediatas para empezar.

¿Está bien que Aguer se queje por la indicación ministerial de que los textos que se ofrezcan a los chicos “no deben tener moralejas ni contenidos religiosos”?

¿Es verdad que la queja de Aguer es una opinión de Aguer? ¿Acierta Tedesco cuando dice que la queja de Aguer no representa la opinión de la Iglesia?

Veamos ahora algunas cuestiones implicadas, algunas preliminares incluso, ni siquiera todas las que podrían considerarse de fondo.

¿Hay algún texto –literario, científico, periodístico- que, o en sentido estricto o en sentido laxo, no tenga o no suponga alguna moraleja o algún contenido religioso, explícita o implícitamente?

Si se leen con atención las indicaciones y las doctrinas explícitas e implícitas en el Plan Nacional de Lectura, en la Campaña Nacional de Lectura y el más o menos nuevo Plan Leer, así como los textos que para ejemplificar o difundir elige, edita y publica el ministerio, ¿es verdad lo que dice Tedesco en cuanto a que “el objetivo central, que es promover el mejoramiento de la capacidad lectora de nuestros alumnos”, sin más pretensión que ese aparente adiestramiento? ¿No es verdad que la doctrina supone y promueve alguna visión del mundo y del hombre frente al mundo? ¿No es verdad que a través de las indicaciones respecto de cómo leer se dice también cómo debe plantarse y obrar el hombre frente al mundo y a otros hombres? ¿No es verdad que al darle base antropológica y cultural a la pretendida formación de los hábitos de lectura, se establece un paradigma incluso moral, y por lo menos moral, porque podría preguntarse también lo mismo sobre lo religioso? ¿No es verdad que elaborar una lista de textos y ofrecerlos a la lectura genera explícita e implícitamente un paradigma? ¿No es verdad que excluir una serie de textos genera implícita o explícitamente un paradigma?

Pero, además, hay algunos asuntos relativos a la queja de Aguer que también conllevan preguntas y las que siguen son algunas de ellas.

¿Quejarse de que sean excluidos los textos con moraleja o contenido religioso –se entiende que ambos explícitos–, supone lo mismo que decir que no deben darse a leer sino aquellos textos con moraleja o contenido religioso explícitos? ¿Es excluyentemente por su moraleja o contenido religioso explícitos que debe juzgarse la calidad de un texto literario? ¿Es una exigencia escolar excluyente el que los textos con tales características sean los únicos aptos para educar en el hábito de la lectura a chicos y jóvenes? ¿Se lee solamente para promover el hábito de la lectura como destreza intelectual? ¿Se lee para conocer moralejas y contenidos religiosos presentes en una obra literaria?

Es claro que todas esas preguntas -y algunas más- requieren respuestas, siquiera para ver cuál es la cuestión aquí. O las cuestiones.

viernes, 17 de octubre de 2008

Saquen una hoja

Por una parte está Daniel Filmus, que cuando era ministro de educación lanzó un Plan Nacional de Lectura en el 2003. Dijo entonces que 'el verbo leer no acepta imperativo, igual que el verbo amar, si los chicos sienten la lectura como una obligación no van a leer...'

Está bueno. Con eso sólo ya se podría iniciar una serie Filmus (I, II, III...)

Pero, por otra parte, está san Augustín, que cuenta en el capítulo 8 de sus Confesiones que su conversión terminó de cuajar cuando oyó una voz de niño o niña que jugando cantaba la frase Tolle, lege; tolle, lege. Miró a su alrededor y lo único que vio fue un texto de la epístola de san Pablo a los Romanos que estaba leyendo su amigo Alipio. Tolle, lege, por cierto, está en imperativo y, claro, traducido significa: Toma, lee...

¿Y?

Y todo eso apareció a propósito de unas declaraciones airadas del arzobispo de La Plata sobre otra fase más de los planes de lectura que se vienen impulsando desde el ministerio de educación.

