viernes, 10 de junio de 2022

Romance de un jardinero y la rosa


Años tuvo ese jardín
dos manos que lo alegraban
con sus mimos de tijeras,
con su pasión de guadaña,
con abonos y carpiendo
malezas de esas que guardan
venenos tristes que quiebran
brotes nuevos, suaves ramas.
Años de glorias en verdes
y aromas que coloreaban
con el color de las flores
abejas, que en sus entrañas
maduraban las dulzuras
tibias, mientras zumban alas
que ronronean las siestas
o son el son de mañanas.
Un día, casi el otoño
terminaba su sendero,
andaba el suyo cantando
de pura alegría el viejo.
Heliotropos silenciosos
esperan que pase el tiempo
que se agazapa en las nubes
mientras acecha el invierno.
Hay maderas olorosas
en un rincón donde hay fuego
de unas hojas que en hogueras
con el humo espeso y lento
ponen el aire de blanco
y dan aromas al vuelo,
como si fueran las misas
en las que queman incienso.
Goza planeando las podas
que hará en los lindes de fresnos,
ve caminos que abrirá
cuando el sol esté volviendo,
taja los brotes de vicio
como si fuera un maestro
que corrige en el papel
lo que un discípulo ha puesto.
Y pasó por los frutales
y un gajo del limonero
le dio frescor y perfume
a los bordes del sombrero.
La tarde pasó de largo
sin avisar su partida
y con las últimas luces,
detrás de un seto de achiras,
vio un rosal que no había visto
que de la nada crecía.
No era tierra de las rosas.
Esa está casi escondida
tras las matas de lavanda,
jazmines y siemprevivas
junto a las piedras plateadas
que puso para una pirca.
Se detuvo, enamorado
súbitamente. Y lo mira.
Ve que hay un brote brotando,
y en el brote, en carne viva,
hay un capullo de rosa
de sangre pura encendida,
tinta de un vino que beben
sus ojos con tal delicia
que parece que bebieran
a sorbos la vida misma.
Tímidamente, se acerca.
No la toca por no herirla
y apenas siente el aroma
pone en tierra una rodilla
y quitándose el sombrero
lagrimea y se persigna.
Sabe que pasa el otoño
en el jardín y en la vida.
Y ahora sabe que llega,
aun en otoño, la dicha
de una caricia encarnada,
con ese aroma a primicia.
Tiene los ojos velados
pero ve el jardín que brilla,
aunque la noche se asoma,
se cuela por las hendijas
de azaleas, rododendros,
de jazmines, siemprevivas,
y va entre piedras de plata
hasta oscurecer la pirca.
Pero no cubre a la rosa
que junto al viejo dormita,
fragante, de puro nueva,
pura luz, de tan querida.