martes, 31 de agosto de 2004

Tres de G. K. Chesterton.

Eso es lo que hace a la vida al mismo tiempo tan espléndida y tan extraña. Estamos en un mundo erróneo. Cuando creí que aquella era la ciudad buscada, me fastidió; cuando supe que nos habíamos equivocado, me sentí contento. Así, el falso optimismo, la moderna felicidad, nos cansa porque nos dice que somos adecuados a este mundo. La verdadera felicidad consiste en que no lo somos. Venimos de alguna otra parte. Nos hemos extraviado en el camino... (Enormes minucias)

El hombre está hecho para dudar de sí mismo, no de la verdad. Y hoy los términos se han invertido. Hoy lo que los hombres afirman es aquella parte de sí mismos que nunca deberían afirmar: su propio yo, su interesante persona; y aquella de la que no deberían dudar, aquella que sostiene todas las cosas, es aquella de la que dudan: la Razón Divina. (Ortodoxia)

Los laicistas no han logrado destruir las cosas divinas, pero han logrado destruir las cosas humanas.

No es posible demostrar que una religión es monstruosa en último término: una religión es monstruosa desde el principio. Se anuncia como algo extraordinario. Se ofrece como algo extravagante. Los escépticos, a lo más, pueden pedirnos que rechacemos nuestro credo como algo extraño. Y lo hemos aceptado como eso, como algo extraño
(...)
Los enemigos de la religión no pueden dejarla estar. Intentan laboriosamente aplastarla. No pueden aplastarla, pero aplastan todo lo demás. Con vuestros interrogantes y dilemas no habéis provocado ningún transtorno en la fe; desde el comienzo era una convicción trascendental; no se la puede hacer más trascendental de lo que era. Pero -si eso os conforta en alguna forma- habéis provocado cierto remolino en la moral común y el sentido común.
(...)
Los Titanes no escalaron jamás el cielo, pero arrasaron la tierra. (Las raíces del mundo, en El reverso de la locura)