martes, 13 de junio de 2006

Extraña cosa

Me entero, oyendo el programa El Locutorio de Antonio Carrizo -por Radio Rivadavia, a las 21-, de que hace unos días murió Fanny, la mujer que servía y atendía a Jorge Luis Borges.

Dice Carrizo que la buena mujer murió en la mayor pobreza y que la velaron en algún lugar del partido de Almirante Brown.

Carrizo contó algunas anécdotas sobre Borges -como suele hacer- y recordó algunas frases del escritor, siempre elogiándolo.

Carrizo cuenta bien, muy bien. Tiene voz y tempo para eso, llaneza además. A mí me gusta oírlo. Es elegante y es agradable el estilo de radio que hace ahora, cuando era más joven, él, me parece que a veces gritaba un poco.

Siempre oigo con interés y hasta con gusto sus interminables anécdotas borgianas (como cualquier anécdota que cuente, en realidad).

(Así me enteré de que el 'bulín de la calle Ayacucho' está en Peña -donde nace- y Ayacucho y que era una casa chorizo...)

Sin embargo, y precisamente porque lo estaba oyendo con placer, me preguntaba si no hay amores mejores que lo amado. No necesariamente por Borges, aunque Carrizo habla de él con una admiración irrestricta, con absoluta y sincera devoción por completo acrítica, se me hace. Y no es del tipo del que se florea diciendo que es amigo de un famoso, y que el famoso es su amigo.

Pienso realmente haber visto que hay amores y devociones que tienen algún escalón más que lo (o el) amado. Lo cual querría decir que hay cosas o personas que no están a la altura del amor que se les profesa. Cosa difícil de saber, creo. Muy.

Pero podría ser una falla en el amante y que eso que llama amor sea una especie de extraño espejo en el que quiere mirarse amando. Puede ser cierta ceguera, que al fin desmerece el amor cuanto menos lúcido es. Puede ser -yendo más lejos- esa especie de romanticismo más o menos barato que regala la palabra amor y se la cuelga a cualquier cosa, pretendiendo que eso justifica cualquier cosa.

Puede ser. Podría ser.

Pero muchas veces me he descubierto yo mismo admirando el amor de alguien por algo menor que la devoción que se le tiene. He visto incluso que algunas personas o cosas, vistas a la luz del amor de quien las ama, adquieren una luz que no se les veía (y que tal vez no tienen) y pienso si tal vez resulta el amor que se les tiene lo que las hace brillar. Muchas veces me ha parecido emocionante y digna cierta como amabilidad casi infantil que el amante descubre (¿o pone?) en el/lo amado. Tanto más cuando parecería, según todos los guarismos, que el/lo amado no es tan emocionante ni tan digno.