lunes, 19 de marzo de 2007

What's Wrong With the World (VII)

La observación es interesante y da lugar para tratar un punto que me parece que es central a las cosas de que se ocupa esta serie.

El caso del propio Chesterton es parte de la respuesta. En principio, al menos. Porque si la observación es acerca de una posiblemente incómoda y difícilmente sostenible posición de resultar diverso entre contrarios, GK -entre otros pocos- tiene la ventaja de haberlo sido existencialmente, con una consecuencia (coherencia) vital y espiritual envidiable.

Tal vez haya mencionado este punto alguna otra vez, pero vale lo mismo repetirlo ahora.

Hay que volver al relato de Maisie Ward. Chesterton era un joven de unos 24 años cuando estalló la segunda guerra de los boers en Sudáfrica (1899-1902).

M. Ward cuenta (capítulo X) que en un libro de notas de esas fechas, hay un borrador de una carta dirigida a J. L. Hammond, circunstancial conmilitón en la oposición a la política imperialista de los tories contra el Transvaal. Chesterton simpatizaba entonces con la causa liberal (líberal, no olvidar) y, así, dividiendo el mundo en dos, su silla quedaba entonces a lo que debería llamrse la izquierda.

Para sintetizar las posiciones, frente a esta guerra la cuestión era así: había dos bandos. Uno era el denominado imperialista, que justificaba la acción de Inglaterra en Africa del Sur (detrás del filón de oro, concretamente) y al que decididamente Chesterton combatía, opuesto como era a la idea de una Inglaterra imperialista, en favor de la nación inglesa. Además, pensaba que esa posición imperialista era movilizada por lo que denominaba la plutocracia metropolitana cuyo ariete era, según él, el Parlamento y especialmente el partido conservador. La otra posición -pro boer- estaba dividida en dos: los pacifistas, que era la mayoría del partido liberal y los socialistas; y, finalmente, los pro boer antiimperialistas no pacifistas, que justificaban la defensa armada de su territorio por parte de los boers. Chesterton militaba en esta última posición: "Eramos una minoría en medio de una de las dos mayorías".

En las notas que le escribe a Hammond, Chesterton se queja de la posición del partido liberal expresada en un periódico de esa tendencia, el Speaker, para el que también colaboraba.

El caso concreto era que, aunque los liberals estaban en contra de la posición imperialista de Inglaterra en la guerra boer, lo hacían como pacifistas, porque más bien odiaban toda guerra sin más; esto es, además: no tenían simpatía ninguna por los boers. Chesterton, en cambio, sí les tenía simpatía: "pensaba en ellos como en seres humanos que muy bien podían haber sido granjeros de Sussex o Kent, algo perteneciente a una civilización más vieja , que se oponía al poder del dinero y del imperialismo y perecía por ello...", dice Maisie Ward.

En su carta inconclusa, Chesterton comenzaba a mostrar la decepción al enfrentarse a una maquinaria pensante partidaria, que por pequeña que fuera no dejaba de ser eso mismo: maquinaria partidaria. Y él sostenía la idea -mal acogida en el partido- de una Inglaterra territorialmente pequeña y espiritualmente grande. Así, en la carta y a partir de un texto del Libro de los Proverbios ('...pues el hombre liberal procura cosas liberales y su liberalidad defiende...'), enumeraba las fallas del Speaker especialmente en este punto y lo acusaba de falta de liberalidad, de magnanimidad y de caer en el feo instinto de partido -como en ocasión del 'partido irlandés'- de "odiar al hombre que difiere ligeramente de ti más que al hombre que difiere de ti completamente..."
A todo esto me dirá usted que la respuesta es evidente. El Speaker es un periódico de partido y no pretende ser otra cosa. Pero, en esto, estoy seguro de que equivocaremos nuestra misión. Lo que el Speaker (según creo y espero) está destinado a hacer es renovar el liberalismo y, aunque el liberalismo (como cualquier otro partido) sea a menudo dirigido por la populachería, nunca fue renovado por ella, sino por una gran serenidad y la persistente exposición de verdades convincentes e incontestables. Es en el desierto donde se tiene la visión (por entonces gobernaban los conservadores y a ello llama GK estar en el desierto); siendo una minoría, debemos ser todos filósofos, debemos pensar por ambos partidos del Estado. No sirve de nada que nos dediquemos a las flores de la oratoria para las turbas, sin ninguna turba a la que dirigirlas. Debemos, como los librecambistas, por ejemplo, tener descubrimientos, verdades concretas e infinita paciencia para explicarlas. Debemos ser más que un partido político o dejaremos de serlo. Más de una vez en la historia la victoria ha sido obtenida por un pequeño partido con grandes ideas. Pero, ¿puede alguien concebir algo que lleve más marcado en la frente el signo de la muerte, que un pequeño partido con pequeñas ideas?
Como colofón de este discurso, M. Ward apunta: "Tal liberalismo no era quizás de este mundo. Ciertamente, no era del partido liberal."

