viernes, 5 de agosto de 2005

Dávalos

En un quiosco de revistas, en Av. de Mayo y Perú, venden películas y compactos de música de rezago o usados. Varias veces revolví las cajas de cartón. Y, de tanto en tanto, algo aparece, desde antiguo 'roots' norteamericano (monótono y desangelado, aunque típico) hasta música israelí, tangos o miríadas de canciones celtas.

Ahora parece que se 'avivaron' y lo que costaba monedas, cuesta billetes. Desgraciada oferta y demanda, otro de los mandamientos que -como el sistema métrico y más- pide la vida de sus fieles cumplidores.

El caso es que me encontré con una caja sin marcas, sólo el disco compacto adentro que dice Jaime Dávalos.

Me gusta Dávalos, mucho en muchas de sus letras y poemas. Pero eso no quiere decir que no sea él mismo uno de los sumos sacerdotes de esa típica poesía salteña tan frondosa, barroca, engolada, exuberante. E ideológica, de izquierda en este caso, esa izquierda folklórica, tan típica que fue entre los '60 y los '80.

Poesía original, si se quiere. Mezcla, también, de Lugones con Darío en los dejos modernistas o novistas, de Miguel Hernández con León Felipe en esa floración ingeniosa para decir los dolores proletarios y las ansias libertarias.

Nada religioso. Apenas alguna mención extraña y anfibia sobre origen divino del hombre. Y, por eso mismo, como ya se sabe, poesía de cuestiones religiosas, al fin de cuentas.

Parece claro que el vino -tan compañero de ruta- ha sido el coautor, cuando no el autor, de varias de las líneas.

Dávalos tiene costumbre de hacer poemas a las canciones (muchas son canciones propias) y los dice como prólogo, antes de que se cante la canción. Lo ha hecho en grabaciones de otros y lo hace en ésta que es de obras propias, cantadas por él mismo y acompañado en la guitarra por Eduardo Falú, socio musical, muchas veces.

Dejo aquí unos cuantos poemas que sirven de antología, me parece.
ver


Soneto

De mínimas heridas lastimado
me voy muriendo a ratos tan ligero
que me siento lejano y extranjero
del que ayer fuera alegre y confiado.
Tengo un niño en el alma rezagado:
No quiero endurecerme, ay, no lo quiero...
Ni ser mi padre, ni tener sombrero
sino ser un cantor enamorado.
Quiero permanecer en la tristeza
y en la angustia de andar como los bichos
perdido por el mundo de la leña.
Llevar como una novia mi pobreza
y morirme del gusto y del capricho
de ser un animal que canta y sueña.


América

Nadie la para ya. No pueden detenerla
ni la calumnia ni el boicot ni nada.

Este es un continente de aventura
que a los aventureros se los traga.
Les sube por la sombra despacito
y el ojo codicioso le socava.

Vendrán los desahuciados de la tierra
buscando sus riquezas legendarias,
hasta que un día en una sola greda
se confundan las lenguas y las razas.

América, animal de leche verde,
por la gran cordillera vertebrada,
hunde su hocico austral bajo del polo
y descansa en su fuerza proletaria.

Camina hacia la luz lenta y segura
con el polen del sol en las entrañas
y su destino torrencial fijado
está en el tiempo por la Vía Láctea.

Que el hambre, la violencia , la injusticia
la voluntad del pueblo traicionada
no harán sino aumentar su rebeldía,
no harán sino apurar en sus entrañas
el hijo de la luz que viene a unirnos
en una sola espiga esperanzada

Porque, América, tierra del futuro,
igual que la mujer, vence de echada.


Para La nochera

La secreta belleza de lo triste
con el recuerdo de tu amor me llega
cuando la tarde agónica naufraga
bajo cielos de fuego y humareda.
Pensar que juntos como salteadores
amábamos la noche, compañera,
porque la luz era ese pan robado
que compartimos como la pobreza.
Desde lejos veníamos buscándonos
y nuestras soledades paralelas
no pudieron asir el tiempo vivo
que en todo lo que amamos se nos niega.
Pero, guitarra adentro, te rescata
mi corazón: en la húmeda cadera,
en el olor a lluvia que trasmina
tu pelo y sus entrañas madereras.


Para El jangadero

Desde los bosques vírgenes que incuba el sol del trópico
y sahuman en verde musgos y enredaderas,
como una boa líquida el Paraná meloso
baja entre las barrancas rojas de sus riberas.

A veces en sus márgenes rompe el verdor ingente
una desbarrancada peladura costera.
Es la explanada viva de un obraje o un puerto
donde se arman las balsas para fletar madera.

Ahí nace la épica vida del jangadero,
de aquel que río abajo navega la jangada,
a quien se lo devora la mboi tatá golosa,
viborón de la fiebre y el hambre legendaria.

El horizonte lejos se esfuma sobre el río
y el jangadero siente su voz alucinada.
Ir más allá flotando se vuelve un desafío
del destino en su vida a una pasión jugada:

Navegar río abajo y volver río arriba
para emprender de nuevo su viaje a la deriva.


Para Las golondrinas

Amo las golondrinas porque son como mi alma:
fugaces visitantes de lo desconocido.
Aparecen de pronto cuando la primavera
en el aire decide la derrota del frío.

Me traen de los cielos remotos de la tierra
la nostalgia despacio y el ansia de infinito
con que mi sangre viene venciéndola a la muerte
y afirmando la vida a través de los siglos.

Las veo entre celajes de nubes ampulosas,
que copia en el espejo de las aguas el río,
festejar la tormenta que presienten, volando
al ras del agua, ebrias de liberar su instinto.

Porque son como flechas del arco iris, jugando
en el azul abierto su secreto destino,
yo creo que a mí vienen desde el fondo del tiempo
para que no me olvide de mi origen divino.


Sobre el vino de los mineros

El patrón tiene miedo que se machen
con vino los mineros.
Él sabe que les entra como un chorro
de gritos en el cuerpo,
que enroscado en las cuevas de la sangre
les hallará el silencio:
el oscuro silencio de la piedra
que come sombra socavón adentro.
Que volverá morado con bagualas
del fondo de los huesos,
su voz golpeando dura como un puño
en el tambor del pecho.
Con pupilas abiertas como tajos
le pedirán aumento,
mientras quiebren girando entre las manos
el ala del sombrero
y los ojos de polvo y pena, tristes,
les caigan como manchas sobre el suelo.

Hay que esconder el vino como un crimen.
El vino pedigüeño.
Que ni una gota más caiga en la boca
desierta del minero,
donde el grito se tapa con la coca
y con alcohol la sed de amor y besos.

El patrón ha mandado que lo guarden
y se ha vuelto vinagre en el encierro.
De noche tiene vómitos y duendes
de luna que se bañan en su cuerpo.

Los ojos del patrón lo custodiaban
por encima del sueño.

Los ojos del patrón tienen dos ángeles
desvelados de miedo.