martes, 26 de abril de 2005

Y sí, me enteré.

Qué le vamos a hacer...

Los versos del colombiano Eduardo Carranza se defienden solos. Y a mi juicio son buenos. Paradojales, claro, como a veces tiene que ser la poesía, especialmente la poesía con religiosidad. Pero allí están.

Ahora bien, no suelo hacer esto que voy a hacer, pero la tentación se me hace grande y, como dijera Wilde, uno puede resistir cualquier cosa, menos la tentación...

Dedicado, entonces, a José Luis va este ensayo de lo mismo que dice Carranza, aunque visto desde otra perspectiva, cordialmente.

El tiempo hiela las cosas,
la barca tensa el cordel,
la noche se cierra a veces.
Y el corazón está bien.

Tiene sed la boca mientras
el hambre va con la sed,
la piel se quiebra de frío.
Y el corazón está bien.

Duele la ausencia y nos duele
la partida o el desdén
que nos hieren como espinas.
Y el corazón está bien.

No hay derrota ni desierto
ni nostalgia que temer.
Nada es daño sin remedio
si el corazón está bien.

No hay que temer la distancia
ni la muerte hay que temer.
El mal se espanta y se vuelve
si el corazón está bien.

Y es hasta dulce el camino
que a veces nos hiere el pie,
porque entre heridas y llagas
que nos quebrantan la fe,
no muere lo que está vivo
si el corazón está bien.

(Y nos parece difícil
y uno dice: no ha de ser,
pero es ley que en esta vida
hay que esperar y creer
y amar como amar se debe
y más si el ojo no ve
y aun doblados de rodillas
y sin sabernos qué hacer...)

Si todo parece nada,
si la nada sabe a miel:
Nada es nada, todo es algo
si el corazón está bien.