viernes, 27 de agosto de 2004

Cuando era chico, en casa se recordaba la fiesta de Santa Mónica. Nadie se llamaba así entre mis parientes. Mi madre era -y es- muy devota de la madre de San Agustín, y nunca le pregunté por qué. Mi padre, en cambio, tenía más bien los ojos puestos en el hijo.

Pocas cosas me daban tanta curiosidad, en materia de fiestas de santos, en mi niñez, como esa 'seguidilla' de madre e hijo. Y quién sabe las cosas que imaginaría yo. Cuál creería que era la relación de parentesco en la santidad que los unía a ambos.

(De hecho, todavía hoy pienso a veces....)

Para ser honesto, pensaba que la importante era Mónica. Que cualquiera 'saca' un Agustín, si 'tiene' una Mónica en la primera fila de batalla, persiguiendo a su hijo por todo el Mediterráneo, por África, por Italia, para ver que se porte bien. Una tontera medio mecanicista, típica de una forma de religión medio boba que nos han enseñado.

Pero dice San Agustín que su madre era una mujer muy inteligente y perspicaz, de fina inteligencia.


Por todos esos recuerdos y datos, sentí una enorme alegría cuando encontré este fragmento de la vida de Santa Mónica que copio más abajo.

Hay que decir antes que, primero, se pasa uno años celebrando las lágrimas de una madre buena y santa, creyendo que eso horada infaliblemente la corteza seca de un hijo rebelde y tarambana, a más de muy despierto, para dejar finalmente a la luz al 'verdadero' Agustín, que como era hijo de tal madre, no podía sino ir para santo...

Después, años se pasa uno celebrando al hijo y gozando de la hondura, de la inteligencia y agudeza del hijo.

Y resulta que..., la que sabía lógica, dialéctica y retórica era ella.

"Cuando murió su padre, Agustín tenía diecisiete años y estudiaba retórica en Cartago. Dos años más tarde, Mónica tuvo la enorme pena de saber que su hijo llevaba una vida disoluta y había abrazado la herejía maniquea. Cuando Agustín volvió a Tagaste, Mónica le cerró las puertas de su casa, durante algún tiempo, para no oír las blasfemias del joven. Pero una consoladora visión que tuvo, la hizo tratar menos severamente a su hijo. Soñó, en efecto, que se hallaba en el bosque, llorando la caída de Agustín, cuando se le acercó un personaje resplandeciente y le preguntó la causa de su pena. Después de escucharla, le dijo que secase sus lágrimas y añadió: "Tu hijo está contigo". Mónica volvió los ojos hacia el sitio que le señalaba y vio a Agustín a su lado. Cuando Mónica contó a Agustín el sueño, el joven respondió con desenvoltura que Mónica no tenía más que renunciar al cristianismo para estar con él; pero la santa respondió al punto: "No se me dijo que yo estaba contigo, sino que tú estabas conmigo".



Tanto se nos ha dicho respecto de la Bondad y la Verdad, casi como opuestos excluyentes; de la Inteligencia y el Bien, como vecinos que raras veces se saludan...