En la misma noticia, me detengo en la respuesta del ministro:
Sobre los cuestionamientos que Aguer realizó hacia el programa educativo, Tedesco opinó: "No creo que sea un reacción de la Iglesia como institución. Él tiene derecho a opinar y me parece bien que discutamos. No es un plan que se decidió en un escritorio por un ministro, las cosas no se hacen a titulo personal. Está bien que se discuta, pero no hay que perder de vista el objetivo central, que es promover el mejoramiento de la capacidad lectora de nuestros alumnos".

Las mayores críticas del arzobispo platense estaban relacionadas con el séptimo punto de las sugerencias que recibieron los maestros: "Los textos no deben tener moralejas ni contenidos religiosos".
En cuanto me pongo a ver la cuestión, aparece un galimatías de planes que, como digo, empiezan en 2003.

Hay al menos tres cosas distintas. Un Plan Nacional de Lectura (con sus respectivos aspectos teóricos y programas de lecturas), una Campaña Nacional de Lectura y un Plan Lectura, que fue lanzado en mayo de 2008 y que es el que movió la ira de Aguer, más específicamente por una recomendación al parecer contenida en la pragmática para maestros: "Según señala la cartilla, que se envió a todos los colegios, los textos elegidos no deben tener moralejas ni contenidos religiosos, teniendo en cuenta el carácter laico de la educación..."

Con todo lo cual, me puse a mirar un poco los antecedentes de la cuestión, no sin advertir de paso que todo el equipo del Plan Nacional de Lectura renunció a principios de este año , vaya a saber uno por cuál interna, lo que viene a ponerle un condimento misterioso al asunto, que lamentablemente tendré que dejar para los polícías de la cultura y sus catálogos de comisaría.

Entonces, como siempre, primero hay que mirar y después ver. De modo que, primero leo todo lo que encontré sobre 'lectura' y después veo.

¿Cómo dice? ¿Que para qué? ¿Que no se va a tomar el trabajo de seguir todos esos papeluchos? Me parece bien: entonces, córrase y no moleste.

¿Que sería mejor ocuparse del 17 de octubre y de McCain & Obama? ¿O que mejor todavía habría que ocuparse de la volatilidad de los mercados y del jinete negro de la carestía y el hambre o del jinete bayo de las pestes y la muerte?

Puede ser, mire. No sé. Otro día, en todo caso. Además, ya sabemos que para decir de qué hay que hablar y de qué no, tenemos policía temática también, ¿no?

Ahora me estoy ocupando de esto, que puede dar un fruto magro, aunque algo de miga tiene.

Y, después de todo, en medio de la maroma global, Benedicto también se está ocupando de la Palabra por estas horas.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Negocios (II)

En realidad, puestos a ver, el asunto es un tópico tan viejo como las riquezas y el dinero. Y no tan antiguo como la pobreza, que es asunto más viejo que el dinero aunque parejo en edad con las riquezas.

La fugacidad de los bienes, la decepción por tenerlos o perderlos, la frustración por su insuficiencia, la ansiedad que causa poseer las riquezas, todas cuestiones primas hermanas, casi correspondientes y simétricas con el apetito que despiertan.

Uno se acuerda de tantas cosas literarias a este respecto, si se pone a pensar. Y como estuve leyendo a Quevedo en estos días, me acordaba entonces de su muy conocida letrilla "Poderoso caballero es Don Dinero...", que como es remanida, tuve que saltear. Pero allí fue que precisamente encontré tantas cosas suyas sobre este asunto, tomadas algunas de tantas otras fuentes mucho más viejas y varias, desde Epicuro a san Pedro Crisólogo, pasando por Séneca, por decir algo.

Pienso que es claro que aunque no existiera el capitalismo -y obvio es decirlo- este asunto ya sería un asunto. Por lo que parece un error confundir con el capitalismo cualquier alusión a estas materias. Ni siquiera la divinización de las riquezas y el oro son algo nuevo, como cualquiera sabe. De donde es claro también que esa codicia y esa ansiedad, y esa voracidad, y esa petulancia y las consecuencias de todo tipo que les siguen, son al capitalismo como el todo a una parte.

