sábado, 13 de octubre de 2012

Lamentación para la Reina Ginebra


Es inútil que cantes y es inútil que llores,
Majestad. Es inútil que hundas tu cara entre las flores

O la ofrezcas al cielo como una máscara desolada.
Todo parece todo, y al cabo todo parece nada.

¿Dónde está Camelot? ¿Dónde, Ginebra,
La torre del homenaje donde se enredaba una hebra

De sol
Trémula como un pájaro sobre un facistol?

¿Dónde está el Rey Arturo? ¿Dónde la tibia sangre que
               era rojo en tu boca y latido en tu pecho
Y brazadas de rosas en la holanda del lecho?

¡Ay Majestad! ¡Qué lejos el camino inaugural de la zozobra
Y qué lejos los últimos peldaños de la vida que sobra!

¿Qué fue de tu alegría, novia y dueña de casa? ¿Qué del alto
Trajinar del estrado a la cocina y vivir tu sobresalto

De flor
Y tu alabado oficio de camarera mayor?

¿Dónde está Lanzarote? ¿Dónde la verde altura
Que con él alcanzaste, deshojada en su brazo tu cintura?

¿Dónde, Señora, la Joyosa Guarda?
¿Dónde el ilustre pabellón que aguarda,

Que aguarda todavía
Su amorosa disculpa enloquecida de culpa y de poesía?

(La amorosa disculpa
Que esperamos los que tanto tenemos de poesía y de culpa).

¡Ay de ti, Majestad! ¡Ay de nosotros! iAy de tu amante,
Reina! ¡Qué lejos el instante,

Qué total el instante de tenerte
Y qué frío el silencio de la muerte!

¿Dónde estás, Majestad? ¿Cómo encontrarte
En la demolición de las estrellas? ¿Qué estandarte,

Qué enseña, qué bandera
Ilumina tu paso sobre la grama de la Primavera?

Yo lo sé, Majestad. Me lo contó un ruiseñor
Que conocía un poco de tu culpa y mi poesía y que sabía
          otro poco de amor.


Está en la página 207 de Dulcinea y otros poemas.

En su colección La Encina y el Mar, Poesía de España y América, lo publicó Ediciones Cultura Hispánica, en Madrid, en 1965.

Su autor es Ignacio B. Anzoátegui.

Me parece que no debe perderse.