lunes, 6 de febrero de 2023

Gonzalo



Élida, mi madre, no conoció a Gonzalo Rodríguez, el Dr. Gonzalo Rodríguez.

Él sí la trató a ella. Y trató quiere decir ambas cosas. En su internación, por cierto, en sus últimos días. Pero el trato llegó muchísimo más lejos: porque la trató con inmenso cariño, con increíble cariño.

Increíble, sí. Hasta que uno conoce a la persona. Y ve brotar esa afabilidad serena espontáneamente. Y mide su presencia y su dedicación en días que para él tienen 72 horas, todos los días. Junto a la cama de una persona en sopor del que no habrá de despertar: es decir: todo por nada. Porque en términos de este mundo, Élida jamás le agradecerá los servicios prestados. En este mundo, claro.

A veces, la caridad suena con trompetas demasiado solemnes o ampulosas. A veces, es un gesto algo teatral. Es raro asociar la caridad a una terapia intensiva, a sondas y tubos y sueros y fluídos corporales y tomografías o rayos X, a saturaciones de oxígeno o medidas de sodio o de potasio. Sí conocemos la dedicación y la aplicación abnegadas de médicos y enfermeras y es encomiable.

Pero, dedicación y caridad no son la misma cosa. Y cuando vemos en acto la caridad nos damos cuenta de que hasta la mayor dedicación y hasta el trato más afectuoso y paciente, se opacan. No me pregunten cómo advertimos la diferencia. Tal vez, muy probablemente, la fe dirime qué es qué. De modo que, siendo así, todo transcurre en el ámbito del don, de lo dado, de lo donado, de la Gracia.

La caridad no brilla más. Al contrario. Pero sí ilumina más, ciertamente. Es alegría, luz y calor.

Élida no debió haber ingresado a esa clínica. Lo hizo porque en su lugar natural no había cama en terapia intensiva. Las dos primeras cosas que encontró allí, en el sitio casual, fueron: un sacerdote (que fue llamado por la familia de otro paciente que no aceptó sus servicios), y a Gonzalo. El sacerdote (amigo del médico) le dio la extremaunción allí mismo. El médico, los extremos cuidados que la acompañaron hasta el fin. Y la caridad. Otra vez: todo en clave de Don.

Gonzalo escribió ese libro que se ve arriba (y que regaló a cada integrante de la familia que allí estábamos). Son historias, existenciales, experiencias de cómo la fe se presenta en clínicas y hospitales. Es un libro recomendable. Y los libros también son recomendables cuando hacen bien. 

Y es muy recomendable profesionalmente este médico cordobés de 38 años. Pero es recomendable profesionalmente porque sabe bastante más que anatomía, fisiología, farmacología o química.

Pero más recomendable es la persona, Gonzalo Rodríguez.

Y más aún: es un cristiano recomendable.

Si se lo cruzan, si Dios lo pone en sus caminos y se lo cruzan, sepan que han sido beneficiados con un gran Don.