jueves, 2 de junio de 2022

Romance de un telar


Salía nomás clareaba
o en el invierno a lo oscuro;
un ponchito de vicuña
sobre los hombros menudos,
apenas las alpargatas
para los pies diminutos
y un dulce aroma de rancho,
aroma de pan y de humo,
que la envuelve como un halo,
o mejor: como un escudo.
Camina por un sendero
sin piedras, barro ni yuyos
y va al telar bajo el techo
del quincho de palo duro.
Lo tiene tan caminado
que le conoce el dibujo
aunque la noche se quede
porque el sol perdió su rumbo
y ande quién sabe por dónde,
por un cielo negro y curvo
enamorando a una estrella,
invitando a un desayuno
de rayos tibios, dorados,
requebrándola con lujos.
Las manos, como racimos
de huesos flacos y agudos,
se relamen con los hilos
que habrán de hilar como un culto;
mientras, la boca sin dientes
sisea coplas en crudo
que se le van ocurriendo
de puro vieja, de puro
gustar las coplas que inventa
y da como quien da el fruto
de un árbol antiguo y bueno,
que es pura miel, de maduro.
Hay velas que son de un cebo
que sacó de un toro eunuco
que despenó una tormenta
con un rayo como un chuzo
y le quemó la cerviz
al pobre viejo toruno.
Ella enciende los velones,
se acomoda sobre el puyo,
mira la vieja madera
con aire meditabundo
pensando qué tejerá
con aquel hilo blancuzco
de lana, que con sus manos
fue sacándole los nudos
y haciéndole en hebras suaves
torres finas con el huso.
El telar duerme soñando
ponchos que abriguen futuros
y que cobijen las noches,
que anden pidiendo tapujo,
de algún paisano tropero
durmiendo sobre un macuto,
mientras el fuego lo guarda
y lo espera su lobuno.
O será que entre sus varas
el telar irresoluto
quiere tejer un mantón
con todos sus atributos
para una niña que sabe
que anda precisando uno,
porque viene a cortejarla
un pueblero campanudo
que anda rondando sus ojos
haciéndose el oportuno...
Ella adivina y comienza
con movimiento difuso
hasta que llegue la idea...
Todavía es prematuro
saber qué cosa querrán
en el telar taciturno
los hilos que también callan
hasta que digan, seguros,
qué harán con ella ese día,
que para eso él es ducho.
Cuando el sol se vino alto
y el aire como de musgo
perfuma el cielo y la tierra,
seco, áspero y profundo,
siembra con arte la traza
sobre el telar, que es un surco
donde germina el tejido
que ya mira con orgullo.
La tarde, que la atropella
con el ladrido de un cuzco,
se está sometiendo al viento
que la enfría con su arrullo.
Jilgueros que van chillando
por ganas de hacer tumulto
tal vez, o porque ya es la hora
de andar buscando mendrugos,
le dicen que se termina
el día y con un susurro
siseando otras coplas nuevas,
protegiendo el rostro enjuto,
se vuelve por el sendero
sin piedras, barro ni yuyos,
para el rancho que la espera
con aroma a pan y a humo.
Hasta que pase la noche
y vuelva al telar astuto,
que le sabe sus secretos,
y le conoce los trucos,
y le dirige la mano
y le regala triunfos.