sábado, 13 de octubre de 2012

Progres, liberales, zurdos, gorilas

Anduve lejos, tierras adentro.

Cosas de allá que se ven mejor allá. Cosas de acá que se ven, desde allá, mejor que lo que se ven desde acá.

La patria, por ejemplo. Y tantas cosas.

Entre un viaje y otro, a tantos miles de kilómetros, en un lado y otro, tuve tiempo para ver.


Estas flores de un guindo estaban en un patio oscuro, como escondidas, detrás de mi habitación en un hostal.

Y allí están, en medio de la meseta petrolífera, barrida por el viento. No se parecen en nada a todo lo que tienen alrededor. En nada.


Imagine lo exactamente opuesto en pureza, en frescura, en belleza, en inocencia. Si ve blanco en ellas, imagine negro en lo otro. Si ve algo en ellas, imagine que no ve nada de nada en lo otro.

No puede ser...

Sí, créame. Puede. Es.

Pero estas flores de guindo estaban allí. Allí mismo cuando llegué. Y allí quedaron cuando me fui.


La calidez de estas maderas -las encontré en una calle perdida- no se parece en nada a la frialdad de aquellos lares, y no la del aire: de muchas de las gentes que viven allí, alrededor de estas maderas, en medio de esa peladura de estepa barrida por el viento.


Estos troncos tienen una hondura que allí no hay, tienen un corazón a la vista que en la mayoría de las gentes de aquellos lados no se ve. Son tan honestos, tan acogedores y amables que cuesta imaginar una oposición más precisa entre los troncos y muchas de las gentes que viven alrededor. Hay una nobleza y una consistencia en ellos que en los hombres es invisible, tal vez inexistente.


En el oeste, cerca de la cordillera, hace un par de semanas, vi y oí más cosas.

Pobreza parecida, parecida aridez.

Pero vi y oí un corazón limpio, una frescura y una alegría sin estridencias, sencilla y honda.

En el sur, en la meseta del viento, no vi nada de eso.

Y sí vi, en un lado y en el otro, lo que la ideología le hace a las cosas y a la gente. Lo que la codicia le hace a las cosas y a la gente.

Y vi, además, lo que Buenos Aires le hace a la patria, porque no importa de dónde quiera decir que viene el que gobierna, si gobierna en Buenos Aires -ya lo dije- Buenos Aires gobierna, aunque el/la pobre que se sienta en el sillón con cara de gobernar crea que tiene una personalidad tan avasallante que puede gobernar al Buenos Aires que gobierna cuando gobierna en Buenos Aires... pobre...


Y me apené.

Y me acordé con pena y vergüenza de gentes con las que he estado hablado hace algún tiempo, queriendo y buscando saber y entender qué tiempos eran estos, de qué estaban hechos, por si acaso es cierto que es posible sacar de todo algo bueno. Y ésas eran gentes de todas partes, no importa de dónde, pero que eran de Buenos Aires, eran Buenos Aires donde estuvieran, aunque pusieran cara de que no y tuvieran un certificado de domicilio que dijera otra cosa...

Y me avergoncé de haber hablado con ellos...

Y me acordé de los militantes a cara descubierta, y de los militantes reptantes y cobardes a cara cubierta, y de los reptantes y cobardes a secas, y me acordé de los petroleros y de los soldadosdecristina, y de elempresariadoargentino y de elmodelodeinclusión, y de lalibertaddeprensa y de todosytodas, de lanataybarone y de tinelliygasalla, de macri y de delía, de oyarbide y de rodríguezlarreta, de cobos y de abalmedina, de tecnópolis y larural...


Basta.

Asquea. Da asco.


Las flores del guindo están allá, a 2.300 kilómetros de esta página.

A 2.300 kilómetros de Buenos Aires, incólumes, mientras el viento barre todo lo que hay alrededor.

Y esas maderas están allá y el viento de Buenos Aires no las mueve.

Y las sonrisas limpias y valientes de gentes sencillas y lúcidas al pie de la cordillera. Allí están, a 1.300 kilómetros de Buenos Aires.


Si no existiera nada más, ésa sería la Argentina.


Porque ésa es la Argentina.


Lo otro, son relatos de progres, liberales, zurdos, gorilas. 


¿Y el peronismo?

El peronismo puede tragar y digerir todo eso, todo junto. Y más.

Y excretar todo eso, todo junto. Y más.