viernes, 26 de agosto de 2005

La luz de la voz

Sabía de esas voces. Yo sabía
que los ecos sonaban. Que la suerte
eran ecos, no voces; que solía
tañir el desencanto. (Que la muerte
era el límite al fin. Pero temía.
Y todo era tan simple: era ser fuerte.
Más fuerte que la muerte, me decía.
Y temía la luz que me despierte...)
Hasta que al fin la voz sonó más clara,
más sutil, más veraz, más fiel. Más rara.
Y por sólo esa vez fue rumorosa.
Y por única vez me vi librado
del eco del silencio ya opacado
por la voz que ilumina silenciosa.