viernes, 23 de enero de 2004

Hagamos un primer intento. Sin garantías, porque es provisional.


Creo que hay, reduciendo las infinitas variedades, dos izquierdas y dos derechas.


Pero vayamos por partes. El asunto se me figura arduo. Y largo.

Voy a intentar hablar de cada una de estas cosas, sin necesaria referencia a la política, y sin asumir la cara ideológica, o la mera acción política, como la cara última de cada una de ellas.

Veremos.


Hay una izquierda que mira la desigualdad con furia, con decepción, con escándalo.

Es, digamos, social. Su conmoción sensible ante la pobreza y la miseria humanas –invariablemente entendidas como injusticias– es el motor de su acción.

Es, podríamos decir, la izquierda material.
La cuestión son las proporciones, por una parte, o las desproporciones que irritan la sensibilidad.
Por otro lado, es una cuestión de volumen.

La izquierda material parece tener un acendrado sentimiento igualitario. O mejor dicho, un sentido peculiar de las proporciones. Como si dijéramos que concibe el volumen propio de lo humano como algo que debe estar a tiro de piedra de la mano humana. Toda extensión mayor, le resulta deforme.

No entiende la distinción ni la relación entre lo uno y lo diverso, entre el todo y la parte. Parece medir la extensión material como una circunferencia cuyo centro es el hombre mismo, en torno al cual, toda disposición de bienes no debería llegar mucho más lejos que la extensión de sus extremidades, por decirlo en figuras. Cuando no es así, la izquierda material se escandaliza.

Parece que este asunto podría tener una secuela moral. Su sensibilidad igualitaria le exige equiparar proporciones y volúmenes. A eso, por ejemplo, se le llama hoy solidaridad, muchas veces un sinónimo amable de la simple y llana envidia social. Una nivelación de desniveles. Una subvención humana que va en auxilio de las desigualdades naturales o artificiales. Una especie de organismo proporcionado, formado por partes iguales, sujetas a ese mismo principio de proporciones, que busca que no haya desigualdades afrentosas y escandalosas.

Es un patrón de medida que, pese a su apariencia filantrópica, no tiene en cuenta las medidas de lo exterior, de lo real, de lo extramental. La determinación de este principio igualitario es más una decisión que una conclusión.

Necesariamente, así, el sentido de la justicia de la izquierda material se fundará en que cuando a alguno le falta es porque a otro le sobra y viceversa. Incluso con un agravante moral: le sobra porque otro se lo ha apropiado indebidamente, violando a conciencia el sentido de la proporción y del volumen, que vale para la izquierda material lo que la ley natural vale para otros. Porque toda desigualdad es concebida finalmente como un orden artificial, que esta izquierda entiende como un caos.

En un sentido religioso, la izquierda material concibe la redención del caos en las proporciones y el volumen materiales, en términos de igualdad. La igualdad es redentora, la equiparación es el mesías. La izquierda material, en términos ya decididamente teológicos, se escandaliza frente a la presencia del mal. Y del Mal.

Pero además concibe el mal como el principio que genera desproporciones, desigualdades, diferencias. La desproporción y la desigualdad son el mal.

Las necesidades históricas coyunturales, la falta de comprensión en determinado estadio de la conciencia igualitaria, una incompleta o deformada concepción de las debidas proporciones y el debido volumen, pueden hacer que el camino al cielo igualitario se demore en meandros, muchas veces contradictorios. Pero la izquierda material tiene la sensación de que esas demoras, en un tiempo que sólo tiene dimensión horizontal e indefinida, son pasos hacia la redención, finalmente; y, sintiendo que tiene –literalmente– todo el tiempo del mundo, no se aflige demasiado por las demoras.

Esta izquierda material tiene los ojos fijos en una nota propia de lo humano: la indigencia natural del hombre.

Ella entiende esta nota sólo en sentido material. O preferentemente material, en realidad, porque la izquierda tiene la impresión firmísima de que algo anda mal en el mundo, y no por acción mera de la historia. Algo más allá de la historia (sí, porque también la izquierda cree en algo más allá de la historia, como si creyera en el papel sobre el que se escribe una novela, aunque la novela que importa no esté en el papel sino en las letras que pueden dibujarse en él), algo que sostiene los hilos que se traman, mal tramados según su impresión más honda; y mal sostenidos, por lo mismo.

Por ello mismo, hay que arrebatar las puntas de los hilos, hay que actuar sobre el telar, y sobre el tejido, y sobre el tejer mismo. Y tejer.


La indigencia natural del hombre, así concebida en términos tanto históricos como antes que eso materiales, es para la izquierda material un escándalo intolerable. Es esa indigencia la que escandaliza a la izquierda cuando ve las desproporciones que querría ver reducidas a un organismo utópicamente proporcionado. Ella se propone actuar sobre este tramado, reduciendo todas las partes a un todo.

Esta izquierda llama injusticia a la injusticia. Pero además llama injusticia a la diversidad y a la relación misma entre lo uno y lo diverso.

Pero, si esa relación es natural, si existe la diversidad y lo diverso no es contradictorio de lo uno, a pesar del escándalo con que pueda percibirse, ¿qué motiva ese escándalo? ¿cómo podría resultar injusta la diversidad de proporciones, la diferencia de volumen?

Podrá parecer simple, y hasta simplista, pero no hay escándalo posible si antes no ha sonado mal cierta música; y en este caso, la música de lo real.

El materialismo de la izquierda no llega tan lejos. La desigualdad existe en el ámbito de la naturaleza no humana. Si el modelo fuera la materia y su constitución, la diversidad sería una ley insoslayable, como sería insoslayable la relación entre lo diverso y lo uno, en armonía de desigualdades.

La izquierda pretende humanizar la materia, antes que materializar lo humano.

La natura le sabe caótica sin la huella histórica humana. Pero lo humano por sí es parte de esa natura, de modo que la historia debe humanizar lo humano primero.

Son términos equívocos. Humano significa acción histórica, no naturaleza humana.

Pero cuando llega a estos arrabales la izquierda tiene un problema.

Tiene que definir lo humano, siquiera en su aspecto constructivista de acción a lo largo de la historia.

Y allí se advierte que crear una melodía original no es tan sencillo.


Ni siquiera establecer una disonancia.