Este asunto de estos días es -y esto es más obvio todavía- bastante más hondo que el capitalismo.

En fin.

El día pasó y dejo aquí estos dos sonetos de don Francisco, para lo que puedan servir, que no por tan barrocos en su aliento, con pizcas de beatus ille y otras yerbas antiguas, valen menos.

Muestra el error de lo que se desea y el acierto en no alcanzar felicidades

Si me hubieran los miedos sucedido
como me sucedieron los deseos,
los que son llantos hoy fueran trofeos:
¡mirad el ciego error en que he vivido!
Con mis aumentos propios me he perdido;
las ganancias me fueron devaneos;
consulté a la Fortuna mis empleos,
y en ellos adquirí pena y gemido.
Perdí, con el desprecio y la pobreza,
la paz y el ocio; el sueño, amedrentado,
se fue en esclavitud de la riqueza.
Quedé en poder del oro y del cuidado,
sin ver cuán liberal Naturaleza
da lo que basta al seso no turbado.

Enseña cómo no es rico el que tiene mucho caudal

Quitar codicia, no añadir dinero,
hace ricos los hombres, Casimiro:
puedes arder en púrpura de Tiro,
y no alcanzar descanso verdadero.
Señor te llamas, yo te considero
cuando el hombre interior que vives miro,
esclavo de las ansias y el suspiro,
y de tus propias culpas prisionero.
Al asiento de l'alma suba el oro;
no al sepulcro del oro l'alma baje,
ni le compita a Dios su precio el lodo.
Descifra las mentiras del tesoro,
pues falta (y es del cielo este lenguaje)
al pobre, mucho; y al avaro, todo.


Lo cual, bien mirado me parece, en prosa germánica actual suena así:
Una vez más la Palabra de Dios es el fundamento de todo, es la verdadera realidad. Y, para ser realistas, tenemos que contar precisamente con esta realidad. Debemos cambiar nuestra idea de que la materia, las cosas sólidas, que se tocan, serían la realidad más sólida, más segura. Al final del Sermón de la Montaña el Señor nos habla de las dos posibilidades para construir la casa de nuestra vida: sobre la arena o sobre la roca. Sobre la arena construye quien construye sólo las cosas visibles y tangibles, sobre el éxito, sobre la carrera y sobre el dinero. Aparentemente éstas son las verdaderas realidades. Pero todo esto un día pasará. Lo vemos ahora en la caída de los grandes bancos: este dinero desaparece, no es nada. Y así todas estas cosas, que parecen la verdadera realidad con la cual contar, son realidades de segundo orden. Quien construye su vida sobre estas realidades, sobre la materia, sobre el éxito, sobre todo lo que es apariencia, construye sobre la arena. Únicamente la Palabra de Dios es el fundamento de toda la realidad, es estable como el cielo y, más que el cielo, es la realidad. Por esto, debemos cambiar nuestro concepto de realismo. Realista es quien reconoce en la Palabra de Dios, en esta realidad aparentemente más débil, el fundamento de todo. Realista es quien construye su vida sobre este fundamento que queda permanente. Y así estos primeros versículos del Salmo, nos invitan a descubrir qué es la realidad y a encontrar de esta manera el fundamento de nuestra vida, cómo construir la vida.


Dicho sea de paso -y como se entiende claramente-, pese a que hay allí una mención sobre bancos y finanzas, y por actual que resulte al ojo y al oído, más sabrosa y mucho más actual es la cuestión propia de la Palabra que allí se trata.

Pero, claro...

Para leer, entender y si acaso saborear todo eso otro -porque, como cualquiera se da cuenta, la Palabra es cosa más seria que un pagaré, como dice Quevedo... y Benedicto-, se necesita más tiempo -al menos más tiempo- y mucha atención y buena cabeza y buen corazón.

