sábado, 29 de julio de 2006

Marta, Marta...

Según dicen, es la santa patrona de los hoteleros.

Parece broma, pero no está mal. Después de todo, de las tres veces que aparece en los Evangelios, en dos está ocupándose de las cosas de la casa, de atender a las visitas y a los amigos: cocinar, dar de beber y comer, acomodar, atender, servir.

Es verdad que los hoteleros, por definición, no deben quejarse de que no los ayuden. Oficio que admiro el del que hace de su oficio servir a otros, saber servir, querer servir, querer acomodar a otros, gustar del gusto ajeno.

Es cierto también que un poco de mala prensa tiene, digamos así.
ver


A Marta, me refiero, a santa Marta.

María, su hermana, es la que se sienta a los pies de Jesús, la que dos veces conforta los pies de Jesús con perfumes (y los besa y los lava con sus lágrimas y los seca con sus cabellos), la que lo oye, la que lo espera y lo atiende.

Pero no lo atiende como un hotelero. Lo atiende como quien contempla y ve. Lo oye.

Marta, además de industriosa, se ve que era respondona. En los episodios en los que habla, por poco no discute con Jesús y dos veces Él tiene casi que retarla: el famoso 'Marta, Marta...' de una de las comidas en su casa y, después, (dos veces) en las inmediaciones de la propia resurrección de su hermano Lázaro.

Tras el episodio de Lázaro, seis días antes de la Pascua, Jesús vuelve a Betania, a comer a lo de sus amigos, otra vez aparece ella en el relato y dice san Juan: Marta servía.

Nada dice san Juan de que esta vez se quejara. Y esto ocurre después de que Jesús ya le hubiera advertido en la ocasión anterior que:
Te preocupas y te agitas por muchas cosas;
y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.
También en esa ocasión -tras el episodio de Lázaro- aparece su hermana María ungiendo sus pies con perfume de nardo (la otra ocasión que apenas alude san Juan y que figura en san Lucas, fue en la casa de Simón el fariseo, que lo había invitado a comer, cuando Jesús aceptando su homenaje, para escándalo de casi todos, la perdonó...)

Claro.

De allí se entiende que la figura de Marta carezca a ojos rápidos del encanto y la densidad de su hermana.

(Aunque, mucho cuidado con tocar un ápice de la túnica de María, de la que Él mismo dijo, tras la segunda unción, ante la queja esta vez de los propios apóstoles: En verdad os digo que dondequiera que se predique este evangelio sobre la faz de la tierra, se dirá lo que ella ha hecho por mí...)

Pero no hay que ir tan rápido.

Marta -santa Marta- se desvivía por Jesús. A su modo, por supuesto. Pero dejaba su vida por Él. En ollas y en escudillas y alfombras para sentarse, en bebidas frescas y cobijas para acomodar las camas de los viajeros.

Es curiosa la relación que tienen ella y el Maestro: en esa casa es con ella con quien Él discute.

Jesús la reta, claro que sí. Pero la ternura con la que lo hace supone un afecto, un cariño por ella como ya querría yo que mis amigos tuvieran por mí.

¿Quién que no estuviera tan cerca de Jesús podría plantársele y espetarle: '¿le vas a decir o no a María que venga a ayudarme un poco...?'

¿Quién podría discutir con Jesús sobre el tiempo de la resurrección de los muertos? ¿Quién podría mirarlo -entre lágrimas- y decirle con ojos de reproche: 'Pero, ¿cómo vas a abrir la tumba si te dije recién que hace varios días que está muerto...?'

Son oraciones, señoras y señores.

Son oraciones, fíjense bien. Son modos de rezar. Hagan la prueba: transformen el tono y la materia de lo que dice Marta en formales oraciones y después me cuentan.

Porque no hay que olvidar parte de la conversación de Jesús con Marta, fuera de la casa, en Betania, Jesús llegando:
Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa.
Dijo Marta a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá."
Le dice Jesús: "Tu hermano resucitará."
Le respondió Marta: "Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día."
Jesús le respondió: "Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?"
Le dice ella: "Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo."
¿Ven? No tan rápido, entonces.

