miércoles, 8 de junio de 2022

Romance de un día


Hay niebla y está cantando
tristezas de la mañana,
que pasó lo oscuro en vela
y mirándose en las llamas
de un madero casi negro
y un fuego que no se apaga.
Un contoneo de chispas
azules, rojas y gualdas,
se siembran por todo el aire,
cimbran erguidas y danzan
unas cadencias de un vals,
mientras la mañana calla.
Nubes grises la rodean,
y gris ya tiene la espalda,
sin sol que le alumbre el cielo
o estrellas como metralla,
que acribillen tiernamente
el frío de la distancia.
Demoras de la llovizna,
que son rémoras de lágrimas,
hacen brillar en el suelo,
pálidamente, esperanzas
que la empujan hora a hora;
ya busca con la mirada
un horizonte que luce
la túnica de un fantasma
que ronda el campo y el bosque
como si fueran guirnaldas
sedosas, leves y húmedas,
todas cubiertas de gasa.
Un viento suave al oeste
viene arreando las manadas
de rocíos, que se inquietan
cuando el viento los arrastra,
para que tenga color
y luz la tierra mojada.
En un puesto guarnecido
que el día ha puesto de aduana,
la mañana deja el día.
La tarde ya está de guardia.
Toma el timón de su tiempo,
la proa bien enfilada
primero a una siesta niña,
que ya parece acunada
por un aroma de pinos
que le van cantando nanas.
De camino a la oración,
ya la tarde se prepara
oyendo bueyes, que mugen
melodías embarradas,
que vienen del campo arado
con la cerviz adornada
de un yugo que, en su madera,
trae un ave que les habla
trinos de bruma en la tarde,
silbos de antiguas nostalgias
que germinan cuando el sol
hunde su frente astillada,
bermeja, noble y sufrida,
de andar el cielo, cansada,
con el cansancio de un rey
que se ha impuesto en la batalla.
Cruza el río del olvido
el día entero en su barca
y ya se interna en lo oscuro,
en la noche que lo ampara,
donde guarda los secretos
que a la luz jamás declara.
Ya se arropa tras un monte
que púdicamente guarda
la desnudez de este día
que, mientras duerme, se acaba.