Y lengua, pluma y mano para hablar así nomás y como quien no quiere la cosa y como si uno supiera de plata y bonos y economía, tiene cualquiera; pero -y hablo por mí...- lengua, pluma y mano para eso otro, me da que no cualquiera tiene.

Donde se considera sobre san Pablo, Bombita Rodríguez, la cuántica, Benedicto XVI y el renacimiento, sin pasar por el muro (st.) de los lamentos

Es temprano. Está fresca, muy fresca la mañana. Soleada. Día de cumpleaños doble en la casa, y un olor ritual a pasteles, tortas y confituras en la cocina, desde el alba. Hay que sortear harinas y reposterías para llegar a la hornalla y coronar un mate. Mejor refugiarse en la cueva un rato. Afuera, sopla un viento de montaña, de esos que silban por las hendijas innumerables.

Pero, entonces, apenas recorrido el espinel, la pregunta es: ¿hace falta un nuevo humanismo, un nuevo renacimiento omnívoro de todo saber y toda cosa para poder entender lo que se pueda y terciar en el mundo? O la pregunta es: ¿hay que volver a un modo de saber, de entender y de ver, que se concentre en lo substancial, y desde allí jerárquicamente ir ordenando saberes y pertinencias para entender siquiera algo y que la dispersión no provoque desesperación?

Por ejemplo.

La lectura epistolar de este día es el pasaje de la carta a los Gálatas en la que san Pablo cuenta por qué enfrentó a san Pedro, cuando éste, con aparente doblez, judaizaba a los gentiles, mientras el mismo Pedro -judío él-, gentilizaba a su vez. El texto -conocidamente duro, pero que siempre impresiona- está lleno de luces, porque, precisamente, no se trata de rúbricas formalistas, ni de codicilos ni cánones. Es un planteo demasiado hondo el del homenajeado Pablo, como para usarlo en una disputa entre tradicionalistas y progresistas. Primero hay que entenderlo bien, me parece.

Y nada es para siempre, señores, así que la retahila actualizante me llevó a Bombita Rodríguez y una interpretación barroca acerca de su significado político, visto desde la izquierda. De allí salté por vocación y curiosidad a la información sobre el premio Nobel de física y a las soterradas -pero transparentes- implicaciones que el divulgador educe de las investigaciones sobre las supuestas asimetrías que subyacen al tramado íntimo de todo lo que Existe (dicho así por repetir las mayúsculas en las que se empecina el divulgador...) A esta altura, allí nomás me preguntaba si había que preguntarse cómo calza la voluntad de socialismo de Bombita Rodríguez y su hermeneuta con la basal asimetría cuántica nipona, cuestión que habría que solventar, me parece. Pero para eso ya habría que saber historia, política, física y filosofía, además de mirar los programas de chimentos de la TV argentina, saber japonés y tener tiempo...

Ya por una vía lateral asoma, mientras tanto, la homilía de Benedicto XVI en la apertura al sínodo de obispos y la 'denuncia' acerca de la descristianización de los cristianos, más cuestiones acerca del Québec que era y que ya no es. Con lo cual la imaginación se me vuelve un poco -no sólo al modelo standard y a Bombita- sino más que nada a la carta de san Pablo a los Gálatas, aunque esta vez es Pedro el que le habla a los gentiles, digamos, y les advierte acerca de lo mismo -básicamente lo mismo, creo, en cierto sentido- que Pablo le enrostraba a Pedro.

Y sí.

Tengo ya siete libros abiertos -que cuelgan en posiciones imposibles, porque no tengo lugar en el escritorio de la cueva- para entender algo de todo lo que están diciendo todos los que oigo decir algo. Y es nada más que una parte de todo lo que se dice a la vez y que uno habitualmente oye, casas más, casas menos...

Por suerte, mientras pienso las preguntas que me hacía más temprano, veo que el evangelio del día empieza con la magnífica conminación: "Señor, enséñanos a orar..." y a continuación -sin tanta milonga, lo que ya es un gran alivio- viene el Padre Nuestro...

