jueves, 15 de enero de 2004

Consejo poético

La cifra propongo; y ya
casi tengo el artificio,
cuando se abre el precipicio
de la palabra vulgar.
Las sirtes del bien y el mal,
la torpe melancolía,
toda la guardarropía
de la vida personal,
aléjalas, si procuras
atrapar las formas puras.

¿La emoción? Pídela al número
que mueve y gobierna al mundo.
Templa el sagrado instrumento
más allá del sentimiento.
Deja al sordo, deja al mudo,
al solícito y al rudo.
Nada temas, al contrario,
si en el rayo de una estrella
logras calcinar la huella
de tu sueño solitario.


Alfonso Reyes



Muy bien, habrá que ver.

Detrás de estas décimas se agazapa un problema que, en primer lugar, es un problema técnico en literatura y, más precisamente, técnico-lírico, si se me permite esa petulancia.

¿Es un vero consejo el que nos ofrece el mexicano Reyes, admirado por Borges? Yo lo dudo. Es un alegato, en realidad, bajo una forma retórica más amable que la del discurso enfático.

No sé en ocasión de qué fue escrito, que lo movió, qué estaba mirando. Quizá la ocasión particular matice el dictamen y lo adecue.

Pero tomemos la proposición como universal.

Esto es, por otra parte, algo que suele ocurrir con la poesía lírica, obligada como está por naturaleza a no dar demasiada explicación de los hechos, a dejar la narración y concentrarse en la mirada de la forma, precisamente tal como subyace en los hechos, o tal como es percibida por el poeta, o ambas cosas, mejor aún. Incluso sin poder saber él mismo necesariamente si entró a las cosas que canta por su exterioridad encantadora, impresionante o conmovedora, o si la mirada pasó a través (no al costado, sino a través) de las formas sensibles para llegar a una visión más completa de lo que percibe o contempla.

Y sensible quiere decir no solamente la materia dispuesta en las cosas materiales, sino también la emoción, los afectos, el eco sentimental que despiertan las cosas o que le sugieren al poeta.

Porque me parece justo decir que la poesía es, antes que nada y finalmente, un acto de inteligencia, de intelección. Y aun de expresión racional, en tanto que lo racional sigue al modo de ser humano, el cual modo incluye la materia y también el tiempo. Y, en consecuencia, la escala racional.

Cuando el poeta dispone la materia sonora en el acto de creación poética, dispone partes, partes materiales que se organizan a partir de un eidos, de una forma inmaterial percibida al fin y concebida en la inteligencia, en la inteligencia de un hombre que la ha concebido con todo él, no con la inteligencia separada (lo que no existe en ningún hombre). Lo que en poesía lírica incluye la materia con que suena la realidad, por lo mismo que la posía no es la cosa misma, sino un signo sonoro de la cosa dicha.


Hay en el consejo de Reyes el asomo de un equívoco. Casi romántico. No está en la mención del número, la cifra, como el insensible y aséptico artificio redentor del poeta en su angustia expresiva, tras el acierto.

Es la oposición. Allí renguea, diría yo. Número o emoción. Palabra vulgar, melancolía, guardarropía de la vida personal (feliz metáfora), emoción, o, en cambio, la cifra.


Vuelvo a decir, no sé qué movió a Reyes. En cualquier caso, esta oposición nunca dice la verdad.

Es la oposición lo que delata cierta tensión que llamé romántica, por el desdén que manifiesta Reyes a lo que llama número, cifra y soledad de afectos, de motivos sensibles, sentimentales, personales, y aun bajos, populares, vitales, existenciales.

No creo que haga falta la tensión para corregir, para rectificar la flecha del poeta.


Salvemos en lo que podamos la proposición de Reyes, sin embargo.


Estilizar la palabra, hasta hacerla autónoma, instrumental, estilete frío, sin carne, sin sangre, sin historia, sin persona, es deshumanizar la palabra. Y la palabra deshumana es menos que el número. Mucho menos que la cifra. Y es un instrumento ilusorio, dañino, tergiversador, ineficaz, por lo mismo, para expresar y para comunicar.

En la palabra humana es necesario el aliento humano. Ninguna cosa es por naturaleza una palabra, como bien sentencia Sócrates en el Cratilo. Ningún poema hecho de solas palabras, ninguna palabra burilada hasta la deshumanización, puede servir de signo pleno.

Porque el lenguaje humano, y tantísimo más el lenguaje por excelencia que es la poesía, no solamente significa la cosa significada sino al hombre que significa las cosas con las palabras. Es además el destino no solamente de la palabra, sino del hombre mismo, en tanto que habla.

El hombre no solamente dice cuando dice. También se dice.


Pero.


Falta decir algo respecto de cómo dice la palabra humana y qué es lo que dice, y eso ya no es sólo literario, mal que pese. De dónde le viene a la vez su color, su calor y su potencia para nombrar.


No vaya a ser cosa que confundamos la luz del nombre que nombra con la frialdad del hombre que nombra. Y peor aún, que confundamos la propia luz con el frío.

Algo así les ocurre a tantos cuando piensan, y sienten e imaginan, que el Cielo es aburrido, luminoso, pero frío.



Cuestión de matices.


Pero, aunque falta esta segunda parte, creo que por hoy es suficiente.