domingo, 23 de julio de 2006

Chacarera kenyata

Cuando 'busco' música, y cuando la encuentro, muchas veces pienso si a quien oye una melodía nuestra (argentina, digo) le pasará lo que a mí.

Encuentro música de cualquier parte (exactamente: de cualquier parte) y siempre encuentro algo que me guste, como un amor a primera vista y a veces como amores durables, amores amigos o apasionados. Y no importa de dónde venga: desde el Congo a Mikonos, de Corea a Irlanda.

Por ejemplo, pienso qué pensará un ranchero de Montana, un empleado nigeriano, un electricista noruego, una enfermera marroquí de una chacarera santiagueña.

¿Quién la oirá, quién la estará oyendo? ¿Dónde? ¿Entenderá lo que es? ¿Cómo sonará a los oídos de alguno que no sabe el sabor real de una melodía que no conoce? ¿Qué imaginación se hará, qué paisaje, qué caras imaginará? ¿Paladeará los matices?

Imagino a una estudiante de derecho en Rabat, por caso. Imagino a un granjero, a las afueras de Oslo. Final del día, cualquiera de ambos. Calor, brisa del mar de verano, para ella, aire que mece las cortinas de una ventana que da al patio interno de un edificio. Olores, sonidos. Para él, algo fresca la medianoche, día libre al día siguiente. Las hojas de las hayas tintinean, crocantes, en el camino que bordea una empalizada al barniz, para cuando el frío del invierno.

Mientras resuena la música por el eco del patio del edificio, ella oye. En el silencio rumoroso de su granja, con el arrullo de los sonidos animales en el fondo del aire, oye él. Mi chacarera santiagueña.

Si llegaran a traducir o a entender versos como
Del hueco de tus manos
blancas como el azúcar,
probé los desengaños,
bebí las amarguras.

La miel que vos me diste
no estaba hecha de flores,
de algún rencor hiciste
la miel de tus amores...
¿Qué oirán? ¿Qué entenderán? ¿Qué sentirán?

Como si dijéramos que un kenyata, de la tribu Luo, nacido en Mombasa, canta acompañado de su nyatiti, una especie de lira, su canción Salimie, y yo, mientras, una tarde de lluvia fría, a las afueras de Buenos Aires, mirando por el ventanal de mi escritorio perlado de gotas heladas, oigo África y pienso que me gustaría saber si Ayub Ogada, en Kenya, entiende mi chacarera...