miércoles, 1 de febrero de 2023

Hipócrita


Para cualquiera, hipócrita no es precisamente el nombre de un elogio o de una virtud. Tiene que estar muy retorcido el corazón de quien crea que lo es.

Hasta que llegamos con la historia a los orígenes de la tragedia y de la actuación en Grecia, donde se genera el término y su familia.

Para ellos, el ὑποκριτής (hypocrités) es simplemente un actor y uno en condiciones muy especiales, que fueron delineándose con el tiempo y con el desarrollo del arte de la narración primero y de la interpretación después, particularmente en un diálogo, real con otro o figurado consigo mismo. Algo similar ocurre con el término hypócrisis, palabra con la que se llamaba derechamente a la representación y al arte del actor.

Tal vez, el fingimiento y la representación actoral –propios de la actuación representando a quien no se es– sea el lazo que ha unido los dos sentidos de la hipocresía: el clásico griego y el posterior.

Uno no estaba gravado en absoluto con pena alguna, ni moral ni social, y más bien al contrario; en el caso de la Grecia que vio crecer la tragedia de Tespis a Eurípides, el hipocrités era grandemente respetado y celebrado por su arte.

Ahora bien.

Más tarde, la hipocresía –fuera de la escena ya– recibió junto con la nueva significación la mancha que conserva hasta hoy. Y con toda razón.

La presencia del término en las Escrituras –particularmente en el Nuevo Testamento y en palabras de Jesús y de los Apóstoles, y ya sin la carga benevolente de la tragedia– hizo mucho por asociar la hipocresía a una fe, una caridad o una piedad fingidas o al doblez del corazón: aparecer una persona como piadosa y devota y enmascarar u ocultar de ese modo y a la vez honduras no tan pulcras y puras como las que finge a los ojos de casi todos. Y digo casi porque, por cierto, a Dios no se lo engaña jamás. Pero también porque no se puede engañar a todos en todo todo el tiempo: siempre hay alguien que ve, siempre alguien sabe.

Es comprensible: la hipocresía en el ámbito religioso es la hipocresía mayor. Porque no hay nada más alto que Dios y que las cosas de Dios.

Y es verdad, también: toda persona hipócrita se ve obligada a actuar y a representar ante otros un papel que no se corresponde con lo que es y con cómo es en realidad en las honduras de su corazón. 

Pero pretender tomar a Dios por tonto y creer que se tragará la actuación es bastante más peligroso que ser ingenuo o necio. Y uno de los peligros es que, quien finge –y de tanto fingir–, se crea su propio fingimiento como verdadero. Y hasta le pelee a Dios mismo la verdad de su mentira.

Creo realmente que Dios prefiere a un pecador honesto, porque está más cerca de poder arrepentirse verdaderamente, que quien es hipócrita.

Claro que, en realidad, no estoy diciendo nada inédito: más bien lo sabe todo el mundo o casi. 

Pero no por eso es baldío recordarlo, aun para alguien que esté leyendo estas líneas, dicho esto con todo respeto, claro.