Por supuesto que es verdad y está bien decir que la contemplación en sí misma es superior a la acción (y por supuesto que además de estar bien, 'queda bien' decirlo...)

Pero, no tan rápido.

Esto no es sin más una discusión entre contemplativos vs. activos, entre teólogos vs. apostólicos. Y aunque haya que entender de esos asuntos una y otra vez, no es ahora lo que trato de observar.

Marta -santa Marta- me parece que es el emblema de la misericordia misma de Dios. Y es importante, creo, ver esto en ella, además de todo lo que parece que vemos habitualmente.

En ella nos ciframos todos los hombres. Sí, todos: incluyendo a María, su hermana.

Allí estamos: 'marteando' casi toda nuestra vida. Y ella es nuestro consuelo y nuestro oriflama, también. Donde está Marta sabemos que estamos en casa, también. En ella podemos mirarnos, también. En algo muy valioso suyo: en la debilidad de su fuerza, que es la nuestra.

No es solamente la patrona de los hoteleros y de todos los que gustan de servir. Hasta allí es rica la metáfora, pero algo lineal.

Creo que un paso más allá está la Marta que llegó a santa, no a fuerza simplemente del trabajo diario y ordinario. No hace falta tironear de Marta para encasquetarla en la santificación por el trabajo. Será útil y conveniente, si uno quiere. Pero me parece corto.

Hay algo más que ver de ella en sus tres apariciones, tal vez deslucidas por nuestro hábito dialéctico: 'María es la buena y Marta..., bueno, ya viste cómo son las Martas...'

Si algo me parece notable de esa mujer es su proximidad con Jesús, su confianza, su cercanía, su familiaridad.

Y su fe.

Porque, a ver un poco: ni por un momento dice la Escritura que Marta no supiera a Quién le servía la sopa. Y más bien dice que sabía muy bien a Quién le servía la sopa.

Y, entonces, ¿por qué Jesús la reta todo el tiempo? Pues, lo dicho: 'reta' a los hombres.

De Marta no se dice en los Evangelios que hubiera pecado mucho, y que, por eso, habiéndosele perdonado mucho era mucho lo que amaba.

Eso se dice de María, y esa María somos los hombres pecadores. Grandes pecadores. No sólo a los ojos de Dios.

De Marta se dice que servía. Servía, sí, y se afanaba por demás en las cosas de este mundo. Que era más bien corta y laboriosa, algo chinchuda y malhumorada, de genio fuerte, rebeldona pero franca y cabal.

Mirando más bien para abajo, eso sí, como lo hacen las personas que se afanan sin más, embistiendo como un toro las cosas de este mundo. Hasta un poco 'pelagiana', diríamos teológicamente. Pero es el hombre, al fin, horizontal por impulso, más terreno que celeste por tendencia. Uno a quien hay que recordarle todo el tiempo, en este mundo, la parte que no le será quitada y que es esa parte que él no ha conseguido por su trabajo, por su esfuerzo.


Marta y María, al final, bien miradas, tal vez serían una misma y sola cosa, a dos luces reflejando de distinto modo la naturaleza humana, lo humano frente a Dios: su debilidad en su fuerza, su fuerza en su debilidad.


Un 'ora et labora' benedictino, partido al medio y separado. Tal vez para que lo entendamos mejor.

Pero cuando Jesús las visita, están ambas, juntas. Y así las quiere Él.

Y la trilogía, me parece, se completa con Lázaro, que importa y mucho si se aceptara ver a los tres como una figura trifronte, como tres caras de un mismo y único triángulo, emblemático de lo humano.

Pero eso, tal vez, otro día.

Por ahora, dejemos a Marta -a santa Marta, la hotelera, la hospitalaria- en su fiesta. Y estemos con ella.

Ahora, en la Patria, ella, la hospitalaria, es servida y atendida por el Gran Posadero.

Y roguemos para que cuando se nos cumpla aquello que decía Chesterton de que el camino lleva a la Posada (y no la Posada al camino), después de los afanes de este mundo y de este camino buscando la Posada, una vez que -Dios queriendo- estemos ya en la Posada, sea Marta -santa Marta, la hospitalaria- la que nos reciba, nos atienda, nos sirva.

A mí no se me ocurre pedirle más.