sábado, 21 de agosto de 2004

Tengo una tara con la poesía.

Con la poesía lírica. Que no es la única.

La preceptiva añeja las separa por "actitud" e intención del que compone. Qué quiere decir y cómo quiere presentar el mundo el compositor, es lo que califica la poiesis, la composición.

Poesía es toda composición (y hasta toda obra, desde que poieo, en griego es hacer, componer). Hay poesía narrativa, dramática y lírica. Y a mí me gusta más que cualquiera la lírica.

Pero dejemos los tratados y las disquisiciones preceptivas, por ahora. Quizá habrá tiempo para bucear allí, porque hay cosas de veras importantes en esas distinciones.

Creo, finalmente, que eso que llamamos lírica (por la lira con la que se acompañaba este modo de decir, propio de esta actitud e intención al componer), o poesía a secas, esto que llamamos vulgarmente versos, encierra -de un modo como no se puede de otro modo- el alma misma, el espíritu.

La poesía lírica es la vida del espíritu, afinada en su encarnación material hasta donde se puede en este cielo sublunar.

Es la mínima expresión de materia sonora que puede usarse para expresar una sintaxis completa del espíritu. Y una sintaxis lo más completa posible de lo invisible. Es la expresión menos compleja posible para expresar lo más simple.

La música es lo más parecido a la poesía en materia de obras humanas de expresión.

Y no al revés, como suelen decir algunos, creyendo que el instrumento de la voz humana es inferior al que produce los sonidos que oímos en la música.

A la música, en todo caso, le falta hablar para llegar a la cumbre.

Porque si de expresar se trata, al final de toda búsqueda de sentido, hay una palabra. Una "palabra".

Y una Palabra.

La del hombre es, en si misma considerada -es decir, más allá del uso que se le dé- el signo más propio de eso que llamamos sentido, significado.Y es el signo más propio del propio hombre y de su accción de entender.

Y es el signo más consecuente con el propio acto de expresar. Es decir, el signo más consecuente con el acto de dar a luz la luz. De liberar la luz que está presa, prendida, en las cosas que se nombran.

Las cosas vienen de alguna palabra (y de alguna Palabra) y el poeta lo revela en palabras.

No discuto que todo compositor que modela realidad en palabras, sea un altísimo representante de estos liberadores de luz.

Lo que digo es que, a mi gusto, ése que llamamos el poeta (no simplemente cualquier escritor de cualquier otro género) es el compositor por antonomasia. Es el significador epónimo.

Y digo (en tren de arbitrariedades, porque a esta altura ya habrá más de uno que me tenga por un arbitrario) que hasta que un hombre no ha compuesto poesía lírica no ha obtenido su magister en humanidad, ni en arte. Y no estoy hablando del que puede medir versos (porque eso lo puedo hacer yo también).

Todos los que llamamos escritores (y aun todos los que llamamos artistas), al fin de cuentas, lo que van buscando es esa luz. Y cada género de arte es un modo de modelar esa luz, una aproximación.

Pero el poeta lírico, digo, es el que más se aproxima de todos.

No es poeta el que puede hablar con música. Es poeta el que puede hablar con luz.

Y si el poeta puede ponerle música a la luz, darle alguna melodía o ritmo a la luz que modela, es de puro magnificente y espléndido. Pero también porque hay música en todas las cosas, como decía el filósofo antiquísmo.