Ahora bien.

Aquella observación de mi amigo podría considerarse una observación lateral y accidental. Y en cierto sentido lo es. La cuestión en cuestión aquí trataba acerca de la presunta coincidencia del pathos del cristiano y el del comunista/socialista (Castellani), tanto como acerca de la simpatía por el socialismo, como empuje destructivo de la sociedad moderna (Chesterton.)

Y en cuanto a eso, algunas consideraciones ya hice. Aunque algunas me faltan.

Sin embargo, no estoy de acuerdo con que sea un asunto menor el hecho de que se pretenda algunas distinciones.

Claro que eso mismo puede provenir de fuentes muy diversas: desde la curiosidad insana hasta el afán disputador. Vanaglorias, sí, o hijos de ella. O sobrinos, también, como que hay hijos de otras hermanas de ella: la acedia, por ejemplo.

Con todo y eso, algo del espíritu de partido suele contaminar las reflexiones. Y algo del espíritu de partido desalienta las distinciones.

Pero conviene advertir: no traigo el ejemplo de Chesterton y el Speaker porque me parezca a él.

Tanto él como Castellani son ejemplos bastante claros de hombres que piensan más allá de la maquinaria pensante del partido. No por extravagancia. Y no que siempre acierten.

De ellos se aprende siquiera eso.

Por caso: el espíritu de partido le impone a la izquierda y a la derecha -digámoslo en términos laxos- una cantidad de aquiescencias y conformidades, tanto como una cantidad de impugnaciones y oposiciones. Son a veces de partido. A veces. No siempre. Otras son conviciones o verdades.

Pero bastante a menudo son leyes no escritas de oposiciones y afinidades que mandan sostener coyuntural o doctrinariamente cosas que en sí mismas les resultarían inadmisibles y que solamente referencialmente tienen fuerza y validez.

Y así, finalmente, la tela de araña de preceptos y secuelas de preceptos invisibles se teje a veces de modo tan complicado y cerrado que un hombre libre no se atreve ni siquiera a estar de acuerdo consigo mismo.

Tal liberalismo no era quizá de este mundo. Ciertamente, no era del partido liberal, dice M. Ward.

En un sentido tiene razón. Sin embargo, hace bien Chesterton en pensar así. En este mundo, las cosas de este mundo deben siempre ser pensadas 'también' como cosas que no son de este mundo. Y eso porque este mundo cuando es mundano tiene la tendencia a hacernos pensar que las cosas son de este mundo. Solamente. Deben pensarse como no siendo de este mundo porque su origen, y su fin, como su redención, así lo piden. Y aun siendo cosas de este mundo -y a veces muy de este mundo- también están en este mundo como signo de cosas que no son de este mundo.

Y, entonces, no solamente están bien o mal en este mundo según el estatuto que tienen como cosas de este mundo. También están bien o mal en este mundo según el estatuto que tienen como cosas que no son de este mundo.

La observación de mi amigo dice de alguna manera que hay que tomar partido.

Bien.

Pero.

Hay un cierto desierto que es donde se tiene la visión: hay que ser más que un partido político o resignarse a dejar de serlo.

Hay que pensar por los dos partidos del Estado. Y por los dos partidos de la Iglesia. Y de todo.

Sin eso, será difícil -sino casi imposible- saber lo que está mal en el mundo, qué le duele.