domingo, 4 de enero de 2004

"La primera de las bellezas intelectuales del Libro de Job es que siempre se refiere a su deseo de conocer la realidad; el deseo de saber lo que es, no simplemente lo que parece. Si los escritores modernos lo hubieran escrito, hallaríamos probablemente que Job y sus consoladores se entendían muy bien con sólo atribuir sus diferencias de criterio a lo que se llama 'temperamento' y con decir que los consoladores eran, por su índole, 'optimistas', y que Job, también por su índole, sería 'pesimista'. Se daría el caso frecuente de que, al menos por algún tiempo, se sentirían cómodos conviniendo en aceptar algo falso.

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En resumen, repetimos que si tiene algún sentido la palabra optimista (lo que es dudoso), Job es optimista. Sacude las columnas del mundo y golpea frenéticamente contra el cielo; azota a las estrellas, no para hacerlas callar, sino para que hablen.

Del mismo modo podemos hablar de los optimistas oficiales, los Consoladores de Job. Si la palabra pesimista encierra algún sentido, de lo cual dudo, esos Consoladores de Job pueden ser calificados de pesimistas, más bien que de optimistas. Lo que ellos creen, en realidad, no es que Dios sea bueno, sino que es tan poderoso que resulta más prudente decir que es bueno.

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Al tratar con los que expresan con arrogancia sus dudas, no es buen método decirles que cesen de dudar. El buen método es, más bien, decirles que sigan dudando, que duden un poco más, que cada día experimenten nuevas y más extravagantes dudas con respecto a todo lo que contiene el universo, hasta que por último, alguna luz llegue a iluminarlos y puedan comenzar a dudar de sí mismos."


Gilbert Keith Chesterton (Prólogo a "El Libro de Job")