Mejor, entonces, me vuelvo a la cocina un poco (con su horno de tortas a todo trapo, está más acogedora que la cueva), reparo el mate, pellizco alguna vianda.

Y después vemos.

martes, 7 de octubre de 2008

Negocios

No digo que no sea importante, y no estoy hablando ni de bonos, ni de hipotecas, ni de soja. Porque una cuestión muy importante hay en todos estos asuntos de almacenero que hay que llevar en estos días. Y es claro: algunos creen que al fin de cuentas se trata de riquezas y de dineros. Y el asunto importante es otro y solamente aparece bajo la forma de oro y plata porque se lo ve mejor así; sin embargo -comprensiblemente, tal vez-, parecería que la mayoría sólo ve el oro y la plata y no lo que significan o a qué altura de la historia estamos cuando tiembla el cosmos por el oro y la plata.

Pero ese asunto importante que creo que está en las hendijas de esta cuestión, no figura en parte alguna. Ni a palos lo encuentra uno en los diarios de acullá ni de acá, ni en la CNN ni en Bloomberg, ni en el Financial Times, ni en los análisis, ni en las curvas de inversores, ni en los pronósticos de Putin o Cristina, ni en las histerias de mercado, ni en los augurios ni en ninguna parte, resumiendo.

Por eso.

A qué buscarlo tanto, si no lo vamos a encontrar por esos andurriales.

Un descansito, entonces. Un poco de poesía.

Degustemos este ovillejo que es de don Francisco de Quevedo, por ejemplo. Y ya que estamos en tiempos de stockchange, de euros y de nikkei, vean cómo lo tenemos aquí al caballero español hablando de compraventas y cotizaciones, mientras va relatando a su modo conceptista barroco los fantásticos negocios de Judas, presentado aquí como el broker de Jesús.
A Judas Iscariote cuando vendió a Cristo Nuestro Señor

Viendo el mísero Judas que vendido
el ungüento que en Cristo fue vertido,
si no se derramara,
a muchos pobres hombres remediara,
por salir con su tema y su porfía,
vendió al mismo Señor que le tenía;
y de aquesta manera,
dio remedio a más pobres que quisiera.
No entendáis que amistad os hace Judas,
ánimas fieras de piedad desnudas,
pues lo que a él de balde le fue dado
por el mismo Señor que fue entregado,
hoy, por treinta dineros,
lo vende a vuestros príncipes severos.
Mas no es razón que la llaméis codicia
a la que tuvo Judas, ni avaricia;
pues antes fue largueza
dar por poco dinero tal riqueza.


Algo muy parecido dijo Quevedo en el Sueño del Infierno, que es un ensayo suyo, medio dantesco, medio ciceroniano.

sábado, 4 de octubre de 2008

Lagarto, caimán o tiburón (IV)

El hecho es que, según parece, estamos en el mundo del dragón. Y todavía más, si le hago caso a Chesterton -y no solamente a él-: mundo y dragón son la misma cosa, en algún sentido. Y digo que no solamente a él porque una expresión como el Príncipe de este mundo es, no muy forzadamente, asimilable a el Dragón de este mundo.

Ambos comparten características y notas esenciales, pero también existenciales. Se mueven de la misma manera, piensan del mismo modo, quieren lo mismo y odian lo mismo.

Para que esto sea así, por supuesto y como ya se sabe, hay que entender lo que el mismo autor dice cuando repite que mundo y universo no son lo mismo:
Con este sistema podría combatirse contra todas las fuerzas de la existencia sin desertar la bandera de la existencia. Sería posible estar en paz con el Universo y no obstante estar en guerra con el mundo.
Y por eso dice, también, que el dragón:
Si hubiera sido tan grande como el mundo, pudo aún ser matado en nombre del mundo. San Jorge no tuvo que considerar evidentes disparidades o proporciones en la escala de las cosas, sino solamente el secreto de sus finalidades.
Es ciertamente la paradoja del cristianismo a la que cada cristiano se enfrenta particularmente, no es algo que solamente está en la doctrina o en una cosmovisión. Está en la vida misma, está en las cosas. Y está en uno mismo.

