lunes, 6 de junio de 2022

Romance de un marinero


Cala de mar tumultuosa,
mar de plomo y encrespado,
viento azul, nube de hielo.
redes de viento y sargazos.
Cormoranes y gaviotas,
golondrinas y mil pájaros,
van por el aire con duelo
profetizando algún náufrago.
Espumas que se atropellan
sólo por ver si hacen daño
a promontorios oscuros
que tiene muy fieros brazos;
como los garfios, el filo;
como dientes afilados,
como agujas espumosas
y aguijones de basalto.
El mar revuelve la ría
del río que, acobardado,
retrocede haciendo muecas
y agitando el lecho pardo.
Proa de hierro y madera
anda por el mar salado,
que sala manos y frente
y azota un pecho callado.
Se queja el timón de roble,
gime como un niño el palo,
y a cada oleaje de miedo
se espanta ceñudo el barco
y enfurecido de espuma
se encabrita cabresteando.
Del horizonte, entre ráfagas,
una pared, casi el alto
de acantilados de tosca
sobre ese lomo acerado,
trae el mar para rendir
al insolente que, cuando
la ve venir, vira fuerte
para domar aquel páramo
furioso de agua que arde
y que congela de espanto.
Entre ventiscas que tajan,
todo el cuerpo arrebujado
en un mantón ocre y negro,
hay una mujer mirando.
En la costa levantada,
su cuerpo se va empinando,
clavel que suspira lágrimas
y que sangra azahares blancos
que abrazan al marinero
como se abraza al amado.
Los ojos son como luces
que ya quisieran ser faro.
Los labios grises de frío
se muerde por no llamarlo.
Y el corazón en tormenta
le atraviesa el pecho cuando
ya no se ve cosa alguna
que el mar no se haya llevado
quién sabe al hondo de dónde,
sin dejar huellas ni rastro.