viernes, 3 de febrero de 2023

A mi lado


Ahora me doy cuenta de que nunca lo había pensado antes. Lo habré vivido, lo habré sentido, habré tomado nota interior. Pero creo que nunca lo pensé realmente: nunca miré la cuestión reflexivamente, contemplándola y viviéndola a la vez.

En estos últimos tiempos, y recién ahora, me di cuenta de lo raro que es tener alguien al lado que sea pura donación, que sea puro desinterés propio y todo interés del otro. No que no tenga sus propias opiniones y juicios, no que no tenga su propia voluntad y deseos y propósitos. No que no sea una persona completa y autónoma, no que no tenga una vida propia. Pero en relación con los demás, puesta a puramente servir, ayudar, acompañar, es muy difícil hallar a la persona que no quiera llevarnos consigo, y en cambio esté enteramente dispuesta a venir con uno; muy difícil hallar a quien no piensa sino en el bien del otro.

Haber advertido eso en una persona determinada es lo que me llevó a esas reflexiones. Y a una añadidura: la alegría que da verlo y sentirlo como beneficiario de semejante donación. Y a una comprobación, como corolario: es raro. Raro en el sentido de tan infrecuente. Repasa uno su ya más bien larga vida y tiene que rebuscar y rebuscar para encontrar alguien así. Y entonces, al vivirlo, se siente hasta un poco de vergüenza por ser –y alguna rara vez haber sido–objeto de esa disponibilidad, de esa libertad generosa y completamente desinteresada. 

Sí, alegría y vergüenza a la vez: porque el tamaño del desinterés de esa persona parece que nos empequeñece, paradójicamente. Somos el exclusivo centro de sus acciones desinteresadas y eso debería hacernos sentir exclusivos e importantes. Y, sin embargo, el efecto que eso tiene –hay que empeñar un mínimo grado de honestidad, claro– nos da nuestra medida: no somos tan importantes, esa donación no parece justificada.

Diría que se llama Amor y lo diría con mayúsculas porque es como una participación genuina del Amor con el que Dios nos ama, de la misma forma desproporcionada con lo que entendemos ser en última instancia, si somos honestos.

Cuando alguien así aparece a nuestro lado y en nuestra vida –y no podemos sino advertirlo–, algo excepcional y hasta diría mágico acaba de ocurrir. 

Algo excepcional y mágico que nos lleva, al mismo tiempo, a la celebración y al silencio.