Por eso san Jorge, es decir todo cristiano, cada cristiano:
Puede golpear al dragón con su espada aunque el dragón sea el todo.
Al cristiano -particularmente al cristiano- el mundo (dicho en ese preciso sentido) siempre se le aparece superpuesto al universo.
ver

Esta superposición que nos deja siempre tan perplejos (y que según Chesterton es lo que en el fondo nos empuja a la estupidez de hablar de optimismos y pesimismos), tiene el aspecto de una clara confusión. Y por eso mismo requiere de visión y de distinción:
San Jorge no tuvo que considerar evidentes disparidades o proporciones en la escala de las cosas, sino solamente el secreto de sus finalidades.
No es cuestión de comparar algo malo con algo bueno: eso no tiene ninguna gracia y se compara solo, no necesita de nuestra perplejidad, no importa incluso a qué llamemos bueno o malo. Es cuestión de entrar en el territorio mismo del dragón. Una vez allí entonces, si de comparar se tratara, habría que hacer una extraña comparación: es preciso comparar a una cosa consigo misma. Es ése el territorio mismo de eso que llamamos dragón.

No hay que olvidar que el dragón no crea riquezas. Las codicia, las acapara, las malversa, las mancha con su pestilencia y su malevolencia, las pervierte. No es un creador, mal que le pese: es un ángel custodio, en todo caso.

Por eso mismo, al mundo se lo conoce como se conoce al dragón y a las cosas del dragón: se trata de considerar el secreto de sus finalidades. Todo san Jorge debe considerar no solamente al dragón sino a las cosas según las ve el dragón. Nunca podrá distinguir entre el mundo y el universo sin poder distinguir el secreto de sus finalidades, la razón de ser de cada uno de ambos, y, a la vez, qué hace que el universo se vuelva mundo cuando está custodiado por el dragón.

Dicho de algún modo más o menos poético, pero no tanto, ser cristiano podría decir que consiste en disponerse a liberar al universo del mundo, de liberar al mundo de la custodia del dragón. En ese sentido, la creación misma, toda ella, es la princesa que el tal san Jorge montado en su caballo blanco debe librar. Y con ello librarse a sí mismo del dragón.

Precisamente entonces, todo cristiano tiene al menos la capacidad de considerar aquel secreto de las finalidades de las cosas que dice Chesterton y, en consecuencia, todo cristiano en cuanto tal tiene al menos la capacidad de matar al dragón.

Es más, tiene la necesidad: no hay modo de ser cristiano sin un dragón enfrente (adentro, para empezar...); como, entonces, no hay modo de ser cristiano sin ser un san Jorge, o un san Miguel, en cierto sentido.

Subjetivamente, creo, es quizá bien comprensible que uno dude de llegar a ser san Jorge, y entonces es comprensible que finalmente dude de la existencia de san Jorge. Pero aun dudando de san Jorge, no duda del dragón. Dudará de la conveniencia o necesidad de enfrentarse al dragón. Podrá considerar que no vale tanto la pena la princesa como para arriesgarse en una lanzada mortal al dragón, pensará que es bien inútilmente peligroso cabalgar frentre a un dragón, podrá hasta considerar que el dragón no es tan malo. Pero con todo ello no ha hecho más que poner en duda a san Jorge, si acaso a la doncella. Pero nunca al dragón.

Es decididamente más difícil ser san Jorge.

Y tal vez la razón de esto haya que buscarla en aquella paráfrasis que gustaba citar Borges, celebrando (con sus modos algo tortuosos) al propio Chesterton:
Hay algo más terrible y maravilloso que ser devorado por un dragón; es ser un dragón. Hay algo más extraño que ser un dragón: ser un hombre.


miércoles, 1 de octubre de 2008

La caída del Muro Street

¿A quién o a qué le puedo echar la culpa?

