viernes, 29 de abril de 2005

Péguy (II)

Y aquí va una segunda parte -para nada una segunda selección- de los textos de Charles Péguy, extraídos también como los demás de los Cuadernos de la Quincena, y que fueron escritos también entre 1900 y 1914.

Hay más cosas que decir de este hombre. Por lo pronto que murió en el frente de batalla de la Gran Guerra, en Charleroi, como sabrá el que conoce algo de su vida.

Veo que de él dice el prologuista de una de las ediciones que tengo, Marcelo Sánchez Sorondo: "...peregrino de Chartres, peregrino entre batallas, llegó a la Iglesia al fin de su jornada no en la hora amarga y suave de los arrepentidos, sino en la trágica y solemne hora del último presentimiento..."
Hay en Homero... otro cielo y otra tierra... No es el cielo de esta tierra... Los dioses no son los dioses de estos hombres... Comprendedme bien: Jesús es del último de los pecadores y el último de los pecadores es de Jesús. Es esta tierra. En Homero, los dioses no eran de los hombres y los hombres no eran de los dioses.

Sí, el hombre envidia a los dioses la eterna juventud, la eterna belleza... Pero se percibe que hasta esa envidia está como envuelta en un desprecio especial... ¿Desprecio por qué? Desprecio porque no tienen la triple grandeza del hombre, la muerte, la miseria, el riesgo.

Morir prematuramente en un combate militar... Eso les falta a los dioses.

Todo el mundo comprende que los pobres y los oscuros serán los favoritos en el reino de los cielos. Esto fuera casi injusto si no estuviese la pobreza al alcance de todos.

Las personas honestas son invulnerables, inmunes a la gracia.

Su piel moral, constantemente intacta, les ha puesto un cuero, una coraza sin mancha. No ofrecen la hendija que deja una dolorosa herida, una inolvidable angustia, un arrepentimiento invencible, un punto de sutura eternamente mal cerrado, una mortal inquietud, una insondable ansiedad final, un amargo secreto, un hundirse diariamente disimulado, una cicatriz mal cerrada... La caridad, aun de Dios, no venda a quien no tiene llagas.

Dios conquista al hombre en sus defensas. Pero ¡guay del hombre que no se pone a la defensiva!

Los hombren toman altura... a partir del mundo, rebajando al mundo, no se elevan.

No basta rebajar lo temporal para elevarse a la categoría eterna. No basta rebajar la naturaleza para elevarse en la categoría de la gracia. No basta rebajar el mundo para elevarse en la categoría de Dios.

(Los devotos) Porque no son de los hombres, creen que son de Dios. Porque no aman a nadie, creen que aman a Dios.

La Fe que yo prefiero, dice Dios, es la Esperanza.