domingo, 18 de enero de 2004

Si hay que hablar de derechas e izquierdas, dejemos la conspiración.

No que no haya. Hay de todas clases. Muchas más que las que uno supone. Y desde hace mucho tiempo.


El primer conspirador fue el Ángel Caído.


Melkor, según Tolkien en el primero de los textos que contiene su obra publicada póstumamente: el Silmarilion.


En el relato del anglosudafricano, el primer Rebelde se niega a seguir la melodía que Eru-Ilúvatar, el Único, le propone al coro de 'ángeles', los Ainur. Y entona la propia, una modificada, a la que se pliegan otros, o con la que otros se confunden, como pasa en un coro cuando alguno canta algo distinto.

Y así por tres veces, hasta que Eru suspende el canto del Coro, porque, entre otras razones, la sucesión no ha de ser infinita, ni siquiera indefinida, y tres veces muestra que tiende a serlo.

Es muy probable que ya en la primera 'disonancia', pero seguro que en la segunda, Melkor estaba conspirando (aunque ya lo había hecho antes de la primera, cuando deliberaba consigo mismo y se resolvía a disonar.)


Y de allí en más, cualquiera. Cualquiera puede hacer lo mismo. Toda conspiración hace lo mismo, en substancia.

Se dispone a disonar, a ponerle al mundo su propia melodía, porque la que tiene no le gusta, le disgusta, lo irrita que haya una melodía y no sea suya, no alcanza a ver la riqueza de la dada. Y millones de razones más dichas todas, si se prefiere, en clave metafórica. Pero no demasiado impropiamente. Porque en un sentido bien hondo, toda rebelión, toda revolución es una conspiración. Y en estos mismos términos, no hay verdadera conspiración que no provenga de un acto de rebelión.

Y desde que el orden y la ley provienen en realidad de una consonancia y de una melodía, por lo mismo, no hay rebelión que no busque la disonancia.


Es muy útil también la referencia de Tolkien respecto de que, de lo que entona y consuena el coro de los Ainur, se siguen correspondencia misteriosas con las cosas plantadas en el universo. Las cosas se corresponden con aquella melodía originaria.

Por otra parte, y quizás más sugestivo todavía, es que Eru el Único, por dos veces toma las disnonacias de Melkor y sobre ellas mismas, le propone al coro nuevas y más bellas melodías. Otras tantas veces Melkor disuena, cada vez más molesto y enconado, e inquinado, porque el Gran Corifeo ha tolerado sus desplantes y ha hecho sobre ellos, algo mejor que lo que el rebelde siquiera imaginara.

El relato de Tolkien está lleno de mayores y mejores cosas, todas ellas llenas de notas y sugerencias. Esto es un brutal resumen, a modo de simple referncia.

Pero, como se ve, no es difícil homologar conspiración con disonancia. Y disonancia con rebelión.


Es cierto que se corre el peligro de homologar cualquier disonancia con cualquier rebelión y cualquier rebelión con toda conspiración contra el orden primero, en tanto se entienda que un orden dado, un orden establecido, es el orden primero.


También se podrá argumentar que no hay tal orden primero. Ninguna música. Con lo cual cualquier rebelión cae, no hay ninguna disonancia y la revolución, y cualquier rebelión, se vuelve, ipso facto, meramente dialéctica.

¿Por qué no?, puede argüir el dudador profesional. ¿Qué me dice que hay un orden dado?, se entusiasma el escéptico.

Pero ocurre que éstas y otras objeción del mismo tono, son más seductoras que eficaces.

Tensar esa posición, obliga a ser honesto y a desesperar de cualquier rebelión y disonancia y del concepto mismo de disonancia y rebelión.


Sin coro ni melodía originaria, no hay disonancia.


Es el rebelde el que más necesita del orden, en términos prácticos y aun teóricos.


La desesperación del que postula la suma cero de cualquier orden, es que la mera postulación de la rebelión sale de cero y tiende a uno.

No, por ese camino no se puede justificar la revolución, ni siquiera como tendencia caótica.


Hace falta ver más claramente la raíz de la disonancia. De cualquier disonancia.


Por eso mismo.

Dejemos por ahora la conspiración.


Y aunque parezca extraño, esta cuestión no está tan alejada de aquella otra que dejé sin terminar, respecto de la palabra humana y su naturaleza.


¿Se podrá decir algo respecto de las cosas al mismo tiempo?