Antes de la Encarnación de Cristo llegaron a faltar tres clases de vino, a saber: el vino de la justicia, el de la sabiudría y el de la caridad o de la gracia.
Puesto que el vino rasca el paladar, por eso la justicia se llama vino. El samaritano echó vino y aceite en las heridas del maltratado, esto es, la severidad de la justicia con la dulzura de la misericordia. (Luc., X, 34.) En el Salmo (XLIX, 5) se lee: Nos diste a beber vino de compunción.
El vino, además, alegra el corazón, conforme a aquello del Salmo: Y el vino que alegra el corazón del hombre (CIII, 15). Por esto se dice vino a la sabiduría, cuya meditación alegra sobremanera, como dice la Escritura: Ni su conversación tiene amargura. (Sap., VIII, 16.)
El vino, por otra parte embriaga: Comed, amigos, y bebed, embriagaos, los muy amados. (Cant., V, 1.) Por esta razón se llama vino a la caridad: He bebido mi vino con mi leche. (Ibid., 1.) También se llama vino a la caridad por razón del fervor: El vino que engendra vírgenes. (Zach., IX, 17.)
He oído decir muchas veces que los escolásticos (y especialmente Santo Tomás) son secos y lógicos, faltos de creatividad y de poesía. Es cierto también que he oído cientos de pavadas en mi vida. Vaya a saberse qué diantres quiere decir poesía, o sequedad, o creatividad. No tiene lógica...