miércoles, 14 de junio de 2006

Lo extraño

Que el amor es cosa extraña, parece cierto.

Sin más. Sin las extrañas cosas que uno cree ver a veces en este asunto.

Pero, a la vez, me doy cuenta de que la descripción que hice ayer tiene un analogado mayor de gran calado: Dios mismo.

Es un amante cuyo amor es mayor que lo amado y sin proporción alguna con lo amado. Y verlo amar, al hombre por ejemplo, ciertamente es conmovedor y hasta casi 'avergonzante' para el propio hombre amado, y en buena medida por la calidad, pero también por el exceso, cuya justificación no es más comprensible que el exceso. Ni en las notas ni en la naturaleza de lo amado por Dios (digamos: en todos los seres creados) parecería haber nada mayor que su amor, sino menor, infinitamente.

Claro que este caso bien podría estar fuera de concurso, por razones bastante obvias. Salvado también y por otras razones el caso de que Dios amara en lo existente creado lo que de Si hay en lo existente creado.

Sí, el amor mismo es cosa extraña. Pero no me refería a eso ni, menos todavía, al caso específico del amor de Dios.

Me refería a algunos amores humanos, a la sencilla y extraña desproporción de algunos amores humanos.

Incluso, y tal vez antes que nada, al amor a si mismo, que es un buen ejemplo a veces de la desproporción entre el amor que se le profesa al amado y el amado.