¿Cómo llegué a entreverar en mi imaginación al dragón con las hipotecas de los plomeros de la Norteamérica?

Tal vez fueron los efluvios de estos días de 'gripa' violenta (una mella de la primavera...), eso podría ser: porque el estado febriscente puede hacer esas cosas.

(No es culpa ciertamente de los cuidados y mimos de la casa, que si uno midiera por eso, el mundo sería un lugar benevolente, atento, cordial y misericordioso.)

La cuestión es que, con el rabillo del ojo entrecerrado -arrebujado bajo tres frazadas, con un té humeante sobre la mesa y sin ganas de fumar (gravedad grave...)-, oía caerse ese trasgo que dizque se llama sistema financiero global, como si un dragón (que no es el chino, necesariamente) demoliera con su cola furiosa las piedras del muro street.

Como tambores guturales, sonaban unas voces rarísimas: hold out, hold down, subprime, down payment..., que en mi delirio creí que eran cantos de festejos de alguna tribu antropófaga (bueno, sí, en cierto sentido, sí, claro...)

Entre los velos neblinosos de la febrícula, también oía como en eco a los lenguadeserpiente de un lado y otro y a los gurúes sabihondos, todos diseñando lo que viene. El optimismo poco convincente de los usureros que quieren revancha (y que dicen orondos -pero tembleques- que el mundo del 2009 no es el mundo de 1929...); la risotada babeante de los vero o pseudo progresistas, lúcidos profetas del pasado; los 'ni' sinuosos de timoratos que festejan o se lamentan al compás del resultado minuto a minuto de lo que dicen los noticieros sobre las bolsas del mundo.

No, estoy de acuerdo: no es la mejor manera de ir pasando esa molida a palos que es la gripe. Pero es lo que hay. Al mundo se le ocurre eructar, justo cuando a uno le sube un poco la fiebre y le cruje la gastada osamenta...

Me gustaría terminar lo que venía diciendo en estos días pasados sobre las palabras o el dragón, que apenas me quedan un par de apuntes. Pero tendré que esperar hasta que pueda.

Mientras tanto, tecleando todavía, tecleo estas tonteras sobre el muro. Y pienso si importa tanto el paso inmediato siguiente, lo que viene-lo que viene, lo de dentro de unas horas.

Será la convalecencia, concedo, pero me parece que no.

Hay una cosa que es el dragón de este mundo. Y es la cara del dragón de este mundo la que no cambia, hasta que desaparezca. Una cara proteica que puede asumir formas que hasta opuestas y contradictorias son, pero que no lo son.

¿Así que al capitalismo rapiñero de los financistas le sigue el delicioso paraíso de la por fin inmarcesible redistribución de la riqueza? ¿Así que a la dictadura de los usureros le sigue la madreteresa de los que tienen petróleo, arroz, soja o agua en sus países pobres y explotados y que ya no se van a dejar explotar más? ¿Así que ahora viene el Reino?

No, miren, échenle la culpa a la fiebre, pero no lo creo.

Lo que me parece -y échenle la culpa a la gripe- es que si vamos a cambiar un orden por otro, vamos a pasar de la usura, el despotismo y la opresión al despotismo y la opresión (con un poco de usura, también, por qué no...)

La fiebre da permiso para hacer profecías baratas: el remedo de justicia, la caricatura de misericordia que puede ocurrírsele al dragón ahora, en algo será peor que la prepotencia de los usureros inmisericordes, porque parecerá mejor que la usura. Pero ese remedo de justicia, esa caricatura de misericordia no serán sin violencia primero, tan cruel como la violencia de los usureros. Y eso porque ni es justicia ni es misericordia.

Y me vuelvo al catre, que me está haciendo frío y ya unas manos bienhechoras me sirvieron una taza de algo caliente y reparador.

Porque hay que estar entero y repuesto para la 'felicidad' que se viene...