martes, 7 de febrero de 2023

Mar y amar en Mar del Plata



Hace unos días, en otra parte, decía que por primera vez en mi vida extraño un mar. Que ando necesitando ese mar. Cosa rara, pero verdadera.

Pero extraño y necesito un mar determinado, no el genérico. Y menos los específicos que suenan cuando se dice "vamos al mar, a la playa, a la costa...", y cosas así.

Hoy es el aniversario de bodas de Élida y Mingo. Fue en 1954 y, como se estilaba entonces, la luna de miel fue en Mar del Plata, uno de los destinos preferidos en el país por entonces. Y más en verano. 

Encontré esta foto de esos días buscando recuerdos de Élida en los archivos.

A Mingo le gustaba el mar y era muy buen nadador. Creo, por lo que sé, que prefería las playas uruguayas, más desiertas. Pero todo el mar le gustaba, hasta Mar del Plata.

Élida, en cambio, prefería Mar del Plata a cualquier otro balneario. Tengo anécdotas graciosas de cómo se mostraba esa preferencia inclaudicable. Otro día.

Lo cierto es que todo le gustaba de ese lugar. Y tenía sus rutinas estrictas y sus rituales. La misa de la mañana en Stella Maris o en Lourdes; si no había ido a la mañana, la misa de la tarde en la Catedral, paseos por las calles San Martín o Güemes, paseos por Los Troncos, café. Y Casino, claro, siempre. Llevaba una cantidad para cada día de estadía y la aplicaba con disciplina completa. Si ganaba, volvía a la casa con una caja de alfajores Havanna. Y solía ganar. No: no era ludópata. Le gustaba ir al Casino, sólo eso.

¿La playa? Sí, cierto, la playa, claro: porque es un balneario, es verdad. No, a la playa no le tenía ninguna devoción. Le importaba poco e iba poco y tarde. Y se volvía temprano. Sin la liturgia playera y los rituales costeños.

Muchas de esas historias las conozco de oídas, casi todas. Casi nunca la acompañé a Mar del Plata, creo que a lo sumo dos o tres veces en decenas de años. Amaba a mi madre, no necesariamente todos sus gustos o preferencias. Aunque casi todos, diría, menos uno. Este mismo.

Pasa que a mí Mar del Plata no me gusta. Exactamente lo opuesto a Élida: nada de Mar del Plata me gusta. Y tal vez se me ofenderán algunos marplatenses, amables lectores. Pero no tengo remedio para eso. Para la ofensa de los amables lectores, quiero decir. Lo otro no tiene por qué remediarse.

Élida siempre fue feliz en Mar del Plata. No sólo porque ella era básicamente una mujer feliz y feliz casi en cualquier parte. 

Pero es verdad: recorro todo lo que conozco y sé de Mar del Plata (¿sabía Ud. que su servidor en sus épocas de joven plumífero hizo con sus manos una revista completa con la historia y la vida de la ciudad viviendo una semana en el Provincial que lo contrató? ¿Sabía que los hijos de su servidor tienen en sus venas sangre de algunos fundadores de la ciudad de la Costa Galana?) y no encuentro la razón de la preferencia de Élida por Mar del Plata.

Y al revés: recorro con la vista y la memoria y el corazón todo lo que sé y conozco de Mar del Plata y no encuentro nada que contradiga mi opinión y mi afecto nulo por la ciudad.

Élida tenía un inmenso y hondo recuerdo feliz de Mar del Plata: el amor por Mingo, con quien pasó su luna de miel en la ciudad, a la que fue por primera vez en esa ocasión. Y estoy seguro de que ese amor –a sus ojos, en su corazón– inundó Mar del Plata de amor a Mar del Plata por amor a Mingo.

No creo que haya una explicación mejor. No encuentro ninguna otra.